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A propósito de un Festival

Por: Graziella Pogolotti

Pronto cumplirá los cuarenta. A lo largo de esa etapa ha dado color, animación y vida a nuestro ambiente cultural en ese diciembre anhelado, cuando el año está llegando a su término. Junto a la invasión de una filmografía rica y variada, surge la expectativa en torno a la entrega de los corales. Pero el significado del Festival del Nuevo Cine sobrepasa en mucho la importancia de su indiscutible repercusión local. Se inscribe en un complejo proceso de alcance latinoamericano.

Imbrica los sueños de los artistas que emergían a mediados del siglo pasado, la necesidad de conquistar un espacio de visibilidad para la voz y la imagen de nuestra América con el propósito de impulsar el desarrollo de auténticas cinematografías nacionales. Desde la Cuba revolucionaria, podía articularse un proyecto alternativo, renovador y antihegemónico.

Tiempo atrás, México y la Argentina habían logrado estabilizar una producción cinematográfica que llegaba a nuestras salas a través de circuitos  secundarios. Los de primer nivel respondían al monopolio de las empresas distribuidoras norteamericanas. Existía, sin embargo, un espectador potencial de raigambre popular que reclamaba un cine hablado en español.

Para satisfacer esos gustos, México y la Argentina ofrecían una producción comercial que eludía el abordaje de los conflictos esenciales de nuestra realidad, proporcionaba un rato de entretenimiento y popularizó intérpretes de indudable arraigo. Recuerdo todavía el revuelo provocado por la visita a La Habana del actor Jorge Negrete. Por aquel entonces, nada sabíamos de Brasil, ese gigante, tan cercano por vía de la música y el cine, introducido ahora también en nuestros hogares mediante la telenovela, su expresión más consumista.

Marginados de los grandes circuitos de distribución, privados, por consiguiente, del poderoso influjo de la propaganda transnacionalizada, los cineastas latinoamericanos atravesaron las duras consecuencias de las dictaduras impuestas  en el subcontinente. Conocieron, en muchos casos, el exilio y la persecución. En la medida de sus posibilidades, Cuba ofreció apoyo para que sus voces e imágenes no desaparecieran del todo. El Festival proporcionó un ámbito propicio para el encuentro, la difusión y el reconocimiento de los espectadores. La reciente convocatoria habanera ofreció un panorama que recorre todos los países de América Latina.

El diseño de un proyecto alternativo y renovador exigía situarse en una perspectiva de desarrollo. Movidos por el talento y la vocación, muchos cineastas se habían formado a trompicones en el ejercicio de una práctica concreta. En Cuba, Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa pasaron por la ciudad romana del cine. Allí incorporaron las enseñanzas de la cinematografía italiana de la posguerra, prestigiada por el aliento transformador del neorrealismo.

Al triunfar la Revolución, el recién creado Icaic tenía que responder a las demandas de la inmediatez. Hubo que acudir a distintas formas de entrenamiento. Algunos demoraron años en hacerse cargo de la dirección de un filme. Para abrir paso a las nuevas generaciones de un Tercer Mundo que luchaba por liberarse de una herencia neocolonial, nació la escuela de San Antonio de los Baños. Sus egresados ya van dejando obras.

En el brevísimo lapso de cuarenta años, el mundo ha atravesado por cambios de enorme alcance. Uno de ellos responde a la presencia acrecentada del audiovisual mediante la introducción de las nuevas tecnologías de las comunicaciones. Las imágenes entran en nuestros hogares y nos entregan un placer solitario, acomodado a la ley del menor esfuerzo, abierta al consumo de la banalidad que nos adormece en el no pensar. Nuestro modo de vivir se modifica. En todas partes, las salas de cine se van achicando. En sentido contrario, la magia de la sala oscura hace del espectador partícipe activo de un disfrute compartido, tanto en los silencios de la máxima concentración, como en los rumores del desacuerdo y en el murmullo de la aprobación. Rompe rutinas e incita al despertar del espíritu crítico. A pesar de las limitaciones impuestas por los avatares económicos y el bregar de la cotidianidad, para los cubanos, el diciembre festivalero, a veces invernal y luminoso, sigue ofreciendo la oportunidad de crecer en la densidad de nuestra vida espiritual, de abrirnos hacia horizontes más anchos, de contribuir desde el sentir  y el pensar crítico al tejido de una cultura que nutre y alienta.

Ante la arremetida de un poder hegemónico, dueño de sofisticados recursos para manipular conciencias, hay que aprender a nadar a contracorriente, como las truchas. Rompiendo esquemas, en Cuba un puñado de guerrilleros venció a un ejército profesional respaldado por el imperio. Entonces, parecía inconcebible. La victoria abrió cauce a la esperanza, esa fuerza poderosa que remueve montañas. Dar cuerpo y visibilidad a un cine latinoamericano fue sueño de unos pocos. Sin embargo, ahí está, múltiple y visible, inmerso desde distintas ópticas en los conflictos de la época. En ese contexto, la mujer, tan marginada en ese medio, ha conquistado voz y presencia. La clave del éxito está en la capacidad de diseñar, teniendo en cuenta el latir de la historia, las estrategias más adecuadas.

Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2017/12/17/a-proposito-de-un-festival/#.WjhFitLia00

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Recuerdos en tiempo presente

Por: Graziella Pogolotti

Descansaba Armando Hart en el Centro de Estudios Martianos fundado por él desde la primera hora de su designación al frente del Ministerio de Cultura. El sitio era demasiado pequeño para acoger a todos aquellos  que aspiraban a rendir homenaje a un indispensable de la historia  de la Revolución Cubana. Tenía, sin embargo, un indiscutible valor simbólico.

Representaba la línea de continuidad entre la tradición martiana, el áspero presente de la contemporaneidad y el trazado de un mañana proyectado hacia la irrenunciable construcción del país, frágil en su  condición insular y sólidamente afincado en el misterio que lo protege.

Bajo el estremecimiento del duelo, son muchos los que han evocado la trayectoria del joven que, desde sus años  estudiantiles, se entregó sin reservas al empeño de transformar la nación, arriesgó la vida en medio de la clandestinidad, luchó junto a Frank País en las hornadas del 30 de noviembre y recibió el triunfo de enero en la prisión de Isla de Pinos.

Ajeno a mezquindades sectarias, fue el ministro de la Campaña de Alfabetización y el llamado a reparar los daños causados por los errores en la aplicación de las políticas  culturales durante los 70 del pasado siglo.

En el silencio de la despedida, me asaltaban las voces del recuerdo, de su hacer y pensar cotidiano en la solución de los grandes y pequeños problemas, ninguno insignificante, porque unos y otros  se intercalan e interceptan como la piedra en el zapato que entorpece el andar del caminante. Conocí de cerca las cualidades del trabajador infatigable que sostenía el andamiaje de la figura pública. Su capacidad convocante residía en el reconocimiento de su insobornable trayectoria política alentada por la fidelidad a un ideal y por la decencia, virtud primordial que abría cauce a la confianza mutua, fuente de todo diálogo productivo, libre de reservas, prejuicios y mezquindades.

Sus colaboradores más cercanos distaban mucho de ser dóciles ejecutores de decisiones prefijadas. De formación heterogénea, a través de su experiencia de vida forjaron criterios arraigados sobre muchos asuntos.

En el intercambio de ideas cristalizaba el consenso. Con su entrega absoluta  a la tarea, Chela, su colaboradora de siempre, se hacía cargo del seguimiento de los detalles, garantía del éxito de todo diseño de políticas.

En los pasados 80, hubo que cicatrizar heridas. Hubo también otros desafíos. Sobre la fragmentación de la izquierda el discurso imperial retomaba la ofensiva. En el batallar de las ideas, Hart sabía que era indispensable «cambiar las reglas del juego», sustituir las reacciones defensivas por el diseño de lineamientos propositivos afincados en el reconocimiento de nuestra identidad nacional, en el respaldo a la experimentación, en el impulso a la creatividad como fuerza nutricia del ser de la nación. Como círculos concéntricos, los espacios de diálogo se multiplicaron. Emergía una nueva generación, impaciente por proyectarse con voz propia. Por vía institucional, Hart estableció canales de comunicación. La casona colonial de Empedrado, entonces Centro Alejo Carpentier, fue uno de ellos. En otra dirección, alentó el fortalecimiento de la Uneac, convertida en interlocutora crítica  privilegiada y en partícipe activa del debate cultural.

Concebida como método de trabajo, la perspectiva dialógica de Hart introdujo una dinámica que cerraba  el paso a la corrosiva rutina burocrática. Activaba las antenas para tomar la temperatura a los cambios derivados del transcurrir del tiempo en el ininterrumpido remodelarse de cada época. Estableció la interlocución activa con los artistas y con las nuevas generaciones, volcado siempre hacia el más ancho territorio de la sociedad. En ese sentido, fortaleció el papel de las instituciones, porque el rostro humano  de la realidad se manifiesta en la base popular históricamente cercenada del acceso a los bienes de la alta cultura y, sobre todo, del autorreconocimiento de los valores que, por tradición, la habitaban. Impulsó la legislación a favor del patrimonio. Propició  el desarrollo de una paciente labor investigativa  que se tradujo en la elaboración del Atlas de la cultura cubana con la consiguiente reivindicación de festejos y celebraciones adormecidos, aunque portadores de vitalidad. Así regresaron, entre otras muchas cosas, las parrandas, creación colectiva venida desde abajo.

Con pasión, espíritu crítico y creatividad, hay que aprender a leer la historia en función de las demandas presentes. Martí supo hacerlo de manera ejemplar cuando no eran muchos los datos disponibles sobre la base de estudios científicos sistematizados. En sus indagaciones sobre la Guerra de los Diez Años y en su intercambio con los participantes en la hazaña encontró las claves que le permitieron soslayar errores y tejer los hilos de la cohesión con vistas a juntar voluntades al servicio del gran proyecto liberador. Siguiendo el ejemplo del Maestro, Fidel formuló el Programa del Moncada. Con similar espíritu unitivo, Hart enfatizó como tradición viviente la articulación entre ética y política, indispensable en la compleja encrucijada  que define nuestra contemporaneidad. En ella se asientan los paradigmas que han de nutrir un imaginario resistente al socavamiento de valores.

Desde el estrecho ámbito de mi vida laboral, percibo los efectos lacerantes de la corrupción y el soborno. Como contraparte, a pesar de las difíciles circunstancias, me compensa observar en muchos la capacidad de crecer preservando la lealtad a los principios fundamentales, el gesto solidario, la cohesión en el esfuerzo común. Ahí, en el anonimato, se encuentran nuestros paradigmas. Ahí, silenciosas y tangibles, están nuestras reservas morales, nuestro capital más valioso.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-12-11/recuerdos-en-tiempo-presente-11-12-2017-00-12-24

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Para leer la realidad

Por: Graziella Pogollotti

Contaba hace poco Marta Rojas en Granma acerca de un mensaje enviado por Fidel a Haydée Santamaría desde la prisión de Isla de Pinos. Se refería entonces el Comandante a sus lecturas en esos días de aprendizaje y de preparación de futuro. Con la madurez adquirida, había vuelto a Cecilia Valdés. Descubría en el clásico de Cirilo Villaverde una penetrante mirada hacia los contextos sociales y económicos de la Cuba colonial y, sobre todo, se le revelaban las mentalidades dominantes en los tiempos que precedieron al estallido de la Guerra de los Diez Años. La sagacidad del análisis literario se aplica al mundo que nos rodea, vale decir, a lo que acostumbramos a llamar realidad.

Así lo hizo siempre Fidel. Entendió de manera ejemplar, válida para nosotros, el papel decisivo de las mentalidades, portadoras de gérmenes de prejuicios lastrantes y aspiraciones a un presente y un porvenir de permanente renovación.

Conformadas por la sociedad, actúan también sobre ella. Con el triunfo de la Revolución, Cuba se convirtió en voz respetada más allá de nuestras fronteras. Al aplastamiento derivado de la intervención norteamericana al cabo de largos años de combate por la independencia, siguió el renacer del más legítimo orgullo patrio, revertido de manera concreta en la dignidad acrecentada de cada uno de sus habitantes.

Movediza y susurrante en tanto expresión de la subjetividad, el temple de la mentalidad se reconoce al pegar el oído a la tierra y explorar la realidad mediante el empleo de múltiples vías. Como sucedió en el citado caso de Cecilia Valdés, los artistas más lúcidos descubren algunos aspectos significativos.

En el siglo XIX, Cirilo Villaverde reveló raíces ideológicas en la justificación de la infamia esclavista y mostró en la conducta de Cecilia la reiteración de un modelo impuesto por la sociedad que la marginaba y la condenó a seguir un camino fatalmente prefijado, en contradicción con sus intereses más legítimos. Nunca desdeñable, la mirada del escritor no agota la exploración de las mentalidades en el mundo contemporáneo. La ciencia dispone de métodos que no pueden descartarse. Debemos también al siglo XIX el desarrollo acelerado de la sociología y la sicología. Desde la perspectiva de cada una de ellas pueden conocerse problemas que se reflejan en los ámbitos de la educación, de los conflictos laborales, de la recepción de los mensajes difundidos por los distintos medios.

Para paliar estallidos de violencia y para modelar conciencias, el capitalismo ha colocado estos saberes al servicio del poder hegemónico. Así las derechas imponen sus políticas en desmedro de los intereses legítimos de las mayorías. Sin embargo, la instrumentalización del conocimiento con propósitos de dominación no cancela la validez de los métodos de investigación elaborados. Por esta vía pueden obtenerse referentes útiles a la hora de tomar decisiones.

Años atrás, Fidel indujo a los universitarios a conocer las zonas del país donde el subdesarrollo había dejado las marcas más profundas. La tarea de profesores y estudiantes involucrados en el proyecto consistiría en implementar acciones culturales durante algunas semanas. En verdad, no íbamos a enseñar, sino a aprender a través de la convivencia con los habitantes de territorios a los que nunca habíamos tenido acceso, conocidos apenas, en el mejor de los casos, mediante referencias librescas.

El país se electrificaba rápidamente. Pronto llegaban, por primera vez, el cine y la televisión. Entonces, los viejos se mantendrían fieles a Palmas y Cañas, mientras los jóvenes se agrupaban para escuchar Nocturno y se entrenaban en nuevas maneras de bailar. Los cambios de mentalidad saltaban a la vista. Con todos los sentidos en tensión, le estábamos tomando el pulso a la realidad en el entrechocar del ayer de los más viejos con el hoy y el mañana de quienes iban creciendo.

Ahora, las circunstancias están sujetas a los cambios impuestos por la contemporaneidad. No es hora de aplicar las prácticas de entonces. En la coyuntura actual, hay que seguir tomando el pulso a una realidad en permanente evolución.

Porque los que siembran y labran la tierra, los que atienden el desempeño de los niños en el aula, los que administran los recursos de la nación, los que garantizan la transportación de los trabajadores afrontan también los desafíos del vivir cotidiano. Constituyen por tanto el componente decisivo de la marcha cohesionada en favor de la ejecución de los proyectos de mayor alcance.

Atenta al decursar de la historia, la voluntad revolucionaria de cambiar lo que ha de ser cambiado mantiene como horizonte insoslayable el desarrollo de lo conquistado en tanto garantía de nuestra dignidad como persona y como nación, protección ante el desamparo, inclusividad de los preteridos, fidelidad –en suma– a los principios sustantivos de justicia social.
Mutantes, las mentalidades se ajustan al lenguaje y al movimiento de cada época. Pero, resistentes como hilos de acero, arraigan en valores que se han ido edificando a través del tiempo. Para subvertirlas y manipularlas, el poder hegemónico del capital financiero implementa el ocultamiento de la realidad mediante el intenso bombardeo cautivante de imágenes ilusorias. Para contrarrestar ese influjo avasallador, hay que aprender a descifrar, en lo más profundo, las señales inequívocas de la verdad. José Martí las encontró en los trabajadores del Cayo que entregaron sus pocos centavos a la causa independentista y en los hogares campesinos que lo acogieron después del desembarco en Playitas de Cajobabo.

Hizo de Patria un instrumento de la verdad. Tras medio siglo de desencanto republicano, Fidel confió en ese rescoldo resistente aun después de los duros golpes sufridos en el Moncada y en Alegría de Pío. Entonces, también, la verdad fue su arma más poderosa. La reconocimos todos en la voz que llegaba con Radio Rebelde desde la Sierra Maestra. La afrontó con la mayor transparencia en la Crisis de Octubre y antes del derrumbe de la Unión Soviética.

Para hurgar en la verdad, Armando Hart abrió espacios de diálogo desde el Ministerio de Cultura y el Programa Martiano.

Tendió puentes entre la tradición histórica y la contemporaneidad. Por eso, la mayoría del pueblo ha compartido el doloroso estremecimiento de su reciente pérdida.

Justo es reconocerlo: vivimos tiempos difíciles. A los problemas económicos se suman los huracanes arrasadores, todo lo cual repercute en el vivir cotidiano. Hoy como ayer, algunos flaquean. Tenemos que desembarazarnos de rutinas gastadas, cambiar lo que ha de ser cambiado, tomar el pulso de la realidad, asumir errores y rectificar a tiempo. Ante la magnitud del desafío, tenemos que confiar en los hilos resistentes de una mentalidad devenida herencia cultural de la nación construida, a pesar de todos los avatares, en la continuidad de una lucha por la independencia, la justicia social y el mejoramiento humano.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-12-03/para-leer-la-realidad-03-12-2017-22-12-33

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El arte de escuchar

Por: Graziella Pogolotti

Más vigente que nunca, el pensamiento vivo de Fidel se orienta estratégicamente hacia un horizonte de emancipación, teniendo en cuenta siempre la percepción concreta de la realidad. Así, en sus Reflexiones, avizoró las grandes amenazas que penden sobre el destino de nuestra especie. Enraizada en el conocimiento de los procesos históricos que han conformado nuestro país, su visión no es localista. Tiene alcance universal.

La gran tarea de hurgar en su ideario, indispensable en medio de los desafíos de la contemporaneidad, exige seguir paso a paso, en su integralidad y en sus contextos, la secuencia de sus discursos, adheridos siempre a las demandas de la inmediatez e inscritos en un marco conceptual riguroso y asequible a todos, nunca aferrado a doctrinarismos abstractos. Su rasgo característico reside quizás en su naturaleza dialógica señalada por el Che al describir en El socialismo y el hombre en Cuba su intercambio productivo con las masas en el inmenso espacio de nuestra Plaza de la Revolución. Otra clave imprescindible se encuentra en la singular capacidad de escuchar, aun en esos multitudinarios encuentros, las interrogantes de sus interlocutores. De ese toma y daca dimana la organicidad de sus respuestas y la consiguiente autenticidad de su palabra, hecha de verdad y de convicción profunda.

Para los que no habían nacido entonces y para quienes vivimos esa etapa, vale la pena recordar el inicio de los noventa del pasado siglo. Fidel preparó al pueblo, cuando todavía no se había producido el acontecimiento, ante la posibilidad de que la Unión Soviética se desgajara. Aunque resulte dura, la verdad constituye cimiento de unidad, fuente de confianza y plataforma indispensable para el diálogo. A lo largo de los difíciles años del periodo especial, tuve el privilegio de participar en numerosos encuentros con el Comandante. Había que juntar voluntades para emprender el áspero ascenso hacia la resistencia por la salvaguarda de cada uno y de la patria conquistada. La precariedad económica tenía inevitable repercusión en la vida de la sociedad. En esa coyuntura, los escritores y artistas reunidos en el seno de la Uneac concedieron prioridad al análisis de los problemas que emergían en su entorno.

Dejaron de lado preocupaciones gremiales para volcarse hacia el ancho territorio del país. Abordaron temas relacionados con la preservación de la ciudad, con la existencia de jóvenes alejados del estudio y del trabajo, con el rebrote de manifestaciones de racismo. Respetuoso siempre, Fidel escuchaba con esa excepcional capacidad de concentración que le permitía taladrar el trasfondo de las palabras y los gestos, profundizar en el examen de cada asunto, percibir la dimensión concreta del presente, captar las referencias del pasado y proyectar la mirada hacia las repercusiones futuras de cada fenómeno. En esa intensidad del pensar se articulaban la observación del detalle, las interconexiones existentes entre las distintas esferas de la realidad y las indispensables definiciones conceptuales. Vendría luego el habitual bombardeo de preguntas. Muchas solicitaban mayor grado de precisión. Otras, totalmente imprevistas por el interlocutor, revelaban acercamientos a costados más profundos del tema, así como la rapidez y la intensidad de la reflexión creativa que acompañaba en Fidel el modo activo y crítico de escuchar al otro. Sus comentarios no clausuraban de manera definitiva el debate, aunque en ocasiones se impusiera la necesidad de tomar medidas o de investigar de forma más exhaustiva algunos asuntos.

Percibíamos todos el afán por conocer los matices de una realidad compleja, ninguna palabra caía en el  vacío. En esa transparencia del diálogo, todos nos sentíamos partícipes y, por lo tanto, entrañablemente comprometidos, sabíamos que nuestra visión podía resultar parcial, que contendría quizás alguna apreciación errónea. Pero el conglomerado allí reunido procedía de todos los rincones de la Isla, ejercía prácticas artísticas diversas  y sostenía vínculos de variada naturaleza con la comunidad y con sectores de un público más amplio. Conformábamos entre todos un rico mosaico que abocetaba el paisaje de un universo social en rápida evolución.

El arte de escuchar revela las verdades ocultas tras las apariencias. Constituye la base de un permanente aprendizaje, en términos concretos, de las realidades contradictorias y cambiantes de la vida y de la historia. Asienta el diálogo y el compromiso entre los interlocutores. De esa manera, sin perder de vista el esencial propósito emancipador, el pensamiento vivo de Fidel penetró con mirada visionaria el palpitar de la época. Vio desarrollarse la hierba que aún no había nacido. En las páginas de La historia me absolverá, más allá de la lucha inmediata contra la tiranía, en el reconocimiento de la enseñanza martiana se advierte el lastre de la condición colonial junto al subdesarrollo heredado de ella. Ahí está la clave de la emancipación proclamada entonces. El pueblo se define a partir de sus componentes concretos reveladores de la miseria de muchos y la dignidad lacerada de todos. Por eso afirmará, al llegar a La Habana en el enero triunfante del 59, que el verdadero combate estaba  comenzando. Ajeno a dogmas y sectarismos, edifica la unidad y vincula la Isla liberada al movimiento descolonizador de los sesenta. En términos apremiantes, insiste desde fecha temprana en que el carácter depredador del capitalismo habrá de precipitar el exterminio de la especie.

En el pensamiento vivo de Fidel, los hombres y las mujeres de hoy han de encontrar una guía para la acción. Educado en el colegio de Belén, el hijo de Birán hubiera podido transitar por una brillante carrera profesional, según las normas de la sociedad burguesa. El arte de escuchar lo llevó a descubrir, en su tierra de origen, la infinita tragedia que pesaba sobre los desamparados. De ese vínculo con las realidades concretas, nacieron vocación, pensamiento y destino. No tuvo reparos en arriesgar la vida. Al igual que Martí, confió en el mejoramiento humano. Esa entrega lúcida de vida y obra a la causa de la humanidad dan la medida de la inmensa estatura del revolucionario. Es la razón de su vigencia.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-11-27/el-arte-de-escuchar-27-11-2017-01-11-44

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¿Cómo se fue haciendo la cultura cubana?

Por: Graziella Pogolotti

Acosado por la miseria y la tuberculosis, Heredia murió en el exilio. Plácido y Zenea fueron fusilados. José Martí cayó en Dos Ríos. Mientras  los poetas forjaban imágenes para una nación todavía inexistente, los pensadores labraban un ideario a través de la enseñanza. Quebrantaban la esclerosada tradición dogmática impuesta por la colonia.

El presbítero Félix Varela sentaba cátedra en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio. No tuvo alumnos, formó discípulos. De manera inevitable, el camino trazado lo llevaría a la política y al debate abierto en las Cortes de España.

Perseguido, encontró refugio en una emigración sin regreso. No dejó por ello de pensar en Cuba y ejercer un magisterio espiritual. Más prudente y no menos eficaz, Luz y Caballero se entregó a la educación. En las aulas, estaban madurando los futuros combatientes. Desde entonces, ética y política comenzaban a entrelazarse de manera inseparable, visión que alcanzaría con José Martí su proyección más intensa en el verbo encendido y en la conjunción concreta de teoría y práctica.

Al principio, las ideas circularon en los cotos de las minorías ilustradas. Las dramáticas circunstancias de una sociedad colonial y esclavista favorecieron el desarrollo de inquietudes convergentes en sectores de las mayorías silenciadas. El poder metropolitano percibió la amenaza latente. Para contener el peligro aplicó la violencia extrema contra Aponte y en la represión de la llamada Conspiración de la Escalera. En lo político, en lo social y en lo cultural, convertida en causa popular, la idea de la nación adquirió cuerpo durante la Guerra de los Diez Años.

En febriles jornadas sin sueño para evitar la probable intervención  del imperio naciente, José Martí juntó acción y prédica. Había que consolidar la unidad entre los veteranos de ayer y la nueva generación, entre los representantes de las distintas capas de la sociedad y atenuar las supervivencias de los antiguos localismos. La noción de independencia integraba la reivindicación de un ideal de justicia. La patria se iba haciendo en la conjunción de «raíz y ala» con la mirada puesta en lo más profundo de sus entrañas y el impulso creador de los sueños siempre perseguidos. No tuvo aula, pero lo llamaron Maestro.

La frustración republicana tuvo un impacto inicial aplastante con señales de escepticismo, de oportunismo y de corrupción. El aparente letargo no se mantuvo durante mucho tiempo. La siembra no había sido inútil. En los años 20 del pasado siglo, el impacto de la realidad matizada por una crisis estructural de la economía dependiente y la subordinación de los gobiernos a los dictados del imperio indujeron a los intelectuales a salir de sus cenáculos, a conquistar  visibilidad y participación en la vida pública. Ese compromiso no los sustraía de la entrega a la realización personal que contribuía también a edificar la nación. Había que adentrarse en lo profundo de las raíces  y conformar al ala desde la perspectiva de la contemporaneidad.

Mella fundaba la Universidad Popular José Martí. Los historiadores proponían la relectura de nuestro devenir, Fernando Ortiz revelaba las zonas preteridas de nuestro mestizaje cultural. Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, con la complicidad activa de Carpentier, se planteaban el desafío de incorporar los ritmos de origen africano al arte de la composición sinfónica. Los poetas aguzaban el oído en dirección similar. Lo hicieron Tallet y Ballagas. Los tanteos llegaron a su cristalización con Motivos de son de Nicolás Guillén. Los pintores viajaron a París en procura de aprendizaje del oficio y de los lenguajes contemporáneos. Con esa experiencia, forjaron un imaginario visual que, según muchos críticos, marca el verdadero nacimiento de nuestras artes plásticas. Por múltiples caminos, raíz y ala convergían nuevamente.

En el contexto de la República neocolonial, los iniciadores de los 20 y las generaciones que les sucedieron hicieron su obra desde la precariedad extrema. Cuando podían, ganaban el sustento mediante el desempeño de otros oficios. Ejemplo dramático, el asesinato del juez Alejandro García Caturla tronchó la vida, en plena madurez, a uno de nuestros más brillantes compositores.

La enseñanza artística padecía incurable anemia. Ante tanto desamparo, la Revolución Cubana retoma algunas ideas  fundadoras y centra su atención en el impulso a la cultura. Desde la campaña de alfabetización hasta la reforma universitaria, la educación constituye columna vertebral de un propósito democratizador que apuntala la soberanía nacional en beneficio de la plenitud de la persona y en favor de la conversión de la ciencia en fuerza productiva. El sistema institucional que comienza con la fundación del Icaic sienta las bases para la profesionalización de los artistas, para la producción de la obra y para la formación de numerosos espectadores críticos y al propio tiempo, para el rescate y protección del patrimonio nacional. El sistema de enseñanza artística incorpora a los creadores de más valía a la docencia, y ofrece posibilidades sin precedentes a los talentos potenciales. La construcción de los edificios de Cubanacán aspira a favorecer el diálogo entre las distintas  manifestaciones artísticas.

Pasados los días conmemorativos de la jornada de la cultura cubana, conviene conceder tiempo reposado a la meditación acerca de los desafíos de la hora con participación de los más jóvenes. La irrupción de las nuevas tecnologías, la presencia del mercado en ciertas zonas de la creación contribuyen a modelar mentalidades y aspiraciones. Paradójicamente, la proliferación de áreas de investigación en las universidades y en los centros dedicados a las ciencias sociales no se ha traducido en un productivo intercambio de saberes de tanta significación en los reducidos cenáculos intelectuales de los siglos XIX y XX. Abiertos al mundo, remisos al estrecho localismo, los intelectuales cubanos fueron, en circunstancias adversas, raíz y ala, observadores de la realidad y creadores de un imaginario. Hay que eliminar barreras, estereotipos y fórmulas gastadas. Corresponde a las instituciones favorecer la circulación del pensamiento. En un tiempo dominado por la expansión de la frivolidad y el culto al desfile efímero de los famosos, pensar es un modo de hacer.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-10-29/como-se-fue-haciendo-la-cultura-cubana-29-10-2017-21-10-36

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¿Cómo se fue haciendo la cultura cubana?

Por: 

Acosado por la miseria y la tuberculosis, Heredia murió en el exilio. Plácido y Zenea fueron fusilados. José Martí cayó en Dos Ríos. Mientras  los poetas forjaban imágenes para una nación todavía inexistente, los pensadores labraban un ideario a través de la enseñanza. Quebrantaban la esclerosada tradición dogmática impuesta por la colonia.

El presbítero Félix Varela sentaba cátedra en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio. No tuvo alumnos, formó discípulos. De manera inevitable, el camino trazado lo llevaría a la política y al debate abierto en las Cortes de España.

Perseguido, encontró refugio en una emigración sin regreso. No dejó por ello de pensar en Cuba y ejercer un magisterio espiritual. Más prudente y no menos eficaz, Luz y Caballero se entregó a la educación. En las aulas, estaban madurando los futuros combatientes. Desde entonces, ética y política comenzaban a entrelazarse de manera inseparable, visión que alcanzaría con José Martí su proyección más intensa en el verbo encendido y en la conjunción concreta de teoría y práctica.

Al principio, las ideas circularon en los cotos de las minorías ilustradas. Las dramáticas circunstancias de una sociedad colonial y esclavista favorecieron el desarrollo de inquietudes convergentes en sectores de las mayorías silenciadas. El poder metropolitano percibió la amenaza latente. Para contener el peligro aplicó la violencia extrema contra Aponte y en la represión de la llamada Conspiración de la Escalera. En lo político, en lo social y en lo cultural, convertida en causa popular, la idea de la nación adquirió cuerpo durante la Guerra de los Diez Años.

En febriles jornadas sin sueño para evitar la probable intervención  del imperio naciente, José Martí juntó acción y prédica. Había que consolidar la unidad entre los veteranos de ayer y la nueva generación, entre los representantes de las distintas capas de la sociedad y atenuar las supervivencias de los antiguos localismos. La noción de independencia integraba la reivindicación de un ideal de justicia. La patria se iba haciendo en la conjunción de «raíz y ala» con la mirada puesta en lo más profundo de sus entrañas y el impulso creador de los sueños siempre perseguidos. No tuvo aula, pero lo llamaron Maestro.

La frustración republicana tuvo un impacto inicial aplastante con señales de escepticismo, de oportunismo y de corrupción. El aparente letargo no se mantuvo durante mucho tiempo. La siembra no había sido inútil. En los años 20 del pasado siglo, el impacto de la realidad matizada por una crisis estructural de la economía dependiente y la subordinación de los gobiernos a los dictados del imperio indujeron a los intelectuales a salir de sus cenáculos, a conquistar  visibilidad y participación en la vida pública. Ese compromiso no los sustraía de la entrega a la realización personal que contribuía también a edificar la nación. Había que adentrarse en lo profundo de las raíces  y conformar al ala desde la perspectiva de la contemporaneidad.

Mella fundaba la Universidad Popular José Martí. Los historiadores proponían la relectura de nuestro devenir, Fernando Ortiz revelaba las zonas preteridas de nuestro mestizaje cultural. Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, con la complicidad activa de Carpentier, se planteaban el desafío de incorporar los ritmos de origen africano al arte de la composición sinfónica. Los poetas aguzaban el oído en dirección similar. Lo hicieron Tallet y Ballagas. Los tanteos llegaron a su cristalización con Motivos de son de Nicolás Guillén. Los pintores viajaron a París en procura de aprendizaje del oficio y de los lenguajes contemporáneos. Con esa experiencia, forjaron un imaginario visual que, según muchos críticos, marca el verdadero nacimiento de nuestras artes plásticas. Por múltiples caminos, raíz y ala convergían nuevamente.

En el contexto de la República neocolonial, los iniciadores de los 20 y las generaciones que les sucedieron hicieron su obra desde la precariedad extrema. Cuando podían, ganaban el sustento mediante el desempeño de otros oficios. Ejemplo dramático, el asesinato del juez Alejandro García Caturla tronchó la vida, en plena madurez, a uno de nuestros más brillantes compositores.

La enseñanza artística padecía incurable anemia. Ante tanto desamparo, la Revolución Cubana retoma algunas ideas  fundadoras y centra su atención en el impulso a la cultura. Desde la campaña de alfabetización hasta la reforma universitaria, la educación constituye columna vertebral de un propósito democratizador que apuntala la soberanía nacional en beneficio de la plenitud de la persona y en favor de la conversión de la ciencia en fuerza productiva. El sistema institucional que comienza con la fundación del Icaic sienta las bases para la profesionalización de los artistas, para la producción de la obra y para la formación de numerosos espectadores críticos y al propio tiempo, para el rescate y protección del patrimonio nacional. El sistema de enseñanza artística incorpora a los creadores de más valía a la docencia, y ofrece posibilidades sin precedentes a los talentos potenciales. La construcción de los edificios de Cubanacán aspira a favorecer el diálogo entre las distintas  manifestaciones artísticas.

Pasados los días conmemorativos de la jornada de la cultura cubana, conviene conceder tiempo reposado a la meditación acerca de los desafíos de la hora con participación de los más jóvenes. La irrupción de las nuevas tecnologías, la presencia del mercado en ciertas zonas de la creación contribuyen a modelar mentalidades y aspiraciones. Paradójicamente, la proliferación de áreas de investigación en las universidades y en los centros dedicados a las ciencias sociales no se ha traducido en un productivo intercambio de saberes de tanta significación en los reducidos cenáculos intelectuales de los siglos XIX y XX. Abiertos al mundo, remisos al estrecho localismo, los intelectuales cubanos fueron, en circunstancias adversas, raíz y ala, observadores de la realidad y creadores de un imaginario. Hay que eliminar barreras, estereotipos y fórmulas gastadas. Corresponde a las instituciones favorecer la circulación del pensamiento. En un tiempo dominado por la expansión de la frivolidad y el culto al desfile efímero de los famosos, pensar es un modo de hacer.

Fuente noticia: http://www.granma.cu/opinion/2017-10-29/como-se-fue-haciendo-la-cultura-cubana-29-10-2017-21-10-36

Fuente imagen: http://www.rguama.icrt.cu/images/fotos/2017/Octubre/20/web-cultura-cubana-imagen-tomada-de-periodicovictoria-.jpg

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Che, comandante, compañero, amigo

Por: Graziella Pogolloti

Para conocer las entrañas de la Tierra, consideró el Che la posibilidad de asomarse al cráter de un volcán. Durante años, me ha atenaceado la necesidad de indagar acerca del trasfondo humano palpitante tras las hazañas del constructor y del combatiente guerrillero. He perseguido el anecdotario conservado en la memoria de sus compañeros y colaboradores, las obras que nos fue dejando, los textos inconclusos, los testimonios personales dejados en crónicas, diarios y en la escasa correspondencia conocida. Puedo configurar una silueta, aun cuando muchos rasgos esenciales se me escapan. Apenas abocetada, esa dimensión humana ha de permanecer, como lava ardiente, en beneficio de la generación actual y de aquellas otras que están por llegar.

En su clásico ensayo sobre el socialismo y el hombre en Cuba, el Che comienza por recordar que los revolucionarios están movidos por profundos sentimientos de amor. Esa pasión lúcida no se dirige a un concepto abstracto de humanidad. Se reconoce en la persona concreta, inmersa en circunstancias históricas determinadas.

En ese contexto específico, hay que sembrar conciencia mediante la palabra, la acción y el sacrificio compartidos, así como por la indispensable superación.

Desde edad temprana, afrontó Ernesto Guevara su lucha personal contra la adversidad. El asma que siempre lo acompañaría lo apartaba de la escuela y del retozo junto a sus coetáneos. Con disciplina y voluntad férreas, con el estudio, con la práctica del deporte y el refinamiento de un artista, fue construyendo su perfil, su sentido de la vida y su destino. Fue médico, pero su experiencia personal y sus lecturas en el campo de las ciencias sociales y las humanidades le enseñaron que no bastaba con curar los males del cuerpo. Entonces, quiso tocar la realidad con las manos.

Se hizo viajero, nunca turista superficial acomodado al bienestar de los hoteles. Apegado a la tierra, con medios rústicos, recorrió la Argentina. Fascinado por el paisaje, en el andar azaroso, allí donde lo atrapaba la noche, descubrió a la gente común.

Comprendió así la necesidad de dar el gran salto hacia la América nuestra. Conoció el vivir de los portuarios de Valparaíso, de los mineros del norte de Chile y en las noches de frío compartió la manta con algún desheredado de la fortuna. Sin abandonar el contacto directo con los de abajo, indaga acerca de las culturas originarias ante la obra deslumbrante de los incas y de los mayas.

Está llegando a Guatemala, punto de partida del giro definitivo de su existencia. Vive desde dentro el proceso que conmovió a la juventud progresista en los 50 del pasado siglo cuando el movimiento popular y el proyecto de reforma agraria fueron aplastados por la intervención imperialista. Se apresta a servir en lo necesario. Ante la metralla de la aviación contra un país inerme, Jacobo Árbenz cede. Durante años, el pequeño país habrá de pagar un alto precio de sangre y sufrimiento. Es allí donde el Che establece su primer vínculo con los cubanos. Había encontrado su destino y su medida de hombre.

Como Martí y Fidel, el Che ejerció un ininterrumpido magisterio. Lo hizo en la lucha guerrillera, desde sus funciones en el Ministerio de Industrias y en el Banco Nacional. En todos los casos, la célula matriz estaba en el fundamento ético, siempre de cara a la verdad para afrontar, con clara conciencia, las más duras realidades y en equilibrado reconocimiento a los éxitos y a los méritos personales. Mantuvo así la cohesión de los combatientes acosados por el hambre, el enemigo y por la naturaleza hostil en la travesía invasora que los condujo de la Sierra Maestra al Escambray.

Para  sobreponerse a la adversidad y proseguir el camino, era indispensable la solidaridad incondicional entre los hombres, la confianza en el jefe y la firme convicción en el propósito común.

Con el triunfo revolucionario no había llegado la hora del reposo. Todo lo contrario. Ante la complejidad de los problemas, los días sin sueños imponían una conducta que compartiera la austera ejemplaridad, la permanente proximidad con la temperatura popular y un enorme desafío intelectual. Para los combatientes de ayer había llegado la hora de estudiar, tanto más cuando muchos técnicos calificados abandonaban el país. Porque vivimos una realidad planetaria cada vez más riesgosa e injusta, sus victimarios no pudieron asesinar al maestro. Al poder de las armas y de las finanzas, se suma ahora la sofisticada manipulación de las mentalidades con el propósito de convertir al ser humano en mercancía al servicio de las demandas del mercado. La batalla decisiva se está librando también en el terreno de la conciencia. Así lo comprendió el Che desde fecha temprana y, desde esa perspectiva, advirtió fisuras en el campo del llamado socialismo real. Contraponía entonces la necesidad de construir, mediante la crítica, la lúcida compenetración con el individuo concreto y el estudio, al sujeto protagonista de la historia. Por eso, política, ética, apego  a la verdad y lúcida comprensión de nuestras propias deficiencias resultaban inseparables.

Para fortalecer el vínculo solidario, el amor se convertía en impulso transformador. En lo más profundo, siempre pudoroso, tocaba la cuerda de la ternura, reconocible en los textos que escribió y en los fragmentos del epistolario que han pasado al dominio público. Tenemos que fijar la mirada en su semblanza del Patojo –el guerrillero guatemalteco–, del Vaquerito, anónimo y arrojado combatiente cubano y en el desgarrador relato del sacrificio del cachorro en los días de la Sierra Maestra.

En las efemérides y en la vida cotidiana, rindamos culto merecido al héroe. Profundicemos en el estudio de su pensamiento. Guardemos, en lo más profundo del corazón, al decir del cantor popular, «tu querida presencia, Comandante Che Guevara».  (Tomado de Juventud Rebelde)

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-10-08/che-comandante-companero-amigo-08-10-2017-20-10-59

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