Claudia Korol
Me invitaron a formar parte del Comité Académico del Bachillerato Popular para Jóvenes y Adultos “Mocha Celis”, un “proyecto educativo con enfoque de género, dirigido –sin ser exclusivo- al colectivo travesti, transgénero y transexual”.
Es difícil imaginarme parte de un Comité Académico. Es una invitación atrevida para alguien que cree que “La Academia” ha sido históricamente el lugar del saber colonizador, del saber para el poder.
Acepto sin embargo con gusto la invitación. La acepto por pura curiosidad, por puro deseo, pensando que se trata –fundamentalmente- de participar en la aventura de travestizar los saberes y los poderes, de desorganizarlos cuidadosamente, de descolonizarlos.
Agradezco la posibilidad que han creado con esta experiencia, de travestir incluso a la educación popular con los colores del arco iris… para sumarnos a la fiesta libertaria de reinventar las maneras de enseñar y aprender, de poner el cuerpo –nuestros cuerpos- en los procesos pedagógicos y políticos, de crear los lugares que no existen para las y los excluidos de siempre, de pensarnos juntas en tránsito hacia otra manera de ser y de sentir, de soñar y vivir el mundo que habitamos… para cambiarlo. Para hacer inaceptable toda exclusión, toda discriminación, toda muerte innecesaria, toda humillación, toda injusticia.
Para quienes entendemos la educación popular como rebelión frente al orden capitalista, patriarcal, racista, heteronormativo, violento… corrernos de la institucionalidad central hacia los bordes -para correr los bordes mismos de la institucionalidad-, viviendo en el centro de un desborde popular y prolongado, en la encrucijada de una creación permanente, es una manera de ejercer y de afirmar nuestras maneras de revolucionar la revolución.
Quiero decir, sin embargo, que la alegría que sentimos en esta inauguración, no puede taparnos la reflexión sobre las causas que dan origen a este bachillerato popular: la persistencia de un sistema educativo, cultural, social, económico, político hegemónico, que deja a sectores sociales, a comunidades, fuera de sus oportunidades, condenándolos a múltiples exclusiones. Como respuesta a esa exclusión han nacido los bachilleratos populares, las Universidades Populares, y las diferentes experiencias de educación popular en las que participamos o hemos participado, y muchas de las que no somos parte, pero que valoramos y reconocemos.
No todas estas experiencias han logrado sostenerse con este contenido y carácter transgresor, esencialmente rebelde. Muchas de ellas han sido domesticadas, mediatizadas, coptadas.
Los poderes construyen su hegemonía, excluyendo y-o coptando, subordinando, ordenando, “normalizando” la diferencia, homogeneizando incluso la diversidad con sus tonos de grises.
Por eso, la apuesta fundamental es que al tiempo que vamos conquistando espacios bajo el mismo cielo, sobre la misma tierra, sepamos reconocernos en la rebeldía no “civilizada” de nuestros esfuerzos cotidianos. Sepamos crear desde nuestra autonomía, desde nuestros sueños, un nuevo lugar de resistencia a la mediocridad, al sentido común, a los saberes que reproducen una y otra vez las muchas opresiones.
Que sepamos reconocernos en la rebeldía, por todo lo que nos cuesta cada pequeño derecho conquistado. Rebeldía por todos los derechos que nos faltan ganar. Rebeldía por el mundo aterrador de destrucción, guerras, intolerancia, violencia en el que nos toca actuar. Rebeldía por todas nuestras muertas, las que conocemos y las que no…. Rebeldía, por las marcas que llevamos en la piel y en nuestras vidas, por las palabras que nos lastiman como cuchillos, por los desprecios antiguos, por los dolores actuales, por las huellas en nuestra experiencia de la travestofobia, la transfobia, la lesbofobia, la homofobia, y todas estas expresiones de la «civilización sarmientina» que construyó la subjetividad alrededor de un sujeto hegemónico que es el hombre burgués, blanco, macho, heterosexual, con la vista puesta en Europa, y la hipocresía y la doble moral como escudo de Occidente.
Compañeras travestis, transgénero, transexuales, transfeministas y transgresoras… celebro este acto de creación de un territorio propio, abierto a todas las furias, las emociones, las reflexiones, los deseos. Celebro este espacio de encuentro y estudio, donde espero que las teorías se enamoren de las prácticas, las ideas de los sentimientos, las palabras de los actos… y bueno, todos los amores imaginados y los todavía no imaginados.
Celebro este lugar en el que la duda, la curiosidad, la pregunta, la investigación, la búsqueda, estén en la base de la pedagogía y de la política.
Celebro la alegría que hoy sentimos y compartimos, después de tantos años de lucha por un mundo en el que quepan todos los mundos.
Recuerdo aquí a Emma Goldman, que nos pedía una revolución que sepa bailar, que nos deje bailar, que nos invite a bailar. Esta danza trava, trans, es como la proyección en el presente de las danzas ancestrales de todas las comunidades que se han creído desaparecidas por el poder colonial, y que ahora se visibilizan en un mundo que se autodestruye por sus propias lógicas de muerte. Esta danza trava, trans, es nuestra manera de desafiar la destrucción burguesa, patriarcal, colonial, desde un baile colectivo, solidario, incluyente, libertario, rebelde, en el que el deseo fluya como ríos sin represas, como viento, como los sueños de todas las generaciones.
Quiero ser parte de esa danza, en las que veo también junto a nosotras, a Nadia Echazú, a Mocha Celis, a Pepa Gaitán, a la Moma, a Néstor Perlongher, a Carlos Jáuregui, y a tantas brujas que me enseñaron a caminar más libre por el mundo, riéndonos de nuestros miedos, burlándonos de nuestras desventuras, rompiendo dogmas y solemnidades, y creando – inventando -nuestras propias vidas, nuestros propios cuerpos, nuestra propia historia.
Fuente del articulo: http://www.panuelosenrebeldia.com.ar/content/view/1067/245/
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