Una estudiante caída

Por: Carlos Aldana

Una joven muerta en una protesta estudiantil en Guatemala evidencia una sociedad en la que el poder ha hecho de la educación una herramienta para construir y vivenciar una ciudadanía del silencio y la sumisión.

No quisiera escribir sobre esto, pero es necesario para rendir un breve y mínimo homenaje a quienes, a su modo y en sus niveles, luchan por la dignidad en cualquier parte del planeta. Y para insistir en algunas cosas que se silencian en la pedagogía predominante.

El pasado 26 de abril, los estudiantes de un centro educativo público de la ciudad de Guatemala, salieron a protestar enfrente de las instalaciones en las que estudian. Eso significó que detuvieron el tránsito vehicular de una avenida muy transitada. Pedían algo básico: que les nombraran profesores que no tienen, que les arreglaran las instalaciones muy deterioradas y que quitaran al director por múltiples abusos. Estaban con sus carteles alzados y sus gritos de voces adolescentes y juveniles, cuando un piloto salvaje arremetió contra el grupo de estudiantes que tenía enfrente. Dejó varios heridos, pero en ese mismo instante cercenó una pierna a la estudiante Brenda Domínguez, quien murió tres días después.

¡Una estudiante de 16 años muerta!, por demandar lo que el Estado tiene obligación de proveer. Pero ese escenario de demanda en la calle es un escenario de desesperación, después de todo un año de tener reuniones para plantear sus solicitudes, para pedir soluciones, para ser escuchados con dignidad y respeto. Al final del día de la tragedia, ya en horas avanzadas de la noche, les resolvieron la petición del cambio de director (¡después de un año, lo resuelven en ocho horas trágicas!). Lo de los docentes sigue sin resolverse, más de un mes después, y la infraestructura va para largo. Pero el “después” de la tragedia ahora está marcado por la culpabilización a los estudiantes por la muerte de su compañera, o a los padres por “no educarlos bien”, o a los profesores “por permitirles protestar”. Las culpas están dirigidas a las víctimas del hecho y no a las responsabilidades de las autoridades incapaces de resolver problemas, escuchar y atender demandas.

Al estar cerca, en un breve acompañamiento, con estudiantes, padres y madres de ese establecimiento educativo, puedo darme cuenta de cuánta voz es acallada en los momentos más difíciles, después de la indiferencia, el irrespeto o el desprecio. Sigue marcado este mundo por una ausencia completa de escucha y de auténtico diálogo ciudadano alrededor de los problemas educativos, sobre todo cuando los principales interlocutores son las y los jóvenes estudiantes. Si estos son pobres, la cosa se agrava y complica aún más. No escuchar con dedicación y plena atención es una actitud que no educa hacia una cultura política diferente. O tal vez ahí están las semillas que alimenten la resistencia necesaria para sobrevivir con dignidad.

Quizá fuera de nuestro país cueste entender cómo o por qué estudiantes de secundaria tienen que estar en las calles, demandando lo que es obligación del Estado, o cómo los gritos y las voces alzadas nos recuerdan la negación del derecho a la educación. La realidad es que, a la negación estructural de derechos humanos de todo tipo, también se suma la negación del derecho a exigirlos. Y se suma la criminalización que se hace de toda protesta, ya sea por la vía jurídica, o por la vía de la descalificación inclemente que tiene lugar por las redes sociales.

Sin embargo, todo esto es una muestra de cuánto o cómo debemos sentir a la educación en estos tiempos. De cómo debemos dejar la miopía política que nos hace quedarnos en las aulas, y empezar a tener muy claro que los sistemas educativos se conciben, diseñan y deciden desde y para los intereses del poder hegemónico, ese al que una voz juvenil de protesta le suena a música desentonada que le enturbia su paz.

Una estudiante caída, en una pacífica demanda que no debió ocurrir, representa la realidad más dramática de las y los jóvenes de nuestras sociedades empobrecidas. Pero también acalladas por el poder que ha hecho de la educación una herramienta para construir y vivenciar la ciudadanía del silencio y la sumisión.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/06/05/una-estudiante-caida/

 

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Las sospechosas relaciones entre educación y trabajo

Por: Carlos Aldana

La educación para el empleo genera trabajadores acríticos, que no se organizan ni reivindican. De esta forma, educar para el trabajo se convierte en educar para sobrevivir, no para la vida plena.

Por supuesto que todo ser humano debe aprender y formarse para su aporte productivo en el mundo. Claro que es preciso valorar al trabajo pues, más allá de las consideraciones sociológicas y políticas, constituye uno de los caminos para construir humanidad y para darle forma a nuestras sociedades y entornos. Por eso, comprender lo educativo en la actualidad también debe incluir al trabajo, desde miradas críticas sobre la relación educación-sistema productivo y económico. Esas relaciones no son relaciones neutras o simples de entender. Son más bien relaciones extrañas y sospechas, puesto que están acuerpadas por discursos y prácticas que ocultan más de lo que develan.

Por ejemplo, se habla de educar para el trabajo y al revisar las bases conceptuales y los sentidos sociales de esas propuestas educativas, se descubre cómo la adquisición de habilidades o el énfasis en las competencias técnicas y productivas, es una insistencia en la capacitación y en el desarrollo de una clase trabajadora que se desenvuelva en los niveles más bajos de la producción o, en pocos individuos, un cierto acceso a posiciones gerenciales. Remarcan que se trata de que la educación contribuya a mejorar la calidad de vida de las personas (algo que es válido en un sentido profundo), pero solo a través de ciertas condiciones que faciliten alguna empleabilidad. En realidades como la latinoamericana, tan afectada desde hace mucho tiempo por el desempleo, incluso con realidades de subempleo realmente dramáticas, poner al sistema educativo a generar ciertas habilidades es enseñar a usar el grifo, pero sin cañerías ni agua en ellas.

Educar para el trabajo constituye una expresión tan interiorizada en la fraseología pedagógica dominante, porque nadie se resiste a ella, es una expresión guapa en contextos de pobreza y ansiedad por encontrar empleo. Pero por eso, precisamente, también es una frase que oculta las pretensiones del poder económico mediante el dominio del sistema educativo. Se enseña a ser trabajador al servicio de los dueños de las empresas, fábricas y fincas; se enseña habilidades necesarias para ganar ciertos salarios; se enseña y estimula a miles de jóvenes para trabajar en call centers en los que pueden pasar años y años sin desarrollarse o evolucionar.

Pero también ese discurso es el que “naturaliza” que la educación enseñe a niños, niñas y jóvenes a ser trabajadores, pero no a ser ciudadanos y sujetos políticos. Las relaciones extrañas entre educación y trabajo crean trabajadores que no se sindicalizan, ni organizan, ni reivindican, ni demandan. La pobreza extrema hace que un salario bajo se convierta en la salida del camino de la muerte en millones de egresados del sistema educativo, y que se abandone cualquier búsqueda de otros horizontes mediante el compromiso y la acción transformadora.

En consecuencia, en estos postulados, se justifica el abandono del estudio y comprensión de los derechos humanos en general, y los derechos laborales en particular, con la consecuencia de que la llamada “educación integral” cede su espacio a una educación tecnócrata. Educar para el trabajo parece, así, educar para sobrevivir, no para la vida plena, y para alimentar a los poderes económicos mediante mano de obra acrítica y por ello, mal pagada. ¡El redondo negocio de la educación y pedagogía dominantes!

Nuestra llamada debe ser a la de una educación del trabajo que politice la relación entre jóvenes y sistemas; que el logro de habilidades técnicas esté acompañado del desarrollo de habilidades sociales y emocionales, así como de la comprensión crítica de la realidad, principalmente del contexto económico y político; que descubran la posibilidad de otros caminos productivos. Se trata de que la educación no “regale” lo mejor de nuestro planeta a esos monstruos avorazados que se alimentan no solo de la pobreza de millones de seres humanos, sino principalmente de la ignorancia política y contextual que les crea su propia educación escolar.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/04/27/las-sospechosas-relaciones-entre-educacion-y-trabajo/

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¿Y qué tal si enseñamos lo que los jóvenes quieren aprender?

Por: Ángel Pérez Martínez

Uno de los problemas más graves de los maestros, de los colegios y de la educación en Colombia es la manera tradicional en la cual los docentes, en la mayoría de los casos, educan a los estudiantes en el aula.

Lo anterior ocurre cuando los maestros transmiten conocimientos e información, en algunas ocasiones en forma autoritaria, a sus estudiantes, clase tras clase, con escasa innovación, sin la participación de los muchachos y sin apoyarse en el uso de herramientas educativas, como computadoras, videos, cine, emisoras o periódicos de los colegios o en las posibilidades que brindan las redes informáticas. Además, estos docentes olvidan o desconocen las posibilidades y las potencialidades de aprender fuera del aula.

Queremos a los estudiantes calladitos en el aula, ordenados en filas, unos detrás de otros, juiciosos, dirán algunos. Les solicitamos atención, desarrollo de capacidades de obediencia y escucha para el docente, quien con la misma sapiencia dicta su clase, sin renovación alguna, hace cinco, diez y hasta más años.

Qué bueno volver a leer y estudiar al gran pedagogo Brasileño Paulo Freire y sus ideas sobre la educación alcancía; para animar a los docentes a cambiar prácticas educativas, innovar de manera permanente con los estudiantes, indagar y buscar qué los hace felices en el proceso de enseñanza y de aprendizaje, así como para interactuar con los niños y los jóvenes, quienes son personas con derechos a los cuales nos debemos como sociedad. Los docentes y los padres de familia no pueden creer que el cerebro de los niños o de los jóvenes es el lugar donde todos los días se introduce una moneda, y ellos son seres pasivos frente al conocimiento. Duro pensar que es posible que los estemos acostumbrando en la cotidianidad de la escuela a no protestar, más bien a asimilar. Al final del año puede que la alcancía este vacía, pero eso es lo que menos importa, se enseñó durante 180 días, aunque no se aprendió.

Por fortuna, cada vez más en diferentes regiones del país encuentro en los propios rectores, coordinadores y profesores un sentido crítico a estas prácticas educativas que olvidan las responsabilidades morales que tienen los docentes de formarse, prepararse e innovar de manera constante en sus prácticas pedagógicas; así como las responsabilidades éticas frente a los niños y jóvenes frente a su proceso de formación, de manera especial con los estudiantes más pobres o los de menos oportunidades. Por ello los docentes que trabajan en la educación oficial tienen mayores deberes éticos y morales.

En el código de ética que elaboró un equipo encabezado por el gran maestro Guillermo Hoyos Vásquez para los docentes de Bogotá encontramos llamados como: “Estamos comprometidos con la calidad de la educación si asumimos a los seres humanos como el centro de nuestras prácticas pedagógicas”; “nos comprometemos con la calidad si concebimos la educación como un proceso de formación integral”, o, “somos educadores respetuosos cuando promovemos el reconocimiento del pluralismo, la cooperación, la participación y la solidaridad en la comunidad educativa”.

La calidad de la educación mejorará cuando el alumno sea el centro del sistema educativo y del trabajo del docente en el aula y, por lo tanto, la práctica educativa de manera permanente esté indagando sobre qué quieren ellos aprender, qué le gusta o los atrae del conocimiento y cómo ponerse de acuerdo estudiante, familia y docentes para disminuir los efectos de un entorno social o familiar adverso.

Una educación que no motiva a los estudiantes y a los padres de familia, porque no valora a la persona o porque la desconoce, termina en fracaso escolar (tasa de repitencia nacional del 2,14 para el año 2014) o deserción escolar (la tasa de deserción intra-anual en la educación básica y media en Colombia supera el 3%), estos dos indicadores son mayores en los municipios y regiones más pobres o con mayor población rural, que es donde necesitamos más y mejor educación.  Recordemos también que en Colombia los jóvenes a los 12 o 13 años empiezan a retirarse de la escuela, muchos de ellos lo hacen, en parte, porque pierden interés en su proceso educativo.

La educación es un acto humano en donde el afecto, la felicidad y la alegría deben ser elementos transversales. El conocimiento es construcción social y los docentes también aprenden, se requiere humildad.

Fuente: http://www.dinero.com/opinion/columnistas/articulo/y-que-tal-si-ensenamos-lo-que-los-jovenes-quieren-aprender-por-angel-perez/221112

Imagen de archivo

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La calidad de la educación, la diversidad y los valores

Por: Alfonso Molina

En artículos anteriores me he referido a la crisis educativa y a la necesidad de cambios importantes en función de lograr, no solo cobertura, matrícula, sino calidad.

He propuesto pasar de una educación informativa, que es la tradicional y predominante, a una educación formativa, entendiendo esto como el logro en los estudiantes de valores y competencias.

Traté, brevemente y como es necesario en este espacio, tres valores: dignidad, participación y solidaridad. En esta oportunidad escribiré sobre un valor emergente, la diversidad.

Emergente, digo, porque la percepción y trato con los otros se hace más bien intuitivamente y siguiendo unas normas de cortesía. Unas maneras destinadas a la convivencia y preservación de los grupos que no excluye discriminaciones y exclusiones. No alcanza la jerarquía de un valor, de un referente mayor para la toma de decisiones, para  los proyectos de vida.

A la diversidad obligada en un país mayormente mestizo como el nuestro, se agrega la diversidad en carácter y personalidad, en vocación y aptitud, en tradiciones familiares y regionales. Un sinnúmero de componentes o rasgos con los cuales la escuela tradicional y vigente no está preparada para atender. Más bien, su disposición, muy comentada por teóricos y estudiosos, es homogeneizadora. Una tendencia que se agrava cuando a ella se agregan propuestas ideologizadoras que conciben la educación de los humanos como un curso obligado en la persecución de un ideal al que se la llama el “hombre nuevo”.

La diversidad hay que cultivarla y ella supone el aprendizaje para trabajar con otros, con grupos que hacen inmediata y vigente la diversidad. Una formación no solamente necesaria para una vida mejor y más profunda, sino también para un mejor rendimiento en la producción económica y el disfrute.

Al  grupo –me refiero a cinco o siete personas, estudiantes trabajando juntos, exponiendo, investigando, proponiendo– concurre la diversidad: gente buena para la matemática, la escritura, la lectura, la exposición oral, las ciencias… pero también dibujantes, pintores, cantantes, deportistas, bailarines.

No es frecuente encontrar en las aulas trabajo en grupos, ya que lo permanente es un  maestro o profesor monopolizando todos los turnos, hablando. No obstante, en los grupos también se observa esa tendencia, el que tiene facilidad de palabra y organización, ocupa los espacios que le corresponderían a los otros, a los diversos. Una diversidad que tiene sus propios tiempos, sus propios espacios. Por allí va su cultivo: problematizar para propiciar la participación de todos desde y en respeto de su propia aptitud y carácter.

Educar para solucionar problemas pertinentes tropieza con los diseños curriculares y programas de estudios que están concebidos como largos listados de contenidos u objetivos, que deben ser dictados por el profesor y memorizados para eventuales exámenes. Esta es la pedagogía dominante y es la pedagogía que hay que cambiar si es que queremos lograr una educación de calidad.

Lo digital agranda y a la vez aproxima el mundo. Las noticias y mayormente las malas noticias, suelen ser abrumadoras. Pero también hay mucho por comprender y disfrutar. Hay que estar preparado para ello. Abrir la disposición perceptual y la sensibilidad para recibir y crecer con la diversidad que ello trae. Un mundo de intercambios, hibridaciones y fusiones que desde los linderos de Occidente regresan, como ya regresaron desde los linderos del Imperio Romano, riquezas mejores que el oro  y sus variantes, que por estos campos saqueó el también imperio español.

Fuente: http://www.ideasdebabel.com/la-calidad-de-la-educacion-la-diversidad-los-valores-por-arnaldo-este/

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