Preguntas previas a toda transformación educativa

Por: Profesor Diego Enría

Es hoy lugar común en nuestra comunidad opinar sobre el «Sistema Educativo», juzgándolo con calificativos como: anacrónico, ineficiente, obsoleto, etc. Y la realidad se encarga a diario de confirmar este oscuro diagnóstico.
Se señalan, a título de ejemplos, el «desinterés» de los alumnos (particularmente los de Educación Secundaria); la «precaria preparación profesional» de los docentes; el «escaso presupuesto» destinado a las actividades educativo-culturales; la «burocratización», que asfixia a las instituciones y que traba todo intento de renovación; de la «distancia» cada vez mayor entre la comunidad y la escuela…
Existe, además, un consenso generalizado que reafirma dichos ejemplos, que ha creado, con el transcurrir del tiempo, una actitud de escepticismo colectivo acrítico, que se asume como postura a priori por todos aquellos que, directa o indirectamente, están ligados al quehacer educativo.
Hay coincidencias en el diagnóstico, si bien algunos acentúan más un aspecto que otro. Pero cuando se debate sobre el «medio», no es fácil lograr acuerdos…
El siglo XX nos ha permitido disfrutar de un amplio y profundo desarrollo de las denominadas (genéricamente) «Ciencias Humanas», que nos han otorgado un conocimiento del hombre y de sus relaciones con el mundo, con la cultura, con la sociedad, etc. Y en este contexto, las hoy conocidas como «Ciencias de la Educación» (que muchos, aún, ponen en tela de juicio su «status científico») han experimentado un notable desarrollo. Los progresos conquistados en el campo de la Psicología, Sociología, Antropología, Ciencias de la Comunicación, Lingüística, Ciencias Sociales y de la Cultura, entre otras muchas, han sido capitalizados por los expertos en educación, lo que ha posibilitado el esclarecimiento del «fenómeno educativo».
En nuestro país el auge por las investigaciones didáctico-pedagógicas determinó la creación de importantes centros de estudios superiores, que posibilitan la formación de docentes altamente especializados. Además, son constantes los cursos de perfeccionamiento para educadores, donde se analizan los más diversos temas. Pero, a pesar de todo esto, nuestra educación sigue siendo ineficiente.
Es un error creer que una sola causa origina este pobre nivel educativo. En realidad, podemos nombrar una diversidad de motivos, si bien todos ellos relacionados entre sí (lo que es de por sí lógico). Es evidente que, para que el sistema cambie, debe mediar una decisión de índole política, que hasta el momento nadie ha querido tomar. También es cierto que no todos los docentes adhieren a los proyectos de renovación; y muchos, lamentablemente, no tienen un acceso fácil a los nuevos conocimientos que a diario se originan.
El origen social de la mayoría de los docentes y su posterior formación, subraya cierto individualismo, lo que dificulta un eficaz trabajo en equipo.
Estos, más otros condicionamientos que una lectura objetiva y seria de la realidad nos permitiría señalar, hacen difícil cualquier intento por mejorar el sistema educativo en nuestro país.
Un principio es hoy indiscutible: una realidad tan compleja como nuestra educación, no entra en crisis por una sola razón, sino por una convergencia de factores intra y extraescolares, de muy diversa naturaleza, que poco a poco provocan una situación de crisis.
Pero la crisis que vive hoy nuestra educación no es un hecho aislado.
No es una exageración afirmar que hoy «todo está en crisis». En todo momento histórico, las crisis han representado un profundo sacudimiento de los valores concebidos como tradicionales e inobjetables. Algunos de dichos valores serán suplantados, otros permanecerán, y otros se transformarán…
Esta «atmósfera de crisis generalizada», envuelve desde hace décadas a toda la llamada «cultura occidental», y se ha convertido en una característica ya estable del quehacer educativo, cuestionando y removiendo los viejos valores que dieron sentido a la labor docente y le otorgaron al aprendizaje una profunda significación personal y social.
Pero este fenómeno de crisis generalizada sólo puede ser comprendido desde niveles aún más profundos. Podemos afirmar que lo que hoy está cambiando en la cultura contemporánea, es la «concepción acerca de lo que el hombre es y puede llegar a ser…».
A partir del siglo XVII, las ciencias denominadas «naturales», revolucionaron la idea vigente sobre el mundo. En nuestro siglo, las ciencias «humanas» han renovado (y transformado) la «imagen que el hombre posee de sí mismo…» y de sus relaciones para con la sociedad. En definitiva, y esto es lo importante: «lo que está en cuestión es el hombre mismo…». Parecería que estamos anunciando la «disolución del ser humano…».
El hombre de los inicios del siglo XXI, no sólo está condicionado por la cultura, el trabajo, el lenguaje, etc., sino que es «pensado y definido desde ellos…». Sentimos como una imposibilidad de pensar-nos desde nosotros mismos, en tanto sujetos: nos pensamos y concebimos desde la «estructura», ya sea ésta social, cultural, laboral…
Todo lo mencionado ha llevado a muchos pensadores (particularmente europeos) a proclamar una especie de «muerte del hombre»: sensación que impregna toda la cultura contemporánea: es por ello evidente que, para superar esta cultura de la crisis que nos condiciona, es necesario rescatar en toda su dimensión la «pregunta por el hombre».
Pero, ¿a quién corresponde responder con real fundamento y derecho? Y es la «filosofía» la que se presenta como la ciencia con más derecho propio a responder, dado que la amplitud de su visión y su capacidad de sintetizar coherentemente los resultados de las ciencias particulares, le permite un conocimiento de la problemática humana no sólo comprensivo sino también riguroso. Pero en esto podríamos ir aún más lejos: que la síntesis por ella realizada, además de una organización sistemática de los datos que le brindan las demás ciencias, es también un «juicio de valor», dado que su objeto de estudio -la persona humana- es «suyo» por derecho propio.
Lo antedicho nos coloca ante una exigencia de consecuencias sumamente importantes, particularmente para el quehacer educativo. La «pregunta por el hombre» debería ocupar un lugar de privilegio en todas las discusiones relacionadas a actividades que conciernen al individuo, sean éstas políticas, culturales, sociales, pedagógicas… Es más: debería preceder a la planificación de cualquier actividad referida al hombre, en particular las que conciernen a la acción educativa.
Los técnicos de la educación han logrado avances muy significativos en temas como «metodología de la enseñanza-aprendizaje»; la «adecuación del mensaje»; han perfeccionado la «comunicación educativa», etc. Pero han descuidado notoriamente la reflexión filosófica sobre la «actividad de educar». Cabría preguntarnos si se puede educar sin discutir previamente «¿a quién educamos, por qué educamos y para qué educamos…?».
¿Por qué consideramos de tanta importancia esta reflexión previa? Es muy común que se asuman técnicas o métodos valorados como novedosos. Pero debemos ser conscientes que todos ellos responden a una determinada concepción de aprendizaje, que a su vez es resultante de una visión antropológica determinada, que nos permite comprender y caracterizar «quién y cómo es el sujeto que aprende». Esto es importante concebirlo claramente, porque los métodos y las técnicas de enseñanza-aprendizaje no están revestidos de la neutralidad por algunos pregonada. Si esto no es reafirmado constantemente por los educadores, nos encontramos con situaciones ya conocidas y muy repetidas: creemos estar construyendo en un sentido, cuando en realidad lo estamos haciendo en otro muy diferente.
Afirmamos que es necesario, en cuanto docentes y como institución educativa, definir con claridad y precisión un «sentido», una «intención», una «finalidad», a nuestra tarea. No abrimos aquí juicios de valor sobre cuál debería ser dicho sentido. La «intención» que asumimos personal y comunitariamente condiciona los métodos y las técnicas utilizados en la práctica.
La «Filosofía» debería convertirse en una aliada directa e importantísima de toda reflexión educativa. De ocurrir esto, podríamos comprender, por ejemplo: que las crisis en el campo educativo hay que analizarlas, comprenderlas y enmarcarlas dentro del contexto de «crisis general» de la imagen que el hombre tiene de sí mismo en la cultura contemporánea; y que es imperiosa la necesidad de una «reflexión filosófica» sobre la persona, que preceda a toda acción educadora. La «renovación tecnológica», aunque imprescindible en una sociedad tecnificada como la nuestra, no es suficiente…
Fuente: http://reflexioneseducativ.blogspot.com/2015/05/preguntas-previas-toda-transformacion.html#more
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