Por: Dinorah García Romero
Es necesario que este ministerio sea el primero en responder a los requerimientos de una educación digna, consistente y comprometida éticamente. Decidamos hablar menos y hacer más, para que los docentes dejen de ser instrumentos de sectores, instancias y políticos a los que no les importa el país ni, mucho menos, la educación.
La República Dominicana se prepara en estos días para la apertura del nuevo año escolar con la modalidad presencial. Llega el retorno anhelado. Muchos estudiosos y experimentados de la educación afirman que la presencialidad es lo mejor. Sostienen que las posibilidades de comunicación y de interacción próxima y física entre los actores son fundamentales. Otros consideran que un proceso de aprendizaje bien enfocado desde la modalidad virtual produce resultados óptimos de aprendizajes. Reconocen la necesidad de condiciones cualificadas en todos los órdenes, para que esto se produzca.
Se inicia el año escolar en septiembre en el sector público. Desde que empieza este período, además de los estudiantes, el centro de atención son los docentes. En torno a los docentes se producen reflexiones, comentarios y posiciones de todos los tipos con diversidad de tonos y epítetos. Las voces con mayor resonancia gimen por la presencia de docentes, en las aulas, carentes de vocación y de capacidad para una acción científico-pedagógica consistente. Esta es una preocupación legítima y real. El problema está en que el docente generalmente es considerado como el depredador de la educación del país y de los aprendizajes de los estudiantes. No estoy ni estaré de acuerdo en que se culpabilice a los docentes como autores materiales del desastre educativo del país. No acepto que se descargue del problema al Estado dominicano, que en las últimas décadas ha acelerado la instrumentalización política de la educación. De esto se habla poco. Es más fácil declarar a los docentes como los pulverizadores de la educación dominicana. Es necesaria una mirada más equilibrada y justa.
El responsable de la educación es el Estado. Si el sentido de la educación y de la calidad de los aprendizajes se han banalizado, no se le puede pedir cuenta solo al docente. Son muchos los dirigentes de la educación y los políticos que buscan y sacan ventajas del clientelismo político en los centros educativos, en las direcciones de las Regionales, en las direcciones distritales y en el Ministerio de Educación. Este clientelismo se ha institucionalizado. Unos gobiernos han alimentado el clientelismo educativo abiertamente, otros lo hacen de una forma más sutil y amigable. Cabría preguntarse por qué se trata al Estado dominicano con tanto respeto en este tema, cuando es el principal propulsor del desorden educativo. Reitero que ningún docente se nombra a sí mismo. Son nombrados por el Estado dominicano. Son seleccionados, en los famosos concursos, por los representantes del Estado. Entonces, enfrentemos el clientelismo político en el campo de la educación. Los docentes, más que culpables, son víctimas de la delincuencia educativa. Esta expresión puede resultar dura, pero esto es lo que ha producido la erosión de la calidad de los aprendizajes y de la dignidad de la función docente. El problema de la educación es de carácter estructural. Los docentes no son marcianos; por tanto, están afectados por las consecuencias de un problema estructural. Jamás apoyaré la displicencia y la irresponsabilidad de los docentes. Pero tampoco apoyo el descrédito permanente a estos actores, mientras se enmudece y se esconden los resultados de un clientelismo político que dispersa y aliena a los docentes. La Asociación Dominicana de Profesores, ADP, ha de revisar el rol que juega para que la cultura clientelar continúe con fuerza a través de los años. Esta Asociación ha de poner su poder y sabiduría al servicio de una educación justa y ética. Los docentes son parte del problema; no son el problema, como se dice en nuestro país. Estoy totalmente de acuerdo con todo lo que podamos hacer para avanzar hacia cambios estructurales en educación. Reconozco que estos cambios necesariamente han de estar unidos a las transformaciones estructurales que globalmente necesita la nación dominicana. Hasta que introduzcamos las modificaciones estructurales requeridas, dediquémosle tiempo a la persona del maestro y potenciemos la vocación de aquellos que realmente la tienen. De igual modo, prioricemos el rigor científico en la formación de los docentes.
Asimismo, se han de evaluar los gestores de la educación, los docentes y el personal complementario, para que del sector educación vayan desapareciendo los que utilizan este espacio como instrumento, no como causa que los convoca y compromete. De la misma manera, se ha de evaluar el personal del Ministerio de Educación. Es necesario que este ministerio sea el primero en responder a los requerimientos de una educación digna, consistente y comprometida éticamente. Decidamos hablar menos y hacer más, para que los docentes dejen de ser instrumentos de sectores, instancias y políticos a los que no les importa el país ni, mucho menos, la educación. Pedro Poveda y Paulo Freire nos animan a una acción firme y sostenida en esta dirección.
Fuente: https://acento.com.do/opinion/culpables-o-victimas-8977941.html