«Fijar la atención es sobre todo fijar la mirada, lo que no hay que confundir con un ejercicio de concentración intelectual que produciría un saber analítico »
El confinamiento nos ha traído una nueva y paradójica modalidad de cansancio: la fatiga de las videollamadas. Paradójica porque, a pesar de que ahora los cuerpos no se desplazan por pasillos de metro, calles abarrotadas o atascos interminables, terminan el día, sin embargo, más agotados que antes.
Cuerpos atrapados en las pantallas
La primera razón parece obvia: si no circulan libremente es porque están atrapados entre la incertidumbre y el miedo, la angustia y la pesadumbre. El cansancio es uno de los signos clásicos del afecto depresivo, junto a otros como la tristeza, el lloro o la falta de ganas (apetito, sexual, placer…).
Pero hay otras razones derivadas específicamente del uso de la tecnología. Las salas virtuales donde “nos reunimos” por videollamada con colegas, pacientes, amigos o familiares dislocan la imagen y el cuerpo. En las pantallas aparece a la vista de todos nuestra imagen, sí, pero más fija y rígida que de costumbre, a veces incluso temporalmente congelada. Mientras que en la intimidad (familiar) tenemos el cuerpo.
Ese simple hecho tiene sus consecuencias porque, en lo presencial, cuerpo e imagen se acompañan y se sostienen juntos, con el añadido de la palabra. Los tres se anudan según el estilo de cada persona (introvertido, extrovertido, extravagante, discreto…).
Sostener la imagen y esa mirada de las pantallas que no cesa resulta cansado, porque además no tenemos los otros recursos expresivos (gestos faciales y del cuerpo). Ni siquiera el silencio (que forma parte de la voz) podemos usarlo a nuestro antojo. No hay que obviar que, a veces, ese silencio se nos impone por deficiencias de la conexión sin que podamos saber si es intencional (del interlocutor) o ajeno a él.
No nos queda otra, pues, que fijarnos nosotros también a la pantalla y escrutar los múltiples estímulos en galería de todos los demás participantes, en un intento desesperado de reducir la distancia de los cuerpos.
Mismo lugar, mismo semblante
También hemos perdido la opción de los cambios de ritmo que implican los desplazamientos y que aligeran la mente y el cuerpo. Ahora “nos reunimos” en el mismo espacio con amigos, familia o colegas, todo sin salir de casa. La supuesta diversidad se reduce a más de lo mismo.
A esto se suma que, en la vida presencial, los seres hablantes nos inventamos un semblante (apariencia) para ir por el mundo. Una manera, cada uno la suya, de anudar el cuerpo, la palabra y la imagen, que se compone y descompone en los ceremoniales del encuentro: saludo, contacto, despedidas, diversos según cada cultura, costumbre o estilo.
Ahora, sin embargo, esos ceremoniales se han reducido a una sola versión, la digital. Y al final resulta que esa repetición de lo mismo nos agota y nos aburre. Los hay, incluso, que buscan fondos de pantalla para en sus reuniones digitales imaginar otros espacios y otras sensaciones.
¡Atención es dinero!
Este fenómeno, al que el filósofo Byung-Chul Han, ha dedicado su último libro (La desaparición de los rituales, Herder, 2020) tiene ya cierto recorrido. Surgió hace unos años de la preocupación de algunas firmas tecnológicas, desesperadas por un nuevo modelo de negocio que implicaba captar la atención constante de la gente. Eso llevó a estudiar la “economía de la atención”, porque de esa atención dependían sus dividendos.
En la medida que los contenidos y las informaciones crecen ilimitadamente –aumentando la oferta y devaluándola económicamente–, el recurso más escaso y más valioso es la atención. Esto genera una competencia salvaje y propulsa fórmulas novedosas de retener al consumidor el mayor tiempo posible. De esta manera, se hace posible la extracción de información que se produce durante la conexión, lo cual aumenta y produce más beneficios. Es la base de la minería del Big Data.
Fijar la atención es sobre todo fijar la mirada, lo que no hay que confundir con un ejercicio de concentración intelectual que produciría un saber analítico. Fijar la mirada es gozar de esa mirada, satisfacer lo que los psicoanalistas Freud y Lacan llamaron la pulsión escópica. La pulsión es un empuje a una actividad repetida, que no cesa y cuya satisfacción está en el mismo hecho de su repetición. Si además eso puede monetizarse, como ocurre en lo digital, miel sobre hojuelas. Todos ganan: el internauta y los proveedores.
La hiperatención resulta, además, una terapia frente a la angustia, diferente y más aceptable que los ansiolíticos. Si tengo dudas sobre quién soy, mi valor social, cómo me perciben los demás, eso que llaman autoestima, la exposición a las pantallas me ofrece algunas respuestas. Si bien hay que admitir que suelen ser insatisfactorias o poco duraderas.
Lo virtual no sustituye lo presencial
Las virtudes de la conectividad son evidentes, y más en tiempos de pandemia. Mantienen y crean algunos vínculos, e incluso forman comunidades virtuales. No hay que desdeñar ese efecto ni separarlo radicalmente de lo presencial, como hace Han. La clave no está, como él piensa, en la comunicación, sino en la satisfacción obtenida. Todos los rituales –incluidos los virtuales– velan el hecho de que nuestra satisfacción tiene un inevitable matiz autista. Ocultan el hecho de que gozamos solos con nuestro objeto (las pantallas). De ahí la necesidad de reproducir esos mismos encuentros presenciales en la red.
El problema surge cuando el abuso de las videollamadas y las pantallas –esa fijación pulsional non stop– termina produciendo aburrimiento y cansancio. La buena noticia es que hay vida más allá de esta especie de zumbido constante de la zoomvida en la que estamos. Para ello, conviene separarse un poco del efecto hipnótico, reducir los encuentros virtuales y velar la mirada (pantalla) de vez en cuando, restringiéndola a la voz.
La crisis actual no debería hacernos olvidar que lo virtual puede complementar, pero no sustituir, el encuentro presencial.
*José Ramón Ubieto Pardo, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación, UOC – Universitat Oberta de Catalunya
Un estudio realizado por la Universidad de Stanford ha identificado cuatro consecuencias de la fatiga de Zoom y sugiere algunos cambios que las personas pueden implementar fácilmente para evitarla.
El término burnout puede sonar familiar para estudiantes o profesionistas de “alto rendimiento.” Gracias a la alta demanda de distanciamiento social debido a la pandemia, miles de instituciones se han visto obligadas a sustituir sus conferencias presenciales con sesiones virtuales en video a través de plataformas digitales. Desde alumnos, profesionistas o docentes, hoy en día muchas personas pueden pasar horas observando una pantalla llevando a cabo las tareas cotidianas de su jornada escolar o laboral. Aunque el teletrabajo generalizado y la “escuela Zoom” son productos de la pandemia, las constantes horas frente a una pantalla ya están causando estragos en las personas dando paso a un fenómeno que se conoce como Zoom-fatigue, o fatiga de Zoom, que se deriva de las largas horas frente a la computadora en reuniones virtuales. Se le dio este nombre por la popularidad que la plataforma Zoom ha recibido, sin embargo, un estudio realizado por la Universidad de Stanford, confirma que la Fatiga de Zoom es solamente una referencia al boom que la plataforma ha visto recientemente, y que esta fatiga puede derivarse de la exposición excesiva a cualquier plataforma de videoconferencias.
El profesor Jeremy Bailenson, fundador del Laboratorio Virtual de Interacción Humana de Stanford, examinó las consecuencias psicológicas que puede traer el pasar horas en este tipo de plataformas. En su artículo publicado en la revista Technology, Mind and Behaviour (Tecnología, mente y comportamiento) en febrero de este año, el profesor ha identificado cuatro consecuencias de la fatiga de Zoom, y también establece que su propósito no es antagonizar al uso de las plataformas de videoconferencia, ya que hasta él mismo las utiliza frecuentemente, pero resalta los pequeños errores que presentan estos programas y sugiere algunos cambios que los mismos usuarios pueden implementar fácilmente para evitar esta fatiga.
La Fatiga de Zoom: cuatro problemas y soluciones
1. Problema: El contacto visual en exceso es altamente intenso
Bailenson comienza describiendo que la cantidad de contacto visual que involucramos en las videoconferencias es antinatural. En una conferencia presencial el ritmo de nuestra mirada sería muy diferente, ya que observamos nuestras notas, la persona que se encuentra hablando, la pantalla, el reloj, entre otros. Por lo que las conferencias o reuniones presenciales suelen ser menos agotadoras, pero en las conferencias virtuales nuestra mirada se encuentra todo el tiempo en los integrantes que vemos en la pantalla. El Dr. Bailenson dice que “un escuchante es tratado como un hablante” y el nivel de contacto visual aumenta dramáticamente. Y Bailenson lo compara con la ansiedad social, que es una de las fobias que más existen en la población, el miedo de hablar en público sabiendo que todas las miradas están puestas en ti, es una experiencia de alto estrés.
Otra fuente de estrés es el tamaño de la ventana donde se muestra a la persona, dependiendo del monitor de cada quién. Las caras en las videoconferencias suelen aparecer mucho más grandes de lo que en realidad son y pierden un sentido de comodidad. Cuando se simula una conversación física entre dos personas, se ve a la otra persona a un tamaño que simula el espacio personal que estás resguardando de ella, y cuando se ve a una persona en una pantalla grande, simula el tamaño en el que ves a una persona se percibe mucho más íntima. Finalmente, cuando una persona está a corta distancia de nosotros nuestros cerebros lo interpretan como una situación intensa que llevará al apareamiento o al conflicto.
Solución: La recomendación que se da es evitar el modo de pantalla completa, reducir el tamaño de la pantalla de las personas y utilizar un teclado independiente del monitor, para crear más espacio entre nosotros y la pantalla.
2. Problema: admirarse a sí mismo durante conferencias es altamente agotador
El admirarse a sí mismo en tiempo real es una experiencia antinatural. Bailenson lo compara con la situación de tener a alguien siguiéndote con un espejo todo el tiempo, mientras hablas, discutes, tomas decisiones, das o recibes retroalimentación; sería algo que nadie elegiría experimentar. De igual manera, hay estudios que demuestran que cuando uno está en presencia de su reflejo, te vuelves más crítico de ti mismo, y al ver nuestro reflejo por horas en videoconferencias está teniendo sus repercusiones en nosotros mismos. Además, hay muchos estudios que comprueban que ver tu reflejo por tanto tiempo tiene consecuencias emocionales negativas en ti mismo.
Solución: El profesor propone que las plataformas deshabiliten la función del reflejo de la persona en la conferencia, que el canal solo necesita ser hacia afuera. O que también se puede utilizar la función de deshabilitar la cámara para lograr el mismo efecto.
3. Problema: movilidad habitual reducida
Las reuniones presenciales le daban más espacio a una persona para moverse y caminar, pero dentro de las videoconferencias las cámaras solamente tienen un solo ángulo, por lo que la persona se ve obligada a mantenerse dentro de cuadro con poco espacio alrededor. El movimiento de la persona se ve limitado en formas que no son naturales, en este sentido, Bailenson asegura que investigaciones recientes destacan que las personas muestran mejores resultados cognitivos cuando se encuentran en movimiento.
Solución: Concientizarse acerca del espacio en donde hacen su trabajo y llevan a cabo sus videoconferencias, cómo está posicionada la cámara, añadir elementos adicionales como ratón o teclado, para crear flexibilidad.
4. Problema: mayor carga cognitiva
La comunicación no verbal es mucho mayor en encuentros personales y en las plataformas de videoconferencia esto se elimina por completo. Cuando hay este tipo de comunicación, cada persona interpreta naturalmente los ademanes o señales subconscientemente, por lo que en videoconferencias tenemos que trabajar un poco más duro para mandar estas señales o recibirlas. Bailenson describe que hemos transformado algo tan natural para los humanos, como lo son las conversaciones, en algo que requiere de mucho esfuerzo mental. Este lenguaje no verbal nos aligeraba mucho las conversaciones, porque podía reducir nuestras palabras a una simple mirada o ademán, y cuando éstas se tratan de traducir al contexto virtual pueden llegar a significar algo completamente diferente.
Solución: Cuando se encuentren en medio de reuniones largas, tomar descansos apagando la cámara y solamente usar el audio. De esta manera, dejamos de estar no verbalmente activas por unos momentos y dejamos que la mente se tome un descanso, de esta manera, e el cuerpo descansa un tiempo de la pantalla.
De igual manera, la BBC publicó un artículo en abril del año pasado, justo cuando el pico de las conversaciones por videollamada estaba sucediendo, y comparan muchas de las situaciones sociales que se han visto comprometidas por este nuevo sistema y cómo nos están afectando inconscientemente. Cuando normalmente nosotros consideraríamos una llamada con nuestros amigos un tiempo de relajación, la profesora Marissa Shuffler de la Universidad de Clemson, se dio cuenta de que las llamadas largas se pueden sentir performativas, porque es como si estuvieras viendo la televisión y la televisión te estuviera viendo a ti. También menciona que no importa si lo llamamos una reunión con amigos, cuando la misma herramienta se usa para el trabajo, hay una alta probabilidad de que tenga los mismos efectos en nosotros cuando es una actividad que no queremos hacer voluntariamente.
Algunas de las soluciones que propone la profesora Shuffler es limitar las videoconferencias a solamente las que sean estrictamente necesarias, tomar descansos en donde se apague la cámara, o solamente se opte por usar el audio. Mover el posicionamiento de la cámara, a un lado o donde no la podamos ver, para que se pueda mantener la concentración, especialmente en llamadas grupales grandes. Hacer un tiempo de check-up al inicio de las conferencias, para ver cómo se encuentra el bienestar de las personas, antes de entrar al tema de la junta, ya que es una manera de reconectarnos con el mundo, comenzar a recobrar confianza y reducir el cansancio y la preocupación.
Con todo esto nos podemos dar cuenta que, definitivamente, nuestros cuerpos no están diseñados para pasar largas horas observando una pantalla en una sola posición, por lo que nos hace extrañar aún más las convivencias de persona a persona. Sin embargo, es algo que no nos debería detener, porque el ser humano es bueno para adaptarse, y tanto Bailenson como Shuffler nos han dado claves para corregir pequeños detalles que pueden estar consumiendo nuestra energía. Con el objetivo de poder aprovechar nuestro trabajo, educación o propuestas al máximo y poder seguir saliendo adelante adaptándonos a la situación actual que estamos viviendo.
Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/fatiga-zoom-estudio
La educación en línea es nuestro mejor recurso ante la situación de aislamiento, pero también puede producir agotamiento si no se administra cuidadosamente.
La nueva normalidad nos ha obligado a adaptarnos a una manera diferente de impartir clases. El rol de la educación en línea ha sido trascendental para la continuidad de la educación en todos los niveles, pero esta transición ha tenido sus bemoles.
Desde acoso cibernético, zoombombing, disponibilidad de recursos tecnológicos, hasta problemas de horarios o carga de trabajo en casa para las madres y padres, la instauración de la educación en línea como principal plataforma didáctica no ha estado libre de obstáculos. Con meses dentro de este nuevo esquema surge otra problemática a tratar para asegurar una experiencia educativa de calidad: la fatiga Zoom.
La ‘fatiga Zoom’ o ‘fatiga por Zoom’ se define como un estado de hastío, cansancio y aburrimiento que puede sentir un usuario al atender múltiples juntas, clases o eventos en línea durante el día. Los efectos causados por esta fatiga pueden ser perjudiciales para un ambiente didáctico, especialmente si se presentan frecuentemente.
¿Cómo nos afecta la ‘fatiga Zoom’?
Algunos de los síntomas de la ‘fatiga Zoom’ son: dificultad para concentrarse, agotamiento físico, ansiedad al entrar a una llamada o durante la misma, irritabilidad, dolor de cabeza y cansancio ocular, entre otros.
El problema puede ser más serio cuando se trata de niños, que no tienen aún las herramientas para identificar que lo que les sucede es simplemente ‘fatiga Zoom’. En casos como estos los padres deben ser vigilantes ante la tolerancia de los niños a estar sentados frente a una pantalla.
Si un niño deja la sesión de clase en la que está para jugar con sus juguetes, tiene un episodio de ira o simplemente se niega a entrar a la sesión, podría no ser una situación de capricho, sino un caso real de agotamiento para el aprendizaje remoto o ‘fatiga Zoom’.
¿Cómo combatir la ‘fatiga Zoom’ en niños?
Uno de los aspectos que dispara el estrés en los niños al estar demasiado tiempo en sesiones en línea es que no pueden moverse mucho. Es recomendable utilizar los periodos de receso para que los niños descarguen un poco de la energía que no pueden usar mientras están sentados. Diez minutos de caminata, un par de ejercicios de yoga o pasar un rato breve jugando con su mascota, puede ayudar significativamente a reducir los niveles de estrés y mejorar la concentración de los niños.
Crear un espacio adecuado para el aprendizaje pero que también permita la relajación, es crucial para que los niños estén más cómodos en las clases. Este espacio debe habilitar el uso de una computadora en una posición de sentado correcta que no implique ningún esfuerzo extra por parte del niño, con la pantalla a nivel de los ojos y a una distancia razonable de los mismos.
También es recomendable que esté libre de distracciones, pero que tenga elementos que el niño considere suyos y lo hagan sentir cómodo en este espacio.
Crear una agenda que tenga en cuenta los plazos necesarios para cumplir con las responsabilidades escolares, pero que sea flexible de acuerdo a las necesidades del niño, es instrumental para mantener a raya la ‘fatiga Zoom’. También es importante darle al niño un sentido de control y responsabilidad sobre su propia agenda. Trabajar con el hecho de que un niño tenga problemas para madrugar o necesite más pausas durante una jornada escolar es posible con un esquema 100 % en línea, además necesario para mantenerlos con una alto nivel de atención y motivación.
¿Cómo combatir la ‘fatiga Zoom’ en los estudiantes jóvenes?
Si bien los alumnos de grados más avanzados tienen mejores herramientas para identificar y manejar la fatiga por aprendizaje remoto, también es necesario que los maestros estén al pendiente aspectos que podrían dispararla, así como de estrategias para disminuirlo.
Para este propósito la retroalimentación es básica. Es necesario tener un canal de comunicación abierta con los estudiantes para saber cómo están emocionalmente y tomar decisiones con base en la capacidad y salud mental de los alumnos en tiempos de encierro. Como maestros, es recomendable dedicar un tiempo de la clase a conocer el estado de nuestros estudiantes y motivarlos a compartir sus inquietudes al momento de elaborar una agenda y marcar un ritmo de trabajo.
Diversificar y priorizar es clave. Al momento de estructurar la dinámica de la clase a lo largo de un semestre hay que preguntarse: ¿Es necesario que los alumnos estén interactuando en tiempo real para este tema o cuestión? ¿La puedo grabar para que la vean y la repitan a su ritmo?
Esta es una de las decisiones más importantes en un modelo 100 % en línea. Actividades como mesas de trabajo, diálogos o debates, necesitan presencia virtual en tiempo real, pero quizás lecciones sobre aspectos teóricos de español o historia, así como avisos generales de la escuela no necesitan impartirse al momento.
Tanto el tiempo como el nivel de concentración de estudiantes, maestros y familias es limitado. En un contexto de aislamiento prolongado, debemos ser cuidadosos con ese recurso. Las lecciones grabadas ofrecen la ventaja de poder ser vistas en un horario más flexible, y revisarlas cuantas veces sea necesario hasta captar la idea. De la misma forma, liberan el tiempo y la disponibilidad del maestro para dedicarse a aclarar dudas en vez de tener que dividir la sesión entre presentar el tema y luego responder preguntas.
Ser conciso, breve y amigable también es determinante en el propósito de mantener la atención de los alumnos y hacer más fácil el proceso enseñanza-aprendizaje, de la misma forma ayuda a prevenir el desgaste por parte de maestros con jornadas largas.
¿Has tenido problemas para mantener la atención de tus alumnos en clase? ¿Alguno de tus alumnos ha presentado síntomas de ‘fatiga Zoom’? ¿Los has tenido tú? ¿Qué estrategias has utilizado para nivelar tu salón de clases ante estas circunstancias? Cuéntanos en los comentarios.
Fuente e Imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/fatiga-zoom-estudiantes
Fatiga visual y emocional, menor vínculo con el grupo y una relación diferente entre estudiante y docente han sido algunas de las cuestiones que tres expertas de la Universitat Oberta de Catalunya, Alba Pérez, Eulàlia Hernández y Cristina Mumbardó, han analizado sobre el uso de las pantallas y la conexión online en el ámbito educativo durante la crisis sanitaria.
La crisis sanitaria y las limitaciones derivadas del estado de alarma aceleraron el uso de las nuevas tecnologías haciendo que nos abracemos a la pantalla como solución para poder continuar con nuestras funciones laborales, educativas e incluso sociales. Sin embargo, este cambio en nuestra forma de funcionar requiere, como todo, una adaptación por nuestra parte haciendo frente a nuevas exigencias para evitar la fatiga visual y emocional.
No hay que olvidar que las condiciones en las que se ha dado este incremento en el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) no ha sido en condiciones normales ni en las más deseadas, sino que se ha dado en un momento de mayor estrés e incertidumbre en todos nosotros (cuarentena, distancia física, todos los miembros de la familia en casa trabajando a la vez, nuevas rutinas y necesidades).
‘Pegados a una pantalla’
A todo esto hay que añadir que no hemos podido planificar con antelación cómo gestionar este aumento en la exposición a las pantallas, haciendo imposible la prevención y anticipación de las posibles consecuencias.
Estos factores han conllevado la sensación de una mayor sobrecarga tanto cuantitativa (percepción de mayor trabajo o necesidad de dedicar más horas) como cualitativa (dificultades sobre cómo hacerlo, percepción de falta de competencias y falta de apoyo por parte del entorno, tanto laboral como social). De hecho, opciones como el teletrabajo, diversos trámites digitales o la educación online que en algunos contextos se planteaban todavía como lejanas, no del todo viables, e incluso se enfrentaban a una actitud negativa hacia ellas, se han adoptado muy rápidamente, a contrarreloj y de forma poco planificada.
A las pocas semanas de teletrabajo, algunos profesionales empezaron a manifestar que en su desempeño laboral se encontraban más cansados, especialmente después de cada videollamada o videoconferencia. A este efecto se le ha empezado a llamar ‘fatiga zoom’ o ‘fatiga visual’, causada por la falta de habituación y mayor carga atencional que nos exige, puesto que a menudo, durante estas videollamadas dividimos la atención hacia otros estímulos que en los contextos habituales de trabajo (incluso en una situación normal de teletrabajo) no se darían: una hija pasando por delante o llamando la atención, el cartero llamando al interfono…
Fatiga visual y emocional
Muchos nos sorprendemos de la habilidad que hemos desarrollado en el conocimiento y uso de diferentes plataformas de comunicación (Hangout, Zoom, Facetime, Whatsapp, Jitsi, Teams, Skype…), algunas de ellas nuevas para nosotros hasta este momento. Hemos sido capaces de participar en reuniones con un gran volumen de participantes, desarrollando estrategias para no interrumpirnos en nuestros turnos de palabra y poder entendernos, y aunque las plataformas de comunicación nos han facilitado la tarea, no están libres de limitaciones.
Por ejemplo, la expresión no verbal no se identifica igual de bien a través de la pantalla como de forma presencial y ello requiere mayor atención por nuestra parte, la posibilidad de ver los gestos de las manos u otro tipo de lenguaje corporal se suprime directamente y en nosotros mismos identificamos una mayor externalización de nuestras emociones para hacerlas perceptibles para los demás. Tampoco ayuda que frecuentemente, el vídeo o el audio ‘se congelen’ y se pierda el hilo de la explicación que nuestro interlocutor estaba desarrollando, derivando en una sucesión de repeticiones y preguntas para volver a seguir de forma eficiente el hilo de la argumentación. En definitiva, más allá de la fatiga visual evidente que provoca la pantalla vs ‘el cara a cara’, estamos más fatigados porque realmente las exigencias a nivel atencional son mayores.
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Por el contrario, el cambio a la interacción a través de videollamada ha sido una ayuda para las personas con dificultades en las relaciones sociales, que por cuestiones de timidez, ansiedad o sobreestimulación tienen dificultades en mantener un encuentro social presencial. Para estas personas, las videollamadas son interacciones menos exigentes, en las que hablan menos personas, hay menos conversaciones paralelas y se pueden ver menos expuestos a los demás. Sin embargo, es evidente que han sido los estudiantes y docentes con un rasgo de personalidad extrovertida y que previamente tenían una red social más densa los que mejor se han adaptado al uso intensivo de la tecnología para las distintas actividades de la vida.
Relación del docente con el grupo más allá de la pantalla
Uno de los aspectos que más preocupa tanto a profesorado como a alumnado es poder orientar la acción educativa a la clase como grupo. La mayoría de las iniciativas online que se han puesto en marcha, más allá de la convocatoria mínima de intercambio de todo el aula, han sido estrategias para trabajar a nivel individual de profesor a alumno, en la detección de necesidades individuales y en la acomodación a las cuestiones que se plantean.
Sin embargo, se detectan limitaciones en la gestión del grupo como tal, se hace menos seguimiento de los estudiantes menos participativos, o que trabajan mejor ‘off-line’, o que tienen menos oportunidades de acceso a estos entornos digitales. De este modo, se pierde la percepción grupal y los indicadores que proporcionaban ‘feedback’ al docente ya que no están presentes. Todo ello conlleva, en algunos casos, insatisfacción y poca percepción de autoeficacia en el profesorado y, asimismo, puede afectar al nivel de inclusión y participación de los estudiantes y su sentido de pertenencia al grupo.
¿Y con la familia?
A nivel familiar, el aumento del uso de la tecnología también ha conllevado múltiples cambios. Si bien tanto niños y niñas como adolescentes pueden estar más acostumbrados a hacer uso de según qué plataformas de comunicación, el uso intensivo de las pantallas que se ha estado dando a lo largo de estos dos últimos meses ha difuminado cualquier límite que se hubiera establecido en un contexto familiar en relación con el uso de las mismas.
En muchos casos, su uso se limitaba a un espacio de ocio con una frecuencia y duración muy concreta, que ha perdido todo su sentido tras decretarse la alerta sanitaria. La utilización de la tableta, el smartphone o el ordenador ya no se limita mayoritariamente a espacios de ocio o a actividades educativas concretas, sino que ha pasado a constituir el único vínculo con el entorno escolar y social de niños, niñas y adolescentes. Cabe también tener en cuenta que, una vez acabada la conexión con el profesorado o con los compañeros y compañeras, las pantallas han seguido constituyendo un espacio de ocio (juegos, aplicaciones…), difuminando, como decíamos anteriormente, los límites de uso, tanto cuantitativo como cualitativo, pactados con la familia antes del confinamiento.
La negociación en relación con el uso de las pantallas entre familias y niños, niñas y adolescentes debe así volver a definirse teniendo en cuenta las peculiaridades del momento que hemos vivido y estamos viviendo, aunque todo hace pensar que no será tan fácil establecer y justificar nuevos límites, al menos de cara a los adolescentes.
Incremento de la ansiedad entre los adolescentes
Si bien se habla mucho del aumento de la cantidad de horas de uso de una pantalla en niños y adolescentes, no se ha hecho hincapié en la calidad de este uso. En algunos casos no se disponía de estrategias, pero en contrapartida ha habido una gran conciencia parental al respecto en relación con los más pequeños. En lo relativo a los adolescentes, y especialmente relacionado con la búsqueda de información sobre aspectos de salud y sus efectos a nivel físico y mental, se observa un aumento de casos de ansiedad en los jóvenes.
Y esto se ha visto acrecentado porque ni las familias ni los docentes (que en la mayoría de los casos no tuvieron contacto con los adolescentes hasta pasadas unas semanas después del confinamiento) tampoco disponían de la información y certezas necesarias para acompañarlos en búsquedas seguras y efectivas de información. En este contexto, la incertidumbre ha sido un aspecto clave que ha abocado, en muchos casos, al mal uso de la tecnología.
Otro aspecto que preocupa en el caso de niños, niñas y adolescentes es la poca exposición a otros estímulos a lo largo de estos meses, así como la falta de práctica en todas las habilidades de adaptación al entorno. Son los más pequeños los que deberán hacer un sobreesfuerzo para retomar todas las habilidades que estaban en proceso de desarrollo, para afrontar de nuevo las exigencias que formaban parte de su día a día y para establecer rutinas completamente nuevas.
¿Dependencia de las pantallas?
Finalmente, podemos preguntarnos si durante los últimos meses no habremos establecido una dependencia de las pantallas. Es cierto que la tecnología ha permitido mantener la comunicación y el intercambio necesarios para desarrollar la actividad educativa. Y ha permitido también mantener ciertas rutinas escolares, suponiendo un elemento estabilizador.
Sin embargo, también es cierto que algunos lo han vivido de forma estresante, e incluso algunos adolescentes lo han considerado como una nueva forma de control por parte de los docentes, una invasión de su espacio privado (porque hasta ahora su actividad online así lo era). Respecto a la relación educativa, el aumento del uso de pantallas se ha considerado una medida provisional (al menos de momento), con lo que es posible que incluso se produzca cierto rechazo a los procesos educativos a distancia e incluso se aumente la presencialidad si ello es posible.
Cuando se generalizó el uso del smartphone en los adolescentes (y en general en la población) se habló mucho de la ‘nomofobia’ (el miedo irracional a estar sin conexión), sin embargo en un contexto post confinamiento y de vuelta a la normalidad no está claro que vaya a aparecer esta dependencia. En cualquier caso, se plantea también la posibilidad de vivir un escenario diferente a largo plazo, en el que se planteen los modelos educativos que compatibilicen la presencialidad con el online como una modalidad educativa que ha llegado (de forma quizá forzada en algunos casos) para quedarse.
No tenemos ninguna duda de que uno de los parámetros más importantes de cambio derivado de la actual crisis sanitaria habrá sido el entorno educativo. Es por ello por lo que debemos hacernos las siguientes preguntas: ¿qué hemos aprendido sobre el uso intensivo de la tecnología en la relación alumnado-profesorado durante la emergencia sanitaria? y ¿cómo debe ser el futuro educativo a partir de ahora?
Fuente e imagen: https://www.educaciontrespuntocero.com/opinion/conexion-online-fatiga-visual/
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