Page 2 of 22
1 2 3 4 22

En cualquier lugar del mundo

Por Ilka Oliva Corado

Se irán para el norte con un grupo de amigos, sin pagar coyote porque no tienen dinero…

La alarma del reloj despertador repica una y otra vez, Cheyo la voltea a ver de reojo, cansado, quiere seguir durmiendo, hace apenas tres horas llegó a su cuarto ha trabajado todo el día quiere dormir, sólo dormir, pero hace años que no duerme más de cuatro horas y no porque no quiera si no porque no puede, el ritmo de trabajo no se lo permite.

Los dolores en la espalda le han hecho mella y el dolor de muelas le martilla toda la cabeza, apenas puede masticar y cada vez que hace esfuerzo para echarse un bulto sobre la espalda siente como si le clavaran una aguja en las muelas. Tiene varios agujeros negros porque están podridas le dijo Jerónima, la muchacha que trabaja en unos de los comedores echando tortillas, como él ella también es migrante en la ciudad de Guatemala, llegó desde Quetzaltenango, de 13 años a trabajar en el servicio doméstico y él a los 11 a lustrar zapatos, pero desde hace cinco trabaja cargando bultos le va mejor ahí, le pagan más pero su espalda lo resiente y un dolor en el tobillo derecho que lo hace cojear por ratos.

Cheyo es originario de Rabinal, Baja Verapaz, Guatemala, es el mayor de nueve hermanos, su padre trabaja de jornalero en la siembra de manía y en la cosecha de anonas cuando llega la temporada, también siembra milpa, frijol y ayotes en el terreno que alquila anualmente y paga con la mitad de su cosecha de maíz. Su madre vende tamalitos de frijol y atoles en el mercado de Rabinal, también lava ropa ajena y cuando puede teje perrajes que termina vendiendo a los turistas por la mitad del precio, de tanta rebaja que le piden, siempre dice que es mejor algo a nada pues ella es  la de la necesidad.

En la capital estaba un tío, hermano de su mamá que trabajaba de guardia de seguridad privada y alquilaba un cuarto en las cercanías del mercado La Terminal, fue él quien se lo llevó para que comenzara a trabajar para que ayudara a sus padres en la crianza de sus hermanos, de la misma forma en que hicieron ellos con sus hermanos pequeños, es tu suerte, así nos toca a los hermanos mayores, le dijo. El viaje fue trajinado, vomitó en varias ocasiones porque el humo de la camioneta era tan ajeno al olor del monte donde creció, nunca se había subido en un autobús ni viajado tan lejos. Su mamá le echó envueltos en un perraje varios tamalitos de frijol y en un bote de galón de aceite le puso atol de tres cocimientos, también le dio una botellita de Agua Florida que tenía usada, por si le daba dolor de cabeza o tuviera frío en la noche que se echara en los pies y el pecho. Lo abrazó llorando y le echó la bendición, su papá sólo le dio la mano y se dijo que ya era hora que se hiciera hombrecito y que su ayuda económica era muy necesaria en la casa.

Cuando llegó a la capital se encontró en la habitación a cuatro hombres más, todos del interior del país, compañeros de trabajo de su tío, dormían sobre petates. Sobre una mesa de pino encontró una estufa de cuatro hornillas, eléctrica, una fridera, una olla, una botella de aceite casi por terminarse y un bote de café. En el suelo en una esquina sobre un bloque se cemento, cuatro pailas y cuatro tazas, el mismo número de cubiertos y un pedazo de manta. Colgados de una bolsa plástica de una de las vigas del techo varios rollos de papel higiénico y pedazos de papel periódico. Colgando sobre la pared un calendario de una mujer en traje de baño.

El tío lo presentó con los demás que le dieron una cálida bienvenida y se arrinconó sobre uno de los petates para que también se acostara, al otro día lo llevó a presentar con el grupo de niños que lustraban zapatos en la zona, la caja y el material se la vendió uno de los señores que arreglan zapatos por el lado de la repollera. Así fue como Cheyo conoció la capital, el humo de las camionetas y el bullicio que comenzaba a las dos de la madrugada cuando llegaban los primeros camiones desde distintos puntos del país a dejar y a comprar mercadería.

Del genocidio jamás escuchó hablar a sus papás, fue su tío quien le contó que a la mitad de su aldea la habían desparecido y a la gente de otras aldeas la habían masacrado cuando él y su mamá eran niños, le advirtió que tuviera cuidado con la gente de la capital porque no eran igual que ellos y que  estaban ahí no porque quisieran sino por necesidad. Le dijo que no se igualara a ellos y que mantuviera su idioma costara lo que costara, porque era herencia de sus abuelos.  También le dijo que tenía que inscribirse en la escuela nocturna para seguir estudiando y Cheyo lo hizo entusiasmado, ahí conoció muchos amigos que también habían llegado de otros lugares del país, muchos hablaban otros idiomas que él no conocía y entre todos a como podían intentaban hablar español para no quedarse atrás en las clases.  Entre lustradores de zapatos, cargadores de bultos, tortilleras, cocineras, ayudantes de vendedores, ayudantes de zapateros, guardias de seguridad privada, albañiles, panaderos y trabajadoras sexuales de la línea Cheyo encontró calor humano en la gran urbe que era ajena totalmente a sus sentimientos y a sus necesidades.

Los únicos ruines ahí eran los que iban a comprar y que le gritaban como si a un chucho estuvieran espantando cuando necesitaban que les lustrara los zapatos, así le contaba a su amiga Jerónima. Con Jerónima iban al parque central cuando podían a dar una vuelta por la plaza y a comerse un helado, juntos descubrieron que ahí era el punto de encuentro de muchos como ellos que también habían llegado del interior del país, que también eran indígenas y que también como ellos no se hallaban, que los trababan muy mal los capitalinos mestizos en sus trabajos y en la calle.

Un  amigo que cargaba bultos  lo animó a dejar de lustrar zapatos y a trabajar como él, sólo tenía que hacer una carreta de tablas de madera, conseguir un lazo doble y unos dos costales o un su pedazo de poncho para ponerse en la espalda, no requería tanta inversión, estaba joven y fuerte, por lo demás los mismos clientes lo iban a buscar,  unos con un silbido, otros con un grito, pero se acercarían a solicitar su ayuda, le dijo cuánto cobrar por viaje dependiendo la distancia y el peso y así fue como Cheyo dejó de lustrar zapatos para cargar bultos.

Trabajó lustrando zapatos 6 años, a los 17 comenzó a cargar bultos, tiene 22 y la mitad de su vida  en la capital, en un sobre le envía dinero cada dos semanas a sus papás con los pilotos de las camionetas que van hacia su pueblo, está cursando el bachillerato en la escuela nocturna, ve en Jerónima  la belleza de las matas de anís y manzanilla, cada vez que se le acerca siente que el corazón se le va a salir por la boca, Jerónima tiene el alma de las aves del monte donde pasó su infancia: libre. Y él quiere saber qué es la libertad.

Jerónima que está decidida a irse para el norte, porque tiene dos hijos qué criar. Fue abusada a los 12 años por uno de los  hermanos de la iglesia que la dejó embarazada de gemelos, sus padres la enviaron a la capital a trabajar para que los pudiera criar y ellos los cuidarían, siguen asistiendo a la misma iglesia y perdonaron al hermano que les dijo que no sabía qué le sucedió, que fue el demonio que lo hizo hacer eso, sus padres pensaron que parte de la culpa la tuvo ella por empezar a desarrollar tan rápido y que su cuerpo distraía a los hermanos de la iglesia.

A diferencia de Cheyo, Jerónima con lo único que sueña es con llegar a Estados Unidos y poder juntar dinero para mandar a traerlos, Cheyo quiere saber cómo sería vivir de otra manera, sin cargar bultos, sin que le griten, sin que lo menosprecien, sin que se burlen cuando habla español, quiere saber cómo sería tener dinero para comprarse un pedazo de pastel o un par de zapatos. ¿Cómo sería poder enviar dólares para que sus padres construyan una casa y sus hermanos vayan a la universidad?  Que tengan un refrigerador donde guardar la comida y un amueblado de sala para que descansen su espalda, le encantaría enviarles dinero para que compren camas y dejen de dormir en hamacas. Componerse esas muelas para que dejen de dolerle.

Son las 3 de la madrugada y suena el reloj despertador, en una de las pensiones cercanas a la línea del tren lo espera Jerónima, se irán para el norte con un grupo de amigos, sin pagar coyote porque no tienen dinero y tampoco conocen el camino, pero no les aflige, porque si de niños sobrevivieron a la ingratitud de la capital en su país, saben que de adultos podrán sobrevivir en cualquier lugar del mundo.

Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com

Comparte este contenido:

La nostalgia de Hilarión

Por: Ilka Oliva Corado
Como tantos inmigrantes, él nunca le ha contado a su familia que renta un espacio en un sótano de una casa en donde viven quince indocumentados más.

Salió del segundo turno a las tres de la tarde, ha trabajado de 5 a 10 de la mañana en una mueblería cortando madera y de 11 de la mañana a las 3 de la tarde el segundo turno, limpiando oficinas.  En su camino para el tercer turno donde trabaja de ayudante de mesero en un restaurante libanés se detiene en un supermercado mexicano para enviar su remesa semanal a su familia en San Sebastián, Retalhuleu, Guatemala, es domingo en donde vive todos los días de la semana los trabaja por igual.

Una enorme fila lo espera en el supermercado, siempre hay gente enviando remesas a cualquier hora cualquier día de la semana, siempre está el volumen del radio a todo lo que da con música mexicana, huele a carne frita, a pocos pasos hay otra fila esperando comprar los tacos de carne de coche que son la especialidad de la casa. Ve apiladas las cajas de aguacate maduro que se irán en un santiamén, es lo que más compra la gente los fines de semana  y los  tamales en bolsa que venden maleteados, también maleteadas venden las hojas de nopal, cosa que nunca deja de asombrarlo pues en Guatemala no se comen, las vio una vez que fue a Zacapa, enormes plantas de cactus que nadie tocaba y resulta que en donde está los mexicanos los compran como quien compra un rimero de tortillas o una bolsa de pan, parecieran el conqué y no un acompañamiento en el plato de comida.

Al principio, de recién llegado a Hilarión le llamaba la atención que la gente ponía remesas, recargaba tarjetas de teléfono en sus países de origen, cambiaban sus cheques y dejaban hasta el último centavo entre el supermercado y la licorería de al lado, nunca imaginó que pasarían tantos años y que él haría una rutina tan similar a la de esas personas que vio cuando recién llegó a ese lugar donde neva en   la época en la que los árboles de mango están a todo lo que dan en su pueblo natal.

Hilarión emigró cuando recién cumplió 17 años, con tres hijos por mantener dejó a su esposa y a los niños en casa de sus suegros y prometió regresar en dos años, si le iba bien y llevar dinero para comenzar un negocio, han pasado 25 años desde entonces, le falta por graduar de la universidad al último de sus hijos y al último de sus hermanos, no piensa regresarse hasta que lo logre.  En Guatemala trabajaba en las fincas de caña de azúcar, si le revisaran el cuerpo todavía le encontrarían  en la piel las tunas de la caña que como espinas se entierran hasta lo más profundo, en esas fincas se pasó la infancia y la adolescencia trabajando con sus papás y sus tíos, durmiendo en galeras y comiendo una vez al día, ganando  sólo para el pasaje de ida y vuelta a su pueblo,  no sabe leer ni escribir porque la escuela nunca fue una opción para la pobreza de su familia, tenía que ayudar a sus papás en la crianza de sus hermanos pequeños.  Se ha dado cuenta que en la fila esperando para enviar sus remesas hay tantos como él, a cargo de papás, abuelos, hermanos pequeños e hijos, cuando conversa con ellos resultan con historias similares, no importa de qué lugar de Latinoamérica lleguen, ahí hay hasta bisnietos de los braceros.

Hilarión se enteró de la existencia de los braceros cuando un día hace varios años se fue a tomar unas cervezas con un joven después de que ambos enviaron sus remesas, su bisabuelo había sido bracero. No era el único con una carga familiar en la espalda, era la mayoría de migrantes indocumentados, por eso es que no se regresaban en dos años como pensaron al principio. Como él también cargan fotos de los hijos y en sus teléfonos celulares, no los vieron crecer, pero lograron criarlos con el envío de remesas. Y también conoció en el transcurso de los años a tantos que nunca han contado a sus familias en sus países de origen cómo viven realmente en Estados Unidos, él nunca le ha contado a su familia que renta un espacio en un sótano de una casa en donde viven quince indocumentados más.

Hilarión sale del supermercado, ese día no ha estado tan frío, el sol se ha dejado ver por momentos y las temperaturas no son tan deprimentes y desesperantes, respira el aire fresco que por un segundo le llevó el aroma del corozo y de los mangos tiernos de los árboles en su natal San Sebastián, se pregunta mientras conduce hacia su tercer trabajo si los otros migrantes también extrañarán como él cuando el sol se asoma entre el cielo plomizo el invierno estadounidense.

Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com

Comparte este contenido:

Porque arrieros somos…

Por Ilka Oliva Corado

¿Qué gobierno democrático latinoamericano les dirá “mi casa es su casa” a los migrantes haitianos? ¿Cuál es pues el humanismo de los grandes defensores de la memoria histórica latinoamericana ahora que sus hermanos haitianos los necesitan?

En Guatemala, por ejemplo, un pequeño potrero donde pululan racistas, clasistas, xenófobos, homofóbicos y corruptos, ser negro es peor que ser indígena, el negro está en el último lugar no sólo de las clases sociales, también de los derechos humanos. Nadie quiere tener un amigo negro, un empleador negro, un docente negro, una esposa negra, hijos negros. Y aunque parezca increíble porque los pueblos indígenas también han sido explotados y excluidos, estos tampoco quieren relacionarse con los negros, no jodan, ¡sería el acabose!

Los negros solo sirven para una cosa, mueren por tener un amante negro, pero jamás tendrían una esposa negra mucho menos hijos negros y con esto no hablo solo de Guatemala, esto es a nivel mundial, pero en la Latinoamérica de mente colonizada es algo muy visible.

Mucho se habla de ser negro en Estados Unidos, porque claro, hay que darle palo a Estados Unidos por donde se pueda ya que nosotros somos incapaces de enfrentarnos  al espejo y ver lo racistas que somos, es mejor siempre echarle la culpa a otro.  Nosotros, canallas, callamos lo que es ser negro en Latinoamérica, que lo cuenten las comunidades afros de Colombia y la pobreza a la que han sido sometidas durante décadas, a la violencia, las desapariciones forzadas y el robo de tierra descarado del gobierno que los obliga a la peregrinación. Que lo cuenten las favelas en Brasil no sólo en tiempos de Bolsonaro. Carolina Maria de Jesus tuvo las agallas de relatar cómo es vivir en la favela y ser sometido a la pobreza y exclusión, hoy en día las imágenes hablan por sí mismas y aún así no hay reacción.

Imágenes, si así tratan a los migrantes en las fronteras cuando hay cámaras imaginemos lo que hacen con ellos cuando nadie los está viendo para denunciarlos, no me refiero sólo a Estados Unidos, que no lo estoy defendiendo sólo trato de exponer que nosotros los grandes humanistas latinoamericanos también tenemos una doble moral de cuero grueso y utilizamos a nuestra conveniencia el lomo reventado del indocumentado cuando de sacarle ventaja se trata. Porque quién se ha preguntado cómo se llama el joven que recibe el amague del látigo del agente de La Patrulla Fronteriza, ¿si tiene familia?, ¿qué lo llevó a dejar su país y llegar hasta Texas?, ¿cómo fue su recorrido?, ¿por qué no encontró refugio en ningún país latinoamericano? Sólo expusimos el machón negro que entre más oscuro mejor y le arrancamos de tajo la identidad y dejamos la imagen clara del hombre blanco con el látigo, ahí milagrosamente se nos refrescó la memoria y resultamos conocedores de la historia de opresión de los negros en Estados Unidos, ¡pero oh dolor, no la de los afros en Latinoamérica!

Porque ahí nomás en República Dominicana, país de prietos que se creen caucásicos como el resto de Latinoamérica, por supuesto, en 2013 en tiempos de un gobierno humanista a los hijos de haitianos indocumentados nacidos en el país se les quitó la nacionalidad dominicana, fueron más de 250 mil que quedaron en el limbo. Ahí no brincó la Latinoamérica humanista, hasta cuando lo quiso hacer Trump en Estados Unidos. ¿Doble moral acaso o desmemoria?

Pero volviendo al tema migratorio, en México, en agosto, el director de una Estación Migratoria en Tapachula ( del Instituto Nacional de Migración) fue captado pateando en la cabeza a un migrante que viajaba con la caravana de centroamericanos que buscaban llegar a Estados Unidos. López Obrador salió diciendo que ya había sido removido de su cargo cuando por ahí se filtró la foto. Pero en Latinoamérica no se le dio palo a AMLO por esa imagen desgarradora, ni  por las políticas de su gobierno en asuntos de migrantes indocumentados, que en realidad no han variado mucho en comparación con los gobiernos neoliberales de años anteriores. Mientras en Texas se les cerraban las puertas a los migrantes haitianos, del lado de México sobrevolaba un helicóptero y eran atrapados por costaladas para ser deportados en calienta a su país de origen. Pero la imagen de las docenas de autobuses en Coahuila a solo metros del campamento no fue expuesta, porque pues, se trata del “hermano” López Obrador que en la reunión de la Celac dijo a los participantes, (donde cabe rescatar con un aplauso de pie la participación de Cuba y Venezuela, porque las cosas no son en blanco y negro) que “México es casa de todos”. Menos de los migrantes indocumentados, claro está.

En fin, mientras palabras van y palabras vienen, son mundos de haitianos atravesando Latinoamérica, ¿qué gobierno humanista que denuncia el neoliberalismo y la política externa de Estados Unidos les dirá que en su país tienen las puertas abiertas para que tengan casa, trabajo y paz? Que eso es lo que llegan buscando a Estados Unidos los migrantes indocumentados sin importar su color. ¿Qué gobierno democrático latinoamericano les dirá que “mi casa es su casa” a esos negros de los que se sienten tan orgullosos cuando hablan de la Haití valiente que se paró para eliminar la esclavitud?

¿O somos de los cretinos que tiran la piedra y esconden la mano? ¿En dónde está la devoción al Che Guevara, a Martí, a Chávez, a Monseñor Romero, a Evita, a Jacobo Árbenz, a Salvador Allende, Perón, a Las Adelitas, a Emiliano Zapata, a Mariátegui, ¿a Sandino?, ¿al Fidel del que tanto campaneo hacen? ¿Cuál es pues el humanismo de los grandes defensores de la memoria histórica latinoamericana ahora que sus hermanos haitianos los necesitan? ¿O existen sólo cuando Estados Unidos los violenta en la frontera? No se trata sólo de abrir las fronteras para que pasen, eso es lavarse las manos, se trata de involucrase, ofrecerles un lugar para vivir, trabajo y derechos.

Porque arrieros somos y un día ojalá así sea, la sangre haitiana de la Mamá África florezca en cada rincón de la Latinoamérica racista que hoy le voltea la espalda y el creolé lo hablen con orgullo los descendientes de quienes hoy son humillados en las calles polvorientas de la América Latina de mente colonizada.

Fuente: https://rebelion.org/porque-arrieros-somos/

Comparte este contenido:

Verdades ocultas

Por Carolina Vásquez Araya

El mundo secreto de la impunidad por abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes.


La violencia implícita en el acercamiento de carácter sexual hacia un niño o una niña es algo que la sociedad adulta todavía no alcanza a comprender. Es como si aquellos hombres y mujeres que alguna vez sufrieron el acoso o la violación en carne propia hubieran enterrado la experiencia en un sitio tan remoto de sus memorias, como para haber borrado incluso su capacidad de empatía hacia quienes lo han experimentado después. Durante siglos, la tragedia oculta de esos crímenes ha sido el secreto mejor guardado y sus víctimas, aún cuando pueden contarse a nivel de un buen porcentaje de la población infantil, han debido enfrentar el silencio y la negación, o el castigo por tener el valor de denunciar.

He pasado muchas décadas vinculada a medios de comunicación escrita como para haber visto en primera fila cómo los reportajes y artículos de fondo relacionados con la violencia extrema hacia mujeres, niñas y niños han tenido que entrar a codazos en las salas de redacción. Un acercamiento consciente y con carácter analítico y preventivo parece haber sido considerado marginal frente a la coyuntura política, la economía e incluso el deporte; y, cuando se asume su importancia, rara vez se presenta en las primeras cinco páginas. Cuando comencé a darle prioridad en mis columnas, alguien del medio en donde las publicaba me dijo que esos no eran temas relevantes, eran “temas de mujeres”.

Al revisar estadísticas de agresión y abuso sexual es fácil comprender, entonces, por qué las víctimas deciden no denunciar y cómo desde ese momento comienza a funcionar el mecanismo de la negación. Lo primero que surge en una víctima de violación es la vergüenza -propia y de su entorno cercano- y han pasado siglos antes de que esa puerta se abriera para dejar constancia de este aberrante tipo de violencia. Sin embargo, aun cuando los textos jurídicos han incluido en sus códigos estos crímenes -después de fuertes y prolongadas luchas de quienes han creído en la igualdad de derechos entre personas de distinto sexo- todavía no existe una actitud decidida para atacarlos y castigar con firmeza a sus perpetradores, porque tampoco se ha desarrollado un criterio de justicia a nivel institucional.

De este modo, la niñez nace sin derechos. En términos generales, se encuentra sujeta -sin paliativo alguno- a la decisión y la autoridad de quienes les aventajan en edad. Sus padres, tíos, hermanos, maestros, sacerdotes, pastores, vecinos y quienquiera les puedan imponer su voluntad es un posible ejecutor de uno de los crímenes más impactantes y destructivos contra la niñez. Carente, esta, de la capacidad de defenderse frente a quien le supere en fuerza y credibilidad, se encuentra muchas veces, y en todos los ámbitos sociales y culturales, a merced de sus victimarios.

La huella del abuso sexual en la mente de una niña o un niño en pleno proceso de desarrollo ocasiona un daño severo que se mantiene por el resto de su vida. Esa experiencia traumática, la cual muchas veces se repite durante largo tiempo sin posibilidad de resistencia por parte de quien la sufre, persiste en forma de rechazo, miedo y vergüenza, además de tener un impacto severo en la vida sexual y la visión de sí misma. El daño permea las relaciones humanas a un nivel tan profundo como persistente y solo esa cauda debería ser suficiente motivo para dar a la violencia sexual contra niñas, niños y adolescentes, una prioridad absoluta en la prevención, investigación y correcta administración de justicia.

Las verdades ocultas en ese mundo siniestro y extendido en todos los ámbitos -el abuso sexual contra la niñez- son el germen de sociedades incapaces de sostener sus valores, de sociedades trastornadas por un sistema patriarcal fuerte y poderoso que las sume en el dolor y la injusticia y cuyos códigos han sido elaborados en función de un poder adulto cargado de misoginia y desprecio por este sector fundamental de la comunidad humana.

No existirá entorno seguro para la niñez, en tanto no sea objeto del respeto que merece.

Fuente: https://rebelion.org/verdades-ocultas/

 

Comparte este contenido:

El arte es del pueblo, el pueblo es el arte

Por: Ilka Oliva Corado

El 4 de agosto se inauguró en Venezuela, la Bienal del Sur, Pueblos en Resistencia. Esta Bienal cuenta con la participación de 127 artistas de 26 países y tengo el enorme privilegio de estar participando con una de mis pinturas. De la serie Mi familia, el título de la pintura es “A la arada”. Óleo sobre lienzo.

Para mí es una enorme alegría tener esta oportunidad, porque pinto de corazón, desconozco de técnicas, de estilos, del lenguaje de los colores, pinto porque desde niña es lo que soñé hacer pero por mis circunstancias de vida ha sido hasta en mi edad adulta que he podido hacerlo, recién hace apenas unos años. Y participar en esta Bienal es un regalo de la vida para alegrar mi corazón y llenar de regocijo a mi espíritu.

Escribo esta nota para agradecer a quienes optaron por dar esta oportunidad a mi pintura, pero sobre  todo a un niño vendedor de dulces de papaya que creó políticas de inclusión para que personas como yo podamos participar en una Bienal. Digo personas como yo, obreras, con la ilusión de aprender, que tal vez no conozcamos de técnicas y del conocimiento teórico  y contemos con  la experiencia de años en el arte, pero que pintamos con la esencia de la vida que es la resistencia en las circunstancias adversas del día a día; individualmente y como pueblo.

Es para mí un enorme privilegio poder participar en esta Bienal como migrante, como obrera y sobre todo, como una niña que también como el gran Niño Arañero creció vendiendo helados en un mercado. Por eso me siento honrada, porque mi participación en esta Bienal es producto de su visión, de su entrega, de su ímpetu para que el pueblo goce y participe en eventos culturales que durante décadas fueron tomados por las oligarquías. Porque nosotros somos el arte mismo, con nuestros colores, con nuestra voz, con nuestra lucha, con el trabajo de nuestras manos en las maquiladoras, en los campos de cultivo, en la construcción, arreglando zapatos, limpiando casas, con nuestros pies que hacen caminos nuevos, con nuestro pecho que canta a la luz de un nuevo día. Con nuestra espalda que carga la historia de lucha y resistencia. Con nuestra mente que crea, que analiza y con nuestro cuerpo que se moviliza cuando se trata de defender la dignidad. Sí, el arte es del pueblo, el pueblo es el arte.

Un saludo y mi agradecimiento a todo el equipo que conforma la Bienal de Sur, Pueblos en Resistencia, han alegrado mi espíritu latinoamericano. Y mucho más de saber que la pintura que participa es una de mis cabritas, que son mi familia, el amor, la ternura, con las que crecí saltando los tapiales y los montes.

El mismo día de la Bienal me fui a celebrar dando una vuelta en bicicleta, porque las alegrías se celebran y las mujeres obreras debemos celebrarlas mucho más, como un acto de amor propio, como el ejercicio de regar una plantita para que florezca. Como un acto de resistencia.

Fuente de la información:  Crónicas de una Inquilina

Editorial: https://ilkaeditorial.com

Fotografía: Ilka Oliva Corado.

Comparte este contenido:

Guatemala: Dignificar al arrabal

Dignificar al arrabal

Fuentes: Rebelión

Históricamente para la sociedad clasista y racista, en el arrabal se conjugan todos los males del mundo, por ende, quien es del arrabal automáticamente tiene que ser: ladrón, abusador, extorsionador, violador, asesino y todo lo que a la mente humana se le pueda ocurrir.

Quitarse ese señalamiento es una labor titánica porque el estigma es una especie de ADN. Porque ser de arrabal se convierte en un impedimento para conseguir trabajo, para estudiar, para entablar relaciones interpersonales fuera del mismo. La gente ve a una persona de arrabal como a un delincuente del que tiene que cuidarse. Es excluida de entrada.

Por eso ser de arrabal es luchar contra corriente permanentemente, contra el sistema que ha violentado a las periferias, que las ha empobrecido y que las ha excluido de todo derecho y beneficio como parte de la sociedad. Las ha acusado de ser el máximo peligro del país. Las famosas zonas rojas que abundan en Latinoamérica. Esa América Latina socavada, despojada, humillada y mancillada por las grandes mafias oligárquicas que son el peligro real para la población. Literariamente las célebres favelas que le dan un romanticismo a la ensoñación.

Pero, cómo es vivir sin agua potable, sin energía eléctrica, sin calles pavimentadas y sin servicio de drenajes, sin autobuses, sin trabajo, sin casa. Cómo es vivir en hacinamiento y sin los alimentos básicos, sin medicinas y sin servicio de salud. ¿Cómo pretende la sociedad que un ser humano sobreviviendo en estas condiciones pueda terminar el nivel básico de educación, el diversificado y la universidad? ¿Cómo se supone que los padres de familia pueden alimentar a sus hijos si se les niegan las oportunidades de desarrollo? ¿Cómo se pretende que tengan una vida integral si son violentados diariamente por las fuerzas de seguridad? ¿Si viven las limpiezas sociales que buscan eliminarlos? ¿Si a los jóvenes los encierran en las cárceles que son centros de tortura por su origen y apariencia? ¿Si la violencia institucionalizada los obliga a delinquir?

Porque los ha violentado toda su vida que los que llegan a la edad de la adolescencia, sin amor propio, sin sueños, en un estado de depresión profundo, peleados con la vida, sintiéndose basura, son utilizados por las mafias oligárquicas para que repartan la droga que ellos producen, para que entreguen los paquetes, para que cobren las deudas de los hijos de papi y mami que por su privilegio de clase son los intocables. Y les va la vida en ello, porque qué vale un adolescente de arrabal, lo desaparecen y no pasa nada, negarse a delinquir o a hacer el trabajo sucio de las mafias oligárquicas significa morir. ¿Qué vale una niña de arrabal? Son las que forman parte de las estadísticas de desaparecidas, sus vidas terminan en bares del país y en el extranjero porque son el mejor negocio, el más rentable: sus cuerpos como tráfico sexual.  ¿A qué esperan que se dedique un niño cuando crezca si lo bombardean con la televisión con telenovelas y series de narcotraficantes? ¿Si en la radio lo aniquilan con canciones de drogas y cárteles todo el día? Si el mensaje del gobierno es entre más tranza más triunfador. Si además le niegan todo recurso y oportunidad.  ¿Y qué esperan que hagan los papás si tienen que trabajar 16, 18 horas al día para darles por lo menos una comida al día?

Ser de arrabal es tenerlo todo en contra, por eso nadar contra corriente es la resistencia de la periferia. Sólo el arrabal mismo se puede dignificar. De afuera solo llegará la exclusión, la calumnia, el rechazo, el abuso, el menosprecio, la injusticia. Por eso quien es de arrabal tiene la misión titánica de ser rostro y voz de su comunidad, que representa a la periferia en cualquier lugar a donde vaya. Por esa razón tiene que cuidar sus palabras y sus actos. Tiene que ser un ente de cambio, entre la infancia y la adolescencia, tiene que influir para que esos niños, niñas y adolescentes en lugar de verse a sí mismos como basura, se vean como seres humanos que pueden derrumbar la barrera del odio y de la injustica y lograr sus sueños. Porque para eso han cultivado toda su vida la habilidad de la resistencia y de nadar contra corriente.

Quien es de arrabal tiene que cuidar la forma en que camina, en que se para, en que habla, sus ademanes porque hay gente observándolo, gente que lo verá hacia abajo siempre y gente que lo verá como un ejemplo a seguir. Ser de arrabal es esforzarse tres, diez veces más que cualquier otro. Es dar el 110% en todo lo que hace. Es madrugar y acostarse tarde; estudiando, repasando, ejercitando su mente y su espíritu. Siendo parte activa de la comunidad. Ser una persona funcional dentro y fuera del hogar, con esto rompiendo la estructura patriarcal de los roles de género. Un niño de arrabal igual puede lavar ropa que una niña y hacer limpieza y arreglar las camas y lavar el baño. Lavar los platos. Es utilizar la tecnología a su favor, ver documentales sobre cultura, arte, deportes, pueblos inhóspitos, todo lo que no les permite las circunstancias económicas y de movilidad lo pueden encontrar en la tecnología. Se juntan en grupo y van a la casa de alguien que tenga internet y algún aparato donde puedan visitar las plataformas digitales. Se puede hacer, claro que se puede, porque es una de las responsabilidades de la resistencia. El recurso que no está se busca hasta encontrarlo.

Es el arrabal mismo el que tiene que luchar contra el bombardeo televisivo que solo busca denigrarlo. ¿Cómo? Realizando programas culturales dentro de la comunidad, ambientales, políticos, deportivos. Y para eso se necesita la ayuda de todos, de los docentes, de los vendedores de mercado, de los pilotos de autobús, de los padres de familia, de los adultos. Solo el arrabal puede dignificarse a sí mismo. Es un trabajo lento, al que no se le verá el cambio a corto plazo y que será generacional, pero debe hacerse. Lo mismo que plantar árboles en los barrancos que los circundan, eso impedirá los deslaves.  Se puede hacer y para eso tenemos nada más que informarnos de las hazañas realizadas por otros en otros tiempos en peores circunstancias. El ser humano tiene la capacidad de realizar lo impensable.

El arrabal tiene la obligación de ser semillero de mentes analíticas que cuestionen el sistema y que tengan las agallas para cambiarlo, para eso debe nutrirse diariamente de la memoria histórica y tener fuerza de voluntad.

Blog de  la autora: https://cronicasdeunainquilina.com

Fuente de la Información: https://rebelion.org/dignificar-al-arrabal/

Comparte este contenido:

Dignificar al arrabal

Por: Ilka Oliva Corado

Históricamente para la sociedad clasista y racista, en el arrabal se conjugan todos los males del mundo, por ende, quien es de arrabal automáticamente tiene que ser: ladrón, abusador, extorsionador, violador, asesino y todo lo que a la mente humana se le pueda ocurrir. Quitarse ese señalamiento es una labor titánica porque el estigma es una especie de ADN. Porque ser de arrabal se convierte en un impedimento para conseguir trabajo, para estudiar, para entablar relaciones interpersonales fuera del mismo. La gente ve a una persona de arrabal como a un delincuente del que tiene que cuidarse. Es excluida de entrada.

Por eso ser de arrabal es luchar contra corriente permanentemente, contra el sistema que ha violentado a las periferias, que las ha empobrecido y que las ha excluido de todo derecho y beneficio como parte de la sociedad. Las ha acusado de ser el máximo peligro del país. Las famosas zonas rojas que abundan en Latinoamérica. Esa América Latina socavada, despojada, humillada y mancillada por las grandes mafias oligárquicas que son el peligro real para la población. Literariamente las célebres favelas que le dan un romanticismo a la ensoñación.

Pero, cómo es vivir sin agua potable, sin energía eléctrica, sin calles pavimentadas y sin servicio de drenajes, sin autobuses, sin trabajo, sin casa. Cómo es vivir en hacinamiento y sin los alimentos básicos, sin medicinas y sin servicio de salud. ¿Cómo pretende la sociedad que un ser humano sobreviviendo en estas condiciones pueda terminar el nivel básico de educación, el diversificado y la universidad? ¿Cómo se supone que los padres de familia pueden alimentar a sus hijos si se les niegan las oportunidades de desarrollo? ¿Cómo se pretende que tengan una vida integral si son violentados diariamente por las fuerzas de seguridad? ¿Si viven las limpiezas sociales que buscan eliminarlos? ¿Si a los jóvenes los encierran en las cárceles que son centros de tortura por su origen y apariencia? ¿Si la violencia institucionalizada los obliga a delinquir?

Porque los ha violentado toda su vida que los que llegan a la edad de la adolescencia, sin amor propio, sin sueños, en un estado de depresión profundo, peleados con la vida, sintiéndose basura, son utilizados por las mafias oligárquicas para que repartan la droga que ellos producen, para que entreguen los paquetes, para que cobren las deudas de los hijos de papi y mami que por su privilegio de clase son los intocables. Y les va la vida en ello, porque qué vale un adolescente de arrabal, lo desaparecen y no pasa nada, negarse a delinquir o a hacer el trabajo sucio de las mafias oligárquicas significa morir. ¿Qué vale una niña de arrabal? Son las que forman parte de las estadísticas de desaparecidas, sus vidas terminan en bares del país y en el extranjero porque son el mejor negocio, el más rentable: sus cuerpos como tráfico sexual.  ¿A qué esperan que se dedique un niño cuando crezca si lo bombardean con la televisión con telenovelas y series de narcotraficantes? ¿Si en la radio lo aniquilan con canciones de drogas y cárteles todo el día? Si el mensaje del gobierno es entre más tranza más triunfador. Si además le niegan todo recurso y oportunidad.  ¿Y qué esperan que hagan los papás si tienen que trabajar 16, 18 horas al día para darles por lo menos una comida al día?

Ser de arrabal es tenerlo todo en contra, por eso nadar contra corriente es la resistencia de la periferia. Sólo el arrabal mismo se puede dignificar. De afuera solo llegará la exclusión, la calumnia, el rechazo, el abuso, el menosprecio, la injusticia. Por eso quien es de arrabal tiene la misión titánica de ser rostro y voz de su comunidad, que representa a la periferia en cualquier lugar a donde vaya. Por esa razón tiene que cuidar sus palabras y sus actos. Tiene que ser un ente de cambio, entre la infancia y la adolescencia, tiene que influir para que esos niños, niñas y adolescentes en lugar de verse a sí mismos como basura, se vean como seres humanos que pueden derrumbar la barrera del odio y de la injustica y lograr sus sueños. Porque para eso han cultivado toda su vida la habilidad de la resistencia y de nadar contra corriente.

Quien es de arrabal tiene que cuidar la forma en que camina, en que se para, en que habla, sus ademanes porque hay gente observándolo, gente que lo verá hacia abajo siempre y gente que lo verá como un ejemplo a seguir. Ser de arrabal es esforzarse tres, diez veces más que cualquier otro. Es dar el 110% en todo lo que hace. Es madrugar y acostarse tarde; estudiando, repasando, ejercitando su mente y su espíritu. Siendo parte activa de la comunidad. Ser una persona funcional dentro y fuera del hogar, con esto rompiendo la estructura patriarcal de los roles de género. Un niño de arrabal igual puede lavar ropa que una niña y hacer limpieza y arreglar las camas y lavar el baño. Lavar los platos. Es utilizar la tecnología a su favor, ver documentales sobre cultura, arte, deportes, pueblos inhóspitos, todo lo que no les permite las circunstancias económicas y de movilidad lo pueden encontrar en la tecnología. Se juntan en grupo y van a la casa de alguien que tenga internet y algún aparato donde puedan visitar las plataformas digitales. Se puede hacer, claro que se puede, porque es una de las responsabilidades de la resistencia. El recurso que no está se busca hasta encontrarlo.

Es el arrabal mismo el que tiene que luchar contra el bombardeo televisivo que solo busca denigrarlo. ¿Cómo? Realizando programas culturales dentro de la comunidad, ambientales, políticos, deportivos. Y para eso se necesita la ayuda de todos, de los docentes, de los vendedores de mercado, de los pilotos de autobús, de los padres de familia, de los adultos. Solo el arrabal puede dignificarse a sí mismo. Es un trabajo lento, al que no se le verá el cambio a corto plazo y que será generacional, pero debe hacerse. Lo mismo que plantar árboles en los barrancos que los circundan, eso impedirá los deslaves.  Se puede hacer y para eso tenemos nada más que informarnos de las hazañas realizadas por otros en otros tiempos en peores circunstancias. El ser humano tiene la capacidad de realizar lo impensable.

El arrabal tiene la obligación de ser semillero de mentes analíticas que cuestionen el sistema y que tengan las agallas para cambiarlo, para eso debe nutrirse diariamente de la memoria histórica y tener fuerza de voluntad.

Fuente e imagen: https://cronicasdeunainquilina.com

Comparte este contenido:
Page 2 of 22
1 2 3 4 22