Hace más de dos décadas ya era de conocimiento público el trágico destino que habían sufrido decenas de miles de niños y niñas indígenas en los “internados” creados a iniciativa de los gobiernos canadienses por iglesias católicas y protestantes durante el siglo 19 y hasta entrado el siglo 20 para literalmente borrar en ellos y ellas todo vestigio de su cultura aborigen y convertirlos, si sobrevivían al maltrato y los contagios de enfermedades, en “sujetos” que se conformaban al tutelaje del “Acta canadiense” para los aborígenes (1).
Al tratar de explicar este proceso al que eran sometidos los y las niñas uno puede considerarlo como una “aculturación” forzada, una forma de etnocidio (2), ya que buscaba la destrucción sistemática de una etnia, es decir la eliminación por todos los medios de sus modos de vida, y también de sus formas de pensamiento. Se trató de etnocidio porque fue una “desculturación” provocada, programada, y de ninguna manera una aculturación consentida.
La pureza social encarnada en la conservación del ideal colectivo original ha sido ya, en el siglo pasado, la puerta de entrada a la idea de la pureza racial, y por eso cuando Samuel Huntington finaliza su articulo sobre «El Reto Hispánico» en Foreign Policy (enero-febrero 2004) diciendo que no existe un «sueño Americano» en Estados Unidos, porque en ese país «solo hay el sueño estadounidense creado por la sociedad anglo-protestante», no queda más que constatar el resurgimiento del «eugenismo» en las elites, y otra vez dirigido contra los mexicanos, latinos y demás impuros de este mundo. La tesis de Huntington es que Estados Unidos (EE.UU.) no sería lo que ha sido ni lo que es si en lugar de los colonizadores británicos y protestantes (los White Anglo-Saxon Protestants, WASP) esos territorios hubiesen sido colonizados por franceses, españoles o portugueses católicos.
Una verdadera oda WASP que no difiere en nada del eugenismo (3) fue la que se implantó en EE.UU. a finales de 1880, después de haber atravesado el Atlántico desde la Gran Bretaña desgarrada entre los sueños imperiales y las miserias de las masas citadinas, con la diferencia que en esta travesía se volvió virulento, y más virulento aún cuando entre 30 y 40 años más tarde regresó a Europa, particularmente en Alemania, como una seudociencia genética avalada con «estudios» estadounidenses que sirvieron de bases «científicas» a la política racial del nazismo.
No es la primera vez que Huntington parió una ideología peligrosa. En 1996 publicó el «Choque de Civilizaciones», sobre el gran e irremediable conflicto entre el Occidente desarrollado y el mundo musulmán. Por ello habría que incorporar al análisis lo que Bernard Shaw puso en un ensayo eurgenista en 1905: «nada, salvo una religión eugenista, podrá salvar nuestra civilización», la civilización WASP.
El eugenismo made in USA
A finales del 2003 el investigador y escritor estadounidense Edwin Black, autor de «IBM y el Holocausto», publicó un exhaustivo y muy importante libro sobre «El eugenismo y la campaña estadounidense para crear una raza superior» (4). «War against the Weak» es un compendio de 550 paginas sobre cómo esa seudociencia que trata de explicar las leyes de la herencia, y que creada por el inglés Francis Galton para mejorar la sociedad británica de finales del siglo 19, se convirtió en EE.UU. en una política de purificación social y selección racial.
Black muestra, con pruebas concretas, cómo el eugenismo llegó a Estados Unidos y echa inmediatamente raíces en una sociedad «donde la crianza circulaba en las venas», sea para reproducir esclavos en las plantaciones o animales para los ranchos, y en la cual, como escribía la feminista Victoria Woodhull en 1891, “las mejores mentes de hoy día aceptan como un hecho que si deseamos tener gente superior, debemos procrearlos; y si no queremos como ciudadanos a los imbéciles, criminales, pauperos y los de otra manera incapaces, entonces debemos impedir que se reproduzcan”.
Los primeros indeseables para la sociedad WASP, antes de los flujos migratorios de católicos, judíos y ortodoxos europeos, fueron los millones de indígenas que vivían en los territorios y que fueron atacados, diezmados y forzados a vivir en «reservas», así como los mexicanos que residían en los territorios despojados a México, y los afroamericanos emancipados del trabajo esclavo en las plantaciones.
Apoyadas en el ideal puritano de los WASP, las ideas eugenistas escalaron rápidamente la pirámide social y política de EE.UU., invadieron las ciencias naturales vía la Sociedad de Antropología (1891), la Carnegie Institucion, la American Breeding Asociation (1903), las prestigiosas universidades de Harvard, Stanford y otras más, así como el poder legislativo, el poder Ejecutivo de Washington y las legislaturas de varios estados, además de las fundaciones privadas, como el caso de la Fundación Rockefeller, que financió investigaciones genéticas en la Alemania nazi hasta bien entrada la Segunda Guerra Mundial.
El zoólogo Charles B. Davenport fue el promotor de esta seudociencia que buscaba crear una raza superior, nórdica y libre de los «genes inferiores», y fue uno de los “exportadores” de esta ideología hacia Alemania, los países nórdicos, Italia, Francia y muchos otros países. En EE.UU. las ideas eugenistas se infiltraron en legislaciones nacionales, estatales y municipales, y algunas de ellas siguen figurando en los textos de ley, como destaca Black.
Black recuerda que estas políticas (y técnicas) eugenistas fueron asimismo utilizadas para esterilizar a cientos de miles de indígenas, enfermos crónicos, criminales e inmigrantes indeseables, para impedir casamientos y la reproducción entre indígenas y gente de “raza inferior”, para separar a los niños de sus madres, para destruir vidas y destinos profesionales.
La colaboración de la American Eugenics Society (AES) con los médicos e instituciones científicas alemanas dominadas por los nazis duró hasta entrados los años 40, cuando Hitler -quien alabó el trabajo de la AES- había ya invadido Polonia y sé conocían los terribles experimentos de los médicos alemanes con judíos y gitanos. En 1940, Lothrop Stoddard, líder de la Asociación de investigación en eugenismo de Estados Unidos, aplaudía el eugenismo nazi y la política racial de Hitler en su libro «Into the Darkness».
Del eugenismo a la genética, de la sociología a la biosociología
El eugenismo y la genética no solo comparten la misma raíz (gen) sino también el propósito de estudiar y explicar las leyes de la herencia. La genética es hoy una ciencia irrefutable, pero nunca debería ocultar que compartió con el eugenismo, en ciertos momentos y aún ahora en ciertas mentes trastornadas, el trasfondo ideológico de querer perfeccionar el ser humano, y por qué no, de crear un ser humano superior.
La palabra genética nace en 1906, cuando es usada por William Bateson en la tercera conferencia internacional sobre hibridación de la Sociedad Real de Horticultura de Londres. Ocho años más tarde Bateson tendría una cátedra sobre genética en la Universidad de Cambridge, y es en esa época que la American Breeders Association, que patrocinaba el eugenismo, cambiaba su nombre por el de Genetics Association.
Habrá que esperar hasta 1944, cuando se expuso al mundo la genocidiaria exterminación de judíos y gitanos en los campos de concentración, para que la AES informe a sus miembros que de ahí en adelante el eugenismo sería definido como «la genética más el control del ámbito físico y social», y hasta 1945 para que Eugenical News publique un artículo sobre «la perversión del eugenismo». En 1947 la AES concede que «este momento no es bueno para una propaganda eugenésica agresiva», pero aún así la AES sobrevivió y pudo continuar recogiendo fondos para investigaciones genéticas. Eugenics News se convirtió en Social Biology en 1969 y la AES en Sociedad para el Estudio de la Biología Social, una institución formada por profesores universitarios.
No se le puede imputar a la genética la nefasta herencia del eugenismo, a pesar del racismo de algunos investigadores científicos. No es lo mismo con la biosociología, que él filósofo de las ciencias, el argentino-canadiense Mario Bunge calificó, en una conversación que tuvimos a finales de los años 90, como seudociencia reaccionaria.
Pero, como dice el francés Michel Girod, autor de «Pensar el racismo, la responsabilidad de los científicos», aún cuando la mayoría de los científicos afirman que el racismo no tiene ningún fundamento científico, en numerosos textos científicos hay trazas de prejuicios raciales. En los últimos años, muchos genetistas participaron en conferencias internacionales en EE.UU. que tenían objetivos similares a los del movimiento eugenista, como el crear un hombre superior o “mejorar” el genoma humano.
Científicos de renombre internacional no ocultan su interés en las ideas básicas del eugenismo y las empresas privadas buscaron y siguen tratando de apropiarse del patrimonio genético de individuos, de comunidades y hasta de pueblos, como el caso islandés, con fines comerciales que son coincidentes con los principios eugenistas.
Edwin Black alerta que esas bases de datos genéticos que están siendo construidas por empresas, laboratorios y universidades van más allá de la identificación del mero individuo. Servirán para crear perfiles genéticos de familias y serán usados contra ellas.
El sueño de los eugenistas de crear estadísticas y bases de datos genéticos es ya realidad a través de la Oficina de Información Médica de la industria de seguros de EE.UU., cuyos millones de expedientes incluyen dos códigos para condiciones hereditarias: uno para la herencia cardiovascular y el otro para «cualquier condición médica de herencia familiar.» En otros países, como Estonia, toda la población esta fichada genéticamente.
Seguro que no faltará algún Arthur de Gobineau (1816-1882) para escribir, esta vez con «base científica», sobre el «choque genético» que amenaza la civilización de origen europeo.
La razón de ser del irracionalismo
En su trabajo “Racionalización de prejuicios: Las teorías racistas en el debate esclavista de la primera mitad del siglo 19” la antropóloga catalana Marta Casas Castañé, analizó la importancia del “determinismo racial” y del uso de la ciencia “como instrumento para legitimar las posiciones de esclavistas y abolicionistas, esto es, para la mera racionalización de actitudes prejuiciosas que han sido decisivas en la historia del mundo occidental y que suponen un lastre muy importante en nuestras concepciones culturales” (5).
En efecto, si hay una constante en los colonialismos e imperialismos de los últimos cinco siglos, desde el nacimiento del capitalismo a la actualidad, es la incorporación en las culturas de los pueblos dominantes y de los dominados, de esas diferentes “racionalizaciones” que son totalmente irracionales, como puede serlo el racismo o la proclamación de un “destino manifiesto”, de un pueblo elegido o destinado a regir el mundo.
Castañé cita al antropólogo estadounidense Marvin Harris, para quien todas estas teorías (evolucionistas) no serían más que un intento de racionalización (6) del imperio para liberar al hombre blanco «de su conciencia de culpabilidad por su incapacidad para sobrellevar como debería el peso de la caridad cristiana», y agrega que “el debate científico, por tanto, estaba al servicio de unos intereses muy concretos. En palabras del mismo Harris: ‘El racismo resultaba útil también como justificación de las jerarquías de clases y de castas; como explicación de los privilegios, tanto nacionales como de clase, era espléndido. Ayudaba a mantener la esclavitud y la servidumbre, allanaba el camino para el despojo de África y para la atroz matanza de indios americanos y endurecía los nervios de los capitanes de industria cuando bajaban los salarios, alargaban la jornada de trabajo y empleaban a más mujeres y más niños’.”
La contraparte de esa “cultura” racista de los dominantes, aparte de las acciones destinadas a justificar la aniquilación de pueblos para apropiarse de sus territorios, es la lucha por imponer a los dominados una “cultura” de aceptación de esta dominación, para reescribir la historia y consolidar su dominación, como indicó Edward Said en su libro “Orientalismo”. Esta tarea de crear una “cultura de aceptación” del neoliberalismo está hoy día en manos de los monopolios mediáticos, de los think-tanks, centros universitarios y demás instituciones del poder dominante.
El abanico de estas racionalizaciones irracionales incluye hasta hoy día las teorías raciales del siglo 19, como las de Arthur de Gobineau (7), que impregnaron las teorías raciales del nazismo, por ejemplo, hasta las “teorías evolutivas” del “darwinismo social” de Herbert Spencer y el “eugenismo” de Francis Galton, adaptadas al liberalismo económico surgido a finales del siglo 19 en Inglaterra y que encontraron (y parecen seguir encontrando) el terreno más fértil en EE.UU.
Para Marvin Harris, como señala Castañé, “el racismo continua siendo útil no sólo para el mantenimiento de la esclavitud, sino también para las luchas de clases y las guerras nacionales”, y a finales del siglo 19, con el surgimiento y dominación del liberalismo económico, con “la doctrina del laissez-faire, que, en un contexto capitalista, justifica la competencia, el trabajo asalariado, los beneficios y la acumulación de capital”, son las pseudociencias del “darwinismo social” de Spencer y el “eugenismo” de Galton que sirven de justificación para “la mera racionalización de actitudes prejuiciosas que han sido decisivas en la historia del mundo occidental y que suponen un lastre muy importante en nuestras concepciones culturales”.
Y como vemos desde hace cuatro décadas con el resurgimiento a escala mundial del liberalismo económico y la financiarización impulsada por EE.UU., país que no oculta su determinación de dominar el mundo, y con el acelerado desarrollo de la informática y los medios de comunicación electrónicos que están sirviendo para una aculturación masiva destinada a imponer el “sentido común” del sistema económico imperialista, para beneficios de sus empresas y de sus políticas genocidiarias.
– Alberto Rabilotta, periodista argentino-canadiense.
1.- Ver la denuncia del reverendo Kevin Arnett en el 2008 sobre este etnocidio:
https://www.globalresearch.ca/first-nations-why-an-apology-is-wrong-and-deceptive-bringing-humanity-to-bear-on-the-residential-school-atrocity/9066
2.- https://es.wikipedia.org/wiki/Etnocidio
3.- Eugenismo es un término creado por el británico Francis Galton mediante la unión de las palabras griegas para «bien» y «nacido». http://www.biopsci.com/2013/10/11/histoire-eugenisme-mode-xixeme-siecle/. El centro del movimiento eugenista en EE.UU. fue la Eugenics Record Office (ERO), en los laboratorios –todavía existentes- en Cold Spring Harbor, Nueva York. El ERO fue fundado por el biólogo Charles Davenport y Harry H. Laughlin, y ambos eran miembros de la Asociación estadounidense de reproductores de caballos, vacas y otros mamíferos (American Breeders Association), y aplicaban a la población humana sus puntos de vista eugenistas derivados del modelo de crianza para la agricultura, de criar y reproducir los más fuertes y capaces miembros de la especie, asegurándose que no se reproducirían los miembros más débiles.
4.- Edwin Black, War Against the Weak, Eugenics and America’s Campaign to Create a Master Race. Libro editado en 2003 por “Four Walls Eight Windows”, de Nueva York. Black es autor también del libro “IBM and the Holocaust”, que revela como IBM transfirió tecnología cibernética a la Alemania nazi.
5.- Marta Casas Castañé, 1999 “Racionalización de prejuicios: las teorías racistas en el debate esclavista de la primera mitad del siglo XIX” https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=290296 y http://www.ub.edu/geocrit/b3w-155.htm
6.- Harris, Marvin. El desarrollo de la teoría antropológica. Una historia de las teorías de la cultura. Madrid: Siglo XXI, 1987. https://en.wikipedia.org/wiki/Marvin_Harris http://www.faculty.rsu.edu/users/f/felwell/www/Theorists/Harris/Index.htm
7.- Arthur de Gobineau, Essai sur l’inégalité des races humaines. Fue secretario de Alexis de Tocqueville y funcionario de la Segunda República en Francia.
Fuente de la información e imagen: https://www.alainet.org