Por: Educaweb
Es decir, existe una concordancia entre el desarrollo de ideas sobre la relación género-poder y los planteamientos que hace la cultura. Tal como expresa Cole (1997:159,160), «una cuestión tradicional en el estudio del impacto de la cultura sobre el desarrollo del pensamiento es la relación entre el nivel de conocimiento característico de una cultura y los logros cognitivos de sus miembros».
Colombia tiene 32 universidades públicas y sólo una es dirigida por una mujer y otra tiene una mujer como rectora encargada. Este es un indicador de la gran brecha que existe entre los géneros en relación con los puestos de dirección en las Universidades. Esta representación del acceso de las mujeres a los cargos de dirección en las instituciones educativas va disminuyendo cuanto mayor sea el nivel educativo, independiente de los campos de conocimiento, así sean campos donde la mayoría son mujeres, el poder es masculino. En una investigación que hace Buquet (2006) demuestra que
Este panorama desalentador nos reafirma dos aspectos cruciales con respecto a los puestos de dirección en las universidades: El primero en correspondencia con la distribución del poder de acuerdo con el género y el segundo la preponderancia que tienen las carreras que en su mayoría son ejercidas por hombres. Este dominio del espacio público y del conocimiento, es también un escenario de dominación del SER. El patriarcado se define según Puleo, (2001:26) «como complejo social en el que los puestos claves de poder –militares, políticos, económicos y religiosos – se hallan ocupados, exclusiva o mayoritariamente por varones».
Por ello, hacer referencia a prácticas machistas exige revisar de qué manera las mujeres académicas en las universidades son conscientes de los mecanismos que utilizan para mantener los puestos de dirección en cabeza de los hombres.
Acabo de pasar por un proceso de elecciones para una rectoría de una Universidad y es sorprendente cómo las prácticas clientelares, la tendencia a pasar por encima de la legalidad y el uso de lenguajes bélicos, intimidantes y de subvaloración del trabajo y del reconocimiento de lo femenino en estos escenarios es altísimo.
El ejemplo anterior muestra la cosmovisión cultural de la relación género-poder que comparten los miembros de una sociedad como la nuestra. La mayoría de sus agentes aceptan las relaciones de poder como masculinas. Por lo tanto, sus prácticas culturales demandan una investidura masculina en el poder para generar confianza. Las sociedades machistas sienten desconfianza del poder desde lo femenino, además porque al ser un ejercicio menos jerárquico desmitifica el mito del poder y esto es muy cercano a la ofensa, en la medida en que amenaza su preservación.
Las Instituciones Universitarias deberían ser un contexto más abierto a prácticas de empoderamiento femenino. Sin embargo son una réplica de la distribución del poder tal como ocurre en todos los sistemas. Es decir, existe una creencia de las mujeres, no aceptada, en la que sienten mayor seguridad si sus jefes son hombres. Esta tendencia que podría tener rupturas agudas en el escenario académico, es casi invisible a las reflexiones y prácticas de las académicas.
Los mecanismos de validación de la distribución del poder según el género en las Universidades se logra mantener porque, al conservar el poder como masculino, las nuevas generaciones tendrán asegurada una relación entre prácticas del poder y masculinidades que posibilita su réplica porque la internalización de la relación género-poder no es un proceso de copia de la realidad externa en un plano interior ya existente; es más, es un proceso en cuyo seno se desarrolla un plano interno de la conciencia de género-poder que proviene de los otros.
En este sentido, mientras no existan programas de formación política de las mujeres y de la sociedad para desentrañar sus relaciones subordinadas con el poder, no será posible una relación con las estructuras de poder como maleables a la transformación y sobre todo posibles de integrar a proyectos de mejora social.
Las mujeres en las Universidades interpretan la realidad de género –poder en la cultura con referencia exterior a sí mismas, mientras que son capaces de transformar esta misma relación en un sistema más personal e incidir en la transformación de las prácticas familiares y laborales de otras mujeres. Esta interacción diversa entre los sistemas macro, micro y meso es un síntoma de lo complejo que es para las mujeres hacer concienciación de la distribución del poder según el género en los macrosistemas e incidir en su transformación.
La comprensión de la relación género-poder pasa por la utilización que hacen las mujeres de formas expresivas para incorporar relaciones y asociaciones de tipo causal entre los diferentes grupos de significados de género-poder y lo hacen en mayor cantidad en contextos concretos como los interpersonales (nivel micro-) y escolares (nivel meso-) que en contextos culturales (nivel macro-) que exigen un nivel de elaboración de procesos de pensamiento más complejos (Bolaños, 2006). Esto explica por qué se logran preservar los puestos de poder en las masculinidades. Por ello, se requieren programas de formación intencionados para transformar las dinámicas de la relación género- poder en las concepciones de las mujeres aún en espacios universitarios.
La transformación de la relación género-poder agenciada por el patriarcado sólo es posible a través de la mediación educativa intencionada para el desarrollo teórico-conceptual de dicha relación desde bases socioculturales y feministas que permitan comprender los hilos sutiles que en la mayoría de los escenarios de poder masculino se tejen para validar formas desiguales y subordinadas del ejercicio del poder.
La materialización cronotópica (es decir la relación espacio-tiempo) del género se constituye en la principal fuente de sostenimiento de la desigualdad en las relaciones de poder entre hombres y mujeres. El movimiento que tiene la concepción de género de acuerdo con cada cultura proporciona los modos de actuación en el tiempo y en el espacio. La utilización del tiempo y el espacio están íntimamente relacionados con la forma de vida de las personas. Por ello, las mujeres aún como docentes universitarias reproducen la colonización patriarcal y se sienten más seguras cuando el poder está representado en lo masculino.
La posición que asume el profesorado frente a la identidad de género a partir de su manifestación cronotópica está relacionada con la internalización de dicha relación en términos de la posibilidad de aplicación porque «la internalización de las formas culturales de conducta implica la reconstrucción de la actividad psicológica en base a las operaciones con signos» (Vygotski: 2000:94). Es decir, que la utilización de una diversidad de contextos de actividad mediada permite que el profesorado exteriorice una serie de marcas relacionadas con la asignación de espacios públicos y privados en la cultura patriarcal. Esta acción facilita la realización de operaciones con signos que recrean la relación género-poder y ese es un paso importante para revisar las cosmovisiones culturales de género-poder en el profesorado. Por ello, cuando se trata de la articulación de una visión crítica de género a la propia vida se hace complejo su logro.
En términos generales se puede afirmar que la cosmovisión cultural de la relación género-poder es posible de transformar porque «el uso de medios artificiales, la transición a la actividad mediada, cambia fundamentalmente todas las funciones psicológicas, al tiempo que el uso de herramientas ensancha de modo ilimitado la serie de actividades dentro de las que operan las nuevas funciones psicológicas» (Vygotski: 2000:92). Es decir, el poder como escenario masculino se aprende y se preserva a partir de sus múltiples réplicas.