Por Martí Batres
Uno de los mayores aportes de la Constitución de 1917 fue el establecimiento del derecho a la educación. Por primera vez en la historia del mundo, una Carta Magna reconoció derechos sociales, entre ellos, la tierra, el trabajo y la educación.
Los gobiernos revolucionarios, señaladamente el gobierno del general Lázaro Cárdenas del Río, impulsaron la universalización de la primaria y el acceso gratuito de la infancia a una formación laica y científica. Miles de maestros salieron a alfabetizar a los lugares más recónditos. Las misiones culturales de José Vasconcelos y las normales rurales de Cárdenas simbolizaron esa gran tarea.
Muchos años después comenzaron a amplificarse otros niveles de la educación; no fue sino hasta los años 70 que comenzó un gran proceso de masificación de la educación superior. La Universidad Nacional pasó de tener poco más de 70 mil alumnos a más de 300 mil en sólo una década.
Y es hasta los años 90 que se reconoce a la educación secundaria como parte de la educación básica obligatoria.
Reformas educativas han ido y venido a lo largo del tiempo. Sin embargo, después de un siglo de haberse establecido el derecho a la educación en la Constitución de 1917, en la realidad la educación no es un servicio del que puedan disfrutar todas y todos los mexicanos.
En pleno Siglo XXI, el 15% de la infancia de entre 6 y 12 años de edad está fuera de la educación primaria. Y el 75% de los jóvenes está fuera de la educación superior. Todavía hoy en día, el 20% de la población del sureste del país es analfabeta.
Toda esta realidad nos obliga a pensar en darle un nuevo impulso a la educación. Se trata de hacer algo extraordinario, especial, histórico. Una revolución pacífica ha llegado al gobierno. Se habla mucho de la cuarta transformación y no puede haber un cambio profundo y radical, sin abordar la cuestión educativa.
No hay progreso sin educación. No hay desarrollo económico sin educación. Y, desde luego, no hay igualdad, equidad, y bienestar social sin educación.
Dentro de seis años, las cosas tendrán que haber cambiado. Necesitamos llegar a una situación de cero analfabetismo; abrir masivamente las universidades a los jóvenes. Elevar la calidad de la enseñanza; recuperar la profesionalización y dignidad de la labor docente. En suma, hacer de México una potencia educativa. Ese es uno de los grandes retos que ha abierto el actual proceso de cambios.
Para ello, es indispensable reforzar todas las áreas educativas, particularmente la que se refiere a la educación inicial. Hay serias carencias en las estancias infantiles. Es necesario superarlas para hacer que desde la cuna, la educación sea un derecho efectivo.
Asimismo, es necesario reforzar los principios de la educación gratuita. Desde finales de los 80 y principios de los 90, la educación pública sufrió un férreo ataque ideológico para minar la idea de que es un derecho. La educación pública es un derecho y, además, es un servicio que el Estado debe prestar con la máxima calidad. De ello, depende sustancialmente el futuro del país.
Fuente del artículo: http://www.elgrafico.mx/columna/educacion-para-todos