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El cuento de la lechera

Por: Carolina Vásquez Araya

El sueño norteamericano de la hegemonía absoluta es una trampa mortal.

Cuenta la fábula de Samaniego cómo una lecherita construía castillos en el aire con el producto de la venta de la leche, hasta tropezar y romper la vasija que la contenía, perdiéndolo todo. Una lección de vida, pero también un ejemplo de cómo la ambición lleva al ser humano a perder la perspectiva. Enfrentado al riesgo inminente de una guerra insensata -como todas las guerras- con el objetivo primordial de expandir sus dominios geopolíticos, territoriales y acabar ¡por fin! con su más acendrado enemigo, el eje occidental, liderado por Estados Unidos, tiene al mundo en vilo.

Los detalles de esta saga brutal en cuya trayectoria, ya en estos momentos, pierden la vida y la seguridad de su hogar miles de seres humanos inocentes, se exhiben sin cesar por medio de los noticiarios y periódicos, por las redes sociales y cualquier recurso mediático capaz de mantener la atención e imprimir el tono del mensaje elaborado desde los centros de poder occidentales. La guerra es un instrumento útil y provechoso en manos de gobernantes de cualquier tendencia, de cualquier bando, cuyo fin nunca ha sido la libertad ni el bienestar de los pueblos involucrados, sino la satisfacción de sus afanes expansionistas.

Ucrania es un país rico en recursos y con una posición geográfica y estratégica que lo coloca en la mira de las potencias de ambos lados. Con más de 40 millones de habitantes y una superficie de 600 mil kilómetros cuadrados, en donde abundan los recursos minerales, es un “bocatto di cardinale” en términos de explotación, pero también un enclave fundamental para adentrarse en la esfera rusa del poder. Con la inexcusable complicidad de Europa y la OTAN como palanca para presionar los límites de la tolerancia y encender la mecha de una guerra de proporciones incalculables, Estados Unidos vuelve a demostrar una falta de sensatez capaz de hacer estallar al planeta.

Destaca, en este momento histórico, la labilidad del ejercicio periodístico. Esa facilidad de cambio -labilidad- hacia objetivos ajenos a su naturaleza y a su compromiso con la verdad. El daño que puede hacer una campaña bien orquestada de desinformación hacia grandes conglomerados humanos, carentes de recursos de comparación, es inmenso. Hoy, la población está obligada a investigar por su cuenta y ese ejercicio solo surge en pequeñas minorías, mientras las masas quedan a merced de la manipulación ideológica y de los cuentos de terror.

Mientras se observa con horror una escalada bélica cuyas consecuencias serán devastadoras para los países involucrados, pero también para todo el resto de naciones, los líderes mundiales parecen haber perdido la capacidad de raciocinio y se enfrentan en un duelo del cual no habrá vencedor. El mundo es más reducido de lo que se piensa y en caso de estallar la guerra que todos temen, no habrá ninguna posibilidad de estar indemne de sus consecuencias. Los países en desarrollo, los más vulnerables, sufrirán la ola expansiva en términos económicos, políticos y en una pérdida brutal de oportunidades de desarrollo. El costo de una guerra se refleja en un quiebre histórico cuya cauda es siempre la pobreza y la pérdida de vidas humanas. La ambición desmedida por el poder geopolítico no es excusa para detonar esa conflagración. A Estados Unidos y sus aliados ya se les ha roto la vasija antes de esta coyuntura, pero no parecen haber aprendido la lección.

La verdad en el periodismo es un bien escaso, inasible y en peligro de extinción.

Fuente de la información e imagen: www.carolinavasquezaraya.com

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Guatemala: Realidades paralelas

Realidades paralelas

Carolina Vásquez Araya

Nada tan inquietante como el hecho de ignorarlo todo

“Aprehender la realidad sumergiéndose de lleno en ella” era el lema de Ryszard Kapuscinski, el gran reportero polaco cuyo paso por este planeta dejó huellas profundas en el periodismo y en la manera de comprender al mundo. Su trayectoria, impecable y cargada de valores humanos, viene a recordarnos una vez más la existencia de una vocación imprescindible: un periodismo en cuyo ejercicio deben primar el compromiso, la verdad y la sensibilidad ante la tragedia de los pueblos sometidos a la violencia incomprensible de la guerra.

Para Kapuscinski, el secreto descansa en prestar atención a las pequeñas cosas, porque en ellas reside el secreto mismo de la vida. Asimismo, asumir sin restricciones un voto de honestidad para evitar caer en la sobre dimensión del ego y así mantener los pies bien asentados sobre la tierra, porque no somos más que transmisores de la palabra de los más necesitados, los más vulnerables y quienes experimentan, de primera mano, la crueldad de los poderosos.

Por eso es importante recordarlo ahora, cuando el mundo observa otro enfrentamiento entre potencias frente a los medios internacionales, como un conejo alucinado por los faros de un automóvil, olvidando otras agresiones todavía más cruentas, en donde también hay seres humanos aplastados por la violencia de otras guerras y otros conflictos geopolíticos o territoriales tan injustos como prolongados.

Kapuscinski nos habló de ética y de valores, pero el periodismo ha tomado la ruta de la conveniencia y el bienestar económico de sus propietarios. Hoy tenemos cadenas bajo la batuta de conglomerados empresariales desde donde se manejan los hilos de la política y las presiones de las grandes potencias y de grupos de interés. Los pueblos han quedado solos y sus tragedias se reflejan en las pantallas como parte de una realidad inevitable de la cual podemos desprendernos con solo cambiar de canal.

El modelo de reportaje periodístico apegado a los hechos y, sobre todo, sumergido hasta el fondo en la realidad de quienes no tiene voz, debe ser la norma y no la excepción, como sucede en nuestros días. Es una profesión sobre la cual se asientan valores tan fundamentales como el respeto por los derechos humanos, la democracia, la justicia y la búsqueda exhaustiva de la verdad. Por ello no es sorprendente constatar el temor de los gobernantes ante comunicadores valientes, contra quienes apelan al recurso de la amenaza, la extorsión y, como sucede alrededor del mundo, el secuestro y la muerte.

Frente al actual conflicto en Ucrania, exhibido ante el mundo como si se tratase de una serie de televisión, hemos de comprender hasta qué punto una amenaza de guerra es capaz de transformar la vida de millones de personas en una antesala al infierno, trastornando sus hábitos de vida, comprometiendo su capacidad de supervivencia, destruyendo su entorno y privándoles de derechos. Para quienes lo vemos a la distancia es un fenómeno incomprensible y, por ello, reporteros conscientes de su papel y capaces de ejercerlo con independencia, resultan imprescindibles para aprehender esa realidad en toda su dimensión.

El mundo es más pequeño de lo que quisiéramos creer y las repercusiones derivadas de cualquier agresión armada -las cuales representan un negocio próspero para las grandes potencias- fácilmente pueden llegar a nuestras puertas. ¿Qué diría Kapuscinski?

La ética en el periodismo es una obligación, no un gesto amable.

Fuente de la Información: https://iberoamericasocial.com/realidades-paralelas/

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Realidades paralelas

Por: Carolina Vásquez Araya

Nada tan inquietante como el hecho de ignorarlo todo.

“Aprendeher la realidad sumergiéndose de lleno en ella” era el lema de Ryszard Kapuscinski, el gran reportero polaco cuyo paso por este planeta dejó huellas profundas en el periodismo y en la manera de comprender al mundo. Su trayectoria, impecable y cargada de valores humanos, viene a recordarnos una vez más la existencia de una vocación imprescindible: un periodismo en cuyo ejercicio deben primar el compromiso, la verdad y la sensibilidad ante la tragedia de los pueblos sometidos a la violencia incomprensible de la guerra.

Para Kapuscinski, el secreto descansa en prestar atención a las pequeñas cosas, porque en ellas reside el secreto mismo de la vida. Asimismo, asumir sin restricciones un voto de honestidad para evitar caer en la sobre dimensión del ego y así mantener los pies bien asentados sobre la tierra, porque no somos más que transmisores de la palabra de los más necesitados, los más vulnerables y quienes experimentan, de primera mano, la crueldad de los poderosos.

Por eso es importante recordarlo ahora, cuando el mundo observa otro enfrentamiento entre potencias frente a los medios internacionales, como un conejo alucinado por los faros de un automóvil, olvidando otras agresiones todavía más cruentas, en donde también hay seres humanos aplastados por la violencia de otras guerras y otros conflictos geopolíticos o territoriales tan injustos como prolongados.

Kapuscinski nos habló de ética y de valores, pero el periodismo ha tomado la ruta de la conveniencia y el bienestar económico de sus propietarios. Hoy tenemos cadenas bajo la batuta de conglomerados empresariales desde donde se manejan los hilos de la política y las presiones de las grandes potencias y de grupos de interés. Los pueblos han quedado solos y sus tragedias se reflejan en las pantallas como parte de una realidad inevitable de la cual podemos desprendernos con solo cambiar de canal.

El modelo de reportaje periodístico apegado a los hechos y, sobre todo, sumergido hasta el fondo en la realidad de quienes no tiene voz, debe ser la norma y no la excepción, como sucede en nuestros días. Es una profesión sobre la cual se asientan valores tan fundamentales como el respeto por los derechos humanos, la democracia, la justicia y la búsqueda exhaustiva de la verdad. Por ello no es sorprendente constatar el temor de los gobernantes ante comunicadores valientes, contra quienes apelan al recurso de la amenaza, la extorsión y, como sucede alrededor del mundo, el secuestro y la muerte.

Frente al actual conflicto en Ucrania, exhibido ante el mundo como si se tratase de una serie de televisión, hemos de comprender hasta qué punto una amenaza de guerra es capaz de transformar la vida de millones de personas en una antesala al infierno, trastornando sus hábitos de vida, comprometiendo su capacidad de supervivencia, destruyendo su entorno y privándoles de derechos. Para quienes lo vemos a la distancia es un fenómeno incomprensible y, por ello, reporteros conscientes de su papel y capaces de ejercerlo con independencia, resultan imprescindibles para aprehender esa realidad en toda su dimensión.

El mundo es más pequeño de lo que quisiéramos creer y las repercusiones derivadas de cualquier agresión armada -las cuales representan un negocio próspero para las grandes potencias- fácilmente pueden llegar a nuestras puertas. ¿Qué diría Kapuscinski?

La ética en el periodismo es una obligación, no un gesto amable.

Fuente de la información: https://insurgenciamagisterial.com/realidades-paralelas/

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Realidades paralelas

“Aprendeher la realidad sumergiéndose de lleno en ella” era el lema de Ryszard Kapuscinski, el gran reportero polaco cuyo paso por este planeta dejó huellas profundas en el periodismo y en la manera de comprender al mundo. Su trayectoria, impecable y cargada de valores humanos, viene a recordarnos una vez más la existencia de una vocación imprescindible: un periodismo en cuyo ejercicio deben primar el compromiso, la verdad y la sensibilidad ante la tragedia de los pueblos sometidos a la violencia incomprensible de la guerra.

Para Kapuscinski, el secreto descansa en prestar atención a las pequeñas cosas, porque en ellas reside el secreto mismo de la vida. Asimismo, asumir sin restricciones un voto de honestidad para evitar caer en la sobre dimensión del ego y así mantener los pies bien asentados sobre la tierra, porque no somos más que transmisores de la palabra de los más necesitados, los más vulnerables y quienes experimentan, de primera mano, la crueldad de los poderosos.

Por eso es importante recordarlo ahora, cuando el mundo observa otro enfrentamiento entre potencias frente a los medios internacionales, como un conejo alucinado por los faros de un automóvil, olvidando otras agresiones todavía más cruentas, en donde también hay seres humanos aplastados por la violencia de otras guerras y otros conflictos geopolíticos o territoriales tan injustos como prolongados.

Kapuscinski nos habló de ética y de valores, pero el periodismo ha tomado la ruta de la conveniencia y el bienestar económico de sus propietarios. Hoy tenemos cadenas bajo la batuta de conglomerados empresariales desde donde se manejan los hilos de la política y las presiones de las grandes potencias y de grupos de interés. Los pueblos han quedado solos y sus tragedias se reflejan en las pantallas como parte de una realidad inevitable de la cual podemos desprendernos con solo cambiar de canal.

El modelo de reportaje periodístico apegado a los hechos y, sobre todo, sumergido hasta el fondo en la realidad de quienes no tiene voz, debe ser la norma y no la excepción, como sucede en nuestros días. Es una profesión sobre la cual se asientan valores tan fundamentales como el respeto por los derechos humanos, la democracia, la justicia y la búsqueda exhaustiva de la verdad. Por ello no es sorprendente constatar el temor de los gobernantes ante comunicadores valientes, contra quienes apelan al recurso de la amenaza, la extorsión y, como sucede alrededor del mundo, el secuestro y la muerte.

Frente al actual conflicto en Ucrania, exhibido ante el mundo como si se tratase de una serie de televisión, hemos de comprender hasta qué punto una amenaza de guerra es capaz de transformar la vida de millones de personas en una antesala al infierno, trastornando sus hábitos de vida, comprometiendo su capacidad de supervivencia, destruyendo su entorno y privándoles de derechos. Para quienes lo vemos a la distancia es un fenómeno incomprensible y, por ello, reporteros conscientes de su papel y capaces de ejercerlo con independencia, resultan imprescindibles para aprehender esa realidad en toda su dimensión.

El mundo es más pequeño de lo que quisiéramos creer y las repercusiones derivadas de cualquier agresión armada -las cuales representan un negocio próspero para las grandes potencias- fácilmente pueden llegar a nuestras puertas. ¿Qué diría Kapuscinski?

Blog de la autora: www.carolinavasquezaraya.com

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Guatemala: Entre la razón y la fe

Entre la razón y la fe

La mayoría de las acciones proyectadas desde cualquier ámbito de autoridad de nuestro entorno social, nos obligan a aceptar mitos, pensamientos o decisiones basadas en una verdad sobre la cual, por lo general, no tenemos constancia. La manera como se nos entrena desde la infancia para recibir instrucciones y modelar nuestros pensamientos y creencias de acuerdo con preceptos supuestamente inamovibles y correctos, va dejando su impronta en el transcurso de nuestro paso por distintas etapas de la vida. Es así como nos convertimos en parte de una comunidad, cuya característica principal es la coincidencia de valores, normas y una concepción determinada de la verdad. Todo lo cual, implica la aceptación tácita de su condición como fundamento de aquello en lo que basamos nuestra conducta.

La fuerza derivada de una posición de autoridad, en los sistemas imperfectos de sociedades como las nuestras, entrañan enormes peligros. Uno de ellos es la confusa relación entre distintos centros de poder -político, religioso, económico- cuyas escalas de valores se encuentran distorsionadas y sujetas a una concepción de sus objetivos y sus postulados ajena al interés y al bienestar de sus pueblos. Es así como, en pleno siglo de la tecnología y las ciencias, el poder se apoya en el progresivo debilitamiento de las capacidades intelectuales, físicas y psicológicas de las sociedades desde las cuales se alimenta su fuerza.

Desde tiempos remotos, las autoridades del ámbito espiritual -cuyo imperio se considera indiscutible- invocan la sumisión y la obediencia ciegas a preceptos asociados con otros estamentos de poder, como apoyo incondicional a sistemas verticales de discriminación, explotación e injusticia; y, para ello, apelan a la capacidad humana de aceptar la inconmensurable fuerza de la fe como parapeto contra la fuerza de la razón. Del miedo a lo desconocido y la aceptación de la pobreza como inevitable condena divina, las estrategias concebidas desde las naciones más poderosas consiguen invadir los espacios espirituales de países del tercer y cuarto mundos. Estrategias cuya efectividad ha consistido en la sumisión de los más pobres en recursos intelectuales, económicos e ideológicos, con el objetivo de mantener un estatus establecido desde los poderes político y económico.

El debilitamiento progresivo de las políticas públicas en el ámbito educativo es una de las formas más perversas de un Estado para someter a la población a una incapacidad de análisis y reflexión provocada a propósito; estas valiosas herramientas intelectuales son consideradas, desde los centros de poder, como una amenaza a cualquier proyecto de gobernanza. De ahí la dicotomía existente entre los postulados políticos y la realidad de las gestiones gubernamentales en la mayoría de países en desarrollo. Como apoyo a ese debilitamiento de la fuerza popular, se instaura de manera paralela una serie de obstáculos al acceso a la salud, a la alimentación y a sus capacidades para gestionar organizaciones comunitarias.

La fe suele definirse como aceptación en una creencia, como una convicción que admite lo absoluto. Mientras, la razón se funda en la evidencia. La deformación de los fundamentos que dan sentido a la fe, tal y como se ha evidenciado a lo largo de la historia y, recientemente, de la crisis sanitaria que experimenta el mundo, constituyen una evidencia de los profundos alcances de la manipulación y el engaño ejercido desde esos ámbitos de poder en contra de la razón y el interés público.

Así como se deforma el concepto de verdad desde el discurso político, escondido tras el sermón religioso, de igual modo se compromete el derecho a la salud y a la vida de millones de seres humanos, cuya carencia endémica de recursos de análisis y reflexión la condenan a aceptar como ciertos los conceptos vertidos desde los ámbitos de autoridad. Por eso, nuestras supuestas democracias nacen desprovistas de la fuerza necesaria para consolidarse y por eso, también, los más pobres se enfrentan a una realidad en donde la fe se confunde con la más injusta resignación.

Los pueblos se debaten entre las esperanzas vanas y las realidades crudas.

Fuente de la Información: https://iberoamericasocial.com/entre-la-razon-y-la-fe/

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De traiciones y estrategias

Por: Carolina Vásquez Araya

De traiciones y estrategias

Mientras el gobierno de Giammattei asfixia a la justicia, el imperio calla.

La red tejida por el Pacto de Corruptos es fuerte y compacta; sus operadores -sector político, cúpula empresarial, Ejército, sistema judicial y organizaciones criminales- actúan en estrecha coordinación con el propósito de ahogar cualquier intento de restablecer el estado de Derecho en Guatemala. Para ello cuentan con el silencio de una ciudadanía temerosa, una red de medios de comunicación vendidos a sus intereses y la pasiva anuencia de colegios profesionales y universidades.

En la galería, observando el espectáculo, se encuentran el Departamento de Estado, la Organización de Estados Americanos y, por supuesto, la Organización de las Naciones Unidas con su principal operador, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, cuyo representante en ese país no ha pasado de ser otra más de las presencias diplomáticas carentes de incidencia. Esta última institución, entre cuyos objetivos están “erradicar la pobreza y reducir la desigualdad”, ha sido incapaz de imponer su misión en el país más corrupto y empobrecido del continente.

La asfixia del sistema jurídico es una amenaza a la democracia, pero también a la vida de sus mejores operadores y se ha transformado en un espectáculo penoso y descarado del Pacto de Corruptos liderado por el Presidente y sus acólitos. Con casi una veintena de operadores de justicia en el exilio por haberse atrevido a investigar y procesar los escandalosos casos de corrupción; y con periodistas e investigadores éticos amenazados por revelar los detalles de sus delitos, Guatemala se ha instalado en el poco honorable sitial de las democracias en vías de extinción.

Sin embargo, esto que sucede en el ámbito doméstico tiene un impacto importante a nivel regional. Si Estados Unidos y la ONU, como uno de los organismos en los cuales posee una influencia de primer nivel, no parecen interesados en apoyar los esfuerzos locales por restablecer el estado de Derecho, la sospecha se centra en intereses mucho más relevantes, como conservar a Guatemala entre el grupo de naciones sometidas a sus políticas neoliberales. El temor, en esas instancias de poder, es la perspectiva de que finalmente en Centroamérica se instale otro gobierno popular, tal como ha sucedido en Honduras y, para evitarlo, no les quita el sueño la destrucción de su institucionalidad.

La traición de quien se considera el epítome de la libertad y la democracia en el mundo nada tiene que ver con libertad ni democracia. Todo lo contrario, se asienta firmemente en un liderazgo geopolítico y económico en el cual los derechos humanos y el bienestar de los pueblos no tienen cabida. Menos aún les preocupa la cooptación de la justicia y la persecución y criminalización de sus mejores jueces, fiscales y comunicadores sociales.

La lucha, por lo tanto, ha de ser interna y sin cuartel. La guerra contra la justicia no solo se libra en las Cortes, sino en todas las instancias políticas, económicas e institucionales y su podredumbre abarca cualquier ámbito de la sociedad. Los espacios de decisión -Cortes, Congreso e instituciones del Estado- han sido tomados a la fuerza por un grupo criminal cuyo poder se consolida gracias al silencio de una ciudadanía orillada a contemplar cómo saquean su patrimonio y acaban con sus recursos. Todo depende de la respuesta del pueblo y de cuánto tarde en reaccionar ante este proyecto de dictadura.

El futuro de Guatemala solo depende de una positiva respuesta ciudadana.

Fuente de la información e imagen: https://insurgenciamagisterial.com

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Guatemala: Los cepos morales

Los cepos morales

Carolina Vásquez Araya

El Diccionario de la Lengua Española, en su versión actualizada al 2021, define el honor -entre otras acepciones- como “Buena opinión granjeada por la honestidad y el recato en las mujeres”. Desde este enunciado viene implícito un estereotipo discriminatorio, mediante el cual se demanda de la mujer un comportamiento personal determinado y sujeto a censura con respecto a su sexualidad y su relación con los demás. Esta visión de las expectativas sociales hacia la sexualidad femenina es proyectado como un valor, aun cuando conlleva una fuerte carga de prejuicio y la ratificación de la autoridad patriarcal, desde la cual se legitima y respalda un trato diferenciado entre hombres y mujeres.

El impacto de la idea del honor en la vida de millones de mujeres en el mundo no se detiene en el marco de la conducta. También afecta a su libertad, estilo de vida y oportunidades de desarrollo, hasta tocar el extremo de amenazar su supervivencia. Por esta dudosa concepción del “honor”, mujeres de diferentes culturas son víctimas de tortura, lapidación y muerte. Son violadas y despojadas de sus bienes, alejadas de sus hijos y expulsadas de su hogar. Por el honor se cometen contra ellas crímenes abominables, los cuales –también por cuestión de honor- quedan impunes al estar protegidos sus hechores con la legitimidad que otorgan las leyes.

Bajo la excusa de la cultura y la tradición, en todo el mundo se cometen los más abominables abusos sexuales contra niñas, niños, adolescentes y mujeres. Es una cuestión de poder patriarcal y sus perpetradores terminan siendo protegidos por un marco jurídico en cuya nebulosa legal se amparan los crímenes sexuales. El nivel de impunidad en esos delitos cometidos, por lo general, por hombres cercanos a sus víctimas, es una auténtica forma de tortura. Y esa impunidad se debe, precisamente, al tan arraigado, arcaico y distorsionado concepto de honor, según el cual las familias afectadas por un crimen sexual contra alguna de sus integrantes, sufrirían ostracismo y marginación por parte del resto de su comunidad. Un castigo no solo injusto, sino marcado por un profundo desprecio por la naturaleza femenina.

El concepto de honor debe experimentar una profunda revisión. No es aceptable, en una sociedad de este siglo, atribuir a la vida íntima y personal de una mujer –la cual solo a ella le pertenece- el peso de la reputación de todo un grupo social y mucho menos la condena moral por la manera como decida vivir.

Tampoco es aceptable -de hecho, es una monstruosidad por donde se le analice- condenar a las niñas al abuso sexual reiterado apelando al honor, porque desde el momento que el crimen se perpetra y los testigos callan, ese supuesto honor ya fue destruido. La complicidad en esta clase de actos de barbarie es tan perversa y culpable como la comisión misma del delito y no hay excusa alguna para ampararlo.

El honor, como el mismo DRAE lo señala, es una cualidad moral. El ocultamiento de actos criminales no lo es. Por eso esta reflexión debería calar en lo profundo de la conciencia de quienes en nuestros países –tanto como en India, Pakistán, Estados Unidos, Brasil o cualquier otro alrededor del mundo- ubican el concepto de honor en el sexo femenino, lo condenan, lo marcan a fuego, lo violan y lo satanizan a fuerza de prohibiciones, credos y mitos.

Si somos capaces de llevar la ciencia y el arte a niveles de sublime exquisitez, si la humanidad se pavonea con el desarrollo de sus grandes logros, si nos consideramos superiores a todas las especies, entonces estamos obligados a redefinir conceptos arcaicos cuya vigencia desmiente todo lo anterior y nos coloca en el peldaño más bajo de la escala. La des-satanización de la naturaleza femenina es una obligación moral de las sociedades y también una deuda histórica. Los credos religiosos, cuyos principios insisten en discriminar a la mujer, deben experimentar una revisión de fondo y corregir las aberraciones conceptuales cuya fuerza tanto daño sigue ocasionando en más de la mitad de la población.

El concepto de honor no puede residir en la discriminación, castigo ni marginación.

elquintopatio@gmail.com

@carvasar

Fuente de la Información: https://iberoamericasocial.com/los-cepos-morales/

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