El 8-M no es una fiesta, sigue la lucha

Por: Carmen Domingo

El feminismo no es un alegre festejo del orgullo de ser mujer. Es un movimiento que lucha por el pleno acceso de las mujeres, sí, mujeres, al ejercicio de sus derechos, tantas veces pisoteados

Habrá que recordar todo esto, digo, porque parece que la posmodernidad capitalista quiere sustituir las reivindicaciones de las trabajadoras y luchas feministas por una celebración despolitizada de la identidad de las mujeres. Sus orígenes no pueden por menos que evocarnos a todo lo contrario.

Porque el feminismo no es un alegre festejo del orgullo de ser mujer, ni siquiera lo es del orgullo de pertenecer a alguna de las recién proclamadas diversidades, tan de moda hoy en día. El feminismo es un movimiento que lucha por el pleno acceso de las mujeres, sí mujeres, al ejercicio de sus derechos, tantas veces pisoteados. Por eso sorprenden varias de las reivindicaciones que en estos días, previos al 8M, se han sucedido. La primera es que hayan sido numerosas las convocatorias vinculadas a la celebración del 8M en las que en sus carteles ni siquiera se menciona la palabra mujer. Como si pasáramos a ser un ente invitado de nuestra celebración, como podían ser las gallinas o las tortugas. Nadie se imaginaría el día del Orgullo gay sin los gays. Pues parece que sí que nos imaginamos, o eso quieren, un 8M sin mujeres.

La segunda, que estos días, en aras de la posmodernidad y con intención de engrosar las filas del feminismo (parece ser el 51% de la población es suficiente), hayamos asistido a cómo, desde colectivos supuestamente feministas, se ha llevado a cabo la defensa e inclusión en el movimiento feminista de las participantes de prácticas que oprimen a la mujer: la prostitución, los vientres de alquiler, o lo que han dado en llamar binarismo de género apelando a su libertad para decidir. Argumentos amparados en la “inclusión” y el orgullo afirmativo de la capacidad de decisión que tenemos las mujeres justo en unos temas que para el feminismo han sido percibidos, desde siempre, como una vulneración de los derechos de las mujeres.

Ya me perdonarán, pero hace falta tener muy poca vergüenza para hablar de derecho de la mujer a elegir en libertad poder ejercer la prostitución, mientras millones de mujeres están siendo explotadas sexualmente. Hace falta tener muy poco respeto por las mujeres a las que compran sus hijos para defender el “deseo” de terceros — me da igual por parte hombres que por mujeres— a tener un hijo, por delante del derecho de esa mujer y de ese niño a estar y saber quién es su madre y a vivir y crecer a su lado. Hace falta muy poco conocimiento de la biología para pedir que se reconozca un género cambiante cuando justo el género es el constructo social por el que nos oprimen a las mujeres y que las feministas llevamos tiempo tratando de eliminar, porque es una invención. Las mujeres no queremos acabar desapareciendo en aras de no binarismos, géneros fluidos, agéneros y diversidades varias.

Habrá que empezar en el ayer, digo, para que no nos olvidemos del hoy y terminemos convirtiendo la lucha feminista en una lucha de todos y para todos. Es la lucha de las mujeres y para las mujeres, y en ella queremos: mostrar nuestra agenda política; reivindicar nuestra lucha contra la explotación reproductiva; reafirmarnos en nuestro firme convencimiento a negarnos a aceptar la explotación sexual de mujeres y niñas; mantenernos firmes en nuestra lucha contra la precarización, la discriminación laboral, la explotación económica y el abuso sistemático que seguimos sufriendo las mujeres en estos tiempos. Por eso el 8M es nuestro, de las mujeres, y en él reivindicaremos nuestros derechos.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/ccaa/2020/02/25/catalunya/1582634497_799074.html

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El valor de la memoria

Por: Carmen Domingo

El valor de la memoria no es un paseo por las atrocidades que han supuesto el franquismo y el fascismo a las mujeres, a pesar de que estas no se escoran, sino el relato de una lucha por la dignidad personal y colectiva de las mujeres que luchaban contra ellos.

Cuando llegó a mis manos “El valor de la memoria” yo ya conocía la integridad y coherencia de Mercedes Núñez. Años atrás había leído “Cárcel de Ventas”, un librito pequeño, editado en los sesenta en Francia por Ebro, la editora del PCE, y lo había leído poco a poco, dosificando la lectura, incluso cerrando el libro a ratos, para tratar de recuperar la respiración, sosegarme, tras asumir las barbaridades que en él se contaban, de forma directa y sin aspavientos, de los sufrimientos y torturas que infringieron a las presas los franquistas tras acabar la guerra civil: mujeres apaleadas hasta partirles la columna por cuatro partes; niños cogidos por los pies para destrozar sus pequeñas cabezas contra una pared por el único delito de tener un nombre poco católico; torturas inimaginables con una respuesta de valor y entereza que sobrecoge; ancianas martirizadas hasta morir para que denuncien a sus hijos, a sus nietos; niños a los que se prohíbe la lactancia hasta dejarlos morir o regalarlos a cualquier familia franquista que lo pida por tener una madre que no quiere confesarse antes de recibir “la pepa”… En definitiva, mujeres, todas, a las que tratan de humillar, pero que con su entereza, con su dignidad, demuestran a diario que quien las trata con crueldad son en realidad los más débiles.

La segunda parte de “El valor de la memoria”, “Destinada al Crematorio”, nos traslada a la segunda guerra mundial. Tras aprovechar un error administrativo que le permite huir de España, Mercedes entra en la resistencia hasta que es detenida y llevada a Ravensbrück, “uno de los campos de la muerte”. Allí, la geografía es distinta, pero el desprecio por las detenidas y el fascismo el mismo. De nuevo las reacciones, al límite, en este caso en un campo de concentración, atrocidades y solidaridad a partes iguales e, igualmente, testimonios escalofriantes vividos en primera persona o narrados por alguna compañera “con la sinceridad que se tiene con una camarada de lucha a quien se puede decir la verdad, aunque sea espantosa” y así nos llega a nosotros, como un mazazo.

El valor de la memoria no es un paseo por las atrocidades que han supuesto el franquismo y el fascismo a las mujeres, a pesar de que estas no se escoran, sino el relato de una lucha por la dignidad personal y colectiva de las mujeres que luchaban contra ellos. Por eso es necesario recuperar testimonios como el de Mercedes Núñez, que nos sitúan desde una perspectiva distinta del detenido, la de la honestidad evitando heroicidades fingidas: “me sacan de quicio los que cuando escriben sus memorias se muestran modestamente a sí mismos como los perfectos héroes, que nunca tuvieron miedo, que naturalmente estuvieron al frente de acciones que salieron bien”.

Ella, militante primero de las JSU, más tarde del PSUC y por último del PCE, tenía claro el motivo de su ingreso en prisión, igual que más tarde tuvo claro su ingreso en Ravensbrück: una militancia consciente y meditada que le hacia defender sus ideas mucho más allá incluso de lo que hoy -acostumbrados como estamos a que nuestras ideas se limiten a si podemos o no salir de marcha un viernes por la noche y poco acostumbrados a alardes ideológicos- nos resulta sorprendente y, diría, envidiable por la coherencia.

Porque no, las mujeres no hacemos la guerra, vamos a remolque de ellos, de los hombres, que las deciden y ejecutan, pero os aseguro que no somos personajes secundarios de la historia -y el testimonio de Mercedes Núñez no es ni por asomo un caso aislado de nuestro pasado reciente, de “aquella hora demencial de la posguerra” -, que la sufrimos mucho más, si cabe. Por eso es importante la recuperación de testimonios como el de Mercedes que, sin dejarse vencer por el dolor y la indignidad, sale triunfal de la situación más atroz, porque lucha por unos ideales, convencida de que el nazismo no le ha vencido por algo tan maravilloso -a mi juicio- como que “no me ha hecho utilizar sus propios métodos”.

Fuente: http://www.lamarea.com/2016/11/19/memoria/

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