Por Indhira Libertad Rodríguez
Ese jueves 07/03 fuí al centro al registro 4 del municipio Libertador. Al salir de ahí me fuí a la librería Colombeia a un conversatorio acerca de Rosa Luxemburgo en el que hablarían compas feministas. Empezandito el conversatorio se fue la luz, tipo entrada las 5. Estaba grabando Avila Tv, consiguieron pila y pudieron continuar. Cuando terminaron de hablar todas me fuí porque me estaban dando unos escalofríos, venía con un gripón horrible y una tosedera espantosa.
Cuando camino hacia el metro de Capitolio, estaba a unos metros de la estación, la encuentro cerrada y pregunto: «por qué está cerrado el metro», me respondió un muchacho de la economía informal de la puerta: «no hay luz». Empiezo a caminar. Lo primero fue percatarme que iba contracorriente, cual salmón. No era la única tampoco, pero el río e’gente venía pal oeste y centro, no iba pal este. Me voy encontrando gente conocida y querida, inmediatamente nos preguntábamos «desde dónde vienes», de Los Dos Caminos, Sabana Grande, Petare, de punta a punta había recorridos. Mis ojos hicieron la fotografía más arrecha de ése “río e’gente” en el Parque los Caobos, todo el pasaje central de derecha a izquierda. Unos iban rapidísimos, alienados de perinola, la mayoría en grupo, riendo, o parejas conversando. Nos hacíamos compañías por trecho improvisando alguna conversación. En la fuente de Plaza Vzla consulté a una madre con su hija adolescente si sabía si era en toda Caracas, parece que sí me respondieron, una voz dijo por ahí “es a nivel nacional”.
Al entrar al puente previo a la entrada Tamanco de la UCV, ya el ocaso daba paso a la noche y consulté a les transeúntes que venían de dicho recinto, “que vence las sombras”, si estaba muy sóla la universidad o si se podía atravesar, “hay gente” respondieron. Ya adentro en esa oscurana me encontré con Leonardo Bracamonte, me impresionó reconocerlo. Hablamos rápido pues estaba pendiente de un par de señoras que estaban perdidísimas y yo me sentí de pronto responsable de que salieran bien de la UCV, me estaban dejando atrás. A la altura de Trabajo Social decidí que lo mejor era seguir la ruta de los carros. Ahí yo suelo meterme por el bosque y atravesar Tierra de nadie, imaginé que estaría más oscuro y a mi me servía más esta vez salir por el clínico.
Cuando pasamos el hospital las señoras se pusieron intensas y una dijo que ojalá después de esto Maduro se fuera, que era suficiente y ahora sí tenía que irse. Les dije algo para intentar problematizar la situación en una de educación popular militante, pero insistieron y luego como se ha optado en muchas familias, cuando nos encontramos no hablamos de política, para que no digan que el/la/le chavista es el intenso, el conflictivo, el violento. Pero el silencio en esos momentos pesaba mucho. Traté de decir algo jocoso de inmediato. Recordar el humor que junto a la fe, son los principales aparatos de resistencia a través de los cual el/la puebla venezolana ha desarrollado, aprendido, recordado, construido, para aguantar.
Dos mujeres más que trabajaban en el hospital y venían atrás se les pegaron con algún otro comentario. Como estas últimas dijeron algo que me hizo entender que vieron, oyeron a alguien del gobierno dando explicaciones, les pregunté qué habían dicho, dijeron que el ministro de energía había dicho que era un saboteo y en tres horas aproximadamente esperaba resolverse. De pana me tranquilizó un poco saber algo. La noche ya había caído y la atmósfera era diferente, el temor que suele acompañarle en las ciudades, había aparecido.
Decidí acelerar el paso e irme por el paseo Los Ilustres y no por la acera. Me percaté de mi propia vulnerabilidad, agradecí tener zapatos de goma puestos. Hablé en voz alta para irrumpir el silencio, algo sobre “crucemos juntos”. Les transeúntes nos veíamos las caras por las luces de los automóviles. Tenías fracciones de segundos para reconocer algo en la mirada del/la/le otre. En Los Símbolos pasando entre el barrio y el parque de diversiones, por un momento sentí “una manada atrás”, sentí el gozo macho de inspirar miedo, algún conjuro resultó porque cruzaron hacia la acera. Me dí la oportunidad de ver a un varón hermoso, tenía tanto miedo como yo, no lo ocultamos. Seguí a mi ritmo y lo dejé atrás.
Ya entrando al Valle después de la subida de la Bandera, pasó una caravana de patrullas. Atrás venía un grupo de liceístas, les venía prestando atención, escuchando lo que decían. Ya desde San Pedro escuchaba “Maduro” acto seguido, le respondían en coro “coño e tu madre” seguido de risas. El humor otra vez. Desde hace unos meses, desde enero cuando creyeron que ahora sí habían tumbado a Maduro, vienen con esa consigna. Veo de positivo que pasó de decirse con arrechera en caserolazos y supongo que en marchas, a ser una profunda jodedera. No sé hasta dónde eso exorciza el peligro de esa ira, pero disminuye la tensión en el ambiente, eso es algo y se agradece en la convivencia.
Elles eran unes liceístas y venían jodiendo y zas! Pasa una de las patrullas gritando: “Maduro” y se cagaron en un primer momento, silencio, y otro por allá saltó “coño e tu madre” acto seguido todo el mundo estalló en risas. Un chamo en voz alta, con orgullo: “sólo en Vzla”. Pensé algunas cosas sobre la identidad nacional, masturbándome mentalmente mientras seguí echándole piernas.
En cuanto entré al Valle ya me invadió esa tranquilidad como cuando venía con la bicicleta en la noche, la identidad parroquiana se hace sentimiento de pertenencia.
Al entrar al callejón dí las buenas noches a los únicos dos sentados en la esquina. Más arriba otro vecino conocido. A la pata de la escalera, la mesa de dominó llena, iluminado el juego. Otra vez la risa, ahora en forma de bienvenida luego de escuhar: “vendo vela, ya que no puedo vender más ná”. El esposo de Gisela, la vecina de arriba que trabaja en la limpieza de un colegio, estaba agarrado del pasa mano, sólo, le pregunto por ella, me dice que la está esperando, de dónde viene le pregunto, de la Hoyada, esa está por llegar le respondo, yo vengo de Capitolio. Empiezo a subir y me llaman: “Indhira ¿vas subiendo?”, “si”, “yo subo contigo esperame”, “ok” respondo “pero quién es”, “Arelis chica”, “a bueno vamos”. Se une otro vecino: “Arelis si eres cagona”, era Fanfan, “alguien sabe si esto es en toda Caracas” pregunto. En realidad después me dí cuenta que en ése momento yo no quería saber que era nacional, era una idea que me daba mucho temor. “En todas partes, en Los Teques, en toda Miranda, en la Gran Caracas. Es nacional” reitera Fanfan. Se pega otra voz, es Anthoni, el vecinito que va a ser padre en unas semanas “Capaz y nos están invadiendo”, “y sin señal cómo se hace” dice Arelis, “¿no hay señal?” pregunto. Entendiendo que durante las dos horas que estuve caminando no me había llegado ni un mensaje por eso. “Y esta mañana se fue el agua”, “¿no hay agua’” vuelvo a preguntar, como tengo tanque no me doy cuenta, “no, no hay” me dicen.
Entrar a mi casa fue glorioso, tenía burda de hambre y los pies me dolían que jode. Busqué la vela, calenté un café del mediodía y le eché un chorro de cocuy y me senté en la terraza a ver. Pa más era luna nueva, la noche no brillaba, era mate sin reflejos plata. Me provocó gritar “están cagaos” pues la textura carecía de la petulancia de los gritos de los opo. Decidí hacer silencio, respetar el silencio. Pensé en la oportunidad que teníamos de valorarlo, sin la contaminación sónica tan bandera de la ciudad. Esa noche comí y me acosté, estaba molida.
A media mañana del viernes ya estaba cuadrando con el vecino de abajo, para que hiciéramos comida juntos, ellos no tenían gas y como no sabíamos nada, era mejor rendir mi bombona lo máximo.
La vaina era a nivel nacional, ya era una realidad. Escogí dos lecturas para que me acompañaran en el peo, una sobre la exclavitud sexual y la otra sobre el capitalismo gore. Ese viernes pasó como un domingo. Hasta que llegó la noche y la cosa se puso tensa en algún momento. El ambiente ya no era tanto de incertidumbre. Una se descubre sabiendo al pelo el guión de la opo, de seis y pico a 8 consignas, de nueve a 11 más arrechera y de 11 en adelante podían bajar y prender la calle. Afortunadamente a las 11 se disolvió todo y en ellos imperaba una sensación de resignación, o derrota para ser más exacta. Nosotres respirábamos y dábamos gracias que podríamos dormir en paz.
El sábado entré por puerta dos al Fuerte Tiuna, por Longaray. Que nos hayan dejado pasar a mi perro y a mi, me tranquilizó un poco. Estábamos incomunicados desde el jueves en la tarde, sin señal en ningún teléfono, de ninguna línea, ni internet. De regreso, Gerson, vecino amigo que es técnico y me repara cosas en casa, me volvió a confirmar que era nacional y me dijo que los cantv funcionaban, igual no tengo. A media mañana llegó la luz. Entraron llamadas y tuvimos un pelo internet, poco después del medio día se volvió a ir.
La opo había convocado a una marcha. Yo con el pretexto de conseguir cigarros llegué hasta la UBV en bici. Ahí el ambiente ya se comenzó a poner tenso y retorné.
Cuando amanecimos el domingo ya teníamos luz. La señal tardó en volver al igual que el internet. A partir de ese día y abiertamente a falta de punto de venta, se empezó a vender en dólares en la calle ¿quién tiene 10 mil o 20 mil efectivo en su casa? Una caja de cigarros pasó a costar 3 dólares el lunes, el domingo valía 8000 mil bolos. Palpamos lo que es una economía de guerra, y yo leyendo sobre exclavitud sexual, cuerpos-mercancias, no seres, no humanas, la afición del capitalismo gore por la sangre, la mutilación, el desmembramiento. Fue muy cruda esa percepción, de que nos jugamos a que nos condenen como pueblo a esos destinos. Y no porque ya no ocurre, pasa, es una realidad para niñas, adolescentes, mujeres venezolanas e incluso varones; sólo que en caso de una invasión militar fáctica, esos números incrementan. Y vuelve la risa del sarcasmo y en mensajes nos decimos “aquí, resistiendo el asedio”…
El miércoles 13, pude sentarme a escribir y me salió esto:
Durante 3 días ví gente que regresó a niveles de socialización. Vi un pueblo tan decidido a con-vivir y amar. Un pueblo que prefirió recordar, urgar en la memoria de eso que llaman civilización, que a punta de poder ser resume en occidente, y volver a lo que Durkheim llamaba “solidaridad orgánica”. Esas relaciones que la modernidad ha venido borrando… unas primas me decían “recordé que tenía familia”, los padres y niños (y no tanto) jugaban en la calle como antes que existiera el celular “inteligente”. Las y los vecinos nos tocamos las puertas y nos dispusimos a ayudarnos, porque la auto-sufi-ciencia quedó desvelada como una gran mentira que nos vendieron desde el centro.
Yo quiero decir teoría, pero la emoción es tanta que sólo me salen metáforas y las “categorías” me quedan pequeñas, me sube certeza que semos semilla de humanidad por-venir, que per-vivirá.
Yo ví gente que buscaba a la gente que siempre tuvo al lado pero que hizo tan distante… pa’ hablar de algo, porque no hay más que hacer y pa’ saber cómo haces tú eso, que llamamos no hacer nada, porque no hay luz.
Así se hicieron fogones, cenas compartidas, grupos de niñes jugando juntes, sin importar quien tiene el juguete más caro.
Así no sólo no nos matamos, sino que aprendimos mejor como estar juntes.
Fuente: artículo enviado por su autora a la redacción OVE
Imagen tomada de: http://acn.com.ve/wp-content/uploads/2018/10/apagon-de-luz.jpg