Por: Javier del Arco
Sólo el conocimiento tecno-científico alumbrará la posthumanidad
Asistimos a una revolución asimétrica de proporciones colosales que apunta a una gran conmoción, a una puntuación de la especie humana. Tan sólo el conocimiento tecno-científico podrá rescatar lo rescatable y hacer emerger una nueva humanidad necesariamente muy diferente de la actual: la posthumanidad
Nuestro objetivo es la ciencia, pero no por la ciencia, sino en cuanto que actividad del hombre y para el hombre. Sospechamos que carece de límites y por eso, como se explicará a continuación, la hemos acompañado de una cierta ética para que la estirpe humana comprenda que es una gran estupidez autodestruirse.
Mejor una evolución por traumática que sea. Si como establecen Eldrege y Jay Gould en su teoría del Equilibrio Puntuado (1), la especiación se produce en situaciones de crisis, es más que posible que en pocos años emerja una nueva humanidad y vaya pereciendo la vieja. Esta pirueta biológica, que a buen seguro será muy criticada, me da pie a esperar con Höldeling que allí donde se halla el mayor peligro, radica también lo que salva.
Hace unos años el Profesor Quintín Racionero , Catedrático de Filosofía de la UNED, expresaba en un lúcido artículo publicado en la Revista de Filosofía (2) que la postmodernidad no era “algo” que venía después de la modernidad y derivado de ella, sino que se trataba de un enfoque distinto del pensamiento filosófico, científico y vital.
Como ya anunciaba Lyotard en su célebre conferencia dictada en 1971 y luego muy publicada (3) “La condición postmodena. Un informe sobre el saber”, la postmodernidad tenía el carácter de condición, no se trataba de una continuidad, sino de un nuevo enfoque del pensamiento filosófico y científico que, además, abría la puerta a un nuevo modelo social: el de la sociedad líquida, estudiado exhaustivamente por el sociólogo Zygmunt Bauman en múltiples libros, cuyo primer exponente, al menos para mí, fue su obra “Modernidad líquida” (4). A éste le siguieron diversos títulos que trataban desde el amor hasta el miedo, es decir una visión del hombre en un mundo inseguro, dubitativo, sin puntos de referencia ni “puertos seguros donde cobijarse” y un tanto desquiciado.
Este panorama de incertidumbre, riesgo (5) y cansancio (6) nos deja pocas certidumbres. Yo las reduzco, en el plano filosófico y a mi parecer vital, tan sólo a dos: la epistemología, y como ciencia secundaria “de amortiguación y reflexión sobre lo investigado y lo innovado”, la ética. En mis reflexiones yo reservo a la ética un doble papel modulador: el de evitar en lo posible el riesgo que la ciencia conlleva impulsada por la inteligencia y el de recordar al científico la necesidad de la libertad propia y la de los demás.
Bien sé que el problema del libre albedrío es abstruso y quienes tendrán la última palabra creo que serán los neurocientíficos (7). No obstante, yo me refiero a una libertad más “casera” referida a la convivencia entre seres humanos que han de respetarse los unos a los otros en un marco convivencial donde la libertad de cada uno termine donde comience la libertad del otro, de los otros. Esto me da pie a una reflexión absolutamente paralela pero creo que necesaria.
Emmanuel Levinas, en su reflexión ética, identificaba al “otro” con el extranjero, la viuda y el huérfano (8). Hoy esa identificación sigue siendo válida si ese extranjero lo identificamos con el emigrante y le añadimos la mujer maltratada hasta la extenuación o la muerte por causas del machismo, la religión y culturas diabólicas en las que la mujer queda cosificada, los niños pobres del tercer y cuarto mundo y los mayores, abandonados todos por la crueldad del pensamiento turbocapitalista dominante. Sobre la necesaria “domesticación” del macho, son importantes las reflexiones de Peter Sloterdijk en su magnífica obra “Normas para el parque humano”, cuya lectura recomiendo.
Tras este hiato, ciertamente más largo de lo que hubiese deseado pero necesario, retomo el hilo del discurso.
Una única cultura
La epistemología hoy retoma las preguntas de Kant -sobre todo el compendio de ellas sobre que es el hombre- en un clima de alta ebullición científica y tecnológica. Pero responder a eso es imposible sin realizarnos antes muchas otras preguntas porque hoy la filosofía se fundamenta esencialmente en preguntas, y muchas de esas preguntas no pueden responderse con los elementos de los que la ciencia dispone. Otras ya sí y desde hace poco tiempo.
Pues bien esa visión epistemológica de nuestro tiempo, necesariamente transversal y por ende transdisciplinar, debe comenzar por afirmar que la cultura es una, compuesta por elementos diversos que se substancian en una unidad, como recordaba siempre el añorado Ángel Martín Municio.
Desde ese presupuesto unificador de las ciencias en su más amplia acepción, pretendemos bucear en los nuevos avances científicos y tecnológicos, y ponerlos en sintonía unos con otros y, especialmente con su descubridor: el hombre.
Debo decir que la ciencia y la tecnología se han entrelazado, re-mezclado, formando un armazón elástico, modulable y sin fin, pero con fuertes disrupciones o puntuaciones (como denominaba Stephen Jay Gould a los hechos repentinos que ocurren en la evolución). Eso es lo que una mayoría denomina tecnociencia y revolución tecnocientífica (9).
Como señala Manuel Castells “la integración creciente entre mentes y máquinas, incluida la del ADN, está borrando lo que Bruce Mazlish denomina la cuarta discontinuidad, -la que existe entre humanos y máquinas- alterando de forma fundamental el modo en que nacemos, vivimos, aprendemos, trabajamos, producimos, consumimos, soñamos, luchamos y morimos” (10). Por todo ello, podemos afirmar que más allá de nuevos paradigmas y modelos, asistimos a una revolución asimétrica de proporciones colosales que no sólo afecta al sustrato material con el que los los humanos hacemos la historia, sino también a la naturaleza intrínseca de su protagonista principal: el hombre
El Homo Sapiens, un gran primate depredador (en este caso en su acepción más amplia), está dotado de un único y poderoso cerebro, un universo de 1.350-1400 gr., con una complejidad de sus conexiones neuronales y la plasticidad de las mismas, extrema. A partir de esa prodigiosa máquina que es nuestro peligroso cerebro, que puede contar hoy con fabulosos recursos tecnocientíficos, surge la pregunta obligada: ¿tendrá ese cerebro la capacidad suficiente para construir máquinas capaces de auto-reproducirse y auto-mejorarse igualando o superando su propia capacidad?
El hecho, de producirse, recibe ya el nombre de singularidad tecnológica basado en el advenimiento de la inteligencia artificial general (también conocida como IA fuerte). La singularidad tecnológica (11) implica que un determinado equipo de computación, una red informática de múltiples equipos, o bien un robot, podrían adquirir por sí mismos la capacidad de auto-mejorarse con la característica de ser capaces de auto-reproducirse y, posteriormente, intervenir de forma autónoma en el diseño y construcción de otras computadoras o robots mejores que sus máquinas originarias. Se dice que las repeticiones de este ciclo probablemente darían lugar a un efecto fuera de control, algo así como una explosión de inteligencia (12), en donde las máquinas inteligentes podrían diseñar generaciones de máquinas sucesivamente más potentes. La creación de inteligencia sería muy superior al control y la capacidad intelectual humana (13).
Personalmente, me interesan algunos autores de los que hablaré en sucesivos artículos. Ese interés radica en la emergencia de las ciencias biológicas en su combinación con las tecnologías informacionales, como partes importantes de todo este proceso.
En 2009, Raymond Kurzweil (al que deberemos próximamente dedicar un espacio más amplio) y el fundador de X-Prize, Peter Diamantes, anunciaron la creación de la Universidad de la Singularidad, cuyo propósito consiste en educar, inspirar y preparar a los científicos e ingenieros para aplicar tecnologías exponenciales suficientemente potentes para hacer frente a los grandes retos de la humanidad (14). Esta curiosa Institución está financiada por Google, Autodesk, ePlanet Ventures y un grupo de líderes de la industria tecnológica afines a dicha Universidad. La organización sin fines de lucro ejecuta un programa anual de posgrado de diez semanas durante el verano que abarca diez tecnologías diferentes y elementos tecnocientíficos concomitantes. También se llevan a la práctica una serie de programas en todo el año.
En 2010, Aubrey de Grey a quien tuve el placer de presentar en un importante Seminario organizado por Tendencias 21 en El Escorial, acuñó el término “Methuselarity” (15), que podríamos traducir muy libremente por “Modelo Matusalén” por el que postula hasta que punto la tecnología médica mejora tan rápido que la vida humana útil esperada aumenta más de un año por cada año vivido.
Hoy hay modelos primitivos de interacción hombre-máquina ya en funcionamiento como son los brazos robóticos que siguen órdenes cerebrales o la restauración de funciones neuronales dañadas, por poner algún ejemplo. Pero la interacción profunda aun no se ha producido.
No obstante lo dicho, si el paradigma TIC ha revolucionado el mundo, está convergiendo con él otro mucho más silencioso pero de mayor potencia que es el NBIC.
En este sentido, algunos autores utilizan «la singularidad» de una manera más amplia para referirse a los cambios radicales en nuestra sociedad, provocados por las nuevas tecnologías como la nanotecnología molecular (16)
Por último y retomando la idea expuesta al comienzo del artículo, nos hallamos en un periodo previo,o periodo post-pos(no es orientalismo, es juego de palabras). Por cierto, el último término de este tipo es la posverdad de la que nos ocuparemos en su momento.
Este periodo, creo que en trance de finalización sin predecir tiempo alguno, apunta a una gran conmoción, a una puntuación de la especie humana. Tan sólo el conocimiento tecnocientífico podrá rescatar a lo rescatable y emerger entonces una nueva humanidad necesariamente muy diferente de la actual: la posthumanidad.