Ah! Covid, pícaro vagaMundo…
Dr Límber Salazar
¿Qué número en verdad tú eres? ¿Por qué te cifraron 19? ¿Acaso por el año, por el siglo, por las veces en que has reaparecido con esa intermitencia de tiburón hambriento que da pánico respiratorio? ¿O tal vez por algún guarismo clavado, código genético de alguna venganza milenaria cobrando tal vez en vano la ingénita desobediencia humana?
Seas lo que seas, o lo que fuiste o lo que serás, por aquello de que lo que fue será, o por lo otro, que no hay nada nuevo bajo el Sol, te voy a conjurar. Ya te vi de cerca con la meticulosidad de un microbiólogo, o la tenacidad de un empedernido enamorado de la vida. Entraste en mi humanidad como lancha cochera porque me viste sustancioso, pero que va, sin esperarte específicamente, estaba prevenido. Contra tu deletéreo oficio o el de tus congéneres, me he fajado y no en vano, muchas veces. Estoy donde siempre he querido estar: en la delicada y sensitiva puerta de entrada al paraíso, o al valle de lágrimas, según la opinión de quien lo mira, o lo que es lo mismo: en la entrada al mundo, o en la salida del otro, por la misma razón.
Pero volviendo a ti, letal polizonte que viajas en la palabra desprevenida de inocentes seres, digo que ya vi el velo con que cubres las dos antenas que brotan de tus celestes ojitos, ineludibles, certeros y enloquecedores como la coronoflecha de Cupido. No le niego a la vida su necesario desenlace, pero todo a su debido tiempo. ¿Cuál es? Debemos descubrirlo y para eso, es necesaria la tranquilidad del espíritu, o al menos el silencio del alma.
Por cierto bichito, también vi lo que ocurre cuando te guareces en el corazón de una abatida criatura. ¿Por qué te aprovechas de esos deprimidos seres indefensos que requieren mucho cariño? ¿Acaso te da lástima su desamparo y las ayudas a traspasar la barrera de sus tormentos, a vencer la inercia, la parálisis, el miedo a lo desconocido?
¿Pero aún no me has dicho de dónde vienes? ¿Quiénes fueron tus progenitores, tus dioses creadores, la fatídica y maligna condición demiúrgica de tu existencia? ¿Al servicio de quiénes usas tu guadaña? ¿Qué no te gustó de nuestro quehacer humano, cultural? ¿Qué te propones, qué quieres, a ver si negociamos?
En lo que a mí respecta, si es que pudieras trascender tu ácida esencia de núcleo embravecido, aceptarme una enmienda. Yo que tengo conciencia de mi ayer remoto, te prometo completar mi plana de la siguiente manera: aprenderé a cultivar mis alimentos sanos, plantas aromáticas y medicinales, comer frutas frescas del huerto y a transformarlas en exquisitos postres e inocuos y fragantes vinos para toda la familia y visitas casuales; pero además, muy importante, purificar las aguas para nuestro consumo y el entorno para el disfrute de todo ser viviente. Cuidaré también todo lo que de mi boca salga, que aún libre de ti, bichito feo, pudiera a veces herir a mis seres queridos, incluidos mis vecinos. Sé lo difícil que es cumplir con mi promesa, pero si este fuera el precio para una vida sana, vale la pena ponerle un parado a mis desastres.
Te lo prometo Señor. Con todo mi agradecimiento a los ochenta y tantos de mi plácida existencia aquí en La Tierra.
TA y SS: Limber.
Fuente de la Información: Otras Voces en Educación