Formar docentes que enseñen a ser
Toda propuesta formativa debe pretender en primer lugar construir la identidad de educador. La mayoría de los docentes ejercen su profesión como meros dadores de clases y programas, sin haber tenido la oportunidad de asomarse a las honduras de lo que significa educar. La propia sociedad, si bien en ciertas oportunidades y celebraciones, se monta en la retórica para hablar del maestro como apóstol y forjador de futuro, considera la profesión docente entre las menos atractivas y valoradas y trata a los docentes como ciudadanos de segunda categoría. La mayoría de los propios docentes tienen de sí mismos una muy baja percepción y eligieron su profesión porque se les cerraron las puertas de otras que consideraban más atractivas y gratificantes. De ahí la necesidad de trabajar con los docentes la construcción de su identidad como personas y como educadores.
Ser maestro, educador, es algo más complejo, sublime e importante que enseñar biología, lectoescritura, electricidad o historia. Educar es alumbrar personas autónomas, libres y solidarias, dar la mano, ofrecer los propios ojos para que otros puedan mirar la realidad sin miedo. El quehacer del educador es misión y no simplemente profesión. Implica no sólo dedicar horas, sino dedicar alma. Exige no sólo ocupación, sino vocación.
Cuentan que una vez entró un niño en el taller de un escultor. Por un largo rato estuvo disfrutando ante la cantidad de cosas asombrosas del taller, herramientas, bocetos, pedazos de escultura desechados…, pero lo que más le impresionó fue un enorme bloque de piedra en el centro del taller. Era una piedra tosca, llena de magulladuras, desigual, traída en un penoso recorrido desde la lejana sierra. El niño estuvo acariciando con sus ojos la enorme piedra, y al rato, se fue. Volvió al taller el niño a los pocos meses, y vio sorprendido que, en el lugar de la enorme piedra, se erguía un hermosísimo caballo que parecía quererse liberar de la fijeza de la estatua para ponerse a galopar. El niño se dirigió al escultor y le dijo: «¿cómo sabías tú que dentro de esa piedra se escondía ese caballo?»
Educar viene del latín, educere, que significa sacar de adentro. Es educador quien no ve en cada alumno la piedra tosca y desigual que ven los demás, sino la obra de arte que se oculta adentro y entiende su misión como el que ayuda a limar las asperezas, a curar las magulladuras, el que contribuye a que aflore el ser maravilloso que todos llevamos en potencia.
La educación implica una tarea de liberación y de responsabilización.
El educador tiene una irrenunciable misión de partero de la personalidad. Es alguien que entiende y asume la trascendencia de su misión, consciente de que no se agota en impartir conocimientos o propiciar el desarrollo de habilidades y destrezas, sino que se dirige a formar personas, a enseñar a vivir con autenticidad, es decir, con sentido y con proyecto, con valores definidos, con realidades, incógnitas y esperanzas. La vocación docente reclama, por consiguiente, algo más importante que títulos,cursos, diplomas, conocimientos y técnicas. Presupone una madurez honda, coherencia de vida y de palabra. Esta coherencia es imposible sin un cuestionamiento permanente del propio proyecto de vida y de los valores que lo sustentan.
Sólo quien reconoce sus limitaciones,sus propias contradicciones, sus carencias, y las acepta como propuestas de superación, de crecimiento, es decir, de formación, será capaz de recibir amor y podrá darlo, será capaz de aprender y por ello de educar. El que cree que lo sabe todo, el que se coloca con autosuficiencia frente al alumno, el que piensa que no necesita de los demás, será incapaz de establecer una verdadera relación comunicativa, será incapaz de entender la necesidad de su propia educación, será por ello, incapaz de educar.La personalidad del docente, su manera radical de ser y de estar en el mundo y con los demás, las palabras que hace y no tanto las palabras que dice, son el elemento clave de la relación educativa. Como ya dijimos antes, uno explica lo que sabe o cree saber, pero uno enseña lo que es. Si eres generoso, estás enseñando y promoviendo la generosidad. Si eres inquieto, preocupado, ávido de saber, transmites ganas de aprender. Si eres superficial y vano, comunicas trivialidad. Si vives amargado y te la pasas quejándote, enseñas desconfianza, amargura, pesimismo.
Evidentemente, que si un docente es capaz de captar la trascendencia de su misión, y se percibe ya no como un mero dador de objetivos y rutinas, como alguien que ayuda a pasar exámenes y avanzar de un curso a otro, sino como un educador que ilumina caminos, fragua voluntades, recuperará su autoestima y se entregará a vivir apasionadamente su profesión y su misión.
- Cf. Peter Drucker (1994), La Sociedad Postcapitalista
- George, S. (1992), «La dette se paie en nature», Le Monde Diplomatique, París, Junio. En Miguel Soler Roca, «Una Esperanza de futuro», Cuadernos de Pedagogía, N° 249, Julio Agosto, 1996.
- Boff, Leonardo (1995), «¿El Cristianismo ayuda a la humanidad a salir bien del S. XX?». Fe y Política, N° 10.
- Miguel Soler Roca (1996), «Una Esperanza de futuro», Cuadernos de Pedagogía, N° 249.
- Cf. Antonio PérezEsclarín (1995), «El Docente necesario», Movimiento Pedagógico, N° 7.
- Citado por Fernando Alvarez Uría (1995), «Escuela y Subjetividad», Cuadernos de Pedagogía, N° 242.
- Cf. «La importancia de las preguntas» (1996), Cuadernos de Pedagogía, N° 243.
- Cf. Marco Raúl Mejía (1995), Escuela en el Fin de Siglo. Cinep, Bogotá.
- Cf. Antonio Leal (1995), «La política en el fin de siglo. Democracia y derechos de ciudadanía». La Piragua, N° 10.
- Cf. Diego Palma (1993), «La construcción de Prometeo. Educación para una democracia latinoamericana». Tarea, CEAAL, Santiago.
- Cf. Carlos Calvo (1993), «¿Crisis de la Educación o crisis de la Escuela?», en Jorge Osorio y Luis Weinstein (de), El corazón del Arco Iris, CEAAL, Santiago.