Por: Susana Gómez Nuño
Aristóteles concibe la política como una ciencia suprema que rige la vida humana y por la que se alcanza el conocimiento del bien y la virtud, considera a los gobernantes educadores en el bien y ve como un todo al hombre y a la polis. Por consiguiente, establece que ética y política son lo mismo. Asimismo, relaciona la política con la felicidad, en tanto la primera implica acciones prácticas humanas que buscan el bien y la felicidad, no solo la individual sino también la colectiva, siendo esta última “un bien más grande y más hermoso.”
El filósofo griego establece una división en la política: la que trata de la virtud humana y la que trata de la politéia (constitución política) que incluye el estudio de las leyes y las acciones. Es importante destacar que la idea central de la política teleológica aristotélica no contempla la separación de ambos aspectos: ético y civil, hombre y ciudad, político y social. Esta reducción de lo social a lo político es lo que puede dificultar la comprensión de la obra aristotélica, en tanto en la sociedad actual la separación entre sociedad y política es casi completa. Aun así, intentaremos superar ese reduccionismo, imbricándolo con las éticas teleológicas de la modernidad, en el análisis del conflicto 1-O.
Las dificultades de comunicación y entendimiento entre la Generalitat y el Gobierno español vienen de la mano de un independentismo en auge –debido a los recortes al nuevo Estatuto de 2006, ratificados por el Tribunal Constitucional– que establece una nueva relación con España, y al rechazo del gobierno de Mariano Rajoy al pacto fiscal, y a la promesa electoral de Artur Mas, que pretendía acabar con el déficit fiscal de Cataluña con un sistema parecido al concierto vasco. Las tensiones políticas y sociales fueron creciendo con el transcurso del tiempo, desembocando en el conflicto 1-O, que enfrentaba a Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat, y a Mariano Rajoy, líder del Gobierno español, que rechazaba la convocación de un referéndum, aludiendo a la inconstitucionalidad e ilegalidad del proceso.
El conflicto 1-O enfrentó a Mariano Rajoy, presidente del gobierno español, y a Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat de Catalunya
En mi opinión, ambos dirigentes se comportaron de forma imprudente y no midieron las consecuencias de sus actos. Hay que tener en cuenta que el conflicto provocó algunas divergencias, que pusieron en entredicho la credibilidad política, tanto de un lado como de otro. Por una parte, los cuerpos de seguridad de la autonomía, bajo mandato de la fiscalía del estado, tenían órdenes de impedir el referéndum, mientras el aparato político catalán era el instigador de este; y por otro, los cuerpos de las fuerzas de seguridad del estado se excedieron en el cumplimiento de su deber, extralimitando su poder y haciendo uso de la fuerza bruta contra la población civil.
Todo ello provocó una gran polémica que terminó con la aplicación del artículo 155 y el encarcelamiento de varios dirigentes políticos y dirigentes de varias organizaciones civiles. Las consecuencias que tuvieron las decisiones de Puigdemont y Rajoy evidenciaron la falta de virtudes éticas, como la templanza, la magnanimidad, la valentía o la justicia, y diánoéticas, como la sabiduría y la prudencia –no puede ser virtuoso quien no es prudente–, que padecen ambos dirigentes políticos, cuyos posicionamientos distan mucho de la filantropía aristotélica.
Aristóteles establece un punto medio, un equilibrio entre el exceso y el defecto, que ordena la acción de forma racional, pero no se trata de un relativismo, sino que posee un valor imperativo, en tanto se erige como precepto moral que busca la perfección mediante la razón para llegar a la moderación. Y es justamente la ausencia de ese término medio lo que ha caracterizado el conflicto 1-O. Por otro lado, la valentía política real no consiste en tratar con ideas que se consideran equivocadas –la idea equivocada de conseguir algo por medio de la ilegalidad o de imponer un criterio por medio de la fuerza– utilizando el poder del que se dispone, sino conduciendo un debate abierto de ideas, lo cual no se ha llegado a producir en este conflicto, en el que no ha habido una voluntad política para llegar a un acuerdo ni se ha hecho gala del coraje político necesario para “luchar por una sociedad en la cual el deseo humano por una democracia fuerte y una implicación real es satisfecho.» [Verhulst, Jos y Arjen, Nijeboer. Democracia Directa, hechos y argumentos sobre la introducción de la iniciativa y el referéndum (publicación en línea) Bruselas, Democracy Intenational, 2008]
El utilitarismo, modelo canónico de la ética teleológica moderna, da más importancia a la norma que a la finalidad, de forma que los medios son útiles para el aumento de la felicidad comunitaria. Así pues, las éticas teleológicas modernas son consecuencialistas y plantean la mejora de la convivencia, de la vida social, quitando importancia al acto en sí –cada individuo puede obrar libremente siempre dentro de la ley–, pero dándosela a la responsabilidad y a las consecuencias de nuestros actos. Atendiendo a lo expuesto, podemos afirmar el no cumplimiento de estas premisas en el conflicto que nos ocupa, puesto que tanto el referéndum ilegal como la reprobable actuación policial contra los civiles acentuaron, más si cabe, la división política ya existente, y ocasionaron una gran ruptura social, separando y radicalizando en dos bandos a la sociedad sin ninguna razón de peso.
Desde mi punto de vista, los intereses políticos contrapuestos en el conflicto no obedecían en ningún caso a proporcionar un bien a la sociedad, sino que seguían sus propios intereses, alejándose tanto de la ética teleológica aristotélica como de la moderna. La expresión de la voluntad popular no debería responder a elementos plebiscitarios o emocionales, más cerca de la adhesión o al rechazo de los líderes que convocan la consulta, sino a una opinión bien fundamentada sobre lo que se preguntaba, lo cual no tuvo lugar debido a la inexistencia de un verdadero debate en el seno de la sociedad catalana.
Al igual que Adela Cortina, creo que el referéndum fue más una consulta emocional, con el riesgo democrático que eso conlleva, ya que, si lo analizamos en profundidad, nos daremos cuenta de que el aparato político del “sí”, que apoyaba la consulta, no presentó formalmente un proyecto político viable y concreto de futuro, y, además, sabía perfectamente que se trataba de una acción ilegal y anticonstitucional. El problema es que la autodeterminación se vendió como una solución a las injusticias sociales y a la falta de equidad del gobierno central, apelando a un sentimiento nacionalista muy arraigado en buena parte de la sociedad catalana, cuando en realidad fue más una estrategia política para desviar la atención sobre las numerosas corruptelas de algunos de los dirigentes políticos que promovían vehementemente el proceso independentista.
No obstante, todo esto no justifica la respuesta del gobierno español. La ausencia de un diálogo productivo y resolutivo en el que ambas partes pudieran llegar a un acuerdo que contemplara el término medio, unido al mutismo y la poca disposición de Rajoy para negociar, dejó de manifiesto la falta de empatía del partido gobernante con el pueblo catalán. Las violentas cargas policiales contra la población civil también dejaron al descubierto un líder carente de las habilidades y las virtudes necesarias para el ejercicio de la política y la gobernabilidad de un país.
Aun teniendo en cuenta las diferencias entre las polis griegas y la complejidad que embarga la sociedad actual, parece obvio que la ética se encuentra muy alejada de la política, en tanto ya no se lucha para el beneficio colectivo de la sociedad, sino que la política, unida indefectiblemente al capitalismo imperante, se preocupa de los intereses individuales de unos dirigentes que han olvidado los principios básicos de la ética que debe dirigir sus acciones, que deberían encaminarse hacia el bien común y no al individual.
Los actores políticos que formaron parte del conflicto 1-O obraron con irresponsabilidad y cometieron una gran imprudencia política que transforma la democracia en demagogia, en tanto ignoran la necesidad real de hacer una política en beneficio de todos, desvinculándose de los verdaderos problemas sociales que hay que combatir, como la corrupción, la injusticia, la pobreza, etc. Todo esto ha incrementado la brecha entre políticos y ciudadanos, en tanto el descrédito y el desprestigio de la clase política se hace patente ante una ciudadanía desencantada y cada vez más dividida, que no percibe ninguna mejora en su vida cotidiana y que ve brillar por su ausencia el bienestar social y la estabilidad política.
Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es/el-conflicto-del-referendum-1-o-desde-la-perspectiva-etica-de-aristoteles/