Por: Revista Semana Educación
Nelly Duarte Jurado se impacienta con el mouse. Lo presiona una y otra vez con el índice de la mano derecha, pero la página a la que quiere acceder no abre. Mira a su alrededor para cerciorarse de que ninguno de sus compañeros la mira y retoma su personal cruzada con el computador. Finalmente acierta a oprimir el botón de forma correcta y la información que andaba buscando se despliega. Respira tranquila y con la satisfacción de haberle ganado la partida a la tecnología.
Esta estilista ya retirada tiene 63 años, tres hijos, nueve nietos y hace algo menos de cuatro meses que se enfrentó por primera vez a un computador. Cada martes y jueves acude de dos a cuatro de la tarde a una sala aledaña a la parroquia María Auxiliadora en el municipio de Silvania, Cundinamarca, para aprender a manejar este aparato por medio de un taller de alfabetización digital. Ella es una de las estudiantes más veteranas de las Escuelas Digitales Campesinas, un programa de la Fundación Acción Cultural Popular (Acpo), más conocida por crear las escuelas radiofónicas de Sutatenza hace 70 años.
“Estoy aprendiendo a entrar a internet, a manejar el teclado y a contestar las preguntas que me hacen en cada evaluación. He aprendido sobre los medios modernos de comunicación y las TIC. ¿Sabe usted que sirven para reducir la brecha digital en los países? También impulsan el desarrollo”, relata orgullosa y bien alto para que, ahora sí, el resto de sus compañeros, la mayoría de ellos de su misma generación, la oigan.
Debido a la afluencia de estudiantes en el aula, lo normal es que niños y adultos de entre 12 y 70 años acaben compartiendo computador y conocimientos. Foto: Julia Alegre
Dice que después de terminar este taller le gustaría aprender inglés: “Me fascina, además es el idioma universal”. Nelly llevaba décadas sin estudiar, desde que a sus 20 y pocos años realizó un curso de mecanografía. Luego otro de belleza y peluquería. Ahora no quiere parar. “Me siento muy bien aprendiendo. Para mí es una alegría venir a los cursos porque uno se distrae, aprende, cambia de ambiente, del oficio de la casa y conoce a otra gente. Hablamos de los problemas de Silvania. Están dañando la naturaleza. Vamos a ir a la Alcaldía para que no permitan talar tantos árboles en los límites del río y construir conjuntos residenciales porque si no va pasar lo de Mocoa”, explica.
Ese es precisamente el principal objetivo de Escuelas Digitales Campesinas que opera en ocho departamentos desde 2012: dignificar a la población rural desde la educación y empoderarlos como ciudadanos. “Brindarles herramientas para que participen y transformen su realidad. Incidir en el ser, en el saber y en el hacer”, señala Mariana Córdoba, coordinadora de Educación de Acpo. Lo logran a partir del uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) y la implementación de diferentes talleres digitales.
En la actualidad, el programa beneficia a 18.000 campesinos de los cuales el 60 % son mujeres y el 40 %, hombres. De ellos, el 74 % tienen entre 12 y 26 años, el 17 % entre 27 y 46 y el 8 % entre 47 y 70 años.
Silvania, a 44 kilómetros de Bogotá, es un municipio mayoritariamente rural con sus algo más de 22 mil habitantes. Foto: Julia Alegre
En otro de los 24 computadores disponibles en la sala está Irma Urrea Riveros, una mujer de 76 años —y con el mismo número de arrugas en su rostro-— que lleva 10 minutos tratando de ingresar sin éxito a la plataforma de la escuela. Sandra, la facilitadora de la fundación, se le acerca y le indica que debe ingresar la contraseña. “Me cuesta mucho trabajo usar el computador. Pero me gusta mucho venir acá. Es algo que lo llena a uno, como la vida. Me gusta aprender todas las cosas y toda la teoría. Vengo con mi hijo de 35 años que tiene una discapacidad. Me gusta apoyarlo para que se sienta bien”, asegura mientras un grupo inmenso de niños atraviesa la puerta de la sala con todo el estruendo del caso.
Son 26 estudiantes de grado 11 de la institución educativa municipal Santa Inés que, como cada martes desde hace casi cuatro meses, acuden a la sala de computadores como parte de otro programa de las Escuelas Digitales Campesinas. “Los chicos hacen tres cursos en la plataforma digital sobre alfabetización digital, cambio climático y periodismo rural. Una vez los terminan tienen el compromiso de encontrar a dos adultos campesinos de sus veredas, traerlos aquí y acompañarlos para que se capaciten en estos mismos cursos”, indica Margarita María Torres López, su profesora.
Los menores también aprenden sobre liderazgo, una noción cuyo significado todavía no tienen claro: “Es el compromiso de tomar decisiones”, precisa Daniela, de 16 años. Cuando crezca quiere estudiar arquitectura y volver a Silvania a “poner en práctica todo mi conocimiento”. “Sirve para dirigir algo”, le corrige su compañera Marcela, de 17, a quien le gustaría ser veterinaria para regresar a su Caquetá natal porque ahí hay “harto de ganadería”. “Nos enseña a creer más en nosotros”, añade Alexandra. La joven, de 16 años, quiere estudiar Medicina en la Universidad Nacional y especializarse en Pediatría. Ella, al contrario que sus amigas, tiene claro que no quiere volver al campo. Que su lugar está en la gran urbe de Medellín.
Las tres niñas dicen sentirse orgullosas de pertenecer a familias campesinas, de ser parte de esos 14,5 millones de personas que, según el Dane, habitan en el campo. Ellas integran lo que Kenny Lavacude, director de Acpo, denomina la nueva ruralidad. Para él, es necesario redefinir el concepto de campesino como “ese hombre o mujer de 45 años con ruana, sombrero y un azadón al hombro” y apostar por un modelo de ciudadano rural que “está empoderado para incidir en las políticas públicas, que también ríe, llora, tiene sueños y ambiciones, produce y, además, es agente social y de cambio”.
La educación es, de acuerdo con Lavacude, la herramienta para lograr ese cambio de paradigma y dignificar la figura del campesino. Sin embargo, asegurar la calidad, pertinencia y cobertura del sistema educativo en el campo todavía es una tarea pendiente. Según los datos que maneja la fundación, aún existe un 16,8 % de la población rural que no sabe leer ni escribir. El 13,8 % de los niños entre 12 y 15 años no accede a secundaria y el 39,4 % de entre los 16 y los 17 años no tiene acceso a ningún tipo de formación. “Los jóvenes no quieren venir a la ciudad pero tienen que hacerlo porque no encuentran motivaciones educativas ni socioeconómicas para quedarse. Ellos quieren tener condiciones mejores de vida, pero en el campo no las encuentran”, concluye.
En Silvania los graffitis se han convertido en una herramienta para dignificar a su pueblo: los campesinos. Foto: Julia Alegre
El envejecimiento de la población es otro de los principales problemas de la ruralidad. “De pronto falta conocimiento del territorio. Así los jóvenes vivan en el campo, no lo ama, y si uno no ama algo pues no quiere estar ahí. Ellos reciben mucha información sobre la ciudad y no ven todo el futuro que hay en el campo si trabajan por tecnificarlo”, aclara Sandra Rocío Bermúdez, otra profesora del colegio Santa Inés.
El gran reto de iniciativas como la Escuela Digital Campesina es que los jóvenes vean en el ámbito rural el escenario idóneo para impulsar su proyecto de vida porque, como recalca Bermúdez, “aquí en el campo lo pueden tener todo, pero no lo ven”.
Esta editorial forma parte del número 24 de la revista Semana Educación. Si quiere informarse sobre lo que pasa en educación en el país y en el exterior suscríbase ya llamando a los teléfonos (1) 607 3010 en Bogotá o en la línea gratuita 01 8000 51 41 41.
O a través del siguiente enlace: https://store.semana.com/pagos/index.aspx?Id=76
Relacionado: ‘Ancestralidad campesina‘
Fuente: http://www.semana.com/educacion/multimedia/campesinos-colombianos-escuelas-para-campesinos/526108