Una comunidad silenciosa

México/ Agosto de 2016/Zócalo

Por: Guillermo Robles Ramírez

En cualquier ciudad del mundo en donde la falta de alumbrado público son los lugares favoritos de reunión, que además se caracterizan por sus muros pintados; en ocasiones por leyendas con letras que para muchos resultan difíciles de entender por sus singulares estructuras; a veces, con pintura de paisajes o personas con miembros desproporcionados y en ocasiones con íconos religiosos.

Por lo general, su estilo de vestir, el conglomerado y su actitud hacia las demás personas son suficientes para atemorizar a los ciudadanos o al menos sí quienes viven cerca de la localidad, pero violentos o no, los grupos de cholos y pandillas de las ciudades mantienen a la población en la zozobra.

En un estudio publicado en el 2014 de la extinta Secretaría de Seguridad Pública Federal aseguraban la existencia de pandillas en el 87.5 por ciento del territorio nacional.

La mayoría de las pandillas tienen un líder o grupo de líderes naturales fácilmente identificables hasta por sus sobrenombres; en otros casos el líder no ha sido identificado por las autoridades o bien, hay una rotación informal del liderazgo.

Pero de algo que sí es seguro es que su esquema de ir subiendo de jerarquía es el robar, matar y la violación para poder ascender dentro de sus grupos ilegales.

Aunque usualmente las pandillas están integradas por jóvenes varones también existen pandillas de mujeres, que tienen sus puntos de reunión en la confluencia de las calles conocidas también por las mismas autoridades de seguridad pública que prefieren no entrar a patrullar para evitar ser atacados con piedras dañando las unidades municipales cuyos destrozos se les descuenta de la nómina al elemento de seguridad.

Fuentes de inseguridad y temor para la mayoría de los habitantes, las pandillas se forman particularmente por jóvenes deseosos de sentir la aceptación de sus semejantes; que compartan gustos por la música, intereses de la comunidad y, en muchos casos, el mismo nivel económico.

El joven denominado «chico banda», usualmente utiliza la pandilla reemplazar una situación familiar que no le agrada; así la mayoría procede de hogares rotos, donde usualmente el patriarca del hogar que por tener que trabajar por el sustento, dispone de poco tiempo y energía para guiar y disciplinar a los hijos y si a eso le sumamos que cada vez va en aumento en donde ambos, es decir, la madre y el padre tienen que salir a laborar para sobrevivir ante la crisis que se vive en general en el país, eso significa menos tiempos a los hijos que educar.

Algunas pandillas comparten un signo de identificación entre sí. Puede ser el uso de determinada prenda de vestir, la forma de colocarse un sombrero cholo, camisa de determinado color, tatuajes o pulseras, entre otros.

Si bien es cierto que la mayoría son pacíficas, hay otras que han ocasionado agudos dolores de cabeza a elementos de la Policía Municipal y con frecuencia se ven implicados en peleas callejeras, delitos cometidos con disparos de arma de fuego o con el uso de armas blancas, considerados como cualquier objeto corta punzante que rebase las tres pulgadas de largo, ocasionado muertes y homicidios violentos.

Como parte integral de una sociedad, porque definitivamente no se les puede ignorar, se han convertido en una comunidad silenciosa que pasa desaperciba por los medios de comunicación, pero no para quienes viven cerca de sus puntos de reunión que por lo general siempre será en una esquina o apoderados de un parque; dueños de la noche de sus colonias o territorios ahora más que nunca pasan a ser la carátula invisible de cada localidad chiquita o mediana, de cada municipio que conforme pasa los días, semanas, meses y años se han fortalecido en todo el país convirtiéndose en su mayoría los nuevos soldados del cualquier crimen organizado.

Fuente: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/una-comunidad-silenciosa-1469694278

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