¿Qué es el trabajo precario?

Por: Jorge Robles*

Casi de manera intuitiva, parecería fácil reconocer lo que es un trabajo precario. Sin embargo, al momento de analizar las distintas formas de trabajo, no lo encontramos de manera fácil, pues nos concentramos en los salarios.

La Real Academia Española define trabajo precario como: Situación que viven los trabajadores sujetos a unas condiciones de trabajo por debajo del límite considerado como normal, especialmente cuando los ingresos económicos que se perciben por el trabajo no cubren las necesidades básicas de una persona.

Esto deja completamente a la subjetividad del analista lo que es normal y la carencia de una definición de necesidades básicas de una persona.

En mi entrega anterior sobre la condición de vida de los trabajadores por aplicación, llegaron algunos comentarios sobre lo bien que pueden ganar algunos. De la calidad del trabajo nadie dijo nada.

Como no existe un consenso sobre el concepto, utilizo la definición de trabajo precario como la contraparte de trabajo decente construido en la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Entre los sindicalistas independientes, el término decente no fue bien recibido, pues el concepto de decencia lo heredamos de la época de la Nueva España. Es un adjetivo acuñado para definir al indígena aculturizado a la manera europea, por medio de las encomiendas: aprender a hablar en español, bautizarse en la fe católica, contestar para servir a usted cuando se presenta y mande usted cuando se le llama. En suma, disfrazarse de español desde la manera de vestir o la de usar manta para mostrar que no se sabía español ni de costumbres europeas.

En la definición de la OIT y usada en todo el orbe, las características mínimas para determinar la decencia del trabajo son:

Estabilidad laboral: saber que no perderás tu fuente de sustento mientras exista materia de trabajo, no podrán despedirte sin justificación fundada en criterios legales, ni mantenerte con innumerables contratos temporales en un trabajo permanente en la empresa.

Derechos laborales plenos: Por lo menos, los establecidos en los tratados internacionales y en los documentos base de la Organización de Naciones Unidas (ONU): Jornada máxima de ocho horas, vacaciones, seguridad e higiene en el trabajo, no violencia ni acoso de ningún tipo, derecho de huelga, pago doble y hasta triple de horas extras y días festivos, salario suficiente para mantener a una familia con acceso a la educación, cultura y recreación.

Seguridad social: garantizar la atención médica, incluyendo las acciones preventivas para los trabajadores y sus familias y construcción de una pensión suficiente para que en la jubilación se pueda mantener una forma de vida digna.

Diálogo social: reconocimiento pleno de los trabajadores, sobre todo los organizados de manera colectiva, para negociar, como pares de los patrones, las condiciones de trabajo por medio de contratos colectivos de trabajo reales, con el pleno respeto a la autonomía y libertad sindical.

Ante la carencia de cualquiera de uno solo de estos criterios, el trabajo dejará de ser digno para convertirse en trabajo precario.

El trabajo es precario si: a) se obliga a trabajar con un sindicato que fue elegido por los trabajadores, usualmente con sindicatos del Congreso del Trabajo, o los llamados progresistas o de plano, formados por el patrón; b) se fuerza a doblar turno por falta de relevo en el puesto. Situación muy común en empresas de seguridad privada; c) si simulan una relación laboral asalariada, pero en realidad el trabajador vive de las propinas. Caso de gasolineros, empacadores de supermercados, vigilantes de estacionamiento en centros comerciales; d) en caso de que el patrón utilice una empresa subcontratista, sin establecer una relación formal con el trabajador, y éste cobra por comisión de venta y no por un salario. Caso de agencias automotrices, Agentes de seguro y, tristemente, este método es usado en algunas cooperativas; e) si se puede correr del trabajo de manera injustificada en cualquier momento. De nada sirve un buen puesto y salario si mañana se pierde empleo;

f) cuando se paga derecho de piso por trabajar. Misma condición de los propineros; g) no tener seguridad social. Esto es común en muchas empresas, bajo el pretexto de que se está a prueba o se registran con un sueldo inferior del que realmente se percibe, disminuyendo el dinero de la Afore y las incapacidades, cuando se reciben. Usual en el caso de entrenadores deportivos, actores, cirqueros o cuenta cuentos; h) no contar con salario. Como agentes de seguro, trabajadores por aplicación, vendedores de autos, empresas inmobiliarias, becarios, trabajadores meritorios, menores de edad que ayudan a sus madres y padres; i) si el trabajo es forzado, como es el caso de que sea migrante o se haya trasladado al trabajador del extranjero a laborar, retuvieron sus papeles y se están guardando su salario para que no se lo gaste. Esto es muy usado por empresas chinas en casi todo el mundo. Detectamos casos en México, Europa y Sudamérica.

El trabajo precario es mucho más usual y normal de lo que se podría esperar. Existe en la economía informal y en la formal. Reconocer esta situación es buena manera de comenzar a definir para mejorar las condiciones de trabajo.

*Asesor (jrjrjr48.jr@gmail.com)

Fuente de la información: https://www.jornada.com.mx

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Documento: Mujeres y niñas representan el 71% de esclavos modernos en el mundo

Las mujeres y las niñas representan el 71% de todas las víctimas de la esclavitud moderna a nivel mundial, lo que equivale a cerca de 29 millones de personas, alertó este miércoles la organización Walk Free, de la Fundación Minderoo.

Según explicó la organización internacional independiente de derechos humanos, esta tendencia sobre que las mujeres sean víctimas de la esclavitud moderna “se vuelve aún más evidente cuando se examinan las diferentes formas en las que se manifiesta”.

Lo anterior, con base en que están sobrerrepresentadas en tres de los cuatro tipos de esclavitud moderna evaluados por las Estimaciones Globales de la Esclavitud Moderna.

Así las cosas, se evidenció que mujeres y niñas representan el 58% de todas las víctimas de trabajo forzoso, el 84% de todas las participantes de matrimonio forzado y “un alarmante 99% de todas las afectadas por explotación sexual forzada”.

“De hecho, las mujeres y las niñas corren un riesgo abrumador de explotación sexual independientemente de la forma de esclavitud moderna a la que estén sometidas”, advirtió el documento.

Las cifras mencionadas muestran patrones de empleo y migración muy marcados por el género y “señalan la relevancia de patrones más amplios de abusos de derechos humanos que afectan de manera desproporcionada a mujeres y niñas”, de acuerdo con Walk Free.

Adicionalmente, el documento alerta que el riesgo de esclavitud moderna existe para mujeres y niñas sin importar el lugar del mundo donde vivan, pues “el género tiene un impacto significativo en la vulnerabilidad”.

Estimaciones mundiales de la esclavitud moderna dicen que el 73% de las víctimas en Asia y el Pacífico son mujeres y niñas; igual ocurre con el 71% en África; el 67% en Europa y Asia central, y el 63% en las Américas.

“Incluso en los Estados árabes, donde las estimaciones se ven obstaculizadas significativamente por la incapacidad de realizar un estudio adecuado de las formas de esclavitud moderna que afectan predominantemente a mujeres y niñas, casi el 40% de todas las personas que viven en la esclavitud moderna son mujeres”, explica.

 

Estos Estados tienen alrededor de 2,1 millones de trabajadores domésticos migrantes, un grupo altamente vulnerable a la esclavitud moderna, en tanto que la mayoría son mujeres que trabajan bajo el sistema restrictivo de kafala.

 

Y según datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito en 2018, las mujeres representaban el 53% de las víctimas de la trata en el Medio Oriente.

Esclavitud y derechos de mujeres en Colombia

El informe alertó que entre comunidades rurales e indígenas de Colombia, las niñas vulnerables son traficadas a las ciudades para el trabajo doméstico.

Esto lo hacen “engañando a las familias que viven en la pobreza con falsas promesas de ayudar a sus niñas a acceder a una mejor educación”.

Adicionalmente, Valerie Dourdin, directora de Emergencias de Save the Children Colombia, alerta: “En el país, una adolescente que queda embarazada tiene un 50% de posibilidades de no terminar nunca la escuela”.

Dijo además que este riesgo aumenta al 100% si tiene un segundo hijo antes de los 18 años.

“Sin educación y con perspectivas de empleo limitadas, a menudo lo único que se encuentra entre una madre joven y la pobreza es una pareja o matrimonio abusivo, o un trabajo precario”, agregó.

Fuente: https://www.dinero.com/internacional/articulo/esclavitud-moderna-mujeres-y-ninas-representan-son-las-mayores-victimas/308641

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Teletrabajo, ¿otra puerta al trabajo precario?

 

Por: Jesús A. Rondón

En estos tiempos de pandemia del Covid-19 se ha promocionado hasta la saciedad, lo que se denomina el “teletrabajo”, como una opción que permite seguir aportando a la comprometida productividad de la empresas (no lo digo yo, tomo las palabras de los gremios empresariales y de voceros de gobierno, muy sensible a esta realidad). Ahora mismo, existen pocos datos disponibles que permitan compartir un análisis de los sectores donde se está implementando o la cantidad de personas que lo están realizando, pero sí creo oportuno proponer una problematización de este asunto, con el objeto de contribuir a debate necesario que debemos dar los trabajadores y las trabajadoras ante esta “nueva realidad”, desde nuestros intereses de clase.  De esta manera se aportan a la discusión de cinco elementos / problemas, a saber: “Teletrabajo” como destino manifiesto y símbolo de prestigio, la externalización de costos, la organización del trabajo, en relación al tiempo de descanso, las condiciones seguras y saludables, finalizando con las organizaciones laborales, negociaciones colectivas y legislaciones sobre la modalidad. Lo hago con el ánimo de aportar a la discusión, que recién se enciende.

Una pequeña historia para comenzar.

Dicen que hay hogares en los cuales se trabaja desde hace mucho tiempo.

Me cuentan que en los cerros de Caracas, hay familias que van una vez a la semana a las fábricas textiles ubicadas al sur de la ciudad y buscan “los cortes”, que luego llevan a sus casas y cosen, en sus máquinas instaladas en la sala, en la habitación o en la terraza. Dicen que la madre, el padre, el hijo, la hija y hasta la abuela trabajan, por el miserable salario de uno (me viene a la mente, uno de esos que le diría a este hecho: “trabajo colaborativo”). Me cuentan más. Me cuentan que no hay horario, lo que existen son metas y estas dependen de tu voluntad, es decir de tus ganas de “prosperar” (ahora digo yo, de tus ganas de comer en la semana). Siguen contando, que luego regresan a las factorías con las prendas listas para exhibir en las vitrinas de los centros comerciales de moda, a un precio que quien las confecciona jamás podrá pagar. Me dicen que esto no solo ocurre aquí, que también ocurre en Centroamérica, en Asia.

Agregan al cuento que estas personas no están sindicalizadas, ya que lo importante es competir. Agregan al cuento que estas personas no son consideradas trabajadoras, sino contratistas independientes, que en sociedad con la empresa contratante, tienen fines comunes, pero tasas de ganancia muy diferenciadas.

Sobre estas personas, cuyo trabajo se expresa en vida cotidiana de cada quien, poco se habla. Sobre estas relaciones laborales, poco se escribe, se analiza o se legisla. Es un espacio laboral invisibilizado.

Ahora sí, comenzamos

Primeramente respondámonos dos preguntas claves, la primera: ¿de qué trata el teletrabajo? Podemos decir que es una característica / condición (temporal o permanente) de la relación de trabajo (que debe estar expresada regular y expresamente en el contrato de trabajo), donde las actividades para la cual fue contratado el trabajador o la trabajadora, se realizan en instalaciones distintas a la de la empresa contratante, en este caso su lugar de residencia.  Ciertamente, la denominación de “teletrabajo” habría que revisarla, puesto que no refleja en mi opinión la naturaleza real de lo que se pretende definir.

La segunda pregunta es: ¿Todas las actividades son susceptibles de desarrollar esta modalidad? Por definición, no. Muchas pueden ser susceptibles sin mayores limitaciones, mientras que para otras se pueden desarrollar creativos métodos (para desarrollarlas total o parcialmente), pero algunas jamás lo serán, como por ejemplo la limpieza de plazas y jardines, el transporte de personas, entre otras.

Teniendo claras las respuestas anteriores, problematicemos.

“Teletrabajo” como destino manifiesto y símbolo de prestigio

El teletrabajo es una opción que se presenta como moderna, de vanguardia, un paso más en la evolución del trabajo, además ajustadas a las nuevas tecnologías de la información y comunicación. El mercadeo del teletrabajo en tiempos de pandemia es fenomenal, de allí que los gurúes nos digan que llegamos forzosamente al futuro. De tal manera que llegamos a un puerto predestinado.

La estética con la que se presenta el “teletrabajo” es estimulante, ya que se muestran a las personas felices laborando en su casa, desde un ordenador y teniendo como asistente su teléfono celular. No se exhibe problema alguno a este nuevo “desafío laboral”, al que muchos estamos llamados.  En la perspectiva del filósofo Byung-Chul Han se presenta como: puedes hacerlo (Geli, 2018).

Todo este montaje propagandístico tiene un fin, la legitimación del teletrabajo como una opción necesaria. Para que los trabajadores y las trabajadoras lo asumamos de manera acrítica y voluntaria.

Ante esto es necesario afirmar primero, que eso que se ha convenido denominar “teletrabajo”, no es nuevo (como podemos observar en la historia introductoria). Forma parte de los mecanismos que se viene utilizando en los países en desarrollo como una forma de flexibilización de las relaciones laborales (y los derechos) y que en escenario de la pandemia del Covid-19 se mercadea a la clase trabajadora global como una opción de prestigio laboral.

Recordemos lo que ahora se denomina la economía gig, economía bajo demanda o economía compartida, de la cual participan un creciente número de trabajadores y trabajadoras y en el cual se labora en un ambiente de flexibilización aguda de los derechos laborales. Un reportaje sobre este asunto (Fedyushin, 2019) indica:   “Así, en la lista de las 500 compañías más ricas del mundo se encuentran cada vez más empresas que explotan el trabajo de ‘empleados independientes’, según consta en un estudio publicado por Morgan Stanley. Uno de cada cuatro trabajadores estadounidenses participa en la economía ‘gig’, y para un 10,1 % de ellos, es su principal fuente de ganancias, calcula el proyecto científico colaborativo ‘Gig Economy Data Hub’.”

De segundo esta característica de la relación de trabajo, como cualquier otro cambio sí que presenta problemas y estos pueden ser nocivos para los trabajadores y las trabajadoras. El hecho de no visibilizar los problemas, no los elimina, al contario pospone las medidas para implementar soluciones.

Las palabras Byung-Chul Han se validan una vez más en cuanto al teletrabajo: “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando” (Geli, 2018).

El “teletrabajo” como mecanismo de externalización de costos

Carlos Martínez García, nos cuenta en un artículo titulado “De la destrucción del trabajo, el teletrabajo y el paro masivo” lo siguiente:

“Decía un compañero de trabajo mío, mucho mayor que yo en la combativa metalurgia de los años setenta que la ambición del patrono no solo era que el obrero trabajara, sino que pusiera su herramienta, o sea, descubría el teletrabajo impuesto de forma masiva gracias al coronavirus y al que tantas loas se le hacen. Es ya el culmen del sueño del patrono y de la explotación; la trabajadora o trabajador ponen su herramienta y no solo, sino que transforman su comedor en centro de trabajo y de paso las mujeres concilian de gratis para las empresas, ponen todas y todos su propio ordenador o portátil, pagan el recibo de internet, pagan la luz, ponen su móvil y pagan su tarifa a la compañía de telefonía y encima trabajan más horas. Incluso hay tipos que se llaman progresistas y están contentos.”

Trabajar en un lugar diferente a la empresa es, implícitamente, una forma de externalización de costos. La empresa puede proveer parte de los medios para realizar las actividades para la cual se contrata al trabajador o la trabajadora, el restante forma parte del patrimonio del trabajador o la trabajadora, tal como lo expone de manera desencarnada el sabio y viejo amigo de Martínez García.

Ante este hecho, recientemente la Unión General de Trabajadores en España, exige un debate sobre el punto y demanda que “la empresa alquile el espacio utilizado por los trabajadores y que le pague una tarifa fija mensual o prorrateada en función del espacio por uso, conexión, energía, calefacción, limpieza y otros costos de mantenimiento.” (Nuevatribuna.es, 2020). Ahora, me pregunto ¿esto es suficiente?, ¿qué medidas son necesarias realmente?, ¿se soluciona monetizando los medios que pone a disposición el trabajador o la trabajadora?

La organización del trabajo y el tiempo de descanso (y la privacidad)

En las relaciones de trabajo clásicas hay una clara diferencia entre tiempo productivo y el tiempo reproductivo, dado que la localidad donde ambos se desarrollan, está claramente diferenciada. Con la modalidad del “teletrabajo” esta frontera se vuelve difusa, pues al desarrollarse la actividad laboral, en un mismo lugar, preferentemente en el hogar; surge la pregunta: ¿Dónde termina uno y comienza el otro?.

En tiempo laborable, dicho en términos clásicos, se expresa en el horario, que es una característica de la organización del trabajo y que en esta modalidad no está clara, como si otras, como que la dirección de la empresa tiene precisadas y prescribe las metas, tareas, y parámetros de cumplimiento.

Asociado a esta difusa frontera, encontramos un aspecto clave: la disponibilidad de trabajador y los parámetros de desconexión con el momento productivo. En ese sentido conviene apuntar que la ubicuidad, es decir la posibilidad de que las tareas se puedan hacer en cualquier lugar, y la hiperconectividad, colocan en situación de vulnerabilidad al trabajador o trabajadora, ya que puede ser contactado por la dirección de la empresa en cualquier momento para que labore.

Carolina Martínez Elebi expone que “Según un informe de Randstad Workmonitor del último trimestre de 2019, el 49% de los argentinos aseguraba que su empleador le pedía estar disponible durante las vacaciones y el 59%, que también recibía pedidos para responder consultas fuera de horario laboral” y agrega: “Ahora, con los trabajadores en sus casas, esa tendencia previa ha sufrido una brusca aceleración. Los mensajes y tiempos laborales se salieron de control, e irrumpen en la cena familiar o en la tarde del domingo, en medio del descanso, y se tornan inseparables el trabajo de la vida familiar.” (Martínez, 2020).

Sobre este aspecto es incipiente el desarrollo de legislaciones y siguiendo a Martínez Elebi, solo Francia tiene hasta ahora una legislación que aborde el asunto y en Argentina ya se comienza a deliberar en el parlamento, en tal sentido un legislador afirma: “Uno ve, a medida que las cosas van mutando, que el trabajador y la trabajadora necesitan protección. Para eso necesitamos una regulación. En el proyecto, planteamos que el trabajador tiene el derecho a la desconexión digital fuera de su jornada de trabajo y durante las licencias, sin que ello signifique una sanción y sin que se premie a quien no haga uso de ese derecho” (Citado por Martínez Elebi).

Abordar este asunto es clave, pues en cualquier escenario debemos asegurar el disfrute el tiempo libre o de descanso por parte del trabajador o la trabajadora y más allá de eso: el disfrute pleno de la vida.

Finalmente un aspecto que me parece importante incorporar y que puede estar asociado a lo abordado en este punto, es la intimidad o la privacidad del trabajador o trabajadora. Estamos claros que vivimos en un mundo donde esas dos palabras tienen escaso valor para las corporaciones que nos proporcionan “servicios gratuitos”, pero ahora ¿cómo se comporta al desarrollarse la vida laboral y personal preferentemente en un solo lugar? Y lo complejizo más, ¿cuáles son las previsiones necesarias,  para controlar los medios que proporciona el empleador o empleadora para laborar en nuestro hogar? ¿Cómo evitar que sean un caballo de Troya?

La salud y la seguridad en el “teletrabajo”

Es inevitable interpelarnos de entrada en este aspecto. ¿Cómo el patrono controla los procesos peligrosos a los que está expuesto un trabajador o trabajadora en su casa? Ya es complejo controlar los procesos peligrosos en una entidad de trabajo, que tiene una realidad dinámica. ¿Cuánto más complejo es identificar y controlar los procesos peligrosos que surgen de cada hogar de cada trabajador?

En la realidad, tendríamos que en vez de una entidad de trabajo donde laboran cincuenta trabajadores o trabajadoras, se pasaría a cincuenta hogares donde se trabaja. ¿Qué mecanismos se implementan para asegurar ambientes seguros y saludables?

Me causa inquietud, por ejemplo, como se garantizan las condiciones seguras y saludables, en cuanto a la ergonomía de los medios que debe utilizar el trabajador o la trabajadora, los “puestos de trabajo” y los ambientes en los que estos se ubican en el hogar. Me vuelve a la mente otra vez la frase “externalización de costos”.  Además de considerar aspectos físicos, hay realidades desde el ámbito psicosocial a considerar y por ello considero pertinente sumar lo que Gloria Poyatos Matas expone en una nota titulada “Teletrabajo y violencia de género: el «nuevo» riesgo laboral que trajo el COVID-19”, es decir, su preocupación por lo que puede significar esta modalidad para las trabajadoras, solo por el hecho de ser mujer y estar en un sociedad organizada bajo un enfoque patriarcal (Matas, 2020).

En el caso venezolano la Constitución Nacional establece: “Todo patrono o patrona garantizará a sus trabajadores o trabajadoras condiciones de seguridad, higiene y ambiente de trabajo adecuados” (Artículo 87). ¿Cómo se operacionaliza esta responsabilidad? En una perspectiva global   en necesario interrogarse: ¿Cómo se aplican las obligaciones de salud y seguridad laboral expuestas en las distintas legislaciones nacionales?

Y en caso de ocurrencia de accidentes o enfermedades a los trabajadores y trabajadoras, por estar expuestos a condiciones inseguras e insalubres ¿Cómo determinar que efectivamente son accidente de trabajo o una enfermedad ocupacional?

Todo un terreno donde no hay que perder tiempo

Organizaciones laborales, negociaciones colectivas y legislaciones claras antes de avanzar en el “teletrabajo”

El “teletrabajo” como escenario de labor, supone nuevas exigencias para las organizaciones de los trabajadoras y trabajadoras, en particular a nuestros sindicatos. Una clave es operar en contextos de atomización laboral, contrario a lo que siempre fue, la concentración de la masa trabajadora en el mismo lugar. En Europa los trabajadores y trabajadoras vinculados a la economía gig han avanzado en organización y movilización, de tal manera que han logrado el reconocimiento de la relación laboral, en vez de la comercial que promueven las empresas (Fedyushin, 2019).

Se requiere que nuestras organizaciones sindicales existentes logren vincularse con las organizaciones que surgen en estas realidades laborales y que también reconozcan cuál es su papel en estos nuevos espacios para sumar afiliaciones y representar efectivamente los intereses de los agremiados. Evitar quedarse en la acera, siendo espectador de un mundo laboral que cambia.

Para nuestras organizaciones sindicales una tarea fundamental es promover las regulaciones necesarias para abordar los cambios en las relaciones de trabajo, en particular de las que surgen por el “Teletrabajo«.  Estas regulaciones se pueden dar en el plano de las convenciones colectivas de una empresa o sector en particular o en el plano de las legislaciones nacionales, como mecanismos efectivos que permita asegurar el respeto de los derechos laborales. Asimismo promover las deliberaciones en los organismos multilaterales especializados, como la Organización Internacional de Trabajo para generar una legislación base que aborde esta realidad laboral. Todo este desafío debe darse con la participación efectiva de los trabajadores y las trabajadoras que viven estas nuevas realidades.

Cierro recordando a Bauman y su planteamiento sobre la erosión de las certidumbres que la modernidad nos proporcionó, pero la lógica del capital sigue intacta y digamos que afinada, por ello no podemos claudicar y ni renunciar a las conquistas laborales históricas. Son otros tiempos, pero nuestra lucha organizada sigue siendo nuestra herramienta fundamental como clase trabajadora.

Bibliografía

Fedyushin, V. (26 de Abril de 2019). Multado por haber muerto trabajando: ¿Qué es la economía ‘gig’ y cómo explota a los empleados? Obtenido de Rusia Today: https://actualidad.rt.com/actualidad/312978-muerte-multa-trabajadores-plataformas-digitales

Garcia, C. M. (14 de Mayo de 2020). De la destrucción del trabajo, el teletrabajo y el paro masivo. Obtenido de Nueva Tribuna: https://www.nuevatribuna.es/opinion/carlos-martinez-garcia/destruccion-trabajo-teletrabajo-paro-masivo/20200514214414174858.html

Geli, C. (18 de febrero de 2018). “Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”. Obtenido de El Pais: https://elpais.com/cultura/2018/02/07/actualidad/1517989873_086219.html

Martínez, C. (30 de Mayo de 2020). El teletrabajo apura el debate por el derecho a la desconexión. Obtenido de Agencia Latinoamericana de Información: https://www.alainet.org/es/articulo/206891

Matas, G. P. (30 de Mayo de 2020). Teletrabajo y violencia de género: el «nuevo» riesgo laboral que trajo el COVID-19. Obtenido de Huffintong Post: https://www.huffingtonpost.es/entry/teletrabajo-y-violencia-de-genero-el-nuevo-riesgo-laboral-que-trajo-el-covid-19_es_5ed03d15c5b6f1a49994edd8

Mexi, M. (Abril de 2020). El trabajo después del coronavirus. Obtenido de Nueva Sociedad: https://nuso.org/articulo/digitalizacion-trabajo-coronavirus-futuro-capitalismo/

Nuevatribuna.es. (08 de Junio de 2020). ¿Quién asume los gastos derivados del teletrabajo? UGT reclama que se regule por convenio. Obtenido de Nueva Tribuna.

 Fuente: https://rebelion.org/teletrabajo-otra-puerta-al-trabajo-precario/

 

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España: Paraíso de la desigualdad social

España/22 de Enero de 2018/El Periódico

Uno: el 28% de la población de España está en riesgo de pobreza, tasa solo superada en la UE por Bulgaria, Rumanía, Grecia, Lituania, Croacia y Letonia. Dos: tanto la OCDE como la Comisión Europea alertan de la escasez y la ineficacia de las políticas españolas para proteger a los más vulnerables, no digamos ya para redistribuir la riqueza. El resultado es una sociedad muy desigual, y creciendo. EL PERIÓDICO analiza los efectos de la desigualdad en la educación, la salud y la vivienda.

Carne de cañón desde el inicio de la vida

El poder de un abrazo es balsámico, reconfortante, mágico. Y si quien recibe ese abrazo es un niño pequeño poco acostumbrado a las muestras de afecto -porque sus padres tienen prioridades más urgentes (el trabajo precario, el dinero para pagar las facturas básicas, la hipoteca, la comida)-, los efectos se multiplican. Esta es la razón por la que las maestras de las escuelas situadas en las barriadas más castigadas por la crisis son tan dadas a abrazar a sus alumnos. Cuando un niño se siente querido, explican las docentes, crece en autoestima, gana en motivación y su aprendizaje mejora.

La primera infancia, el periodo que va entre los cero y los seis años (la llamada etapa 0-6), «es clave, porque es cuando se adquiere el mayor número de conocimientos y habilidades, cuando se conforman las estructuras neuronales de una persona», reflexiona el sociólogo Jordi Collet, profesor en la Universitat de Vic (UVic-UCC), especialista en educación.

El problema, prosigue Collet, es cuando un niño crece en un entorno vulnerable. «¿Qué familia puede estar pendiente de los abrazos que le da a su hijo cuando sabe que, por ejemplo, le van a desahuciar y echar de casa en un plazo breve?», cuestiona el profesor de la UVic. En los últimos años, no es extraño encontrarse, en esas guarderías de alta complejidad socioeconómica, con pequeños con retrasos motrices y del lenguaje, que presentan problemas de infraestimulación y que, por tanto, empiezan con desventaja su recorrido por la vida.

La esuela infantil Quatre Torres, en el barrio barcelonés del Bon Pastor. / ELISENDA PONS

Que un chaval deje los estudios sin terminar, o que prefiera quedarse con el título básico pelado (el abandono temprano), no es algo que ocurra de un día para otro. «En un hogar con un déficit de capital económico muchas veces habrá también déficit de capital educativo o cultural. Son hogares con padres menos capaces de estimular las capacidades de los niños en edades tempranas, de reconocer los talentos de los niños y cultivarlos», asegura Pau Marí-Klose, profesor de Sociología de la Universidad de Zaragoza en una entrevista publicada esta semana en ‘El diario de la educación’. «Cuando los niños desfavorecidos llegan a la educación obligatoria -agrega-, lo hacen con desventajas que les impiden progresar en la misma medida que sus compañeros«.

Y se convierten en carne de cañón para el fracaso escolar. «A los 15 años, en España ha repetido un 53% de los estudiantes del segmento más desfavorecido de la población, mientras que solo lo ha hecho un 8% de los hijos de familias acomodadas», afirma Marí-Klose. El porcentaje de alumnos en riesgo de fracaso escolar, aseguran analistas del Informe PISA, es casi seis veces superior entre los chicos con nivel socioeconómico bajo que entre los estudiantes pertenecientes a familias ricas.

Eso significa, según puso de manifiesto recientemente un estudio de la fundación Jaume Bofill, «que el sistema educativo en España no logra neutralizar las diferencias sociales durante el proceso educativo y distribuir los resultados con independencia del origen familiar».

Ante esta constatación, algunas guarderías de Barcelona han puesto en marcha programas de choque para atajar las desigualdades entre alumnos desde el minuto cero de vida. El plan consiste no solo en mejorar las condiciones de aprendizaje de sus alumnos, sino también en dar herramientas a los progenitores. «No se trata de decirles cómo han de criar a sus hijos, sino de acompañarles, de compartir con ellos experiencias», explica Janet Nolla, directora de la escuela infantil Quatre Torres, en el barrio del Bon Pastor de la capital catalana e impulsora del programa Compartiendo Conocimientos.

«El trabajo con las familias y con la comunidad es fundamental para reducir las desigualdades de salida», subraya Emília Andreu, gerente del Instituto Municipal de Educación de Barcelona. En pocos años, gracias en buena medida a ese programa, el Quatre Torres ha pasado de ser un centro que las familias escogían en segunda o tercera opción a tener listas de espera de alumnos.

Hay varios puntos críticos, a lo largo de la trayectoria escolar de un alumno, en los que las desigualdades pueden ampliarse (o no), avisa Jordi Collet. «El primero de ellos, son las transiciones, el paso, por ejemplo, de la escuela infantil a la de primaria o el de primaria a la ESO, que es donde se pierde a los más débiles, y el otro, las actividades extraescolares, que según el modelo actual solo realizan quienes pueden pagarlas», lamenta.

El altísimo coste en la salud de la pobreza

El factor socioeconómico pasa factura médica. Las personas con menos ingresos acuden cuatro veces más al médico de cabecera, presentan más riesgo de ciertas enfermedades, desde mentales a cardiovasculares o tienen mayor tasa de suicidio. Incluso acortan su esperanza de vida. Una desigualdad en salud que existe desde siempre pero que ha visto ahondada la brecha desde la crisis económica, y que se ha convertido, según algunos científicos, en la principal «enfermedad» del siglo XXI.

Los médicos Antonio Hernández, Cristina Ramírez y Antonio Ayala, en el centro de salud Las Albarizas, en Marbella. / JESÚS DOMÍNGUEZ

En el caso de España, no se trata de desigualdad en el acceso a la salud, sino más bien que «los problemas sociales se derivan a problemas médicos», explica Ildefonso Hernández, miembro de la Sociedad Española de Salud Pública (Sespas)A menos ingresos se corresponde peor calidad de vida: alimentación más deficitaria, sedentarismo, dificultad para acceder a determinados tratamientos (especialmente dentistas o fisioterapeutas), y sobre todo problemas de depresión y ansiedad.

La salud mental fue la primera en evidenciar los efectos de la crisis, destaca Hernández. Y es que muchas veces, tras un dolor muscular o un ataque de ansiedad subyace un problema familiar o de inseguridad laboral «que no se soluciona solo con pastillas». De ahí que reclame una atención más integral, como recoge la Estrategia Nacional de Equidad en la Salud, presentada por el Ministerio de Sanidad en el2008 pero paralizada, asegura, tras la llegada del gobierno del PP.

Las personas con menos ingresos acuden seis veces al año al médico de cabecera, mientras que aquellos con más recursos lo hacen solo dos, según un informe del Centro de Estudios Andaluces del 2017. También influye en la percepción de la enfermedad: uno de cada tres andaluces con menos ingresos reporta mala salud, cifra que no llega a uno de cada 10 entre aquellos con ingresos más altos. Se nota incluso en la sensación de tristeza que afecta al 18,8 por ciento de los más desfavorecidos y solo al 1,4 por ciento de los pudientes.

En el centro de salud de Las Albarizas, en Marbella, tienen claro que a menos recursos, más frecuencia de visitas. «Es el acceso más cercano que tienen» justifican al unísono Cristina Ramírez, epidemióloga del Distrito Sanitario Costa del Sol y Antonio Hernández, médico de atención primaria, su principal red de apoyo, dado que además hay una atención social que enlaza con programas de ayudas.

Este médico atribuye también esa frecuentación a una menor cultura sanitaria, muy vinculada al nivel educativo. Les cuesta concebir que la forma de vida sea causa de sus enfermedades. «No tienen conciencia de que zamparse dos bolsas de patatas fritas sentados en un sofá, sin actividad física alguna, condiciona su salud». Los efectos, señala, son claros. La población con menos recursos se medica más, y es más propensa a dolencias cardiovasculares porque se cuida menos. En contraste, durante los años más duros de la crisis, se pedían menos bajas médicas, «existía un cierto miedo al despido» que ahora se ha relajado un poco.

En su experiencia, más que prevalencias de ciertas dolencias, se trata más bien de «más dificultad de control». La pobreza también está relacionada con una reducción de la esperanza de vida de más de dos años entre los 40 y los 85 años, una cifra mayor que por el consumo de alcohol, la obesidad o la hipertensión. Los estudios señalan que vivir en un barrio u otro puede suponer recorte de entre 3 y 8 años en la esperanza de vida.

La ecuación diabólica de la vivienda

Una ecuación diabólica que resume por qué el acceso a la vivienda se está convirtiendo en uno de los factores clave del aumento de la desigualdad social en España. Mientras los salarios de la gran mayoría permanecen estancados tras años de caída libre, el precio de la vivienda, sobre todo la de alquiler, se dispara, generando una nueva burbuja. El año pasado creció un 18%, según el portal Idealista, y ya supera las cifras anteriores a la burbuja inmobiliaria precrisis.

«Los costes de acceso a la vivienda son proporcionalmente mucho más elevados en las familias de rentas más bajas, que se ven obligadas a destinar una mayor parte de sus ingresos a la adquisión o alquiler de un piso, lo que profundiza aún más la desigualdad social», resume Carme Trilla, presidenta de la entidad social Habitat3.

Eurostat proporcionaba el pasado junio una comparación reveladora. España es uno de los cuatro países de la UE, junto a Rumanía, Estonia y Grecia, donde se supera el llamado índice de sobreesfuerzo 40/40 para los inquilinos. El 43,3% de los arrendatarios españoles destinan más del 40% de sus ingresos a pagar el alquiler, cuando la media europea es del 27% y en países como Francia y Alemania es tan solo del 14,9% y del 22,8% respectivamente. «Y en ambos países los gobiernos están preocupados porque creen que el porcentaje es alto», apunta Trilla.

Una de las consecuencias de esta situación es que el número de deshaucios de inquilinos sigue aumentando y supera ya el 60% del total de lanzamientos. Durante el tercer trimestre del 2017 se produjeron 6.969 en toda España, muy por encima de los 4.063 ejecutados sobre viviendas de propiedad, según los últimos datos públicados por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ).

María Ángeles Oeo, en Madrid. / JOSÉ LUIS ROCA

Tras la frialdad de las cifras se esconden dramas humanos como el de María Ángeles Oeo, a quien el pasado lunes el ‘fondo buitre’ Blackstone echó a la calle pese a tener a su cuidado a dos hijos, el mayor de los cuales, de 16 años, sufre una minusvalía del 40%. María Ángeles vivía en el barrio madrileño de Vallecas en una de las 1.800 viviendas sociales que la anterior alcaldesa vendió a los inversores estadounidenses, pero desde el lunes está realojada provisionalemnte en un hostal por los servicios sociales del ayuntamiento.

«Vinieron 11 furgonetas de los antidisturbios para dejasolojar a una madre y sus dos hijos. Vergüenza les tendría que dar», lamenta María Ángeles, que ve el futuro muy negro. «En dos meses se me acaba la renta mínima de inserción, los 430 euros que daban para ir sobreviviendo, y no se cómo acabará todo», se queja. Ahora pasa los días en el hospital Doce de Octubre porque el padre de sus hijos, con el que ya no convive pero mantiene buena relación, ha sufrido un infarto «a consecuencia de toda la movida».

También las clases medias están afectadas por la burbuja del alquiler. La dificultad cada vez mayor de acceder a la vivienda por parte de la clase media es descrita con precisión por la periodista Anna Minton en un libro aparecido el pasado julio, ‘Gran Capital: para quién es Londres’. Minton explica cómo «multimillonarios de todo el mundo adquirieron mansiones en los barrios más adinerados, obligando a los millonarios, ante el aumento de precio, a mudarse a las zonas de clase alta. Esta se desplazó hacia los espacios de la clase media alta, y así sucesivamente. El resultado fue que los precios subieron en todas partes, y de forma sustancial. Todos acabaron pagando más por pisos peores y peor situados. Y todo al mismo tiempo en que el número de viviendas protegidas decaía». ¿Les suena?

En España el orígen del fenómeno se sitúa en el desembarco de grupos inversores al calor de la alta rentabilidad que garantiza la compra en las zonas más cotizadas que luego destinarán a residencias de lujo, oficinas de alto estánding o apartamentos para turistas.

«Con la crisis se cortó en seco la promoción de viviendas públicas y asequibles y ahora cuesta mucho volver a ponerla en marcha. Nunca debió cortarse», explica Trilla.

España es uno de los países de la UE con el porcentaje de vivienda social más bajo: un 1,1% frente al 32% de Holanda; el 23% de Austria; el 18% del Reino Unido o el 17% de Francia, según el informe de Amnistía Internacional ‘España: la vivienda, un derecho hipotecado’.

«A diferencia de otros países europeos, no existe una ley estatal de vivienda que desarrolle el derecho a la vivienda recogido en la Constitución y ponga las medidas para que este sea reconocido de verdad», razona el abogado Javier Rubio, que lleva muchos casos como el de María Ángeles Oeo y denuncia que solo existen leyes parciales como la hipotecaria, «pensada para los bancos», o la ley de arrendamientos urbanos que «da todas las facilidades al propietario y agiliza los procesos de deshaucio».

Vidas a media luz

En la casa que habita Sandra C. en una localidad del Baix Penedès, en Catalunya, la vulnerabilidad es un inquilino más. La desigualdad tiene todas sus aristas: la económica, la laboral y la emocional. Hubo un día que en su hogar entraban 2.000 euros mensuales, pero de la noche a la mañana todo dio un giro y la vida familiar se desgajó. Perdió el piso, se quedó sin trabajo, su pareja se esfumó y ella se quedó con dos niños. «Nunca imaginé que eso me podía pasar a mí, pero tenía claro que no quería perder mi dignidad ni mis derechos».

Sandra es uno de los rostros de la pobreza energética, pero como ella hay otros 5,1 millones de españoles, según los últimos datos de la Asociación de Ciencias Ambientales (ACA). En total, el 11% de los hogares. La pobreza energética es una realidad con numerosos ejemplos. «Tengo la mitad de la casa sin luz. He quitado las bombillas», afirma Sandra. En el resto de la casa toca apretarse el cinturón. Cocina con la luz que proporciona del extractor de humos, en el baño ha eliminado una de las dos bombillas que tenía y en el comedor la luz eléctrica solo se enciende cuando no hay otro remedio. Y añade. «Cenamos sin luz. La televisión nos ilumina y tenemos la suerte de tener una farola en la calle que proporciona claridad al comedor». Esa es su vida a media luz.

A Sandra le trae de cabeza la deuda de 2.300 euros que tiene con Endesa: «La tengo atravesada. ¡Yo que nunca había debido nada a nadie!» Pero a la vez tiene claro que «las compañías tienen que hacerse responsables de la situación de las familias vulnerables». Este problema afecta, según ACA, al 8% de los españoles. Más de 4 millones de personas se retrasan en el pago de las facturas domésticas. Sandra, que es una madre monoparental, sentencia que «vivir indignamente cuando quieres vivir dignamente es triste y duro».

Alba S., sabe lo que es vivir sin luz en pleno siglo XXI, se la han cortado dos veces, la última estuvo cinco días a oscuras. Fue una jornada fatídica: tenía orden de desahucio que impidieron los vecinos. La alegría duró poco porque en cuestión de horas la compañía le cortó la luz. Esta madre, también monoparental y con tres pequeños a su cargo de 10, 7 y 2 años, cuenta sus vivencias en esos días sin luz. «Me pasaba el día en la calle. Guisaba con la linterna del móvil que cargaba en casa de una amiga y menos mal que la cocina es de gas», recuerda. La solidaridad vecinal le permitió recuperar la luz en su vivienda ocupada y lo único que pretende es que las eléctricas le hagan un contrato para pagar el suministro.

Sin embargo, como recuerda María Campuzano, portavoz de la Alianza contra la Pobreza Energética (APE), las empresas no quieren reconocer el fenómeno de la ocupación y para poner un contador exigen «un justo título» o, lo que es lo mismo, contrato de alquiler o la escritura de propiedad. Campuzano pide, al menos, que el contador se coloque mientras la Administración realoja a esas familias o les proporciona un alquiler social. Las compañías de agua ya aplican esta fórmula.

Cecilia, en su vivienda en Nou Barris, en Barcelona. / CARLOS MONTAÑÉS

R.Z., de 56 años y con una invalidez del 53% ha sufrido ataques de ansiedad por el temor a quedarse sin luz. Tiene un expediente de exclusión residencial de los servicios sociales. «Quiero pagar mis facturas y que no me corten la luz cuando ellos quieran», aclara.

Cecilia C., vecina de Nou Barris, en Barcelona, adeuda 1.500 euros a Gas Natural que no puede abonar aunque quiera porque cobra un subsidio de 420 euros y el alquiler le absorbe la prestación. «Necesito comer», exclama. Las cifras son elocuentes. El 15% de los hogares españoles destinan más del 10% de los ingresos anuales a pagar suministros.

Fuente: http://www.elperiodico.com/es/sociedad/20180120/espana-paraiso-de-la-desigualdad-social-6564891

 

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