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Ilusión interesada: la etiqueta ecológica se convierte en el emoticono más utilizado

Por: Carmelo Marcén Albero

Habrá que prevenir a los estudiantes de que también hay trampas en algunas etiquetas, que deben ser críticos con lo que comen o llevan puesto.

La escuela es un conjunto diverso y cambiante, un magnífico caleidoscopio de la vida cotidiana, tanto por lo que recoge del mundo exterior, sobre todo próximo, como por lo que puede proyectar sobre él. Por eso no estaría de más que acogiese, como tema de estudio o debate, cuestiones que pueden parecer ajenas al aprendizaje. Alguien pensará que es una audacia sin sentido hablar en las escuelas e institutos de las etiquetas, pero dado que tienen una potencialidad plena en la sociedad actual nos atrevemos a proponerlo. Además, las portamos tanto las personas como lo animales o los objetos. Son marcas resistentes -se convierten en señales de comportamiento con el tiempo- que resultan difíciles de separar de alguien o algo; tanto es así que nos previenen o nos dicen qué debemos hacer ante esa señal, incluso cómo debemos sentirnos.

Nos hemos acostumbrado a ello y no sabríamos vivir de otra forma. En el diario de una jornada de cualquiera de nosotros tienen un papel importante. ¿Cómo podrían vivir nuestros abuelos sin ellas? Por entonces lo de la etiqueta quedaba sujeto a los usos que el diccionario atribuye al bien obrar (protocolo, fórmula, rito, etc.), que se podría resumir en el letrero “donde fueres haz lo que vieres”. Entre todas las etiquetas de hoy -más asociadas a rótulo, sello o marca que son otros sinónimos que dan las Academias de la Lengua Española- hay que colocar en un lugar preferente a los emojis, pues marcan nuestra comunicación. Los emoticonos inundan los chats, ya sea en Messenger, WhatsApp, Telegram o Twitter. Incluso Facebook se inventó el “Día Mundial del emoji” pues decía que quienes nos movemos por esas redes enviamos más de cinco mil millones de ellos cada día. Eso sí, los más utilizados son los que muestran risa o corazones. ¿Cómo no hablar en la escuela de este asunto?

Podríamos concretarnos en las etiquetas que portan los productos y materiales que usamos. La Administración las regula, los comerciantes las incorporan y las organizaciones de consumidores nos alertan de que debemos leerlas, aunque no entendamos una buena parte de lo que en ellas se dice; hay tantas palabras extrañas y las letras de tamaño tan reducido que nos invitan a pasar de ellas. Invitemos a nuestros alumnos a que examinen una muestra de envoltorios de los productos cotidianos que consumen. Es posible que desconozcan los datos nutricionales -la normativa europea obligó en 2011 a que así fuera, expresado en porcentajes por 100 gramos o 1.000 ml-, y en qué cantidades contienen cada uno, y que ignoren las posibles afecciones a la salud en caso de un consumo desordenado.

Reclamemos su atención, pues las organizaciones de consumidores han alertado del mal uso que se hace de distintivos como “natural, ecológico, casero, tradicional o artesano”. Si se confirma que la etiquetas no se leen, no debemos darnos por vencidos, pues contienen símbolos más sencillos e ilustrativos. Vayamos en su búsqueda. Hay muchos, pero podría servir como ejemplo el símbolo del reciclaje que está incorporado en multitud de envases y productos. Casi todos estudiantes sabrán qué significa, más o menos. Mejor aún, abrámosles el interés por la etiqueta ecológica para que la lleven a sus domicilios.

La etiqueta ecológica europea (EEE), que se conoce también con el distintivo Ecolabel significa que los productos cumplen unos rigurosos criterios ecológicos y así los identifica. Las empresas se implican -voluntariamente y a la vez se someten a vigilancia- con ellos al elaborar productos de la máxima calidad, y los consumidores podemos elegir los más sostenibles, lo cual significa comprometerse con el cuidado del entorno a la vez que consumimos productos de la máxima calidad. Hoy la portan en toda Europa alrededor de 40.000 productos o servicios. La marca de calidad ecológica no se refiere únicamente a alimentos sino que alcanza a otros muchos productos, que exhiben marcas similares. Algunos tan utilizados en casa como el sello de agricultura ecológica, el que nos asegura que los bosques con los que se elabora el papel o la madera están bien gestionados (FSC, PEFC), el que limpia la cosmética (Natrue), ese que nos certifica el textil (Made in Green o Global Organic Textile Standard), el pescado como debe ser (MSC-Marine Stewardship Council), la leche buena de verdad (PLS) y alguno más. De todas hemos de conocer su logo -tiene algo de protocolo, fórmula o rito pero también sello y marca, como dice la RAE-, pero todavía no son emoticonos famosos. ¿Quién sabe si con el tiempo?

Seguro que los estudiantes, están más preparados para llenar los armarios de sus casas con ellos después de hablar despacio sobre los pros y contras de estos productos; habrá que prevenirles de que también hay trampas en algunas etiquetas, que deben ser críticos con lo que comen o llevan puesto. Aunque no se consigan efectos de inmediato, es conveniente acercarse al caleidoscopio que es la vida y hacerlo de una forma responsable. Es nuestra ilusión interesada a la hora de proponer cuestiones de este tipo: hablar entre nosotros para pensar colectivamente, para actuar individualmente. Habrá que preguntarse más de una vez en clase, con los chicos y chicas, si “las palabras sin pensamiento suben al cielo”, como hacía Shakespeare; en sus tiempos no había emoticonos como ahora y se empleaban otras etiquetas. Ilusión interesada: la etiqueta ecológica (multifuncional y socialmente responsable) domina el pensamiento que encauza la vida.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/ecoescuela-abierta/2018/06/15/ilusion-interesada-la-etiqueta-ecologica-se-convierte-en-el-emoticono-mas-utilizado/

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Jóvenes consumistas estilosos desfilan en las pasarelas escolares

Por: Carmelo Marcén 

Los currículos nos dicen que el consumo es un contenido que se debe trabajar en clase, incluso nos dan pautas de objetivos y criterios de evaluación.

Desde hace unas décadas las múltiples televisiones privadas irrumpieron en nuestras vidas para, supuestamente, hacérnoslas más amenas. Entremezclados con los multiplicados programas e informaciones en los medios audiovisuales llegaron infinidad de mensajes consumistas. Nos decían que estaban destinados a prestar un servicio completo al ciudadano que le permitiese mejorar su vida; nos mentían. Hoy, nos pueden llegar diariamente unos 3.000 mensajes sin solicitarlos –un millón al año si echamos cuentas–, a poco que estemos enganchados a redes y a la televisión; con solo unos 100 impactos de esta tenemos condicionada la vida.

En esta sociedad, por momentos mutante, de comienzos del siglo XXI, el consumo hace de fuerza motriz. Lo mismo a escala personal, donde tiene una función ambivalente -vivimos porque consumimos y consumimos porque vivimos-, que a escala global, ya que es uno de los vectores que vertebran el funcionamiento de la sociedad y a la vez constituye una de las principales causas del drástico deterioro de las relaciones sociales y ecológicas. A pocas búsquedas inocentes que hagamos en Internet de un servicio privado, un hotel, por ejemplo, o cualquier producto, tenemos asegurada la machacona permanente del buzoneo sobre su calidad; incluso cuando entramos en la web de cualquier periódico. Quienes los cargan conocen que el valor que damos a lo que consumimos y la felicidad que nos procura tienen una dosis elevada de práctica social y una parte de experiencia individual, que no todos administramos de la misma manera.

Nuestros jóvenes son la diana publicitaria perfecta; los saben bien quienes gestionan las redes sociales. El consumo de los niños y jóvenes lo mueve hoy la mercadotecnia. Los eslóganes de las campañas explotan el hecho de que cuando se porta un estilo, en forma de ropa o complementos, lo que se desea es atraer con la imagen, al margen de sentirse cómodo o gratificarse personalmente.

En revistas juveniles se pueden leer mensajes como: cosmética de empollona, accesorios electrónicos para perder la cabeza, cremas prodigiosas que hacen adelgazar. En realidad, la moda es una paradoja, pues se busca la singularidad y al final se va uniformado. Los creativos de las marcas consiguen que los códigos del camuflaje igualen a nuestros jóvenes. Así, todos están enchufados a “los confesionarios electrónicos en forma de android o ipad”, a las series televisivas “multiafectivas o destructivas”, etc.

Puesto que en la adolescencia no es extraño que reine el claroscuro entre lo privado y el teatro social, el porvenir de los grandes focos comerciales está asegurado. Pero además nuestro consumo va ligado a la explotación laboral. Ahora se cumplen cinco años de la tragedia que en Dacca se llevó por delante la vida de más de mil personas que hacían camisetas para nosotros. Una semana después de la catástrofe del “Rana Plaza”, H&M, Inditex, El Corte Inglés, Benetton, etc., asdguraron que firmarían un compromiso que “complementara el sistema de auditorías que ya se desarrollaba en la industria textil”.

Parece que nadie en España (ni siquiera las familias o los gobiernos) se plantea de verdad que habría que educar de distinta manera a nuestros jóvenes para que eviten el papel cegador que las grandes marcas ejercen. Quizás debamos demostrar a nuestros hijos la responsabilidad de las grandes marcas en la explotación de los más pobres de los países pobres; sin duda habrá que explicarles con detalle en qué consiste el costo social de los artilugios electrónicos, de la ropa que ellos portan alegremente. Habrá que animarles a que encuentren significado al Día Mundial del Comercio Justo que se celebra en mayo.

Los currículos nos dicen que el consumo es un contenido que se debe trabajar en clase, incluso nos dan pautas de objetivos y criterios de evaluación; debe ser difícil resolver estos si no se compaginan con las costumbres y estilos de vestirse que observamos cada día en quienes damos clase. Para evitarlo habremos de educar(nos) de forma colectiva en las ventajas globales de un consumo sostenible, aunque sea menos estiloso.

Aquí va una propuesta para el debate escolar: “Dicen que una camiseta por la que pagamos 20 euros aquí, tiene unos costes laborales de unos céntimos en donde se fabrica; no digamos nada si lleva el número del ídolo futbolístico de moda”. El mensaje puede seguir con la invitación a que levanten la mano quienes poseen algunas camiseta con estas características, o varias. Con los más mayores se puede comentar lo que dice el informe Cambio Global en España 2020/50. Consumo y estilos de vida, en el que se plantea el uso social del consumo en relación con el bienestar para, desde esa advertencia, tratar de encontrar caminos (regulación e instrumentos económicos, vigilancia internacional, políticas culturales y educativas, iniciativas ciudadanas) hacia la modificación de los malos hábitos. Paciencia porque el camino será largo y la escuela tiene muchos contrarios en esta intención educativa.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/ecoescuela-abierta/2018/05/11/jovenes-consumistas-estilosos-desfilan-en-las-pasarelas-escolares/

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Un viaje a las Galápagos en busca de conocimiento y aventura tras los pasos de Darwin

Por: Carmelo Marcén Albero

Hacer un viaje virtual, vía Internet, a las Galápagos, puede ser un buen enganche para el alumnado, para hablar del currículo. También para tratar temas como el turismo y su impacto en el medio ambiente.

Siempre me han atraído esas islas, desde chico; será por el nombre tan llamativo que tienen, porque no es normal llamar a una isla como un animal. Por eso en mis años de escuela me entretenía en buscar las de este estilo en los topónimos. Así encontré las caribeñas Caimán, Anguila, Alcatraz y Tortuga –después he sabido que hay otra Tortuga costarricense en el Pacífico–, y así otras más.

La maestra decía que el archipiélago de las Galápagos estaba situado en las proximidades del Ecuador; otro misterio para los primerizos estudiantes de la geografía. Nuestra comprensión se limitaba a imaginar una línea (o algo) tan grande que dividía el Planeta en dos mitades similares, que luego comprobábamos que no se parecían del todo. Buscábamos su ubicación en el Atlas universal –ese compendio de mapas al que habría que haber hecho un reconocimiento universal por su aportación a la cultura– pues Internet tardó muchos años en llegar a nuestras vidas. En los mapas esas islas quedaban todas muy lejos, casi imperceptibles, incluso algunas no estaban recogidas, lo cual nos hacía dudar de la relevancia que daba la maestra a las Galápagos.

El nombre de las islas sugería que estarían llenas de los animales de esas especies; pero descubrimos que no todas, pues alguna se identificaba por su forma. Sí que lo debían ser las que se apellidaban tortugas (esos seres graciosos y a la vez feos, que marchan tan despacio que dieron nombre a la gente lenta y nos servían de mofa comparativa tanto en los deportes como en las tareas escolares). Siempre he visto a las tortugas como habitantes de épocas remotas, esos en los que el tiempo se mide por miles de años. No resulta fácil entender cómo han podido sobrevivir tras los avatares que el planeta ha sufrido, con desplazamientos de los continentes incluidos; palabras casi textuales de la maestra. Seguramente ella estaría hechizada, como nos sucedió a nosotros, por los viajes de Darwin a bordo del Beagle.

Su llegada en 1835 al archipiélago de las Galápagos –quedó muy impresionado de su fauna y flora a pesar de que había descubierto nuevos mundos naturales pasando por Montevideo, la Patagonia, la Tierra de Fuego o Valparaíso, además de Callao– supuso un vuelco en el estudio de la evolución de la vida en el planeta. Se quedó asombrado de los pinzones, que en todas las islas visitadas eran muy similares y a la vez en cada una tenían un pico diferente, lo que parecía una adaptación evolutiva. Unos años más tarde, 1859, vendría la publicación de El origen de las especies. De mayor, ya en la universidad, me enteré de que había una isla volcánica del archipiélago que se llamaba Darwin y de que lo que Darwin intuyó en los pinzones era cosa de los genes –en este caso el ALX1– y de que si había emprendido semejante viaje se debía a los libros que había leído de Alexander von Humboldt, el gran naturalista hasta ahora poco reconocido.

Foto: Pixabay

La llegada de las nuevas tecnologías a los centros escolares ha abierto el mundo de lo lejano, de lo desconocido y diferente. Hemos sabido por National Geographic –sus documentales enseñan mucho– que puede haber por allí alguna tortuga que se movía lentamente cuando estuvo Darwin; llegan a vivir 100 años y se sabe de una que resistió hasta los 152. Normal que algunas alcancen los 250 kilos. Ahora deben quedar en el archipiélago unas 15.000, dicen que unas 100.000 serían diezmadas por piratas, balleneros y mercaderes en los siglos pasados. También han sufrido la presión de animales foráneos que se las comen, o a sus huevos y pastos. Además, el entorno de las islas no solo es rico en galápagos sino que cuenta con unas 900 especies vegetales –unas 250 son endémicas– entre las que caben resaltar los manglares y las halofitas; también llaman la atención las iguanas y focas, los cormoranes y piqueros.

Apetece ver esa expresión de diversidad, generada por la despensa que procuran las aguas frías de la corriente de Humboldt. Los maestros sabemos que a poco que motivemos a los alumnos estos se lanzan a conocer espacios y seres diferentes, lo cual tanto ayuda en los recorridos escolares; la aventura es uno de los ingredientes básicos del desarrollo de niños y adolescentes, como le sucedió a Robinson Crusoe no muy lejos de allí.

Nunca hemos visitado realmente las islas, que fueron declaradas por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1978. Leo en las noticias de Ecuador que hay mucha gente que sí lo hace, tanta –la web del parque se dice que tuvo unos 225.000 visitantes en 2015, casi un 70% extranjeros, de ellos un 1% españoles, con un ritmo de crecimiento sostenido– que a la vez que beneficia a la economía local y está poniendo en peligro la supervivencia de la biodiversidad por la presión que ejerce, por la generación de basuras, por el impacto de las aguas residuales en la variada vida del entorno acuático. Además, el área del pre parque o ciudades como Puerto Ayora crecen tanto que son un riesgo para el conjunto del ecosistema tierra-agua-aire de las Galápagos.

Eso me da pie para trabajar con mis alumnos lo del turismo sostenible, que hablemos sobre los turistas que aterrizan en otros enclaves frágiles como el Parque Nacional de Ordesa en España, en el Parque Nacional de Tortuguero en Costa Rica –hice una visita científica hace unos 15 años y el turismo todavía lo respetaba–. Los parques nacionales o naturales de Centro y Sudamérica son cofres que hay que guardar: atesoran naturaleza, protegen el medio ambiente global como ningún otro enclave y pueden aportar riqueza económica; son un buen destino en busca de aventura y conocimiento. Esta experiencia virtual nos ha enseñado que los beneficios de los parques nacionales americanos llegan a todo el mundo, también a España; por eso hemos quedado en informarnos –escribiremos a una escuela de allíc antes de viajar un sitio de estos, y si se confirma que lo hace mucha gente, no iremos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/ecoescuela-abierta/2018/04/05/un-viaje-a-las-galapagos-en-busca-de-conocimiento-y-aventura-tras-los-pasos-de-darwin/

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Transitar los bosques a través de la literatura

Por: Carmelo Marcén

Apetece una lectura socioecológica de los bosques en su Día Internacional, pero de la mano de Thoreau y Daudet

Se acercaba el 21 de marzo, Día Internacional de los Bosques. A una profesora de mi instituto de Secundaria, harta de explicarlos mediante aspectos morfológicos y clasificaciones espaciales, se le ocurrió celebrarlo leyendo un par de libros. Quería acercar a sus chicos y chicas la idea de que los bosques son el resultado de los tiempos construidos en interacción entre las condiciones ambientales y la apropiación social. Buscaba que entendiesen los bosques en clave de sostenibilidad porque notaba que buena parte del alumnado mira este asunto y lo ve complejo; aprecia los contenidos ambientales como cerrados y estáticos, quizás porque en las clases de Conocimiento del medio y Ciencias naturales así se estudian. La maestra empleaba a veces la imaginación literaria para abrir los compartimientos estancos escolares. En ese momento, la literatura se convierte en un espacio abierto de reflexión participativa, crítica y motivadora, que nunca se llena.

La vida, en cierta manera, se asemeja a un bosque: cantidad de seres vivos en interacción constante entre ellos y con el medio físico. Han pasado más de 150 años, desde que dos autores nos dejaron descritos unos bosques singulares. Estaban desprovistos de la carga conceptual con la que tradicionalmente son vistos en la enseñanza tradicional. Tampoco mostraban el halo de peligro -cargados de gente mala, niños y doncellas atropellados y con una instructiva moraleja- que les dieron los cuentos infantiles que de ellos hablan, del estilo de Caperucita Roja o Pulgarcito, que Perrault o los hermanos Grimm lanzaron a la cultura occidental.

En 1854 Henry D. Thoreau publicaba Walden. La vida en los bosques, en donde exaltaba el valor de la naturaleza y la necesidad de salvarla de la explotación. Quería demostrar que la vida en ella está sometida a la libertad impuesta por la convivencia del escenario, ajena a los avatares de la sociedad que cuando el autor vivió se industrializaba. Recordaba en su libro que la naturaleza marca sus reglas, sus castigos y recompensas para que cada cual trace su camino. Nos proponía adentrarnos en los bosques si queremos vivir deliberadamente. Por ellos habremos de enfrentarnos solos a los hechos de la vida y ver si de estos se puede aprender al menos una parte mínima de lo que nos pueden enseñar. Advertía de que hay momentos en que toda la ansiedad y el esfuerzo acumulados personalmente se sosiegan en la infinita indolencia y reposo de la naturaleza, acaso escuchando la vida salvaje.

En sus bosques de cerca de Boston, Thoreau unía conocimiento y poesía, ciencia e imaginación, lo particular y lo global; mezclaba lo objetivo con lo maravilloso, allí encontró armonía en la diversidad como le ocurrió a Humboldt en las selvas amazónicas. Además, el americano nos dejó en su vida frases memorables que traían pensamientos profundos, de plena actualidad para el debate social. Ahí va uno en forma de propuesta global: la vida ciudadana son millones de seres viviendo juntos en soledad, quizás porque no encuentran un planeta saludable donde instalar su casa. O cuando afirmaba que buscaba la totalidad del bosque, lleno de conexiones, correlaciones y detalles, apreciables en un conocimiento basado en la experiencia de los sentidos, al estilo de lo que proponía el filósofo John Locke. ¡Qué cosas para entonces! Han pasado años y años pero seguimos atascados en la noble tarea de apuntalar el mañana en clave de sostenibilidad, usando una parte de la paciencia natural, acaso escuchando en la vida y en la escuela los lenguajes no escritos como pueden ser los sonidos del bosque, o de los campos abiertos cobijados por el inmenso cielo.

Allá por 1873 se publicaba Wood’stown. Alphonse Daudet habla en este cuento fantástico de una ciudad hecha por los hombres en un espacio natural sorprendentemente bello a la orilla del río Rojo. Los hombres lo explanaron y construyeron su ciudad y su puerto con madera robada al bosque cercano, que tenía un poder regenerador inaudito, que solo pudieron detener provocando incendios. La ciudad de madera, Wood’stown, lucía un insolente esplendor. Un comienzo de verano, en represalia, el bosque-ciudad reverdeció y recuperó el espacio perdido, llevándose por delante todas las edificaciones. Ni rastro quedó de la ciudad, ni de techos, ni de muros.

Estos dos libros antiguos merecen un lugar en una biblioteca escolar. De su lectura puede partir un debate, imprescindible en un mundo acuciado por problemas ambientales, sobre la naturaleza y nuestro papel en ella, que resultaría aprovechable en varias materias y cursos; incluso valdría para hablar del pasado, presente y futuro.

Decía Niezstche que “aun el hombre más razonable tiene necesidad de volver a la naturaleza, es decir, a su relación natural ilógica con todas las cosas”. Hagamos de la naturaleza -muy antropizada, siempre compleja y sujeta a múltiples perspectivas- un eje permanente en nuestras clases. Podemos leer las crónicas de Humboldt sobre sus viajes por América para entender el papel de los bosques y ver cómo anticipaba en 1800 el cambio climático.

Reflexionemos sobre lo que dice mientras suena en nuestros oídos y escuchamos con deleite en nuestro pensamiento la apuesta de Wangari Maathai, la keniata Premio Nobel de la Paz 2004, de que: “La naturaleza une las culturas del mundo”. Por ahí puede ir el futuro compartido, que en cierta forma transita por los bosques de Thoreau y Daudet, como lo hacía el más reciente, pero ya antiguo, El hombre que plantaba árboles de Jean Giono, que debemos invitar a chicos y chicas a que lo lean; también lo tienen en imágenes en YouTube. La biblioteca escolar, real o virtual, es un escenario pleno de naturaleza y vida sostenible. Habrá que adentrarse en ella, en el bosque socioecológico todavía por descubrir.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/ecoescuela-abierta/2018/03/15/transitar-los-bosques-a-traves-de-la-literatura/

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La importancia de que las algas entren en las aulas

Por: Carmelo Marcén

Un monolito dedicado a las algas preside la escuela de mi pueblo, homenaje a un maestro apasionado por la vida acuática.

En mi pueblo no hay mar; tampoco un río mínimo en el que poder bañarse la gente. Solamente unas pequeñas corrientes salobres que se deslizan por los barrancos cuando le sobra agua al suelo, que sucede pocas veces, tras las tormentas y algo en otoño o primavera. Allí resulta complicado entender la vida ligada al agua. Pero hace muchos años tuvimos un maestro –un tipo similar a aquel que salía en el cuento de Manuel Rivas, La lengua de las mariposas, que llevó al cine José Luis Cuerda– que nos descubrió que las aguas oscuras que corrían apelotonadas, y a veces se remansaban estacionalmente en un saladar, albergaban una extraordinaria vida.

De los animales grandes que nos presentó recuerdo las avocetas y cigüeñuelas; los nombres de plantas se me han olvidado excepto que había algas y halófilas –ambas nos hacían gracia a aquellos chicos rurales que solamente entendíamos de cereales, vides, olivos y almendros–.

Al maestro no le costaba mucho irse del agua salobre al mar. La cara se le iluminaba hablando de las diatomeas y las posidonias. Porque decía que las primeras eran algo así como las factorías de vida del plancton –nos costaba entender su composición e importancia–, de las segundas afirmaba que eran las praderas del mar donde pastaban animales y peces más grandes. La vida marina nos parecía una fábula de un sitio muy grande, desconocido para nosotros. Más si cabe porque mezclaba cosas cuando pronunciaba con deleite aquello del “Mar de los Sargazos” –unos 5,2 millones de km2 del Atlántico centroamericano en donde flotan gran cantidad de algas del género Sargassum– que ya los marinos de hace unos siglos conocieron y temieron.

Tal huella nos dejó que a la entrada de la escuela hicimos un monolito al maestro naturalista, de yeso cristalino porque le encantaba. Él no tenía acceso a Internet pero se leía todo lo que de la vida natural llegaba a sus manos; en particular unos libros de Reader’s Digest.

Hubiese disfrutado con la noticia de que unos científicos australianos opinan que debemos toda la vida a las algas. Suponen que hace unos 650-700 millones de años la Tierra podía ser casi una gran bola de hielo por la que se deslizaban lenguas de glaciares que erosionaban las rocas y se llevaban minerales. Pero las temperaturas aumentaron y el agua del hielo –con esos minerales– se quedó por los suelos. Como empezaron a fluir aguas y ríos, una parte de ese suelo se fue hacia los mares –que hasta entonces eran patrimonio de las bacterias–, que se enriquecieron y permitieron la eclosión de las algas –que ya debían llevar más de mil años por allí pero mezcladas en el fitoplancton y eso no nos deja huellas fósiles–.

La escuela debe descubrir a los alumnos que las algas son tan importantes porque saben elaborar materia orgánica a partir de los minerales y de la energía solar, además de otros productos. Cuando hay materia orgánica abundante otros seres la aprovechan; a su vez otros se nutren de ellos y así hasta los más grandes, y nosotros; más o menos es una de las razones por las que estamos aquí. No se trata de un cuento fabulado como los de nuestro maestro.

Hace unos días nos juntamos algunos de los que fuimos sus alumnos. Mezclamos noticias del presente con experiencias del pasado. Seguramente, el maestro se mostraría complacido al conocer que el enorme poder medicinal y gastronómico que se concede actualmente a las algas; el CSIC español ha publicado recientemente que son la base alimenticia del futuro. También disfrutaría sabiendo que una buena parte de las 10.000 especies de macroalgas son consideradas un manjar en países como China, Japón o Corea por su escaso aporte en calorías. Le descubriríamos el enorme papel que juega el mar de los Sargazos centroamericano en la reproducción de las anguilas. Se apenaría al conocer que una combinación del calentamiento global –que empezaba a barruntar pero no teníamos estación meteorológica como era su deseo– con las aguas residuales está provocando la aparición de unas algas tóxicas en Canarias, que las mareas rojas de algas tóxicas golpean las costas del Pacífico en América del Sur o que la contaminación del Mediterráneo estaba causando daños irreparables en las ricas praderas de posidonias.

Aunque él ya nos advertía que la desaparición de algunas especies obedecía a una evolución natural de la vida, nos aconsejaba tener cuidado con lo que hacíamos para no acelerarla. Nos gustaría hacer un viaje de estudios con él para ver las algas rojas de la Laguna Colorada del saladar de Uyuni en Bolivia.

En realidad en mi vieja escuela no hay un monolito real a las algas. Da lo mismo, tampoco la “Posidonia oceánica” es alga sino una planta. Sin embargo, en las clases actuales, pobladas de ordenadores y cañones de proyección, flota como si fueran algas marinas el recuerdo de aquel que nos hizo amar las maravillas de la vida natural. A casi todas las personas nos queda la impronta de un maestro o maestra que nos descubrió con ilusión el placer de aprender, y quizás nos guió hacia la profesión posterior. La gratitud hacia ellos la expresó como nadie Albert Camus en una carta que dirigió a su maestro Germain tras la concesión en 1957 del Premio Nobel de Literatura. Por eso, quienes enseñan tienen un protagonismo primordial en la vida, no como las algas, pero casi.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/ecoescuela-abierta/2018/03/01/la-importancia-las-algas-entren-las-aulas/

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Océanos de plástico

Por: Carmelo Marcén

Hubo que cambiar la clasificación escolar de los océanos y añadir el de plástico

Los océanos y mares, habrá que recordar para los curiosos que representan el 71 % de la superficie del planeta, se estudian en muchos cursos de la escuela y adornan nuestra vida con cantidad de imágenes, casi todas espectaculares. Son protagonistas de muchos documentales –recordemos a Jacques Y. Cousteau, la BBC o National Geographic- en los que se ensalza su inmensidad, el color y los movimientos de sus aguas, la grandiosidad de la vida que albergan. Su magnetismo atrae desde hace siglos en la cultura universal y por eso son protagonistas de aventuras noveladas, como “Moby Dick” de Herman Melville –vivió sus andanzas oceánicas con poco más de 20 años y publicó en 1849 su ballenero libro, que supuso entonces un espectacular fracaso- o “20 000 leguas de viaje submarino” de Julio Verne –publicado veinte años más tarde, en donde se explora la variada vida marina y las contradicciones de la condición humana-. Pero además los grandes depósitos de agua pueden ser una muestra novelada de la vida pues albergan un 99 % de la biosfera global, de su variabilidad y belleza; incluso de su misterio. Se estima que el 95 % del volumen de mares y océanos nos resulta ignoto. ¿Quién no querría conocer cómo son las centroamericanas Fosa de Puerto Rico y Fosa de las Caimán?, unos precipicios de más de 9000 kilómetros que nos ayudarían a entender el carácter discontinuo del fondo marino y de su vida. A pesar de que los mares tienen tantos atributos, incluida la adoración que desde los griegos se dedicó al dios Océano, los humanos los hemos utilizado como si fueran una fuente inagotable de recursos o un cubo de basura sin fondo. De tal forma que han perdido sus cualidades físico-químicas y una buena parte de su variabilidad biológica. ¡Ya no son lo que eran! El dios Océano estará pensando en cambiarse de nombre.

Tal como están las cosas se nos ocurre que habrá que empezar a enseñar en las escuelas que los océanos –masas enormes de agua que contienen muchos mares- ya no son cinco sino 6. El océano de plástico, va creciendo sin parar. Los ecologistas de Greenpeace aseguran que cada año se vierten unos 8 millones de toneladas de plástico a las aguas marinas y oceánicas –casi suponen las tres cuartas partes de la basura marina-. Nos cuesta asignarle a esos océano/mares unos límites pero podemos clasificar fácilmente las especies que podrían definirlos: bolsas, microplásticos, toallitas higiénicas, botellas, bastoncitos para los oídos, pvc en cantidad, etc. Sabemos quién lo ha originado: nosotros. El asunto es grave pues los plásticos acumulados han formado ya dos grandes islas en el Atlántico, otras dos en el Pacífico y una en el Índico, ¡qué cosa tan fea! Pero además, las organizaciones ecologistas alertan de que una buena parte de los residuos plásticos se rompen en trozos de pequeño tamaño que se esparcen por la columna de agua o por el fondo marino y entran en las redes tróficas del mar, con los peligros añadidos que para las mismas suponen y también para las capturas dedicadas al consumo humano. Y es que los polímeros sintéticos de largas cadenas moleculares –así se forman los plásticos- tardan, dependiendo de factores diversos como la radiación ultravioleta (UV) y otros, mucho tiempo en degradarse: a una botella puede costarle 500 años y una simple bolsa más de 50. ¡Horror!; se calcula que en 2050 los plásticos superarán al número de peces en los mares.

El hecho es que poco a poco los océanos se asfixian por basuras, falta de oxígeno, acidificación, vertidos de nutrientes procedentes de la agricultura y varias actividades industriales, y otros añadidos humanos; ya hay detectadas más de 400 zonas muertas en el mundo y crecen sin parar. Pero el problema añadido que se nos presenta es quién cuida los océanos. En la tierra se establecen reglas y normas para proteger los recursos y existe una creciente preocupación social por no degradar en exceso el medio ambiente. Pero los mares poco nos preocupan, es posible que no los sintamos como nuestros – el 67 % de su superficie escapa a la jurisdicción de cualquier país- y ya se sabe que si no está la propiedad por medio tendemos a alejarnos del cuidado y protección. Eso sin contar que hay países poco cuidadosos, por ejemplo España que en el Ocean Index no figura en muy buen lugar (126 entre 221) con una nota de 67 sobre 100, debido sin duda a la pésima protección de las aguas de sus costas. Alemania es el primer país europeo entre los grandes, se sitúa 4º lugar, mientras que los países latinoamericanos no se encuentran bien posicionados, casi todos detrás de España, con la excepción de Ecuador y pequeñas repúblicas isleñas.

Sabemos que no podemos aspirar a que los mares vuelvan a ser lo que eran hace unos 100 años, pero necesitamos un saneamiento global, por la biología marina y porque bastante gente se podría alimentar de su biodiversidad. Seguramente los dioses del mar estarán pensando algo parecido a Cousteau: “Cerrar los ojos a la naturaleza solo nos hace ciegos en un paraíso de tontos”. Como la escuela debe ser un lugar de sabios, debe ocuparse de estudiar los océanos y mares de manera diferente: hay que entender las interconexiones de la vida humana con los cambios globales, máxime si estos se convierten en problemas, siempre difíciles de gestionar. Por cierto, habrá que buscar en los libros de texto de nuestras escuelas qué dicen sobre la contaminación del mar, por plásticos u otras causas.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/ecoescuela-abierta/2018/02/15/oceanos-de-plastico/

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Un receso en clase para tener unos minutos de ensoñaciones socioecológicas

Por: Carmelo Marcén

Es bueno pasearse en la práctica educativa por el territorio de la utopía, buscando sueños creadores que, al estilo de María Zambrano, nos ayuden a transitar sin miedo entre dificultades y resistencias reales para abrir caminos futuros.

Los sueños son una estrategia de libertad que cada persona gestiona a su manera. No son definitivos ni están sujetos a las convenciones que marca la vida cotidiana. Se construyen tanto despiertos como dormidos; los hay compartidos o escondidos, individuales y colectivos, corrientes y relevantes. Unos se hacen realidad y otros no; admiramos los de personas que imaginaron mundos improbables, se han cumplido en parte, como Julio Verne, Amelia Earhart, Gandhi, M. Luther King, Marie Curie, Nelson Mandela, Berta Cáceres o Malala Yousafzai.

Conviene preguntarse cada cierto tiempo si la escuela es un lugar de sueños. Allí pocas veces se conjugan bien los deseos personales con los currículos; la organización o los deberes escolares aniquilan los momentos de libertad que tan necesarios son para las ensoñaciones. Acaso esto sucede porque no sabemos qué tipo de ser humano ha de “producir” la educación, como se pregunta Emilio Lledó. Pero no todo está perdido. Imaginemos que conectamos el aula con el mundo exterior y escuchamos proyecciones de escenarios de vida, salud y convivencia diferentes, como aquellos que idearon Jacques Delors y otros en La educación encierra un tesoro o los que emiten algunas organizaciones internacionales o las ONG. Si reparamos en los mensajes es posible que provoquen ilusiones, fugaces en unas personas pero permanentes en otras; en cualquier caso, dignas de ser comentadas y compartidas en clase.

Dejémonos llevar, supongamos un mundo ecosocial, sin ponerle fecha concreta. En él se ha sustituido la energía nuclear y la de los combustibles fósiles por las renovables, como los grupos de investigación de la ONU habían sugerido. Para ello habían sido importantes las reacciones tras el accidente nuclear de Japón pero sobre todo la disminución del consumo energético per cápita por la implicación de la ciudadanía –que adopta hábitos responsables– y las autoridades –que mantienen una seria legislación– y los constructores –que utilizan como criterio prioritario el perfeccionamiento de la eficiencia energética–. Tan bien fueron las cosas que las energías renovables permiten disponer de luz en muchos lugares apartados de Asia, América y África, también a las olvidadas e infradotadas escuelas.

En ese universo posible apenas existen refugiados ambientales, se ha terminado la desertización, el cambio climático ha dado un vuelco inexplicable, ya no se sobreexplotan las aguas de riego ni los ríos, la contaminación casi no existe, la tierra da alimentos para todos. La deforestación se ha cortado de raíz porque se realiza una gestión sostenible de los bosques vigilada por organizaciones independientes y el consumo de papel en los países ricos se ha reducido a la quinta parte. Los suelos contaminados son una reliquia que se utiliza para educar a los jóvenes sobre el pasado, porque se han firmado acuerdos internacionales que han llevado al procesamiento y depósito de residuos tóxicos, a la recuperación de las basuras sin fraudes ni esclavitudes para los países pobres. Las guerras terminaron hace tiempo y los desplazados por estas, sean africanos o de países como Siria, Afganistán, Irak o Colombia, han podido volver a sus lugares de origen.

Todo ha sido posible porque hace años cambió el modelo capitalista de explotación de recursos. Así, las grandes multinacionales que cultivaban de forma intensiva en África, América y Asia decidieron apostar por la agroecología con lo que pusieron en valor la existencia de los lugareños y lograron la mejora de sus economías, pues los empleos verdes llegaron a copar el mercado mundial. Los grupos de presión como G-8 o G-20 incentivaron la mejora de la economía social y de la salud global, quisieron acabar con la desigualdad frente al beneficio excluyente que los movía a comienzos del siglo XXI. Habían tomado como principio de equidad universal los indicadores y Objetivos del Desarrollo del Desarrollo Sostenible (ODS)- y constituyeron el G-Global en la ONU, que funciona como asamblea democrática y controla las especulaciones bancarias de cara a ecogestionar el territorio.

Cuando despertemos de esas ensoñaciones sobre la ecología de las personas puede que no recordemos bien si era un sueño individual o colectivo, ni el año que marcaba el calendario. Interesa repetir estos momentos en la escuela porque después surgen preguntas entre los estudiantes y se encuentran algunas respuestas en forma de compromisos.

La enumeración de logros que aquí hemos imaginado parecerá excesiva a muchos. En cualquier caso, de vez en cuando es bueno pasearse en la práctica educativa por el territorio de la utopía, buscando sueños creadores que, al estilo de María Zambrano, nos ayuden a transitar sin miedo entre dificultades y resistencias reales para abrir caminos futuros, que siempre deberían ser imaginativos y de tránsito colectivo. Eduquemos para ayudar a conseguir el mejor mundo de los posibles, pero atentos a aquello que nos decía Antonio Machado: Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y (casi) lo mejor de todo, despertar. ¡Cuántas clases podemos dedicar a perseguir estas ideas!

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/ecoescuela-abierta/2018/01/25/receso-clase-unos-minutos-ensonaciones-socioecologicas/

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