El bullying y el Pacto por la Educación

Por:Carlos Hué

 Uno de cada tres alumnos de Secundaria, en España, ha sufrido una agresión física alguna vez en el centro educativo. Esta era una de las conclusiones de un estudio publicado a comienzos de este año por Save the Children sobre el bullying. Este informe indica también que uno de cada diez ha sido víctima de acoso, un tercio reconoce haber agredido físicamente a otro compañero en los últimos dos meses anteriores a su publicación, y la mitad admite haber insultado.

Por comunidades autónomas una vez más hay un norte y un sur. En este caso es el norte central integrado por País Vasco, Navarra, Cantabria, La Rioja, Aragón, Castilla-León y Madrid que tiene índices más bajos. Para definir una conducta como acoso, indica el estudio, es necesario que exista una diferencia de poder entre agresor y víctima, y que haya intencionalidad. El estudio indica además que las chicas suelen ser víctimas con más frecuencia que los chicos, pero ellos suelen desempeñar más el papel de agresores. Por otro lado, las chicas suelen pedir ayuda cuando se sienten agredidas, mientras que los chicos arreglan sus diferencias con violencia. Y, por último, el estudio concluye que ambos, víctima y agresor, suelen tener una baja autoestima.

En esto de la violencia escolar tenemos que explicar, primero, por qué se produce y, segundo, cómo podemos abordarla. En primer lugar, existe una razón física que motiva que en Secundaria se den más casos de agresión entre el alumnado. La cuestión radica en el hecho de que, de una parte, los adolescentes en pocos meses pasan de niños a adolescentes desarrollando, especialmente entre los chicos, una musculatura y una fuerza que antes no tenían y que tienen que encauzar. Y de otra, hay que considerar los cambios hormonales que se dan en su cuerpo en muy breve espacio de tiempo, lo que unido a la falta de un proceso total de mielinización, provoca que esa mayor fuerza física esté descontrolada por el sistema hormonal, ya que todavía no cuenta con un sistema nervioso suficientemente maduro para controlar sus impulsos.

En segundo lugar, desde un punto de vista psicológico, los cambios físicos producidos provocan en los adolescentes una falta de sentido personal pues llega un momento en el que han dejado de ser niños pero no han aprendido a ser adultos. Muchas veces no reconocen su cuerpo, su esquema corporal, cambian la voz, y no cuentan con pautas para saber qué es lo que realmente quieren. Por ese motivo, al dejar la niñez dejan también la autoridad de la familia y se dejan influir decididamente por la opinión de sus compañeros. Por otro lado, es un momento en el que las amistades infantiles dejan de tener sentido y se anda buscando tanto una pareja, como un grupo de amigos que refuercen la personalidad que se va construyendo.

En tercer lugar, desde un punto de vista sociológico, esta sociedad ha determinado la mayoría de edad a los 18 años, aunque la edad penal sea a los 16. A la sociedad, me atrevo a decir, le molestan los adolescentes por no ser obedientes, disciplinados, porque hacen mucho ruido, porque se mueven mucho, porque siempre nos llevan la contraria. También es de señalar el cambio del papel de la familia. Hemos pasado de un modelo patriarcal de tres generaciones a varios modelos de familias, mayoritariamente nucleares y en los que se ha dado una progresiva falta de autoridad. Además, la edad laboral que hace unos años comenzaba a los 12 o 14 años está ahora retrasada hasta más allá de los 25, y hasta 35 años. En definitiva, la sociedad determina que el lugar adecuado para «recoger» a los adolescentes son los centros educativos, los institutos y colegios.

Finalmente, y en cuarto lugar, podemos afirmar que el fracaso social con los adolescentes en una sociedad postindustrial se ha trasladado a los centros educativos con el encargo de que a través del estudio de las mismas asignaturas de siempre se consiga «disciplinarlos» con inestimable ayuda de los «deberes» y las notas. Hoy los centros educativos son, en muchos casos, un lugar donde el sistema educativo ejerce violencia sobre los jóvenes y en el que unos profesores y maestros se ven compelidos a aplicar fórmulas que eran eficaces en los años sesenta del siglo XX, pero que hoy no tienen sentido en el mundo de las comunicaciones y la globalización de las conductas. Por otro lado, el profesorado ha sido seleccionado en su mayoría por los conocimientos de las disciplinas más que por su capacidad de gestionar las emociones y conductas de los chicos y chicas.

La consecuencia es clara. Los chicos pasan muchas horas en los centros educativos teniendo que memorizar conocimientos que están en Internet y que la mayoría de ellos no les servirán en el futuro. Además, los estudios que antes garantizaban un empleo hoy ofrecen muy pocas garantías de empleabilidad. La sociedad traslada la responsabilidad a las familias y estas lo hacen a los profesores que se ven en muchos casos, sin apoyo ni técnicas para sobrellevar la situación. En este panorama no es de extrañar que la frustración de los adolescentes se traduzca en agresiones, hacia sí mismos, que las hay, y que se manifiestan en formas de conductas alimentarias alteradas, depresión e incluso, suicidio; y hacia los demás, en forma de bullying.

Pero hasta aquí los datos y las causas. Entonces, ¿podemos hacer algo? A mi entender lo primero es que la sociedad tome conciencia de la necesidad de un Pacto por la Educación. Y un Pacto por la Educación es diferente de un Pacto por la Enseñanza. El Pacto por la Educación debe tratar de eso, de educación. Educación es ayudar a los estudiantes a que construyan su personalidad, y eso solo se hace en relación con los iguales en un marco de respeto, tolerancia y motivación que desarrolle la autoestima de todos y de cada uno. Y para ello, tenemos desde hace mucho tiempo la formación en inteligencia emocional de los profesores y de los alumnos, pues muchas veces el propio profesorado carece de la autoestima necesaria para trasladarla a los chicos y chicas.

El Pacto por la Educación debería dar más importancia a la formación en valores que a la transmisión de unos conocimientos que están en la web. Por tanto, habrá que cambiar de arriba abajo el currículo, haciendo que los conocimientos no se estructuren en asignaturas, sino de forma interdisciplinar; valorando más las competencias que los conocimientos; y cambiando la metodología de la clase magistral, con todos los pupitres alienados y la puerta cerrada, por metodologías activas y colaborativas como la «flipped classroom» en la que las mesas se colocan según necesidades y la puerta está permanentemente abierta.

Desarrollar la autoestima, la asertividad, la motivación, el control emocional, el conocimiento propio y de los demás, la empatía, la resiliencia, la capacidad para resolver conflictos, para resolver problemas de la vida diaria, la tolerancia, la aceptación de la diversidad, etc. tendrían que ser contenidos fundamentales a desarrollar en ese Pacto por la Educación. Solo así, entendiendo que es más importante aprender que enseñar, que es más importante resolver que memorizar, que es más importante convivir que estudiar, podremos abordar el problema que hoy denominamos bullying. De otro modo, si en lugar de un Pacto por la Educación en los términos referidos, buscamos un Pacto por la Enseñanza en el que prime la lucha de ideologías sociales y políticas, el pronóstico no será nada bueno.

Yo por mi parte, confío. Confío que de una vez por todas, nuestros políticos entiendan las necesidades, de una parte, de nuestros adolescentes reflejadas anteriormente y, de otra, de la sociedad del mañana que va a precisar no de personas que hayan aprobado asignaturas, sino de personas flexibles, equilibradas, solidarias, ajustadas, tolerantes y creativas.

fuente:http://www.aragondigital.es/noticia.asp?notid=151019&secid=21

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