El valor, apuntes para su enseñanza

El valor, apuntes para su enseñanza

Por:

Alejandro Martínez
Rebelión

El valor, sin dudas, es una de las categorías más importantes del sistema teórico de Marx en El Capital. En realidad, es mucho más: es el eje central de toda su crítica a la economía política. Su papel en la obra, la forma en que lo expone Marx, las teorías precedentes y que le siguen, sumado de sus numerosas interpretaciones posteriores, lo convierten en una especie de leyenda, de cosa oscura para el amplio espectro del marxismo. Ha sido interpretado de diversas maneras, haciendo que entre economistas y filósofos existan todo tipo de teorías del valor. Lo que hace que definirlo correctamente es empezar a entender otra economía política marxiana y fijar una postura ante la gama teórica que lo rodea.

El primer elemento es la concepción en sí de valor. Todos estarían de acuerdo de no es otra cosa que el tiempo de trabajo socialmente necesario (Marx, 2002,48,). Sin embargo, en algunas ediciones de El Capital, como la editada en Cuba (Marx, 7,1962), solo deja la definición en este nivel, obviando una traducción más exacta: ‘’…en cuanto, en la producción de una mercancía, sólo utiliza el tiempo de trabajo promedialmente necesario, o tiempo de trabajo socialmente necesario (Marx, 2002, 48). ’’La parte de promedialmente necesario, más allá de la omisión de elementos del original, distorsiona entender la categoría.

Ese tiempo ‘’socialmente necesario’’, es el que la sociedad va a reconocer como racional. El problema es, para el que lea eso, cómo saber cual es este ‘’tiempo’’. Para ello sirve la idea: ‘’El tiempo de trabajo socialmente necesario es el requerido para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción vigentes en una sociedad y con el grado social medio de destreza e intensidad de trabajo. ’’

Aquí, y obviando (por ahora) lo de ‘’promedialmente necesario’’, lleva al error ya cometido al descifrar las palabras ‘’grado social medio de destreza’’. Se suele interpretar esto (el valor), en algunos autores y académicos de la siguiente manera: de los gastos de diferentes productores ordenados bajo criterio de eficiencia, los de las condiciones medias, son los del medio. En términos estadísticos, se ha entendido esto como una mediana, un valor central de un grupo de datos ordenados.

En realidad la ‘’destreza media’’, son condiciones medias de producción, es decir, las condiciones promedios para producir una mercancía. Estas condiciones no son otras que las que más mercancías producen en una rama. La sociedad va a reconocer como el gasto de trabajo racional, como valor, el ‘’gasto’’ de trabajo que predomina. No dudamos nunca en pensar que un precio nos parece raro (bajo o alto) con respecto a uno que es el que estamos adaptados. Ese que predomina, que es la referencia de los consumidores, es el que está determinando el valor. Es el que está determinando el ‘’gasto’’ de trabajo reconocido como racional.

Sin embargo, se está olvidando la parte más importante de la definición, la de ‘’socialmente necesario’’. Esto nos está diciendo que la parte final en la determinación del valor viene dado por el reconocimiento social, por la aprobación social, por la precepción y decisión de la sociedad. Entonces, ¿quiere decir que los individuos recopilan los gastos de trabajo de cada productor, hayan su frecuencias absoluta y relativa y se lanzan a calcular un promedio o mediana (por otros autores) para determinar el valor? Claro que no, en ningún tiempo histórico de sociedad los individuos se han sentado a pensar semejantes cosas y calculado eso. Entonces, la pregunta sigue siendo: ¿cómo la sociedad determina el valor?

Quizá el propio Marx dio origen a confusiones al definir al trabajo como sustancia del valor, y decir que este se mide en tiempo, en tiempo de trabajo. El primer error está al darle, una connotación física a este, al convertirlo en una unidad cuantificable. Consecuentemente con esta definición, el valor parece contener sustancia, un trabajo que se cuantifica en tiempo. Pero el propio Marx desmiente esto: “En contradicción directa con la objetividad sensorialmente grosera del cuerpo de las mercancías, ni un solo átomo de sustancia natural forma parte de su objetividad en cuanto valores.’’ Por tanto no es trabajo como unidad cuantificable de lo que se habla. Con esto, el valor pierde todo sentido como magnitud física (tiempo, masa, energía) siendo toda aritmética que opera con horas no más que una abstracción, un error de interpretación. Quedando solo, que es puramente social: ‘’…en la expresión del valor del lienzo, simboliza una propiedad supranatural de ambas cosas: su valor, algo que es puramente social’’ (Marx, 2002,70).

En la idea del valor cuestionada, se construye una definición desde los gastos físicos de trabajo. Esto responde a entenderlo como determinado en la producción, en las condiciones de producción medidas en tiempo. Pudiera pensarse como si fuera una teoría de costos de producción (sociales) que utiliza como unidad de medida el tiempo. La causa pudiera estar en el propio subtítulo del tomo I, El proceso de producción del capital, que pone una etiqueta de análisis centrado en la producción, y se pudiera entender producción en un sentido muy estricto a la hora de explicar la mercancía. Nada más alejado de la realidad, Marx empieza estudiando la mercancía en la circulación y desde aquí, define el valor. Cuando lo hace, la producción es solo un referente teórico, una cosa solo mencionada como algo escondido en la mercancía, como la relación social que está detrás de la cosificación (mercancía). Las condiciones en sí que se da la producción en que se crea una mercancía (la que contiene el valor), la estructura técnico-productiva de una rama no se analiza para nada, por tanto, las condiciones específicas de producción (entendida como la estructura técnica interna) de una mercancía carecen de sentido al entender el valor. Solo importarían, para entender las condiciones especificas en las que intervino su productor y para determinar la corporeidad de los productos de este.

Los productos del trabajo, al ser diferentes, van a tener diferente reconocimiento y esto hace que se reconozcan de manera diferenciada los trabajos que las originaron. Al entenderse solo como abstracción, como trabajo en general, se entiende que al cambiar cantidades de productos, se cambian también en esencia cantidades de trabajo, teniendo sentido el entendimiento del trabajo en ‘’cantidad’’. Esas cantidades abstractas de trabajo, solo cobran sentido en su medición, en su aparente cuantificación para ser medidas. Esa medida solo puede ser el tiempo, el tiempo de trabajo. Pero solo es una referencia, porque como ya se vio, no es ese tiempo unidad física, sino que Marx al definir cantidades diferentes, implicaba una medición para entender cantidad, solo se puede entender como tiempo. Dicho de otra forma, reconocer el trabajo de alguien, es reconocerle el tiempo que estuvo trabajando.

Esta es la construcción desde lo superficial a lo esencial que hace Marx. El llegar al concepto de tiempo de trabajo, es solo una necesidad metodológica, al hablar de cantidades diferentes de trabajo, se necesita medida de cuantificación. Y sobre todo nada más lógico que decir que reconocer la cantidad de trabajo, es reconocer el tiempo de trabajo.
Hasta aquí, queda demostrado como el propio Marx no hace uso de esas definiciones que cuantifican el valor, sin embargo al desaparecer esa idea, su determinación parece ser una quimera o algo imaginario. Pero en su obra, da una explicación coherente y objetiva.

Antes de pasar a determinar cómo se determina el valor, hay entender su contenido. Al referirse a él de Marx plantea: ‘’ Su objetividad en cuanto valores, por tanto, es de naturaleza puramente social’’ (Marx, 2002,58). Si la naturaleza de su sustancia es social, dice que su origen está en el contexto social. Esta es la clave para entenderlo. Es la sociedad la que dice qué valor tiene una mercancía. Hay que aclarar que el valor es una categoría históricamente condicionada, y esto lo despoja de todo contenido subjetivista, y que solo debe entenderse como el trabajo reconocido.

Cuando se da un proceso de intercambio, quiere decir que hubo una conmensurabilidad, un proceso de equiparar los objetos de este. Ese algo que los hacía conmensurables, venía desde los tiempos de Aristóteles, y renaciendo con Petty, siendo la relación social objeto de búsqueda de la economía política, y eso es el valor. Es decir, es solo esa relación social que encontró la economía política que está detrás del producto (del trabajo) y que está equiparando las mercancías. Este valor, como relación social, encierra una cantidad de poder social. El poder de un producto sobre el trabajo ajeno (sobre el producto ajeno), capaz de relacionar a su portador, a través del producto de su trabajo con otros productores con el producto del trabajo de estos últimos, es el valor. En pocas palabras, el poder que atribuye la sociedad de intercambiabilidad de un producto sobre otros.

Para entenderlo, solo debe mirarse un intercambio de dos mercancías. Al realizarse este, el valor de la primera mercancía se expresa en la segunda, su valor es la segunda (entendido de forma muy elemental). Al comprar algo, se obtiene resultado de otro trabajo. El valor es, que de otra mercancía (que es producto de otro trabajo) se pueda obtener normalmente esta por lo que mercancía se porta. Relación que se figura en un cuanto específico. Ahí está la esencia del valor, en decir que todo el poder que tiene (su magnitud) está, en lo que es capaz de aceptar normalmente la sociedad por él, que se expresa en cantidad de otra mercancía y esto que acepta la sociedad sale del trabajo. El valor de una mercancía, se puede concluir, es cuánto es reconocida esta por la sociedad. Ese reconociendo está dado por todas por las que puede ser cambiada y su cantidad. Esto es, cuánto trabajo cosificado se puede obtener, es decir, cuanto resultado de trabajo (cosas útiles) se puede obtener por el resultado del que se ofrece. Esta idea es expresada por Marx: ‘’Las mercancías, pues, en absoluto se enfrentan entre sí como mercancías, sino solamente como productos o valores de uso’’ (Marx, 2002,105). Al cambiar, la sociedad confiere y acepta un poder de cambio en los resultados del trabajo, llamarle a esto precio es correcto pero es dejar el análisis a medias, en la cosificación de las relaciones, debe profundizarse descosificar las relaciones y llegar a entenderlo como trabajo materializado.

Pareciera este proceso de reconocimiento social algo caótico. Puede compararse con una negociación, un acuerdo casual: ‘’La proporción cuantitativa de su intercambio es, en un principio, completamente fortuita’’ (Marx, 2002, 107). El reconocimiento social del trabajo no se hace de forma directa. Al ser los productos del trabajo los que cosifican al trabajo, son ellos los que lo representan en el cambio. Así el reconocimiento social del trabajo, deja de ser del trabajo en sí para ser el de su producto. Según sea reconocido este, será reconocido su trabajo, es decir, para buscar el reconocimiento social del trabajo, se debe mirar qué papel juega en la sociedad su producto.

La repetición y constancia del las proporciones del cambio fija la expresión del valor, y destruye toda la mística: ‘’La costumbre las fija como magnitudes de valor’’. (Marx, 2002,108). Sin embargo, justo aquí está el punto de partida del movimiento social, su lucha de clases. El uso de la costumbre, no es pacífico y termina en períodos de lucha por imponer condiciones, por imponer un tipo de reconocimiento del trabajo de un grupo de productores sobre otros, marcando el inicio y la aparición de formas que responde a la lucha de clases.

El valor no es más que el reconocimiento del poder social de la actividad (del hombre en sí mismo) que se determina dentro de la misma lucha desencadenada en la sociedad. Siendo la expresión del valor, tan solo la proporción, el precio (hoy) sostenido en el tiempo. Marx solo intentaba romper con las concepciones fetichistas contemporáneas, no redefinir como se determinaba socialmente este, sino solo descosificar esas relaciones.

Comprender esto sería un primer paso para comenzar a armar un marxismo sin mitos, sin esas bases de manuales e interpretaciones salidas de tareas orientadas por partidos políticos. Sería comenzar un marxismo propio. En estas, la interpretación de categorías tan importantes como cuota media de ganancia, precio de producción, la renta de la tierra adquiría otra significación muy distinta a la que poseen hasta ahora. Se dejarían de establecer esas teorías que plantean que si tal precio es incorrecto porque no se ajusta al valor. Ciertamente, este es un tema que requiere mucho más desarrollo, pero iniciar su debate serio y continuar sobre esta construcción teórica es tarea que no pocos debemos asumir.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=234342

Imagen:https://lh3.googleusercontent.com/vs8v792GS-k3Myp3WTyvaxiOnLpmZ96anFkE9HNhXx88Syhxz1Y6LzCgyd-g21sQVa5i4g=s85

 

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Vivimos en la era de la ignorancia ¿Por qué los jóvenes son cada vez más ignorantes

Por: Alejandro Martinez Gallardo

UN DESTACADO POETA Y PROFESOR UNIVERSITARIO HA NOTADO UNA PREOCUPANTE TENDENCIA: LOS JÓVENES QUE LLEGAN A LA UNIVERSIDAD CADA VEZ SABEN MENOS

En un efusivo artículo de 2012 publicado en el New York Review of Books el poeta Charles Simic declaraba que estamos viviendo en la Era de la Ignorancia. Desencantado por las manifestaciones culturales de su país, donde en algún momento el grueso de la población llegó a creer que Saddam Hussein había sido responsable de los ataques del 11 de septiembre o que Obama era musulmán, Simic denunció lo que considera es una “rebelión de mentes opacas en contra de la inteligencia”, por lo cual es acertado concluir “con Sidney Hook que la estupidez es una de las grandes fuerzas de la historia”, todo lo cual es bastante conveniente para la clase política que “resiente a todo aquel que muestra la habilidad de pensar de manera seria e independiente”.

Lo que más me llamó la atención de leer el artículo de Simic, un destacado poeta amigo de Octavio Paz, es su diagnóstico puntual, basado en su observación como profesor universitario de literatura, de que los jóvenes son cada vez más ignorantes, pasan de la escuela a la universidad sin estar preparados y sobre todo adoleciendo en conocimientos de historia. Esto mismo lo detecta Rushkoff en cierta forma en su libro Present Shock: inundados por enormes cantidades de información noticiosa, perdemos las noción de las grandes narrativas, de la continuidad del tiempo y la memoria. Todo es un perpetuo y atiborrado “ahora”. Simic escribe sobre la notable carencia que tienen los jóvenes de las grandes ideas de otros tiempos:Hemos necesitado muchos años de indiferencia y estupidez para hacernos tan ignorantes como somos hoy. Cualquiera que haya enseñado en una universidad los últimos 40 años, como yo lo he hecho, puede decirte que los estudiantes que salen de la preparatoria cada año saben menos. Primero fue desconcertante, pero ya no sorprende a ningún instructor universitario que los amables y entusiastas jóvenes que se enrolan en las clases no tienen la habilidad de retener la mayoría del material que se enseña. Enseñar literatura inglesa, como yo he hecho, se ha vuelto más difícil cada año, ya que los estudiantes leen menos literatura antes de entrar a la universidad y carecen de la más básica información histórica del período en el que una novela o un poema fue escrito, incluyendo las ideas y los asuntos que ocupaban a las personas de ese momento.

Tengo la impresión de que esto es un fenómeno global. Hablo desde lo que observo en México, pero podemos citar también al exprofesor de Cambridge, Terry Eagleton, quien en un artículo en el mismo tenor que el de Simic denunció la influencia neocapitalista sobre la educación superior, considerando que las universidades son administradas como negocios y que las humanidades están al borde de desaparecer puesto que no pueden competir en la producción de capital con otras carreras. Las impresiones de Simic son sobre los estudiantes en Estados Unidos, el país con la presencia mediática más incisiva del mundo, a la vez también, el país que más influencia tiene el mundo, siendo una especie de oficina central de adoctrinamiento cultural global. Algunos países obtienen lo peor de los dos mundos, son colonizados culturalmente y económicamente, pero no reciben los beneficios materiales de la libre economía y se ven obligados a consumir objetos (como ropa o gadgets) y productos culturales de baja calidad.

Simic hace hincapié en que una de las cosas que se está perdiendo es el conocimiento de la historia –encandilados por el nuevo smartphone que hace desechable todo lo demás (incluyendo nuestra memoria); sin una noción histórica, el pueblo es fácilmente manipulable ya que no tiene el alcance de visión para percibir que los políticos están recurriendo a los mismos trucos o a las mismas falsas promesas que han utilizado antes sin entregar nunca resultados. Como dijo el filósofo George Santayana, “aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo”. Me pregunto si, correteando las actualizaciones incesantes que nos hacen llegar nuestros aparatos, no nos estaremos programando para repetir los mismos errores del pasado, pensando que éste ya no existe, que ya lo hemos superado y con él los grandes desafíos de la condición humana. Simic considera que nuestra ignorancia, en el mundo real, nos hace presa fácil de la manipulación política e ideológica. “Para empezar, hay más dinero que ganar de los ignorantes que de las personas educadas, y engañar al pueblo es una de las pocas industrias que seguimos manteniendo en este país. Un pueblo verdaderamente ilustrado sería malo para los políticos y los negocios”.

Cómo explicarnos este incremento en la ignorancia –incremento al menos en lo referente a las bellas artes, a las tradiciones religiosas, a la historia. Simic culpa en Estados Unidos a la educación. “No hay duda de que el Internet y la televisión por cable han permitido que variados intereses políticos y corporativos diseminen desinformación a una escala antes imposible, pero para que eso sea creído es necesaria una población malamente educada y desacostumbrada a verificar las cosas que se le dicen”. Me pregunto si no existe una especie de loop de retroalimentación entre los medios electrónicos y la carencia educativa, uno magnificando el efecto de la otra. Pasamos grandes cantidades de tiempo consumiendo contenido electrónico en forma de snack, pedacería diseñada para atrapar nuestra atención y ante este contenido –hecho a la medida de nuestra dopamina– las películas de cine de arte, los libros de filosofía clásica o las novelas de autores de hace más de 50 años nos parecen aburridas. En inglés se ha creado el término “infotainment” para referirse a la información y al entretenimento como una misma (y ubicua) cosa. Hoy en día todo tiene que ser entretenido, fácil de usar  y útil (en el sentido de que nos brinde un capital, algo que podamos presumir que sabemos o que podamos vender).

Hace unos días me encontré con esta increíblemente popular app llamada Blinkist, la cual tiene cientos de miles de usuarios y decenas de millones de seguidores en las redes sociales. Me pareció sintomática de lo que Simic llama la Era de la Ignorancia a la vez que, paradójicamente, denota un fuerte deseo de saber. Blinkist ofrece resúmenes de miles de libros que puedes leer en 15 minutos, una especie de resumen ejecutivo compuesto de puros “insights” de populares obras de no ficción. Promete hacerte más inteligente y ahorrarte toda la paja y la molestia de tener que realmente leer el libro. En nuestra era todos queremos ser CEOs, todos traducimos el tiempo en dinero y todos nos preparamos para pasar el examen (no para realmente aprender, sino para parecer que sabemos lo suficiente para pasar el punto de control y obtener el beneficio social o económico).

noosphere-2Se podrá argumentar que los jóvenes no saben menos sino que sus saberes están orientados a lenguajes científico-técnicos, como por ejemplo la tecnología de la información, a través de la cual pueden, por ejemplo, extender su memoria a la Red y utilizar la Nube como un almacén de información mucho mayor de lo que las mentes más prodigiosas albergaban en la antigüedad. Y, también, el siempre citado argumento de que las habilidades intelectuales modernas están orientadas hacia el reconocimiento de patrones y no a la memorización de información. Como si fuéramos más ligeros y estuviéramos uniéndonos a una mente global incorpórea. En algún momento esto puede llevar a creer incluso que estamos por manifestar el sueño de Teilhard de Chardin de la noósfera, la evolución de una capa de conciencia inmaterial, una especie de superalma planetaria (al menos los entusiastas editores de la revista Wired así lo creían). El juicio que he querido exponer aquí, sin embargo, es un juicio de valor: una defensa de la calidad de la información y su capacidad de ser transformada en sentido y no de la cantidad de información que podemos manejar como individuos o en colectivo y su capacidad de ser transformada en ventaja o utilidad. A su vez, no tengo reparos en manifestar que el problema de educación que vivimos es un problema de valores, es decir un problema moral y estético. Hoy la mayoría de las personas preferirían tener una habilidad que puedan capitalizar fácilmente y no una sensibilidad que sea inútil económicamente pero que alimente al individuo de belleza y de una riqueza que no cotiza en la bolsa. Nuestras prioridades y deseos hoy son determinados en función de la economía, el éxito personal (deseo aspiracional) y el materialismo y no de la estética, la ética ni la espiritualidad. En suma, simplemente digo aquí que para mi forma de ver el mundo –una visión tradicional– el conocimiento debe estar ligado a principios que trascienden modas y corrientes pasajeras; ideas o valores que pueden encontrarse fundamentalmente en el arte, la religión y la filosofía (también en la ciencia, pero sólo en la ciencia que es capaz de encontrar sentido, es decir, en una ciencia siempre vinculada a la filosofía, como fue en el origen). Más allá de las apariencias y las rápidas descargas del hedonismo, lo que todos deseamos es entrar en contacto con algo más duradero y profundo y lo único que sabemos de cierto que trasciende nuestra corta estancia bajo el Sol son las ideas y los valores. Platón nos hablaría del Bien, de la Belleza, de la Unidad. Buda del Dharma (la ley de la cual el universo mismo es sólo una manifestación). Quizás lo mejor que tenemos actualmente –en un mundo fanáticamente secular– son intentos como los de Carl Sagan por encontrar belleza y sentido dentro del supuesto azar de la ciega máquina universal e incrustar nuestros procesos dentro de la madeja de la evolución cósmica desde una perspectiva de participación. Sobre lo último habría que recordar que las grandes ideas de Sagan –“somos polvo de estrellas”, “somos la forma en la que el universo se conoce a sí mismo”– son solamente ecos o reformulaciones casi exactas de nociones conocidas a través de una ciencia interna hace miles de años por diversas culturas como la védica, la griega o la egipcia, entre otras.

Intentando entender esta propagación de la ignorancia o este declive cultural –mayormente desestimado en la cresta del progreso tecnológico, puesto que, ¿cómo es posible que se hable de ignorancia cuando producimos tanta increíble, cuasidivina tecnología?– me parece ineludible dirigir la mirada a cómo hemos asimilado la tecnología o a cómo no nos hemos percatado de los efectos que tienen los nuevos medios en nuestros sentidos y en nuestra cognición. Marshall McLuhan, un autor al que todos deberíamos regresar en esta época, dijo que la tecnología es una extensión de nuestros sentidos, pero que de la misma forma que los amplifica también los amputa. Un automóvil es una extensión de nuestras piernas (aunque alguno ha bromeado que también del pene), un teléfono de nuestros oídos y de nuestra voz (¿un smartphone es un genio o demonio atrapado en el bolsillo?), el Internet es una extensión de nuestro cerebro. No hay duda que sus alcances son enormes, su potencial maravilloso, pero hay que detenernos a observar si su mismo poder, su fabuloso encantamiento no está obnubilando o inundando algunos aspectos de nuestra percepción o por lo menos modificando algunos hábitos que determinan nuestra relación con el mundo y nuestra capacidad de conectarnos con los demás. El sentido de la frase de McLuhan queda claramente ejemplificado en el slogan repetido incansablemente, lo mismo por compañías de telecomunicación que sitios de internet: que nos están conectando donde quiera que estemos, todo el tiempo. ¿Acaso a la vez también no nos están desconectando del mundo real y de nosotros mismos? ¿Si estamos conectados todo el tiempo a la Red podemos estar conectados a nuestro entorno y a lo que sucede fuera de la pantalla? Como dice el anarcoprimitvista John Zerzan: “está claro que las máquinas están conectadas, ¿pero no sé hasta que punto lo están los humanos? Todos están en su teléfono celular todo el tiempo, como zombis, vas por la calle y la gente choca contigo porque está tan embobada viendo sus aparatos”.

Fuente:http://www.pijamasurf.com/2016/01/vivimos-en-la-era-de-la-ignorancia-por-que-los-jovenes-son-cada-vez-mas-ignorantes/

Fotografía:pijamasurf

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