Por: Carlos X. Blanco
El análisis marxista del conocimiento arroja como resultado evidente, a la altura del siglo XXI, el siguiente: el conocimiento se está muriendo. La concepción de la ciencia como conocimiento va quedando orillada, cuando no ridiculizada. Se pretende hacer pasar por ciencia, tanto en la universidad como en la enseñanza media, lo que ya no es sino tecnología.
Lo mismo que aquí se afirma sobre la educación lo hemos de sostener en todo cuanto concierne a partidas presupuestarias destinadas a investigación y desarrollo de proyectos. Los inversores buscan tecnología, y los “trabajadores del conocimiento” producen tecnología, peor no conocimientos. El conocimiento se ve reducido a la triste condición de “epifenómeno mental”. Ya en Occidente, desde hace muchos años, toda una parte importante del gremio de los “filósofos de la ciencia” (ampliado significativamente con los secuaces de inventos tales como “CTS” , Ciencia, Tecnología y Sociedad) no han hecho otra cosa que emascularse como filósofos, renunciando a ponderar, criticar y hallar el contenido cognoscitivo con valor de verdad en esa parte avanzada de la producción industrial que se llama “ciencia”.
Los herederos del pragmatismo yanqui, así como una parte significativa del materialismo (en España, del materialismo marxista o del materialismo Gustavo-buenista) no han dejado de desdeñar eso del “conocimiento”, entendido por ellos como un residuo, un vocablo mentalista, un eco de la escolástica. Este gremio de la filosofía, cada día más insignificante, y todavía más el gremio de los filósofos de la ciencia y de la tecnología (y de los estudios CTS), ha barrido el sendero y han hecho su tarea servil y sumisa para que la diosa Tecnología impere y así el Sistema rechace toda finalidad admirativa y humanista en el trabajo de la ciencia, ya pura, ya aplicada.
La Tecnología nació humilde, hoy es una diosa. El “discurso” sobre las “artes aplicadas”, que no otra cosa significa la palabra Tecnología, se volcó a partir de la revolución industrial a una dúplice explotación: a) el aprovechamiento de los recursos naturales, y b) la racionalización del trabajo productivo. La Tecnología como parte del poder del Capital, y no como aplicación de saberes en la esfera productiva manual y manufacturera, no es conocimiento. Es una aplicación de fuerzas productivas volcada a la explotación. No hay “conocimiento tecnológico” de igual modo que no hay hierro de madera. Cuanto fue un día conocimiento, producido por hombres que desgastaron sus neuronas, quemaron sus pestañas, y robaron sus horas al sueño y al ocio, es hoy “aspirado” por las bombas del Capital y convertido en fuerza explotadora. Debemos empezar a ver el Capital como una bomba aspiradora, como una ventosa alienadora que opera al modo de un transductor: convierte una modalidad energética (cognitiva) en otra (producción vía explotación de la naturaleza y del hombre).
Hoy en día hemos pasado de la producción industrial basada en la transformación mecánica, química y biológica de los entes, previa aplicación de la ciencia en las cadenas de producción fabril, así como en la mecanización del campo, conservación alimentaria, etc. a otra fase en la cual el aprovechamiento de la “fuerza cerebral” es la dominante, y se troca en explotación de segundo grado.
En el turbocapitalismo ocurre esto: antes de proceder a la explotación directa de trabajadores manuales y de recursos naturales, que se sigue dando, se procede a una explotación de los trabajadores intelectuales. La industria mundial fue experimentando un alto grado de robotización de los procesos y mecanización de las tareas. Después de los ejércitos, fueron las compañías multinacionales las que copiaron la estructura militar para informatizar la producción y la gestión (gestión la cual es sólo un aspecto de la producción). El propio diseño de los productos y de los perfiles profesionales, así como de la secuencia y organización productivas se vieron mediatizadas por el ordenador, un aparato que posee la peculiaridad no ya de aplicar fuerzas mecánicas ampliadas, o la de ahorrar trabajo al hombre, como las otras máquinas, sino de usurpar el trabajo cognitivo humano y convertirlo en sustancia de valor de cambio. El “saber” o el conocimiento personal ya no tiene apenas lugar en el capitalismo informatizado y digital. Cada ser humano posee su conocimiento personal en el mundo predigital y debe emprender esfuerzos para que otros lo aprendan, y para que éste saber sea enseñado. En el mundo capitalista digitalizado hay un saqueo del saber personal.
En la actualidad, los organismos globalistas directamente implicados en la “gobernanza mundial” y que sirven de mampara y máscara para ocultar a las grandes entidades depredadoras de la finanza y la producción (léase UNESCO, principalmente, aunque hay además todo un bosque de siglas), insisten en imponer una agenda digitalizadora que no se limita ya exclusivamente a las cadenas productivas, comercializadoras, en el reclutamiento y adiestramiento laboral, etc. El sistema impone una digitalización desde la propia base reproductiva de la fuerza de trabajo.
La educación digitalizada, en contra de toda evidencia científica, es sumamente perjudicial para niños y menores. Éstos se están volviendo tecnoadictos (en España, especialmente, adictos al teléfono móvil), lo cual les distrae de los contenidos académicos que con seriedad y rigor deberían adquirir para llegar a ser personas críticas y responsables. Se asiste a un proceso de “gamificación” : he aquí un absurdo anglicismo que consiste en convertir la educación en un juego, esto, trivializarla hasta el extremo de convertirla en un adiestramiento consumista de las masas, para que se inicien pronto y sin capacidad electiva, en el consumo de “productos” digitales que alimenten a los grandes sectores de las GAFAM y de toda la industria ciberelectrónica que se vincula a ellas.
Evidentemente, este proceso de degradación planificada e impuesta de la educación, ha de ser interpretado en términos de lucha de clases.
En el planeta se está imponiendo la digitalización de la producción y de la reproducción (léase, en este último capítulo reproductivo, la educación). ¿Quién lo emprende? Una super-élite mundial que, en gran medida, se reservará para sí los métodos clásicos de aprendizaje, que incluyen la memoria, la capacidad racional de resolver problemas, comprensión escrita y dominio de las matemáticas. La masa no podrá hacer nada de esto, será ajena a estas capacidades. Los niños de la super-élite mundial, en cambio, se criarán en la escuela clásica y gozarán del privilegio de poder optar a los estudios superiores verdaderamente formadores y capacitadores, más adaptados a su inteligencia e interés, y con una educación clásica en ciencias y humanidades, restringida a unos pocos, habrá unos retoños que algún día reemplazarán a los más viejos mandarines de la cúpula capitalista. Sólo los elegidos tendrán educación genuina. El resto recibirá una papilla gamificada y digitalizada. El resto, la inmensa mayoría de la humanidad, por vía de la digitalización forzosa, se convertirá en ganado humano que no sabe nada de nada y que aspira a jubilarse antes de haber trabajado nunca: ya lo estamos viendo actualmente en España con las sucesivas reformas iniciadas con la LOGSE -1991- y el impulso obsesivo dado a la digitalización en esta “era Sánchez”.
El turbocapitalismo ya no admite “pueblos”, ya no admite “clase obrera”, no tolera “saber popular”. El capitalismo en la presente fase necesita, además de trabajadores “adiestrados”, consumidores igualmente “adiestrados”. Hasta las propias leyes ya dejan de hablar de conocimiento y se refieren a destrezas, estándares de aprendizaje y otros conceptos tontos pensados para simios y no para muchachos, miembros de la especie humana.
Nótese que el adiestramiento de las masas, tratadas ahora como ganado consumidor, consiste en el manejo de aplicaciones, muchas de ellas dúplices (versión de pago, versión gratuita), en provecho de un sector multinacional privado, ajeno al poder público. La educación, desde la infantil y la primaria hasta la superior, se ve así privatizada de manera imparable y secreta. Casi ningún centro público de enseñanza está ya diseñando sus propias herramientas digitales y plataformas, las toman prestadas o “sugeridas” por las grandes suministradoras de software, casi ningún centro oficial de enseñanza e investigación funciona al margen de las empresas privadas que, generalmente unidas umbilicalmente a Silicon Valley, han metido sus manazas en la enseñanza pública y la emplean como filones de datos y semilleros de consumo.
Que los estados se hicieran cargo de la Enseñanza pública, de forma gratuita y universal, fue considerado en todas partes como un logro, un paso adelante. Bajo los ideales de la Ilustración, y también bajo los valores fundamentales del socialismo, la meta a alcanzar por parte de todos los países del mundo era esta: que el pueblo se atreviera a saber (Sapere Aude, era el lema ilustrado de Kant). Que las clases campesinas y obreras gozaran de medios y tiempo para que ellos y sus hijos pudieran formarse, alcanzar unos conocimientos equiparables, nunca menores, a los de la burguesía, esa era la meta. Pero hoy, el turbocapitalismo trabaja por cavar un amplio foso insalvable entre la super-élite mundial y una amplia masa descualificada, a la que ni siquiera se le va a ir dotando de un adiestramiento elemental para poder aprovechar (valorizar) su fuerza de trabajo. La masa va a ser socializada por dispositivos móviles y por toda una plétora de dispositivos de control biocibernético. Habrá un “perfil” digitalizado de cada persona en la que los estados, esbirros de la super-élite mundial, conocerán a la perfección el estado sanitario, sexual, financiero y consumista de cada individuo. La humanidad quedará reducida a un “parque” de ocio, con entes zoológicos humanos, aunque deshumanizados y dependientes digitalmente de la maraña de suministradores de aplicaciones.
En el fondo, entender la digitalización de la enseñanza y de la vida humana en su totalidad, es tarea harto sencilla a la luz de la lucha de clases y de la transformación del capitalismo en turbocapitalismo. Este sistema no puede existir con límites. Es hybris, es osadía orgullosa sin freno. Se trata de una cosificación o mercantilización universal. El sistema es una gigantesca máquina reductora y transductora: dejaría de funcionar si admitiera alguna esfera no susceptible de valorización. El cuerpo humano y las relaciones sexuales ya se han convertido en una parte fundamental del Mercado: trata de personas, “regularización” de la prostitución, vientres de alquiler, prótesis y cirugías varias para “cambiar” de sexo, pornografía, turismo pederasta internacional, tráfico de órganos, acoso sexual laboral bajo amenaza de despido, derecho de pernada en la universidad, etc. Pero el turbocapitalismo no se conforma con el cuerpo, el sexo y los órganos. La vida del espíritu se mercantiliza. Se aceleran los procesos de vampirización de conocimientos humanos y su automatización rentabilizada por las compañías. Por ejemplo: cuando en los cursos de formación de docentes se les “invita” a que compartan sus tareas y trabajos digitalizados, que se habitúen a los “entornos colaborativos”, a que se exista intercambio de “producciones” entre iguales, rara vez se explica lo que hay tras este presunto socialismo digital (la llamada cultura, o estafa, de las “Creative Commons”): potentes empresas a las que se les ha dado hecho, y gratis, todo el trabajo preliminar de diseño y desarrollo de aplicaciones que luego ofrecerán al mercado en sus dos versiones típicas, la “premium” (de pago) y la gratuita, que nunca es gratuita pues se ha beneficiado de la esclavitud digital no reconocida nunca por los economistas.
En la actualidad, la lucha de clases es más bien una “masacre de clases”. Se trata de un proceso de depredación obsceno, descarnado, sin tapujos. Profundiza en la explotación de la fuerza de trabajo asalariado. Se trata de un robo no ya sólo del excedente, no ya de la plusvalía directamente emanada de la explotación de fuerzas laborales transformadoras. Se trata del robo de conocimientos en el seno de un mercado que no se limita a convertirse en una plétora de bienes intercambiables, sino en filones de datos, conocimientos, habilidades, experiencias. Los depredadores (GAFAM y demás empresas trasnacionales de la Tecnología) se hacen gratis con su materia prima. Al pueblo, reducido cada vez más a una masa de individuos desclasados, se le hurta los medios de la autoemancipación, se le vuelve dependiente, tecnoconsumista y tecnoadicto.
Por ello, el conocimiento está muriendo. Y sólo impera la Tecnología, o sea, la transformación universal en Mercancía. El hombre ya es mercancía.