Revolucionar las aulas de la escuela secundaria para sentirnos libres

Por: Felipe Foschini y Matias Busi

Muchos ojos observando cómo los jóvenes se transforman en alumnos (“sin luz”). Cómo, a modo de producción en masa, se ubican enfilados en cada aula los pibes que tienen que obedecer para ser alguien.

Los chicos que concurren a los colegios secundarios resisten a la observación constante y sistemática de las autoridades de las instituciones, que controlan por un lado el comportamiento del alumnado y por otro la actividad de aquél que transmite el “conocimiento”, es decir, el docente.

La idea del control fue desarrollada por Michel Foucault mediante los conceptos de “panóptico” y “microfísica del poder”. En su obra Vigilar y castigar explica, entre otras cosas, cómo los modelos de construcción de cárceles se aplican a varias instituciones, tales como escuelas, hospitales o fábricas. Este diseño se basa en la permanente vigilancia sobre los sujetos presentes en cada establecimiento, y en generar la sensación en éstos de estar constantemente bajo observación.

Mediante este planteo, Foucault determina que las instituciones ya mencionadas son aparatos que transforman a los individuos en mercancías afines al sistema capitalista, generando en ellos obediencia y subordinación.

El caso particular que queremos tratar acá es el de la resistencia de los alumnos de sexto año a la observación sistemática que brindan la disposición de las aulas y los ventanales que las exponen. Colocando láminas en los vidrios, evitan que se vea desde el pasillo lo que ocurre en el salón. Frente a esto, los directivos suelen arrancar los papeles, y de esta forma se genera una ida y vuelta de accionar.

La vigilancia silenciosa

Pero supongamos que todos los ventanales están tapados, que ninguna autoridad tiene sus ojos sobre los pibes y que ningún profesor castiga a sus alumnos por desobediencia. ¿Dejaríamos entonces de estar atrapados?

Esta pregunta nos lleva a analizar la problemática más profundamente: los chicos no solamente se ven subordinados por la vigilancia física, sino también por otros agentes como redes sociales, prejuicios, estereotipos.

No dejaríamos de ser obedientes al sistema. La gran mayoría seguiría sacando el celular para revisar mensajes carentes de emoción y carnalidad, seguiríamos juzgando a una mujer por ser libre, a un chico por ser amante de la lectura, o a alguien por ser homosexual, continuaríamos tratando a las empleadas auxiliares como mucamas que deben arreglar nuestro desorden, mientras solo algunos pocos sienten que pueden ser sus madres trabajando para un patrón.

Nosotros mismos nos vigilaríamos y castigaríamos, porque las estructuras anteriormente nombradas, sumadas a los valores transmitidos por la educación familiar, por los programas de Disney, la Iglesia y las instituciones educativas ya nos grabaron el disco duro con los valores de “la normalidad y el acatamiento”.

Desde que comienza el secundario, cada mente espera con ansias el sagrado viaje a Bariloche, y al llegar el último año todas las energías de los estudiantes, que también podrían usarse para mejorar las cosas, se vuelcan totalmente en romperse la cabeza con la joda y el alcohol y, tal vez inconscientemente, en confrontar a las autoridades, las cuales durante todo el transcurso escolar se empeñaron en moldearnos hacia la obediencia.

Las instituciones

Como se nombró previamente, a lo largo de la historia diversas instituciones impusieron sistemáticamente los patrones de comportamiento sobre la sociedad para establecer la dominación.

Las más identificables de los últimos siglos son la Iglesia, la familia, la escuela y el Estado. Todas, con sus respectivas diferencias de accionar, determinaron y determinan cómo deben comportarse los individuos en cuanto a su sexualidad, ideología, rol social, rol laboral, etc.

Por ejemplo, la familia comienza este proceso desde el nacimiento determinando roles. A las niñas se les entregan objetos rosas, muñecas, cocinas y habitaciones de juguete, ropa con flores; mientras que los niños reciben pelotas de fútbol, ropa azul o celeste, autitos y armas.

A partir del jardín esta diferenciación se agrava, cuando maestros y maestras dejan bien claro cómo se comporta “un verdadero chico” y “una verdadera chica”.

Ya en la primaria comienzan a establecerse los valores culturales y sociales según la historia escrita por los vencedores. Se tocan los temas de “normalidad” en cuanto a los roles sexuales (heteronormatividad), acompañados muchas veces por la incidencia religiosa, que califica como herejía cualquier comportamiento que se salga de la regla.

A su vez esta institución difunde a lo largo de generaciones las ideas de inferioridad femenina, el rol de parto y de madre obligado y la subordinación a lo “masculino”.
También, en su constante actividad misógina, la Iglesia aparece reiteradas veces influyendo en cuestiones que competen al Estado, tomando protagonismo en temáticas como la legalización del aborto, que en Argentina deja 300 mujeres muertas en situación de clandestinidad al año. Al mismo tiempo en temas relacionados a las drogas, derechos de educación sexual integral, racismo, xenofobia y hasta, en algunos casos, los programas escolares.

Para reflexionar

Para continuar con lo que venimos hablando, consideramos que hay dos frases que están en boca de muchos, jóvenes y adultos, estudiantes y docentes, aunque de manera inconsciente. Una de ellas es “me voy a quedar libre”, refiriendo al miedo de tener que rendir todas las materias a fin de año por no ir una cantidad obligatoria de días a la escuela. Y esta frase refleja la situación en la que están los alumnos, los “sin luz”.

No están libres, están presos y es a la libertad a la que le temen. Porque esa libertad tiene un castigo, como todas las verdaderas libertades. Y en la escuela ese castigo es el de rendir todas las disciplinas, que te disciplinan, que te ordenan, que te controlan. Por eso desde la infancia te enseñan a respetar, a cumplir, a actuar.

Por otra parte, existe una frase común en los jóvenes que dicen “me escapé” o “vamos a escaparnos”. ¿Qué significa? ¿Que estamos encerrados? Esto quiere decir que la escuela nos condiciona y nos obligan, nos imponen y nos vigilan. Porque no aprendemos lo que nos gusta, nos enseñan lo que quieren. Porque no estamos donde queremos cuando queremos, estamos donde nos obligan y nos controlan.

Defender una educación pública y de calidad, para el conjunto de la población, va de la mano con cuestionar esos «saberes» que observan, condicionan, vigilan y castigan. Apostar a la revolución cotidiana en las aulas, donde se involucren todas y todos los «sin luz», docentes y demás trabajadoras y trabajadores de la comunidad educativa, es el camino para transformar esas genuinas sensaciones de encierro, obligación y control en una potente energía liberadora.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Revolucionar-las-aulas-de-la-escuela-secundaria-para-sentirnos-libre

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