Jorge Larrosa: “Uno de los enemigos de la escuela es el narcicismo”

Revista SabERES

De visita en nuestra ciudad, el pedagogo y filósofo español Jorge Larrosa dio una charla, invitado por el ISEP, acerca de las condiciones en las que se desarrolla el oficio de enseñar, en momentos en que la escuela está perdiendo su autoridad simbólica. El amor por el conocimiento, la fe en los alumnos, la crítica a algunos términos usados comúnmente en el campo educativo, la diferencia entre motivación e interés y cómo lograr la atención de los estudiantes, algunos de los temas abordados en esta entrevista.

“Aprender un oficio es aprender, también, su lenguaje propio. Y el lenguaje del profesor ha sido colonizado por el de la psicología cognitiva, con su componente individual y el de la economía, con su necesidad de rentabilidad”, afirma el autor de numerosos libros publicados en España, Argentina, Colombia, México, Venezuela, Francia y Brasil (el último, que presentó en nuestra provincia, es P de profesor). “El problema no son las palabras, sino la ideología que traen con ellas”, explica Jorge Larrosa, titular de la cátedra de Filosofía de la Educación en la Universidad de Barcelona, para quien algunos términos del léxico educativo están contaminados por otros campos.

En su paso por Córdoba para participar del encuentro La escuela en el siglo XXI. La formación docente en los debates contemporáneos, invitado por la especialización en Educación y Medios Digitales que dicta el Instituto Superior de Estudios Pedagógicos (ISEP) de la cartera educativa provincial, Larrosa brindó una entrevista en la que abordó el rol de los educadores y la escuela, en una época signada por el individualismo y el hedonismo y lanzó críticas al pensamiento ideológico que hay detrás de algunas palabras cuyo uso se ha extendido en la educación y propone: “Hay que cuidar la lengua con la que se piensa la educación; hacerla menos automática y más consciente”.

—¿La colonización del lenguaje cómo ha afectado el rol de los docentes?

—Asistimos a la redefinición de la función del profesor, que ya no es enseñar y transmitir un contenido; sino propiciar, facilitar y organizar el conocimiento. ¡Pero mi oficio no consiste en producir aprendizajes! El aprendizaje se puede hacer en cualquier lado: en la calle, en el trabajo, en una banda de delincuentes. ¡A la escuela se va a estudiar! La gente está sometida a una especie de extraño chantaje, “el chantaje del futuro ­inevitable”: “Los tiempos han cambiado y hay que adaptarse”. Ahí está claro lo que tiene que ser destruido, pero para dónde vamos, nadie te lo dice. Y entonces uno tiene la sensación de que eso es una estrategia pura y simple de arrasamiento.

“Hay una cierta sensación de intemperie, de que la escuela hoy en día ya no es la gran institución educativa, las pantallas son mucho más poderosas y entonces la escuela va cada vez más a contracorriente, ¿no?”

—Resistir es el camino…

—Este 2019 sale un libro que se llama Esperando no se sabe qué, sobre el oficio del profesor. El título tiene que ver con la novela de Marguerite Duras Un dique contra el Pacífico, donde la protagonista es una señora muy voluntariosa que consigue la concesión de un lote de tierra que se inunda periódicamente por las mareas. Entonces decide emprender una empresa loca, que es la de construir un dique. Lo consigue con la complicidad de los campesinos de los alrededores, planta el arroz y cuando empieza a verdear, sube la marea y arrasa con todo: los diques no eran lo bastante sólidos porque los cangrejos habían roído la madera. Me parece que esa idea tiene que ver con la de la defensa de la escuela que establecemos aquí. O sea, uno trata de construir diques para que el tsunami no lo arrase todo. Pero no hay nada que hacer. El título del libro viene de un diálogo precioso en el que los dos hijos están contando a alguien lo que pasó y en algún momento la chica dice que esto era una empresa loca, todo se vino abajo: “Y aquí estamos como idiotas esperando no se sabe qué…”

—¿La escuela es ese muro que separa un tiempo y un espacio distinto del tiempo y el espacio productivo?

—Sí, y esos muros son periódicamente derribados. Yo ahí digo que el libro está dedicado a todos los maestros y maestras de escuelas públicas que contra viento y marea edifican diques —que se van a derribar— con la idea de que el suelo sobre el que crecen los niños y los jóvenes no sea del todo tóxico. Hay algo de cultivable en ese suelo. Yo creo que lo del futuro inevitable tiene un poco que ver con eso: la marea sube, los tiempos están cambiando…

—Y en este marco ¿cuál es el lugar que le queda a los docentes…?

—En las conversaciones de estos días, yo pude percibir una actitud como militante, muy activista de que hay que seguir defendiendo la escuela pública y a los chicos contra viento y marea. Pero al mismo tiempo también, una cierta sensación de intemperie, de que la escuela hoy en día ya no es la gran institución educativa, las pantallas son mucho más poderosas y entonces la escuela va cada vez más a contracorriente, ¿no? Y frente a eso hay que seguir haciendo lo que hace que una escuela sea la escuela, cuando separa un tiempo, da tiempo libre a los chicos, comparte algo del mundo…

—¿Cómo se lleva esta idea de la escuela como un lugar diferente del afuera  —de la sociedad y la familia— con la postura de que los conocimientos tienen que ser significativos, que hay que partir de los intereses de los chicos y de lo que ellos saben para luego complejizarlo?

—La idea que nosotros estamos sosteniendo —que al atravesar la puerta de la escuela, los chicos  y los profesores dejan afuera algunas cosas— tiene que ver no tanto con que las historias y las experiencias de los chicos no entren —que naturalmente lo hacen—, sino con cómo la escuela convierte eso en punto de partida para un ejercicio justamente de separación, de desfamiliarización. Aquí cuentan otras cosas, la conversación es distinta, la atención es hacia otras cosas. Y, desde luego, el protagonista es el estudio, no el alumno.

—Y eso no siempre ocurre…

—Te voy a contar una historia. Hace un par de semanas estaba en la piscina, en donde vivo y coincidí con un cursillo de natación para niños. No exagero: había siete niños en la pileta, tres monitores y 32 adultos: estarían los abuelos, las tías, los hermanos mayores, etc., armados de cámara digital… Y cada tontería era filmada, celebrada, fotografiada y registrada. Entonces, la sociedad toda, sus padres, pero también la televisión, el centro comercial, les están diciendo a esos chicos, constantemente: “Lo más importante que hay en el mundo eres tú, tú eres el protagonista”.

—El golpe que se van a dar a los dos segundos…

—Además del tortazo que se van a dar —porque lo más importante no es uno—; el día que estos chicos lleguen —si llegan— a la universidad y a mis clases, les va a ser difícil entender que el profesor ahí diga: “Mira chico, lo más importante es lo que estamos trabajando; estamos leyendo a Paulo Freire o viendo una película de Buñuel. Lo más importante no eres tú, sino la materia de estudio”. No me van a entender, si llevan toda la vida donde todo el mundo les dice: “Lo más importante eres tú”. Esa construcción que es la que, en definitiva, hace el shopping —el niño cliente que dicen ahora— de que está ahí para ti, para satisfacer tus sueños, tus necesidades, que te pregunta constantemente qué te gusta, qué quieres… Y la escuela no puede hacer eso; sí tiene que hablar con los chicos. Hay una manera de mirarlos que no es la del shopping o la de esos papás celebrando cualquier tontería.

“Todo buen profesor solo puede salir de su casa, ir caminando hacia la escuela con la idea de que todos los chicos pueden aprender, sea o no verdad”.

—Y ¿cómo hace para disputar la atención de niños y jóvenes acostumbrados al estímulo constante de pantallas, de padres, de todos? 

—Como siempre: intentándolo una y otra vez; cada uno sabrá. Yo te puedo decir cómo lo hago yo: fracasando la mitad de los días y tratando de inventar otras cosas, el año que viene, para no fracasar como el año pasado. A través de una serie de procedimientos que fuerzan la atención: traer el texto leído, subrayado y anotado. “Fíjate más, no te vayas tan rápido”; “Léelo otra vez, no pases inmediatamente a lo que tú piensas, subraya las palabras principales”, la escuela siempre ha inventado procedimientos de atención y de lentificación: “Vuélvelo a hacer, esto no está bien, presta atención a esto o aquello”. ¿Que eso es pesado o antipático? Sí, pero qué le vamos a hacer.

—Ahí hay dos bibliotecas entre los que piensan que la escuela debe ser interesante o los que dicen que no importa si uno va a aburrirse porque la vida también es esfuerzo…

—Jan Masschelein distingue entre motivación e interés. Dice que la ideología de la motivación es en definitiva la del shopping, la del profesor facilitador, motivador, guay, alegre, el de “qué divertido, qué bien nos lo hemos pasado”. Y la escuela no tiene que ver con motivar, sino con crear interés. Motivación es una palabra de psicólogo y de esta época; interés es una palabra muy antigua, casi tan antigua como la escuela misma. Lo cual repito, ¿eh?, no quiere decir que la escuela tenga que ser áspera…

—Y ¿cómo se crea interés?

—Como toda la vida. Primero, solo puede crear interés aquel que está interesado… Cuando sales a caminar por las Sierras de Córdoba, con alguien que conoce, que le gusta, que ama hacerlo, que te va enseñando cada cantito de pájaro, cada hoja. “Fíjate qué bonito, fíjate aquellos colores”, pues así se despierta el interés. El amor se contagia, no se transmite.

—¿En qué momento algunos docentes perdieron el interés?

—Yo tengo la sensación de que los padres de los chicos de ahora y la mayoría de sus docentes ya han nacido en Disneylandia. Mi hermana, que es profesora de instituto, dice: “Yo la brecha generacional no la encuentro con los adolescentes, sino con sus papás”. Ya han nacido en Disneylandia, ya están en la pantalla, en el shopping, en “tú eres el protagonista” y todo eso. La escuela intenta contra viento y marea que los chicos se interesen por algo que no sea su propio ombligo; pero si el papá y el docente están interesados fundamentalmente en su propio ombligo, pues qué van a transmitir. Mis alumnos, igual; en la facultad a los jóvenes profesores es eso lo que más les encanta: ponerse todos a sentir, a compartir experiencias…, y ya están todos en el ombligo, encantados de haberse conocido a sí mismos. Uno de los enemigos de la escuela es el narcisismo: el tú eres el protagonista pero yo también soy el protagonista.

Nos vamos poniendo viejos

“De todas maneras esto es discurso de viejo, ¿verdad?”, pregunta a las carcajadas Jorge Larrosa apenas termina la frase. Y para continuar riéndose de sí mismo y de sus críticas al estado de la educación, cita al escritor sudafricano, ganador del premio Nobel de literatura, John Maxwell Coetzee y los cuentos de Elizabeth Costello, cuya protagonista es una escritora ya anciana que dice: “Hay un verbo que uso cada vez más que es el ‘verbo’ deplorable. Y me voy notando lo vieja que me hago con la frecuencia en que me aparece el ‘verbo’ deplorable”.

—¿Cómo compatibilizar la crítica al concepto de calidad, en tanto colonización del mundo económico y empresarial, con la idea de responsabilizarse por que los alumnos efectivamente aprendan lo que tienen que aprender?

—Mira, eso lo vi clararamente hablando con Walter (Grahovac, ministro de Educación) en un momento en que la conversación tuvo que ver con el control político de la escuela, es decir, con el acceso de los maestros, qué tipo de formación tienen que tener. Ahí la palabra calidad empezó a aparecer enseguida y cada vez que alguien la decía, me miraba como de reojo: “Es que el profesor ha dicho que…”. Sin embargo no es así. Lo que pasa es que vosotros estáis hablando desde otro punto de vista: del gobierno de la escuela. La escuela tiene que ser gobernada, controlada, hay que decidir qué maestros entran y cuáles no, cuáles son los contenidos y ahí sí que tiene sentido, porque es una palabra que tiene que ver con la gobernanza. Pero un profesor en la sala de aula no está gobernando, él tiene otras preocupaciones. Por eso yo decía, no es una palabra del oficio, es de otra gente. Cuando preparo una clase, salgo de ella y tengo la sensación de que he fracasado, cuando pienso qué estrategia voy a seguir, la palabra calidad no me viene nunca a la boca. Cuando voy a una reunión con el rector, que estamos discutiendo políticas del profesorado, ahí sí. Es ese el lugar, es una palabra de la economía y del gobierno, no del aula.

—¿En qué términos deberían hablar los docentes, teniendo en cuenta cómo hacemos para recuperar la confianza en que todos los chicos puedan aprender?

—Es que esa confianza es como los diques contra el Pacífico, no tiene que ver con la expectativa, tiene que ver con un “como si…”. Todo buen profesor solo puede salir de su casa, ir caminando hacia la escuela con la idea de que todos los chicos pueden aprender, sea o no verdad. Te voy a poner otro ejemplo: la justicia, que está basada en la idea de que la ley es igual para todos. Y ya sabemos que no. La ley es clasista, es racista, no es igual para todos. Pero la defensa de la justicia tiene que hacerse sobre ese “como si”. Son esas ficciones que constituyen realidad. Solamente se puede ser juez si uno cree en eso. Por eso yo hablo un poco indirectamente de la fe. La mayoría de los comportamientos humanos están basados en la fe: el amor, el construir una casa…

—Cosas que ya no se usan… (risas), volvemos a la idea de que nos estamos poniendo viejos…

—En el libro P de profesor, que presentamos en Córdoba, tiene definiciones, como si fuera un diccionario, de términos que hacen al oficio de enseñar (los que deberían estar y los que no). Tiene la palabra retrógrado, cascarrabias, vejez, reprimenda, sermón (hay una cierta discusión sobre si la reprimenda forma parte del oficio del profesor —yo creo que sí—; luego las hay buenas y malas, pero pensar sobre la reprimenda ya forma parte del oficio). Esas palabras tienen que ver con que la escuela tiene que, en algunas cuestiones, ser necesariamente conservadora (no en lo económico ni en lo político). Algunas cosas debemos hacerlas de otra manera: el mundo no es Disneylandia. En Disneylandia vas a ser feliz, pero la vida no pasa solamente por la felicidad… ¡Qué cosas tan antiguas, ¿verdad?!

—Pero si no, serán  futuros adultos frustrados…

—El libro de Daniel Pennac, Mal de escuela, dice que con el niño obrero, la escuela supo qué hacer; fracasó pero supo qué hacer; con el niño que venía del campo supo qué hacer, pero con el niño cliente no lo sabe (ni con el papá cliente, o sea con el de “lo más importante es mi niño”).

—¿Tiene solución?

—Seguramente no. Pero sí lo tiene el ver con qué ánimo y de qué manera encara uno su trabajo diario: el de padre, el de ciudadano, el de profesor, el de juez, el de policía…

Fuente: https://revistasaberes.com.ar/2019/10/uno-de-los-enemigos-de-la-escuela-es-el-narcicismo/

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