El velo y los cuerpos de las mujeres

Introducción a ‘Los feminismos ante el islam’ (Ediciones La Catarata, 2021)

Por: Ángeles Ramírez / Laura Mijares 


Para muchas feministas socializadas en España y en Europa, la reflexión sobre el pañuelo y sobre las mujeres musulmanas en general las conduce a un dilema moral y político cuyas consecuencias son devastadoras para la construcción de sus posiciones y las del propio feminismo. Por un lado, condenan, como no podría ser de otra manera, la violencia a la que las mujeres se ven expuestas en muchos contextos musulmanes, en los que el islam es directamente instrumentalizado para ejercerla y legitimarla, y que en ocasiones incluye la imposición directa o indirecta de un pañuelo o niqab. Por otro, la comprensión y solidaridad con estas mujeres parece conducir a algunas feministas a condenar el pañuelo de las musulmanas como una forma de violencia en todas las circunstancias; en muchas ocasiones, las lleva incluso a apoyar las leyes represivas y racistas de muchos Estados –básicamente europeos– que legislan contra el derecho de esas mujeres a vestirse como quieran. Es decir, siguiendo esta lógica, la condena del autoritarismo de los Estados musulmanes que legislan en contra de las mujeres –por poner un ejemplo, la crítica de las normas vestimentarias en Irán– es la que las lleva a apoyar las mismas prácticas autoritarias de otros Estados que, como Francia o Bélgica, prohíben el pañuelo o el niqab. Sin embargo, esto no siempre es percibido desde sus posiciones feministas como una contradicción. Pero, para las mujeres que sí lo perciben como una incoherencia, se plantea como un dilema que se concreta en preguntas como las siguientes: ¿estar en contra de la represión que se produce en Irán contra las mujeres en nombre de la República Islámica implica que hay que estar a favor de las leyes que prohíben el hiyab en Europa? ¿Estar a favor del derecho de las mujeres musulmanas a llevar el pañuelo nos convierte en cómplices de la violencia que se ejerce en Arabia Saudí y que incluye la imposición vestimentaria del niqab? ¿Hacer una crítica de las fuertes corrientes conservadoras que son hegemónicas en los contextos musulmanes nos lleva a apoyar la prohibición del burkini en las playas francesas (por cierto, prohibido por corrientes conservadoras)? ¿Cómo puede el feminismo defender el derecho de las mujeres a vestir como quieran en unas regiones y, en otras, defender la prohibición sobre lo mismo?

La islamofobia es lo que ocasiona que la crítica a la violencia contra las mujeres en países que tienen mayorías musulmanas se transforme en un argumento punitivista en Europa

Estos dilemas se intentan resolver, o más bien, disolver, en la idea de que el pañuelo es el mismo pañuelo en todos los lugares y posiciones, y que siempre implica una opresión, de modo que ha de ser eliminado y ninguna mujer debería querer llevarlo y, si lo lleva, sería falsa conciencia. Esta perspectiva es socialmente hegemónica y, a pesar de que hay un feminismo inclusivo que debate y reflexiona sobre la diversidad de las mujeres, es difícil sustraerse a este planteamiento. Además, hay una parte del feminismo que comparte abiertamente estas posiciones esencialistas sobre el islam y el pañuelo, pero, sobre todo, sobre las situaciones de opresión a las que tiene que enfrentarse la “mujer musulmana”. Este planteamiento invisibiliza los diferentes contextos en los que se desarrolla la vida de las mujeres y proyecta sobre las musulmanas los viejos marcos pensados desde el colonialismo, el racismo y, ahora, las políticas antiterroristas.

Al hilo de esta idea emerge una pregunta crucial: ¿el pañuelo siempre ha de considerarse una forma de violencia contra las mujeres? La respuesta solo puede ser no. Para empezar, porque no se puede hacer semejante afirmación a propósito de cómo usan el pañuelo millones de mujeres musulmanas en el mundo. Pero la respuesta tampoco puede ser que cada mujer lo usa de modo diferente, porque el pañuelo es efectivamente una cuestión individual, pero sobre todo social. Por tanto, pensamos que es imprescindible conocer los contextos en los que se ubica el pañuelo, que naturalmente son enormemente diversos. Si esto es así, ¿por qué la mayoría de la gente en contextos no musulmanes piensa que siempre significa opresión y violencia?

Como feministas y como académicas, debemos reconocer que en muchos lugares la violencia se produce en nombre del islam y toma el cuerpo de las mujeres como un campo de batalla, imponiendo modos de vestir y de estar en el mundo. Además, conocemos la poderosa ola conservadora que arrastra a buena parte de los países de mayorías musulmanas, que se refleja también en el control de las vidas y de los cuerpos de las mujeres, en especial de las pobres. Esto no tiene por qué ser islamofobia. Tampoco lo es tomar una posición política contra las estrategias patriarcales de un fuerte conservadurismo religioso que renace de sus cenizas y que focaliza sus esfuerzos en el cuerpo de las mujeres, con un hombre actuando como guardián, a veces incluso de manera pública. La islamofobia o el racismo antimusulmán o antiárabe, según sea el caso, vienen dados más bien por el marco desde el que se produce este posicionamiento, que, más allá de actitudes individuales, es estructural y se fundamenta en una relación sedimentada en el capitalismo, desde los procesos coloniales, hasta los recientes protocolos de lucha contra la radicalización islamista, pasando por las migraciones. La islamofobia es lo que ocasiona que la crítica a la violencia contra las mujeres en países que tienen mayorías musulmanas se transforme en un argumento punitivista en Europa, que prohíbe el pañuelo y que penaliza a las mujeres que lo llevan, porque las hace responsables y cómplices de todas esas violencias. Este deslizamiento, argumento central de las posturas prohibicionistas, solo puede ser el producto de un sistema racista.

Es el racismo lo que, en definitiva, coloniza el pensamiento que lleva a algunos sectores del feminismo a pensar en las musulmanas como menos mujeres y, desde luego, como menos –o no– feministas, solo por ser musulmanas. Para otras tendencias, es indirectamente el racismo, que se apoya en la idea de que el feminismo es uno y único, y no hay lugar para otras formas de ser mujer ni de ser feminista. Aquí el discurso “Ain’t I a Woman?” de Sojourner Truth se reactualiza en las posiciones de muchas mujeres musulmanas, que luchan contra el estatuto de víctima o contra la acusación de falsa conciencia que les adjudica la ideología dominante. Es en el feminismo anticapitalista y antirracista, llamado también “autónomo”, “crítico” o “de las huelgas”, donde se da esa reflexión que plantea Truth, aunque de manera dispersa y, en ocasiones, veteada por los planteamientos hegemónicos sobre qué es una mujer. Tanto este feminismo como el movimiento antirracista abren en teoría un espacio para la discusión, que, desde luego, es reducido e insuficiente, lo cual explica que la acción feminista desde el islam se sitúe absolutamente fuera de sus límites, en ámbitos específicos y militantes, sin mantener apenas relación con los anteriores.

La idea dominante sobre las mujeres musulmanas es que su mayor problema es que están oprimidas por los hombres y por su cultura machista. Esta explicación es su mayor problema en las sociedades occidentales

Hemos escrito este libro porque pensamos que hay muchas maneras de ser mujer, y eso lo hemos aprendido del feminismo. Y por eso creemos en un feminismo que no le diga a las mujeres qué tienen que hacer o cómo debe ser su cuerpo para serlo. Sabemos que es compatible el pañuelo con el feminismo porque hemos conocido a feministas que lo llevaban, de la misma forma que nos hemos encontrado a muchas mujeres que no lo llevaban y no se sentían feministas.

En el libro también reflexionamos sobre el papel del pañuelo como eje de la opresión, pues hemos encontrado una intersección en la que merece la pena detenerse. Toda la sociedad española podría estar de acuerdo en que las mujeres con pañuelo están discriminadas, pero las razones que se darían podrían variar. Para una parte, serían los hombres musulmanes los que  subyugan; otra hablaría de islamofobia. El hecho es que a la mayoría nunca se le ocurriría conectar la situación de las mujeres musulmanas con el racismo. Pero, por nuestra profesión, en la que llevamos más de 30 años, y por nuestras relaciones personales, hemos pasado demasiado tiempo escuchando los relatos sobre el racismo contra las mujeres musulmanas: en la calle, en la escuela, en el transporte o en el trabajo. Sin embargo, la idea dominante sobre las mujeres musulmanas es que su mayor problema es que están oprimidas por los hombres y por su cultura machista. Esta explicación es racista precisamente porque borra el racismo, que es en realidad su mayor problema, al menos en las sociedades occidentales. Esto no implica que no padezcan también el sexismo. Lo que sí que es cierto es que el pañuelo impide que las mujeres pasen desapercibidas en Europa y en España. Por tanto, es una tarea ímproba despañuelizar el análisis social, por más que en ocasiones se corra el peligro de convertir el hiyab en fetiche una vez más. Como nos enseñó Bourdieu, el velo permite expresar posiciones racistas inconfesables escudándose detrás de la defensa de grandes principios como la libertad o la igualdad entre los hombres y las mujeres. Es un subterfugio para esconder y reproducir el racismo. Hablemos más de racismo y de islamofobia y menos del hiyab.

Fuente e imagen: ctxt.es

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El burkini en la Europa de las libertades

Por Ángeles Ramírez

En estos días, la vestimenta de las musulmanas ha vuelto a estar de actualidad porque al menos diez ciudades costeras francesas han prohibido el burkini, un bañador de cuerpo entero con un gorrito, que utilizan las mujeres que no quieren mostrar el cuerpo. Como obedeciendo a una consigna, algunos alcaldes – la mayoría del partido Republicano de Sarkozy, más un socialista- decidieron a la vez que ese traje de baño debía ser erradicado de las playas francesas.

Los argumentos para la prohibición, como siempre, han sido de lo más diverso, pero al saltar a los medios españoles, hay básicamente uno: que el burkini representa la opresión sexista y las mujeres que lo portan, la vanguardia del islam y el oscurantismo fundamentalista.

De este modo, el prohibicionismo sostiene que esas vestimentas son símbolos que atentan contra la autonomía de las mujeres, contra la igualdad de géneros y que por tanto, necesariamente las mujeres lo llevan contra su voluntad, mostrando justamente su sumisión y necesidad de ser liberadas y empoderadas. O aún peor, lo llevan voluntariamente, lo cual muestra su intención de extender esos valores patriarcales en la “Europa de las libertades”. La discusión sobre el burkini ha hecho reaparecer también al pañuelo y al niqab, como parte del escenario discursivo.

Sin embargo, la afirmación de que estas prendas son siempre un signo de dominación patriarcal, no refleja la realidad: la relación entre el pañuelo y el patriarcado es diversa porque lo son los contextos en los que viven 1.500 millones de personas musulmanas.

No es lo mismo un pañuelo en un país como Arabia Saudí, con norma vestimentaria para las mujeres, que en Francia, donde está prohibido llevar un niqab por la calle; ni el de una mujer trabajadora del puerto de Tánger que el de una de la alta burguesía yemení; ni el de una activista universitaria belga que el de una campesina senegalesa.

Para muchas mujeres, poder llevarlo como parte de sus creencias religiosas es un triunfo, como sería el caso de una francesa con niqab; para otras, es la herramienta para poder salir a la calle y trabajar o estudiar o bañarse en el mar, como la joven obrera cairota; y para otras, finalmente, puede ser una imposición legal o social contra la que se revuelven, como las mujeres saudíes. Por otra parte, la correspondencia entre “más ropa = mujeres sometidas // menos ropa = mujeres emancipadas” es muy cuestionable también en el mundo no musulmán, en que los cuerpos semi-desnudos de las mujeres se han convertido en una mercancía al servicio del patriarcado.

Lo que siempre es inequívocamente un signo del patriarcado es que a las mujeres, por ley, se las obligue a vestirse (o a no hacerlo) de determinada manera y sean multadas o encarceladas si no lo hacen. Es bien interesante que a nadie se le haya ocurrido perseguir legalmente – ni en la playa ni fuera de ella- a los hombres con barba larga, con qandoras y pantalones hasta los tobillos, signo inequívoco de la militancia salafista. O a las monjas de la mayoría de las órdenes católicas, que defienden valores contrarios a la igualdad entre hombres y mujeres, como bien nos enseña el obispo Cañizares, entre muchos otros.

Por tanto, el tema de los significados no se resuelve y estas generalizaciones señalan un gran desconocimiento –y atrevimiento- de las realidades sociales y políticas contemporáneas por parte de las personas responsables de los discursos y de las políticas. Algo semejante se podría decir del otro tema de los debates, la asociación del burkini con los grupos fundamentalistas y de las mujeres que los llevan con las vanguardias de estos grupos. Según el primer ministro francés, es la traducción de un proyecto político de contra-sociedad.

Sin embargo, es absurdo suponer que todas las mujeres musulmanas que van con hiyab o burkini y sí, también con niqab, son militantes islamistas o que están comandadas y manipuladas por quienes sí lo son. Por supuesto que hay mujeres activistas de diferente índole entre las musulmanas, algo que por otra parte no es ilegal. Lo que sí es ilegal –por no poner otros adjetivos, como totalitario o fascista- es prohibir ciertas vestimentas porque representan determinadas posturas políticas que no compartimos. En todo caso, debemos combatir esas ideologías con herramientas políticas: la restricción de derechos no lo es.

Sorprendentemente, ha sido poco tratado el tema más importante, que es el déficit democrático que supone la prohibición de una prenda vestimentaria en un lugar público. Obviamente, el objetivo de los Estados prohibicionistas no es la lucha contra el patriarcado y la salvaguarda de la igualdad entre hombres y mujeres, puesto que no parece haber una relación entre la prohibición y la disminución de la desigualdad.

Es fundamental recordar que el veto al burkini –como antes pasó con el hiyab y el niqab- se inscribe una larga lista de restricciones de derechos a las personas musulmanas en Europa, a través de la regulación del cuerpo de las mujeres, con el fin de disciplinar a poblaciones que son identificadas por el discurso dominante como diferenciadas de la “nacional” e “intrusas”, independientemente de su nacionalidad. Pero además son socialmente menos favorecidas y por tanto, más sensibles a la discriminación y al racismo. Son las “clases peligrosas”.

Por ello puede afirmarse que se trata de leyes, de dictámenes o normas que van directamente contra las mujeres musulmanas, contra las comunidades musulmanas y contra la población en general.

Pero la cuestión va mucho más allá, porque no se trata de Europa contra el islam, sino del control del espacio público por parte del Estado, comenzando por las poblaciones más vulnerables. Es un modo de aprovechar el estado de emergencia o el miedo al terrorismo para imponer restricciones a la ciudadanía: en la misma línea que se prohíben concentraciones o se elabora una ley mordaza que recorta la libertad de manifestación, se veta el niqab, el burkini o el hiyab, en nombre de la supuesta protección de la población. Políticamente se institucionalizan las políticas racistas, empujando a la gente y a parte de la izquierda hacia los discursos identitarios de la derecha y la extrema derecha, que definitivamente, son los únicos actores, junto con el patriarcado, que se refuerzan en este contexto. Luchemos contra eso.

Fuente:  http://www.vientosur.info/spip.php?article11639#sthash.TtmLL0S5.dpuf

Imagen tomada de: http://scd.france24.com/en/files/imagecache/france24_ct_api_bigger_169/article/image/france-burkini-maires.jpg

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Más allá del islam: el cuerpo como espacio de lucha

La «cuestión» del pañuelo de las musulmanas se suele explicar de un modo individualista o localista: se hace referencia a los deseos de las mujeres, a sus obligaciones, a pragmatismos o a circunstancias religiosas, políticas o sociales.

Por un lado, el pensamiento liberal aplica un burdo marco que asocia el hecho de taparse el cuerpo con la subordinación a los hombres y el destaparse, con la liberación de la dominación masculina. Aquí las mujeres son conminadas a quitarse el hiyab como medio para acabar con su subordinación.

Por otro, en un planteamiento más propio de una parte de la militancia de izquierdas, feminista o postcolonial, se sitúa el hiyab en el centro de las estrategias de resistencia de las mujeres y los pueblos, lo que podría nombrarse como orientalismo invertido. Las mujeres con pañuelo son presentadas desde un punto de vista romántico, muchas veces marianista, que ignora o invisibiliza otras opresiones que pueden darse acompañando –o no– a los modos de vestir.

Un tercer esquema de pensamiento asocia el pañuelo a la resolución de dilemas cotidianos esbozados por el capitalismo: el hiyab ayudaría a franquear el paso a los espacios públicos para consumir o para ejercer trabajos remunerados exteriores al hogar.

Pero hay otros modos de pensar estas cuestiones. Me refiero a los marcos que ponen en el centro el cuerpo y su control como sujeto y objeto político. En los cuerpos de las mujeres se llevan a cabo, de modo real y constante, una serie de batallas políticas fundamentales en los procesos sociales, que incluyen tanto los movimientos de, por ejemplo, Stop Gordofobia como, efectivamente, las luchas por llevar el pañuelo musulmán o por no llevarlo.

La historia nacional contemporánea de Irán, como la de muchos otros lugares, se relaciona con la construcción de un cuerpo nacional femenino

El caso de la vestimenta musulmana en Irán tiene elementos que permiten pensar el cuerpo de las mujeres como una arena política sin pasar por los procesos individuales por los cuales las musulmanas optan por ponerse o quitarse un pañuelo.

La historia nacional contemporánea de Irán, como la de muchos otros lugares, se relaciona con la construcción de un cuerpo nacional femenino.

En 1936, Reza Shah prohibió que las mujeres llevaran velo facial y chador, influido por las políticas modernistas de Ataturk. Después de su abdicación, volvió el chador, que fue perseguido informalmente por Mohammed Reza Pahlevi, con una fuerte política de imagen que lo asociaba al retraso y a la pobreza, humillando públicamente en ocasiones a las mujeres que lo portaban.

El reinado del Shah fue el momento de la inserción capitalista de Irán, que vino unida a la corrupción y la represión de la disidencia. Pero fue este mismo proceso, acompañado de urbanización y migraciones, el que permitió el cuestionamiento –entre otras cosas– del proceso de occidentalización por el que pasó Irán.

El chador se convirtió en un símbolo de resistencia contra el Shah, con fuertes contradicciones. Algunas estudiantes optaban, dentro de su activismo político, por llevar un chador en el Irán de los setenta, a pesar de lo que les suponía académicamente; a la vez, eran presionadas por sus compañeros para ponérselo (Keddie, 2006).

Después de la Revolución de 1979, conocida como Revolución islámica, aunque no lo fue sino al final, el estatuto de las mujeres sufrió diferentes cambios, que tenían como fin restringir su presencia en el espacio público. Inmediatamente después de la revolución, se impuso una norma jurídica vestimentaria que obligaba a las mujeresa cubrirse con hiyab.

La desnudez de las mujeres que no lo llevaban era considerada, por parte de algunos grupos políticos, como un pisoteo de la sangre de los mártires que dieron su vida por la Revolución (Afshar, 1985).

De este modo, la reivindicación de estos modelos femeninos acabó convirtiendo la revolución en contrarrevolución (Sedghi, 2007). Después de una relajación relativa, la victoria en las elecciones de Ahmadinejad (2007), abrió un ciclo más conservadoren lo que se refiere a la presencia de las mujeres en el espacio público.

Las bad-hejabi son detenidas, amonestadas o multadas por la policía religiosa no sólo por no cumplir la ley, sino por no respetar la moral musulmana

Aún hoy se producen campañas que endurecen la vigilancia sobre las mujeres cuyo hiyab no se considera apropiado, por su estampado o porque deja asomar demasiados cabellos. Las bad-hejabi son detenidas, amonestadas o multadas por la policía religiosa no sólo por no cumplir la ley, sino por no respetar la moral musulmana. El presidente Rouhani, electo desde 2013, ha comenzado a plantear dudas en el último año sobre la legitimidad de que la policía use la violencia para obligar a las mujeres a taparse.
Una consecuencia importante de la regulación de la vestimenta de las mujeres en los espacios públicos, como ocurre no sólo en Irán, sino en Francia o Bélgica, es que cualquier persona se convierte en posible denunciante sólo a partir de la mirada. De este modo, las mujeres-objetivo están permanentemente vigiladas.

Irán, además, distribuye una serie de pósters a los negocios (Koo, 2014) para que ellos también vigilen el mantenimiento de la norma. El Estado fiscaliza así a las mujeres y a la población en general. Por ello la norma vestimentaria tiene un enorme valor como instrumento de control de la población.

La reglamentación se produce sobre el cuerpo y desde el cuerpo se responde. En este contexto se inscribe la campaña My stealthy freedom, iniciada por la periodista iraní residente en Gran Bretaña Masih Alinejad.

En la primavera de 2014 se creó una página en Facebook en la que las mujeres de Iráncomparten fotos en espacios públicos sin el hiyab que el Estado persa les impone desde 1979. Actualmente, se alimenta un blog donde además colocan las reacciones, artículos y comentarios sobre todo lo que tiene que ver con la política vestimentaria del Estado iraní.

Las mujeres, junto con sus fotos, comentan sus sentimientos respecto al hiyab obligatorio y relatan experiencias relacionadas con su desafío a la ley. Una de los temas más interesantes es que en la mayor parte de los comentarios se reivindican a la vez el derecho a vestir sin hiyab y el derecho a llevarlo; se exige un Irán para todas las mujeres: es decir, no se discute el deseo de las mujeres de llevar el hiyab («I believe in hijab, but I hate obligatory hijab»), sino el hecho de su imposición.

Esta ley termina siendo, como escribe una de las activistas, no sólo un acto directo de represión contra la mitad de la población, sino un pretexto para inmiscuirse en las vidas de la gente. El objetivo del control está cumplido. Hay también un claro interés por presentar a los hombres como compañeros de lucha y no como enemigos.

En palabras de Yion Koo, mientras el gobierno iraní usa la ley del hiyab como un modo de control, las mujeres lo utilizan como una metáfora política de resistencia contra él.

La imposición vestimentaria no es algo irrelevante, sino una cuestión fundamental en el control de la población

Por eso el ejemplo de Irán y la lucha política desde el cuerpo nos enseña dos cosas: la primera, que la imposición vestimentaria no es algo irrelevante, sino una cuestión fundamental en el control de la población. Aquí habrá que estar atentas a lo que ocurra en Francia, a su búsqueda de espacios para nuevas restricciones vestimentarias para las musulmanas y a su contagio a España, como ya ha ocurrido en lo concerniente a las regulaciones del hiyab y del niqab; la segunda, que la romantización e individualización del pañuelo musulmán invisibilizan su papel como instrumento de lucha política, que no pasa por preguntarse por su legitimidad o no, sino por el cuestionamiento sistemático de la legitimidad de legislar sobre el cuerpo.

Referencias Bibliográficas

AFSHAR, Haleh (1985): “Women, State and Ideology in Iran”, en Third World Quarterly, vol. 7, nº 2, abril.
KEDDIE, Nikki R. (2006): Las raíces del Irán moderno, Barcelona, Belacqva.
KOO, Gi Yeon (2014) “Women as Subject of Defiance and Everyday Politics of Hijab as Dress Code in Modern Iran”, en Asian Women, vol. 30, nº4: 30-51
SEDGHI, Hamideh (2007): Women and Politics in Iran. Veiling, Unveiling and Reveiling, Nueva York, Cambridge University Press.

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