Educación, sociedad y pobreza: entre miradas y quimeras. Brasil

En este artículo el autor reflexiona sobre la estrecha relación entre sociedad, educación y pobreza, sosteniendo que favorecer el acceso a la escuela de la población sin recursos, sin intervenir en otras esferas, nunca será la solución a la pobreza.

 

En general, la expresión “lo social” tiene dos acepciones. En sentido amplio, significa la sociedad en su totalidad y se utiliza al comparar la sociedad con la naturaleza, la forma social de movimiento de la materia con la biología. En sentido estrecho, el término expresa la presencia de relaciones sociales entre las personas.

 

Las relaciones sociales son los vínculos de interacción de los individuos y grupos de individuos que persiguen determinados objetivos sociales en condiciones concretas de tiempo y espacio. En documentos gubernamentales, junto con el desarrollo cultural, político y económico de la sociedad, se habla del desarrollo social y de la política social. Se utilizan expresiones como “esfera social”, “justicia social”, “aspectos sociales”, etc.

 

Sin embargo, el desarrollo social y la política social, si bien se estimen primarios al nivel de las relaciones sociales y del sistema social, no pueden considerarse como “del mismo orden” que la economía, la política y la ideología. En este sentido, es necesario discutir la relación entre educación (escolaridad) y pobreza. Por ejemplo, es importante preguntarse lo siguiente: ¿hemos de ubicar la carencia de educación como una consecuencia de ser pobre? ¿El no educado será pobre mientras no se eduque? ¿Es acaso posible que no exista relación entre educación y pobreza?

 

En términos generales, se entiende por pobreza la falta de acceso o dominio de los requisitos básicos para mantener un nivel de vida aceptable. Ello significa que una persona es pobre si no tiene suficiente comida o si carece de acceso a una combinación de servicios básicos de educación, atención de salud, agua potable, sistemas de saneamiento adecuados y un lugar de residencia seguro. Tradicionalmente, los economistas utilizan el ingreso como medida representativa de la pobreza, porque brinda los medios para asegurar la atención debida a las demás necesidades básicas.

 

De este modo, la mayoría de las estrategias para combatir la pobreza debieran dedicar suma atención a la generación de ingresos como la principal solución del problema. No obstante, es notable cómo, en los últimos tiempos, la preocupación está en proporcionar compensaciones a quienes se ubica por debajo de la “línea de pobreza” mediante programas muy amplios de focalización de los “pobres”, a fin de entregarles algún tipo de ayuda compensatoria. Por otro lado, se considera la pobreza como un fenómeno que ocurre porque las personas no han adquirido las habilidades cognitivas básicas para ser exitosas en el mundo. Así que basta con educarlas, darles acceso a la escuela o proporcionales compensaciones educacionales, y por lo tanto se disminuirán al mínimo las posibilidades de recaer en la pobreza.

 

Esta perspectiva ha sido adoptada tanto por gobiernos de derecha como de izquierda, pero es una falacia. Como ya he subrayado al principio, el desarrollo social y la política social, si bien se estimen primarios al nivel de las relaciones sociales y del sistema social, no pueden considerarse como “del mismo orden” que la economía, la política y la ideología. No se puede ignorar, por ejemplo, que los contenidos curriculares (y también, muchas veces, la práctica docente) son diferentes según la clase social de los alumnos, lo cual reproduce la desigualdad, y más aún, la legitima, aún que no se lo quiera así.

 

Tal perspectiva hace de la igualdad de oportunidades el centro de la política educativa para superar la pobreza, pero tiene dificultades para explicar el por qué de la existencia de la desigualdad. Como se pregunta el investigador mexicano Miguel Bazdresch Parada, ¿por qué, si la política educativa trata de ofrecer “educación para todos”, persiste la desigualdad de oportunidades? La respuesta tiene que ver con la imposibilidad de ofrecer a desiguales sociales una oportunidad igual a la de otros grupos cuyo “capital cultural” es de entrada diferente y con perspectivas de futuro también diferente. Es la lógica operativa del sistema social.

 

La formación económico-social que mueve dicho sistema se caracteriza por la acción de algunas regularidades. Destaco dos: las regularidades estructurales relacionadas con el funcionamiento de los distintos aspectos de la actividad vital de la sociedad y las regularidades genéricas relacionadas con el desarrollo de la sociedad. Si la relación entre educación y pobreza no se concibe teniendo esto en cuenta, la tendencia es que los enfoques desarrollados al respecto se limiten a la superficialidad y las falacias.

 

Además, considerar la función de las regularidades en la reproducción de las estructuras del sistema es una condición indispensable para pensar en proyectos de cambio social. En este sentido, conviene recordar las palabras del “red doctor”, en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: los hombres, o mejor dicho, los seres humanos hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.

 

Ivonaldo Leite es profesor en la Universidad Federal de Paraíba (Brasil).

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Educación, sociedad y pobreza: entre miradas y quimeras

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Brasil: Educación, sociedad y pobreza: entre miradas y quimeras

Educación, sociedad y pobreza: entre miradas y quimeras

Ivonaldo Leite

Fuentes: Rebelión [Imagen: Aula escolar en una aldea en Pará. Créditos: Germano Lüders/EXAME.com]

En este artículo el autor reflexiona sobre la estrecha relación entre sociedad, educación y pobreza, sosteniendo que favorecer el acceso a la escuela de la población sin recursos, sin intervenir en otras esferas, nunca será la solución a la pobreza.


En general, la expresión “lo social” tiene dos acepciones. En sentido amplio, significa la sociedad en su totalidad y se utiliza al comparar la sociedad con la naturaleza, la forma social de movimiento de la materia con la biología. En sentido estrecho, el término expresa la presencia de relaciones sociales entre las personas.

Las relaciones sociales son los vínculos de interacción de los individuos y grupos de individuos que persiguen determinados objetivos sociales en condiciones concretas de tiempo y espacio. En documentos gubernamentales, junto con el desarrollo cultural, político y económico de la sociedad, se habla del desarrollo social y de la política social. Se utilizan expresiones como “esfera social”, “justicia social”, “aspectos sociales”, etc.

Sin embargo, el desarrollo social y la política social, si bien se estimen primarios al nivel de las relaciones sociales y del sistema social, no pueden considerarse como “del mismo orden” que la economía, la política y la ideología. En este sentido, es necesario discutir la relación entre educación (escolaridad) y pobreza. Por ejemplo, es importante preguntarse lo siguiente: ¿hemos de ubicar la carencia de educación como una consecuencia de ser pobre? ¿El no educado será pobre mientras no se eduque? ¿Es acaso posible que no exista relación entre educación y pobreza?

En términos generales, se entiende por pobreza la falta de acceso o dominio de los requisitos básicos para mantener un nivel de vida aceptable. Ello significa que una persona es pobre si no tiene suficiente comida o si carece de acceso a una combinación de servicios básicos de educación, atención de salud, agua potable, sistemas de saneamiento adecuados y un lugar de residencia seguro. Tradicionalmente, los economistas utilizan el ingreso como medida representativa de la pobreza, porque brinda los medios para asegurar la atención debida a las demás necesidades básicas.

De este modo, la mayoría de las estrategias para combatir la pobreza debieran dedicar suma atención a la generación de ingresos como la principal solución del problema. No obstante, es notable cómo, en los últimos tiempos, la preocupación está en proporcionar compensaciones a quienes se ubica por debajo de la “línea de pobreza” mediante programas muy amplios de focalización de los “pobres”, a fin de entregarles algún tipo de ayuda compensatoria. Por otro lado, se considera la pobreza como un fenómeno que ocurre porque las personas no han adquirido las habilidades cognitivas básicas para ser exitosas en el mundo. Así que basta con educarlas, darles acceso a la escuela o proporcionales compensaciones educacionales, y por lo tanto se disminuirán al mínimo las posibilidades de recaer en la pobreza.

Esta perspectiva ha sido adoptada tanto por gobiernos de derecha como de izquierda, pero es una falacia. Como ya he subrayado al principio, el desarrollo social y la política social, si bien se estimen primarios al nivel de las relaciones sociales y del sistema social, no pueden considerarse como “del mismo orden” que la economía, la política y la ideología. No se puede ignorar, por ejemplo, que los contenidos curriculares (y también, muchas veces, la práctica docente) son diferentes según la clase social de los alumnos, lo cual reproduce la desigualdad, y más aún, la legitima, aún que no se lo quiera así.

Tal perspectiva hace de la igualdad de oportunidades el centro de la política educativa para superar la pobreza, pero tiene dificultades para explicar el por qué de la existencia de la desigualdad. Como se pregunta el investigador mexicano Miguel Bazdresch Parada, ¿por qué, si la política educativa trata de ofrecer “educación para todos”, persiste la desigualdad de oportunidades? La respuesta tiene que ver con la imposibilidad de ofrecer a desiguales sociales una oportunidad igual a la de otros grupos cuyo “capital cultural” es de entrada diferente y con perspectivas de futuro también diferente. Es la lógica operativa del sistema social.

La formación económico-social que mueve dicho sistema se caracteriza por la acción de algunas regularidades. Destaco dos: las regularidades estructurales relacionadas con el funcionamiento de los distintos aspectos de la actividad vital de la sociedad y las regularidades genéricas relacionadas con el desarrollo de la sociedad. Si la relación entre educación y pobreza no se concibe teniendo esto en cuenta, la tendencia es que los enfoques desarrollados al respecto se limiten a la superficialidad y las falacias.

Además, considerar la función de las regularidades en la reproducción de las estructuras del sistema es una condición indispensable para pensar en proyectos de cambio social. En este sentido, conviene recordar las palabras del “red doctor”, en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: los hombres, o mejor dicho, los seres humanos hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.


Ivonaldo Leite es profesor en la Universidad Federal de Paraíba (Brasil).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

 

Fuente de la Información: https://rebelion.org/educacion-sociedad-y-pobreza-entre-miradas-y-quimeras/

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La Educación Popular, Paulo Freire y la “muerte” de la dialéctica

La expresión Educación Popular circula desde hace algunos años en América Latina a través de libros, revistas y folletos. Aunque no existe un concepto universal al respecto, en general, la Educación Popular se define como una práctica social que trabaja, principalmente, en el ámbito del conocimiento, con intencionalidad, objetivos sociales, cuáles son los de contribuir a una sociedad nueva que responda a los intereses y aspiraciones de los sectores populares[1].

Aunque a veces algunos enfoques limitan la Educación Popular a las aportaciones de Paulo Freire, existen numerosos casos de pensadores, dirigentes políticos y experiencias aisladas cuya intención fue colocar la educación al servicio de las clases populares. Desde la colonia se usó la expresión “educación popular” como instrucción elemental a las capas pobres y sectores dominados[2]. Para la Ilustración europea, y sus expresiones en Latinoamérica, la educación popular consistía en instruir a los pobres para convertirlos en ciudadanos. Pero, en este caso, el pueblo es destinatario pasivo de un discurso pedagógico construido por otros, pues la elite ilustrada lo percibe como “ignorante” e incapaz de gestar iniciativas autónomas.

Sin embargo, el pedagogo venezolano Simón Rodríguez y su discípulo Simón Bolívar desarrollan otra perspectiva. Ellos ven en la educación de las masas populares una condición para formar ciudadanos y una garantía para la democratización de las jóvenes repúblicas hispanoamericanas. Más adelante, otros dirigentes sociales y políticos revolucionarios y latinoamericanistas, como José Martí, realizaron contribuciones en el mismo sentido emancipador. En ambos casos, existe un fuerte sentimiento nacionalista.

Pero, por otro lado, desde una perspectiva crítica del capitalismo, también surgieron experiencias educativas que intentaron proponer alternativas a la pedagogía dominante. Anarquistas, socialistas y comunistas procuraron crear discursos pedagógicos ligados a la transformación social. De este modo, se fue conformando una tradición pedagógica latinoamericana progresista, ligada a la educación obrera y a la formación de cuadros políticos. Sin duda, la obra ¿Qué hacer?, de Lenin, la cual se convirtió en el modo universal de educación política de los partidos comunistas y similares, fue el texto guía de tales experiencias. El dirigente bolchevique ruso depositaba en el partido la dirección política y educativa de las clases explotadas. Probablemente, una posición más creativa y crítica fue la propuesta por el peruano José Carlos Mariátegui, quien planteó la necesidad de una pedagogía nacional, popular y latinoamericana que reivindicara lo indígena y lo cultural.

Al mismo tiempo, los movimientos populistas de las décadas de 1940 y 1950 procuraron darle a la educación un carácter nacionalista y democrático, exaltando las culturas populares autóctonas y la capacidad creativa del pueblo. José Domingo Perón en Argentina, Víctor Raúl Haya de la Torre y el APRA en el Perú, Lázaro Cárdenas en México y Jorge Eliécer Gaitán en Colombia, vieron en la educación y la cultura un espacio adecuado para el desarrollo de sus movimientos. No hay que olvidar, por ejemplo, que es durante un gobierno populista, el de João Goulart, cuando Paulo Freire inicia sus experiencias educativas en ámbito nacional en Brasil[3].

A partir del concepto de concientización (conscientização, en portugués), que ha sido creado por el filósofo brasileño Álvaro Vieira Pinto[4], Paulo Freire desarrolló su concepción de la educación liberadora.

Tras el golpe militar al presidente João Goulart en 1964 en Brasil, Freire emigra a Chile, donde puede sistematizar su experiencia y asesorar programas de alfabetización. Es en el exilio, donde escribe Pedagogía del Oprimido, libro publicado en 1970 que circularía por toda América Latina e influiría sobre miles de educadores en una década en la que amplias capas de la población asumían que su desarrollo implicaba cambios estructurales. La militancia cristiana de Freire y el carácter humanista de su pensamiento permitieron que su propuesta fuese acogida al interior de la Iglesia: primero el Movimiento de Educación de Base (MEB) de Brasil y posteriormente lo hace la Conferencia del Episcopado Latinoamericano reunida en 1968 en Medellín, Colombia. De este modo, los planteamientos de Freire son incorporados en lo que más tarde llegaría a ser la Teología de la Liberación.

El método de Freire y su amplia obra configuraron un rico universo de reflexiones acerca de la educación, de la pedagogía y la ética liberadoras. Para Paulo Freire, educar significa, por ejemplo, conocer críticamente la realidad, comprometerse con la utopía de transformarla, formar sujetos de dicho cambio y desarrollar el diálogo. Pero, aunque su método constituía una profunda crítica a las prácticas educativas tradicionales, él también empezó a revelar limitaciones y ambigüedades políticas. Los problemas se referían principalmente al desconocimiento del condicionamiento de la educación por la estructura social y económica, así como a los conflictos de clase. Como consecuencia, la idea de transformar la realidad quedaba convertida en un acto abstracto.

Pero, en todo caso, Paulo Freire se ha convertido en un clásico del pensamiento educativo latinoamericano, teniendo una influencia significativa en los debates pedagógicos internacionales. Su idea de la educación bancaria, que encuentra un paralelismo con las ideas del pedagogo suizo Johann Heinrich Pestalozzi, se refiere a la concepción de educación como un proceso en lo que el educador deposita contenidos en la mente del estudiante. En lugar de observar la educación como un proceso de comunicación y diálogo consciente y con discernimiento, la educación bancaria contempla al educando como un sujeto pasivo e ignorante, que ha de aprender por medio de la memorización y repetición de los contenidos que se le inculcan.

Los relevantes aportes de Paulo Freire jugaron un rol fundamental en el desarrollo de la Educación Popular. Por otro lado, el discurso fundacional de la Educación Popular tuvo como característica central su identificación con el método dialéctico de conocimiento. Debido a la influencia del materialismo histórico, en general, se asumió que el método de la Educación Popular era el dialéctico, entendido como un conjunto de principios metodológicos que se suponía garantizaban la eficacia de las acciones educativas[5]. El principal de ellos es su relación con la praxis histórica concreta. Realizar análisis concretos de situaciones concretas. Pero hoy en día este principio ha sido ampliamente ignorado o sólo superficialmente repetido (en tono meramente formal), incluso en el contexto del legado del propio Freire. Es decir, estamos asistiendo a una especie de “muerte” de la dialéctica en la Educación Popular. La forma en que se ha abordado el pensamiento de Paulo Freire en los últimos tiempos y la manera en que se ha celebrado el centenario de su nacimiento demuestran la asfixia del pensamiento dialéctico.

Los seminarios realizados sobre su obra y los enfoques desarrollados sobre su pensamiento han sido puramente laudatorios, acercándose casi de una adoración mesiánica. No hay problematización analítica. Se ignoran las fuentes teóricas que él tuvo como referencia para construir su obra y no se analizan sus aportaciones frente a las nuevas coyunturas del siglo XXI. Lo que se hace es simplemente repetir los lugares comunes de su pensamiento, así como algunos enfoques de las décadas de 1960 y 1970. Además, hay apropiaciones populistas de sus ideas y su uso de manera arribista como forma de autopromoción personal. Estos son hechos incompatibles con el ejercicio de la crítica de la razón dialéctica. Además, tales hechos son perjudiciales para el necesario debate que se ha desarrollado en varios países de América Latina sobre la refundamentación de la Educación Popular.

El debate sobre la refundamentación de la Educación Popular está asociado a múltiples factores, como el agotamiento de los referentes discursivos con respecto a la pluralización de las prácticas y actores de la Educación Popular, la crisis del socialismo real y la atracción ejercida por nuevos planteamientos teóricos provenientes de las ciencias sociales. En cuanto al contenido de la refundamentación, se ha señalado algunos desplazamientos de los componentes del discurso fundacional de la Educación Popular. Por ejemplo:

  • i) de una lectura clasista ortodoxa de la sociedad, a la incorporación de otras perspectivas y categorías analíticas;
  • ii) de una lectura revolucionaria de “toma del poder” como única vía del cambio, a la ampliación del sentido de lo político a todas las esferas de la vida social, la reivindicación de la democracia como forma de gobierno y defensa de lo público;
  • iii) de una mirada económica y política de los sujetos sociales a una mirada integral de los mismos;
  • iv) de un énfasis en la toma de conciencia al enriquecimiento de la subjetividad individual y colectiva en todas sus dimensiones (intelectual, emocional, corporal, etc.); y,
  • v) del uso instrumental de las técnicas participativas a la reivindicación de lo pedagógico de la Educación Popular, la incorporación de aportes de otras corrientes teóricas y el interés por el diálogo de saberes[6].

No hay que olvidar que la vida, el ser humano, la naturaleza, son dinámicos, inacabados, constituidos-constituyéndose; se mueven, interactúan, influyen y son influidos. De ahí que el pensamiento analítico no puede dejarse aplastar por los límites de lo que ya está producido. El razonamiento dialéctico no puede someterse a las condiciones formales de una teoría, ya que, simultáneamente, debe cuestionarlas. Por ello, no se trata de enmarcarse en una teoría, pero abrirse a las posibilidades de cuestionamiento para llevar a cabo nuevos desarrollos sobre ella. Si no es así, la dialéctica se queda asfixiada, y la propia teoría se vuelve residual. Esta es una lección que el legado de Paulo Freire debería tener en cuenta en el año de su centenario.

Notas

[1] Al respecto, ver el trabajo de Jorge Osorio: “Perspectivas de la acción educativa en los noventa”, en: Alfabetizar para la democracia, Santiago de Chile: CEAAL, 1990.

[2] Ver Adriana Puigross, “Discursos y tendencias de la Educación Popular en América Latina”, en Revista Tarea, n° 3. Lima: Asociación de Publicaciones Educativas, 1987.

 [3] Al respecto, ver el libro de Afonso Torres Camilo: Educación Popular – Trayectoria y actualidad, Caracas: Universidad Bolivariana de Venezuela, 2011.

 [4] Ver una de las principales obras de Álvaro Vieira Pinto: Educação e realidade nacional, 2 vols., Rio de Janeiro: ISEB, 1960.

 [5] Véase al respecto Afonso Torres Camilo, op. cit.

 [6] Ibidem.

Fuente: https://rebelion.org/la-educacion-popular-paulo-freire-y-la-muerte-de-la-dialectica/

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Cambio social y educación en América Latina

Por: Ivonaldo Leite

Debatir las alternativas de cambio social y económico en América Latina es un tema prioritario y a la vez urgente que permite enriquecer un proceso de reflexión y analizar algunos fenómenos cruciales para los intereses de los ciudadanos en nuestro continente.

Los debates aportan múltiples elementos que potencian la capacidad de las fuerzas sociales para seguir avanzando hacia las conquistas que los pueblos de Latinoamérica demandan. Como ha señalado Antonio Elías, la dialéctica entre la acción y la elaboración teórica basada en un análisis científico de la realidad, es una mecánica que permite avances sustantivos.

En primer lugar, es necesario reconocer que cada uno de los países de América Latina tiene estructuras económicas, sociales y políticas diferentes, como también tienen diferente historia, contexto, nivel de riqueza y estructuración de clases sociales. Pero, por otra parte, tienen elementos en común. La heterogeneidad de situaciones es un factor clave para entender la coyuntura política, económica y social en países como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Uruguay, Paraguay, Argentina, Colombia, Chile y Brasil. En el caso de Brasil, es fundamental considerar esa heterogeneidad para entender la crisis que el país está viviendo y hacer una evaluación de los gobiernos del PT.

Algunos aspectos son centrales para una agenda de cambio social en América Latina. En ese sentido, entre otros, podemos citar tres.

Primero, una condición necesaria para lograr cambios reales y efectivos es alcanzar una democracia participativa en todos los ámbitos de la sociedad, tanto en el espacio de las decisiones políticas como de las económicas. Participación que exige en lo económico redefinir los derechos de propiedad buscando procesos de inclusión social y desarrollo. Sin participación social no habrá proyecto alternativo sostenible; pero, para eso, es fundamental la independencia de las organizaciones sociales.

Segundo, es fundamental la creación y redefinición de las fronteras de las economías a fin de tener políticas económicas y estados nacionales con capacidad de incidir fuertemente en los procesos de industrialización, distribución y satisfacción de las necesidades básicas de la población. Esto se complementa con el fortalecimiento de los procesos de integración regional que tiendan a la integración continental.

El tercero aspecto tiene que ver con el papel del Estado, definido como un actor que debe contraponerse al poder económico descontrolado, que genera procesos de concentración y centralización de la riqueza y origina una salida permanente de esta de las economías latinoamericanas hacia los países centrales.

Los tres aspectos constituyen una condición imprescindible para avanzar sólidamente en un proceso de cambios que no puede quedar en manos oportunistas de líderes ocasionales. Ese proceso también no puede ser cómplice de personas que usan organizaciones y movimientos sociales para practicar actos de corrupción y sacar provecho personal.

Por otra parte, las alternativas de cambio social en América Latina dependen de una fuerte conexión con la educación. Una breve mirada a lo largo de los tiempos permite afirmar que la educación fue una base fundamental para impulsar los procesos de cambio social. Tal base proviene del modo en que el progreso técnico y el proceso de desarrollo colocaron la escolaridad como un requisito inherente al vivir y convivir en sociedad.

Pero, para inducir alternativas de cambio social, la agenda educativa en América Latina necesita evitar tres  errores: desvalorizar el discurso de la calidad y de la evaluación en educación; repetir de forma estéril antiguas teorías pedagógicas; y reproducir acríticamente modas académicas extranjeras.

Fuente artículo: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=227885

Fuente imagen: http://d2z8v02fmnep0k.cloudfront.net/sites/elobservatodo.cl/files/imagecache/380×285/imagen_noticia/educacion_america_latina.jpg

 

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Políticas educativas, Estado y errores de enfoque: el caso brasileño

Por: Ivonaldo Leite

Desarrollar análisis sobre el proceso de constitución de los sistemas educativos y de las políticas educativas requiere tener en cuenta el papel del Estado. Esto significa decir que para comprender más claramente cuál es el vínculo entre los sistemas educativos y el surgimiento de los Estados modernos es necesario que nos detengamos un momento en consideraciones acerca del Estado.

Como dijo Nicos Poulantzas en sus últimos trabajos – como en ‘Introducción al estudio de la hegemonía en el Estado’ -, las evoluciones del Estado se sitúan en el interior de: a) una separación de la sociedad civil y el Estado contemporáneo, separación que a pesar de las transformaciones del liberalismo democrático teorizado por Locke, Montesquieu, Humboldt, Constant, etc., tiende a la constitución de un «Estado-fuerte»; b) unidad interna propia del Estado correspondiente a su separación con la sociedad civil a pesar de ciertas evoluciones «corporativistas» del Estado; c) una molecularización de la sociedad civil mantenida por el Estado a pesar de las formas nuevas de expresión que reviste la socialización progresiva de las fuerzas de producción; d) una especificidad del nivel político en relación al nivel económico-corporativo; e) una autonomía relativa del Estado respecto de los conjuntos económico-sociales de la sociedad civil, así como respecto de las clases o fracciones dominantes, a pesar del fenómeno de concentración monopolista.

En resumen, en el interior de una explotación propiamente política, o sea, hegemónica de clase.Esta concepción considera la definición más comúnmente presentada del Estado, pero supera sus perspectivas. De acuerdo con la definición más comúnmente aceptada (formulada originalmente por Max Weber y presentada en su trabajo Economía y Sociedad), un Estado es instituto político de actividad continuada cuyo cuadro administrativo mantiene con éxito la pretensión al monopolio legítimo de la coacción física para el mantenimiento del orden vigente. Así, como se ha señalado Emilio Fanfani, el Estado es presentado como un instituto porque su autoridad se extiende sobre un territorio y porque su capacidad de obligarnos a obedecer sus disposiciones mientras permanezcamos en el territorio que controla es independiente de nuestra voluntad o mismo consentimiento: el conjunto de funcionarios encargado del mantenimiento del orden monopoliza el ejercicio de la violencia física legítima. Muy bien. Pero hay un problema con esta definición. Ella carece de base empírica respecto a las consecuencias de las relaciones de poder entre clases y grupos sociales.

La relación entre las clases hegemónicas, el Estado y la educación se pone en evidencia, por ejemplo, cuando históricamente los sistemas nacionales de educación son estructurados. Andy Green es paradigmático en este sentido: el mayor ímpeto para la creación de sistemas educativos nacionales reside en la necesidad de proveer al Estado de administradores entrenados, ingenieros y personal militar, para diseminar las culturas nacionales dominantes e inculcar ideologías populares de nacionalidad, y así forjar la unidad política y cultural de los Estados nacionales nacientes y cimentar la hegemonía ideológica de sus clases dominantes. Es decir, el postulado de la idea de nación no eliminó las diferencias de clase.

Por lo tanto algunos enfoques que actualmente se han desarrollado sobre las políticas educativas son teóricamente muy equivocados analíticamente. Este es el caso de ciertos estudios realizados bajo la influencia de la base teórica del sociólogo inglés Stephen Ball con su policy cycle approach (enfoque de los ciclos de la política). Las causas de los errores analíticos son varias, por ejemplo: a) la negación confusa de la hegemonía del Estado en nombre de la perspectiva postestructuralista; b) el desconocimiento del peso de los dispositivos de poder institucional del Estado; c) el malentendido respecto a la jerarquía entre los diferentes niveles de la esfera educativa; d) no tiene en cuenta las especificidades del contexto empírico de América Latina en relación al contexto inglés, para el cual Stephen Ball elaboró su perspectiva como resultado del enfoque sobre las reformas educativas en Inglaterra.

Cometiendo tantos errores analíticos no es sorprendente, por lo tanto, que tales segmentos académicos queden inertes intelectualmente ahora en Brasil con la propuesta de reforma de la educación secundaria presentada por el gobierno ilegítimo de Michel Temer. No saben qué decir. Ellos se limitan a repetir lugares comunes de su iglesia académica. Están descubriendo lo que es el poder del Estado y la fuerza de sus dispositivos institucionales. Más vale tarde que nunca.

Las políticas educativas, para fines analíticos, pueden ser entendidas en el contexto de la función del Estado a lo que Henri Lefebvre llamó reproducción de las relaciones de producción. Por su acción educativa (escolar y no escolar), el Estado también produce el espacio social, aunque puede ser producido por este espacio. Al haberse convertido en político, el espacio social se encuentra por una parte centralizado y fijado en una centralidad política, y por otra especializado y parcelado.

Por último, el error de subestimar la hegemonía del Estado en el desarrollo de políticas educativas tiene graves consecuencias para la construcción de una educación ciudadana y emancipadora. Los brasileños son testigos de esto en este momento, con el ataque promovido por la reforma de la educación secundaria a las ciencias humanas.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=219221

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Estado, educación y los nuevos escenarios en Brasil

Por: Ivonaldo Leite

Los sistemas educativos nacionales han sufrido diversas transformaciones desde su constitución en el siglo XIX. Algunas obedecen a su dinámica interna, pero otras reflejan transformaciones más generales en el patrón de relación entre Estado y la sociedad.

Como se ha dicho Emilio Fanfani, la actual configuración de la relación entre Estado, sociedad y sistema educativo responde a una evolución que reconoce dos etapas fundamentales.

La primera adquiere sus rasgos distintivos luego de la crisis de 1930 y de la segunda guerra mundial y se extiende, en los países capitalistas centrales, hasta el estallido de la crisis del petróleo en 1973, y en los países latinoamericanos hasta la eclosión de la crisis de la deuda externa en 1982. A partir de ese momento se abre una segunda etapa, todavía en curso.

En el contexto de la crisis de 1930, la educación juega un papel central, puesto que era percibida como una inversión clave para la promoción tanto del crecimiento económico como de la justicia social. Las políticas educativas dominantes durante este período procuraron estimular en el sistema educativo prácticas conducentes a la producción de individuos fácilmente adaptables a los procesos políticos y productivos vigentes.

Sin duda el interés estatal en la integración nacional de las poblaciones bajo su autoridad resultó el motor de la expansión de los sistemas educativos en origen. El motor para la expansión de la cobertura y de la equidad del sistema resultó de la necesidad de realización del ideal de integración y promoción social característicos de los Estados de posguerra.

Uno de los aspectos básicos de los Estados de posguerra es su carácter intervencionista. El Estado interventor asumía un rol central en el mantenimiento de este equilibrio, interviniendo en la establecimiento de los precios y en la distribución del ingreso, directamente, a través de la política monetaria y la política de impuestos, e, indirectamente, a través, de la política de salud, la política de asistencia social y la política educativa. Era necesario que el Estado nacional centralizara tanto la recaudación y la distribución de los recursos financieros como el diseño de los currícula, dejando para las jurisdicciones sub-nacionales y los agentes privados solamente la responsabilidad de la provisión directa de los servicios.

Pero la crisis del Estado interventor puso en cuestión no solamente el arreglo socioeconómico que sostuvo el equilibrio de posguerra, sino también los pilares que sostuvieron la expansión de los sistemas educativos. El ideal universalista que inspiró la constitución y expansión de los sistemas educativos ha entrado en declive.

En países como Brasil, después de más de una década de políticas educativas activas del Estado, ahora el gobierno Temer adopta nuevas directrices que regresan a una agenda mínima del Estado en la educación. El discurso del nuevo ministro de educación está marcado por la tesis de la reducción de la inversión y la privatización.

En verdad, las nuevas reformas educativas brasileñas plantean una versión atrasada de la teoría del capital humano. Esto significa que o que impulsa a más gente a estudiar cada vez más años no es tanto o no solamente la expectativa razonable de una mejora en el ingreso en el mercado laboral sino la devaluación de los títulos académicos y las credenciales educativas. El solo hecho que cada vez más gente acceda al mismo título disminuye inmediatamente el valor de ese título, y de las habilidades que ese título simboliza en el mercado de trabajo.  Este es un tema central para el debate sobre la reforma de la educación secundaria brasileña.

El dilema de Brasil es no sólo desde el punto de vista de las reformas educativas, sino también el tipo de enfoque teórico y metodológico que muchos investigadores educativos han adoptado en sus estudios. En general, estos enfoques en nada tiene que ver con la realidad brasileña y de Latinoamérica. Por lo tanto son sólo  modas teóricas que alimentan egos y intereses en el mercado académico.

De todos modos, en fin, hay un serio riesgo de las nuevas políticas resultaren en una marcada segmentación del sistema educativo brasileño, y, consecuentemente, de la estructura de oportunidades educativas y sociales.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=217169

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