Digitalización de la enseñanza y del conocimiento: Un robo al pueblo. Esbozo de análisis marxista.

Por: Carlos X. Blanco

El análisis marxista del conocimiento arroja como resultado evidente, a la altura del siglo XXI, el siguiente: el conocimiento se está muriendo. La concepción de la ciencia como conocimiento va quedando orillada, cuando no ridiculizada. Se pretende hacer pasar por ciencia, tanto en la universidad como en la enseñanza media, lo que ya no es sino tecnología.
Lo mismo que aquí se afirma sobre la educación lo hemos de sostener en todo cuanto concierne a partidas presupuestarias destinadas a investigación y desarrollo de proyectos. Los inversores buscan tecnología, y los “trabajadores del conocimiento” producen tecnología, peor no conocimientos. El conocimiento se ve reducido a la triste condición de “epifenómeno mental”. Ya en Occidente, desde hace muchos años, toda una parte importante del gremio de los “filósofos de la ciencia” (ampliado significativamente con los secuaces de inventos tales como “CTS” , Ciencia, Tecnología y Sociedad) no han hecho otra cosa que emascularse como filósofos, renunciando a ponderar, criticar y hallar el contenido cognoscitivo con valor de verdad en esa parte avanzada de la producción industrial que se llama “ciencia”.
Los herederos del pragmatismo yanqui, así como una parte significativa del materialismo (en España, del materialismo marxista o del materialismo Gustavo-buenista) no han dejado de desdeñar eso del “conocimiento”, entendido por ellos como un residuo, un vocablo mentalista, un eco de la escolástica. Este gremio de la filosofía, cada día más insignificante, y todavía más el gremio de los filósofos de la ciencia y de la tecnología (y de los estudios CTS), ha barrido el sendero y han hecho su tarea servil y sumisa para que la diosa Tecnología impere y así el Sistema rechace toda finalidad admirativa y humanista en el trabajo de la ciencia, ya pura, ya aplicada.
La Tecnología nació humilde, hoy es una diosa. El “discurso” sobre las “artes aplicadas”, que no otra cosa significa la palabra Tecnología, se volcó a partir de la revolución industrial a una dúplice explotación: a) el aprovechamiento de los recursos naturales, y b) la racionalización del trabajo productivo. La Tecnología como parte del poder del Capital, y no como aplicación de saberes en la esfera productiva manual y manufacturera, no es conocimiento. Es una aplicación de fuerzas productivas volcada a la explotación. No hay “conocimiento tecnológico” de igual modo que no hay hierro de madera. Cuanto fue un día conocimiento, producido por hombres que desgastaron sus neuronas, quemaron sus pestañas, y robaron sus horas al sueño y al ocio, es hoy “aspirado” por las bombas del Capital y convertido en fuerza explotadora. Debemos empezar a ver el Capital como una bomba aspiradora, como una ventosa alienadora que opera al modo de un transductor: convierte una modalidad energética (cognitiva) en otra (producción vía explotación de la naturaleza y del hombre).
Hoy en día hemos pasado de la producción industrial basada en la transformación mecánica, química y biológica de los entes, previa aplicación de la ciencia en las cadenas de producción fabril, así como en la mecanización del campo, conservación alimentaria, etc. a otra fase en la cual el aprovechamiento de la “fuerza cerebral” es la dominante, y se troca en explotación de segundo grado.
En el turbocapitalismo ocurre esto: antes de proceder a la explotación directa de trabajadores manuales y de recursos naturales, que se sigue dando, se procede a una explotación de los trabajadores intelectuales. La industria mundial fue experimentando un alto grado de robotización de los procesos y mecanización de las tareas. Después de los ejércitos, fueron las compañías multinacionales las que copiaron la estructura militar para informatizar la producción y la gestión (gestión la cual es sólo un aspecto de la producción). El propio diseño de los productos y de los perfiles profesionales, así como de la secuencia y organización productivas se vieron mediatizadas por el ordenador, un aparato que posee la peculiaridad no ya de aplicar fuerzas mecánicas ampliadas, o la de ahorrar trabajo al hombre, como las otras máquinas, sino de usurpar el trabajo cognitivo humano y convertirlo en sustancia de valor de cambio. El “saber” o el conocimiento personal ya no tiene apenas lugar en el capitalismo informatizado y digital. Cada ser humano posee su conocimiento personal en el mundo predigital y debe emprender esfuerzos para que otros lo aprendan, y para que éste saber sea enseñado. En el mundo capitalista digitalizado hay un saqueo del saber personal.
En la actualidad, los organismos globalistas directamente implicados en la “gobernanza mundial” y que sirven de mampara y máscara para ocultar a las grandes entidades depredadoras de la finanza y la producción (léase UNESCO, principalmente, aunque hay además todo un bosque de siglas), insisten en imponer una agenda digitalizadora que no se limita ya exclusivamente a las cadenas productivas, comercializadoras, en el reclutamiento y adiestramiento laboral, etc. El sistema impone una digitalización desde la propia base reproductiva de la fuerza de trabajo.
La educación digitalizada, en contra de toda evidencia científica, es sumamente perjudicial para niños y menores. Éstos se están volviendo tecnoadictos (en España, especialmente, adictos al teléfono móvil), lo cual les distrae de los contenidos académicos que con seriedad y rigor deberían adquirir para llegar a ser personas críticas y responsables. Se asiste a un proceso de “gamificación” : he aquí un absurdo anglicismo que consiste en convertir la educación en un juego, esto, trivializarla hasta el extremo de convertirla en un adiestramiento consumista de las masas, para que se inicien pronto y sin capacidad electiva, en el consumo de “productos” digitales que alimenten a los grandes sectores de las GAFAM y de toda la industria ciberelectrónica que se vincula a ellas.
Evidentemente, este proceso de degradación planificada e impuesta de la educación, ha de ser interpretado en términos de lucha de clases.
En el planeta se está imponiendo la digitalización de la producción y de la reproducción (léase, en este último capítulo reproductivo, la educación). ¿Quién lo emprende? Una super-élite mundial que, en gran medida, se reservará para sí los métodos clásicos de aprendizaje, que incluyen la memoria, la capacidad racional de resolver problemas, comprensión escrita y dominio de las matemáticas. La masa no podrá hacer nada de esto, será ajena a estas capacidades. Los niños de la super-élite mundial, en cambio, se criarán en la escuela clásica y gozarán del privilegio de poder optar a los estudios superiores verdaderamente formadores y capacitadores, más adaptados a su inteligencia e interés, y con una educación clásica en ciencias y humanidades, restringida a unos pocos, habrá unos retoños que algún día reemplazarán a los más viejos mandarines de la cúpula capitalista. Sólo los elegidos tendrán educación genuina. El resto recibirá una papilla gamificada y digitalizada. El resto, la inmensa mayoría de la humanidad, por vía de la digitalización forzosa, se convertirá  en ganado humano que no sabe nada de nada y que aspira a jubilarse antes de haber trabajado nunca: ya lo estamos viendo actualmente en España con las sucesivas reformas iniciadas con la LOGSE -1991- y el impulso obsesivo dado a la digitalización en esta “era Sánchez”.
El turbocapitalismo ya no admite “pueblos”, ya no admite “clase obrera”, no tolera “saber popular”. El capitalismo en la presente fase necesita, además de trabajadores “adiestrados”, consumidores igualmente “adiestrados”. Hasta las propias leyes ya dejan de hablar de conocimiento y se refieren a destrezas, estándares de aprendizaje y otros conceptos tontos pensados para simios y no para muchachos, miembros de la especie humana.
Nótese que el adiestramiento de las masas, tratadas ahora como ganado consumidor, consiste en el manejo de aplicaciones, muchas de ellas dúplices (versión de pago, versión gratuita), en provecho de un sector multinacional privado, ajeno al poder público. La educación, desde la infantil y la primaria hasta la superior, se ve así privatizada de manera imparable y secreta. Casi ningún centro público de enseñanza está ya diseñando sus propias herramientas digitales y plataformas, las toman prestadas o “sugeridas” por las grandes suministradoras de software, casi ningún centro oficial de enseñanza e investigación funciona al margen de las empresas privadas que, generalmente unidas umbilicalmente a Silicon Valley, han metido sus manazas en la enseñanza pública y la emplean como filones de datos y semilleros de consumo.
Que los estados se hicieran cargo de la Enseñanza pública, de forma gratuita y universal, fue considerado en todas partes como un logro, un paso adelante. Bajo los ideales de la Ilustración, y también bajo los valores fundamentales del socialismo, la meta a alcanzar por parte de todos los países del mundo era esta: que el pueblo se atreviera a saber (Sapere Aude, era el lema ilustrado de Kant). Que las clases campesinas y obreras gozaran de medios y tiempo para que ellos y sus hijos pudieran formarse, alcanzar unos conocimientos equiparables, nunca menores, a los de la burguesía, esa era la meta. Pero hoy, el turbocapitalismo trabaja por cavar un amplio foso insalvable entre la super-élite mundial y una amplia masa descualificada, a la que ni siquiera se le va a ir dotando de un adiestramiento elemental para poder aprovechar (valorizar) su fuerza de trabajo. La masa va a ser socializada por dispositivos móviles y por toda una plétora de dispositivos de control biocibernético. Habrá un “perfil” digitalizado de cada persona en la que los estados, esbirros de la super-élite mundial, conocerán a la perfección el estado sanitario, sexual, financiero y consumista de cada individuo. La humanidad quedará reducida a un “parque” de ocio, con entes zoológicos humanos, aunque deshumanizados y dependientes digitalmente de la maraña de suministradores de aplicaciones.
En el fondo, entender la digitalización de la enseñanza y de la vida humana en su totalidad, es tarea harto sencilla a la luz de la lucha de clases y de la transformación del capitalismo en turbocapitalismo. Este sistema no puede existir con límites. Es hybris, es osadía orgullosa sin freno. Se trata de una cosificación o mercantilización universal. El sistema es una gigantesca máquina reductora y transductora: dejaría de funcionar si admitiera alguna esfera no susceptible de valorización. El cuerpo humano y las relaciones sexuales ya se han convertido en una parte fundamental del Mercado: trata de personas, “regularización” de la prostitución, vientres de alquiler, prótesis y cirugías varias para “cambiar” de sexo, pornografía, turismo pederasta internacional, tráfico de órganos, acoso sexual laboral bajo amenaza de despido, derecho de pernada en la universidad, etc. Pero el turbocapitalismo no se conforma con el cuerpo, el sexo y los órganos. La vida del espíritu se mercantiliza. Se aceleran los procesos de vampirización de conocimientos humanos y su automatización rentabilizada por las compañías. Por ejemplo: cuando en los cursos de formación de docentes se les “invita” a que compartan sus tareas y trabajos digitalizados, que se habitúen a los “entornos colaborativos”, a que se exista intercambio de “producciones” entre iguales, rara vez se explica lo que hay tras este presunto socialismo digital (la llamada cultura, o estafa, de las “Creative Commons”): potentes empresas a las que se les ha dado hecho, y gratis, todo el trabajo preliminar de diseño y desarrollo de aplicaciones que luego ofrecerán al mercado en sus dos versiones típicas, la “premium” (de pago) y la gratuita, que nunca es gratuita pues se ha beneficiado de la esclavitud digital no reconocida nunca por los economistas.
En la actualidad, la lucha de clases es más bien una “masacre de clases”. Se trata de un proceso de depredación obsceno, descarnado, sin tapujos. Profundiza en la explotación de la fuerza de trabajo asalariado. Se trata de un robo no ya sólo del excedente, no ya de la plusvalía directamente emanada de la explotación de fuerzas laborales transformadoras. Se trata del robo de conocimientos en el seno de un mercado que no se limita a convertirse en una plétora de bienes intercambiables, sino en filones de datos, conocimientos, habilidades, experiencias. Los depredadores (GAFAM y demás empresas trasnacionales de la Tecnología) se hacen gratis con su materia prima. Al pueblo, reducido cada vez más a una masa de individuos desclasados, se le hurta los medios de la autoemancipación, se le vuelve dependiente, tecnoconsumista y tecnoadicto.
Por ello, el conocimiento está muriendo. Y sólo impera la Tecnología, o sea, la transformación universal en Mercancía. El hombre ya es mercancía.

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España: Administración educativa, el agente comercial de las GAFAM

Administración educativa, el agente comercial de las GAFAM

Carlos X. Blanco

Fuentes: Rebelión

Antes de la pandemia, multitud de centros escolares ya se habían entregado con fervor a los planes de digitalización de la enseñanza.

Por ejemplo, la Junta de Castilla-La Mancha aplicó el llamado “Programa Carmenta” que implicaba la adquisición (con préstamo de equipos a los niños de familias de rentas más bajas) de una tableta electrónica y el uso de libros en formato digital instalados en dichas tabletas. Las familias, so capa de que el Consejo Escolar y el Claustro docente había dado su visto bueno, se veían obligadas a comprar una tableta y, a la vez, los libros en papel que supuestamente dicha tableta iban a suplir, habida cuenta de que muchos padres se percataron en seguida de la imposibilidad de estudiar las lecciones sobre una pantalla digital. Así pues, como quiera que la familia no pudiera demostrar, con la Declaración del IRPF en la mano, una ostensible escasez de medios, ésta debía hacer un doble desembolso: comprar a la vez el dispositivo y el lote de libros.

Los fabricantes de dichos dispositivos se frotan las manos cada vez que una Administración Educativa impone uno de estos programas. Miles de niños de toda una comunidad autónoma del Estado tienen que dotarse del aparatito, a la vez que las editoriales venden por partida doble, de un lado una licencia digital y de otro lado el lote de libros que, siendo realistas, hay que seguir comprando. De otra parte, las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft), suministradoras de las aplicaciones, también.

En los anuncios propagandísticos de dichos programas, la autoridades y los maestros y profesores que, entusiastas, los deben poner en marcha, parlotean acerca de la seguridad digital, los buenos usos de los dispositivos, el control parental, la preservación de la identidad cuando se navega en red y las maravillosas oportunidades pedagógicas que se le abren al estudiante cuando aprende con estas herramientas. Pero la realidad fue muy otra. Los padres y los alumnos, en realidad, se encontraron, de golpe, en manos de empresas privadas, por ejemplo Google (o cualquiera otras de las GAFAM) que, ofreciendo supuestamente servicios y herramientas “desinteresadamente”, se dedicaban a espiar de la manera más abyecta a los niños. En 2020, una investigación fiscal desde los E.E.U.U. acusó a Google de espiar a los niños que empleaban herramientas como Google o GSuite que requerían el uso de cuentas infantiles y de menores, tanto en éste país como en España. Se escuchaban las conversaciones durante las clases online, se “minaban” los correos de los niños, se hacía registro de todas sus actuaciones en la red (incluso después de haber acabado el curso), se vinculaban los registros de estas actuaciones de los niños con la actividad de sus padres en la red. Toda una vergüenza.

Estas informaciones habrían sido suficientes para suspender programas como “Carmenta” y paralizar esta locura digitalizadora, que no supone más que emplear a los niños y menores de nuestro país como “materia prima” de la cual las grandes GAFAM obtienen ganancia. Sin embargo, las autoridades educativas españolas, tanto a nivel del Ministerio como en el ámbito de las autonomías, guardan un sepulcral silencio sobre ello.

Sospechosamente, algunas administraciones han ido alejándose del gigante Google para acercarse a otros gigantes que, no obstante y en principio, podrían estar haciendo lo mismo. Cuando es tan grande el poder del capitalismo de la hipervigilancia, un padre o un docente debe saber que aquello que técnicamente es posible, aunque moralmente sea repugnante, hay que tener por seguro que se hará. Además, bajo la misma línea de sospecha y desconfianza hacia las GAFAM, que creo que están justificadas, hay que añadir: lo que ya ha hecho Google, lo puede hacer cualquier otra gran empresa tecnológica.

Es una verdadera vergüenza que las administraciones educativas de toda España, y por lo que parece, de toda Europa occidental, quieran vendernos la idea de que la enseñanza digital no es más que un cúmulo de ventajas. Siempre llevaríamos el grito al cielo si nos hablaran de poner en manos de un niño o de un adolescente una dosis de droga o un arma de fuego y decirle, “¡vamos, úsalo, es bueno para ti!”. Sin embargo esto es lo que ha venido sucediendo sospechosamente con internet. En el momento en que la red de redes se “liberalizó”, y peor aún, desde el momento en que se generalizó el uso de los teléfonos inteligentes entre la población, incluyendo a los niños, nadie puso impedimentos para que los menores abrieran las puertas a la tecnoadicción, la violencia, la pornografía y otros contenidos nocivos. Hablarnos de técnicas con “control parental” es, hoy por hoy, como vender heroína a la puerta de los colegios con un prospecto que diga “si te drogas, hazlo de manera responsable”.

Es evidente que el negocio redondo que aguardaba al capitalismo tardío no se localizaba en adultos sensatos, que iban a usar la red mayormente por motivos laborales, académicos, culturales… El negocio redondo de esta nueva droga y arma de destrucción masiva de cerebros estriba en acceder al alma de los niños y menores. Las personas en proceso de formación quedan, literalmente, atrapadas en la red. Todas sus relaciones con el mundo y con los demás se establecen desde su teléfono móvil, artefacto del diablo que los padres claudicantes o, literalmente imbéciles, ponen en manos de niños que ¡no han terminado la Enseñanza Primaria! En cualquiera de los casos, en torno a los 12 años (primer curso de Secundaria), ya son mayoría los niños españoles que cuentan con teléfono inteligente portando datos de acceso a la red.

Que las administraciones educativas se conviertan en agentes comerciales al servicio lacayuno de empresas trasnacionales que no hacen más que multiplicar ganancias por cada año que pasa, es grave. Que las administraciones que deben velar por la salud mental y el progreso moral y cultural de los menores oculten a la sociedad todo el elenco siniestro de espionajes y violaciones cometidas por las GAFAM a las que ellos sirven, es también muy grave. Que estas mismas administraciones coaccionen a los docentes a “reciclarse” para utilizar unas tecnologías que nunca han demostrado sus beneficios en comparación con métodos tradicionales, que sí que han demostrado su eficacia a lo largo de los siglos, también clama al cielo. Si a ello le sumamos la ingente cantidad de evidencias médicas y psicológicas (eso sí, ocultadas al gran público) que indican que las nuevas TICS (Tecnologías de la Información y Comunicación) aplicadas a la enseñanza son muy nocivas, el escándalo se me antoja mayúsculo. Las aulas virtuales, el uso de ordenadores y tabletas así como la implantación obligatoria de aulas virtuales, el uso del móvil en clase (como si ya lo usaran poco en su tiempo de ocio), etc. está produciendo efectos devastadores: déficits de atención, de memoria, trastornos de hiperactividad, ansiedad, demencia digital, miopía, sedentarismo, pobreza lingüística, etc.

Ni padres, ni estudiantes, ni la sociedad en general parece estar interesada en frenar esta locura. Que de manera coactiva y compulsiva se quiera digitalizar la Escuela, desde las más altas instancias, y que la administración educativa haga de agente comercial de las GAFAM de esta manera, tiene que hacer despertar en el pueblo una fuerte hostilidad y resistencia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

 

Fuente de la Información: https://rebelion.org/administracion-educativa-el-agente-comercial-de-las-gafam/

 

 

 

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El mal nace en la escuela

Por:  Carlos Blanco

El colectivo de los profesores ha tragado el sapo de la pedagogía, y ahora su ruina corporativa es inevitable.

España no tiene futuro. Siento decirlo con estas palabras tan crudas, tan negras y derrotistas. Pero cuanto antes nos hagamos a la idea, antes podremos adoptar medidas que permitan al menos «salvar los trastos». Engañarse con patrioterismos, lucir banderas y eslóganes cuando hay tantos y tan aviesos enemigos no sirve de nada. Hay quienes piensan en recuperar el Peñón o rehacer imperios ultramarinos, cuando lo cierto es que toda una región española -¡españolísima!- como es Cataluña, está hoy ardiendo y desde esos incendios está a punto de iniciar el proceso de balcanización del país.

Éste, como otros males, es un cáncer que nace en la Escuela. La Escuela española, la Educación Primaria, es un fraude y es la semilla del mal de nuestra nación. No querer verlo es ceguera, o por mejor decir, es estupidez. No admitir esta tesis de que el mal de la nación empieza en la primera enseñanza es adoptar una posición suicida. Y el problema no es, única ni principalmente, el grado de adoctrinamiento al que los niños catalanes están llegando, como en la peor de las pesadillas totalitarias, desde hace generaciones. El problema no es, de manera exclusiva, este aberrante «Estado de las Autonomías» que ha entregado la Educación –instrumento de Estado y arma civilizatoria al mismo tiempo- a los mayores sinvergüenzas de la historia de España, gentes que arrancaban prebendas y privilegios del Estado sin ceder ni un ápice en sus pretensiones adoctrinadoras y separatistas (los Pujol, los Mas). Lo cierto es que los «grandes» patriotas y estadistas (Felipe, Aznar, Zapatero) serán juzgados dentro de un siglo con más dureza que los sátrapas regionales, de butifarra, sardana y birretina. En sus manos, las manos de presidentes del gobierno de la nación, estuvo la posibilidad de contener a los sátrapas y a los balcanizadores, en su obligación estaba el ver venir las cosas a largo término. Pues fue en La Moncloa, y no en Palau, donde se comenzó a destripar España.

Y se destripó mucho más, y mucho más gravemente, con las leyes educativas. Lo tremendo no es que no se pueda hablar en español en un colegio de España. Catalán y español siempre han convivido, y la Ley Fundamental establece esta convivencia. Lo tremendo es que ante el fraude de la Primaria estemos –docentes y administradores- deliberando sobre un «lenguaje inclusivo» o poner aseos «unisex», mientras la formación moral e intelectual de los futuros españoles, y no sólo catalanes, se va al inodoro. Se adoctrina siempre que no se educa. Y en España no se educa. Voy a hablar claro: no se educa y no dejan educar desde la LOGSE (1990). Se ha sustituido el magnífico entramado educativo del franquismo tardío por un engendro adoctrinador llamado «sistema educativo español», que sólo sirve para estabular niños y adolescentes, tiranos hoy y esclavos mañana.

En el presente artículo me centraré más en la Enseñanza Primaria. Debo decir bien alto que en la mayor parte de los colegios de nuestro país ya no se enseña. Los maestros, liberados de la responsabilidad de otorgar títulos al terminar sexto curso, que es el último año de Primaria, envían a los niños al Instituto de Secundaria sin hacer ninguna valoración realmente objetiva sobre las posibilidades de seguir estudiando con éxito. Al ser el título de graduado en E.S.O. [Educación Secundaria Obligatoria] el título más bajo que otorga el sistema educativo, expedido en el Instituto y no en la Escuela, ésta ni siquiera se siente obligada a emitir un informe objetivo sobre las capacidades de cada niño que, siendo díscolo, inquieto o torpe, abandonará (con gran alivio para los maestros de Primaria) el colegio de Primaria y se «integrará» en una Secundaria que, amén de obligatoria, es aluvialallí van a parar todos, mezclados y revueltos, como mandan los cánones del pensamiento pedagógico moderno.

En seis años de Primaria, muchos niños no disponen de verdadera experiencia de acercamiento al arte, la belleza, la historia, la ciencia, la moral. Son años «gamificados» (educación lúdica, basada en juegos, excursiones, conexión a internet). Muchos colegios rozan el rizo incorporando tabletas electrónicas, móviles y demás sistemas de «virtualización de la enseñanza» fomentado la tecnoadicción, los problemas visuales, la obesidad, y diversos trastornos psiconeurológicos (trastornos atencionales, hiperactivos, desórdenes en el procesamiento cerebral de la información). Los libros están siendo desterrados de la Enseñanza y, cuando hay lecturas obligatorias, ya no se recomiendan clásicos de la literatura infantil y juvenil sino autores actuales que preparan al niño como adolescente o pre-adulto, iniciándole prematuramente en los temas del sexo, la droga, la violencia. El papel de ciertas obras «literarias», además de charlas y documentales a la hora de crear una erotización de la infancia y una hiperestimulación en conductas cibernéticas, es del todo preocupante, y la Escuela está siendo un agente fundamental en este adoctrinamiento. Se busca (y se logra con notable éxito) un consumista prematuro: alguien fundamentalmente inculto, pero apto para gastar un dinero que él no gana, y que probablemente nunca llegará a ganar con su propio esfuerzo. El niño de Primaria, especialmente quien está agotando la etapa (4º, 5º y 6º), es, gracias a padres irresponsables y a maestros y pedagogos ineptos, un nuevo y terrible bárbaro. El españolito del futuro será –ya es, en muchos casos- un monstruo: alguien que a los doce años ya está «de vuelta» en materia de sexo…es un monstruo. La iniciación precoz en el sexo es el síntoma de que la Civilización europea, cristiana y española está muriendo. Otro tanto se diga del «enganche» o dependencia precoz que los niños sufren con respecto al móvil. Entre los ocho y diez años va creciendo el porcentaje de niños con teléfono móvil dotado de datos para acceder a internet, y con ello, con la posibilidad de acceder a golpe de clic a la más deleznable pornografía y violencia. Es evidente que el haber «liberalizado» de tal manera el acceso a la red desde sus inicios, sin pedir credenciales de edad e identificación (algo que la Policía de todos los Estados podría haber logrado, habiendo voluntad para ello) supone «nuevos yacimientos de negocio»: pedofilia, adoctrinamiento, iniciación en el hiperconsumo.

Y los maestros se están cruzando los brazos. Como la evaluación (que incluye calificaciones y decisiones sobre pasar de curso o «promocionar») se ha trivializado hasta extremos grotescos, los maestros del colegio dan el pase al instituto a todos los niños. En vez de firmar unas actas con calificaciones numéricas vinculantes, la pedagogía moderna ha permitido a los maestros informar estúpidamente de esta manera: «progresa adecuadamente», «competencia digital adquirida», «competencia emocional en vías de consolidación». Consecuencia: los niños de doce años llegan al Instituto sin ninguna valoración objetiva acerca de lo que saben y lo que no saben hacer. Es frecuente que los profesores de secundaria reciban unos niños en estado ferino, sin hábitos adquiridos en la Escuela, niños que se levantan de la silla cuando quieren, intervienen en clase o interrumpen cuando les viene en gana, no pongan una tilde, jamás escriben mayúsculas en los nombres propios, exhiban deficiencias en sus capacidades aritméticas, no sepan poner ningún país en el mapa… Lo peor es la carencia de normas y falta de memoria en estas nuevas generaciones de muchachos. Avezados en pulsar teclas en aulas de informática, en hacer «búsquedas» en su propio móvil o duchos en talleres de «inteligencia emocional» y «educación afectivo-sexual», estos niños de ahora no pueden memorizar una sola hoja de apuntes, y, por supuesto, nunca toman apuntes porque éstos están «colgados» en la red o volcados en su tableta digital. De otra parte, está llegando el momento en que los padres que no han solicitado una «adaptación curricular» para su niño van a parecer unos tontos, porque esto equivale a renunciar a las ventajas que supone alcanzar un aprobado o la titulación con el más mínimo esfuerzo. Cualquier niño que acuda a un «especialista» poseerá alguna «diversidad» (las que están más de moda son TDA, TDAH, y toda una suerte de sopa de letras de síndromes y trastornos) si éste «experto» se propone buscarlas. A veces hay una base real: la conexión de niños a dispositivos electrónicos con o sin acceso a la red está generalizada, y la voluntad, facultad que se encuentra en la base de la atención y demás sistemas cognitivos necesarios para la vida escolar, se ve con ello perturbada. Pero otras veces no hay base para tal diagnóstico: es una moda que el propio sistema potencia, porque «la diversidad mola».

«La diversidad mola» y lo mismo que trae ventajas que el orientador decrete la necesidad de «adaptaciones curriculares» (verbigracia: ponérselo más fácil al estudiante), también está trayendo ventajas la promoción del homosexualismo, de la ideología «trans», y de la ideología de género. El sistema educativo español, siguiendo consignas de organismos internacionales que planifican la ingeniería social mundial y una «superación de las barreras naturales», ha optado por la inflación legislativa y la promoción a bombo y platillo de unos sentimientos, comportamientos y dudas que, en un menor, digan lo que digan, no pueden ser definitivos, auténticos ni madurados. No es de recibo que un menor, a quien no le dejan salir de la verja del centro y que tiene que contar con la autorización firmada de los padres para ir con su clase de visita a un Museo que está en la acera de enfrente del Colegio, tenga en cambio, como sujeto, la capacidad para «autodeterminar» su identidad «de género» y que un Colegio o Instituto se ponga patas arriba para acoplarse a esa «autodeterminación».

Hemos perdido el norte, y los maestros y profesores son parte del problema. En un principio, las aberraciones de la LOGSE y demás leyes hijuelas suyas se atribuían a la abstrusa legislación en sí misma, al imperio omnímodo de doctrinas pedagógicas extranjeras y pseudocientíficas, a la ideologización y politización del propio sistema educativo. Pero ya es el momento de poner el dedo en la herida y señalar al colectivo de los docentes como corresponsables de este fracaso, de esta negación de toda posibilidad de hallar salida al suicidio de España.

Para cortar por lo sano, la única posibilidad que nos queda es devolver al maestro y al profesor su soberanía en materia calificadora. Evaluar es duro, es un acto administrativo de gran seriedad y que exige mucha responsabilidad. Pero para hacer esto con objetividad es preciso quitarse de encima las moscas que revolotean en torno al docente. Todo docente que ha tenido que poner las notas tomándose en serio su trabajo puede contar docenas de casos en que todo tipo de moscas aterrorizaron sobre su acta de evaluación: el director, el orientador, el jefe de estudios, el padre influyente, la madre con ascendientes, el inspector y el defensor del pueblo, si me apuran. Todo el que pasa por delante de la nariz del profesor tiene «algo que decir», y la amenaza de reclamaciones y papeleos infernales está siempre pendiente, cual espada de Damocles. Así hemos creado, desde la LOGSE de 1990, varias generaciones de docentes timoratos, aterrorizados, gandules cuyo lema «haz que pase» se ha hecho proverbial. Nadie quiere líos, sólo se piensa en cobrar a fin de mes y escaparse en los puentes y fiestas de guardar, «desconectando» de la Escuela y viviendo con la venda en los ojos. Los maestros y profesores saben que sus decisiones no cuentan con el apoyo de nadie y que lo que predomina es ese lema de Pedro Sánchez: «haz que pase», que el niño gandul y caradura pase de curso, y cuente con unas notas infladas. Llegará el día en que ese niño se haga mayor y el Sistema se lo coma crudo. Carne de cañón para todo género de dependencias, débil ante poderes mundiales de control social, carente de voluntad y capacidad crítica, el niño que ha pasado de curso con «empujoncitos» paternalistas, con buenismo irresponsable, con corrupción inherente al Sistema (por medio de presiones, amenazas o reclamaciones de nota sin fundamento), ese será el futuro votante, consumidor y esclavo. Quedémonos nada más que con esa palabra: esclavo. Un suspenso a tiempo, igual que un bofetón a tiempo, han salvado a millones de españolitos de otros tiempos. Los han salvado de la gilipollez extrema. Pero estos de hoy son otros tiempos. Tiempos en los que la Escuela ya hace décadas que no funciona, y la Escuela ha arrastrado sus males y su «pedagogismo» a los Institutos y a la Universidad.

Que en la calle vemos niños con sexualidad precoz cuando no aberrante: Haz que pase. Que en casa vemos niños tecnoadictos. Haz que pase. Que al niño se le concede un «derecho de autodeterminación». Haz que pase. Que al niño se le imparten charlas adoctrinadoras en lugar de enseñarles a leer, escribir y hacer bien sus cuentas. Haz que pase. Que el maestro y el profesor sean, nada más, que unos «mediadores de aprendizajes», es decir, unos tipos sin prestigio alguno, cuyas decisiones vienen cuestionadas por parte de cualquiera (incluyendo sus propios «compañeros» de profesión)… Haz que pase.

En España dejamos pasar a todo el mundo, y tragamos carros y carretas. Ningún partido político ha dicho palabra sobre este descalabro. Nadie articula ni pergeña una reforma legal que restablezca la autoridad (disciplinaria y calificadora, ambas) al profesorado, ni tampoco nadie ha diseñado un plan para modificar el acceso a la profesión docente. Al menos desde los tiempos de Zapatero, los sindicatos docentes se han convertido en agentes para la admisión masiva de interinos, esto es, de graduados universitarios que nunca han aprobado un examen de oposición en su relajada existencia pero que «por su cara bonita», y por el populismo sindical y autonómico, han visto que se les daba plaza fija de por vida. Y nadie habla de retirar para siempre todas esas asignaturas típicas de «iniciación al turbocapitalismo» (Economía, Administración de Empresas, Iniciación para Emprendedores, Robótica, Informática, Tecnología, Talleres varios…) que quitan tiempo y espacio a la necesaria formación científica y humanística de la persona.

¿Los niños catalanes adoctrinados? ¿Los vascos? Sí, y los castellano-manchegos, y los andaluces, y los extremeños. Adoctrinar es lo opuesto a educar. La revolución en la enseñanza sería volver a hacer dictados, clases magistrales, leer a Cervantes y a Homero, mandar muchas cuentas y ejercicios para hacer cada tarde, poner de rodillas a quien se porte mal, cerrarle la puerta al padre que entre en un Colegio dándole voces al tutor o al mismo director. Revolución sería contar con inspectores formados en las materias específicas y ajenos al populismo (nada hay más populista que darle la razón a unos padres-clientes y quitársela al funcionario, sujeto como está por una nómina y sometido a una autoridad jerárquica).

Me río y me distancio, como de la peste, de una derecha que quiere poner la bandera rojigualda en el Peñón o que clama por detener a Torra, pero elude todas estas cuestiones de que hablo. Me río, y me aparto como si fuera el diablo, de una izquierda que habla de pedagogías «emancipadoras» y prepara, en cambio, a los niños de hoy, para ser perfectos esclavos sin voluntad y sin cacumen en el turbocapitalismo que está ya aquí.

Apéndice:

En contra de la pedagogía.

La pedagogía es una de las pseudociencias más peligrosas y dañinas que han surgido en los últimos tiempos. En un falso saber que, formalmente, se arroga el derecho a recomendar e imponer métodos de enseñanza basándose única y exclusivamente en prejuicios ideológicos. Precisamente al presentarse como «ciencia» y el recibir el interesado respaldo de organismos mundiales encargados de aplicar la ingeniería social (UNESCO, ONU, etc.) y de los partidos y sindicatos, los poderes han hecho de la Pedagogía una peligrosa arma de control social capaz de provocar estragos terribles en la infancia y la juventud. Como recordaba el profesor Ricardo Moreno Castillo en una reciente entrevista [https://latribunadelpaisvasco.com/art/11665/ricardo-moreno-castillo-el-desprecio-por-el-saber-ha-convertido-a-los-alumnos-en-autenticos-analfabetos sólo el desprecio y la envidia hacia el verdadero saber y únicamente el interés por crear un mundo de analfabetos explican el poder cada vez más omnímodo de esta herramienta de control social llamada «pedagogía».

En nombre de la pedagogía han surgido un sinfín de «expertos» en Orientación Escolar, Psicopedagía e Inspección que –salvo contadas y loables excepciones- no hacen sino controlar ideológicamente a los profesores, les coaccionan para que regalen los aprobados, halagan populistamente a los padres y a los chicos zascandiles o introducen burocracia inútil y verborrea en los centros educativos. Todo esto tuvo lugar de manera desatada a partir de la tristemente famosa LOGSE, la llamada «Reforma» de la cual son hijuelas todas las legislaciones posteriores, hasta llegar a la actual LOMCE.

El colectivo de los docentes españoles se haya tan dividido, alienado y adocenado, que jamás ha tenido una respuesta ante esta pseudociencia que les controla y que interfiere con su labor profesional: nunca han pasado de las burlas condescendientes y las ironías inocentes a la hora de relacionarse con estos comisarios de su labor académica. La jerga pedagógica llegó a resultar risible cuando al recreo se le hizo llamar «segmento de ocio», a las lecciones o temas a explicar había que llamarlos «bloques de contenido» o «unidades didácticas», etc. Si el peligro de la jerga pedagógica hubiera consistido únicamente en llamar a las cosas de otro modo para que así se quedaran contentos ciertos funcionarios, no habría tiempo que perder en quejas y lamentos. Pero los pedagogos y psicopedagogos, en la medida en que ocupan puestos de dirección y gestión importantes en los centros y en la administración educativa, son capaces de hacer algo peor, ellos pueden dañar gravemente la neutralidad y objetividad de las labores académicas de los profesores. Cualquier profesor, en su ejercicio docente, tanto a la hora de determinar el nivel y rigor de sus lecciones como la justicia y justeza de sus calificaciones, se ha tenido que topar alguna vez en su carrera, al menos desde la LOGSE (1990), con interferencias de orientadores, psicopedagogos e inspectores que manejan la jerga y la pseudociencia de la Pedagogía.

Así las cosas, hoy es habitual que el profesor se inhiba de ser objetivo a la hora de poner las notas de alumnos vagos y maleducados, so pena de enfrentarse con reclamaciones de padres y de advertencias de los propios orientadores y pedagogos, cuando éstos no alientan aquellas. Siempre hay algún criterio pseudocientífico de los pedagogos que sirve para minar la labor del profesor, cuestionando las más sólidas y contrastadas técnicas artesanales de la enseñanza académica. Algunos de los «éxitos» de la pedagogía española son –por ejemplo- el elevado nivel de analfabetismo funcional entre titulados de Educación Secundaria por medio de «hallazgos» como la «promoción automática» (pasar de curso con todas las materias suspensas), las «adaptaciones curriculares» (pedir menos de la décima parte de los contenidos a determinados alumnos supuestamente «distintos» para que aprueben y titulen, sea como sea), los «planes de refuerzo individualizados» (poner en gruesos informes lo que tiene que estudiar un zascandil para así recuperar una asignatura que, sea como fuere, no la va estudiar). Un dato grave en la normativa española en materia educativa es que el cargo de director o jefe de estudios de un centro puede ser ejercido por un orientador escolar del mismo, contraviniendo así la necesaria cercanía de los cargos directivos a las aulas, y siendo «juez y abogado defensor» simultáneamente, en cuanto a decisiones académicas (notas, títulos) referidas a los alumnos. No se entiende que los orientadores (que no dan clase) dirijan los centros en tantas ocasiones, y puedan presionar –sin embargo- en materia de notas, casi siempre en beneficio de los perezosos y gamberros. El colectivo de los profesores ha tragado el sapo de la pedagogía, y ahora su ruina corporativa es inevitable.

Por muchas razones, la sociedad debería posicionarse en contra de la pedagogía. ¿De dónde brota su «ciencia»? ¿Qué fundamento tiene? ¿Por qué al profesor de matemáticas o filosofía le tienen que enseñar cómo ha de trabajar unas personas desconocedoras por completo de éstas u otras especialidades? ¿Hasta cuándo debemos tolerar necedades tales como «aprender a aprender», las «competencias» o los «estándares de aprendizaje»?

Fuente: http://www.tradicionviva.es/2019/12/01/el-mal-nace-en-la-escuela/

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