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Pedagogía de la resistencia y de las emancipaciones

Claudia Korol

Quiero realizar algunas consideraciones sobre los temas en debate, a partir de una experiencia teórico práctica: la experiencia de educación popular, concebida como pedagogía de la resistencia y de las emancipaciones, de la rabia y la indignación frente a las injusticias, de rebelión y de revelación de los nuevos mundos que pugnan por crecer y por crear relaciones políticas, culturales, sociales, económicas, de género, opuestas a las que reproducen y refuerzan la dominación.

No voy a detenerme en el diagnóstico de las formas en que se ejerce la dominación, ni en el relato de experiencias sobre ejercicios concretos de autonomía, de resistencia, de creación de una cultura emancipatoria, cuyos protagonistas están presentes y pueden realizarlo de manera mucho más contundente. Quisiera abordar algunos de los aprendizajes y desafíos que surgen de las últimas décadas, en las que se han constituido movimientos populares nacidos fundamentalmente como respuesta a las políticas de exclusión social del capitalismo y del patriarcado, o a partir del reconocimiento de diferentes modalidades con las que se ejerce la dominación, y en las que se han transformado profundamente las prácticas de muchos de los movimientos existentes previamente. Quisiera anclar este análisis especialmente en la Argentina post-rebelión. La Argentina que para muchos intelectuales y políticos pretende ser sepultada con más o menos honores, pero que entiendo que es una Argentina que más allá de los momentos de repliegue de nuestras fuerzas, a partir del restablecimiento de una precaria gobernabilidad, sigue pujando por nacer, e intenta cuidar y multiplicar lo ganado en las jornadas que imaginaron y propusieron el “que se vayan todos”, consigna que configura los alcances y límites de nuestro imaginario rebelde.

Las jornadas del 19 y 20 de diciembre en la Argentina, y la multiplicación de energías que de ellas se desprendieron, permitieron volver a plantear la diversidad de dimensiones emancipatorias de las resistencias, y anunciaron algunas tendencias que -al margen de avances y retrocesos coyunturales- marcan la subjetividad de nuevas franjas de protagonistas sociales y políticos, con señales que hablan de la recuperación de la confianza en las propias fuerzas, la deslegitimación del “orden” que nos condena, la posibilidad de pensar en la necesidad de una nueva institucionalidad y en consecuencia repensar la política, la insinuación de distintas maneras de amasar identidad y proyecto, sobre la base de un esfuerzo colectivo que al tiempo que sueña el proyecto, intenta construirlo en las prácticas cotidianas, modificando las relaciones de opresión y dominación. Es parte también de lo “ganado” en las jornadas de rebeldía, la cotidiana victoria sobre el terror introyectado por la dictadura y la impunidad, el desafío de dar una nueva vuelta en la historia de los vencidos, resignificando el sentido mismo de la victoria y la derrota, y achicando las distancias entre una y otra, en la medida que ambas forman parte del camino de creación de nuevos mundos humanizados por la resistencia y los proyectos fértiles que en ésta van echando raíces. Valorizar lo ganado no significa ilusionarse en que esto ya ha sido integrado “de una vez y para siempre” en la subjetividad popular; pero implica reconocer que estas experiencias, aún en los momentos en que ese impulso retrocede o encuentra un cierre parcial, han atravesado vivencialmente a millones de hombres y mujeres, y especialmente a las generaciones jóvenes que fueron protagonistas de la rebelión, dejando impresa su huella en nuestra historia colectiva.

Sin embargo, vale la pena -pasados algunos años desde el “que se vayan todos”-, reflexionar brevemente sobre la disputa de sentidos que se produjo en la interpretación posterior de esas jornadas. No fue el grito solo del movimiento social organizado. No fue el grito de los piqueteros, o de las “cacerolas” nacidas en esas jornadas como instrumentos de lucha. Fue el punto de encuentro de distintas indignaciones y rebeldías, que por aquellos días lograron realizar una tarea común, que iba más allá de sacarse de encima a un gobierno y a una política. Lograron poner en jaque al sistema de representación política, y cuestionaron el programa neoliberal sostenido por todos los gobiernos en la etapa pos-dictatorial. Se reconoció en los Bancos una de las caras del enemigo: el capital financiero. Se cuestionaron las privatizaciones y el pago de la deuda externa. La Argentina entró en default, y la mayoría creyó que correspondía no pagar al FMI y al Banco Mundial, cuya “confiabilidad” también quedó bajo la desconfianza generada en la crisis de representatividad.

El “que se vayan todos”, no cuestionó solamente a las expresiones políticas de las diversas fracciones del poder. Al tiempo que deslegitimó a los tres poderes, significó también una forma de cuestionamiento de las fuerzas políticas y sindicales pretendidamente populares, que actuando en los marcos de esa institucionalidad, no tuvieron capacidad de interpretar y actuar con eficacia, no sólo en el momento de la revuelta popular, sino en las acumulaciones previas e incluso en las posteriores de resistencias y de búsquedas alternativas. Se criticó la fragmentación de las izquierdas sostenidas en las peleas por mezquinos hegemonismos. Se cuestionaron las modalidades verticalistas de dirección política. Se multiplicaron los esfuerzos por construir maneras de democracia directa. Se puso en evidencia la tensión existente en las fuerzas organizadas de la izquierda que quedaron presas muchas veces de una institucionalidad burocratizada y decadente.

La conciencia social de los argentinos, en esas jornadas, adquirió algunas luces. Entre ellas, la revalorización de la capacidad de resistir, la decisión de no aceptar la condena al suicidio implícita en las políticas neoliberales para franjas cada vez más amplias de excluidos, la necesidad de fortalecer los movimientos y organizaciones que sirvan para la lucha, y de inventar las organizaciones o movimientos, o acciones que no existen, para satisfacer los derechos y expandir las posibilidades de una vida digna.

Se aprendió que “la lucha tiene sentido” (dicho en otras palabras, se reaprendió el sentido de la lucha), después de varias décadas en las que se pregonó desde el poder la imposibilidad de obtener ningún cambio a partir de la participación social. Se rechazaron las formas de representación vaciadas de legitimidad. Se intentaron diversas modalidades de dirección de los movimientos, basadas en prácticas sociales más horizontales y asamblearias, con mayor relación entre palabras y actos, entre teorías y cuerpos.

Es desde esa experiencia, que intento señalar lo que en este momento de reflujo del movimiento queda como algunas de las posibles enseñanzas y desafíos para nuestras prácticas emancipatorias, aclarando que entiendo por ellas a la cotidiana deconstrucción de las relaciones sociales de opresión, basadas en la batalla contra la alienación, que nos impide constituirnos como sujetos históricos. Se trata de la lucha individual y colectiva, contra todas las opresiones derivadas de una cultura que ha impuesto a sangre y fuego un patrón hegemónico “occidental”, blanco, burgués, patriarcal, homofóbico, racista, xenófobo, totalitario.

Un aspecto central de nuestra búsqueda, en la perspectiva de la formación política y de la educación popular, es la de promover la descolonización de nuestros paradigmas y teorías.

La conquista y colonización de América promovió la hegemonía de una cultura racista, legitimadora del saqueo de nuestros recursos naturales, de la devastación de nuestros territorios, del genocidio de nuestros pueblos, y la imposición de una visión del mundo sobre las muchas existentes en estas tierras.

Hasta la actualidad, la fractura entre las clases dominantes y los sectores populares fue profundizando una mirada agresivamente racista hacia las culturas originarias y hacia los descendientes de pueblos africanos. El mito de la Argentina “blanca y europea”, no sólo alimentó el desencuentro de los argentinos y argentinas respecto del resto del continente latinoamericano y caribeño. También reproduce sistemáticamente el racismo y la xenofobia, incluso al interior del movimiento popular. Estos datos de nuestra cultura son eficazmente manipulados a la hora de enfrentar a clases medias y piqueteros, al barrio y a la villa, a trabajadores ocupados y desocupados. Enfrentamiento que se prolonga hoy en el pánico que algunas franjas de las clases medias, e incluso de los trabajadores y de los intelectuales considerados progresistas sienten hacia la “Argentina plebeya”, que periódicamente irrumpe en la escena política y social, alterando las relaciones de fuerzas, desafiando las nociones de identidad forjadas en los períodos de aparente “calma social”, y escandalizando al sentido común construido por la cultura europeizante que promueve la segregación y el ocultamiento de las mayorías.

La cultura de la conquista dejó su huella en la subjetividad popular, instalando algunos núcleos ideológicos que fueron resignificados por las sucesivas dictaduras, y en la última etapa, por la “modernización” realizada bajo el nombre del neoliberalismo, que se sustentó en un nuevo genocidio -la dictadura del 76-83-, y en el despojo de los hombres y mujeres, tanto de la tierra como de las conquistas logradas en las luchas obreras y populares del siglo XX. Entre los núcleos ideológicos que con mayor fuerza golpean a los movimientos de resistencia, profundizados por el impacto del neoliberalismo, se encuentran: la cultura de la sobrevivencia, la cultura de la impunidad, la cultura de la exclusión. Algunos de los rasgos resultantes de estas “culturas” superpuestas son el pragmatismo, el adaptacionismo, la desesperación, el cortoplacismo, el inmediatismo y la corrupción.

En esta dirección, un tema que me interesaría plantear es el del reconocimiento de la historicidad de los procesos sociales y de los movimientos populares, de manera de cuestionar la división tajante que se intenta realizar muchas veces entre movimientos nuevos y viejos, proponiendo entonces que analicemos qué y cuánto de nuevo hay en los llamados nuevos movimientos, y qué y cuánto de viejo contienen; discutiendo esta categorización que inmediatamente entiende lo nuevo como mejor que lo viejo, tema a analizar, cuando verificamos que uno de los movimientos que tienen fuerte impacto en el desafío a la cultura hegemónica del neoliberalismo y a las relaciones de poder que establecen son por ejemplo los pueblos originarios.
Pensar a estos movimientos como nuevos movimientos sociales resulta una falacia que tal vez parta del criterio de que lo nuevo se constituye cuando el intelectual lo nombra, y no en el tiempo en que se producen las resistencias concretas y las acciones que los pueblos van realizando en el camino de su constitución como sujetos históricos.

Esto me lleva a otro tema: la necesidad de repensar colectivamente la experiencia histórica de nuestro país, de nuestro continente y del mundo, como camino para 1- avanzar en la elaboración teórica, a partir de la crítica de los modelos políticos que condujeron a numerosas frustraciones, y de la indagación de nuevas posibilidades políticas, organizativas, teóricas; y 2- crear memoria colectiva de las experiencias en la que se socialicen aprendizajes, se afiancen los símbolos de rebeldía frente al poder, y se pueda aprender del camino recorrido, tanto en sus éxitos como en sus reveses. La necesidad de que esta mirada hacia el camino, se realice de la manera más sistemática posible, y en un diálogo permanente entre los protagonistas de la experiencia, que en la reflexion sobre la misma y en su práctica se van constituyendo como sujetos históricos, con los intelectuales que acompañan el andar del movimiento, no como observadores o jueces, sino como compañeros de militancia. Las batallas emancipatorias, la posibilidad de crear nuevos sentidos a partir de nuestras prácticas, la formación de identidades que conjugan la historia con el proyecto, la rebeldía con la estrategia, nacen de las experiencias sociales de quienes siendo conscientes de su opresión, van buscando e intentando maneras diversas de luchar que apuntan a su supresión.

La constitución de los movimientos en lucha como sujetos históricos, implica una ardua batalla por transformar la cultura de la desesperanza en pedagogía de la esperanza, la desesperación en proyecto, el escepticismo en pasión transformadora, la cultura de sobrevivencia en la invención de nuevas modalidades de trabajo no enajenantes. Significa relacionar las transformaciones sociales a las que aspiramos, con el cambio de las relaciones en nuestros propios movimientos, incluso en las relaciones interpersonales; terminando con las disociaciones entre la esfera de lo público y de lo privado, que conducen a la incoherencia entre un discurso que proclama la solidaridad, y prácticas cotidianas que reproducen el autoritarismo, el egoísmo, el verticalismo, el sectarismo; entre un mundo público hegemónicamente masculino, y un mundo privado sostenido por las mujeres; entre un mundo público en el que no es posible verificar un cambio en las relaciones sociales que intentamos producir, porque en él se potencian viejas y nuevas modalidades de dominar, discriminar, y oprimir; ejerciéndose de manera despótica relaciones de poder autoritarias, en la administración de los frutos de la exclusión.

Otro tema a pensar, es la relación entre la dimensión de la vida cotidiana, y las perspectiva local, nacional e internacional de nuestras batallas, modificando la costumbre de concebir a las emancipaciones como un lugar de llegada futura, y no como camino. Si de lo que se trata es de cambiar las relaciones sociales de opresión por relaciones sociales fundadas en la cooperación y la solidaridad, en la libertad, en el placer; es necesario y posible que empecemos a ejercer experiencias que nos permitan fortalecer la subjetividad y creer en la viabilidad de esos cambios, asumiendo al mismo tiempo –y en experiencias concretas de intercambio, solidaridad y acción común- la dimensión mundial de los mismos. Anclando la batalla cultural en la transformación de la vida cotidiana, es imprescindible experimentar la dimensión internacionalista de las batallas emancipatorias, lo que permite que las batallas angustiantes por sobrevivir no ahoguen en la impotencia de las dificultades cotidianas a los movimientos, y que se puedan superar mejor las dificultades que surgen de la desfavorable relación de fuerzas. Esto al mismo tiempo, es parte de abonar la convicción de que es necesario terminar con todas las opresiones en escala universal.

En esta dirección, el sistemático cuestionamiento a las relaciones de género opresivas, es parte de la batalla necesaria de librar por los movimientos populares, que permita deconstruir las diversas formas de dominación que reproducen al sistema, incluso en las prácticas de nuestros movimientos. Esto es un aporte a la creación de una nueva subjetividad, y también al enriquecimiento de las teorías emancipatorias, sobre la base de prácticas sociales que al realizarse, van acumulando conciencia crítica sobre las formas de ejercer el poder del capitalismo patriarcal.

El manejo del saber como factor de poder se ha vuelto cada vez más evidente para los movimientos que luchan contra la exclusión, también en este campo, y que se han visto precisados de recurrir a saberes populares y a conocimientos ancestrales, para asegurar su sobrevivencia. Al mismo tiempo, estos saberes intentan ser apropiados por el poder, a través de diferentes mecanismos, patentes, investigaciones, etc. Se vuelve necesario establecer una clara alianza entre los intelectuales que trabajan en los diversos campos del conocimiento y los movimientos populares, para elaborar estrategias que permitan recuperar conocimientos existentes, y que los nuevos saberes sean puestos al servicio de las resistencias.

Un eje de los debates emancipatorios, sigue siendo el de la autonomía. Hablamos aquí de autonomía no como un estado a alcanzar en el futuro nuestro, sino como un proyecto a crear en este presente, que apunta a la superación de las situaciones de dependencia, de alienación, a la construcción de espacios propios en dónde se recobra la identidad histórico-cultural. Si entendemos la batalla por la autonomía no desde una lógica estrictamente economicista, sino como un modelo cultural de acción política, los avatares que los movimientos sufren en las políticas ligadas a la sobrevivencia, deben ser considerados como límites pero no como obstáculos insalvables en la generación de nuevas formas de relaciones sociales y en la creación de una nueva subjetividad, no alienada ni alienante.

Es fundamental en este sentido, todos los esfuerzos que se están desarrollando de debate de los modelos de autonomía, de análisis de sus logros y dificultades, de sistematización de prácticas, y de formación de nuevos valores que permitan que quienes sean parte del movimiento no se encuentren en él sólo por la respuesta material a las urgencias cotidianas, sino porque hallan también una manera de reintegrar su identidad, de ser parte de un proyecto, de sentir que su mundo privado es parte de un mundo social solidario, en el que sus pensamientos, sentimientos y acciones, no sólo son respetados y valorados, sino que son necesarios para dar oportunidad a la transformación social duradera.

Es por ello que cobran especial importancia las prácticas políticas concretas con que se constituyen los movimientos. El espacio real que hay en las mismas para que quienes los integran desarrollen, al tiempo que proyectos productivos o acciones de resistencia, diversas actividades tendientes a la formación colectiva de una nueva concepción del mundo.

Las prácticas de autonomía parten de los valores y creencias de la comunidad, como principal componente ético en la determinación de los proyectos y acciones. Tal decisión implica elegir un camino “más largo”, que el que supone una forma de dirección vertical sobre una masa de “necesitados”, que llegan al movimiento por el plan, y allí reciben “la luz” de una conducción que ha predeterminado estrategias, tácticas, y las acciones cotidianas. Este camino “más largo”, parece ser, sin embargo, el único posible a recorrer si lo que se busca es la emancipación

Señalaba el educador popular uruguayo José Luis Rebellato, que “la autonomía no es un dato de la realidad, como tampoco lo es el protagonismo del sujeto y su ejercicio de la iniciativa en las decisiones. En los hechos, somos constituidos como objetos por la sociedad y por las relaciones sociales que predominan en ellas… La imposición de una lógica exterior al sujeto, lo convierte en objeto. El verdadero sujeto pasa a ser el partido o la dirección sindical. Toda decisión que no emane del propio sujeto, lo aliena.”
La posibilidad de ejercicio de la autonomía, es condición para la constitución de sujetos históricos, protagonistas de las batallas emancipatorias. Es por ello que todas las prácticas de dominación intentan cercenar esta dimensión de las organizaciones populares, intentando medrar para ello con la cultura de la desesperación, que emerge de las condiciones de sobrevivencia. “Los modelos de beneficencia -señala Rebellato- no hacen más que prolongar esta situación de objetos, sólo que legitimada bajo la afirmación de que es bueno para nosotros que sigamos siendo así, que la gente no tiene otra alternativa y posibilidad”

Es una batalla cultural de dimensiones gigantescas. Esto requiere ser más conscientes de la dimensión histórica de la subjetividad en la lucha liberadora, que abarca no sólo la creación de lazos solidarios imprescindibles para la constitución de un bloque histórico, sino también la forja de una identidad de resistencia que favorezca el reconocimiento de quienes sufren la opresión en diversas formas, no sólo las que se originan en la explotación económica, sino también las diversas maneras con que se ejerce la dominación. Es imprescindible que la batalla por la creación de una conciencia nueva sea acompañada por una apertura a nuevos sentimientos, a nuevas sensibilidades, que posibiliten superar las rigideces que la cultura de la dominación introyectó en el saber popular e incluso en las organizaciones revolucionarias.

En la búsqueda de respuestas que aporten al desarrollo de una política emancipatoria, se plantea también el debate sobre qué tipo de organizaciones estamos creando. ¿Pensamos el desafío al poder y a la hegemonía capitalista y patriarcal, desde organizaciones o movimientos que reproducen o confrontan en su misma lógica a las políticas de Estado, definiéndose desde el apoyo o la oposición a las mismas?

Si las opciones políticas se achican al punto de reducirse a apoyar a gobiernos o a oponerse, sin creación de un concepto propio de política, de poder, de proyecto, no sería extraño que se reprodujera en estas organizaciones, las lógicas del poder que se creen combatir: autoritarismo, jerarquías, hegemonismo, clientelismo, verticalismo, machismo, homofobia, hipocresía, doble moral, individualismo, marginación de la crítica, pragmatismo, cortoplacismo, sustitución del diálogo por la orden, de la consulta por la voz de mando, de la solidaridad por la competencia. Por este camino, estas organizaciones o movimientos se vuelven tan espejo del Estado, que no resulta compleja su cooptación, su integración, su manipulación; y si esto no es posible, su fragmentación y disolución.

Creo que en los movimientos populares que se están desarrollando en la Argentina, ha habido aprendizajes que permiten pensar la superación de estos límites. Se van sorteando dicotomías establecidas con rigidez entre lo social y lo político, se va imaginando la posibilidad de crear momentos de unidad en un campo fragmentado y marcado por la diversidad, se va proponiendo modelos organizativos que parten de la organización de los excluidos, pero que no se agotan en la esfera de dar respuesta a la sobrevivencia. Se generan experiencias de poder popular, limitadas en el espacio o en el tiempo, pero que permiten acumular fuerzas, capacidad de desafío, iniciativa, protagonismo, ejercicio de la autonomía.

Frente a estos aprendizajes, el poder reacciona, manipulando y comprando conciencias, y avanzando en las políticas de militarización, judicialización de la protesta, combinado con políticas de contrainsurgencia en las regiones donde se encuentran mayores desafíos, y con descargas de asistencialismo para apagar los posibles incendios. Fue aprobada por el congreso la Ley Antiterrorista, vuelve a discutirse la posibilidad de dar inmunidad a las tropas extranjeras, para garantizar la presencia de Bush en la cumbre de Mar del Plata. Se continúa con la entrega de los bienes naturales fundamentales.

En este contexto, vale la pena pensar en una agenda de debates que nos permita pensar en ejes de acción común, que articulen nuestros esfuerzos hoy fragmentados en el terreno de la resistencia, pero que nos permitan también volver a pensar juntos en las posibilidades y dificultades del camino común. En esta dirección, creo que necesitamos conocer mejor las políticas del imperialismo, las modalidades con las que se ejerce la dominación, de manera de actuar cada vez más concretamente en el terreno de la denuncia o de la obstaculización de las políticas de saqueo de nuestros bienes o de militarización del pais.

La batalla cultural imprescindible para subvertir el sentido común y crear nuevos sentidos implica una práctica pedagógica. Éste es el espacio de la educación popular, a la que seguimos considerando como una pedagogía de los oprimidos y oprimidas, como una pedagogía de la resistencia y de las emancipaciones, que concibe a la esperanza como una necesidad ontológica, y que se reconstruye cotidianamente en la invención de los nuevos mundos posibles.

Entendemos a la educación popular, como acción cultural por la libertad. Como una pedagogía del conflicto y no del “orden”, del diálogo de saberes y no del pensamiento único, de la pregunta y no de las respuestas repetidas, de lo grupal y colectivo, frente a las prácticas y teorías pedagógicas que reproducen el individualismo y la competencia, de la democracia y no del autoritarismo. Es una pedagogía de la libertad, frente a las que refuerzan la alienación. Es una pedagogía que hace del acto de enseñar y aprender, una de las tantas maneras de comprender y transformar el mundo. Es una pedagogía del placer, frente a las que escinden el deseo de la razón. Es una pedagogía de la sensibilidad, de la ternura, frente a las que enseñan la agresividad y la ley del más fuerte, como camino para la integración en el capitalismo salvaje. Es una pedagogía del ejemplo, que hace de la relación teoría-práctica una base ontológica fundamental, afirmada en la vida cotidiana y en las resistencias de los pueblos. Es en esa perspectiva, una pedagogía anticapitalista, antiimperialista, libertaria, socialista.

Fuente del articulo: http://www.nodo50.org/americalibre/educacion/korol2_110705.htm

Fuente de la imagen: https://andumarevista.files.wordpress.com/2014/10/pedagogia-emancipadora.jpg

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Aprendiendo la transrevolución

Claudia Korol

Me invitaron a formar parte del Comité Académico del Bachillerato Popular para Jóvenes y Adultos “Mocha Celis”, un “proyecto educativo con enfoque de género, dirigido –sin ser exclusivo- al colectivo travesti, transgénero y transexual”.
Es difícil imaginarme parte de un Comité Académico. Es una invitación atrevida para alguien que cree que “La Academia” ha sido históricamente el lugar del saber colonizador, del saber para el poder.
Acepto sin embargo con gusto la invitación. La acepto por pura curiosidad, por puro deseo, pensando que se trata –fundamentalmente- de participar en la aventura de travestizar los saberes y los poderes, de desorganizarlos cuidadosamente, de descolonizarlos.
Agradezco la posibilidad que han creado con esta experiencia, de travestir incluso a la educación popular con los colores del arco iris… para sumarnos a la fiesta libertaria de reinventar las maneras de enseñar y aprender, de poner el cuerpo –nuestros cuerpos- en los procesos pedagógicos y políticos, de crear los lugares que no existen para las y los excluidos de siempre, de pensarnos juntas en tránsito hacia otra manera de ser y de sentir, de soñar y vivir el mundo que habitamos… para cambiarlo. Para hacer inaceptable toda exclusión, toda discriminación, toda muerte innecesaria, toda humillación, toda injusticia.
Para quienes entendemos la educación popular como rebelión frente al orden capitalista, patriarcal, racista, heteronormativo, violento… corrernos de la institucionalidad central hacia los bordes -para correr los bordes mismos de la institucionalidad-, viviendo en el centro de un desborde popular y prolongado, en la encrucijada de una creación permanente, es una manera de ejercer y de afirmar nuestras maneras de revolucionar la revolución.
Quiero decir, sin embargo, que la alegría que sentimos en esta inauguración, no puede taparnos la reflexión sobre las causas que dan origen a este bachillerato popular: la persistencia de un sistema educativo, cultural, social, económico, político hegemónico, que deja a sectores sociales, a comunidades, fuera de sus oportunidades, condenándolos a múltiples exclusiones. Como respuesta a esa exclusión han nacido los bachilleratos populares, las Universidades Populares, y las diferentes experiencias de educación popular en las que participamos o hemos participado, y muchas de las que no somos parte, pero que valoramos y reconocemos.
No todas estas experiencias han logrado sostenerse con este contenido y carácter transgresor, esencialmente rebelde. Muchas de ellas han sido domesticadas, mediatizadas, coptadas.
Los poderes construyen su hegemonía, excluyendo y-o coptando, subordinando, ordenando, “normalizando” la diferencia, homogeneizando incluso la diversidad con sus tonos de grises.
Por eso, la apuesta fundamental es que al tiempo que vamos conquistando espacios bajo el mismo cielo, sobre la misma tierra, sepamos reconocernos en la rebeldía no “civilizada” de nuestros esfuerzos cotidianos. Sepamos crear desde nuestra autonomía, desde nuestros sueños, un nuevo lugar de resistencia a la mediocridad, al sentido común, a los saberes que reproducen una y otra vez las muchas opresiones.
Que sepamos reconocernos en la rebeldía, por todo lo que nos cuesta cada pequeño derecho conquistado. Rebeldía por todos los derechos que nos faltan ganar. Rebeldía por el mundo aterrador de destrucción, guerras, intolerancia, violencia en el que nos toca actuar. Rebeldía por todas nuestras muertas, las que conocemos y las que no…. Rebeldía, por las marcas que llevamos en la piel y en nuestras vidas, por las palabras que nos lastiman como cuchillos, por los desprecios antiguos, por los dolores actuales, por las huellas en nuestra experiencia de la travestofobia, la transfobia, la lesbofobia, la homofobia, y todas estas expresiones de la «civilización sarmientina» que construyó la subjetividad alrededor de un sujeto hegemónico que es el hombre burgués, blanco, macho, heterosexual, con la vista puesta en Europa, y la hipocresía y la doble moral como escudo de Occidente.
Compañeras travestis, transgénero, transexuales, transfeministas y transgresoras… celebro este acto de creación de un territorio propio, abierto a todas las furias, las emociones, las reflexiones, los deseos. Celebro este espacio de encuentro y estudio, donde espero que las teorías se enamoren de las prácticas, las ideas de los sentimientos, las palabras de los actos… y bueno, todos los amores imaginados y los todavía no imaginados.
Celebro este lugar en el que la duda, la curiosidad, la pregunta, la investigación, la búsqueda, estén en la base de la pedagogía y de la política.
Celebro la alegría que hoy sentimos y compartimos, después de tantos años de lucha por un mundo en el que quepan todos los mundos.
Recuerdo aquí a Emma Goldman, que nos pedía una revolución que sepa bailar, que nos deje bailar, que nos invite a bailar. Esta danza trava, trans, es como la proyección en el presente de las danzas ancestrales de todas las comunidades que se han creído desaparecidas por el poder colonial, y que ahora se visibilizan en un mundo que se autodestruye por sus propias lógicas de muerte. Esta danza trava, trans, es nuestra manera de desafiar la destrucción burguesa, patriarcal, colonial, desde un baile colectivo, solidario, incluyente, libertario, rebelde, en el que el deseo fluya como ríos sin represas, como viento, como los sueños de todas las generaciones.
Quiero ser parte de esa danza, en las que veo también junto a nosotras, a Nadia Echazú, a Mocha Celis, a Pepa Gaitán, a la Moma, a Néstor Perlongher, a Carlos Jáuregui, y a tantas brujas que me enseñaron a caminar más libre por el mundo, riéndonos de nuestros miedos, burlándonos de nuestras desventuras, rompiendo dogmas y solemnidades, y creando – inventando -nuestras propias vidas, nuestros propios cuerpos, nuestra propia historia.

Fuente del articulo: http://www.panuelosenrebeldia.com.ar/content/view/1067/245/

Fuente de la imagen: https://ve.images.search.yahoo.com/images/view;_ylt=A0WTTcpaxDhY0SMA1gHmT4pQ;_ylu=X3oDMTIybDA0Nm

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Los ríos del feminismo popular

Claudia Korol

El cuerpo de las mujeres es blanco privilegiado de las políticas colonialistas contra las que el continente latinoamericano intenta rebelarse, espasmódica pero tenazmente. Y los feminismos surgen dentro del corazón de los movimientos sociales y políticos recordando que no hay emancipación, no hay revolución posible sin desafiar también las reglas del patriarcado no sólo desde la teoría sino desde la práctica, en cada territorio, en cada comunidad. En el XXX Encuentro Nacional de Mujeres, los feminismos latinoamericanos tuvieron su protagonismo en charlas a cielo abierto que escucharon miles. Aquí, algunas experiencias, de Venezuela a Paraguay, de México a Colombia, corrientes feministas que fluyen con más fuerza que los ríos

“Cuando te pregunto que por qué te llamas feminista / qué entiendes tú de la palabra esa en esta provincia escondida / tú me dices que te imaginas que tal vez, que ha de ser/ como cuando hay sed en este pueblo./ Cuando las mujeres acarrean las cubetas de agua / se ayudan todas, todas juntas todos los días/ por el mismo camino”. Patricia Karina Vergara. Poeta feminista lesbiana de México.

Entre los ríos del feminismo que recorren Nuestra América, vienen fluyendo los del feminismo popular, que tienen sus fuentes en movimientos indígenas, campesinos, populares, que han venido protagonizando rebeldías frente al capitalismo colonial y patriarcal.

Son ríos que arrastran en su caudal piedras, algas, ramas caídas de árboles vecinos, donde por momentos parece enredarse y perder su fuerza, pero son parte de su color, de su identidad, de su movimiento. Son ríos que a veces confluyen creando una playa donde las olas van y vienen con memoria de luchas ancestrales, frente a los patriarcas conquistadores y colonizadores de todos los tiempos, que impusieron violentamente su “civilización”, sus religiones, saqueando para la corona ayer, y para las corporaciones hoy.

Son ríos convulsionados por las revoluciones que intentan los pueblos, por la sinuosidad de las búsquedas transformadoras, por las caídas que esos esfuerzos sufren, que a veces parecen interrumpir el sueño colectivo, pero que son momentos de los que las aguas regresan con mayor fuerza. Van y vienen en su recorrido, buscando andar al ritmo y en el vaivén de las mujeres del pueblo.

Uno de esos ríos que fluyen en el corazón del continente, es el que constituyen las mujeres, lesbianas, bisexuales, trans, travestis, que forman en Venezuela la “Escuela de Feminismo Popular, Identidades y Sexualidades revolucionarias”. Participando de su tercer encuentro nacional, tengo la oportunidad de dialogar con sus integrantes sobre los colores y sabores de ese feminismo popular. Lela Melero dice: “Lo llamamos feminismo popular, porque queremos diferenciarnos de un feminismo de derecha, elitesco, blanco, europeo, académico; que ha tributado a la lucha de las mujeres, pero desde una acera en donde nosotras no nos reconocemos. Es popular, porque es desde la comunidad, desde los sectores más marginados, desde las mujeres negras, pobres, que cuestionan la opresión desde la opresión y no desde un aula. Un feminismo que construye identidad y reivindica lo popular, pero lo cuestiona también, porque no todo lo popular es bueno. Es un feminismo con una identidad crítica, y crítica de sí mimo también”. Lela explica desde su experiencia: “La revolución bolivariana hizo un vuelco de 360º en la vida de mi barrio, de los sectores más marginados del país. Nos sacó a las mujeres de lo privado. Las mujeres en la vida popular nos hemos politizado. El tiempo libre se ocupó en el tiempo colectivo, del trabajo y del activismo, en la vida comunal, pero tenemos las dificultades propias de una sociedad en la que todavía es difícil participar. En el andar nos hemos dado cuenta que el feminismo debe ser sexo género diverso. Al ser una propuesta disidente, incluye a esas subjetividades”. Carmen Lepage agrega: “Nosotras vamos pendientes de quienes están en la base de la revolución chavista. Ahí queremos debatir, formarnos, y construir una vaina que está en tránsito, en construcción. No estamos pendientes de quienes ya tienen sus privilegios sólidos”.

Yolanda Saldarriaga, también aporta al paisaje de este río:

“Este feminismo popular, no se preocupa por crear categorías complicadas sino por hacer trabajo concreto en el territorio, y de aprender unas de las otras. Nos acompañamos de manera amorosa, afectiva. Desde la experiencia de educación popular, hemos venido creando la escuela de feminismo popular, un proceso organizativo que articula colectivos, organizaciones mixtas o de mujeres, de sexo-género diversidad, que pensamos que el feminismo que necesita el chavismo, el proceso revolucionario, es un feminismo del pueblo”.

Ellas recuerdan que fue Hugo Chávez, el primer presidente latinoamericano en asumirse como feminista. En el Encuentro de los presidentes y los Movimientos Sociales del ALBA, realizado en el Foro Social Mundial de Belen do Pará, en el año 2009, sorprendiendo incluso a las propias feministas Hugo Chávez expresaba: “Yo fui evolucionando en mi pensamiento. Yo ahora me he declarado feminista. Soy feminista. Y digo más. Creo con todo respeto, que un verdadero socialista, tiene que ser, feminista.”

La propuesta central del feminismo popular, en Venezuela, es la de creación de las comunas antipatriarcales, que inventan modalidades de poder popular, en las que el pueblo organizado autogestiona tanto el plano de la producción como de la reproducción de la vida (ver recuadro).

Un feminismo para defender la paz

En nuestro continente, el capitalismo héteropatriarcal y colonial, se ha impuesto violentamente a través de genocidios, guerras, invasiones, golpes de estado. Los cuerpos de las mujeres han sido un blanco principal de esas políticas. La feminista colombiana Paola Salgado Piedrahita, integrante del Congreso de los Pueblos, fue encarcelada junto a doce compañeros/as de su movimiento, en lo que es considerado un “falso positivo judicial” (lo que en Argentina se considera una “causa armada”). En el marco de su participación en la mesa de Feministas Latinoamericanas en Resistencia realizada en la Plaza de las Acciones Feministas en el Encuentro Nacional de Mujeres, Paola reflexionaba: “Somos trece mujeres y varones acusados en este juicio mediático como terroristas y rebeldes, pero la cara visible de alguna manera ha sido el rostro de una mujer feminista, acusada de ser “abortera”, “asesina de niños”, y que ahora “pone bombas en la capital”. No es gratuita la mediatización del cuerpo y la imagen de las mujeres, para seguir vendiendo la idea de que el enemigo está en cualquier lado, que puede tener rostro de mujer. Se acusa a través de este juicio, y se pone bajo sospecha, a las mujeres que se paran para decirle al Estado sus cuantas verdades, a las que defienden a otras mujeres que reclaman sus derechos, específicamente a las que defienden el derecho a abortar en condiciones legales y seguras. Una de las formas de estigmatizar al movimiento social ha sido ligarlo a la lucha armada, creando una excusa para luego ser encarcelados, asesinados, o desaparecidos. Este proceso también apunta a estigmatizar a los movimientos de mujeres, para neutralizar las denuncias de las mujeres que han sido victimizadas por la violencia sexual en el marco del conflicto armado, por parte de los grupos paramilitares y por parte de las fuerzas militares del Estado”.

Carolina Pineda, del Congreso de los Pueblos, recuerda a su vez que “la militarización del territorio afecta a las mujeres, incrementa la violencia sexual. Hace poco tiempo salió el caso de los militares norteamericanos que violaron a muchas niñas. La presencia de los batallones en cada una de las regiones, lleva a que se fragmenten los vínculos sociales, familiares, pero sobre todo los de las mujeres jóvenes. Las niñas son abusadas sexualmente, se dan muchos casos de embarazos no deseados, de abortos, de una situación alterada por la presencia de los militares”. Agrega Paola que “si bien es cierto que el cuerpo de las mujeres se utiliza como instrumento y como botín de guerra, el control del territorio por parte del Estado a partir de las fuerzas militares y paramilitares, también exacerba las formas de control sobre la vida cotidiana de las mujeres, para mantener un statu quo sobre los estereotipos y los roles de género, la sexualización dual de la sociedad. Hay una regularización de la vida alrededor de los códigos de conducta, de vestimenta, y los tipos de castigo que sufren las mujeres al eludir esa normalización de la vida”.

Marieta Toro, de Marcha Patriótica, refuerza con datos precisos el alcance de esta guerra. “Sesenta años de guerra del Estado Terrorista colombiano contra el pueblo, han dejado hasta el momento más de seis millones de desplazados y desplazadas, de las cuales más del 70% son mujeres, niños y niñas, más de 250 mil asesinados/as, más de 200 000 desaparecidos/as. Hay en las cárceles 9500 presos y presas políticas que siguen resistiendo, y que le dicen a ese Estado que no van a poder con nosotros y nosotras. Las mujeres colombianas dijimos que no parimos más hijos e hijas para la guerra”.

En México, la guerra no fue declarada, pero ahí está. Mónica Mexicano, de la Asamblea de Mexicanxs en Argentina, nos dice: “Cada 3 horas y 25 minutos muere asfixiada, violada, pateada, quemada, mutilada, apuñalada, envenenada, con los huesos rotos o balaceada, una mujer. En las últimas tres décadas, hay más de 40.000 mujeres muertas. Estamos hablando, en menos de diez años, de 80.000 personas desaparecidas, de 200.000 asesinadas, de más de 300.000 personas desplazadas en México, y de una cantidad indeterminadas de comunidades indígenas que han quedado como fantasmas. Nuestra lucha es por la vida, por cuidar y defender nuestros cuerpos y territorios. Una de las experiencias es la de las mujeres de Ostula, que participan de las autodefensas para evitar ser víctimas del narcotráfico, del terrorismo de estado, y de los feminicidios y de los crímenes contra las mujeres. El Estado mexicano nos quiere hacer creer que los responsables son el crimen organizado, el narcotráfico. Pero no es cierto. Lo que está pasando es una complicidad directa entre el Estado y los narcos, porque tienen los mismos intereses. Quieren nuestros territorios y los quieren sin nosotrxs. Quieren apropiarse de nuestros bienes. Por eso en México las feministas, las mujeres organizadas en nuestras comunidades y pueblos decimos: frente a la violencia, organización y autodefensa”.

Ni golpes de Estado ni golpes a las mujeres

Los ríos del feminismo popular parecen salirse de su cauce en las honduras del continente. Sin embargo, en esas experiencias, el vértigo del precipicio detona una fuerza incontenible de mujeres de pueblo. La memoria del agua, se hace de muchos afluentes. Laura Zuniga es hija de Berta Cáceres, líder del COPINH (Consejo de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras), una de las mujeres emblemáticas en la resistencia al golpe de estado, y en la lucha contra las políticas extractivistas, en particular en los últimos años en la defensa que el pueblo lenca está realizando del Río Gualcarque, frente a los intentos de la empresa china, Sinohydro, y de DESA, una empresa del estado hondureño, de represarlo. Berta Cáceres ha venido sufriendo persecuciones, cárcel, judicialización, agresiones patriarcales. Ella se levanta de cada golpe, y es parte del feminismo indígena que nos enseña que nuestros ríos, como nuestros cuerpos y territorios, tienen que ser defendidos ante las políticas colonizadoras y patriarcales. Laura trae el mensaje de Berta, denunciando que una vez más están sufriendo como pueblo lenca la persecución de sus comunidades. En Río Grande se intenta instalar una represa, contra la voluntad de la comunidad y de las mujeres que cuidan y defienden la vida.

Daniela Galindo es joven, feminista, también hondureña. Denuncia al Estado patriarcal nacido del golpe de estado, en primera persona: “A partir del golpe de estado se prohibió la pastilla del día después. Es el único país latinoamericano en el que están prohibidas las PAE (Píldoras Anticonceptivas de Emergencia). Las feministas luchamos por nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos”. Toma aire y exclama: “Yo acuso al Estado patriarcal, de que la mayoría de mis amigas y yo hemos sufrido violencia sexual de niñas. Yo, desde los nueve años, y por dos años consecutivos, sufrí violencia sexual por parte de mi padrastro. Esos crímenes son parte de la violencia patriarcal. También quiero hablar de la campaña que estamos haciendo contra el abuso doméstico que se llama “Somos Trabajadoras” y la consigna es “Ni gatas, ni nachas, ni tus muchachas”… Mi madre salió del campo cuando tenía diez años, para trabajar. Se encontró con un montón de hombres que abusaron de ella. Fue la “puta” de la familia. La mujer que trajo cuatro hijas mujeres, todas de diferentes padres. A la que recriminaron y pusieron aparte. Eso es el patriarcado y así son las políticas de muerte en Honduras. Pero también estamos las mujeres, las feministas, que nos organizamos y hemos creado esa hermosa consigna: “Ni golpes de estado, ni golpes a las mujeres”, que seguimos levantando como síntesis de nuestras luchas.

El control de nuestros cuerpos

Silvia Ribeiro, investigadora uruguaya residente en México, integrante del grupo ETC, recorre el continente dialogando con las y los integrantes de Vía Campesina, y de comunidades indígenas. Es parte de procesos de educación popular, de comunicación popular, de diálogo de saberes, de investigación y creación de redes de luchas populares.

En la mesa de Feministas Latinoamericanas comparte sus reflexiones: “Quiero hablar de otra invisibilización que nos resulta difícil de percibir. La agricultura y la alimentación, siempre han estado en el área de creación de las mujeres. Desde Monsanto hasta los grandes supermercados, quieren apoderarse de nuestros cuerpos, a través de la alimentación y de la corporativización de la agricultura. Tratan que no esté en manos de las comunidades, de las poblaciones, de las mujeres. Con la invasión de los transgénicos, se han hecho pruebas a mujeres en lactancia en Estados Unidos y Brasil, y el 100% de las mujeres muestreadas en zonas de soja tienen residuos de glifosato en la leche materna. Hace poco se hicieron pruebas -acá en Mar del Plata las hizo BIOS-, y el 90% de los muestreados tiene residuos de agrotóxicos en la orina. Los problemas más graves de salud que hay en nuestra sociedad: cánceres, diabetes, obesidad, hipertensión, cardiovasculares, están relacionados a un sistema de agricultura con transgénicos, y a una alimentación basada en eso”.

También Fátima González, joven integrante de CONAMURI (Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas) de Paraguay, denuncia el peso que tienen las corporaciones no sólo en la supresión de la soberanía sobre cuerpos y territorios, sino sobre la propia soberanía política. En el 2012, el golpe de estado que derrocó a Fernando Lugo, tuvo entre sus inspiradores a corporaciones como Monsanto y Río Tinto. Dice Fátima: “El gobierno de Horacio Cartes es fruto de un golpe de estado de las transnacionales, que arrancó con una masacre que mató a once compañeros que estaban luchando por el derecho a la tierra. Las tierras de Marina Cue, en Curuguaty, son del Estado paraguayo. Deberían estar destinadas a la Reforma Agraria, para producir alimentos sanos. Pero el estado paraguayo asesinó a los compañeros, y los desalojó, para destinar esas tierras a la soja de Monsanto, esa transnacional que nos mata, nos envenena, nos expulsa de nuestros territorios y nos criminaliza. Somos feministas campesinas e indígenas, mujeres que defendemos la tierra, las semillas nativas y criollas, la soberanía alimentaria. Educamos en agroecología y la practicamos. Somos también quienes estamos resistiendo el golpe de estado, su continuismo, y les pedimos una vez más la solidaridad”.

En la Mesa Latinoamericana, convocada por la coordinación feminista de la Escuela de Derechos de los Pueblos del Abya Yala, donde confluimos diversos colectivos del feminismo comunitario y popular de Argentina, hubo otras voces. Hubo también muchos cuerpos y cantos, mucha energía fluyendo como el agua, y buscando nuevos encuentros.

Los ríos del feminismo popular se van cruzando en su recorrido con otros ríos, como los del feminismo comunitario aymara, en Bolivia, o el feminismo maya xinka en Guatemala. Por momentos confluyen, por momentos divergen. Si hay algo que representa estos esfuerzos, es esa síntesis de cuerpos y territorios que se rehacen en la acción colectiva, solidaria, en la memoria de las mujeres del pueblo, en su andar. Son ríos que nos hablan desde la historia de mujeres que se acompañan a buscar agua, a enfrentar la violencia machista, a abortar, a presentarse frente a los tribunales patriarcales. Ríos en movimiento, en movimientos, en colectivas, en comunas, en las que a pesar de las piedras, y de las grandes represas que buscan detenerlos, se sigue regando el horizonte feminista y socialista.

Fuente del articulo: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=205359

Fuente de la imagen: http://argentina.indymedia.org/uploads/2007/10/marcha_web_2.jpg

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El periodismo originario, contra los relatos transgénicos

Claudia Korol

En nuestras tierras, antes de ser «latinas» y «americanas», los pueblos creaban sus propias historias. Las contaban de generación en generación, para que los relatos no perdieran el origen y pudieran continuar sin fin.

No existía el cuento del fin de la historia. No existía la planta sin conciencia de su raíz. No existían las semillas que no nacieran de sus respectivos frutos. No había relatos transgénicos.

Hacer la historia y contarla, eran tareas comunitarias. Cada cual hacía su parte. El relato, era responsabilidad de los mayores. Su palabra era escuchada y multiplicada.

Los pueblos originarios creían que en los ancianos y ancianas estaba la sabiduría y el conocimiento del mundo. Hacia ellos se ejercía respeto, reconocimiento, y no desprecio, como en este tiempo descartable.

En nuestras actuales prácticas de comunicación, en las maneras en que intentamos entretejer las palabras y los actos, reconocemos a esos hombres y mujeres de estas tierras -que todavía no eran latinoamericanas-, periodistas que contaron la historia del origen mismo del mundo.

Después, muchos siglos después, llegaron los conquistadores con sus armas, con sus Biblias, con sus escribas. Desde entonces hubo por lo menos dos tipos de periodistas. Quienes cuentan las historias del pueblo, para que nadie olvide el origen, la raíz, la semilla, ni la tierra; y que contando historias, las hacen y rehacen junto a su gente. No son ni quieren ser «la voz de los oprimidos». Son los oprimidos y las oprimidas que encuentran sus propias voces.

Pero está también el otro periodismo, el de la Biblia y la espada, el de las guerras y la CNN. El de las semillas y los relatos genéticamente construidos para complacer a la Corona de turno y a sus virreyes.

La batalla ha sido y es despareja. Atraviesa el tiempo y llega hasta nuestro siglo 21.

Hoy los periodistas de la Corona cuentan sus cuentos a través de poderosos monopolios de la comunicación. Son muchos, demasiados, los que han sufrido la maldición de Malinche, y venden sus noticias y hasta sus almas por cuentas de vidrios, utilizan sus palabras como cosmético para decorar el rostro sucio del poder.

Muy lejos de ellos y de sus mentirosos relatos, las periodistas que cuentan las historias que crean los pueblos, batallan con medios rudimentarios, desde los templos sagrados de todas las resistencias. La mayoría no tiene nombres conocidos, pero sus palabras corren de boca en boca, como conjuro contra el olvido y la desmemoria. Hay algunos nombres sagrados como los templos de la resistencia. No hace falta nombrarlos. Dicen los antiguos habitantes de la tierra que no conviene gastar las palabras sagradas. Basta con reconocer lo que ellas nombran. Periodistas del hacer cotidiano, del mensaje anónimo, de la clandestina revelación del mundo. Periodistas que no se entregan, ni por cuentas de vidrio, ni por un lugar al amparo y al servicio del poder, ni por casualidad, ni por error. Son muchos, muchas más de los que imaginamos detrás de unos pocos nombres queridos que siguen siendo testimonio y dando la pelea. Periodistas originales y originarios, que cuentan aquello que crean junto al pueblo, que entibian la memoria con los fuegos de todos los olvidados y olvidadas, que comparten las historias de los vencidos como quien ceba un mate que luego andará de mano en mano. Periodistas que no se resignan, y vuelven una y otra vez a desafiar a la derrota. Periodistas que desaparecidos, aparecen en el fuego de la pasión que nombra. Periodistas que olvidadas, tejen en los desvanes de la memoria, telares de identidad.

Periodistas que poniendo palabra sobre palabra, utilizan la verdad como cemento y la historia del pueblo como cimiento. Periodistas de la verdad, de la palabra verdadera. Semilla verdadera. Periodistas de la tierra, del pueblo que crea y de la pasión que continúa. Desde los templos de las resistencias, el abrazo a las periodistas originarias, a las que honran la memoria sagrada de quienes no cuentan para el poder. Y en el genérico femenino en que nombramos a las periodistas, incluimos también a los periodistas desafiantes de todas las dominaciones que impone la cultura patriarcal, racista, burguesa. Periodismo originario, comunicación que circula la verdad, lanzando con la onda del pueblo, piedras de palabras verdaderas a la desinformación globalizada.

Fuente del articulo: http://www.panuelosenrebeldia.com.ar/content/view/358/123/

Fuente de la imagen: http://ticket2europe.eu/wp-content/uploads/2016/07/periodismo-cide-300×200.jpg

 

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Justicia para Berta es revolucionar las revoluciones

Claudia Korol

Justicia para Berta es sobre todo multiplicar las revoluciones, los sueños, la confianza en nuestras luchas, la lealtad en la amistad, el diálogo de saberes, la espiritualidad rebelde de los pueblos. Es seguir sosteniendo y reinventando la esperanza, contra todos los malos pronósticos que siembran el odio y el sálvese quien pueda.»

En distintos lugares del mundo hoy estamos exigiendo justicia para Berta.

Es necesario hacerlo, aunque sea difícil exigir con este nudo en la garganta, con este agujero en el corazón, y esta herida en la piel.

Es importante nombrar a Berta, aunque al hacerlo una toma conciencia una y otra vez del desgarro gigantesco que provoca su ausencia.

Ayuda saber que otras y otros están reunidos en distintos puntos del planeta, con la presencia de Berta tan cercana, desde el día de su crimen.

Ayuda saber que estaremos abrazando a Salva, su hijo, que tanto creció en el dolor hasta parecer que nos sostiene a todxs, y abrazando a distancia a sus hijas, y a mamá Berta, de las que seguimos aprendiendo a caminar erguidas.

En esta Argentina, en este sur del mundo, en el centro de la ciudad de Buenos Aires, alrededor del Obelisco porteño, donde tantas veces caminamos con Berta, la nombraremos entre muchas organizaciones sociales que aprendimos con ella que se puede andar con dignidad las batallas que parecen perdidas, que se puede crecer desde la raíz, que se puede ser río y selva, tierra y semilla.

Justicia para Berta, es la exigencia de una comisión investigadora independiente, sí.

Justicia para Berta, es la demanda de que se suspenda definitivamente la hidroeléctrica en el Río Gualcarque, sí.

Justicia para Berta, es el reclamo de que los Bancos dejen de financiar al Estado terrorista de Honduras, sí.

Justicia para Berta es todo eso, sí. Pero es sobre todo multiplicar las revoluciones, los sueños, la confianza en nuestras luchas, la lealtad en la amistad, el diálogo de saberes, la espiritualidad rebelde de los pueblos. Es seguir sosteniendo y reinventando la esperanza, contra todos los malos pronósticos que siembran el odio y el sálvese quien pueda.

Justicia para Berta es refundar nuestras revoluciones anticapitalistas, antipatriarcales, descolonizar nuestro pensamiento, es revolucionar a nuestras izquierdas machistas y racistas, desaprender nuestros modos de no entendernos y de no escucharnos.

Justicia para Berta es no tener miedo a vivir nuestra utopía, nuestra ley, nuestra manera de estar en el mundo el tiempo que nos toque, y sembrar… no sembrarnos, sembrar la tierra de esta humanidad rota, hasta que nazcan las rebeldías necesarias, fertilizando el horizonte, sin darle posibilidades ni guiños derrotistas a la derrota.

Justicia para Berta es habitar las calles, las plazas, los amores, con la libertad ganada en más de cinco siglos de resistencia.

Fuente del articulo: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Noticias/Justicia_para_Berta_es_revolucionar_las_revoluciones

Fuente de la imagen:http://i2.wp.com/www.marcha.org.ar/wp-content/uploads/2016/06/Berta.Nota_.Pa%C3%B1uelos.jpg?resize=600%2C300

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Reseña del Libro: Hacia una Pedagogía Feminista

Reseña del Libro: Hacia una Pedagogía Feminista

Autora: Claudia Korol

«Hacia una pedagogía feminista intenta ser un espacio de encuentro entre diversas experiencias, prácticas y búsquedas feministas que venimos desarrollando desde el Área de géneros y educación popular de Pañuelos en Rebeldía. Como feministas y educadoras populares, nos proponemos elaborar colectivamente herramientas y caminos que apunten a la construcción de relaciones sociales emancipatorias. Pensamos, imaginamos y proyectamos una emancipación integral, múltiple, compleja, dialéctica, alegre, colorida, diversa, ruidosa, desafiante, libertaria, ética, polifónica, insumisa, rebelde, personal, colectiva, solidaria, desafiante»
Fuente: http://la-periferica.com.ar/libro/HACIA-UNA-PEDAGOGIA-FEMINISTA

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Esta boca es nuestra  

Por Claudia Korol

Son niños, niñas y adolescentes de quienes poco se habla salvo cuando se los señala como criminales –a ellos en general– o se encuentran sus fotos en las búsquedas de paradero –las de ellas–. Viven en la calle y se refugian en casas de noche o centros de día para paliar la intemperie que se siente aun más allá de la piel. Pero en esos lugares encuentran también oportunidades, como la de convertirse en cronistas de la movilización que el viernes pasado colmó las calles. Indagaron, hicieron sus carteles, recogieron otras voces, sumaron las propias y conjuraron el estigma de ser víctimas, criminales o invisibles.

Son pibas y pibes de los barrios. Viven en las calles y utilizan las casas de noche o los centros de día para pasar ahí parte de su vida cotidiana. Pero “pasar”, en este caso, se vuelve un modo de ser y de dejar de ser. De transformarse.

Son pibas y pibes que viven en la precariedad, pero que han aprendido, en la calle y en la dureza del tránsito diario, a caer y a volver a levantarse, a no paralizarse frente al miedo, a organizarse, a compartir, a estar con otros y otras, a ser protagonistas.

Son pibas y pibes que han sufrido y sufren muchas violencias. Sin embargo, al juntarse, al trabajar en grupo, al participar en procesos de educación popular, van formando una conciencia crítica que les permite hacer gestos y acciones creativas, como la cobertura periodística original que han realizado de la movilización #NiUnaMenos #VivasNosQueremos.

En una jornada previa al 3, el viernes 27 de mayo, se hizo en el espacio de la CTA Autónoma un taller para coordinar los esfuerzos de lxs jóvenes “cronistas populares”, integrantes de organizaciones de niñez. La convocatoria decía: “Que no te cuenten otra historia, escuchá la que te cuentan lxs pibxs”, en la búsqueda de que sean protagonistas de la preparación de la jornada del 3, en su difusión previa, y en su relato posterior. Desde abajito, desde los territorios y cuerpos negados, ocultados, criminalizados, recuperamos estas voces.

No todxs pudieron llegar al taller, pero luego lo fueron replicando en sus lugares. De este modo participaron antes o después en el esfuerzo, pibas y pibes de Fiorito –integrantes de “Chicos del Sur” y de “Che Pibe”–, de El Transformador –colectivos que actúan en el Oeste y en el centro comunitario “El Ranchito” de Lomas de Zamora–, de Ruca Hueney –General Rodríguez–, del Frente Territorial Salvador Herrera –integrado por diferentes villas y barrios de CABA–, y las compañeras que coordinan el espacio de niñez de la CTA. Una parte de estos grupos se organiza en el espacio “Niñez y Territorio”. 3

Participaron en la coordinación del taller varias educadoras populares de esos colectivos, del portal informativo Marcha, y del Equipo de Educación Popular Pañuelos en Rebeldía. Con estas voces que compartimos en el andar intenso de las jornadas del #NiUnaMenos, fue naciendo y enredándose esta crónica.

Muchos modos de contar

Por grupos de whatsap, facebook, blogs, siguen circulando las fotos, videos, audios, escritos, que lxs cronistas populares fueron produciendo, y que se pondrán en común a partir de un próximo taller. La tecnología, en este caso, es apropiada por chicos y chicas como recurso para contar y difundir lo que nadie cuenta. Quienes han sido desde siempre convertidos en invisibles, quienes sufren la criminalización de la pobreza, las pibas que viven amenazadas por las redes de trata y de prostitución, los pibes que intentan ser captados como “soldaditos” por las redes de narcos, las pibas atrapadas en los laberintos de la violencia de sus padres, hermanos, reproducidas a su vez en noviazgos violentos, los pibes que sufren la violencia institucional, hoy se paran no como víctimas, sino como cronistas. No se quejan. Denuncian y señalan. “El Estado es responsable” dicen, replicando la consigna que acompaña la convocatoria en este año del #NiUnaMenos.

La creatividad se vuelca en carteles, en pinturas, en frases desafiantes. “No dejemos que nos maltraten”, “Para decir Ni una menos, hay que enseñar que el amor entre mujeres existe”, “Para decir Ni una menos, hay que dejar de preguntar cómo iba vestida cuando la violó”, “Para decir Ni una menos, hay que dejar de decir que los celos son amor”, “Piquetera mata galán”, “Mujeres unidas jamás serán vencidas”, “Si tocan a una, estamos todas”, “No podemos vivir asustadas ni aterrorizadas”. En las creaciones coloridas, se adivina la marca del sistemático trabajo previo realizado por los educadoras y educadores populares. Una gran parte de los grupos fueron el año pasado al Ni Una Menos, y realizan cotidianamente experiencias de comunicación popular, de “contar” su mirada de la historia.

En Che Pibe, relatan, vienen acompañando a chichos y chicas para que manifiesten sus opiniones, preocupaciones, y propuestas, como parte del ejercicio del derecho a la participación de niños, niñas y adolescentes. En ese camino, un grupo de ellas participó en el 2015 en el Encuentro de Mujeres, donde junto a otros grupos lograron que se creara una comisión de niñas. También participaron en el primer #NiUnaMenos, y generaron crónicas de aquella cita multitudinaria. En un video producido por Che Pibe el año pasado, una de las “che pibas” explica que luchar contra la violencia hacia las mujeres “es muy importante, por lo que viene pasando con el tema de las mujeres, el maltrato, que se llega a matar a las mujeres”. Otra nos dice que el #NiUnaMenos es necesario, “para que las chicas chiquitas y grandes no desaparezcan más. Como son bonitas y eso, los chicos se las llevan, las matan, les hacen otras cosas. No pueden ser libres, porque las matan”.

En Ruca Hueney, una organización social cuyo eje central es el trabajo comunitario con niños, niñas y jóvenes en General Rodríguez, convivenpib@s de 11, 12 hasta 18 años, con adultos que asumen el rol de educadores. Los y las adolescentes que viven en la casa, son víctimas de desigualdades sociales, de vulneración de derechos, y encuentran en el modelo familiar comunitario, una alternativa para reparar los daños y abusos a los que han sido sometidxs. Dice Marcos (13 años), de Ruca Hueney, en su crónica: “Ni una menos para mí, es basta de violencia. Es que dejen de desaparecer a las mujeres”. Rocío, también de Ruca, lo expresa así: “Las mujeres somos bonitas porque luchamos. Los varones son nuestros compañeros cuando nos respetan”. Las suyas son voces que tienen la experiencia de animar una radio comunitaria, la FM Ruca Hueney 91.5, donde cuentan cómo ven su barrio. Es parte de la experiencia también, el funcionamiento de una escuela primaria y secundaria con talleres diversos, vinculados a un emprendimiento productivo agroecológico, donde la producción central es de lácteos orgánicos.

“La previa”

En el taller preparatorio de la actividad, se pensaron los diferentes modos en que se iba a comunicar. Carteles. Videos. Fotos. Audios. Escritos. Se decidió utilizar algunas preguntas comunes, y salir con ellas a los barrios, de modo que al preguntar, también se estuviera difundiendo la convocatoria para marchar el 3 de junio.

Michelle, de Chicos del Sur, dice ahí que “la violencia es algo que sucede mucho en el barrio… se le puede preguntar a los pibes y pibas qué piensan sobre la violencia de género”. Se discute si hablar de violencia de género o de violencia contra las mujeres. Alguien dice que violencia de género es más amplio, y que abarca también a lxs trans y travestis, que sufren muchas violencias. Alguien responde que tal vez no se entienda en el barrio lo de género, y que mejor digamos violencia contra las mujeres. Se acuerda hacer las dos preguntas. Uno de los chicos sugiere preguntar si “las mujeres se merecen que les peguen”. Explica la pregunta. “Es que cuando se les dice que eso no puede ser, los pibes te responden que les pegan porque se lo merecen”. Los pibes piensan, dicen, proponen. Por momentos sienten vergüenza, pero finalmente todos y todas hablan. Se hacen cargo del protagonismo.

Después del diálogo se descarta la pregunta sobre si las mujeres merecemos que nos peguen, pero releyendo las respuestas recibidas en los barrios, podemos adivinar esa tensión: “¿Violencia hacia la mujer? Negro, el que le pega a una mina es un cobarde. Te puede meter los cuernos, te puede hacer lo que quieras, pero sos un cobarde. Andá y tomátelas. Sos un cagón si le pegás a una mina. Eso es lo que yo pienso”, responde uno de los entrevistados por los Chicos del Sur. Una chica responde: “Pienso que la violencia hacia la mujer está mal, porque los hombres son más fuertes que nosotras. Y nosotras no tenemos con qué defendernos. Si los hombres piensan que somos zorras, que somos putas, que somos esto o lo otro, no importa, no nos tienen que pegar, porque no nos podemos defender hacia ellos. Yo ya vi muchos casos que mataron a muchas mujeres por esto. Eso es lo que pienso. Que está mal”. Otra mujer responde también: “Sí, es horrible, y hay un montón de casos de esos de violencia hacia la mujer, que no se pueden defender. Los hombres tienen más fuerza. A algunas mujeres las matan. Tendrían que poner un límite. Hay bastantes mujeres que mueren, están quemadas, sufren. Algunas no lo pueden ni decir, ni hablar”. Los cronistas populares multiplican las voces del barrio, las confusiones del barrio, los miedos del barrio, los sueños del barrio.

Entre los carteles hechos por lxs pibxs, hay uno que dice: “Ni una Casa menos”. Se refieren a la amenaza que significa la decisión del Concejo Deliberante de Morón de poner en evaluación del Poder Ejecutivo la continuidad de la Casa de Noche de El Transformador. En un comunicado explican que “la casa no es sólo un techo para dormir, es también la posibilidad de repensar aquellos vínculos dañados, y de construir nuevos a través de experiencias saludables de convivencia. Esto implica nuestro compromiso sostenido durante el día en el acompañamiento y armado de las estrategias que nos planteamos junto a las personas que la habitan”. Quitarles el techo que lxs cobija, es una violencia que golpea sobre otra violencia.

El Transformador organizó la “callejeada” en Morón, trabajando con pibes y pibas en la calle los temas de la violencia de género. Nos cuentan que la “callejeada” es parte de sus prácticas como colectivo. “Es una “intervención recreativa en las calles, con pibas y pibes que la transitan en su cotidiano. A partir de ella comenzamos a acompañar sus situaciones e historias de vida, e intervenimos la vía pública, dando cuenta de esa niñez que parecía invisible”. Dicen desde su experiencia de callejeadas que “el objetivo es conocer para poder, a partir de ahí, generar un vínculo. Desde un saludo, conocer los nombres, pero siempre desde el lugar que ellos le impriman al encuentro. Este reconocimiento de su existencia fractura la monotonía de la constante invisibilización a la que son sometidxs diariamente, y abre una puerta para la vinculación”.

El 3 y después

Una parte de esta generación de comunicadores y comunicadoras asumió el desafío de “contar” la historia el mismo 3. Retrataron la salida del barrio, la llegada al Congreso, el encuentro con otros chicos y chicas, la chocolateada en la Avenida de Mayo. Fueron con sus rostros pintados de colores, con los carteles artísticos discutidos y elaborados colectivamente.

La gente de Ruca Hueney nos dice que ahí están marchando “pibes de los barrios, hijas de lxs laburantes, que vienen de las ollas populares, los merenderos, las huertas comunitarias, el trueque, que hoy se organizan teniendo presente esa memoria de lucha colectiva”. Desde esa memoria crearon la escuela, la radio “nuestras formas cooperativas de organización laboral, nuestros modos de alimentarnos y curarnos”. Nos dicen que los pibes son vistos por lo general cuando se los criminaliza, y que las pibas son vistas cuando se las desaparece.

Michelle y Franco, corresponsales de Chicos del Sur, entrevistados por Camila Parodi, comparten su evaluación de la experiencia. Dice Franco: “Fue una experiencia muy linda, porque había gente que pensaba cosas distintas que las que pensábamos nosotros. Por ejemplo, nosotros le preguntamos a unos chicos, a dos chabones que estaban ahí, y nos dijeron: “¿Te parece esa pregunta? ¿Justo a nosotros vas a preguntarnos eso? Andá a preguntar para allá””. Michelle agrega: “Otro chabón dijo: “El que le pega a una mujer es un cagón. El que le pega a una mujer no es hombre”. Esa respuesta me gustó mucho. En nuestro barrio hay gente que se enteró de la movilización cuando salimos a hacer las entrevistas, antes que saliera por la tele. … El taller estuvo bueno, estuvo muy copado porque de ahí sacamos las ideas, nos organizamos entre todos. Después hicimos un grupo de whatsap, donde compartíamos lo que pensábamos en los distintos barrios. En la marcha hicimos el mismo reportaje con preguntas que eran: “¿Cómo te llamás? ¿De dónde venís? ¿Por qué estás hoy acá?”. La gente respondió muy bien. Otros no respondieron porque estaban apurados. Hicimos 21 audios, 18 videos. La marcha estuvo muy buena… Nosotros éramos muchos. Fue una de las movilizaciones más grandes que yo vi hasta ahora. Era impresionante ver a tanta gente que estaba en contra de la violencia hacia las mujeres. Eso me emocionó mucho”.

“Vivas nos queremos”

“Desaparecer para ser vistas.” Esta paradoja es parte de la historia de nuestro continente, donde los cuerpos de las mujeres han sido históricamente territorios de ocupación, lugares de conquista, trofeos de guerras coloniales. Las pibas de los barrios, sin embargo, empiezan a contar nuevas historias. Llenaron las calles de todo el país, reclamando un “Ya basta”. Nunca más la lucha contra la violencia patriarcal, será tarea sólo de las feministas.

Este año la cita del 3 de junio partió del Ni Una Menos, para decir que Vivas nos queremos. No se trata sólo de un agregado de consignas. Es la contraseña para pasar del lugar de víctimas, al lugar de protagonistas.

Las pibas de los barrios, las cronistas populares, lo están sintiendo y diciendo. Han aprendido que si tocan a una nos movilizamos todas, una práctica fundante del feminismo popular. Han aprendido que tienen derecho a decidir sobre sus cuerpos y sobre sus vidas. Han aprendido que los celos no son amor. Han aprendido que pueden escribir una historia nueva.

Vivas nos queremos. Vivas, deseantes, actuantes. No mujeres peleando entre sí por un lugarcito bajo el sol, sino caminando juntas con la alegría del encuentro. Vivas nos queremos, que significa que nos queremos vivas, pero también que nos queremos. A nosotras mismas, a nuestros cuerpos, a nuestras vidas, a nuestras comunidades, a nuestras semillas, a nuestros territorios… vivas.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-10632-2016-06-11.html

Imagen tomada de: https://bedia.files.wordpress.com/2010/01/caricatura11.jpg

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