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Castigar, premiar, educar

Por: Juana M. Sancho

La transgresión de las normas puede ser utilizada para avanzar en algunos saberes necesarios en el mundo de hoy. Pero normalmente es castigada y reprimida. ¿Debe cambiar este papel de la educación?

A comienzos del siglo XXI Raphael Gray, un joven de 19 años, con un ordenador portátil y acceso a Internet, logró saltar el sistema de seguridad de Microsoft y usó la tarjeta de crédito de Bill Gates para enviarle un frasco de Viagra. El joven le había escrito al fundador de esta empresa informando de los fallos de seguridad de su sistema, sin obtener respuesta. La broma cibernética, que salvó a la compañía de problemas mayores, le costó al joven un arresto por parte del FBI y, tras declararse culpable, dos años de trabajo comunitario. Creía recordar que al final el joven había sido contratado por la empresa, para ayudar a mejorar los sistemas de seguridad, pero hoy, al revisar la información disponible no lo he podido confirmar. En todo caso, quizás se lo merecía.

Recientemente llegó a mis oídos el caso de un estudiante de secundaria que con su teléfono móvil entró, sin mayor problema, en la intranet de su centro, y accedió a toda la información. Hasta aquí no hay historia. Pero se le ocurrió compartir su hallazgo con los compañeros y algunos le convencieron para que les dijese cómo hacerlo, cosa que finalmente hizo.

A partir de aquí, algunos estudiantes que solían sacar malas notas en los exámenes comenzaron a mejorar “sospechosamente”. No era el caso del hacker, con un excelente historial académico. El profesorado comenzó a investigar, porque no confiaban en la repentina mejora de algunos estudiantes y, los propios implicados, descubrieron a quién les permitió “mejorar sus resultados de aprendizaje”. (Aquí podríamos introducir una importante discusión sobre si los exámenes de papel y lápiz o digitales, con preguntas de respuesta prefijada, son la forma más adecuada para pronunciarnos sobre el aprendizaje del alumnado).

Una vez identificado el “culpable” (aquí podríamos abrir otra discusión sobre el posible sentimiento de “humillación” del profesorado y la institución frente a la habilidad del estudiante) ¿cuál fue la reacción? ¿Aprovechar la circunstancia para ir más allá del uso de la tecnología digital? ¿para plantearse lo que significa la ciudadanía digital, como posibilidad de entender los asuntos humanos, culturales y sociales relacionados con la tecnología digital y practicar un comportamiento legal y ético? No, la decisión fue expulsar al estudiante.

Quizás, por haber conseguido que algunos de sus compañeros contestasen de forma adecuada a las preguntas de los exámenes, el MIT le hubiese dado un premio. Porque el Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) ha lanzado una iniciativa para premiar la “desobediencia productiva” dado que, en ocasiones, solo es posible avanzar rompiendo algunas normas. Para su director, Joi Ito, “no puedes cambiar el mundo siendo obediente”. Así que han creado el premio MIT Media Lab Disobedience Award (250.000 dólares) al entender que la “desobediencia constructiva” es la que “se realiza de manera ética y responsable y conlleva un impacto social positivo”.

Y aquí viene el tema principal de discusión que esta columna quiere proponer. ¿Cuál es el papel de la educación formal en el mundo contemporáneo? Las instituciones educativas siguen centradas en la transmisión de conocimiento factual y declarativo y en garantizar que el alumnado sigue las normas. En el mundo “real” niños, niñas y jóvenes tienen acceso a un volumen de información sin precedentes y a contextos, recursos y experiencias que sobrepasan el marco escolar. En este contexto ¿Quién les enseña o guía en la jungla de información? ¿Quién les ayuda a interpretar las dimensiones de lo legal y lo ético y las implicaciones de sus decisiones y actuaciones en estos marcos? Porque, como he argumentado en diferentes foros, la formación del profesorado se centra en su capacidad para “transmitir el pasado”, pero ahora su papel principal parece estar en entender y transitar con el alumnado por el presente y el futuro. ¿Estamos preparados para afrontar este desafío?

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/05/05/castigar-premiar-educar/

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¿Qué nos trae el Mobile World Congress?

Por: Juana M. Sancho

La cita anual con la tecnología en Barcelona es un buen momento para preguntarse y poner en duda algunas de las «verdades» sobre los intereses y el impacto de las tecnologías y quienes las fabrican.

Para los interesados en la educación de todas las personas y en un mundo menos desigual, más armónico y empático, muchas más cosas en las que pensar y decisiones que tomar. La carrera olímpica (¡Más rápido, más alto, más fuerte – o ¡Más poder, más dinero!) de las empresas de tecnología digital, ha vuelto a dejar grandes números. Más de 100.000 asistentes (77% hombres, 23% mujeres, no todos con el mismo papel). 3.500 medios de comunicación y analistas del sector. Un impacto económico de 465 millones de euros y 13.200 puestos temporales de trabajo. Unas cifras que satisfacen a los organizadores, apabullan al público en general y chocan a quienes vivimos la falta de inversión y deterioro en los sistemas públicos de educación. Aquí surge el primer punto de reflexión.

En los últimos años este encuentro se había convertido en la “caja de las sorpresas”. Lo importante no era el análisis profundo y complejo de las aportaciones reales de las nuevas invenciones a la vida de la mayoría de las personas, ni sus limitaciones y peligros, sino ser el primer consumidor de lo nuevo, estar más al día que nadie y vender más que nadie. En esta ocasión, ha habido cierto desencanto, al no presentarse nada espectacular. De aquí nace la segunda reflexión.

Como es sabido, las grandes corporaciones de tecnología digital: Apple, Alphabet (Google), Microsoft, Facebook y Amazon, están en este momento entre los 10 primeros puestos del mundo, y varias de ellas parecen poner especial atención en evitar pagar impuestos. En el encuentro, una de las pocas preocupaciones sociales surgió en el debate –ya propuesto en otros foros–, de si las máquinas programadas para aprender deberían pagar impuestos al sustituir a trabajadores. Y aquí viene la tercera reflexión.

mSchools, un programa de mEducation desarrollado por el Mobile World Capital, con apoyo público y privado (Ayuntamiento de Barcelona y Generalitat de Cataluña) en Barcelona, Cataluña y España, ha estado a cargo de la organización del Youth Mobile Festival con la participación de 11.000 estudiantes.

En definitiva, lo que nos trae el MWC a los que pensamos que la educación no consiste en adaptar y adaptarnos a las estructuras de la vida creadas por los poderosos es: (1) La necesidad de entender el mundo de intereses y lógicas que subyacen al impulso de unas tecnologías en detrimento de otras y las consecuencias educativas, sociales, económicas y políticas de la creciente brecha entre lo privado y lo público y entre diferentes grupos sociales. (2) La importancia de analizar el sentido de la innovación, de cuestionar la premisa de que “lo nuevo” es “mejor” y situar, educativamente hablando, la adicción a la novedad. (3) La “obligación”, como educadores, de desvelar las condiciones de todos los trabajadores (no solo los de Silicon Valley) que hacen posible el desarrollo de la industria digital, la ética medioambiental de las empresas y las consecuencias socio-económicas de un mundo de trabajo robotizado sin regulación económico-político social. (4) La necesidad de ir más allá de pensar en los estudiantes como consumidores o prosumidores para contribuir a formarlos como ciudadanos globales en un mundo digital.

El MWC también ha traído el encuentro alternativo Mobile Social Congress. Sin publicidad, pero con la participación de unas 20.000 personas que: por una mejora de las condiciones de trabajo en las fábricas de electrónica, proponen la compra pública socialmente responsable. Para acabar con la extracción ilegal peligrosa, apuestan por el comercio justo de minerales. Para reducir el impacto ambiental y el exceso de residuos, luchan contra la obsolescencia programada. Por el progreso del conocimiento, la cultura y la tecnología, apuestan por el dominio público y un modelo de producción común. Por una comunicación segura y respetuosa, promueven el software libre y la soberanía tecnológica. Por una telecomunicaciones libres y accesibles, apuestan por el trabajo cooperativo. Todo un programa tecno-social con muchos puntos en común con las implicaciones educativas apuntadas.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/04/05/que-nos-trae-el-mobile-world-congress/

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No pongas tus … manos sobre la educación

Por Juana María Sancho

Las grandes corporaciones han redescubierto que ‘la educación encierra un tesoro’, el de las enormes ganancias que les puede proporcionar la educación.

Economía y educación parecen compartir mucho más que su primera letra. En las civilizaciones que conocemos, siempre han sido los ricos y poderosos quienes han contado con el tiempo y los recursos para desarrollar su potencial de aprendizaje y experiencia y guiar su proceso de desarrollo. El resto lo tenía que dedicar a la supervivencia. A partir del siglo XIX la educación para todos no sólo se empezó a considerar un mecanismo de igualación y compensación social, sino un importante motor de creación de riqueza. La escolaridad creaba beneficios económicos para la sociedad y para los ciudadanos. En 1842, Horace Mann presentó una argumentación de tipo económico para justificar una mayor inversión en la escuela, que fue utilizada para justificar escolaridad obligatoria. El sentido de la ecuación educación-trabajo quedaba explícitamente establecido. Aunque permanecen las diferencias entre el ‘capital cultural y social’ de las distintas capas de la población.

Pero la relación no acaba aquí. La construcción, desarrollo y mantenimiento de los sistemas escolares son una fuente de riqueza considerable para distintos sectores: construcción, libros de texto, recursos de enseñanza, etc. Sectores que influencian mucho más de lo que se reconoce el sentido y la calidad de la educación. En todas sus realizaciones subyace una idea implícita o explícita sobre profesorado y el alumnado, la enseñanza y el aprendizaje, la representación de conocimiento y la propia evaluación, que es más poderosas que las directrices ministeriales y las políticas educativas.

Sin embargo, la relación no sólo no acaba aquí. En los últimos años las grandes corporaciones han redescubierto que ‘la educación encierra un tesoro’. No en el sentido del informe Delors, de los talentos que, como tesoros, están enterrados en el fondo de cada persona, porque estos no cotizan en bolsa. El tesoro son las enormes ganancias que les puede proporcionar la educación. Una situación que viene impulsada, como señala Stephen Ball, por el movimiento de desestatización que consiste en redibujar la división público-privado, reasignar funciones y rearticular la relación entre organizaciones y tareas. Lo que nos ayuda a entender artículos como ¿Qué tiene que ver Florentino Pérez con la guardería de tu hijo?. La aparición de sistemas educativos ‘paralelos’: Google, Apple o Microsoft. La proliferación de aplicaciones educativas para el penúltimo artilugio digital, que pronto quedará obsoleto y tendremos que renovar. O la multiplicación de entidades privadas que ofrecen cursos a distancia.

Todo un mundo paralelo que se presenta como lo más cool, innovador, interactivo… Pero en el que subyacen determinadas visiones sobre el aprender, el conocimiento, los valores y la sociedad; que se compran, y nunca mejor dicho, sin analizar lo que nos estamos llevando a casa. De ahí que ante cada propuesta tecnológica ‘inteligente’ publicitada en los medios, no pueda dejar de pensar en la experiencia de un grupo de trabajo liderado por Jacques Berleur en el IFIP 13th Computer World Conference, en 1994, sobre la responsabilidad de la tecnología. Un asesor del Banco Mundial explicaba cómo los proyectos de transferencia tecnológica que no tenían en cuenta la cultura y los saberes, las personas e instituciones, producían lo contrario de lo que decían perseguir: las personas y las instituciones acababan más ignorantes, porque no habían podido hacer suya la nueva cultura y habían dejado de desarrollar la suya; más pobres, por el coste de los recursos y más contaminados, por la constante obsolescencia de aquellos. A la vez que me lleva al título del artículo escrito por Manuel Vicent en 1981: No pongas tus sucias manos sobre Mozart, en mi empeño en pedir que no dejemos ponerlas sobre la educación a quienes tienen visiones estrechas, partidistas y basadas en el interés de unos pocos en detrimentos de muchos. Sé que no lo conseguiremos, pero quizás nos pongamos a pensar qué significan educativamente hablando antes de comprar sus productos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/02/10/no-pongas-tus-manos-sobre-la-educacion/

Imagen: eldiariodelaeducacion.com/wp-content/uploads/2016/12/cc-oecd-flickr.jpg

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¿Qué papel ‘deben’ desempeñar las instituciones educativas en la sociedad que queremos?

Por Juana M. Sancho

Empieza a urgir dar respuesta, desde la sociedad, a qué nos gustaría que hicieran las instituciones educativas respondiendo a qué debería ser el mundo que queremos

Conecto el contenido de esta columna con la pregunta planteada en un panel sobre “Sociedad del conocimiento, diálogos y desafíos para la equidad”, en Encuentros BCN 2016. Decidir sobre el papel de estas instituciones ante la aparición de nuevos agentes, recursos, contextos y oportunidades de acceso a la información por parte de las personas, conlleva una serie de cuestiones interconectadas con la línea de pensamiento explicitada en la columna anterior.

Y lo están porque según nuestro posicionamiento frente a las dimensiones del fenómeno, nos inclinaremos por una u otra respuesta. En mi caso, comienzo problematizando el carácter prescriptivo de la pregunta. Llevo años dedicada a la educación, una actividad altamente prescriptiva, pero me cuesta utilizar el verbo “deber”, sobre todo de forma general y fuera de un contexto. En primer lugar, porque como aprendí de George Edward Moore, a menudo caemos en la “falacia naturalista” que, en síntesis, consiste en equiparar falazmente lo que consideramos que “es bueno” con “lo deseado”, con “lo que satisface un deseo” o “lo que existe necesariamente”. Lo que también nos lleva al “ilusionismo legislativo y/o académico”.

Con demasiada frecuencia, a análisis más o menos profundos y complejos les siguen prescripciones tecnicistas y simplistas que no solo no las mejoran, sino que incluso pueden contribuir a empeorar las cosas. En segundo lugar, porque las decisiones sobre lo que “debe ser” suelen estar demasiado alejadas de lo que es y las toman personas que no solo no las llevarán a la práctica, sino que ni siquiera podrán los medios necesarios para que otros las lleven. Dicho esto, junto con otros estudiosos y educadores, considero que, así como la imprenta supuso una transformación fundamental en la forma de representar, almacenar, divulgar y acceder al conocimiento, y tuvo un papel crucial en la manera de organizar la educación formal y en los modos de aprender; las tecnologías digitales de la información y la comunicación comenzaron hace tiempo una gran revolución en todas estas dimensiones, hoy por hoy, con consecuencias inexploradas.

La realidad es que, en estos momentos, las instituciones educativas, incluida la universidad, en general, parecen estar ancladas en el pasado y tener dificultades para crear el presente y el futuro, e incluso para entenderlo. Las multinacionales de la información tienen puestos sus ojos en la educación y desarrollan e intervienen en proyectos tanto en el sector privado como en el público, para garantizar la pervivencia del tipo de sociedad que están contribuyendo a crear, además de multiplicar sus ganancias.

Hoy la investigación y el desarrollo que mueven el mundo, hacia lugares que parecen vedados para una grandísima parte de la población -la brecha entre la riqueza y la pobreza no parece disminuir sino aumentar-, no están en la Universidad, sino en lugares como Silicon Valey.  Un lugar desde el que se lanza el mensaje de que: “La mayoría de universidades del mundo van a desaparecer”,  a lo que algunos añaden, desde hace tiempo, que las escuelas también (Piénsese en el elocuente título del libro de Perelman de 1992, School’s out: hyperlearning, the new technology, and the end of education).

Y se emite porque las empresas han comenzado a decir que lo que se valora no son los títulos que uno tiene, sino lo que uno sabe hacer. De ahí que, para poder responder a la pregunta del principio, lo que yo les preguntaría a las instituciones educativas sería ¿qué es lo que sabéis hacer? ¿Sabéis preservar el pasado? ¿Sabéis comprender el presente? ¿Cuál es vuestro papel en la configuración del presente? ¿Cómo contribuís a la invención del futuro? Seguramente, después de contestarnos estás preguntas llegaríamos a la conclusión de que su papel ha de ser totalmente diferente. Pero la decisión de cuál “debería” ser, depende de la visión del mundo hacia donde queramos ir.

Fuente:http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2016/11/16/que-papel-deben-desempenar-las-instituciones-educativas-en-la-sociedad-que-queremos/

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Todos tenemos respuestas ¿Y las preguntas?

Por: Juana M. Sancho. 

Se hace necesario situarse en perspectivas más complejas y transversales desde las que mirar la educación y obtener respuestas, que aunque no nos den soluciones definitivas, sí nos permitan no caer en los mismos errores

Como oímos a menudo, todo el mundo parece tener claro cómo resolver los problemas de la educación, además de estar seguros de que lo que no funciona es responsabilidad de otros. De ahí que no sorprenda que cada vez que cambia un gobierno se proponga una reforma educativa que, para los impulsores, solucionará todos los problemas de la educación (aunque venga sin partida presupuestaria, ni transformación profunda de las estructuras que alimentan la inercia de los sistemas). O que los que se encuentren en la oposición realicen propuestas basadas en la misma argumentación.

Esta tendencia no es reciente. En abril de 2002, en una ponencia invitada al Congreso Pedagógico La educación crea futuro, Federico Mayor Zaragoza explicó que cuando fue ministro de Educación, pensó en acometer una reforma de la enseñanza secundaria, porque le parecía que debía mejorarse. Comenzó a documentarse y descubrió que en los últimos 150 años este tramo de enseñanza había experimentado treinta reformas. Es decir, una cada cinco años. En este punto pensó que no había ningún proceso de cambio sustantivo que pueda llevarse a cabo en cinco años y que quizás lo que los centros y los docentes necesitaban en aquellos momentos era una cierta tranquilidad para trabajar.

Sin embargo, y de forma paradójica, si hay un ámbito que requiera un cambio profundo y sustancial es el de los sistemas educativos formales. Sobre todo, porque en un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo como el actual, como observó el sociólogo Wilfried Pareto a comienzos del siglo XX, producen tantas o más turbulencias los no-cambios que los cambios. Y los sistemas educativos se han revelado como extraordinariamente inerciales y resistentes a cambios y mejoras profundadas y esenciales. De ahí la necesidad de resituar y problematizar nuestras miradas porque, como argumentaba Seymour Sararon en El predecible fracaso de la reforma, con frecuencia se ponen en marcha reformas que desconsideran del conocimiento acumulado y disponible sobre las distintas dimensiones que intervienen en la configuración de los sistemas educativos. Con ello, se pueden repetir propuestas que ni dieron los frutos deseados en el pasado, ni mucho menos los darán en el presente (a punto de terminar este texto me encuentro con una viñeta de El Roto, en la que un adulto les dice a un niño y una niña: “Tenéis que estudiar mucho y prepararos bien para el pasado”, algo que parece contradictorio en un tiempo que en lo digital vuela al futuro y en lo social apunta al pasado).

Pero la aportación más significativa de este autor fue cuestionar los axiomas en los que se basan los esfuerzos de reforma para adoptar perspectivas que permitan otros modos de análisis y pautas de actuación. Sobre todo porque, demasiado a menudo venimos con las respuestas sin habernos planteado la pertinencia, originalidad, profundidad y complejidad de las preguntas. Algo particularmente preocupante cuando nos enfrentamos con problemas “endiablados” (wicked). El teórico del diseño Host Rittel, denominó “endiablados” a los problemas del sistema social que están mal formulados, en los que la información es confusa, en los que hay muchos interesados y afectados y muchas personas con capacidad para tomar decisiones desde posiciones, intereses y sistemas de valores contradictorios, y donde las ramificaciones de todo el sistema tienden a ser confusas y, sobre todo, imprevisibles.

Ese tipo de problemas no tienen una formulación definitiva, sino que cada formulación corresponde a la de una solución; y para cada uno de ellos siempre hay más de una explicación posible, que depende de la visión del diseñador. ¿Existe un problema de diseño más “endemoniado” que el de la educación? Lo dudo. De lo que estoy segura es de la necesidad de cambiar las preguntas y situarse en perspectivas más complejas y transversales que si bien no nos lleven a soluciones definitivas nos permitan no seguir cometiendo los mismos errores.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/01/13/todos-tenemos-respuestas-y-las-preguntas/

Imagen: insurgenciamagisterial.com/wp-content/uploads/2017/01/problemaseducativos.jpg

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De Deberes, Placeres e Imaginarios Educativos

Por: Juana M. Sancho

La escuela no es “el” lugar de aprendizaje. Los estudiantes transitan por contextos culturales y sociales en los que aprenden cosas muy diferentes.

La resaca del maremoto trianual producido por la publicación del Informe PISA 2015, ha conllevado, una vez más, una oleada de declaraciones, opiniones, estudios, pareceres, críticas y explicaciones. Cada vez más se cuestiona lo que pretende “medir” este tipo de pruebas, la descontextualización de algo tan contextual como el aprendizaje y sus culturas, la forma de administrarlas, las triquiñuelas de algunos sistemas para salir mejor colocados, el poder que suponen para un determinado organismo, el coste asociado a su administración en países con profesorado mal preparado y peor pagado, su “inutilidad” por no conllevar ni fomentar análisis profundos del presente y futuro de los sistemas educativos, dado que, como máximo, lo único que se deriva es qué hacer para salir mejor en la foto siguiente.

En esta ocasión, en mi parlamento de las cosas en el que me propongo explorar las alternativas de la educación, sitúo la discusión en un tema que PISA 2016 ha vuelto a poner sobre la mesa, cuando en realidad nunca se ha ido. Me refiero a la cuestión de “los deberes”. Los cursos escolares comienzan y acaban con este debate, las vacaciones lo reaniman y PISA parece aportar más “munición”.  Se suele debatir, una y otra vez, si deberes sí o no, en qué momentos, por qué, para qué, ocupando cuánto, si habría que cambiar la metodología de enseñanza,…  Pero los años de experiencia y estudio me dicen que quizás el foco del problema está en otro lugar, que quizás como en el cuento sufí, estemos buscando el anillo perdido bajo una farola y no en el lugar en el que se nos cayó.

Dándole vueltas a esta idea, en la publicación de la Obra Completa de Carl Jung (editorial Trotta), recuentro las nociones de “inconsciente colectivo”, “algo así como una patria común y desconocida, se manifiesta aquí y allá, entonces y ahora, y es razonable pensar que lo seguirá haciendo”. Así como el de “arquetipo”, “una imagen con alto contenido emocional que nos ayuda en nuestra educación sentimental y a ordenar los tipos humanos” (Juan Arnau). Y me planteo, en relación al tema de esta columna, que hacer consciente, explícito, nuestro “inconsciente colectivo” y nuestro “arquetipo” nos puede llevar a reconsiderar cómo hemos llegado a pensar como lo hacemos en relación al sentido y el papel del sistema educativo en el mundo actual y, quizás, a establecer nuevas cuestiones, así como el tema de los “deberes”.

Porque hoy la Escuela no es “el” lugar de aprendizaje. Los estudiantes transitan por distintos contextos culturales y sociales, analógicos y digitales, en los que aprenden cosas muy diferentes, a veces en conflicto con la educación formal, que día a día, en un mundo saturado de información, está perdiendo imagen, discurso y prestigio. De ahí que lo primero que preguntaría sería: ¿Cuál es el proyecto educativo de la institución? ¿de qué estrategias y recursos se está dotando para poder ponerlo en marcha? ¿qué noción de conocimiento, de enseñanza, de aprendizaje, de saber y de evaluación subyacen al proyecto? ¿cuál es el papel de los diferentes implicados: administración, dirección, docentes, estudiantes, familias…? ¿hasta qué punto se tiene en cuenta los aprendizajes, intereses y capital social y cultural del alumnado? ¿qué tipo de relaciones, conexiones o desconexiones se plantea con el resto de los contextos de aprendizaje de los estudiantes?

Estaríamos así deconstruyendo el “inconsciente colectivo” y el “arquetipo” de la educación escolar. Y si consiguiésemos cuestionar la inercia que enseñar es decir, aprender es escuchar y el conocimiento es lo que pone en los libros, y conectar las experiencias del centro con las del mundo exterior del alumnado, el aprendizaje se convertiría en el goce continuo del descubrimiento, la repetición y el aburrimiento en interés y curiosidad y los “deberes” en “placeres”. Incluso para las familias que acompañan a sus hijos en este proceso -y aquí siempre habrá que poner una atención especial  a los diferentes colectivos, para no generar nuevas formas de segregación social- puede ser una fuente de aprendizaje y experiencia en un mundo cambiante en el que la curiosidad no coartada de los más pequeños puede ser una necesaria puesta al día para los mayores.

Fuente Original del Artículo: 

http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2016/12/21/de-deberes-placeres-e-imaginarios-educativos/

Fuente donde se tomó el Artículo:

De deberes, placeres e imaginarios educativos

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¿Qué papel deben desempeñar las instituciones educativas en la sociedad que queremos?

Por: Juana M. Sancho

Conecto el contenido de esta columna con la pregunta planteada en un panel sobre “Sociedad del conocimiento, diálogos y desafíos para la equidad”, en Encuentros BCN 2016. Decidir sobre el papel de estas instituciones ante la aparición de nuevos agentes, recursos, contextos y oportunidades de acceso a la información por parte de las personas, conlleva una serie de cuestiones interconectadas con la línea de pensamiento explicitada en la columna anterior.

Y lo están porque según nuestro posicionamiento frente a las dimensiones del fenómeno, nos inclinaremos por una u otra respuesta. En mi caso, comienzo problematizando el carácter prescriptivo de la pregunta. Llevo años dedicada a la educación, una actividad altamente prescriptiva, pero me cuesta utilizar el verbo “deber”, sobre todo de forma general y fuera de un contexto. En primer lugar, porque como aprendí de George Edward Moore, a menudo caemos en la “falacia naturalista” que, en síntesis, consiste en equiparar falazmente lo que consideramos que “es bueno” con “lo deseado”, con “lo que satisface un deseo” o “lo que existe necesariamente”. Lo que también nos lleva al “ilusionismo legislativo y/o académico”.

Con demasiada frecuencia, a análisis más o menos profundos y complejos les siguen prescripciones tecnicistas y simplistas que no solo no las mejoran, sino que incluso pueden contribuir a empeorar las cosas. En segundo lugar, porque las decisiones sobre lo que “debe ser” suelen estar demasiado alejadas de lo que es y las toman personas que no solo no las llevarán a la práctica, sino que ni siquiera podrán los medios necesarios para que otros las lleven. Dicho esto, junto con otros estudiosos y educadores, considero que, así como la imprenta supuso una transformación fundamental en la forma de representar, almacenar, divulgar y acceder al conocimiento, y tuvo un papel crucial en la manera de organizar la educación formal y en los modos de aprender; las tecnologías digitales de la información y la comunicación comenzaron hace tiempo una gran revolución en todas estas dimensiones, hoy por hoy, con consecuencias inexploradas.

La realidad es que, en estos momentos, las instituciones educativas, incluida la universidad, en general, parecen estar ancladas en el pasado y tener dificultades para crear el presente y el futuro, e incluso para entenderlo. Las multinacionales de la información tienen puestos sus ojos en la educación y desarrollan e intervienen en proyectos tanto en el sector privado como en el público, para garantizar la pervivencia del tipo de sociedad que están contribuyendo a crear, además de multiplicar sus ganancias.

Hoy la investigación y el desarrollo que mueven el mundo, hacia lugares que parecen vedados para una grandísima parte de la población -la brecha entre la riqueza y la pobreza no parece disminuir sino aumentar-, no están en la Universidad, sino en lugares como Silicon Valey.  Un lugar desde el que se lanza el mensaje de que: “La mayoría de universidades del mundo van a desaparecer”,  a lo que algunos añaden, desde hace tiempo, que las escuelas también (Piénsese en el elocuente título del libro de Perelman de 1992, School’s out: hyperlearning, the new technology, and the end of education).

Y se emite porque las empresas han comenzado a decir que lo que se valora no son los títulos que uno tiene, sino lo que uno sabe hacer. De ahí que, para poder responder a la pregunta del principio, lo que yo les preguntaría a las instituciones educativas sería ¿qué es lo que sabéis hacer? ¿Sabéis preservar el pasado? ¿Sabéis comprender el presente? ¿Cuál es vuestro papel en la configuración del presente? ¿Cómo contribuís a la invención del futuro? Seguramente, después de contestarnos estás preguntas llegaríamos a la conclusión de que su papel ha de ser totalmente diferente. Pero la decisión de cuál “debería” ser, depende de la visión del mundo hacia donde queramos ir.

Fuente: http://insurgenciamagisterial.com/que-papel-deben-desempenar-las-instituciones-educativas-en-la-sociedad-que-queremos/

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