¿Qué es ese otro  mundo posible?

 

 

“Los intentos de transformar efectivamente nuestro mundo en cualquier aspecto sucumben ante la potencia avasallante de lo existente y parecen estar condenadas por la impotencia. Aquellos que quieren cambiar probablemente podrán hacerlo sólo en la medida en que se convierta esta impotencia, conjuntamente con la de su propia impotencia, en parte de lo que cree y quizá parte de lo que hace”.

Theodor W. Adorno Juliana Di Thomazo

 

– ¿Cuál es ese otro mundo posible?

– Obligatoriamente, las respuestas son sumamente variadas. No es posible establecer un consenso de base para todos. Es normal que así sea. ¿Qué si hay consensos? Claro que sí, en el interior del Foro Social Mundial hay muchos consensos, pero estos no son del Foro, pero viven en el Foro. Quiere decir que los consensos son de los grupos, redes y movimientos que forman parte del Foro. No hay un consenso único. No estamos oponiéndonos al pensamiento único con otro pensamiento único. Los medios están pendientes de las propuestas del Foro. A decir verdad, hay muchas propuestas, una gran variedad de ellas. Pero no hay un ideario único. Una agenda única del Foro sería matar la idea original del Foro. Hay muchas agendas.

Todo aquel que ha participado en los Foros sabe que sería ingenuo pensar que es posible cambiar el mundo a través del Foro, de sus encuentros. “La vida no se resume a festivales”, decía, en la década de los 60, el cantante y compositor Geraldo Vandré, luego de ser abucheado en un gran festival de música popular.

Cambiar el mundo depende de todo lo otro que hacemos además de ir a los Foros, del día a día. Para ello, es obvio que necesitamos programas concretos, estrategias formación, organización, trabajo, mucho trabajo. Cambiar el mundo da mucho trabajo, por muy placentero y gratificante que sea, se trata de nada menos que hacer del sueño algo presente y no convertirlo en una utopía distante. Y eso lo podemos hacer desde ahora, aquí, en este momento, haciendo que los excluidos se conviertan en protagonistas de sus propias vidas, incorporándolos al debate sobre la vida que le es propia. Ya eso se está haciendo. El otro mundo posible ya es una realidad en proceso.

Y para eso no basta con “unirse”. Es necesario saber para qué y a favor de quién nos estamos uniendo. El balance de nuestras propuestas  muestra que nuestras acciones globales y locales son todavía muy reducidas. Tenemos una organización, una estructura cada vez más representativa, pero con pocos programas.

– ¿Cuál es ese otro mundo posible?

– Esta pregunta tal vez suene extraña para los que ven en el socialismo ese otro mundo posible. Sí, hay gente que tiene la respuesta a flor de boca, pero ése no es nuestro caso. No tenemos una respuesta fácil para esa pregunta. Pero ante aquellos que ven en el socialismo la “única salida” tenemos que fijar una posición. Tal vez estemos hablando de lo mismo. ¿Será posible?

 

3.1. ¿Qué hay de nuevo en el campo socialista?

 Hoy en día, para muchas personas el socialismo es una idea del pasado, un sueño que se fue, una ilusión. Piensan, especialmente, en las fracasadas experiencias socialistas del siglo XX, o en hechos concretos que generan muchas dudas, como la ejecución de tres disidentes cubanos en abril de 2003 por parte del régimen de Fidel Castro. No podemos ignorar los avances que el pueblo cubano ha obtenido en el campo de la educación y de la salud en las últimas décadas. La gran prensa acostumbra distorsionar todo lo que viene de Cuba. El bloqueo a Cuba debe ser enérgicamente condenado, sin embargo, como dice José Saramago: “Hasta aquí llegué”[1]. No me parece que el régimen cubano esté actualmente inspirando un proyecto de sociedad del futuro. La presencia cubana en el FSM ha sido muy inspiradora, pero contribuye muy poco a la construcción de otro mundo posible en este momento.

– ¿Qué hay de nuevo actualmente en el campo socialista?

– Paul Singer responde de esta manera: “la concepción de socialismo que está emergiendo se fundamenta en la idea de que éste será construido por iniciativa de comunidades y movimientos sociales y no a partir de un estado gobernado por socialistas. El socialismo, para ser auténtico, no puede ser impuesto. Tiene que ser una opción libre de los que rechazan la dominación y la explotación del trabajo por el capital” (2001, p. 3).

La tesis de Paul Singer coincide con la defensa de John Holloway de “otro mundo posible”, sin tomar el  poder. Singer defiende la tesis de que el capitalismo no puede ser humanizado, pero es dentro de él que está naciendo el nuevo socialismo, por medio de lo que él llama “empresa autogestionaria”. Singer sostiene que el capitalismo desaparecerá cuando todos tengan acceso al capital y, justamente en la empresa autogestionaria, todos los que trabajan en ella sean poseedores del capital. “Desempleados y personas pobres, que nunca han tenido un empleo regular, se pueden unir para generar trabajo e ingresos para sí mismos, adoptando los principios de la economía solidaria, que coinciden con los del socialismo”. Pero no excluye la lucha política ni la participación en otras esferas, además de en esos “implantes socialistas” que son las empresas autogestionarias y comunidades autogobernadas.

Lo importante, en una era de pocas alternativas en marcha, es mantener el sueño, la dirección, leer la realidad en movimiento y ensayar lo posible para hacer lo imposible. Como está haciendo Paul Singer. Terminamos el último milenio con un debate macabro: ¿quién asesinó más, el comunismo o el capitalismo? Los comunistas acusaron a los capitalistas por el genocidio de indios, por epidemias en la India, por dos Guerras Mundiales, por las guerras de Vietnam, Afganistán, Irak, el Golfo, Timor, represiones en América Latina, hambre y miseria en el mundo (cf. Perrault, 1999). Los capitalistas acusan a los comunistas por las masacres en la Unión Soviética, China, Corea del Norte, Camboya, Europa Oriental, África, Afganistán (cf. Courtois et alii, 1992). Muertes acreditadas al capitalismo: 106 millones. Muertes acreditadas al comunismo: 100 millones. Esta contabilidad del horror da que pensar. Muchos tratarán de evitar este debate, descalificándolo. Para mí es un debate muy serio. Venga de donde venga, sin importar el motivo, el terror y el imperio de la violencia deben ser denunciados y nunca olvidados, sobre todo cuando colocan en el mismo plano al nazismo y al régimen soviético, en especial al stalinismo. Esto puede que sea polémico, pero no deja de ser un hecho histórico, a pesar de que existen, históricamente, diferencias fundamentales entre los proyectos, sistemas, fines y objetivos del comunismo y del nazismo.

No se puede olvidar que las democracias occidentales se aliaron con la Unión Soviética para derrotar al nazismo, en plena era stalinista. Sólo este hecho dificultaría cualquier comparación entre ellos como proyecto histórico.

Pero, como acostumbra decir el sociólogo e historiador Eric Hobsbawm, “no existe un juicio definitivo y permanente de la historia”. Todavía estamos muy cerca de esos hechos. No sabemos con certeza cómo los juzgará la historia. Véase como ya se han hecho diversas lecturas y relecturas de la Revolución Francesa en los últimos dos siglos.

Marx no puede ser responsabilizado por todo lo que sucedió con el marxismo. Nunca pretendió explicarlo todo. Lo que no tiene el menor sentido hoy en día es la visión escatológica del marxismo ortodoxo, pretender identificar, en la realidad histórica, una necesidad racional, un determinismo natural, un movimiento lineal de evolución generado por las contradicciones sociales, que inevitablemente llegaría al comunismo global, en una marcha irresistible rumbo a la sovietización del planeta. Sería una dialéctica sin contradicciones, contraria al pensamiento mismo de Marx. El marxismo no se benefició de la “era de la incertidumbre”.  Estaba lleno de verdades, de certezas. El marxismo ortodoxo no considera el papel del sujeto en la historia. La evolución histórica no sigue un rumbo determinado e inevitable según una racionalidad inflexible, una mano invisible y sin control. Al contrario, el elemento “irracional” está siempre presente.

Las críticas a la visión escatológica del marxismo son muy antiguas. Gaston Bachelard, epistemólogo francés y gran pensador del problema del tiempo, ya se oponía a esta visión, en la década de los 40, comparando la visión mecanicista del marxismo con el vitalismo de Bergson (cf. Bachelard, 1988). La historia no puede ser entendida como una sucesión lineal en el tiempo, movida por las clases sociales (Marx) o por un hipotético “élan vital” (Bergson), sin traumas, sin contradicciones, sin saltos, sin retrasos y avances. Bachelard problematizaba lo real como algo a ser “vivido”, negativa y positivamente, no sólo “construido”, como si fuese un edificio ya planeado, que sólo hace falta “construir” a partir de su visión previa. Depende de nosotros decidir si el mundo ya está terminado, sobre la forma de hipótesis o de una maqueta a ser construida, o si siempre lo estamos reinventando.

Un equívoco teórico podría no tener mayores consecuencias si se queda en la teoría. Pero si se aplica “a sangre y fuego”, como sucedió con el materialismo histórico de Marx, puede representar un enorme peligro. Esto fue lo que sucedió con el llamado “socialismo real”. En la práctica, el socialismo de tipo soviético logró que el estado todopoderoso absorbiera a la sociedad civil, matando la capacidad de renovación de la sociedad, sofocando la posibilidad de mantener viva la llama de la revolución. Por esto no podría continuar. Los soviets transformaron el sueño en burocracia, justificando inclusive la muerte y el exilio de los opositores, como afirmó Raymond  Aron (cf. 1988). Con este pensamiento también está de acuerdo Edgar Morin (cf. 1988): el marxismo científico, en la práctica, condujo al irracionalismo. Acabó constituyéndose en una creencia, en una religión, y dejó de ser un proyecto político. Millones de personas pagaron con sus vidas por tal “equivocación”.

El socialismo, para formar parte de este otro mundo posible, tiene que andar otro camino. Como dijo Norberto Bobbio[2] (cf. 1988), el liberalismo introdujo la iniciativa y el control del individuo ante el estado.

El socialismo democrático tiene que restablecer la iniciativa y el control social del estado y del mercado, por el ejercicio de una ciudadanía plena.

Hay dos vías opuestas en el socialismo: la burocratización del estado y la democratización del estado. El socialismo de estado comenzó por suprimir las libertades individuales. En ese sentido, no existe una “tercera vía”. La única vía posible sigue siendo la realización del proyecto socialista original y utópico, pero ahora sacando provecho de la noción fundamental de democracia. Una supuesta “tercera vía” apenas estaría prolongando la vida de un sistema capitalista decrépito que no logra resolver los problemas de la actualidad. En el seno de la sociedad capitalista siempre habrá grandes desigualdades. El problema de la desigualdad no se puede solventar en el ámbito del liberalismo. El capitalismo es por naturaleza incapaz de satisfacer las necesidades de la mayoría de las personas. El socialismo real tampoco fue capaz. Tenemos necesidad de un nuevo  socialismo, que sería un socialismo verdaderamente democrático, respetuoso de las subjetividades humanas.

El socialismo sigue siendo una utopía concreta, posible, una esperanza, como decía Ernst Bloch (cf. 1991). Ese nuevo socialismo deberá superar, por una parte, la visión de que basta con colectivizar los medios de producción mediante la conquista del estado y, por la otra, la visión mesiánica de que la clase obrera es la clase salvadora de la humanidad, sujeto único de la historia. La clase obrera no tiene ningún papel inmanente en la historia. Tiene sólo el papel que ella misma quiera conquistar. Como sujeto histórico puede tanto ser cómplice de la vieja sociedad, como convertirse en sujeto parte de la nueva. Se trata, especialmente, de acabar con la distancia que existe entre el estado y la mayoría de la población, que es provocada por la apropiación privada del estado, tanto en el régimen capitalista, por parte de la clase económicamente dominante, como en el socialismo real, por los burócratas del partido único.

En el socialismo democrático el objetivo es superar la alienación entre estado y sociedad. Si la clase obrera pudiera ser considerada como portadora de una “misión histórica” en el seno del capitalismo concurrencial de la era industrial, lo mismo no ocurre hoy en la era de la información, inclusive por el problema del desempleo que hoy en día asola las periferias del sistema capitalista. Como muestra Robert Kurz (cf. 1992), después de luchar contra la explotación capitalista, los trabajadores se encuentran frente a la necesidad de defender su empleo dentro de ella. Luchan al mismo tiempo contra él y por el derecho a participar de él. Según José Genoíno y Tarso Genro, un nuevo socialismo debe partir de los siguientes principios básicos:

  1. las conquistas fundamentales de la revolución burguesa, tales como el pluralismo, la igualdad formal y el estado de derecho, son irrenunciables para un proyecto socialista-humanista;
  2. la construcción del socialismo es un acto de decisión y de voluntad política y no una decurrencia “natural” de la historia humana; el socialismo es una decisión ética del sujeto, a partir de condiciones favorables en la historia que él mismo crea en condiciones no arbitradas por él;
  3. no hay ninguna posibilidad de un socialismo verdaderamente democrático sin la permanente contraposición de la sociedad civil, altamente organizada, con el estado; y sólo el control político de la sociedad civil sobre el estado puede garantizar la sumisión permanente de la burocracia;
  4. el socialismo sólo puede ser fruto de un nuevo consenso democrático, mayoritario y hegemónico en la sociedad, para que los momentos coercitivos del estado sean momentos permanentemente legitimados por la amplia mayoría y realizados dentro del estado de derechos, previsible y normatizado, con instituciones plenamenteconstituidas;
  5. el pluralismo político debe abarcar no sólo la posibilidad de diversos partidos de trabajadores, sino también de partidos representantes de la escogencia mayoritaria de vías no- socialistas de desarrollo para la sociedad;
  6. los partidos del socialismo deben expresar visiones diversas del proyecto socialista y también contraponerse teórica y políticamente, cuando sea necesario, para impedir la esclerosis ideológica y la idea de un “absoluto”, en la construcción del proyecto socialista; y
  7. el control social y derecho de los medios de producción. (1990: 3)

Los autores de este artículo presentan una visión nueva del papel de la izquierda, comprendiendo la revolución no como la conquista del estado, sino como la disolución del estado en la sociedad civil; no el “aparatismo” y la “coerción del estado”, sino el debate en torno de los rumbos de la historia, un camino construido con base en la ética y en la lucha cultural, de transformación  al mismo tiempo de la conciencia para una nueva hegemonía y de las estructuras. No se trata de exterminar al adversario por medio de la guerra, sino de superar una historia de atraso (la “prehistoria”,  según Marx),   por una “mejor posibilidad para la humanidad”, que es al mismo tiempo promesa de algo mejor y ruptura con un estado de desigualdades.

El socialismo es construcción, proceso, utopía. Otro mundo posible desde ya no renuncia al sueño socialista. El problema del marxismo fue confundir el sueño con la ciencia. No hay verdades “científicas” sobre los destinos de la historia. Marx fue el gran fundador de la ética socialista, que sigue siendo válida, pero, en la realización práctica de sus ideas, particularmente en la Unión Soviética, la ética acabó siendo sacrificada por la visión científica de la historia, haciendo que se perdiera el proyecto socialista.

Incluso antes de ser llevada a la práctica, la teoría político- económica marxista, considerada positivistamente como científica, ya anunciaba la futura “derrota de la dialéctica” (cf. Konder, 1987). Marx intentó huir de todas las maneras posibles del perro del positivismo, pero, en su huida, el perro finalmente lo mordió en el talón. Pagó un precio muy alto a la historia por esta “distracción”.

Creo que debemos releer El principio esperanza de Ernst Bloch, para entender el marxismo y el pensamiento mismo de Marx como utopía, no como ciencia. Sin cometer el error de Ernst Bloch, que llegó a considerar a Stalin como el mejor realizador de esa utopía. Todos se pueden equivocar cuando opinan sobre un proceso histórico en pleno desarrollo, sin el distanciamiento necesario. Esto no invalida lo que él escribió. El autor de un libro también se convierte en lector, que puede ser crítico en relación a lo que escribió. Con frecuencia el autor no es el mejor intérprete de lo que escribe, y lo que escribió puede tener un significado diferente de lo que el propio autor pretendió dar, en la medida en que lo que se escribe no es fruto sólo de la reflexión de una persona, pero es, sobre todo, fruto del momento  histórico  en el cual el autor es también producto y no sólo productor.

 

3.2. ¿Qué produjeron las utopías?

 Hoy en día muchos se preguntan, después de millones de muertes ocurridas en los regímenes socialistas, si todavía vale la pena creer en las utopías[3]. El desencanto se apoderó de mucha gente que, durante décadas, elogiaron al socialismo de estado.

Desencantarnos de las opiniones e ideas que defendemos, equivocadamente, es saludable. Se demuestra grandeza al reconocer el error como parte del proceso de construcción de la verdad.

Aquí es que vale la humildad de reconocer nuestros errores como parte del proceso evolutivo del ser humano. Humildad de quien se siente parte de una historia que no la hace una persona, sino un conjunto de personas, la humanidad. Cambiar de ideas y perseguir siempre la verdad, verdad siempre inacabada, es también reconocerse como un ser inacabado, como varias veces afirmó Paulo Freire en su último libro, Pedagogía de la autonomía (1997). Sólo así el socialismo puede y debe ser considerado como una utopía no totalitaria, como fue entendido por el mesianismo stalinista.

El socialismo totalitario terminó, afortunadamente. Pero con el no murió el pensamiento utópico. ¿Vale la pena vivir sin utopía, sin sueños, sin proyectos? El fin de la utopía representa la renuncia total del hombre de cara a los determinismos. Sin proyecto de vida y de sociedad, el ser humano no se distingue del animal. Es instinto puro. La utopía lo distingue de todos los seres vivos.

Lo que la historia nos enseñó en las últimas décadas del siglo XX es que debemos ser más críticos en relación a las utopías. Al traducirlas al campo de lo real, pueden resultar profundamente distorsionadas. Sirven más para caminar que para crear caminos. Debemos ser menos ingenuos, menos optimistas en relación a ellas, pero no podemos vivir sin ellas. Las utopías no son ajenas a la historia. No existen lugares como el que Thomas Morus imaginó, en 1516, donde las instituciones son perfectas, donde los ciudadanos son perfectos, gente pura y feliz, sin contradicciones. Ni lo necesitamos. Simplemente necesitamos este maravilloso ser humano, tan frágil, pero a la vez tan fuerte, ignorante e inteligente al mismo tiempo, egoísta y solidario, bello y triste… cada uno de nosotros, imprescindible, único e insondable. No existen dos ADNs iguales. Los elementos químicos que componen nuestro cuerpo pueden ser iguales, pero están organizados de forma diferente. La diferencia es nuestra riqueza y nuestro poder. Con ella podemos cambiar al mundo.

Las filosofías están en crisis. ¡Viva la filosofía! Las utopías están en crisis. ¡Viva la utopía! La filosofía siempre ha despertado en medio de las crisis. En realidad, lo que está en crisis son los grandes modelos de pensamiento occidental con pretensiones universalizantes: el liberal, el marxista y el funcionalista, que siempre han desconsiderado las identidades regionales, uniformizando todas las respuestas. Se agotaron ante una realidad cada vez más cambiante y diversa. Estos modelos son incapaces de responder con propuestas concretas a la realidad actual. Estas matrices políticas agotaron sus posibilidades, el socialismo real en particular, por haber negado, en la práctica, la subjetividad, es decir, por haberle negado al individuo el derecho a producir su propia existencia.

Este agotamiento llevó a muchas personas a desilusionarse de las filosofías e ideologías políticas, particularmente en el campo del marxismo. Si bien la tesis de Francis Fukuyama sobre el “fin de la historia” no tuvo gran aceptación, por lo menos sirvió para tranquilizar la conciencia de algunos. La historia habría terminado porque la humanidad habría llegado a una especie de Paraíso en la Tierra. No es difícil saber a quién le interesaría la tesis del fin de la historia. Sin duda, le interesaría a todos aquellos y aquellas que desean que la historia no cambie. Le interesaría a los adinerados, a los poderosos, a todos aquellos  que tienen algo  que ganar en un mundo como el actual. Le interesaría, por ende, a muy pocos. No cabe duda de que la tesis del fin de la historia no le interesaría a aquellos y aquellas que necesitan otro mundo, otra historia. La historia les interesa, sobre todo, a los pobres y oprimidos, y a aquellos y aquellas que tienen necesidad de cambiarla para tener una vida plena.

Eric Hobsbawm, nacido en Alejandría, en 1917, cuando Egipto todavía era parte del imperio británico, es conocido actualmente como un historiador y sociólogo que se destacó por aplicar de forma creativa el método dialéctico a la lectura de la historia. Sus tesis se confrontan también con el pensamiento burgués del “fin de la historia”. Para él la revolución socialista de 1917 trajo consigo enormes beneficios para la humanidad, inclusive para el Occidente capitalista que, por miedo al avance del socialismo en el mundo, acabó generando mejores condiciones de vida y de trabajo para los trabajadores. La Guerra Fría ayudó principalmente a los países ricos de Occidente. El fin del comunismo, decía él, representa una amenaza para las conquistas sociales del capitalismo porque, de este modo, desaparece uno de los principales factores que impulsaban su realización (cf.  Hobsbawm,  1992).

Según él el Welfare State, el llamado “estado de bienestar social”, resultó de la presión ejercida sobre el estado capitalista por el movimiento obrero, conjuntamente con la existencia de estados socialistas. Hobsbawm destaca la necesidad de reafirmar la utopía socialista y el debate político e ideológico. La crítica sistemática al capitalismo, como creador de desigualdades, siempre será necesaria. Al afirmar el “fin de la historia”, es decir, el fin de la utopía, el capitalismo abre espacio para el racismo y la xenofobia. En su libro Después de la caída (1992) Hobsbawm afirma que nos encontramos en una “crisis múltiple”, pues el comunismo no sólo se descompuso, sino que el capitalismo también enfrenta enormes dificultades. No se trata sólo de la crisis del socialismo, sino también de la crisis del capitalismo.

En este momento de crisis paradigmática y de globalización de la economía, no hay nada mejor que retomar el concepto de “sociedad autoregulada” de Antonio Gramsci. Para él, la sociedad autoregulada era sinónimo de socialismo. Gramsci veía en este modelo de sociedad una manera de controlar la ganancia del mercado y un mecanismo de control social de la planificación centralizada de la economía. La sociedad civil – o mejor dicho, la sociedad civil global – sería la clave del nuevo socialismo: una sociedad ciudadana “regulando” estado y mercado. En el capitalismo, la función reguladora de las actividades económicas la ejerce el mercado, y en el socialismo clásico, la ejerce la planificación central del estado.

Queda claro que ahora no se puede demonizar al estado y al mercado, y endiosar a la sociedad civil o al llamado tercer sector. Todos estos son entes históricos y, por tanto, contradictorios. Es necesario tener claro que, hoy en día, el tercer sector está siendo utilizado por el neoliberalismo para justificar la ausencia del estado en las políticas sociales. Lo importante no es construir un poder central en el seno del viejo estado, sino construir el poder en el seno de la nueva sociedad civil. El poder popular es el poder ligado a las organizaciones populares y no al estado.

Tenemos que aprender de algunos movimientos revolucionarios recientes. Este es el caso de la revolución salvadoreña de la década de los 90, que llegó al poder no a través de las armas, sino a través de la “liberación” de territorios, bajo la supervisión de la ONU, construyendo en dichos territorios el poder popular. Aunque el Frente Farabundo Martí tenía un brazo armado, no necesitó de un derramamiento de sangre para llegar al poder. Lo mismo está ocurriendo con el movimiento zapatista en México, donde la lucha ideológica en el seno de la sociedad global ganó más fuerza que la fuerza de las armas. Véase también la emblemática historia del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST). Son nuevas formas de hacer la revolución. Estamos en una época de búsqueda de nuevas prácticas socialistas y revolucionarias, y también de nuevas formas de visualizar esta práctica transformadora.

Tal vez lo importante no sea tanto tener las ideas claras y precisas sobre la revolución en la actualidad, sino mantener la esperanza, la posibilidad de hacerla realidad, permanentemente. Los “modelos alternativos” surgirán concretamente si se mantiene la esperanza, como surgió, en la época de Marx, la “asociación libre de productores”, portadores de una nueva civilización frente al viejo capitalismo. No tiene sentido especular.

En este sentido, los diferentes movimientos por una economía solidaria representan una gran esperanza[4].

“La economía solidaria es un movimiento de alcance global que nació entre los oprimidos y entre los viejos y nuevos excluidos, aquellos cuyo trabajo no es valorado por el mercado capitalista, sin acceso al capital, a las tecnologías y al crédito. Es de ellos y de los activistas y promotores de la economía solidaria que surge la aspiración y el deseo de un nuevo paradigma de organización de la economía y de la sociedad” (Grupo de Trabajo de Economía Solidaria, 2003:162). En realidad, se trata de una desmercantilización del proceso económico, programa básico de construcción de un nuevo socialismo en la actualidad. Esta “desmercantilización” no significa desmonetización, pero sí la eliminación del lucro como categoría.

El capitalismo ha sido un programa para mercantilizarlo todo. Los capitalistas aún no lo han implementado totalmente, pero ya han andado un trecho importante en esa dirección, con todas las consecuencias negativas que conocemos. El socialismo debe ser un programa para la “desmercantilización de todo” (Wallerstein, 2003: 36). En este programa, la educación también desempeña un papel importante (cf. Gadotti e Gutiérrez, 1999).

 

3.3. Otro mundo es posible desde ahora

 Los eventos organizados por el FSM son, cada vez más, el ejemplo vivo de lo que es ese otro mundo posible[5]. Entre las prácticas de otro mundo posible y necesario, evidenciadas en los encuentros del Foro, podemos destacar:

1º. la Economía Solidaria (no-capitalista) en las áreas de confección y vestuarios, servicios, reciclaje, artesanía, alimentación y abastecimiento, finanzas solidarias, intercambios, asociaciones, empresas autogestionadas, redes de cooperación, complejos cooperativos. El Mapa de la economía solidaria del FSM incluye: alimentación, turismo, material visual, producción gráfica, artesanía, infraestructura, comunicación, hospedaje, cultura, vestuario, confección, seguridad, transporte, viajes, periodismo y limpieza;

2º. el Software Libre[6] como una prioridad política de todos los movimientos. Actualmente, el Foro está tratando las problemáticas del software libre en los espacios de conocimiento compartido del FSM y desarrollando nuevas herramientas y asistencia técnica, procurando la inclusión digital

Otras prácticas de cambio del Foro están relacionadas con el comercio justo, el consumo responsable, el transporte alternativo, el hospedaje solidario y alternativo, la autogestión y actitudes de responsabilidad social. En el quinto encuentro del FSM se destacó también una iniciativa de bioarquitectura en el nuevo Territorio Social Mundial, construido, en parte, con mano de obra de movimientos sociales y de jóvenes soldados del ejército. Y fueron presentados ejemplos prácticos de cambios posibles aplicables desde ya, en los campos de medio ambiente, educación, cultura y comunicación. Analizando algunos debates y documentos producidos hasta ahora, durante las distintas ediciones del FSM, podríamos destacar otras iniciativas que apuntan a otro mundo posible desde ya:

1ª. la afirmación de una lógica de red solidaria, democrática, abierta y libertadora, siguiendo la iniciativa de las redes ambientalistas y de derechos humanos;

2ª. el incentivo y el desarrollo de estrategias de autogestión;

3ª. la autoaglutinación: aglutinar personas y organizaciones, a través de la adición voluntaria de acuerdo con la afinidad;

4ª. las monedas alternativas: traducción voluntaria, hospedaje voluntario, transporte alternativo, economía solidaria, popular, economía de la dádiva (Gift Economy), trabajo voluntario (involucrando, sobre todo, a los jóvenes), software libre, comunicación alternativa, agricultura sostenible, etc. No cuesta nada y tiene un gran poder para generar riqueza. Sólo depende de la voluntad y de la organización, creación de una logística propia, una lógica solidaria;

5ª. la defensa de la propuesta de una tasa sobre las transacciones de capitales entre países;

6ª. la necesidad de vivir una vida saludable desde ya y prácticas ecológicamente sostenibles.

 

En vez de cuidar del planeta Tierra, los pueblos y naciones se organizaron en estados, apropiándose del planeta y dividiéndolo en territorios con rígidas fronteras, por razones económicas y de disputas políticas, donde el medio ambiente se constituye en un mero manantial proveedor de recursos. Esta apropiación se da por dictámenes de lógica económica y no “ecológica”. La discusión de los “límites del crecimiento”[7] en los años 60 y 70 del siglo XX estaba más centrada en la cuestión de los rumbos del desarrollo que en la búsqueda de otro mundo posible. Actualmente, la búsqueda de otro mundo posible incluye necesariamente la sustentabilidad.

El medio ambiente no es algo dado: es fruto de la propia acción del ser humano. Somos al mismo tiempo productos y productores del medio ambiente. En este contexto, la Agenda 21 puede ser un instrumento específico de lucha para, desde ya, establecer otro mundo posible, cada vez más saludable[8]. Si los preceptos legales sobre el medio ambiente fuesen cumplidos, podríamos, desde ya, construir un mundo más sostenible. Da ahí la importancia de construir una agenda de luchas de los movimientos sociales, articulada con gobiernos democráticos y populares,  para exigir el cumplimiento de la ley. Los gobiernos capitalistas financian grupos para derrotar gobiernos democráticos socialistas y populares. Gobiernos democráticos pueden y deben funcionar para ampliar la formación política, la organización y la participación en la radicalización de la democracia.

La degradación ambiental es consecuencia del modo de producción centrado en el capital. Es necesario centrar el proceso de producción en el modo de existir, en la ecología. Es necesario ecologizar la economía y economizar la ecología: someter a la economía al control ecológico, y hacer que la ecología deje de ser “ingenua”, “contemplativa”, modernizándola, haciendo que preserve el desarrollo humano. Tecnologías limpias, concientización para la producción y consumo responsables.

Esto implica una nueva cultura de “negociación cultural”, una cultura democrática, teniendo como base ética un mundo en el cual las personas aprenden en comunidad, en red. Es necesario concordar con  Anthony  Giddens  (2002):  lo  que  hoy  en  día  determina  y moviliza la sociedad es la “conciencia del riesgo”, contra la fe optimista en el progreso de la sociología clásica. La conciencia del riesgo se convierte en sujeto de cambio, en oportunidad de cambio. La ecología, que fue una de las primeras causas (junto a los derechos humanos) en constituirse en redes globales, es un bello ejemplo de esa lucha por otro mundo posible: pequeños efectos acumulativos, pequeños cambios, silenciosos (a veces no), ya han causado un gran efecto, sobre todo en términos de conciencia colectiva. Ni hablar en cuestión de género.

El cambiar no se opone al conservar. En la actualidad, cambiar, en términos “eco-ló-gicos”, significa conservar y preservar la biodiversidad micro (de la genética) y macro (de las especies y de los ecosistemas). Cuando se habla de cambio no debemos ver únicamente  las “relaciones  de producción”.  Debemos ver también las “relaciones de definición”, es decir, quién define lo que es bueno y lo que es malo para el ser humano y para el planeta. ¿Quién lo define? ¿Quién lo valida? ¿Quién se beneficia de lo que producimos?¿Quién legitima? ¿Quién establece límites? En fin, quién responde y como se responden las cuatro preguntas básicas que hicimos en este libro: ¿Por qué debemos cambiar al mundo? ¿A quién le interesa cambiar el mundo? ¿Cuál es ese otro mundo posible? ¿Cómo construir ese otro mundo posible?

Entre las alternativas viables y concretas debemos subrayar particularmente, como dijimos, la economía solidaria, también llamada “socioeconomía”[9], no sólo como forma de resistencia a la explotación y exclusión capitalistas, sino también como forma de producir y reproducir de manera sostenible la vida. La economía popular es un modo de producción y de reproducción de la vida. Esta implica un proyecto de sociedad y nuevos valores. “Los elementos constitutivos de las organizaciones económicas populares son: comunicación, cooperación, comunitarismo, contradicción del consumismo. La producción asociada genera valores solidarios, participación, autogestión, autonomía e iniciativas de carácter integral, como vida colectiva, cultural y educativa. La economía popular no se basa en los criterios de rentabilidad y de lucro del

sistema capitalista y de la economía no-popular. En este sentido, apunta hacia algo diferente del capitalismo, aunque esté naciendo en el universo capitalista” (Gadotti e Gutiérrez, 1999: 13).

Marcos Arruda, un estudioso y militante de esta alternativa, cita varias estrategias y conceptos que hoy en día orientan las redes[10] de economía solidaria (Arruda apud Flem, 2003: 31):

1º. el concepto de mercado solidario como otra manera de ver la relación de intercambios;

2º. la idea del modo solidario de formación de precios por la transparencia de costos;

3º. la idea de la eficiencia sistemática, y no sólo la eficiencia de cada emprendimiento, porque en la economía solidaria interesa tanto el comportamiento de cada empresa como la del sistema entero, en relación con las necesidades y aspiraciones de toda la sociedad;

4º. la ventaja del modelo cooperativo en lugar del competitivo, tanto individual como sistémico; es la idea de las empresas como comunidades, con finanzas ya no centralizadas y sí en las manos de los que generan las riquezas;

5º. la integración solidaria y fraterna entre los pueblos. Auditoría ciudadana de las deudas y la renegociación soberana de las deudas, que es una urgencia tan grande en el Brasil actual;

6º. una nueva gobernabilidad global dentro del paradigma de la repartición, de la reciprocidad y los valores de la complementariedad, de la ayuda mutua y de la colaboración solidaria, como fundamentos de una globalización diferente, una globalización de la solidaridad, de la cooperación y del amor entre todos[11]

 

Pensadores como Paul Singer, cuya contribución ya destacamos anteriormente, sugieren que en “otro mundo posible”, deben coexistir varios modos de producción, varias economías. Para él, la economía socialista deberá concurrir con otros modos de producción: “estará permanentemente bajo el desafío de demostrar su superioridad en términos de autorealización de los productores y satisfacción de los consumidores. Lo que tal vez lleve a la conclusión de que la lucha por el socialismo nunca cesa. Si este fuese el precio que los socialistas tendrán que pagar para ser demócratas, oso sugerir que no es demasiado” (Singer y Machado, 2000: 48).

Ciertamente, “otro mundo posible” no es un mundo único. No podemos caer en la trampa del pensamiento único. Nuestro “otro mundo posible” está formado por muchos mundos. Defendemos al mundo como posibilidad y creatividad, y no se restringe a uno solo, como pretende el pensamiento único capitalista. La nuestra también es una alternativa al pensamiento único, porque diversas son las personas, los idiomas, las culturas, los pueblos, los deseos y la vida misma. Boaventura Souza Santos sintetizó de esta manera el tema: “las personas y los grupos sociales tienen el derecho a ser iguales cuando la diferencia los hace inferiores, y el derecho a ser diferentes cuando la igualdad los descaracteriza” (Santos, 1997:30).

Las entidades y organizaciones participantes en el FSM ya han venido presentando propuestas alternativas y luchando, por medio de sus redes, por la construcción de otro mundo posible.

Están respondiendo, en la práctica, a la pregunta “qué es ese otro mundo posible”, y no están sentándose a descansar para hacerlo realidad el día de mañana, sino construyéndolo, en la práctica, desde ya.

Si no es posible un consenso a nivel global en el FSM, debido a su diversidad, esto no ha imposibilitado a sus miembros para tomar iniciativas regionales e internacionales. Voy a mencionar un ejemplo más: el Nigd (Network Institute for Global Democratization) de Finlandia12.  Dos de sus destacados miembros, Heikki Patomäki y Teivo Teivainen, han participado en el FSM y han  presentado propuestas de acuerdo con la especificidad de su propia organización: la democratización de instituciones globales. La Nigd es una de las instituciones-miembro del Consejo Internacional del FSM.

Heikki Patomäki y Teivo Teivainen afirman la necesidad de la democratización de lo que llaman “instituciones globales” (organismos internacionales), partiendo de la tesis de una “democracia cosmopolita”: “por un lado existen propuestas que tienen por objetivo la reforma de instituciones y organizaciones existentes; por el otro, existen iniciativas que implican cambios más profundos del contexto global, tal vez por el establecimiento de organizaciones y arreglos institucionales completamente nuevos” (2004b, p. 2). Los autores intentan mostrar no sólo la necesidad de tal proceso de transformación institucional, sino también su viabilidad (factibilidad) actual.

En el primer bloque, de las reformas de las instituciones globales, citan principalmente las tres siguientes:

  1. a) la reforma de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), haciéndola más autónoma financiera y políticamente. Para esto proponen la creación de una “Asamblea de los pueblos” y la creación de un Consejo Económico y Social. Como fuentes alternativas de financiamiento de una nueva ONU, proponen tasar las transacciones internacionales, la contaminación ambiental, la venta de armas, pasajes, telecomunicaciones; proponen también algunas fuentes alternativas, como una lotería de la ONU, un porcentaje sobre loterías nacionales y una tarjeta de crédito de la ONU. Aunque propuestas como la lotería y la tarjeta de crédito de la ONU son factibles desde ya, las tasas implicarían un esfuerzo mucho más grande[12]
  2. b) la democratización del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial (Bird) y de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Uno de los principios que sirven de base para esta reforma es el de “un país, un voto”, en lugar de “un dólar, un voto”, como es actualmente. Aunque la reforma de estas instituciones globales sea difícil y llena de obstáculos, la misión no parece imposible;
  3. c) la reforma de las Cortes Internacionales de Justicia y de Crímenes. El cambio de las estructuras del poder global no será posible sólo a través de reformas de las organizaciones multilaterales existentes. Será necesario crear nuevas organizaciones. Patomäki y Teivainen proponen darle poder a la sociedad civil global, como base para la creación de nuevas instituciones, tales como:
  4. a) el fortalecimiento del Foro Social Mundial. Para ellos, el FSM es la “primera iniciativa seria de organización de las fuerzas políticas de la sociedad civil global en un espacio unificado de una agenda-formación positiva y de acciones colectivas de transformación” (Idem, p. 116);
  5. b) la creación de una Comisión Global de la Verdad o de Transparencia para tratar asuntos difícilmente tratados con dificultad a nivel nacional, como la desaparición de personas, derechos humanos[13], conflictos internacionales, crisis de la deuda externa[14], etc. Ponen como ejemplo la Comisión Surafricana de la Verdad y de Reconciliación y la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala;
  6. c) la creación de un Parlamento Mundial (tomando lecciones del Parlamento Europeo), de un Referendo Mundial y de mecanismos de arbitraje de la deuda externa;
  7. d) la creación de organizaciones de tasas globales como una Organización para la tasación de transacciones internacionales de capitales (que daría sustentabilidad a la propuesta de la “Tasa Tobin”) y de otras tasas como las citadas anteriormente en la propuesta de reforma de la ONU.

Los autores concluyen su libro llamando la atención hacia la necesidad de distinguir las “propuestas conservadoras” de las “propuestas transformadoras” y citando algunas orientaciones para una estrategia de cambio global democrática. Se trata de un buen ejemplo de cómo poner en marcha propuestas para otro mundo posible, desde ya, arriesgándose al debate y a la crítica necesarios para avanzar.

El presidente Lula propuso una convergencia posible entre Davos y Porto Alegre para discutir asuntos como, por ejemplo, el hambre y la miseria en el mundo. “No se trata”, dijo, “de pedirle a la gente que deje de ser lo que es, sino de crear vínculos entre comunidades unidas por un destino humano indivisible” (Silva, 2005). Lula fue rebatido por organizadores del Foro como Francisco Whitaker, Oded Grajew y Emir Sader. “No existe ninguna posibilidad de que eso suceda”, dijo Whitaker.

“Davos es un negocio”, agrega Grajew. “Los dos foros son contradictorios… no se pueden construir puentes entre dos mundos que son incompatibles entre sí”, sostiene Emir Sader. Continúa Sader: “Porto Alegre nació para luchar y lucha siempre por el fin del pago de las deudas – injustas, ya pagadas, impagables – de los países del sur del mundo, para que dejen de trabajar y producir para enriquecer a los países acreedores y a sus instituciones financieras”[15]. ¿Cómo acercar intereses  que son antagónicos? “La agenda de las prioridades de los ‘hombres de Davos’ no es la misma que la de los habitantes de la Tierra. Sus prioridades no toman en consideración las condiciones de vida, las necesidades, las aspiraciones y las capacidades de casi 5 millardos de seres humanos, sino exclusivamente los intereses de los grupos sociales que tienen, en todo el mundo, la propiedad y, sobre todo, el poder de control y de decisión en materia de distribución de los recursos materiales y no materiales del planeta” (Houtart e Polet (orgs.), 2002: 42).

Como nos decía Paulo Freire, el diálogo sólo es posible entre iguales. Entre antagónicos  sólo puede existir el conflicto o, en el mejor de los casos, un pacto. Tal vez Lula se haya referido a un pacto necesario para enfrentar al hambre y la miseria en el mundo. Lula logro poner en la agenda mundial la bandera de su gobierno, de lucha contra el hambre (Hambre Cero) y, en enero de 2005, después de Porto Alegre, fue a Davos en busca de apoyo para su propuesta humanitaria de crear una tasa internacional, un impuesto para ayudar en el combate  al hambre en el mundo,   que hoy en día tiene el respaldo de más de 100 países. Al año siguiente, dejó de ir a Davos. Lo importante es que Lula está introduciendo una nueva lógica de negociación internacional y la lucha contra el hambre gana espacio en la izquierda de todo el mundo. A Lula le interesan menos los debates teóricos sobre la revolución y más las soluciones concretas a problemas globales como el hambre y la miseria. Pero llegará el momento en que los privilegios entren en confrontación, y allí lograr el diálogo y la “convergencia” será mucho más cuesta arriba.

[1] En abril de 2003, Fidel Castro, con más de cuarenta años en el poder en Cuba, ejecutó a tres hombres que secuestraron un barco para huir a los Estados Unidos, y condenó de manera sumarial a 78 disidentes internos a penas de hasta 28 años de reclusión. Debido a la onda de represión contra disidentes y, particularmente, a esta ejecución, el escritor y premio Nobel de Literatura José Saramago rompió con el régimen cubano con la siguiente declaración: “Hasta aquí llegué. De ahora en adelante, Cuba seguirá su camino y yo me quedo donde estoy. Disentir es un derecho que se encuentra y se encontrará inscrito con tinta indeleble en todas las declaraciones de derechos humanos pasadas, presentes y futuras. Disentir es un acto irrenunciable de conciencia. Puede que el disentir lleve a la traición, pero esto siempre debe ser demostrado con  pruebas irrefutables. No creo que se haya actuado sin dejar lugar a dudas en el reciente juicio en el que resultaron condenados a penas desproporcionadas los cubanos disidentes. Y no se entiende por qué, si hubo conspiración, todavía no ha sido expulsado el encargado de la oficina de intereses de los EUA en La Habana, a otra parte de la conspiración. Ahora llegan los fusilamientos. Secuestrar un barco o un avión es un crimen que debe ser castigado con severidad en cualquier país del mundo, pero no se condena a muerte a los secuestradores, sobre todo tomando en cuenta que no hubo víctimas. Cuba no ganó ninguna heroica batalla fusilando a esos tres hombres, pero sí perdió mi confianza, defraudó mis esperanzas, destruyó mis ilusiones. Hasta aquí llegué”. Unos meses después, 22 bibliotecas independientes fueron cerradas por el régimen y 14 bibliotecarios voluntarios fueron detenidos por subversión. El régimen cubano no puede ser intocable.

[2] Bobbio, admirador de Rousseau, defendía la tesis de que la izquierda debería defender la libertad de la misma forma que defiende la igualdad, debería defender los derechos civiles y políticos de la misma forma que defiende los derechos sociales.

[3] José Saramago sugirió, durante la quinta edición del FSM a finales de enero de 2005, en Porto Alegre, que la palabra “utopía” debería ser retirada del diccionario. Dijo: “la palabra utopía no significa nada para los 5 millardos de personas que se encuentran en la miseria”. En la misma mesa de debates, Eduardo Galeano y Luiz Dulci defendieron la idea de la utopía no como algo ilusorio, sino como un punto en el horizonte que nos ayuda a caminar. El secreto está en continuar caminando en dirección a ese horizonte, aunque la utopía esté cada vez más distante. La idea de la utopía no es contraria a la necesidad del trabajo cotidiano, a las luchas concretas de reinvención de la democracia. Saramago respondió que “lo que transformó al mundo no fue la utopía, sino la necesidad”.

[4] Sobre este tema, ver Antonio David Cattani, 2003, y José Luís Coraggio, 2004.

[5] Como podría ser otro mundo, según la expresión del Foro Social Mundial, todavía no lo sabemos, pues creemos que las evoluciones históricas  – positivas o negativas  – se sustentan en agentes y que son producidas ante todo por la transformación de las relaciones sociales, caracterizadas actualmente por una desigualdad profunda de las fuerzas existentes. Es decir, se trata de luchas sociales. No es que las ideas y las teorías sean superfluas: forman parte integral de las fuerzas materiales que modelan la historia. El vaivén entre teoría y práctica, entre pensamiento y acción, entre inspiración y concretización, sigue siendo una exigencia ineludible para todos aquellos que quieren ‘cambiar el mundo’” (Amin y Houtart (orgs.), 2003: 12).

[6] El Software Libre es un programa de computador con código-fuente abierto, lo que posibilita que cualquier técnico puede estudiarlo y alterarlo, adecuarlo a sus necesidades y redistribuirlo sin ningún tipo de restricción. Generalmente, los softwares libres son gratuitos y tienen más que ver con la libertad para ejecutar el programa con cualquier propósito que con su costo.

[7] Club de Roma, Silent Springs, Eco 72, Tbilisi-77.

[8] Además de la Agenda 21, debemos destacar otros documentos de referencia importantes en el campo de la sustentabilidad ambiental. Entre ellos: la Carta de la Tierra y el Tratado de Educación Ambiental, grandes resultados del Foro Global de la Eco-92. La Carta de la Tierra es un código de ética planetario, resultado de un proceso vivo de una década de consultas. Se trata de una guía para un “modo de vida sustentable”, con principios y valores éticos, con una visión holística y escrito a muchas manos. El Tratado de Educación Ambiental representa una gran conquista de los educadores.

[9] “Adoptamos este término (socioeconomía) porque designa la subordinación de la economía a su finalidad, que es proveer, de manera sostenible, las bases materiales para el desarrollo personal, social y ambiental del ser humano” (PACS, 2000:5).

[10] Entre las redes más conocidas podemos citar: la Red Brasileña de Socio-economía, la Red Global y la Red de Economía Solidaria del Foro Social Mundial. Un ejemplo importante de red es la Vía Campesina. Es una red internacional de movimientos campesinos que congrega, según sus dirigentes, a más de 100 millones de  trabajadores rurales de todo el mundo. En ella participan: el MST, el MAB (Movimiento de los Afectados por Represas), la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), el Movimiento de los Pequeños Agricultores (MPA), el Movimiento de Mujeres Campesinas (MMC), entre otros.

[11] Los Cuadernos de la Fundación Luís Eduardo Magalhães, en los cuales se encuentra el artículo de Marcos Arruda, contienen la transcripción de las conferencias de los especialistas que participaron en el Seminario Internacional sobre Economía Solidaria, entre ellos: Ana Miyares, Caio Greve, Cheikh Guèye, Dione Manetti, Euclides Mance, Gonçalo Guimarães, Jean Louis Laville, Joaquim Melo, José Antonio Gediel, José Luís Coraggio y Marcos Arruda. En estos Cuadernos, Euclides Mance (p. 73-74) cita como prácticas de la economía solidaria: la autogestión, el comercio solidario, el microcrédito, los clubes de intercambio, el consumo crítico y el software libre. Cita como desafíos actuales de la economía solidaria (p. 82): la difusión del consumo solidario, la logística de distribución, los fondos para reinversión, el mapeo, la diversificación y la calificación de los productos, y la capacitación técnica.

[12] Durante la realización del FSM 2005, en Porto Alegre, el tema de la democratización de las instituciones internacionales fue debatido, entre otros, por Federico Mayor y Adolfo Pérez Esquivel. Estos sostenían que el sistema de la ONU, por ejemplo, tiene que ser transformado para hacerla más democrática, representativa y responsable. La idea es reforzar la “seguridad humana” en lugar de la seguridad militar y nacional. Todos los países deben ser iguales en la nueva ONU. No ven razón para que grupos de la sociedad civil no puedan actuar en la Asamblea General de la ONU. La participación de la sociedad civil fue vista como esencial para la creación de políticas en instituciones multilaterales. “La ONU que queremos es la ONU del pueblo, no una ONU de estados soberanos armados”, afirmaron.

[13] La noción de “derechos  humanos” fue ampliada con el tema de las “obligaciones extraterritoriales”. Según sostuvieron Kofi Yakpo y Vilmar Schneider, de la Red de Información y Acción por el Derecho a la Alimentación (Fian), durante la quinta edición del FSM en Porto Alegre, en 2005, “el asunto de los derechos humanos abarca generalmente las relaciones entre estado y personas residentes en el territorio nacional. Sin embargo, hoy en día, en la era de la globalización, las políticas  implementadas en  un país pueden impactar negativamente los derechos humanos de poblaciones en otros países. Para que sean garantizados los derechos económicos, sociales y culturales en la actualidad, es necesario un entendimiento más amplio de lo que son las obligaciones extraterritoriales en relación a los pueblos de otros países de manera de garantizar verdaderamente la universalidad de los derechos humanos”

[14] Durante la realización del FSM 2005, en Porto Alegre, el tema de la deuda externa fue ampliamente discutido desde un “nuevo ángulo”. Como sostuvo en aquella ocasión el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, una percepción diferente de la crisis de la deuda es fundamental. A través de colonizaciones, apoyo a dictaduras y a regímenes corruptos y relaciones comerciales injustas, los países acreedores contribuyeron más a agravar el problema de la deuda que los propios países endeudados. Según él, el Banco Mundial, el FMI y el G8, que reúne a las economías más poderosas del mundo, son los culpables del “genocidio social” que  fuerza a los países pobres a continuar pagando sus deudas externas. Tales pagos privan a los sectores de la educación y de la salud, provocando así recortes en los programas de reducción de la pobreza

[15] Según Boaventura Souza Santos (2005, p. 86), uno de los desafíos de la actualidad del FSM es aumentar su eficacia de respuesta, como actor global, a las tentativas, especialmente del Banco Mundial, del FMI y del Foro Económico de Davos, “de apropriarse de las agendas del FSM o de desradicalizarlas, poniéndolas al servicio de soluciones que dejarán intacto el desorden económico vigente”. Esto quedó particularmente claro a partir del FSM de Mumbai.

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Moacir Gadotti

Es professor titular de la Faculdade de Educação da Universidade de São Paulo(USP) desde 1991 es el director actual del Instituto Paulo Freire en São Paulo.