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Elena Simón: Desconexiones sin conexión

Hay varios fenómenos sociales -que no particularmente individuales o casuales-, que han emergido y están extendiéndose en los últimos tiempos y que, seguramente, tienen que ver con nuestras conexiones afectivas, comunitarias, familiares, amistosas. Los seres humanos somos seres conectados a unas formas de vida, a unos grupos familiares, a un territorio, a un grupo laboral o profesional, etc…

Durante la infancia y la adolescencia ensayamos estas funciones vitales y nos vamos conectando a destinos previstos o a proyectos personales por desarrollar. Casi siempre tienen que ver con modelos cercanos aderezados de otros que nos vienen vía productos culturales, fiestas, celebraciones, tradiciones.

Pero una característica nueva de la forma de vivir, sentir, pensar e incluso actuar en la actualidad, es que está desconectada de lo que nos precede, nos sustenta y nos sirve de guía y de base de sustentación. Creo que, en gran parte, esto ocurre por el enorme auge que ha tomado la anomia como marco referencial sin referencias. Anomia es (según el DLE) “trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre” y “conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación”.

Bajo este paraguas anómico discurre gran parte de nuestras vidas, donde se han desdibujado y degradado muchos de los principios, fórmulas y objetivos de una óptima y positiva convivencia.

Las calles no deben ser el reino del más fuerte, los centros escolares territorios de competitividad y hegemonía, los hogares lugares de cohabitación sin convivencia efectiva, los lugares de trabajo puestos aislados sin verdadera comunicación, etc…

No siendo esto, estaríamos en conexión social y humana. Pero vemos que predominan ahora los mensajes mediáticos y en las redes, de personas singulares, especiales, que se diferencian de lo común y general, para elevarse por encima con un sentido enorme de exclusividad, que es lo que les concede el estatuto de triunfo o victoria. Actitudes antisociales, hechas de cachitos de particularidades salidas no se sabe de dónde. Lo contrario al sentido de ciudadanía, que contiene la idea incluyente de bien común, que me incluye a mí también, la idea de derecho y deber que viene a remplazar las de privilegio y discriminación, propias de sociedades autoritarias y excluyentes.

La cultura de las pantallas alimenta todas estas cuestiones que están regidas por la anomia: yo, en solitario, me fabrico un mundo sin normas que me molesten a mí, degrado las propuestas de bien común, invento lenguajes, situaciones, aventuras o sucesos deseados inventados. Cambio hasta mi rostro y mis gestos, hago una performance de cualquier necedad o tontuna. Sin necesidad de preparación. Si estoy al otro lado, me trago todo esto como promesa de éxito, porque sólo se traga el producto final, no el proceso.

La anomia y la carencia de conocimiento y experiencia de los procesos, está criando y educando seres humanos muy exigentes y demandantes, sin raíces, sin paciencia, sin voluntad, con caprichos y deseos irrefrenables, con la convicción de que son derechos de su persona, aunque colisionen con derechos de otras personas.

El problema más grave, a mi entender, es que todo esto es incompatible con los aprendizajes de todo tipo, que requieren de tiempo, método, repetición, voluntad, atención. Para llegar a conocer algo y manejarlo con destreza, hay que cumplir el paso por estos peldaños. Los niños, niñas y jóvenes pegados a las pantallas no pueden tener estas experiencias de aprendizaje. Les parece que todo es automático, les abona el narcisismo espontáneo, les presenta un mundo exógeno lleno de facilidades y resultados mágicos e inmediatos.

Difícil que estas generaciones encajen con la educación reglada o la educación familiar, que contienen necesariamente normas de funcionamiento, para que se sustenten con solvencia y dignidad. Si la mayor parte de niños, niñas y jóvenes exigen horarios a su medida para dormir, comer, salir, entrar, estar, colaborar,.., asignaturas atractivas y evaluaciones excepcionales (eso no me gusta), comidas y alimentos a la carta , estímulos continuos en sus aprendizajes para la vida, amistades virtuales, conexiones continuas que desconectan del entorno material, imágenes que lo explican todo en un instante, audiovisuales vertiginosos llenos de ruidos y efectos especiales donde no logras saber lo que ocurre, y modelos de influencers youtubers de los que no saben más que lo que presentan frente a la pantalla. Si la verdad vale menos que la mentira y un corte de pelo o un maquillaje cotiza en el mercado del éxito virtual y económico…. ¿cómo seguimos esperando que las niñas, niños y adolescentes puedan progresar en aprendizajes escolares o familiares?

Decimos que la escuela está obsoleta y en gran parte es verdad. Que en ella faltan recursos materiales y personal con buena formación para una profesión tan difícil. Que los métodos están anticuados. Que las administraciones educativas no tienen un interés especial en mejorar los planes de estudios, que las pedagogías quedan en los departamentos universitarios .

Todo eso es cierto y verdad. Pero quién educará a quienes educan?

Unas generaciones analógicas que tienen que educar a varias generaciones digitales lo tienen difícil, aunque siempre siempre creeremos que cuando se quiere se puede.

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Confinar, recluir, enclaustrar

Por: Elena Simón

El estado de alarma y el confinamiento que ha venido con él, ha dejado muchas cosas importantes fuera del foco de preocupación de administraciones y sistema educativo. Entre ellas, también, la resolución pacífica de conflictos, teorías y prácticas de cuidados y corresponsabilidad, orientación escolar no sexista, los talleres de Igualdad o la prevención de violencia de género.

Quienes me leen con asiduidad saben que soy muy partidaria de explicar con metáforas los acontecimientos y sucesos, incluso los sentimientos y emociones.

En el estado de alarma en el que estamos, yo siento que mi razón, mi alma y mis sentimientos también están recluidos dentro de una cápsula, esperando oportunidades para ir saliendo. Quizás en esto me parezca al virus coronado, que es oportunista también. Por eso siento que las cuestiones políticas y sociales se están arrinconando en favor de las sanitarias y económicas. Los seres humanos somos pluridimensionales y la salud no sólo es la física sino, como dijo la OMS, ¡ya en 1948! “la salud es un completo estado de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.

Aparte de las afecciones, enfermedades y muertes producidas por el coronavirus, podríamos apreciar que ahora mismo estamos muy mal de salud psicológica y social. Y, quizás también de salud física, porque padecemos miedo, incertidumbre y flojera mental, porque se nos han disuelto nuestros hábitos sociales de relación, porque sentimos mordazas, cadenas y esposas que atenazan nuestras palabras, voluntades y movimientos, porque estamos en estado de reclusión y ni siquiera ya podemos hablar de otras cosas que no sean “éstas”. Se nos están secando los cerebros y las acciones que emprendemos no pasan de ser “peliculeras”, momentáneas, evanescentes y casi, casi sin consecuencias.

El mundo necesita seres humanos completos, sanos, libres e iguales para poder dar pasos adelante en la justicia y el bienestar y precisamente ahora es lo que se nos está limitando y retrayendo. No podemos estar bien -que es la pregunta más repetida en nuestras comunicaciones telefónicas o por redes- porque no tenemos salud y como no tenemos salud tenemos malestares.

Estos malestares también son sociales y colectivos. Por ejemplo: el limitar la educación a unas sesiones lectivas online frente a una pantalla priva de la mayor parte de conocimientos y habilidades que deben adquirirse en la escuela: las relaciones humanas y la resolución de sus conflictos; la interacción intergeneracional e intrageneracional; las acciones y planes culturales intraescolares o extraescolares; el compartir y socializarse en pistas deportivas, comedores y cafeterías, patios y aulas. El ir, venir y permanecer una gran parte del día en un colegio o instituto, uno de los espacios públicos y sociales que se han inventado los últimos siglos para toda la población, tenga o no tenga en su entorno familiar buen trato, ambiente, afecto u oportunidades.

El no disfrute de todo esto puede ser muy eficaz y desde luego imprescindible como mal menor o como bien mayor, si lo comparamos con la interrupción absoluta de las actividades académicas y escolares, formales y no formales, que tendrían que haberse decretado, como parte del confinamiento, aislamiento y limitación de bienes y servicios por mor de la salud colectiva.

Pero todo esto también tiene sus derivas más ocultas: los programas y talleres de formación y aprendizaje complementario se interrumpen de golpe, porque no están en la “centralidad” del currículo obligatorio, evaluable, examinable y medible a través de calificaciones más o menos convencionales.

En esta dirección podemos avistar la ausencia absoluta de todo aquello que, siendo necesario para la vida personal y ciudadana de calidad, no se halla aún contemplado en los planes de estudios contenidos en los currículos oficiales.
Entre toda esta colección de supresiones, se hallaban los talleres de Igualdad, prevención de violencia de género, resolución pacífica de conflictos, teorías y prácticas de cuidados y corresponsabilidad, orientación escolar no sexista, juegos, semanas culturales o conmemoraciones coeducativas. Simplemente, no se realizan. Y también está detenida la ejecución de planes de igualdad y proyectos de innovación coeducativa.

Esto es sólo un pequeño ejemplo de la falta de salud que padecemos. Si las niñas, niños y adolescentes de estos tiempos ya tienen muchas características narcisistas y exigentes con el cumplimiento inmediato de sus necesidades y deseos, así como una invitación mediática continua a que se aficionen a algo de forma extrema, para tener asegurada una nueva clientela, aquí tenemos el caldo de cultivo adecuado para que florezcan todas estas actitudes y “valores” para nuestra población infantil y juvenil.

Aunque cueste levantarse cada día para ir a la escuela o al instituto ¡Qué suerte poder y tener que ir cada día a la escuela o al instituto!

El estado de reclusión nos ha privado de tanta cosa, que nos sentimos mal y en peligro de sentirnos aún peor por contagio.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/05/12/confinar-recluir-enclaustrar/

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El feminismo y el ruido mediático

Elena Simon

En torno al mes de marzo solemos tener profusión de noticias, reportajes y otros trabajos periodísticos que nos informan de la situación de las mujeres: aportan estadísticas, entrevistas, resultados de estudios o trabajos de investigación o simples opiniones de la ciudadanía.

Bienvenida sea toda información relacionada con las mujeres y lo que nos ocurre, porque el mes de marzo –y el día 8 en concreto– sirve precisamente para recordar al mundo que la mitad larga de su población tiene desigual consideración, trato, oportunidades y condiciones de vida, respecto de sus iguales varones. Por eso es una fecha reivindicativa –como lo fue siempre desde sus inicios sindicalistas de clase hace ya más de un siglo– y no debemos contribuir a que sea una fecha festiva, como si de una simple celebración se tratara.

De estas observaciones se deriva que el sexismo es un lastre que arrastran todas las sociedades del mundo hasta la fecha y visulizar sus consecuencias puede y debe contribuir a mejorar la situación y a abolir toda forma de abuso, maltrato, discriminación o inferiorización basada en la condición de mujer.

Ello nos afecta a todas las terrícolas aunque, por supuesto, en una medida muy distinta. No tenemos la misma intensidad discriminatoria en países democráticos que en otros basados en leyes y normas consuetudinarias y/o religiosas inamovibles, tradicionales y dogmáticas y el mes de marzo sirve para hacerlo saber.

Bien es verdad que los medios de comunicación, escritos, audiovisuales o digitales, junto con las redes sociales y los canales de vídeo, marcan la agenda del interés informativo: unas veces silencian, otras maltratan, otras ensalzan, reiteran, hablan por hablar, etc. Y es curioso que hasta hace simplemente dos años, el 8 de marzo era informado casi en exclusiva por el número de manifestantes y de incidentes. Y, sin embargo, desde el 8 de marzo de 2018, vemos una enorme cantidad de referencias a lo que concierne a las mujeres. También lo hemos observado en la multiplicación de producciones culturales, como cuentos infantiles, estudios universitarios, cortos, series, películas, obras de divulgación feminista, charlas, talleres, debates públicos y acciones.

Desde el feminismo se trabaja a fondo y desde hace tres siglos, al menos. Y como las feministas están en poco número pero diseminadas en cualquier espacio visible o no, por eso van proliferando todas estas acciones que dan a conocer lo que las mujeres hemos hecho y lo que hacemos, dónde estamos y dónde no, qué nos desiguala respecto a los varones, etc…

Pero ya sabemos que todo lo que conoce una amplia y repentina expansión, se sustenta sobre bases frágiles, que pueden escorarse hasta caer. También sabemos que estos fenómenos tienen el riesgo de morir de éxito.

Pues bien, con el feminismo mediático ha ocurrido y ocurre algo semejante. Cualquier persona que se declara feminista a través de un vídeo en internet, de un foro virtual de debate o en un discurso institucional que le pasan por escrito, puede no saber exactamente las implicaciones y responsabilidades que ello conlleva; divulgamos y vulgarizamos el término y no miramos el concepto. Probablemente si preguntáramos a estas gentes : Y ¿qué significa feminismo? Nos darían respuestas tan divergentes e, incluso, incompatibles, que contribuirían a la ceremonia de la confusión, tan de moda.

Por eso hablo en el título del ruido mediático. Basta con un eslogan, una camiseta, un selfie grupal, un vídeo brindando, etc… para cumplir con la moda de declararse feminista, tanto mujeres como hombres (en menor medida).

Pero esta apariencia, como casi todas, engañan. Hoy en día mucho más, por la facilidad que existe para divulgar algo y su contrario como igualmente válido y, eso, apoyado en la cacareada libertad de expresión. Si yo me declaro feminista y tú también, aunque para mí el feminsimo sea un compromiso ideológico y vital y para ti un simple postureo, una máscara o un disfraz, que se quita y que se pone o que se pone sin saber qué significa, si esto ocurre, estamos construyendo una especie de feminismo de moda, superficial y aparente que impide profundizar en su trascendencia.

Para terminar daré unas pinceladas para situarnos en el camino feminista que continuará abriendo puertas a mujeres que las tienen cerradas, ampliando oportunidades, construyendo alianzas y destruyendo rivalidades, dando modelos nuevos para los proyectos de vida de niñas, jóvenes y adultas, para mujeres de aquí y de allá, de toda clase y condición.

  • Pensar en “nosotras”, como sujetos políticos de cambio hacia la justicia.
  • Formarnos e informarnos para no creernos acríticamente lo primero que se nos dice, sin contrastar. Sospechar de los tan frecuentes datos descontextualizados y del “dicen”.
  • Intentar cambiar nosotras mismas y nuestro entorno (amistoso, profesional, vecinal, familiar)
  • Introducir una forma de ver el mundo que nos permita mirar las desigualdades que vemos a simple vista y no negarlas, para poder actuar en favor de la Igualdad.

Este es un mini programa que nos permitirá llamarnos feministas con fundamento y que, evidentemente, implica un compromiso responsable con lo que se dice que se piensa.

El ruido impide la pausada y serena reflexión y dificulta en extremo el posicionamiento, sobre todo cuando tienes continuos incentivos para agitarte entre algo y su contrario a ver dónde te quedas.

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Fuente; https://eldiariodelaeducacion.com/2020/03/02/el-feminismo-y-el-ruido-mediatico/

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Campaña tras campaña

Por: Elena Simón

Un año más la Navidad nos trae una campaña cargada de sexismo, cuando no de machismo, en sus propuestas para niñas, niños y jóvenes. Muy chocante en un momento como el actual, en el siglo XXI, de plena lucha de las mujeres por la igualdad.

Nos referimos, claro está por las fechas de diciembre, a la campaña del juguete y del regalo de Navidad.

Y, estamos ya algo impacientes. Porque son repetitivas y ni siquiera reflejan los cambios visibles que se han operado en la sociedad española en los años que llevamos de siglo XXI. Ya sabemos que desde el feminismo hay que tener paciencia, pero también esta se acaba. Cierto y verdad es que hemos conseguido con nuestra vindicación continua e insistente que muchas leyes y normas cambiasen. Es cierto también que la paciencia ha tenido sus recompensas.
Pero no deja de ser chocante que, aun teniendo leyes que tienen preceptos para eliminar el sexismo, siguen los medios de comunicación, las casas comerciales, las marcas, el marketing y las redes sociales, bombardeando sexismo 24 horas, con las propuestas de compras que activan el deseo –que no la necesidad– de poseer algo que viene envuelto en rosa o en azul.

Es sorprendente que se gaste tanto dinero y tan poca creatividad en poner al día estéticas masculinizantes y feminizantes llevadas al extremo. Que pueden quedar muy llamativas pero que, sin duda, emanan de los prejuicios que sobre los hombres como tales y las mujeres como tales permanecen y que alientan actitudes misóginas y sexistas e, incluso, machistas.

Las imágenes y mensajes de poderío sexual muy diferenciado por sexos. La seducida-seductora y el conquistador-deseante. En los mensajes para la infancia: la belleza-ayuda y la blandenguería-segundo plano para ellas y para ellos los superpoderes y la acción, la exploración y la conquista.

Es casi imposible ver a niñas y niños, a jóvenes de ambos sexos y a personas adultas mujeres y hombres tener los mismos gustos e inclinaciones a la hora de elegir o desear una prenda, un adorno, un juego, un aroma, un producto de cosmética o de aseo personal. ¿Tan difícil es presentar a mujeres y hombres, niñas y niños participando de las mismas actividades? ¿Tanto vende lo pasado de moda, lo vintage en lo humano, que hay que representar continuamente la división sexual y la complementariedad de los sexos, en los gustos, entretenimientos, diversiones, consumos, etc…?

En una sociedad que permite con normalidad que niñas y niños juntos vayan a la escuela, salgan, entren, vayan de fiesta, de excursión o de actividades varias y que, además, colaboren en múltiples aspectos, es bastante insólito que, sin embargo, fomente mundos separados para ellas y para ellos.

Así es difícil que ellas y ellos se imaginen en un proyecto de vida elegido y sin connotaciones de género azul o rosa.
Estamos perdiendo oportunidades para que los cambios en los roles y en los estereotipos se produzcan más rápidamente que hasta ahora, porque ello será garantía de unas relaciones entre los sexos que no pongan por delante la jerarquía y la desigualdad de trato y de condiciones entre unas y otros. También podremos ver con estos cambios, que se aproxima el final de las relaciones de poder desiguales y de la violencia y el abuso contra las mujeres.

Parece que se nos está echando el tiempo encima por no actuar. Al igual que con el cambio climático, no vale mirar para otro lado o, lo que es peor, negar estas injusticias causadas por desigualdades ancestrales y puestas al día en cada generación.

Cuando las feministas sacamos algo del olvido y reivindicamos un “basta ya”, lo estamos haciendo con una voz colectiva para lograr una mejora en la vida de todas las personas, sean mujeres u hombres.

La igualdad ha de estar hecha de reciprocidad, bienes, tareas y objetivos comunes, colaboración y un amor que signifique respeto y reconocimiento. En la casa, en la calle, en la fiesta, en el transporte, en los lugares de trabajo.

¿Imaginan Uds. anuncios, series, películas, dibujos, narraciones y modelos que no presentaran a la humanidad como partida por la mitad? ¿Por qué una cierta estética ha de ser patrimonio sólo de unos o de otras?

A ver si en las próximas Navidades asistimos a un cambio de paradigma que, además, sería más rentable: en vez de dirigirse a la mitad del público, se dirigiría al doble. Así de simple. Esta responsabilidad corresponde a todos los agentes de socialización y, en ello, los productos culturales ocupan un lugar de privilegio.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/12/11/campana-tras-campana/

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De lo impensable a lo real

Por: Elena Simón

Ojalá las administraciones educativas y quienes legislan comprendan la urgencia y rentabilidad social de la coeducación y empeñen en ella los recursos necesarios, humanos y materiales.

Todos los logros que el movimiento feminista ha conseguido para las mujeres, en cuanto a derechos de ciudadanía ya normalizados para todas, tuvieron épocas previas en que se consideraban impensables. Casi todo lo que en un momento dado era inimaginable pasó por un camino lleno de escollos y dificultades, que se iban despejando a medida que se intensificaba la presión, aumentaba el número de voces a favor y escritos vindicadores y el discurso iba convirtiéndose en “una cuestión de justicia” y acababa cayendo por su peso. El peso de tantos y tantos esfuerzos y presiones, jalonado de ridiculizaciones, ninguneos y ataques directos contra la dignidad y la libertad de pensamiento y de acción de muchas.

Cuando han transcurrido una o dos generaciones al menos y los caminos se han allanado, revierte la percepción y lo que fue impensable, ahora se muestra como impensable lo contrario. El proceso que se ha seguido responde a esta secuencia: Impensable-Imposible-Posible-Probable-Legal-Real.

El tema de la educación y las inteligencias múltiples de las mujeres es uno de los mejores ejemplos y hoy lo elijo porque diviso en el horizonte algunos nubarrones que podrían enredar un logro fundamental para que las mujeres hayamos podido cambiar nuestro destino preescrito por una cierta elección de un proyecto de vida propio. Sin estudios y con la inteligencia aplastada y aleccionada por los prejuicios, difícilmente habríamos evolucionado, ni las mujeres ni las sociedades en las que vivimos.

Vayamos un poco hacia atrás. De las mujeres se dijeron muchas mentiras “científicas”, creídas sin rechistar, como por ejemplo: que no teníamos inteligencia teórica y especulativa sino sólo práctica, que no nos interesaba más que lo pequeño y cotidiano, que no éramos aptas para la imparcialidad, que sólo deseábamos pescar un buen marido que sustituyera todo lo que no habíamos aprendido, que los asuntos públicos y del bien común no eran de nuestro agrado ni de nuestra incumbencia, que invertir en nuestra educación era un derroche de tiempo y dinero. De esta larga época –de la que hay vestigios en muchas sociedades del mundo– queda una frase repetida hasta la saciedad: “La niña, ¿estudiar? ¿para qué?”.

Pero, gracias a las presiones repetidísimas y a la voluntad férrea de muchas feministas, hoy todas podemos acceder a estos bienes inmateriales derivados del acceso al conocimiento. Era impensable que las mujeres poblaran la Universidad y los centros de investigación. Impensable, que luego fue imposible, más tarde posible, luego… probable, y legal/real. Al final del siglo XIX van desapareciendo las prohibiciones de estudios superiores para las estudiantes de un buen número de países del mundo. En España se levantó la prohibición definitivamente en 1910. Y ahora sería impensable que las niñas, las chicas y las mujeres no estuviéramos en los sistemas educativos de todos los niveles.

Luego se abrió otro largo camino: conseguir que las niñas y los niños pudieran ir a los mismos colegios, tener los mismos currícula y el mismo profesorado. Impensable al principio por dos motivos prejuiciosos: que no teníamos el mismo ritmo de aprendizaje que los varones ni las mismas cualidades intelectuales y que la escuela mixta podía inducir a la promiscuidad sexual temprana. Estos prejuicios sobreviven a la evidencia en la actualidad, por quienes defienden y consiguen la escuela segregada. Parece impensable aún para algunas entidades educativas de tinte religioso y hablan de “educación diferenciada”, basándose en los prejuicios antes nombrados.

Pero la evidencia a la que me refería es que casi la totalidad de centros educativos son mixtos. Si preguntamos a alumnas y alumnos actuales, no les cabe en la cabeza que casi todos los centros fueran separados no hace tanto. También pasó del impensable al imposible, al posible, al probable y finalmente al real/legal. En España se declara la obligatoriedad de la escuela mixta para todos los centros sostenidos con fondos públicos en 1985.

Y ahora nos enfrentamos a una nueva etapa ¿impensable también? Me refiero a la coeducación, que deberá cambiar el currículo sustancialmente para incluir la obra humana de las mujeres: reproductiva, creativa y productiva, así como un lenguaje reformado que sea incluyente y específico de lo femenino y de las mujeres, así como educación sexual, democrática para la ciudadanía y física sin discriminación.

Creo sinceramente que esta propuesta no es impensable, ni siquiera imposible. Pero todavía se halla lejos de ser real, es decir: que toda niña y niño reciba enseñanzas respecto a la igualdad a lo largo de su escolaridad.

Si observamos las resistencias y reacciones contra muchas propuestas de este tipo, veremos que se pretende interrumpir el proceso y dejar la coeducación en estado de imposible, para que no pase de ahí. El caso más llamativo es la denuncia interpuesta contra el programa Skolae del Gobierno navarro. Desde la década de 1980, en que se empezaron a hablar y a practicar pequeñas y numerosas experiencias coeducativas, hasta el presente, seguimos en la etapa entre lo imposible y lo probable.

Ojalá las administraciones educativas y quienes legislan comprendan la urgencia y rentabilidad social de la coeducación y empeñen en ella los recursos necesarios, humanos y materiales.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/11/05/de-lo-impensable-a-lo-real/

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La igualdad allá, en el horizonte

Por: Elena Simón

No es de recibo que la igualdad siga sin aprenderse en la escuela y que, por el contrario, la desigualdad siga patente (en el currículo formal) o latente (en el currículo oculto).

De los tres principios que rigen las democracias modernas –y vigentes aún, en cierto modo– es el de la Libertad el que se enarbola continuamente, para justificar que en las democracias la suerte que corremos cada persona (con derechos y deberes) es producto de la voluntad, habilidad y empeño personales, así es que lo que te vaya bien a ti te lo achacaremos en exclusiva y lo que te vaya mal, también.

Da la impresión de que la falta de recursos y oportunidades nos la hemos buscado. Ello nos convierte en mayorías desempoderadas, mientras las minorías poderosas fomentan el acopio de ganancias, tanto materiales como simbólicas, empobreciendo así a las mayorías. El principio de Igualdad no interesa lo más mínimo a quienes disfrutan del poder, aunque éste sea nimio. En la actualidad tenemos un retrato fehaciente de esta última frase: cuando se vota debemos creer que nuestro voto irá a parar a quien marcamos en la papeleta para que gobierne en nuestro nombre y nos represente con arreglo a lo que votamos. Pero ya sabemos que no es así: que todo depende de los juegos de tronos a donde vayan a parar nuestros votos. Y, puede ser que nuestro propio voto no nos represente a la hora de la verdad.

Pero aquí hablamos de escuela, de sistema educativo universal y obligatorio, de un deber derivado del derecho a la igualdad, que debía ser equitativo, crítico e imparcial, para que el derecho pudiera beneficiar al conjunto y a cada persona en particular.

Pero esto, en realidad, es un relato de igualdad formal: acceso y permanencia en el sistema educativo. Cuando profundizamos un poco y ampliamos la mirada, enseguida podemos ver los vacíos, las contradicciones, los déficits, los obstáculos. No todo el alumnado con derecho a la educación recibe una educación con derechos, equidad y solidaridad. Algunos sectores minoritarios se llevan la parte del león y las mayorías: migajas. Normalmente estos grupos con privilegios provienen de clases sociales acaparadoras de los bienes comunes. Lo que observamos es que el gran pedazo de tarta va desapareciendo engullido por quienes se creen con mayor derecho.

La escuela pública y sostenida con fondos públicos no se pensó para acrisolar desigualdades sino justamente para lo contrario: para neutralizarlas, paliarlas y poder ir superándolas y anulándolas. Durante un corto tiempo fue así: la escuela era lo único que podía igualar a nuestra gente joven, a través de los aprendizajes y la interacción entre personas de distintas procedencias y situaciones personales.

Así es que lo que más está fallando es la igualdad, arrinconada incluso como algo no deseable y que puede esperar, sin consecuencias. La igualdad hay que construirla, porque no venimos de ella y, frecuentemente, hay que construirla con acciones compensatorias que traten diferente a lo desigual, poniendo más esfuerzo en las personas o los grupos que han sido tratados de forma discriminatoria.

Aunque no parezca a simple vista, las niñas y las jóvenes son tratadas de forma desigual a la baja, por aplicación de los principios androcéntricos de igualitarismo: olvidemos la desigualdad y partamos de un punto (inexistente) común y así podemos creer que la carrera empieza en una misma línea de salida, sin rémoras.

Las acciones compensatorias no sólo deben aplicarse a los colectivos o personas con necesidades educativas especiales, ni a quienes proceden de otros lugares del mundo, con lenguas o religiones distintas. Todavía son minorías y constituyen particularismos, merecedores de los mismos derechos educativos.

El caso de las niñas, de las jóvenes y de las mujeres es bien distinto: constituimos la mitad de la población mundial y en todos los lugares del mundo. ¿Será por esto que las políticas de igualdad entre mujeres y hombres están costando tanto en implantarse y generalizarse a nivel formal y real? Este tipo de igualdad le afecta a toda la población –la escolarizada también– y quizás sea esta una de las razones más potentes que nos expliquen su retraso y hechos reaccionarios, que muestran su resistencia por doquier.

La escuela es para todas y todos y debe rediseñarse para que sirva a todas y a todos, sin desigualdad de trato ni de condiciones. Porque hasta ahora los currícula no contemplan la obra humana de las mujeres ni está normalizado un lenguaje de buen trato y justicia, que acabe con el simbólico de que los hombres poseen mayor capital de representación, autoría y presencia hacedora y que, por tanto, son superiores.

Como no es así hasta la fecha, las niñas están derivando cada vez más hacia sectores típicamente “femeninos”, relacionados con la imagen, la estética, la moda, los cuidados, las tareas auxiliares. Donde se ven triunfando gracias a las redes sociales. Se presentan y venden modelos juveniles femeninos supersexualizados y aliñados con raciones de “maldad” y de rivalidad, así como de violencia. Y que nunca falte la exaltación de la maternidad y de la ayuda. Todo esto se vende bien gracias a sofisticadas técnicas de marketing, que crean deseos y expectativas alcanzables o inalcanzables, pero presentados como si fueran una meta coincidente.

Por lo menos en la escuela habrían de tener modelos múltiples de mujeres, presentadas en sus diversos contextos y realizando múltiples tareas, para que puedan mirarse en espejos que las reflejen en positivo.

La coeducación es la fórmula: descubrir el sexismo y el androcentrismo, neutralizarlos, nombrar el mundo de manera justa para así compensar las desigualdades de representación y de reconocimiento. No es de recibo que la igualdad siga sin aprenderse en la escuela y que, por el contrario, la desigualdad siga patente (en el currículo formal) o latente (en el currículo oculto) pero, en cualquier caso, normalizada.

Acerquemos la Igualdad que está esperando en el horizonte como objetivo, seamos agentes activistas de la misma. La mejor herencia educativa que podemos dejar en el presente y para futuras generaciones.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/10/09/la-igualdad-alla-en-el-horizonte/

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La lógica sexista que no para

Por: Elena Simón

Son urgentes modelos humanos positivos, originales, satisfactorios, no dicotómicos, no jerárquicos, no sexistas, compatibles, para que nuestras chicas y chicos puedan educarse, crecer y ganar para sus vidas el valor de lo humano sin servidumbres de género.

La lógica sexista está instalada en redes ocultas y visibles, materiales y virtuales y, en numerosas ocasiones, pasa desapercibida porque se disfraza de “orden natural de las cosas”. Para neutralizarla, contrarrestarla y conseguir hacerla desaparecer, es menester aunar muchas voluntades y muchos esfuerzos en la misma dirección. En gran parte, esos caminos están iniciados pero no acaban de confluir por la enorme cantidad de obstáculos que encuentran a su paso, que interceptan el buen desarrollo y funcionamiento de este cambio cultural y social de enormes dimensiones. Todo lo humano que se achaque al orden natural de las cosas tiene una intencionalidad clara o confusa de hacer creer a las personas –al mayor número posible– que las jerarquías e injusticias tienen base natural convertida en material de forma indiscutible.

Así fue y así es con el orden feudal, el racial, el clasista y, por supuesto, con el orden de sexo-género. Presentando estos sistemas de dominación e injusticia como naturalmente derivados de las diferencias, se consigue inferiorizar a quienes han de sufrirlos (las inmensas mayorías) y superiorizar a quienes han de disfrutarlo (las inmensas minorías privilegiadas y dominantes).

Actualmente todo esto sigue vigente pero oculto tras discursos de humanidad y democracia, donde se presenta la igualdad, la libertad y la justicia como patrimonio de cualquier ser humano y, sin embargo, se toleran y propician por otros lugares muchas formas de opresión que se dejan de nombrar y se disfrazan de cualquier cosa. El lobo se viste de abuelita.

Estamos en una cultura narcisista que exalta los valores de la excelencia, el éxito, la popularidad y la felicidad, reservándola a minorías atrevidas y abusadoras que practican valores no demócráticos, hacen confundir derechos con privilegios y le dan a los deseos carácter mágico y surrealista. “Si tienes un sueño, se te cumplirá”. Estos mensajes aparecen de forma machacona por doquier, haciendo creer y desear que te ocurra o no te ocurra a ti lo que no le ocurre a nadie o le ocurre a todo el mundo. La cultura de los “me gusta” es el espejismo más despiadado y engañoso con el que un enorme porcentaje de la población convive y vive.

Entre estas falacias representadas de continuo -también en los medios de comunicación más convencionales- está la imagen de éxito. Los concursos, campeonatos, certámenes, etc… nos lo muestra posible para todo el mundo, al alcance de cualquiera. Y, por tanto, en tu mano está el alcanzar fama, dinero o éxito.

Lo que también ocurre es que las expectativas y los mensajes tienen altas cotas y sesgos sexistas, son diferenciales y divergentes en los mensajes de género. Los sueños de chicas y chicos se muestran en cada generación como no coincidentes ni compatibles. Y, por ello, se repone continuamente la idea de la complementariedad, cuando las realidades la descoloca.

Este es el caso de las persistentes imágenes de las mujeres puestas al día: bellas pero asexuales, amables, sonrientes, cariñosas, abnegadas, útiles, disponibles, mediadoras, listas, ocupadas en hacer la vida fácil a otros y otras. Pero también tienen que aparecer las dicotomías para aderezar el asunto: las perversas seductoras que abducen la voluntad de los hombres en su propio beneficio. En suma: brujas, madastras, hadas, princesas o cenicientas actualizadas y con looks de moda. En este momento este es el espectro para que las chicas elijan. Pequeños tintes de mujeres autónomas y asertivas decoran la escena para que no se diga y se haga creer que el sexismo es cosa del pasado, para que no se desarrollen mecanismos de oposición y resistencia.

Para los chicos, los mensajes de género, junto con la masculinidad triunfadora y feliz se han exhacerbado. La fuerza representada en los cuerpos musculados, en los deportes de riesgo, en las figuras mediáticas repetidas hasta el hastío. El dinero como muestra de triunfo y de posesión sobre las cosas y personas (sobre todo de las mujeres) y el poder de inventiva, de creatividad, de emprendimiento, como patrimonio masculino por excelencia. Todo ello muy reforzado por las maniobras fratriarcales que aparecen en los medios continuamente, donde ellos se miden sin interferencias femeninas. Las mujeres están en sus vidas pero no a su lado visible, a veces como trofeos, a veces como demasiado maravillosas, a veces como controladoras y pesadas, a veces como adornos.

Las chicas queriendo triunfar con sus rasgos de belleza y aceptación y los chicos imaginándose superhéroes que salvan el mundo a costa de lo que sea, de su propia humanidad y su propia vida.

Son urgentes modelos humanos positivos, originales, satisfactorios, no dicotómicos, no jerárquicos, no sexistas, compatibles, para que nuestras chicas y chicos puedan educarse, crecer y ganar para sus vidas un valor añadido: el de lo humano de nueva planta, sin servidumbres de género.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/06/19/la-logica-sexista-que-no-para/

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