Por María Acaso
Últimamente la escuela se ha usado de forma reiterada como metáfora para visualizar otras formas de hacer en los museos. La frase del artista y educador Luis Camnitzer «El museo es una escuela» nos ha recordado la importancia de la educación en las instituciones culturales, la ha posicionado en el lugar central (para que la pieza se pueda llevar a cabo es indispensable que la frase se exponga en la entrada de la institución y con la tipografía del centro que la alberga), visible e importante que, desgraciadamente, la educación no tiene.
Dentro de este marco simbólico (la educación como eje fundamental de las instituciones culturales), he defendido y defiendo la frase de Camnitzer, pero después de convivir durante cuatro meses con la retrospectiva del artista en el Museo Reina Sofía (Madrid) «Hospicios de utopías fallidas», no he podido más que repensarla. No podemos seguir identificando el museo con el lugar que combatimos desde todos los frentes: con la institución totalizante por antonomasia, la institución en la que aprendemos a controlarnos y a decidir lo que queremos hacer con nuestras vidas de manera antirreflexiva, que nos lleva a repetir los trayectos que nos gustaría deshacer, a crear estructuras que nos dañan y a sostener pilares que nos impiden ser libres y vivir con bienestar.
Resultaría terrible que el museo fuese una escuela, al menos una escuela como las que existen a nuestro alrededor; que el museo pusiese exámenes que no tienen sentido; que se olvidase sistemáticamente del cuerpo y defendiera que solo pensamos con la cabeza; que renegase del placer y afirmara que solo con «la sangre» se llega al conocimiento; que amparase procesos antidemocráticos y jerárquicos y experiencias basadas en el simulacro que solo conducen a la certificación. El museo no puede ser una escuela como las que nos rodean: el museo ha de ser la escuela del futuro, la escuela que proyectamos en la mente, no la que soportamos con el cuerpo.
En paralelo a la exposición de Luis Camnitzer ha tenido lugar en el Museo Reina Sofía el programa Escuela Perturbable. Este programa se ha configurado como un ejercicio de perturbación institucional, al no definirse como un programa público ni como un programa educativo, sino como un espacio que posibilitara problematizar aquello que se vincula con lo educativo para resituarlo en otro lado, precisamente porque el museo no es una escuela, precisamente porque queríamos ver si era posible generar modos de hacer pedagogía que escapasen de los modos de hacer pedagogía que día a día se desarrollan en la escuela.
El primer intento de que el museo no fuese una escuela consistió en que el programa no diera servicio a la exposición con la que ha convivido, sino que lo situamos en un lugar paralelo; no en un lugar mejor que pudiera establecer un proceso de competencia entre ambos formatos, sino en un lugar diferente: la exposición construye estas cosas, nosotras construimos estas otras. Para eliminar las jerarquías invisibles que existen entre las diferentes áreas de conocimiento de las instituciones culturales, la Escuela Perturbable no se ha ubicado en los lugares destinados al desarrollo de las actividades educativas del museo (que, por supuesto, son los espacios instalados en el último nivel de la representatividad, normalmente en los sótanos y almacenes de muchos museos), sino que ha sucedido en las propias salas de la exposición. Esto habilitó un juego de equilibrio simbólico, de reparación geográfica que, para quienes nos dedicamos a la educación en las instituciones culturales, ha supuesto cierta compensación. Que la Escuela Perturbable se entendiera como una producción cultural autónoma generadora de conocimiento ha tenido que ver con otras formas de uso del poder, de manera que las áreas hegemónicas han cedido parte de sus privilegios a las áreas que nos situamos en los márgenes.
En un segundo intento por que el museo deje de ser una escuela, el programa (en colaboración con el espacio de residencias artística Felipa Manuela) ha contado con la presencia de tres colectivos en residencia que trabajaron durante un mes con tres grupos de estudio. Escuela Perturbable deseaba construir acontecimientos (en lugar de eventos) que pudiesen traspasar la gruesa corteza de la programación cosmética, de los contenidos al peso que, como el currículum escolar, nos sitúan en el consumo bulímico de una información que jamás procesaremos.
Queremos creer que la presencia de CIA (Centro de Investigaciones Artísticas), Laagencia y Menos Foucault y más Shakira ha calado en los modos de hacer de la institución: que en las oficinas se hicieran cosas más allá de la gestión, la revisión decolonial de las estéticas o cuestionar las prácticas ha sido posible gracias al contacto diario, a la repetición, a la persistencia de los tres colectivos, acciones generadoras de comunidad que necesitan tiempo, sobremesas y lecturas compartidas. Programar acontecimientos extendidos ha supuesto alterar los usos del tiempo para pasar de la fragmentación y lo cuantitativo a la dilatación y al ensanche, formas de hacer donde las nuevas institucionalidades cobran sentido.
Y nos queda la dirección. La escuela que queremos cambiar está obsesionada con sus afueras, con poder asegurar que los estudiantes encontrarán un empleo el día de mañana. Es una escuela que piensa para el mercado y que capacita a los niños y las niñas para pensar en salarios y marcas, en ganarse una vida que no va a merecer la pena ser vivida. Nosotras hemos intentado contrarrestar esta obsesión de la escuela neoliberal por los afueras creando un programa para bucear en los adentros. Así, la Escuela Perturbable generó tres grupos de estudio que nos permitieron reflexionar sobre temas determinantes para una institución cultural: repensar sus procesos de mediación con los públicos, sus relaciones con la educación reglada (programas con escuelas) y su reciente función como albergadora de grados y másteres.
Dirigir estas cuestiones hacia dentro de nosotras mismas e impulsar procesos de reflexividad, de autoconciencia y probablemente de desaprendizaje es uno de los aspectos más urgentes que han de abordar tanto la escuela como los museos en los que deseamos trabajar. Educar los adentros de la institución implica, necesariamente, cambiar nuestro foco de atención para que los recursos, las energías y los tiempos se dirijan hacia un lugar que, aunque en apariencia inadecuado, es precisamente el único que nos permitirá reflexionar sobre hacia dónde dirigirnos en el exterior.
No dar servicio sino acompañar, no generar eventos sino acontecimientos que nos traspasen, no dirigirnos tan solo al exterior sino también al interior: tres ideas clave que nos dan qué pensar. Porque ni el museo es una escuela ni la escuela es un museo, sino que tenemos que generar escuelas y museos diferentes, otras formas de trabajo institucional que nos permitan sobrevivir al cambio de paradigma que nos acecha y que, probablemente, le permitirán a Luis Camnitzer generar otra pieza.
*Las fotos del presente post han sido realizadas por Alejandra Pastrana
Fuente: https://mariaacaso.es/general/el-museo-no-es-una-escuela/