Por: Alfonso Enrique Dávila
Caminamos, corremos, volamos
Alegrías, tristezas, todas juntas
Soledad en senderos sin rumbo.
El instinto es el guía, no hay brújula
Charadas, algarabía-silencio de caverna
mucho bosque, mucha arena, grandes ríos.
Entre nubes vemos patios y enramadas,
La oscuridad juega con la luz.
Mientras las estrellas andan en el suelo,
los ríos se encaraman en los árboles.
Frutos que se elevan como pesadas piedras
desaparecemos de repente, paramos la eternidad,
aparece el sobresalto.
Enmudecemos frente al espanto,
Todo el cuerpo se paraliza,
Las piernas tiemblan sin movimiento.
Fieras trocean los huesos de cuadrúpedos
mientras, arropamos nuestros cuerpos
con la piel de la vaca mariposa
que, vuela hacia la eternidad.
Perseguidos por multitudes,
rechazados por el ser amado,
abrazos de sujetos invisibles,
caricias de quienes están lejos
de aquellos que nunca te vieron
atravesando desiertos, saltando abismos.
Multitudes nos aclaman
mientras, la horda nos persigue.
Amados a ratos, ignorados casi siempre.
Peregrinamos dentro del vientre de la utopía,
Perseguidos entre montes y caminos
Verde el que persigue, cazando como can
Buscando con olfato enardecido, estira la
nariz sin percibir y sustituye con tecnología.
La piel se eriza, parecemos puercoespín
al tiempo que el suelo y el gamelote disperso
se juntan para dibujar una sola figura,
figura que trastoca el sentido humano.
El tiempo nos lleva al encuentro,
desde el confín infinito se reúnen sabios,
variedad de personajes en cuerpos y voces.
Aristoteles, Descartes, Hegel, Locke, Heidegger,
Kant, Engels, Marx, Nietzsche, Husserl…
Se oyen tantas voces que, parece una madeja;
Dialogan de fenómenos, ideas, del hombre,
del ser, del espíritu, imperialismo y explotación.
¿Serán cambios de mundo?, es aterrador.
Nervios que se estiran y encogen
furias exaltadas, congoja junto al consuelo,
manos dando calor,
oídos prestos al sonido arrullador
junto a grandes ojos, buscando el cariño cercano.
Salta de la profunda oscuridad, el trueno
amenazante del enemigo invisible; destroza el alma
la quietud del cuerpo envuelto en algodón y seda
con el gozo fresco de la briza de pie de monte.
Somos otros, viene el demonio, dispersión y soledad.
Agotados de tanto andar; sin embargo,
seguimos tirados en la cama.