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Educación y sociedad

Por: Graziella Pogolotti.

En medio del bombardeo de noticias cotidianas llama la atención la coincidencia de los movimientos huelguísticos que, en desafío a los poderes recientemente constituidos, se han producido en países como Brasil y Chile, ambos alineados al dominio hegemónico imperial y a su instrumento ideológico, la filosofía neoliberal.

En Brasil, el Gobierno ha lanzado una ofensiva contra la universidad pública que ha contado en ese país con centros de reconocido prestigio.Las medidas propuestas no se limitan a la reducción de las fuentes de financiamiento estatal. Con definida posición política se ciernen también sobre los profesores y los programas de estudio, en razón de una supuesta contaminación de ideas socialistas.

En Chile, los sindicatos de profesores se han organizado en repudio a decisiones con respecto a los planes de la secundaria básica. Sus demandas no tienen carácter gremial. Se fundamentan en la defensa de la formación integral ciudadana de las nuevas generaciones. A partir de lo recién aprobado, asignaturas como la Historia, la Educación Física y el Arte quedan relegadas a la condición de optativas. Son, por tanto, descartables.

Al parecer, en Brasil y en Chile estudiantes y maestros han tomado conciencia del vínculo esencial entre educación y sociedad, acentuado en un panorama internacional donde está en juego nada menos que la instrumentalización del ser humano, la supervivencia de la especie y la preservación de la vida en el planeta.

En tales circunstancias, la confrontación se libra en el terreno económico, en el desarrollo y empleo de las nuevas tecnologías, en la construcción de imaginarios, en el enmascaramiento de la política tras el show mediático de sus personeros y, en última instancia, en el plano  de las ideas.

Cierta retórica académica, ampliamente divulgada, ha intentado imponer, como verdad incontrovertible, la desaparición entre las alternativas de los conceptos y programas tradicionalmente situados a la derecha y a la izquierda del espectro ideológico. Es una nomenclatura heredada de la Revolución Francesa, adoptada luego por la lucha a favor de la emancipación humana en formulaciones específicas según los contextos epocales.

Estrechamente entrelazadas, sociedad y educación construyen al ser humano que somos, incluidos todos aquellos que van creciendo ante nuestros ojos. Lo hacen a través de un complejo entramado institucional en el que intervienen la congruencia entre la palabra y los hechos, así como los estilos en la dirección, decisivos no solo en los niveles más altos, sino también en la base, donde se afrontan de manera concreta los grandes y pequeños conflictos de la cotidianidad. Forman parte de este proceso los medios de comunicación, vías de conocimiento de la realidad y forjadores de sueños, modelos, expectativas y aspiraciones de vida.

Indiferente o sobreprotectora, la familia también constituye una institución social, tanto como el sistema de enseñanza donde, más allá de la transmisión eficaz de los contenidos de los programas y su instrumentalización metodológica, actúan las manos del maestro y del director del centro. Aunque padecemos deficiencias en el plano de la instrucción, educar significa mucho más. Equivale a formar en el plano de los valores, estimular la inteligencia y las capacidades potenciales de niños y jóvenes, y cultivar el territorio aún más impalpable de los sentimientos. Se trata de contribuir a la preparación integral, consciente y participativa.

A ese propósito se encamina una de las vertientes del actual programa de perfeccionamiento. Es una empresa ardua y urgente. Requiere una intensa labor de superación de los formadores, a la vez que un cambio de las mentalidades. No podrá asumirse como el mero cumplimiento de tareas específicas, sino como una misión alentada por la real comprensión por parte de todos los actores de los propósitos y alcance de las obras  emprendidas. En la fase experimental y en su extensión a lo largo del país, cada paso debe contar con el apoyo y el acompañamiento de la investigación científica y de un método de observación crítica participante.

A contracorriente del discurso hegemónico de la posmodernidad, proyectado hacia la fragmentación del conocimiento de la realidad, el predominio del ahora mismo sobre cualquier otra consideración, la subordinación de los programas de enseñanza en función de la demanda inmediata del mercado laboral y la exaltación de la competitividad tendiente a acrecentar el individualismo, nosotros aspiramos a desarrollar un proyecto humanista integrador de los más diversos conocimientos acumulados en los libros, y de aquellos otros que germinan y se renuevan en la práctica concreta del hacer cotidiano. En este proceso todos somos actores.

La interacción que proponemos entre sociedad y educación no puede orientarse hacia el modelo de las muy productivas colmenas, presidido por la reina fecundada por los zánganos que la rodean y sostenida por el mecánico laboreo de las obreras. Con esa imperturbable estratificación, entregan una materia prima a quienes disponen de los recursos y las inventivas necesarias para multiplicar la fuente originaria en numerosos derivados.

Por lo contrario, el bienestar deseado en lo material y en lo espiritual  habrá de lograrse cuando nos sintamos dueños de nosotros mismos, con plena conciencia de nuestro papel. En palabras de Roberto Fernández Retamar: «Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela».

Dentro de la comunidad, esas manos son las de cada uno de nosotros, maestros, directores, padres, trabajadores de la cultura y el deporte. De esa forma, limpiaremos las manchas que enturbian nuestro entorno con manifestaciones de indisciplina social, desidia, comportamientos corruptos y complicidad con lo mal hecho. En la batalla por el mejoramiento humano y el cambio de mentalidad estamos implicados todos.

Fuente del artículo: http://www.cubadebate.cu/opinion/2019/06/16/educacion-y-sociedad/#.XQbixNIzbMw

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Repensar la pedagogía

Cuba / 2 de diciembre de 2018 / Autor: Graziella Pologotti / Fuente: Granma

Cuando volvemos la mirada hacia la infancia, el recuerdo personal, preñado de nostalgia, nos devuelve la imagen de un paraíso perdido. Olvidamos asperezas, borramos las huellas de los conflictos que atraviesan el aprendizaje de la vida en las relaciones con los coetáneos y las rivalidades latentes, en los vínculos familiares con las demandas insatisfechas de afecto y consuelo, en el trato con el maestro que no entiende a veces las razones de las pequeñas indisciplinas.

Como cada una de las etapas de la existencia, la infancia constituye un universo con perfiles sicológicos específicos. La cultura occidental comprendió tardíamente las particularidades del ser humano en desarrollo. Durante siglos, el niño, sujeto a un rígido autoritarismo, fue considerado como un adulto en miniatura. Marginados por las clases pudientes, y por necesidades de la subsistencia, los humildes tuvieron que afrontar desde temprano, tal y como sucede lamentablemente en muchos lugares del mundo, los más duros trabajos.

El siglo XIX conoció una expansión sin precedentes en la historia, la sicología, la sociología, la antropología y la pedagogía. El desarrollo de esta última debe mucho al pensamiento herético de Juan Jacobo Rousseau.

Se sentaron entonces las bases conceptuales de la nueva escuela en ruptura con el memorismo y el ­dogmatismo, muy pronto asimiladas por los cubanos, de manera trascendental en la labor formativa emprendida por José de la Luz y Caballero. Desde el maridaje orgánico entre información y formación, en pleno coloniaje, los criollos hicieron de la escuela un espacio idóneo para el crecimiento de valores éticos y la siembra del espíritu de la nación.

La historia transcurre por etapas de ritmo aparentemente reposado, seguidas de otras dominadas por cambios signados por una vertiginosa aceleración. Inmersos en la búsqueda de soluciones para afrontar los problemas concretos que afectan la adecuada cobertura docente, no podemos permanecer ajenos a las realidades que configuran una contemporaneidad de la que formamos parte.

Avanzamos hacia el acceso progresivo a internet, fuente abierta a una información inabarcable, actualizada en el acontecer del instante en que estamos respirando. En extremo útil para investigadores y especialistas aliviados de las cargas de las penosas búsquedas de antaño que devoraban un tiempo precioso, tiene su contraparte negativa en el empleo de fórmulas diseñadas para la manipulación de las conciencias.

La comida chatarra induce a la obesidad, uno de los males de nuestros días. La información chatarra promueve adicciones, fabrica íconos de breve duración, alimenta vanidades que, en virtud de las aspiraciones a un reconocimiento público insustancial, rompen los muros otrora bien resguardados de nuestra inti­midad.

Con la más cándida ingenuidad, entregamos claves esenciales de nuestra personalidad al Gran Hermano que las procesa con fines comerciales y con propósitos políticos, consciente del papel decisivo de la subjetividad, vale decir, de la conciencia, en la conducta de los individuos y de las colectividades humanas.

El problema despierta preocupaciones no solo entre aquellos dinosaurios supervivientes de otras épocas. Se manifiesta ya en sectores académicos del Primer Mundo, sumidos desde hace varios decenios en el contexto de esta realidad virtual. Por eso, el debate en torno a la formación de las nuevas generaciones ha pasado a ocupar un primer plano, articulado al proyecto de sociedad que nos proponemos construir.

Desde la perspectiva neoliberal, se trata de entrenar a los educandos para ofrecer fuerza de trabajo según las demandas de las empresas en el aquí y el ahora. En un mercado laboral restringido, se favorece la adquisición de habilidades en detrimento de la formación integral, a la vez que se estimula el espíritu competitivo.

En otra dirección, considerando las exigencias del batallar histórico en favor de un proyecto emancipador en lo individual y en lo colectivo, se promueve el replanteo del pensamiento pedagógico a tenor de las realidades que configuran el presente y habrán de repercutir, como siempre ocurre en la educación, en el futuro.

No podemos olvidar nunca que el niño que inicia ahora su primer grado en la enseñanza elemental comenzará su práctica profesional dentro de varios lustros. En ese mañana todavía nebuloso, tenemos que pensar en medio de las incertidumbres y los apremios del día de hoy que transcurre de manera inexorable.

Fidel propuso que Cuba fuera un país de hombres de ciencia y de pensamiento. Parecía utópico cuando se libraba el combate contra las secuelas del analfabetismo y escaseaban los bachilleres. Trascendiendo una visión utilitarista, el impulso a empresas de mayor alcance rindió frutos en instituciones de reconocido nivel y se tradujo en resultados económicos tangibles.

La necesaria informatización de la sociedad exige repensar los enfoques pedagógicos con visión transdisciplinaria, sustentada en la filosofía, la sicología y la sociología, sin desdeñar las ciencias de la comunicación.

Ante la avalancha de datos, el énfasis ha de colocarse en la formación de la personalidad y en la adquisición de herramientas para viabilizar el acceso a un amplio espectro informativo disponible en el ciberespacio con el espíritu crítico entrenado para descartar la paja y encontrar lo esencial en el grano.

Hay que despertar el alma dormida en favor del estímulo a la creatividad y la imaginación, indispensables para entender el mundo en que vivimos y construir, de la ciencia y la tecnología,  una producción rentable por su alto valor agregado, afincando así nuestra independencia y nuestra soberanía.

Fuente del Artículo:

http://www.granma.cu/opinion/2018-11-25/repensar-la-pedagogia-25-11-2018-20-11-29

Fuente de la Imagen:

https://www.catalunyavanguardista.com/la-estafa-de-la-pedagogia/

ove/mahv

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El papel sigue estando ahí

Por: Graziella Pogolotti

El acelerado desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación ha puesto en crisis la impresión, sobre la base del papel, de libros y periódicos. En más de un sentido, parecería que está llegando a su término la era iniciada por Gutenberg, asociada a una inicial democratización del conocimiento y a una visión humanista del universo.

Por aquel entonces había comenzado la progresiva multiplicación de lectores, junto a la demanda de un personal cada vez más calificado para responder a las necesidades de una modernidad emergente. La industria del libro y la prensa conocieron una expansión sin precedentes a lo largo de los siglos XIX y XX.

Ahora el futuro es incierto. Se puede acceder a muchas obras a través de las computadoras, existe un mercado para el libro electrónico y muchos periódicos se distribuyen por la vía digital. Acogido con euforia por amplios sectores, el cambio plantea interrogantes de variada índole. Entramos, quizá, en una etapa de transición que impone análisis, reflexión y ajustes necesarios. Como suele suceder año tras año, el asunto motivó un enjundioso debate en la Feria del Libro de  Guadalajara.

Al cabo de una prolongada jornada laboral ante la computadora, muchos prefieren optar por el descanso visual que ofrece la tradicional impresión sobre papel que constituye, por lo demás, un ejercicio de lectura más reposado, disfrutable y reflexivo. Por otra parte, el terremoto que sacudió a México el año pasado evidenció de manera dramática la precariedad del registro digital con vistas a su preservación. En pocos minutos, desaparecieron archivos y materiales de trabajo de difícil  rescate.

A pesar de todo, el libro sigue estando ahí, como objeto de deseo, tanto por parte de los lectores como para el mundo empresarial. De hecho, tal y como ocurre en otros sectores, las poderosas transnacionales extienden su dominio sobre los mercados y se han ido tragando de manera progresiva a las pequeñas editoriales y a consorcios que hasta ayer parecían sólidamente establecidos. Las redes sociales han dado voz a muchos, pero ofrecen espacio a la circulación de falsas verdades y, para bien o para mal, son manipulables con propósitos políticos.

Se ha emprendido entre nosotros un ingente esfuerzo dirigido al logro de la imprescindible informatización de la sociedad. Sin embargo, el acceso a nuevas tecnologías todavía dista mucho de tener alcance universal. En nuestro contexto específico, el envejecimiento de la población es un factor a tener en cuenta, tanto por los desafíos que impone la adquisición de habilidades, como por el arraigo de hábitos y estilos de vida.

Más allá de sus contenidos, el libro es un objeto disfrutable en el plano sensorial. Cuando llega a mis manos un ejemplar de reciente publicación, saboreo el olor a tinta fresca y valoro la calidad del papel, tan satisfactorio al tacto. Comparto con muchos otros el  hábito de repasar las páginas  de los periódicos. Ante la palabra impresa, el lector deja de ser receptor pasivo, vale decir, un mero consumidor. Actúa como un sujeto autónomo que reordena, jerarquiza y selecciona la información a su manera. Algunos comienzan la lectura por la última  página. Otros se dirigen directamente a la plana deportiva. No faltan quienes se detienen en el tema que despierta curiosidad.

Transitamos por una época compleja, de creciente interdependencia, condicionada por los efectos de la globalización neoliberal.  El poder hegemónico se ejerce a través de la manipulación de las conciencias, la construcción de imaginarios ilusorios, la transformación de la realidad en espectáculos audiovisuales en detrimento del peso históricamente concedido a la palabra, la práctica de la desmemoria y la proliferación de la banalidad.

 Ante esa arremetida, debemos reconocer  en la capacidad de selección y descarte prevaleciente entre nuestros lectores, el germen de un sujeto crítico al que corresponde estimular y desarrollar. Es un destinatario merecedor del mayor respeto, un interlocutor al que debemos abordar despojados de actitudes condescendientes. La noticia de última hora habrá de llegarle por otros medios. Corresponde a la prensa situar el acontecimiento en su contexto y antecedentes y ofrecer las herramientas necesarias para el análisis de la realidad, porque la búsqueda de la verdad en medio de tantas señales confusas constituye un propósito  irrenunciable.

Para el  periodista, el desafío es enorme. Al concluir los estudios universitarios está iniciando el aprendizaje que durará toda la vida. La superación permanente forma parte de un compromiso que vincula ética y responsabilidad. El acceso a las fuentes es indispensable. Ante la información recibida, hay que saber formular las preguntas pertinentes. Tiene que alcanzar cierto grado de especialización en áreas determinadas del conocimiento, tales como la economía, la política internacional, la cultura. Le corresponde desentrañar las líneas fundamentales de los conflictos que definen la contemporaneidad. Al tanto del acontecer cotidiano, debe explorar el trasfondo oculto tras los hechos de la realidad.

Los adelantos de la técnica presentan un servicio de indiscutible valor al trabajo de investigadores, especialistas, maestros, periodistas. Según advirtió Maquiavelo, cada solución engendra nuevos problemas. El uso indiscriminado de las técnicas contemporáneas puede inducir a adicciones que interfieren con el desarrollo de un sujeto crítico. En el plano  de las ideas, la euforia ante lo novedoso alienta la presencia creciente de un pensamiento de inspiración tecnocrática contrapuesto a la tradición humanista que debemos preservar.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2018-01-14/el-papel-sigue-estando-ahi-14-01-2018-22-01-36

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¿Cómo son los jóvenes de hoy?

Por: Graziella Pogollotti

No tengo respuesta para esa pregunta, aunque no puedo dejar de plantearme la interrogante. Como ellos, yo también soy portadora de una marca de época que he vivido activa e intensamente. En un ambiente hostil, conocí las difíciles condiciones de un mercado laboral cerrado, viví el batallar que sucedió al golpe perpetrado por Batista, viví la caída de compañeros en la hermosa edad abierta a las ilusiones y al porvenir. Quedaron por siempre en mi memoria las jornadas triunfales de una Revolución que rompió las barreras de lo hasta entonces imaginable. Me entregué de lleno a la tarea de construir lo soñado en el ámbito de la educación y la cultura. No fue un lecho de rosas. Afronté contradicciones, pero en el hacer obra encontraba instantes de plena realización personal. Así fue creciendo una mentalidad hecha en el enfrentamiento a realidades concretas, en la conquista de nuevos saberes, en el crecimiento de un modo de pensar y sentir.

Mirarme hacia dentro, explorar mi origen y mi formación, dilucidar de dónde vengo me ofrece herramientas para entender al otro, paso indispensable para tender puentes hacia el diálogo necesario. A pesar de las coincidencias epocales, mi generación no fue homogénea. Ninguna lo es. No me refiero tan solo a las inevitables fracturas ideológicas.

Mi generación vio nacer la televisión. En aquella etapa inicial, el surgimiento del medio introdujo un elemento novedoso en el modo de vivir, pero no cambió en lo sustancial las costumbres. En las noches del barrio, se mantenía el intercambio entre vecinos. El arte de la conversación era una práctica generalizada por la que transitaban los comentarios sobre las noticias del momento, las preocupaciones compartidas y el inevitable chismorreo. Los más jóvenes se desentendían del hablar de sus mayores. Se iban agrupando según afinidad de intereses. Algunos se incorporaban al trabajo desde temprano. Otros, tenían la posibilidad de seguir estudiando e iban tejiendo sus propias redes de relaciones. Las diferencias de origen social creaban distancias insalvables.

Poca relación había entre los contextos de un trabajador capitalino y el abismo insondable de la miseria rural, acosado por la miseria, las amenazas de desalojo y la muerte temprana de los hijos. Tampoco era homogéneo el ambiente universitario. Muchos estudiantes acudían tan solo motivados por el deseo de lograr el título que les viabilizaba la manera de ganar el sustento. Un sector minoritario aspiraba a cambiar el mundo mediante la participación en la política y en la cultura. Fue una vanguardia que se constituyó en mayoría cuando el triunfo de la Revolución demostró que los sueños podían conquistarse con el esfuerzo mancomunado de todos en la lucha por la independencia y por el desarrollo. Muchos antiguos valladares se derrumbaron. Las oportunidades se abrieron. Hijos de campesinos se convirtieron en reputados científicos.

El contexto epocal influye en el comportamiento y en las expectativas de las generaciones emergentes. Resulta más desconcertante cuando los cambios se producen a ritmo acelerado. Atravesamos un tiempo en el que el capital financiero ejerce un dominio creciente y se impone sobre la economía real. Lo acompañan las nuevas tecnologías de la comunicación que favorecen el acceso al conocimiento, aunque también convierten la realidad en espectáculo, acuñan falsas realidades, exaltan lo frívolo y lo perecedero, adormecen el espíritu crítico y tienden a homogeneizar modelos de conducta. El vocabulario de inspiración neoliberal se convierte en moneda corriente de uso común para todos. Se exalta la competitividad, valor que exacerba el individualismo. Por otra parte, en nuestro entorno inmediato, las tensiones económicas afectan el vivir cotidiano y contribuyen a remodelar aspiraciones y proyectos de futuro.

Los rasgos característicos de un contexto epocal constituyen un referente imprescindible. Pero no agotan el conocimiento de la realidad. La juventud define una categoría etaria. Tiene, por tanto, un alto componente de abstracción. El diálogo productivo con los jóvenes exige partir del reconocimiento de su heterogeneidad, al entrar en el terreno concreto de los ámbitos específicos en que se mueven y actúan, tanto en el entramado institucional del país —escuelas, centros laborales, redes culturales—, como en las zonas más informales que intervienen en la actividad laboral y recreativa. Los estudios de nuestros centros de investigación ofrecen materiales de valía  para detectar  problemas con el propósito de ofrecer las respuestas en la práctica social concreta. Ante todo, para reconocer el perfil múltiple de quienes están emergiendo, escuchemos desprejuiciadamente sus voces en el ámbito que nos rodea.

Crecidos en el contexto epocal de nuestro tiempo, los jóvenes de ahora son también nuestros hijos. La sociedad no se divide en compartimentos estancos. En el hogar, en la escuela, en el trabajo, en los medios de transporte y en la cola de la farmacia conviven los abuelos de la tercera edad, los hombres y mujeres en plenitud de capacidades con los que están en  proceso de formación. En ese coexistir cotidiano, a veces de manera inconsciente, estamos transmitiendo tradiciones, costumbres, modos de relacionarnos, valores. Cuando evoco mi infancia y mi juventud, reconozco mi rebeldía de entonces, mi resistencia a escuchar consejos, mi afán de independencia y de autoafirmación.

Y, sin embargo, reconozco que hay en mi forma de reaccionar, en mis normas de conducta y en los principios éticos que la animan, las enseñanzas que entonces me sembraron.

La sociedad es la escuela grande hecha por todos mientras vamos aprendiendo y participando.

Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2017/11/13/como-son-los-jovenes-de-hoy/#.WhLv9tLia00

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El perfil humano del Apóstol

Por: Graziella Pogolotti

Siempre quise visitar Playita de Cajobabo. Aspiraba a conocer un sitio de peregrinación, un lugar sagrado de la patria. Cuando pude hacerlo, la experiencia resultó estremecedora. En aquel paisaje concreto, saltando por encima del tiempo transcurrido, estaba tocando con las manos la presencia viva del Apóstol.

A plena luz del día, bajo un sol resplandeciente, palpé la arena áspera y rugosa, tan distinta a aquella otra, suave y fina, donde hubiera podido jugar —con aro, balde y paleta—  la niña de los zapatos de rosa. Del mar emergían rocas filosas como garfios. Imaginé entonces esa noche oscura de 1895, cuando remeros luchaban contra oleajes, evadiendo las amenazas ocultas por el agua después de haber escapado al acoso de un enemigo bien informado acerca del movimiento de los conspiradores.

Entre esos hombres de manos curtidas, José Martí tensaba los músculos en descomunal esfuerzo. Endeble el cuerpo, minada la salud, marcado por las heridas abiertas de los grillos en sus tiempos de adolescente sometido a trabajos forzados en las canteras de La Habana, cargaba fusil, balas, botiquín de primeros auxilios, libros y papeles. Vencía el dolor y el agotamiento, porque la Isla lo estaba esperando. Después del desembarco lo recibió el esplendor de la naturaleza virgen, la acogida generosa de los campesinos dispuestos a ofrecer hamaca para el reposo, y alimento para recuperar fuerzas y proseguir la dura marcha que hermana hombres.

En el breve tránsito que lo condujo a Dos Ríos, Martí no conoció el descanso. Mientras otros dormían, fijó sus vivencias en un diario que constituye uno de los más hermosos textos literarios de nuestra lengua. Hecho con prisa y despojado de artificios, anuncia algunas audacias de la vanguardia. Las páginas parecen brotar de una poderosa necesidad interior. Escribirlas le deparó, sin duda, instantes de plenitud y disfrute, porque en noches febriles y sueño escaso, el deber, siempre vigilante, le demandaba otras tareas. Había que proseguir la vindicación de Cuba en la prensa de Nueva York. La ternura también impone su exigente mandato. Encontró el momento para aconsejar a la pequeña María Mantilla sobre su porvenir posible como maestra en escuelita propia y sobre los requisitos del arte de traducir.

Volcó su proyecto hacia los pobres de la tierra. La pobreza fue su compañera de siempre, desde su edad primera en la modestísima casa de La Habana. Niño todavía, actuó como amanuense de su padre, obrero y soldado, en los trabajos que emprendiera en el Hanábana. A su talento y su voluntad esforzada debió la ayuda que le prestara su maestro Mendive. Con los desamparados del mundo padeció el horror del castigo en las canteras. Concluidos sus estudios en Zaragoza renunció al acomodo de una carrera de abogado. Optó por el sacrificio máximo para abrir camino a la cristalización tangible del sueño de la patria. Se convirtió en peregrino y aprendiz de América. En México, en Venezuela, en Guatemala, su trabajo cotidiano de maestro y periodista le permitió conocer, desde lo más profundo de la realidad, el panorama de nuestras repúblicas maltrechas. Con esas armas, inició su tarea definitiva en Estados Unidos.

El hombre de la levita gastada y de frágil contextura física desempeñó entonces una tarea gigante. Conoció el país volcado hacia su destino imperial mejor que sus contemporáneos situados a ambos lados del Atlántico. Percibió que el futuro de su Isla estaba ligado, de manera inseparable, al de la América nuestra. Juntó voluntades. Lo hizo en los espacios públicos a través de su palabra ardiente y en el contacto directo persona a persona. Atenido a las características de su interlocutor, empleó la persuasión y fue intransigente en los principios cuando lo consideró necesario. Así lo revela su correspondencia. Mucho más debió haber en tanta palabra que la oralidad ha borrado. Las visitas al Cayo respondieron a la necesidad de involucrar a los obreros en la batalla de todos. Hospedado en la casa de los tabaqueros, compartiendo albergue, comida y cotidianidad, encontró aliento, consuelo y compensación espiritual. Hombre de ideas, no hizo nunca de ellas nociones abstractas esterilizantes, porque echó ancla en lo más profundo de la realidad social y en la dimensión concreta de los seres humanos.

Confieso que no me satisface la estatua marmórea erigida para perpetuar memoria y homenaje. Prefiero evocar al hombre de frente ancha y levita raída que puede seguir andando entre nosotros como Maestro de la conducta y la palabra, capaz de trascender los tiempos por seguir siendo útil en épocas de grandes desafíos, cuando las batallas se libran en el plano de la economía y en el ámbito sutil e intangible de las subjetividades.

Con fe inquebrantable en el mejoramiento humano, el hombre de La Edad de Orosembró futuro en las niñas y los niños de Nuestra América. Entró como amigo en su entorno más cercano para evocar a los héroes, entregar poemas, contar fábulas y abrir horizontes hacia un mundo sin fronteras, desde la exposición internacional de París hasta la vida de los anamitas. Así, como presencia familiar, debe permanecer entre nosotros, mucho más allá de las efemérides que siempre conmemoramos. Las suyas, al igual que tantas otras, no pueden reducirse al cumplimiento rutinario de una tarea. Su enorme legado, palpitante de razón y pasión, tampoco habrá de limitarse a la reiteración de citas, apotegmas  extraídos de sus contextos e integrados ya al saber común. Salgamos, así mismo, al encuentro del ser humano atravesado por cicatrices y desgarramientos. Esa proximidad estremecedora agiganta el mensaje de un peregrino que traspasa todos los tiempos y, ahora mismo, sigue andando entre nosotros.

Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2018/01/28/el-perfil-humano-del-apostol/#.Wm8_1Lzia00

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Mi universidad

Por: Graziella Pogollotti

Renqueante y asmático, el tranvía trepaba trabajosamente la cuesta de la calle San Lázaro. Desde la distancia, yo contemplaba la escalinata universitaria presidida por el recio cuerpo mestizo del Alma Mater, madre nutricia, con sus brazos abiertos, siempre acogedora. Algún día, pensaba, iniciaré mis estudios en ese centro docente, ya legendario.

La Universidad habanera está cumpliendo sus 290 años. No es de las más antiguas, pero su trayecto marca la historia de nuestra nación. Fundada en San Gerónimo, su impronta esencial se asocia a la Colina, al batallar durante la República neocolonial y al proceso transformador impulsado por la Revolución Cubana.

Bajo la intervención norteamericana, Varona propuso su rediseño con vistas a una modernización orientada al desarrollo del país mediante la formación de profesionales encaminados al estudio de la ciencia y la técnica. No pudo percatarse el pensador positivista de que la dependencia económica condenaba al fracaso su ambicioso proyecto. Para responder a la demanda de las empresas, la Universidad egresaba contadores públicos, pero no tuvo Facultad de Economía.

Uno de los rasgos originales de la historia de nuestra América se manifiesta en el movimiento de Reforma Universitaria que, desde su aparición en 1918, se expandió desde Córdoba hacia todo el subcontinente. Por primera vez, la academia se planteaba la emergencia de romper los muros que la separaban del conjunto de la sociedad. Su función dejaba de reducirse al entrenamiento de especialistas calificados para asumir responsabilidades de mayor envergadura ante los conflictos que aherrojaban el desarrollo de cada país.

Mella comprendió el alcance del desafío. Reforma docente y revolución transformadora resultaban inseparables. La fundación de la FEU y de la Universidad Popular José Martí, orientada a la educación de los obreros, constituyeron las primeras señales de  cambios más profundos.

En el enfrentamiento contra la dictadura de Machado, el 30 de septiembre de 1930 cayó, herido de muerte, el joven Rafael Trejo. La escalinata se había convertido en centro de los grandes acontecimientos que estremecieron la ciudad.

De ahí bajaron las antorchas que rindieron homenaje al Apóstol en el año de su centenario.

Desde mis días de estudiante, el contacto con la Colina ha sido permanente. Algo aprendí en las aulas. Tuve algunos buenos maestros. Debo buena parte de mi formación al intercambio con mis coetáneos en el entorno de la galería de  los mártires y de la entonces llamada Plaza Cadenas, hoy Agramonte, a las acciones en que participé, al diálogo con los independentistas puertorriqueños y con aquellos otros que intentaron construir un proyecto liberador en Guatemala.

Entre todos, íbamos tejiendo sueños de porvenir, donde la Universidad renovada encontraría su esencial razón de ser como obra colectiva y fuente de creación al servicio de la sociedad.

Triunfó la Revolución y hubo reforma verdadera. Fue un proceso que se prolongó en el tiempo, más allá de la proclamación de sus documentos normativos.

En la base de la pirámide, el departamento vertebraba docencia e investigación. Surgieron nuevas carreras, como las de Economía y Biología, de tan promisorio futuro. Dejamos de ser meros reproductores de información anquilosada. Clave fundamental de soberanía plena, estábamos en condiciones de producir nuevos saberes, atendiendo a las exigencias de la inmediatez y a una perspectiva  de desarrollo a largo plazo. Contábamos con la colaboración de especialistas llegados de la América Latina, de Estados Unidos y de Europa. Se sentaron las bases fundacionales de los centros de investigación científica. En pocos años, el salto hacia adelante fue prodigioso. La implementación del sistema de becas favoreció el acceso de los marginados de siempre a la educación superior. De manera natural, la Universidad se integraba al proyecto de construcción de un país que comprometía a profesores y estudiantes.

En visitas frecuentes a la Colina, Fidel pulsaba la realidad de ese universo juvenil inquieto y viviente. A su lado, Chomy Miyar, rector inolvidable para los de entonces, nos convocaba a abrirnos hacia un horizonte ambicioso sin desentendernos de un contexto social heredado del subdesarrollo. Desde el anonimato del aula, nos sentíamos partícipes y, por tanto, responsables de la edificación de la obra mayor.

En medio siglo, a escala planetaria, muchas cosas han cambiado. El dominio del capital financiero tiene su contraparte en la difusión de una ideología neoliberal que permea todos los ámbitos. No excluye a la educación y la cultura. Los colonizados de ayer siguen exportando materias primas sujetas a los caprichos del mercado para recibir productos de alto valor agregado, seducidos además por imágenes que incitan al consumismo. En nombre de la racionalidad económica, se anulan conquistas obreras que parecían irreversibles.

La precarización del empleo alcanza también a los trabajadores intelectuales. Mal dotada, en América Latina la universidad pública cede el paso a la privada. Como ocurriera hace cerca de un siglo, los jóvenes empiezan a salir a las calles para reclamar facilidades de acceso a la educación superior convertida en proveedora de fuerza de trabajo hecha a la medida de la demanda de las empresas. Sometida al arbitrio de un mercado implacable, la Universidad renuncia al desempeño de su papel como fuente viva de un pensamiento renovador.

Ante la arremetida de la derecha, una izquierda fragmentada tiene que buscar las bases de una plataforma común. En ese programa, la temática universitaria habrá de encontrar el espacio que le corresponde. En el centenario del movimiento reformista de Córdoba, no podemos revisitar la historia desde una  perspectiva arqueológica. Es ocasión propicia para desatar una tormenta de ideas al servicio de los grandes desafíos de la contemporaneidad.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2018-01-07/mi-universidad-07-01-2018-21-01-21

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El año que viene

Por: Graziella Pogollotti

El año que termina suele despedirse en medio del bullicio, sobre todo para los jóvenes. La música y el baile dominan el ambiente. Una tradición ya perdida representaba con la quema simbólica de un muñeco la despedida del año viejo en el momento de acoger el recomienzo de un calendario.

En un país donde buena parte de los pobladores sobrepasan la media rueda, son muchos los que permanecen en el espacio más íntimo del hogar. Allí, junto al televisor, esperan las 12 campanadas y el anuncio ritual del año que está naciendo, acaso nostálgicos del ritmo de otrora, portadores de antiguas remembranzas.

Ante el desafío de la página en blanco, me aparto del estruendo general. El forzoso descanso me induce a un paréntesis reflexivo volcado siempre hacia la perspectiva del mañana inminente.
Abundante en efemérides, el 2018 nace bajo el signo del sesquicentenario de nuestra primera guerra de independencia. En el contexto actual, la conmemoración adquiere capital importancia. No podrá reducirse al recuento formal de los hechos acontecidos en aquel entonces. Convoca a una reflexión renovada acerca del vínculo entre cultura, nación y proyecto social.

Así ocurrió, no podemos olvidarlo, en el centenario de La Demajagua. Situado en la perspectiva de un proceso histórico centrado en raíces coloniales y neocoloniales, Fidel trazaba la línea de continuidad entre el «ellos entonces» y el «nosotros ahora» teniendo en cuenta las contradicciones fundamentales que configuraron cada época. El  patriciado criollo disponía de información actualizada sobre las ideas más avanzadas de su tiempo en el campo de la filosofía, la economía y la pedagogía. Los próceres más destacados tenían conciencia lúcida de las realidades del país. Para afrontarlas, no bastaba con desplazar un poder metropolitano anacrónico. Céspedes lo entendió así cuando, en gesto simbólico, concedió la libertad a sus esclavos el 10 de octubre. Fragua de cubanía esencial, la guerra ofreció oportunidades y protagonismo a figuras procedentes de las capas más humildes de la sociedad. Modesto agricultor dominicano, Máximo Gómez demostró su talento de estratega militar. En Baraguá, Arsenio Martínez Campos tuvo que parlamentar con Antonio Maceo.

En términos culturales hay territorios insuficientemente explorados. Conocemos el recuento épico de los grandes combates y el poder decisivo de las cargas al machete, instrumento de trabajo de los cortadores de caña devenido arma de raigambre popular que sembraba el terror entre los artilleros. No nos hemos detenido tanto en las duras condiciones del vivir cotidiano de los campamentos mambises donde faltaron ropas, calzados, alimentos, medicinas para atender a heridos y enfermos. En esas condiciones, hubo que aprender a subsistir con recursos venidos, acaso, de una subyacente cultura del cimarronaje.

Las carencias materiales, los conflictos surgidos en el proceso, los errores y las injusticias cometidos pusieron a prueba la reciedumbre moral de los hombres y las mujeres que participaron en un batallar de diez años. Crecido en refinadísimos ambientes en Cuba y en otros países, acostumbrado a sujetar  el cigarro con tenacillas de oro, Carlos Manuel de Céspedes ofrendó a la independencia lo más entrañable de su familia.

Depuesto de su cargo de presidente, abandonado por todos, conoció la miseria extrema en su refugio de San Lorenzo. A pesar de tanta amargura, mantuvo su fidelidad a la causa que lo había inspirado. Ese paradigma ético subyace como rasgo esencial de nuestra cultura. Se expresa en la conducta de quienes supieron tomar las armas en el momento necesario y en quienes asumieron su papel desde la enseñanza, el pensamiento y la creación artística. Entre todos, construyeron un imaginario en lo más profundo de un pueblo que sobrevivió a lo largo de una república neocolonial y corrupta hasta asumir, con plena conciencia, los grandes desafíos planteados por la Revolución.

Bajo el auspicio del sesquicentenario de la Guerra de los Diez Años, el año que comienza habrá de proyectarse hacia una relectura integradora de nuestra tradición cultural, entendida en su sentido más amplio como portadora  de valores, costumbres, modos de vivir y también en aquel otro, centrado en las manifestaciones artísticas y literarias. No es tarea  que incumbe tan solo a los organismos especializados. El empeño habrá de recorrer transversalmente la sociedad toda. Incluye la acción de los medios de mayor alcance masivo, la educación y el trabajo cotidiano a nivel de la comunidad.

En su marcha de Oriente hacia Occidente durante la Guerra del 95 el Ejército mambí se convirtió en fuerza unificadora del país. Rompió así la dramática fragmentación que lastró la contienda de los diez años. El concepto de patria adquirió su dimensión concreta en tanto columna vertebral de una historia común. Sin embargo, la vocación unitaria no puede considerarse sinónimo de indeseable homogeneidad. La diversidad es fuente de riqueza  cultural. Contiene el germen de insospechadas potencialidades de desarrollo y también el lastre de zonas oscuras de la herencia revivida, tales como el racismo, el machismo y las expresiones de violencia asociadas a la indisciplina social.

Revisitar la historia y examinar en profundidad lo que somos, teniendo en cuenta la complejidad del panorama contemporáneo, constituye un reto impostergable. Sería erróneo hacerlo con estrecha mirada aldeana. Aunque rodeada de agua por todas partes, paradójicamente, Cuba nunca ha sido una isla. Desde que fue reconocida como llave del nuevo mundo y antemural de las Indias Occidentales, estuvo sujeta a la codicia de los imperios de entonces. Después del triunfo de la Revolución, su mensaje anticolonial y anticapitalista empezó a escucharse en el mundo. Ahora, el dominio del capital financiero opera sobre las conciencias a través de la cultura. Por eso, la batalla económica anda aparejada a la que nos toca librar en el plano de las ideas. En ese terreno, no podemos trasplantar modelos. Con esa tarea de gigantes ante nosotros, habremos de recibir el inminente 2018.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2018-01-01/el-ano-que-viene-01-01-2018-23-01-35

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