Por: Emilio José Silva Chapellín*
Resumen
La lucha de clases representa un terreno donde se decide el retroceso, estancamiento o avance de fuerzas tendientes a superar las contradicciones originadas en el seno de sociedades signadas por relaciones explotadoras de producción. Sin embargo, no siempre se percibe la decadencia del orden que sostiene la hegemonía de una clase dominante, y al mismo tiempo no se aceptan como tales las señales de la aparición de un orden diferente que corresponde a la futura hegemonía de otra clase que será dominante. Esta doble deficiencia en la visión y comprensión del momento histórico es debida a la ausencia del contacto con la realidad, el desconocimiento de la evolución general de la humanidad, y los prejuicios que afectan el análisis de rigor. Si se enfrentan estos factores, es posible entender que, entre una y otra etapa por la que atraviesa una sociedad, existe un período intermedio de transición cuya complejidad no es igual a las que existen en tales etapas, pero que no se puede desvincular de ambas so pena de incurrir en conclusiones equivocadas, ni se puede reducir a un fenómeno simplemente económico. Hechas estas precisiones, en este artículo se abordarán elementos de carácter general sobre la transición entre una y otra formación económico-social, y de allí se procederá al caso específico de la vinculación del socialismo con la transición entre capitalismo y comunismo. Por último, se expondrá sintéticamente la esencia de las consideraciones generales y específicas ya referidas.
Palabras Clave: Relaciones sociales de producción, formación económico-social, lucha de clases, socialismo, comunismo.
Consideraciones generales sobre la transición
entre formaciones económico-sociales
El vocablo transición proviene de la palabra latina transitio, y significa “acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto” (Diccionario de la lengua española, 2001). Se usa en multiplicidad de situaciones. En particular, tiene pertinencia al generarse cambios cualitativos en procesos a nivel social, político o económico, como por ejemplo cuando se procede a un cambio en el tipo de Estado que rige a una sociedad, o más aún, a la sustitución de la posición dominante de unas relaciones sociales de producción por otras que son nuevas o estaban supeditadas a las anteriores, que según Jutta Schmitt (2008: 5, 6), pueden ser todas estas de tipo explotador o solidario, expresándose jurídicamente cualquiera de estas como relación de propiedad sobre los medios de producción. El segundo ejemplo se vincula dialécticamente con el primero, expresándose ambos en cambios a nivel ideológico, pues “el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, político y espiritual en general” (Carlos Marx, 1858-1859: 7), y recíprocamente ocurre que:
El desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc., descansa en el desarrollo económico. Pero todos ellos repercuten también los unos sobre los otros y sobre su base económica. No es que la situación económica sea la causa, lo único activo, y todo lo demás, efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre la base de la necesidad económica, que se impone siempre, en última instancia Federico Engels, 1894/1980: 283, 284).
Un proceso de transición a nivel económico tiene una necesaria incidencia a nivel político, no obstante puede haber un proceso de transición a nivel político sin que necesariamente repercuta cualitativamente a nivel económico, es decir, tratándose de una sociedad fragmentada en clases por la preponderancia que en la producción económica tengan relaciones sociales de explotación, se puede modificar el aparato de Estado o el sistema de gobierno sin que la clase dominante pierda el control político sobre la sociedad, ni la propiedad que esta ejerce sobre los medios de producción, ni la hegemonía de sus ideas sobre la clase dominada, dado que:
Como el Estado nació de la necesidad de amortiguar los antagonismos de clase y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de esas clases, por regla general es el Estado de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que se convierte también, con ayuda de él, en la clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión y explotación de la clase oprimida (Engels, 1891/2006: 185).
Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época (…) la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan (…) las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante, o sea, las ideas de su dominación Marx y Engels, 1845/1970; 50).
La clase dominante puede tomar medidas para preservar el orden social y económico de una sociedad, regida bajo relaciones de producción acorde a sus intereses clasistas, dado que “en todas las formas de sociedad existe una determinada producción que asigna a todas las otras su correspondiente rango [e] influencia, y cuyas relaciones por lo tanto asignan a todas las otras el rango y la influencia” (Marx, 1857-1858: 27, 28). Cada una de esas relaciones de producción se haya compuesta por relaciones sociales y técnicas de producción, condicionando las primeras a las segundas (Marta Harnecker, 1972: 37-39, 41, 48). Por tanto, la clase dominante asume esa condición al ser predominante las relaciones sociales de producción que precisamente garantizan el domino de esa clase.
El orden social y económico en cuestión puede desaparecer si en su seno maduran las condiciones materiales para la existencia de nuevas relaciones sociales de producción, que sustituirán en su carácter dominante a otras (y con las cuales llega a coexistir durante cierto período histórico) cuando estas últimas se convierten en trabas para el desarrollo pleno de las fuerzas productivas, dando origen a una revolución que incide en (y simultáneamente es afectada por) las formas ideológicas existentes (Marx, 1858-1859: 7, 8) y propicia un proceso de transición entre el predominio de unas relaciones sociales de producción al predominio de otras, traducido ese proceso a su vez como transición entre uno y otro modo de producción en cuanto a su situación preponderante, entendiendo como componentes de esa última categoría a las fuerzas productivas y a las relaciones de producción de un mismo tipo, de donde las relaciones sociales de producción actúan como factor condicionante de la superestructura jurídico-político-ideológica de una sociedad (formada por las estructuras ideológica y jurídico-política según Marta Harnecker, 1972: 140-143). Por tanto, la superestructura existente, acorde a las viejas relaciones sociales de producción que antes eran dominantes, deberá pasará por un proceso de transición dado que también se convierte en una barrera para las nuevas relaciones sociales de producción, que ahora son dominantes pero antes eran estaban supeditadas a las que les antecedieron (Harnecker, 1972: 156, 157).
Históricamente han existido y existen sociedades donde están presentes varios tipos de modos de producción, y por tanto varios tipos de relaciones sociales de producción, teniendo así una estructura, base o infraestructura económica (Harnecker, 1972: 84) heterogénea, ámbito donde un tipo de relación de producción es predominante frente a las demás, ocurriendo igualmente la subordinación de varios modos de producción ante uno que es predominante, y el dominio de una clase social sobre las restantes. Simultáneamente, el tipo de mentalidad predominante de una sociedad interactúa dialécticamente con el tipo de propiedad predominante en los medios de producción (como expresión jurídica de la relación social de producción predominante), siendo también su sostén psico-social desde el ámbito de la superestructura.
Sintetizando tanto a Harnecker (1972: 97, 98) y Milena Landáez (2014) como a Rosental e Iudin (2004: 192), en esa sociedad o ámbito espacio-temporal donde ocurre lo antes descrito a nivel de estructura y superestructura se está en presencia de lo que se denomina formación económico-social, categoría que sirve para describir a un país o a un grupo de países con características similares en diverso grado, y poseedores de una historia en común. En esa formación económico-social se hallan articulados los siguientes componentes que interactúan dialécticamente entre sí:
1) Una estructura económica compleja, donde coexisten varias relaciones de producción. Una de estas relaciones es de tipo dominante, imponiendo sus leyes de funcionamiento a las otras relaciones subordinadas.
2) Una estructura jurídico-política compleja, funcional a la dominación de la clase dominante, y por tanto creada para la conservación del orden social imperante, sobre todo de la relación social de producción que sea dominante.
3) Una estructura ideológica compleja formada por varias tendencias ideológicas subordinadas y configuradas por la tendencia ideológica dominante, la que generalmente corresponde a la mentalidad de la clase dominante, es decir, a la tendencia ideológica propia del grupo explotador de la relación de producción dominante, tendencia que a veces es impuesta, pero siempre asumida, como referente del consenso social que sirve de justificación y legitimación de las relaciones sociales y de la estructura jurídico-política, así como de factor alienante o neutralizador de la conciencia de clase de los explotados.
El empleo de la categoría formación económico-social (llamada formación social por Luis Vitale, 1981: 2) “entrega la totalidad de la sociedad global, no sólo en la infraestructura económica sino también el papel del Estado, la cultura, la ideología y, sobre todo, el conflicto de clases, que expresa crudamente la sociedad en movimiento, en proceso”.
Una formación económico-social se identifica según el tipo de relación (explotadora o solidaria) de producción que predomina en su estructura económica, como ocurre con la formación económico-social esclavista, donde las distintas relaciones sociales de producción (sean explotadoras o solidarias) se sujetan o supeditan a la relación esclavista de producción. Por otra parte, en una sociedad comunista no pueden existir relaciones explotadoras de producción (ni por ende clases sociales), y en consecuencia su estructura económica es homogénea al tener cabida solamente relaciones solidarias de producción, y su expresión jurídica consistente en la propiedad colectiva de los medios de producción por parte de los miembros de la sociedad, siendo todos trabajadores y a la vez productores socialmente organizados de sus condiciones económicas, sociales y culturales de vida. Por tanto, el modo de producción comunista coincide con la formación económico-social comunista.
En un país o grupo de países, y durante un período histórico, para conocer las leyes de nacimiento y evolución de su formación económico-social (cuyo alcance puede ser nacional o regional), es necesario estudiar cada una de estas estructuras en su autonomía relativa y en sus vínculos multilaterales respecto a las demás según sus características propias, lo que implica identificar los tipos de relaciones sociales de producción existentes, conocer la combinación de estas, precisar la relación de producción dominante, y las maneras como esta ejerce su influencia al resto de la sociedad.
Ya se ha indicado que en cierto período histórico de una sociedad pueden coexistir diversos modos de producción, pero uno de estos condiciona al resto. Por demás, a cada una de estas relaciones sociales se le asocian dialécticamente rasgos específicos de las leyes e instituciones de la sociedad, e igual ocurre con las mentalidades o formas de conciencia que allí surjan, componentes todos estos que se acoplan bajo formas o maneras peculiares. Esto origina la complejidad de su estructura económica y su superestructura jurídico-político-ideológica con interdependencia entre ambas, resultando así que cada modo de producción es una totalidad social abstracta o concreto-pensada pues, según sea la realidad vista como totalidad social concreto-real existente en un ámbito espacio-temporal determinado, no siempre existe un solo o único modo de producción, ni está aislado de las relaciones sociales propias de otros modos de producción.
Plantear la transición entre el predominio de unas y otras relaciones de producción implica la correspondiente transición entre las respectivas formaciones económico-sociales a las que se hallan vinculadas, no siendo posible concebir a ambos procesos aislados uno del otro, ni que ocurra una lucha entre las clases sociales cuya dominación es garantizada por la formación económico-social respectiva. Según Vitale (1981: 1), durante la transición de una a otra formación económico-social los modos de producción coexistentes no tienen una preponderancia decisiva, pese a que se configuran “las tendencias que determinarán el salto cualitativo a un modo preponderante de producción”, pudiéndose aseverar que hay una disyuntiva sobre la preponderancia que deberá tener uno u otro medio de producción según las condiciones que lo favorezcan. La maduración de ese salto ocasiona la complejidad del proceso de transición, la cual rebasa cualquier intento de encasillar en forma simplista la evolución de los pueblos bajo esquemas metafísicos ajenos a sus particularidades y con una visión equivocada de universalidad legítima pero mal entendida (Vitale, 1981: 2).
La formación económico-social imperante se ve alterada cuando “las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes (…) Y se abre así una época de revolución social” (Marx, 1858-1859: 8) sobre todo si existen fuerzas que buscan pasar de una a otra formación económico-social mientras se agudiza la lucha de clases. La preponderancia de uno de los respectivos tipos de relaciones sociales de producción, conjuntamente con la hegemonía que tenga la respectiva mentalidad que sustente el correspondiente tipo de propiedad sobre los medios de producción, es lo que llevará a la perpetuación de la formación económico-social existente o al avance hacia la que está destinada a sustituirla. En otros términos, una revolución no ocurre solamente por factores económicos, reduccionismo desdeñoso de los factores políticos e ideológicos que contribuyen a su génesis, pese a no ser suficientes sin los factores económicos que en última instancia son determinantes en ese sentido.
En el período de transición entre ambas formaciones económico-sociales coexisten propiedades de uno y otro, por lo que, dependiendo de la correlación de fuerzas entre las clases sociales en pugna, podrá ocurrir un retroceso hacia la primera o un avance hacia la segunda, dependiendo tal hecho de la dominación económica y la hegemonía política e intelectual que, sobre la sociedad, pueda obtener uno de los grupos sociales congregados alrededor de las dos clases confrontadas, y que participan de las correspondientes luchas que estas libran en los ámbitos social, económico, político, intelectual e incluso militar, pudiendo involucrar a las clases dominantes de una o varias naciones a favor del grupo social, partidario de los ideales e intereses políticos de la clase dominante y/o de sus adherentes, del país donde van a intervenir de diversas maneras, cuestión que se puede apaciguar o neutralizar si para ese país la correlación (nacional e internacional) de fuerzas es favorable en función de facilitar la actuación del grupo social que lucha contra la clase dominante. Antonio Gramsci (1980: 56-59) explica la (co)relación de fuerzas en la lucha de clases sobre la base de:
1) La correlación de fuerzas sociales asociadas a las clases en que se divide la sociedad, o sea, asociadas al grado de desarrollo de las fuerzas productivas y a la estructura económica.
2) La correlación de fuerzas políticas dada por los grados de homogeneidad, autoconciencia y organización que alcancen los grupos sociales en medio de la lucha de clases hasta que uno de estos prevalece y difunde sus ideas al resto de la sociedad, convirtiéndose así en hegemónica a la clase o al grupo social (unificado intelectual y moralmente) que las enarbola, teniendo al Estado como un organismo suyo que favorece su expansión.
3) La correlación de fuerzas militares, la cual se alterna con la primera de las anteriores, estando mediadas ambas por la segunda, y se expresa a nivel militar o político-militar, siendo decisiva según las circunstancias por las que atraviesa la lucha de clases en los ámbitos nacional e internacional.
Desde las acotaciones que hace Gramsci sobre las fuerzas políticas (ya sea que se organicen como partidos o tengan otra expresión orgánica), se entiende que la hegemonía de una clase social no es sólo política, sino además en el plano de las ideas cuando las que le son propias llegan a ser asumidas en diversos grados por otros grupos o clases sociales que se le asocian antes, durante y después de que aquella se convierte en la clase dominante de la sociedad, pero sin perder la direccionalidad de sus metas u objetivos cuando alcance esa posición. Las hegemonías política e intelectual se condicionan recíprocamente.
En consecuencia, para precisar la fortaleza o debilidad política de una clase respecto al resto de la sociedad, “el criterio histórico político (…) es este: que una clase es dominante de dos maneras, esto es, es ‘dirigente’ y ‘dominante’. Es dirigente de las clases aliadas, es dominante de las clases adversarias” pese a las circunstancias adversas que se le presenten según la coyuntura del momento. “Por ello una clase ya antes de subir al poder puede ser “dirigente” (y debe serlo): cuando está en el poder se vuelve dominante pero sigue siendo también ‘dirigente’ (…) La dirección política se convierte en un aspecto del dominio”, no bastando solo el poder y la fuerza material que den el ejercicio del gobierno para ejercer la dirección o la hegemonía política, debiendo existir esta última condición incluso antes de llegar a gobernar (Gramsci, 1981: 107).
Una revolución originada por las contradicciones económicas, políticas e ideológicas de la lucha de clases en el seno de una formación económico-social, ocasiona la transición a otra formación donde la clase dominada en la primera se convierte clase dominante en la segunda bajo el escenario de una correlación de fuerzas que así lo determine.
En términos generales, muchas de las premisas hasta aquí descritas se han dado en los diversos procesos de transición entre una y otra formación económico-social, sin desestimar las diferencias de matices que a través de distintas épocas se han dado entre esos procesos, sobre todo porque “una formación social no desaparece nunca antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella” (Marx, 1858-1859: 8) de acuerdo a las especificidades económicas, políticas e ideológicas propias del período histórico de una determinada sociedad, implicando incluso que en Europa la clase dominante en una formación económico-social decadente (como la esclavista) cede su lugar a otra clase que será dominante en otra formación económico-social emergente (como la feudal). Otras formaciones económico-sociales clasistas son las que se conformaron en torno a los modos de producción asiático y capitalista.
La transición entre el modo de producción del comunismo primitivo y la formación económico-social esclavista es estudiada por Engels (1891). El tránsito entre los modos de producción del comunismo primitivo y el asiático es analizado por Maurice Godelier (1969). Sobre el paso de la formación económico-social esclavista a la feudal se puede consultar las investigaciones de James Amelang (1987), Perry Anderson (2005), Pierre Bonnassie (1985), María Inés Carzolio (2014), Josep Salrach (1997) y Chris Wickham (1989). En cuanto a la transición desde la formación económico-social feudal hasta la capitalista, hay que mencionar a Carlos Astarita (2005), Isaías Covarrubias (2004), Eva Domanska (1989), Eric Hobsbawn (2006), Jason Moore (2003), y P. M. Sweezy y otros (1969). Un estudio interesante y valioso sobre los procesos de transición en América Latina lo hace Vitale (1981), el cual se ha citado aquí con anterioridad.
Estos ejemplos históricos de transición no deben verse como un intento en establecer la evolución de cualquier sociedad sobre la secuencia rígida, mecánica y unilateral de los modos de producción del comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo y capitalismo. Esto último representa una concepción deformadora, dogmática, escolástica y etapista de la historia, contraria a la esencia dialéctica del marxismo e impuesta por el stalinismo en función de una estrategia (falsa o equivocada) para enfrentar la coyuntura política internacional del momento en que existió. A esa concepción se le añade otra de tipo economicista y reduccionista, consistente en analizar los modos de producción y las formaciones económico sociales solamente en torno a las contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, o tomar la superestructura como consecuencia o emanación de la estructura, descuidando el papel de la política, la ideología y la cultura sobre la economía. Todas estas observaciones son abordadas por Vitale (1981).
Consideraciones específicas sobre el socialismo
y la transición entre capitalismo y comunismo
La transición desde la formación económico-social capitalista al modo de producción comunista atañe al problema de crear o desarrollar relaciones solidarias o de cooperación mutua que sustituyan las relaciones capitalistas de producción, implicando crear o desarrollar la mentalidad sustentadora de las primeras y que sustituya la mentalidad sustentadora de las segundas. Estas son dos de las tareas fundamentales del socialismo científico postulado por Marx y Engels. Mientras las relaciones y la mentalidad propias del modo de producción comunista no sean predominantes en la sociedad, el socialismo seguirá siendo un proyecto concreto-pensado, realizable pero utópico mientras no se concrete en una sociedad comunista.
Desde el punto de vista marxista de la praxis revolucionaria y de la lucha de clases, para Ludovico Silva (1982: 16, 17) “el socialismo es la idea, el modelo, el proyecto, la estrategia; el comunismo es la práctica, la táctica, la tarea inmediata”, o dicho de otra manera, “el socialismo es la teoría y el comunismo es la práctica. Es decir, el comunismo, entendido como combate y movimiento real, es el arma que conquistará la sociedad socialista, que es el objetivo final. Esto nos lleva a plantearnos la necesidad de conceptuar al socialismo como modelo y utopía concreta” que se orienta hacia la sustitución del modo de producción capitalista y la instauración del comunismo, el cual para Schmitt (2008: 7) está:
concebido como una sociedad sin clases basada en la propiedad colectiva de los medios sociales de producción, como en la libre asociación de los productores bajo pleno desarrollo de las fuerzas productivas y abundancia de recursos. Esto, a la vez, son las precondiciones para el pleno desarrollo de las potencialidades humanas, su plena realización como verdadero ser humano en y mediante la humanización de la naturaleza y la naturalización del ser humano.
Al alegar que el socialismo es la teoría y el comunismo es la práctica, Silva (1982: 16, 17) justifica así su postura en negar que el comunismo sea una fase superior del socialismo, y por ende el segundo sea a su vez la primera fase de la sociedad comunista como lo dice Vladimir Lenin (1917: 115, 119) de acuerdo a Harnecker (1979: 8), quien sostiene que “son dos períodos de un mismo modo de, [sic] producción: el modo de producción comunista, caracterizado fundamentalmente por la propiedad social de los medios de producción”, pese a que Schmitt (2008: 7) explica que está basado, tanto en la propiedad colectiva de los medios de producción, como en la “dictadura” de la mayoría (proletariado) sobre la minoría (clase capitalista destituida), y que:
prepararía la superación de la división del trabajo en trabajo manual-físico-industrial y trabajo intelectual, y con ello, de la alienación humana. La vida socialista se regiría según los principios de una consciente planificación social de la producción, de la mano con la asociación libre, cooperación solidaria y ayuda mutua entre los productores. Se caracterizaría por el cese de la producción de mercancías destinadas a la venta en el mercado, y en su lugar reaparecería la producción de ‘valores de uso’ destinados al uso o consumo inmediato y directo, y no para el mercado.
Quizás Marx no contempló la relación entre las categorías de socialismo y comunismo como fases donde el primero precede al segundo, pero luego del triunfo de la Revolución Rusa en 1917, bajo la conducción del partido bolchevique y de su líder Lenin, en función de los retos que esta enfrentaba para intentar construir el comunismo en el contexto de la época, este líder revolucionario subrayó que:
Teóricamente, no cabe duda de que entre el capitalismo y el comunismo existe cierto período de transición. Este período no puede dejar de reunir los rasgos o las propiedades de ambas formaciones de la economía social, no puede dejar de ser un período de lucha entre el capitalismo agonizante y el comunismo naciente; o en otras palabras: entre el capitalismo vencido, pero no aniquilado, y el comunismo ya nacido, pero muy débil aún (1919: 86).
Mucho antes que Lenin, ya Marx había advertido que con la debacle del capitalismo todavía no se está en presencia de una sociedad comunista constituida sobre su propia base, sino al contrario, “de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede” (Marx, 1875: 9), o dicho en otros términos, de la sociedad capitalista surge otro tipo de sociedad que conserva parte de sus atributos, y por tanto aún no es comunista, pero entre ambas “media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado” (Marx, 1875: 19), llamada a erigirse en clase dominante de la nueva sociedad como primer paso de la revolución obrera, que para Marx y Engels representa la conquista de la democracia (Marx y Engels, 1848-1893: 56, 57).
El tipo de democracia planteada por Marx es opuesta a la pregonada y defendida por los ideólogos liberales de la burguesía, promotores de una democracia burguesa de índole falaz, minoritaria, favorable a los privilegios de los explotadores y restrictiva a la participación activa de los explotados, permitiéndole a estos únicamente escoger a los miembros de las clases dominantes que los va a representar (Lenin, 1917: 108, 109), según se denuncia desde la perspectiva crítica de Lenin contra la concepción elitesca y meramente formal de la democracia en el capitalismo, materializada de hecho como una verdadera la dictadura de la burguesía sobre la sociedad en el sentido peyorativo que tiene ese término, no solo en el terreno político, sino también en el económico:
Pero la dictadura del proletariado, es decir, la organización de la vanguardia de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores, no puede conducir únicamente a la simple ampliación de la democracia. A la par con la enorme ampliación de la democracia, que se convierte por vez primera en democracia para los pobres, en democracia para el pueblo, y no en democracia para los ricos, la dictadura del proletariado implica una serie de restricciones impuestas a la libertad de los opresores, de los explotadores, de los capitalistas. Debemos reprimir a éstos para liberar a la humanidad de la esclavitud asalariada; hay que vencer por la fuerza su resistencia, y es evidente que allí donde hay represión hay violencia, no hay libertad ni democracia.
Democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por la fuerza, o sea, exclusión de la democracia para los explotadores, para los opresores del pueblo: he ahí la modificación que sufrirá la democracia en la transición del capitalismo al comunismo (Lenin, 1917: 110).
Por tanto, en la sociedad capitalista tenemos una democracia amputada, mezquina, falsa, una democracia solamente para los ricos, para la minoría. La dictadura del proletariado, el período de transición al comunismo, aportará por vez primera la democracia para el pueblo, para la mayoría, a la par con la necesaria represión de la minoría, de los explotadores. Sólo el comunismo puede proporcionar una democracia verdaderamente completa (Lenin, 1917: 111).
Marx no le puso denominación especial a ese período histórico para el que, por un lado, existe un Estado supeditado a la clase proletaria o dirigido por esta, y se materializa la verdadera democracia para el pueblo, por lo que el socialismo científico es necesariamente democrático, pero de igual manera la democracia se transforma en socialismo y a la vez lo requiere, siendo llevada por la revolución hasta sus últimas consecuencias (Lenin: 1917: 99, 100), dado que democracia implica igualdad no solo formal, sino de hecho en cuanto a la intervención sobre la dirección del Estado y la posesión de los medios de producción como prerrogativas política y económica, respectivamente, de todos los miembros de la sociedad, implicando la desaparición tanto de las clases sociales pues estas expresan desigualdad (Lenin, 1917: 120, 121), como del Estado pues “cuanto más intervenga todo el pueblo en la ejecución de las funciones propias del poder estatal, tanto menor es la necesidad de dicho poder” (Lenin, 1917: 65). Por otro lado, sobre el período histórico entre capitalismo y comunismo, Boron (2008: 106) acota que:
Los fundadores del materialismo histórico -y junto con ellos todo el marxismo clásico, incluyendo figuras de la talla de Lenin, Trotsky y Luxemburgo, entre otros- se equivocaron cuando supusieron que el período de transición entre el capitalismo y el comunismo (…) sería de breve duración. Y no sólo eso: también subestimaron la virulencia de la reacción adversa de las grandes potencias capitalistas, mientras que sobrestimaron la unanimidad de acción, o el internacionalismo, de los proletarios de todo el mundo, que no sólo no se unieron, como exhortaban Marx y Engels en el Manifiesto [Comunista], sino que, como lo demostró la Primera Guerra Mundial, se encolumnaron detrás de sus propias burguesías en una de las mayores carnicerías de la historia.
Estas circunstancias explican que durante la Revolución Rusa no se tuviera claro que el comunismo “no se establecería hasta que se crearan condiciones objetivas y subjetivas a través de un largo y complejo proceso histórico” dada la debilidad del comunismo naciente frente al capitalismo aún existente, y por tanto en pleno proceso revolucionario no se podía decir que aquel estuviese consolidado, resultando a la larga que se utilizara “el término socialismo, para lo que al comienzo de siglo XX, durante la revolución bolchevique, se empleaba el término comunismo” de acuerdo a Jesús Faría (2008: 13). Ante la experiencia histórica de los acontecimientos mundiales y los procesos revolucionarios posteriores a 1917, se aprecia que, tan prolongada resultaría ser la transición al comunismo, que:
la transformación comunista a escala mundial abarca un largo proceso histórico de redespliegue y desarrollo de las fuerzas productivas universales (incluye además la transformación paulatina de los países atrasados), la superación de la vieja división mundial del trabajo, la creación de una masa creciente de riqueza y bienestar a la par que la formación de un hombre nuevo (Víctor Figueroa y Ramón Sánchez, 2006: 7).
Entender al comunismo como la materialización o concreción real y dinámica del socialismo implica entender previamente a este con la profundidad requerida para su ejecución, minimizando así los errores que se puedan cometer en el intento de “tomar el cielo por asalto” y, dentro del campo revolucionario, deslindando los bandos entre los que pregonan el discurso socialista en contradicción flagrante con su propia práctica contrarrevolucionaria, y los que mantienen la coherencia praxeológica entre la teoría socialista pregonada por muchos (quienes no necesariamente la apoyan en verdad) y la práctica comunista consistente en elevar constantemente los niveles de conciencia, participación y organización del pueblo en las esferas económica, política e intelectual en función de eliminar las relaciones sociales de explotación (del tipo que sean) y todos los factores que las sustentan.
Según Silva (1982: 17-19), el socialismo científico de Marx es visto, desde la filosofía de la ciencia, como un modelo teorético ideal y simbólico (Mario Bunge, 2004: 335-338, 366-369) apoyado sobre las tendencias observables en la sociedad capitalista ya que este modelo se sustenta en la teoría marxista del socialismo, por lo que no es una interpretación de una teoría abstracta, aunque en sí mismo tal modelo es una creación mental, pese a que puede representar objetos reales que formen parte de un modelo real y existente de esa teoría, con el cual debe contarse para que sea sustento material del socialismo científico, el cual vendría dado por la formación económico-social comunista.
Como modelo teorético ideal y simbólico, el socialismo científico abarca una serie de características fundamentales que Silva (1982: 21-33) delinea en forma condensada, aclarando que tienen estrecha relación con la práctica, se fundamentan en la observación de las tendencias de las modernas sociedades desarrolladas pese a que pudieran parecer una utopía absoluta, y que él posiblemente no tomara en cuenta algún rasgo importante, pero los que expone los considera esenciales para construir una utopía concreta que oriente a los revolucionarios pese a que puedan parecer una utopía absoluta.
De tales lineamientos se desprende que el socialismo será un fenómeno mundial que, en los planos social, cultural e ideológico, requiere seres humanos cualitativamente nuevos para poder iniciarse, portadores de una conciencia o mentalidad socialista que deberá masificarse cuando se supere la distribución de bienes y servicios mediada por el dinero, lo cual se logrará mediante la abundante producción de estos gracias a un desarrollo elevado de las fuerzas productivas, para así generar suficiente riqueza que se distribuya según las necesidades de los individuos a ser satisfechas en su totalidad, deteniéndose el crecimiento económico en tal caso hasta que se vuelva a acelerar cuando las necesidades lo exijan. Otro aspecto a resaltar es que la dictadura de clase de la burguesía será enfrentada por la dictadura de clase del proletariado, y el Estado que se define por el contenido de la clase que lo domine, deberá tender a su desaparición con la desaparición de las clases mismas y será reemplazado por la autogestión de todas las fuerzas sociales.
Un elemento a ser incluido explícitamente, en la caracterización hecha por Silva del socialismo, es el de la transformación del Estado para que ya no sea útil o afín a la dictadura de la burguesía, pero sí lo sea para la dictadura del proletariado y la construcción del poder popular (como sea que se le llame en el país donde aparezca), destinado a aglutinar las fuerzas sociales e ir asumiendo las facultades del Estado en la medida que se vaya gestando su futura superación histórica, siendo necesario que el poder popular tenga presencia orgánica a nivel nacional, regional y local.
Dada la argumentación que se ha dado hasta ahora, aquí se puede plantear que la categoría socialismo a secas tiene un primer uso al traducirse como socialismo científico, o sea, como el modelo teórico que al convertirse en una realidad plenamente materializada o concretada, esta se traduce como una sociedad comunista que sustituya a la sociedad capitalista, pero el término socialismo puede tener un segundo uso no necesariamente para designar al período de transición entre capitalismo y comunismo, tal como se ha hecho hasta el momento. Si ese período no se puede llamar así, queda la interrogante del nombre con que se le puede designar con identidad propia.
Partiendo de Vitale (1981: 2), a cada período de transición entre dos formaciones económico-sociales, le puede corresponder otra diferente de las anteriores, si la preponderancia de las relaciones sociales de producción de la formación económico-social transitoria y de la que le precede es asumida por las relaciones sociales de producción de la formación económico-social que termina sustituyendo a ambas. En consecuencia, aquí se considera usar el término socialismo para adjetivar a una que surge durante la transición entre las formaciones económico-sociales capitalista y comunista, y que se caracteriza por la coexistencia transitoria de atributos propios de ambas, pero orientada a la concreción del modelo teórico del socialismo científico asumido por la conjunción de diversas fuerzas (sociales, económicas, políticas e incluso militares), nucleadas en torno a ese modelo y dirigidas por una clase trabajadora, en grado sumo libre de alienación y portadora de conciencia de clase, manteniendo ese segmento social una posición de dominio y hegemonía (tanto política como cultural o intelectual) en la sociedad a través de la lucha de clases, arrebatando el dominio detentado por la burguesía y sectores aliados suyos (tanto nacionales como internacionales), de manera tal que a la agrupación de fuerzas ya referida le permita procurar en diversos terrenos (y a nivel nacional e internacional) las condiciones objetivas y subjetivas (que sean necesarias y suficientes) conducentes a la consolidación de las relaciones comunistas de producción como dominantes frente al resto de las relaciones sociales de producción, manifestándose así “la transición socialista como formación económico-social particular en la teoría y praxis histórica” (Figueroa y Sánchez, 2008: 5), signada por una orientación revolucionaria:
que se propone escapar a la sumisión y lógicas del capital y de su ley de acumulación mediante la socialización, intervención y mando directos de las fuerzas productivas fundamentales y la reproducción ampliada por la sociedad bajo el poder político de la clase obrera en alianza con el campesinado y otras fuerzas organizadas que dominan el Estado (…) La negación del gran capital no implica el rechazo a la presencia de otras formas de producción, incluyendo al capital privado nacional e internacional. La heterogeneidad y el quién vence a quién es la base y contradicción de esta formación económica social (Figueroa y Sánchez, 2008: 12).
Desde ese punto de vista, la transición planteada en esos términos es comunismo inicial, incipiente e incompleto, contentivo de atributos económicos y sociales de su futura madurez como del viejo orden que acaba de desplazar. De alguna manera y a un nivel dado, este movimiento real debe asimilar, en todas sus etapas y estadios, ciertos rasgos económicos y sociales esenciales de comunismo para no de extraviar su trayectoria hacia el capitalismo (Figueroa, 2006: 56).
Si el socialismo científico se toma como fundamento para la transición entre el capitalismo y el comunismo, surge el problema de la transición previa entre la formación económico-social capitalista y la formación económico-social socialista, a darse en medio de la lucha de clases pues la burguesía nunca aceptará ver desplazadas, de su posición dominante, a las relaciones capitalistas de producción y su sustitución por las relaciones comunistas de producción, a las que intentará minimizar, destruir o evitar que surjan, así como buscará de impedir por diferentes vías que la clase trabajadora se posicione como clase dominante de la sociedad, siendo que esto último sólo es posible a través de una revolución socialista, tal como sostienen E. F. Borísov y otros (sf: 178-180). Otras cuestiones al respecto son estudiadas por Harnecker (1986) y planteadas por Kim Il Sung (1967).
Consideraciones finales
La transición entre relaciones sociales de producción equivale a las de modos de producción y formaciones económico-sociales de las que vienen siendo parte de sus componentes. No es una categoría exclusivamente económica, pues posee dimensiones sociales, culturales, políticas e ideológicas estrechamente interrelacionadas. No debe concebirse como un procedimiento mecánico, sino como un proceso histórico del cual no existe un esquema único, pero sí presenta tendencias generales que se manifiestan de disímiles maneras, según las condiciones objetivas y subjetivas presentes en una sociedad donde decae una formación económico-social que da paso a otra surgida de sus propias contradicciones.
Concebir el socialismo desligado del comunismo, e incluso confrontado a este, es una falacia funcional a los intereses de las clases dominantes y sus adláteres, producto de la ignorancia y la manipulación promovida a través de sus mecanismos ideológicos de dominación, entre otras taras propias de la formación económico-social capitalista, destinadas a ser superadas por la concreción de los postulados del socialismo científico como misión fundamental de la formación económico-social socialista existente en una etapa transitoria hacia la paulatina aparición de una sociedad sin clases, libre de explotación y alienación, condiciones propias de la formación económico-social comunista. Queda como tarea pendiente para los revolucionarios construir la transición entre la formación económico-social capitalista y la formación económico-social socialista.
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