Por: Gustavo Villamizar Durán
La fuerza comunicacional de los medios masivos y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, es definitivamente innegable y debe tenerse en cuenta en cualquier circunstancia, sobre todo aquellas que corresponden a la educación. Sin embargo, los sistemas educativos tienen propósitos, principios y procesos propios, los cuales no pueden obviarse en el mero encanto de los dispositivos tecnológicos. He aquí la razón del título de este escrito.
Los días de la pandemia abrieron espacio a rentabilísimos negocios en el campo educativo y ahora, cuando la humanidad se prepara para una normalización a mediano plazo en la dinámica vital del planeta y claro está, en la educación, han surgido desde múltiples ámbitos toda clase de señalamientos a las carencias de la escuela que tenemos. Al mismo tiempo, aparecen en espacios amplios y desplegados en los medios o las opciones de la tecnología, buena cantidad de pedagogos, expertos, investigadores, influencers, tanques de pensamiento y otros, dedicados con intensidad a promover la educación on line, es decir, un sistema educativo centrado en las bondades “ilimitadas” de las tecnologías, el cual haría desaparecer, como por arte de magia, la escuela y el maestro. Inclusive, un diario de los más importantes de Colombia, mantuvo durante varios días con titulares destacados en cintillo a color, un supuesto estudio cuya conclusión más importante era que durante la pandemia, los estudiantes que disponían de computadoras y conexión a internet aprendieron 60% más que aquellos sin posibilidades de su uso. El negocio de la educación abriéndose mercado.
No es suficiente, aun cuando se reconoce la necesidad de incorporar tales novedades a la educación no como recursos, como se ha hecho hasta ahora, sino con todo el poder de su educabilidad, para compartir principios, procesos y procedimientos con la institución escolar. La incorporación de los medios de comunicación y las tecnologías de la información al sistema educativo, debe ser fundamentalmente, un objetivo pedagógico que recorra íntegramente la escolaridad.
La propuesta de desterrar la escuela y el docente para sustituirlos por sofisticados aparatos y confinar en sus casas a los niños y jóvenes para aprender mediante la ayuda de softwears divertidos, no es definitivamente la mejor alternativa a sistemas y modelos educativos ciertamente obsoletos, colmados de carencias. Intentar la imposición de modelos centrados en la tecnología entregando la dirección de ellos a la familia y las empresas, la decisión de los contenidos a aprender y cómo aprenderlos, no es otra cosa que arrebatar al estado su responsabilidad en la formación de los ciudadanos, entregándola a particulares, empresas voraces, religiones y a todo tipo de sectas de cualquier ralea. Pretender imponer modelos educativos centrados en las bondades tecnológicas, sin pensar en el discente como elemento fundamental, descartando la importante labor de socialización y educación que sigue manteniendo la escuela y desatendiendo aspectos tan relevantes en la crianza y formación como los afectivos, emocionales y culturales ligados estrechamente al espacio que se habita, es sencillamente un proceso de homogeneización y robotización, a todas luces despreciativo de la condición humana. Aún más, los dispositivos tecnológicos con toda su magia, mantienen un proceso transmisivo en el cual la participación e interacción de los protagonistas de la práctica pedagógica es limitada y en ocasiones nula.
Requerimos el cambio de una escuela agotada, carente y fatigante tanto para alumnos como educadores, una escuela sumida en la primacía del adulto docente y la rutina transmisiva, por una escuela acorde a los paradigmas del tiempo que transcurre, al aprendizaje cooperativo y creativo, centrada en la interrogación y la investigación, colmada de vida y afectos, generadora del pensamiento libre y crítico, abierta al pensamiento universal y el respeto a la disensión. Simón Rodríguez planteó como base de la “educación de los pueblos: educación, trabajo y virtudes”.