Contagio

Por:  Giorgio Agamben

¡El contagiado! ¡Dale! ¡Dale! ¡Dale al contagiado!, Alessandro Manzoni, El Novio.

Una de las consecuencias más inhumanas del pánico que se busca por todos los medios difundir en Italia durante la llamada epidemia del coronavirus es la idea misma del contagio, que está en la base de las medidas excepcionales de emergencia adoptadas por el gobierno. La idea, ajena a la medicina hipocrática, tuvo su primer precursor inconsciente durante las plagas que asolaron algunas ciudades italianas entre 1500 y 1600. Es la figura del contagiado, inmortalizada por Manzoni tanto en su novela como en el ensayo sobre la Historia de la columna infame. Un “grito” milanés por la peste de 1576 los describe así, invitando a los ciudadanos a denunciarlos:

“Habiendo llegado a la noticia del gobernador de que algunas personas con débil afán de caridad y para sembrar el terror y el espanto entre el pueblo y los habitantes de esta ciudad de Milán, y para excitarlos a algún tumulto, van engrasando con cebos, que dicen pesticidas y contagiosos, las puertas y cerrojos de las casas y las cantatas de los barrios de esa ciudad y otros lugares del Estado, con el pretexto de llevar la peste a lo privado y a lo público, … de lo cual hay muchos inconvenientes, y no poca alteración entre las personas, más aún para los que se persuaden fácilmente de creer tales cosas, se entiende por su parte a cada persona de la calidad que se quiera, estado, grado y condición, que en el plazo de cuarenta días dejará claro la persona o personas que han favorecido, ayudado o sabido de tal insolencia, si les dan quinientos escud…”.

Dadas las diferencias necesarias, las recientes disposiciones (adoptadas por el gobierno con decretos que quisiéramos esperar -pero es una ilusión- que no fueran confirmados por el parlamento en leyes dentro de los plazos prescritos) transforman a cada individuo en un potencial contagiado, de la misma manera que los que se ocupan del terrorismo consideran a cada ciudadano como un terrorista de hecho y de derecho. La analogía es tan clara que el potencial contagiado que no cumple con las prescripciones es castigado con la prisión. Particularmente invisible es la figura del portador sano o precoz, que infecta a una multiplicidad de individuos sin éstos puedan defenderse de él, como se podría defender uno de los contagiados.

Aún más triste que las limitaciones de las libertades implícitas en las prescripciones es, en mi opinión, la degeneración de las relaciones entre los hombres que pueden producirse. El otro hombre, quienquiera que sea, incluso un ser querido, no debe ser acercado o tocado, y de hecho hay que poner una distancia entre nosotros y él que algunos dicen que es de un metro, pero según las últimas sugerencias de los llamados expertos debería ser de 4,5 metros (¡esos cincuenta centímetros son interesantes!). Nuestro vecino ha sido abolido. Es posible, dada la inconsistencia ética de nuestros gobernantes, que estas disposiciones se dicten en quienes las han tomado por el mismo temor que pretenden provocar, pero es difícil no pensar que la situación que crean es exactamente la que los que nos gobiernan han tratado de alcanzar repetidamente: que las universidades y las escuelas se cierren de una vez por todas y que las lecciones sólo se den en línea, que dejemos de reunirnos y hablar por razones políticas o culturales y sólo intercambiemos mensajes digitales, que en la medida de lo posible las máquinas sustituyan todo contacto – todo contagio – entre los seres humanos.

Fuente e imagen: https://ficciondelarazon.org/2020/03/11/giorgio-agamben-contagio/

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