Por: El País.
Es curioso: cuando un gobierno se acostumbra a hacer las cosas mal, inevitablemente arruina aquellas que, por excepción o azar, había hecho bien. Todo el espectro político aplaudió en 2008 cuando el Frente Amplio creó el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed), tal vez la única medida razonable que surgió del bullicioso e inoperante Congreso de Educación de ese año.
La posibilidad de evaluar la calidad en los procesos de enseñanza y aprendizaje era (y sigue siendo) una prioridad incuestionable. Y más aún la decisión de proveer esos cargos por estricto concurso, entre académicos reconocidos y absolutamente independientes, tanto del oficialismo como de cualquier partido político o ideología.
En plena campaña electoral de 2014, trataron de diferir hasta después del balotaje la difusión de los malos resultados de un Informe del Estado de la Educación en Uruguay. Significativamente, el director del Ineed de entonces, Pedro Ravela, renunció al cargo alegando diferencias con la comisión directiva sobre los modos de gestión: «Hay cuestiones internas que las discutimos largamente con las autoridades y yo entendí que debía dar un paso al costado», declaró entonces. En las últimas semanas se repitió la misma historia.
Su sucesor, el experto argentino Mariano Palamidessi, que había demostrado un rigor académico e independencia de criterio sin par, también renunció, a poco de haber presentado el informe Aristas 2017, que registra graves resultados en cuanto a equidad educativa, entre alumnos de tercero y sexto año de primaria.
Palamidessi fue más explícito que su antecesor, y denunció la existencia de presiones de parte de la comisión directiva del Instituto, para relativizar u ocultar ante la opinión pública las penosas conclusiones a que arribó el informe. Llegaron al extremo de exigirle que, si concedía una entrevista a un medio de comunicación, debía hacerlo «acompañado» por un integrante de esa directiva (no queda claro si como chaperón o como comisario político de contralor de sus opiniones).
El argumento que aportó Palamidessi es de una claridad meridiana: ¿cómo vamos a concretar investigaciones independientes, si la directiva del Ineed está conformada por los responsables de las mismas instituciones que hay que evaluar?: «los institutos autónomos de evaluación surgen, en todo el mundo, para que no dependan de la autoridad educativa (quien fija las políticas a evaluar). Puede que a veces se digan cosas que gustan y a veces no, pero es lo que necesita un sistema serio».
Lo más sorprendente de todo fue que, después de juicios tan lapidarios, la Ministra de Educación y Cultura María Julia Muñoz manifestó a la prensa que en realidad la renuncia de Palamidessi se había debido a motivos personales, para reencontrarse con su familia en Argentina. Sus palabras reafirman el peculiar discurso interpretativo de la realidad que suele manejar la secretaria de Estado, como cuando dijo que el inepto presidente del Codicen, Wilson Netto, era «el José Pedro Varela del siglo XXI» o cuando desestimó la renuncia del jerarca renovador Juan Pedro Mir, calificándolo como «un simple maestro de escuela».
La indignación pública por la renuncia de Palamidessi podría deberse solamente a lo que significa para un sistema educativo que sigue anclado en la indolencia y la desidia de un gobierno ausente. Pero también hay que denunciar la respuesta siempre elusiva de las más altas autoridades, que en lugar de admitir sus fracasos y corregir el rumbo, declaman excusas baladíes, como si la gente fuera tonta y estuviera totalmente desinformada.
El Frente Amplio ha sabido traer a la gestión pública a prestigiosas personalidades argentinas, como Palamidessi en la educación y Julio Bocca en las artes escénicas. Pero con la misma eficiencia, sistemáticamente ha logrado ahuyentarlos. Bocca se hartó de la burocracia, Palamidessi de la presión política. Lo que resulta claro es que la máquina de poder frenteamplista, que otrora prometía «un país de primera», ha convertido al Estado en una fortaleza que expulsa la calidad y estimula el más mediocre statu quo.
Son evidencias que se van acumulando de lo que luce como la muerte del cisne (mal llamado) progresista. Y también desafíos para un futuro gobierno de cambio, que deberá entender que designar técnicos idóneos en cargos clave, no es ser «tecnócrata» sino verdaderamente pragmático. Y que dejarlos trabajar con independencia no es renunciar a las responsabilidades políticas sino, por el contrario, ejercerlas con honestidad y rigor.
Fuente del artículo: https://www.elpais.com.uy/opinion/editorial/basura-debajo-alfombra.html