Por Jose Serur
Me encontraba de noche en el aeropuerto de Mérida esperando el habitual y siempre retrasado vuelo hacia la Ciudad de México, no dudé en aprovechar este tiempo para “revisar” en mi celular –del cual cada día me declaro más adicto– el teaser de dos minutos de la última temporada de la serie de HBO “Juego de Tronos”. Con gran entusiasmo alcancé a apreciar que los “Caminantes Blancos”, enemigos de la atemorizada, vulnerable y confrontada raza humana, por fin “saltaron el muro” que heroicamente era defendido por los “vigilantes de la noche” y el cual dividía a los vivos de los muertos, amenazando con la destrucción total de la civilización del hombre. El tema me sonó algo conocido y no pude evitar la cómica e irónica tentación de comparar dicho guion televisivo con la posibilidad de que todos los mexicanos en algún futuro de realidad o ficción “saltemos” el muro de Trump, arrasemos con la “Border Patrol” y que un mexicano ocupe la Casa Blanca destruyendo la subsistencia e identidad de Estados Unidos.
Y, ciertamente, tanto la idea del muro fronterizo como el miedo psicosocial de una nueva “invasión migrante” que permeó en la población norteamericana, fue un ingrediente perfecto en la retórica de campaña y la base fundamental para el triunfo presidencial del candidato republicano, que en sus propias palabras apunta: “…el muro es para preservar la supervivencia, la seguridad e identidad, así como la civilización del pueblo norteamericano…”. Este tipo de aseveraciones y lemas de traza patriótica resultaron sorprendentemente eficientes en el manejo del discurso político sobre el cual, el miedo sumado de ignorancia e incertidumbre, se convierte en el ingrediente más contundente del movimiento de masas. La historia política, en especial de los últimos 120 años, nos regala un catálogo amplio y lo pone de manera clara frente a nuestros ojos que, pese a las lecciones tan duras que ha recibido la humanidad, los fenómenos vuelven a repetirse como si fuese ya una condición natural del ser humano, y a la que estamos condenados.
Cuando en el año del 2016 Donald Trump decidió participar en la campaña por la nominación de candidato del Partido Republicano por la Presidencia de Estados Unidos, resultaba casi risible el reto de vencer a sus colegas de partido en la elección interna. En un principio era evidente que las cosas no le estaban funcionando del todo, inclusive en sus primeros debates y entrevistas televisivas sus discursos resultaban disparatados y sin coherencia en la estructuración de varias ideas; criticar a Obama y a la desprestigiada Hilary Clinton junto al partido Demócrata, ya no era redituable en su popularidad, sin embargo, a sugerencia de sus asesores y estrategas de campaña, se tomó la decisión de elaborar estudios profundos en psicología social y los resultados les permitieron obtener material para empezar a hilvanar un nuevo discurso más constante, aunque todavía lleno de disparates como de costumbre, pero ahora con unas ideas “peligrosas” muy claras que comenzó a mencionar consistentemente una y otra vez en toda oportunidad que tenía para hablar en cualquier medio de comunicación o evento político.
En ese sentido, el propósito de construir un muro como “base fundamental” del show de la campaña se convirtió en un objetivo genial, muy oportuno a las circunstancias, ya que se daba a entender que ese muro “separaba dos mundos”, el superior y el inferior, la riqueza y la pobreza, la anti mexicanidad, la hispanofobia y la islamofobia, aunado a la angustia económica. Pero, de pronto, por arte de magia se transformó en tremendamente popular y las encuestas comenzaron a subir a su favor, se dio cuenta que cuando mencionaba el hecho, las ovaciones de los asistentes se hacían muy enardecidas; hablar de los “Beaners” o “frijolitos cafés” (como algunos despectivamente les llaman a los mexicanos por feos, por puro “efecto Goyri”), los “Bad Hombres” y los «locos islamistas”, llegaron perfecto al corazón de la psique social del americano común, jugar con los instintos naturales del ser humano siempre es un buen negocio electoral, así que en realidad Donald Trump supo perfectamente a qué parte de la población hablarle, sólo estaba rascando tantito a la xenofobia escondida que existe en cada persona, inclusive en cada uno de nosotros. Tocó los verdaderos sentimientos guardados de la gente y que nadie se atreve a expresar hasta que la unión de masas te permite sacarlos del closet.
Por cierto tiempo, los mexicanos nos sentimos muy ofendidos que el nombre de nuestro país se mencionara con desprecio cada vez que el señor Trump tomaba el micrófono. No obstante, a pesar de que estaba usando a nuestro país, a nuestra raza, a nuestra esencia social y cultural como ficha de cambio, las voces de protesta fueron débiles y casi inexistentes, los mexicanos sin duda nos creemos nuestra “inferioridad” y por eso callamos. Nuestra “indignación” nacional de pronto pareció olvidársenos, porque cuando toca nuestro turno de vernos reflejados en el espejo del auto juicio, y sin mayor preámbulo para ser sinceros, “netas” y honestos como sociedad, en términos de racismo interno salimos muy reprobados; ya en recientes fechas se han hecho evidentes en nuestro proceso electoral por la Presidencia de la República y en las nominaciones de “oaxaqueñas” a los Premios Oscar.
Las disputas sociales y las infinitas tensiones raciales que existen tan profundas en nuestro país se desatan por todos lados. Confrontar a las clases sociales, los orígenes, y profanar el abuso de la palabra en la “basura de las redes sociales”, como bien dijo Lady Gaga, para etiquetarnos de una forma políticamente correcta de “Chairos” y “Fifís”, nos evidencia de la manera más vulgar complejos de sumo profundos y enraizados en nuestra sociedad. Hoy la nominación de Yalitza Aparicio al Premio Oscar a la Mejor Actriz por la película “Roma”, aunque no ganó la deseada estatuilla, ha puesto en el debate la patente cosmovisión racial de nuestro país. “¡Pinche India!” dijo el pseudo actor Sergio Goyri en un video viral que resultó una bomba mediática y que a la postre condujo a que el actor ofreciera una disculpa diciendo: “… No… No debo de andar diciendo tonterías. No se puede andar diciendo… Bueno… lo acepto, lo asumo. Es que me pasó todo de repente… Es un error que he tenido toda mi vida… que digo todo lo que pienso… Soy muy hablador, me debo de guardar más las cosas, ser más prudente…”.
¡Eureka señor Goyri!, gracias por sus reflexiones, no podían ser mejores, aquí en sus palabras están las respuestas, en realidad sólo sacó su lado obscurito, reafirmando que la mayoría de las personas tienen sentimientos xenófobos y estigmas contra algún segmento de la sociedad; porque seamos “netos”, realmente honestos, señoras y señores lectores, todos los tenemos en diferente grado. Uno de los problemas del racismo es que es “latente”, la mayoría de la gente piensa una cosa y por ser “políticamente correctos” dice algo diferente, pero sus verdaderos sentimientos están ahí y los manifiesta cuando la ocasión lo amerita. A esto es lo que yo llamo “efecto Goyri”.
No me es poco común escuchar de vez en vez adjetivos en el calor de “las confiancitas”, ¡pinche India!, ¡pinche Naco!, ¡pinche Gata!, ¡pinche Güerito!, ¡pinche Fifi!, ¡pinche Chairo! (pejezombie), ¡pinche Goy!, ¡piche Judío!, ¡pinche India Patarrajada! ¡pinche Chilango!, ¡pinche Gringo!, Pipope, Prieta, Guayabo, Sudaca, y cientos de calificativos lacerantes y de menosprecio. Muchas personas se callan estas expresiones denigrantes pero las piensan, todos estamos infectados con este flagelo que en realidad SÍ afecta al desarrollo e integridad de una sociedad, por eso, tiene que haber un alto obligado a esta vergonzosa forma de describirnos, no es posible seguir reproduciendo el efecto Goyri de manera sistemática, convirtiéndose en una realidad de la que nadie escapa. Es evidente que todos las seres humanos nos construimos por factores externos, desde que nacemos nos fue sembrada una programación cultural, una moral preestablecida, órdenes, costumbres, tradiciones, hábitos y mitos, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es bonito y lo que es feo, los estándares estéticos según el acuerdo social, así como identificarnos con lo que nos es conocido y familiar, aquello que nos hace sentir seguros. El miedo a lo diferente siempre es una amenaza inconsciente a nuestra seguridad y supervivencia humana, sin embargo, tenemos la capacidad de elegir y eso nos diferencia del resto de los animales.
Todos exigimos libertad, tener una buena vida, cubrir nuestras necesidades físicas e intelectuales, el respeto digno de nosotros mismos y de quienes amamos, cualquier hombre nacido en esta tierra, nos guste o no, merece el mismo trato y no vulnerar su integridad bajo ninguna circunstancia. Tú y yo estamos en la autonomía de pensar como se nos pegue la gana, de fabricarnos ideologías, identidades, valores y creencias de cómo vivir la vida, cada quien puede escoger sus estructuras éticas, con quién te juntas, qué religión quieres seguir o no seguir ninguna, con quién contraes matrimonio y con quién tener descendencia. Pero, un hombre que se dice libre, no puede negar los derechos de otros ni discriminar lo que le es diferente, la igualdad de oportunidades y la tolerancia a la diversidad es un valor humano fundamental.
Nuestro México, a pesar de su valiosa multiculturalidad única dentro de los pueblos del mundo, ya está muy lastimado por este racismo encubierto, subyacente, que permea lastimosamente a nuestra idiosincrasia mexicana, y que seguirá siendo un freno en nuestro desarrollo social; porque no somos una sociedad integrada, somos una sociedad profundamente fraccionada, emocional y, racialmente hablando, no necesitamos que el señor Trump nos haga el trabajito de recordárnoslo ni reforzar el efecto Goyri de la infame burla a lo indígena. Hoy nadie merece el desprecio por lo que es, venga de donde venga, la ignorancia es el mejor aliado del odio. En cambio, el conocimiento y el entendimiento genera empatía y acerca los corazones, el respeto que se tiene una sociedad a sí misma es el reflejo de lo que hoy se merece, el concepto de civilización es aquella que logra por común acuerdo una alianza emocional exigida en un ideal de libertad e igualdad de todos sus integrantes y, al final, querido lector, cuando te sientas a la mesa con personas diferentes a ti, te das cuenta que todos nos parecemos demasiado, “nacemos, amamos, luchamos y morimos”.
Fuente: https://elsemanario.com/colaboradores/jose-serur/305683/el-efecto-goyri/