Educación y emancipación. A propósito de un libro de Marina Garcés

Marc Casanovas

Los primeros años de este siglo se estrenó una película que transitó con bastante éxito por algunas salas de cine de arte y ensayo de nuestro país. Posteriormente me ha costado encontrarla en los inevitables catálogos que aparecen de forma recurrente sobre cine y educación en revistas especializadas o en redes sociales sobre el tema. Y, sin embargo, de un tiempo a esta parte, cada vez que me siento ante un teclado para escribir algo sobre el tema, no puedo evitar que este film se me aparezca como un punto de partida útil para la intelección de nuestro presente educativo y social.

La película en cuestión se ambienta, no puede ser de otro modo, en un suburbio de París. Rodeado por los característicos edificios de protección oficial que a base de montañas de cemento y estética carcelaria han devenido un testimonio arquitectónico global por derecho propio; no solo de su más que dudoso funcionalismo, sino de toda una concepción tecnocrática de lo que significó el derecho a la ciudad, la modernización y la integración social. Esto, combinado con las décadas de abandono y neoliberalismo posterior, confiere a este paisaje urbano un aire de ruina y catástrofe posbélica que, sin embargo, la frescura e ingenio de las y los jóvenes que protagonizan la película consiguen transfigurar hasta el punto de que al final adquieren el encanto de las ruinas de un viejo anfiteatro griego. 

Un anfiteatro en las ruinas del viejo Estado social, escenario que las y los adolescentes de la película utilizan para ensayar una obra teatral que preparan para el instituto de su barrio: El juego del amor y del azar, de Marivaux. De tal modo que en las calles y parques del barrio se acaban superponiendo los dramas cotidianos de dichos jóvenes con los de la propia obra teatral. La escurridiza o cómo esquivar el amor (2003), de Abdellatif Kechiche, es una película extraña para su género: en ella no encontramos profesores abnegados luchando contra la exclusión social, alumnos díscolos que poco a poco comprenden el carácter salvífico de la educación para romper con su condición…; La escurridiza no es un relato edificante de integración social; como tampoco está en la senda de los manifiestos antisistema que irían de Cero en conducta a La Haine.

Esta película no impresiona por la fuerza icónica de sus símbolos, ya sean estos héroes arquetípicos de la educación inclusiva o de la rebelión redentora, sino por la sutileza didáctica de su alegoría. Como en el mejor teatro brechtiano, la inclusión de un marco ficticio dentro del otro no tiene por objeto principal transparentar los hilos sociales que mueven a los personajes que recorren la superficie de la pantalla, sino los hilos y las concepciones que mueven (como una marioneta) al espectador en su vida cotidiana una vez ha salido de la sala de cine y se enfrenta a la realidad (es decir, a las ilusiones y prácticas ideológicas que sustentan esta misma realidad). 

Decíamos que la obra de teatro que ensayan los chicos y que deviene el subtexto de los dramas cotidianos de estos mismos jóvenes (pero también del propio espectador) es El juego del amor y del azar, de Marivaux. Una comedia del siglo XVIII donde el enredo amoroso se articula a través de un juego de disfraces y equívocos varios entre señores y criados. Pero a pesar de la gracia y ligereza rococó del dramaturgo francés, combinada con el carácter plebeyo y popular de los criados, al final de la obra el frío cálculo burgués y su ilusión de igualdad meritocrática se impone. Y cualquier atisbo de azar o trasgresión se desvanece; el determinismo social aflora en forma de verdadero amor, volviendo a poner las relaciones de clases y los afectos desbordados en su sitio: el señor con la señora y el criado con la criada.

Marina Garcés arranca con una propuesta provocadora: la figura del aprendiz como marco de referencia para pensar la educación

Y es este determinismo social el que denuncia la película. Un determinismo que se impone a través (y gracias) a una ilusión de igualdad y libertad que en realidad no es tal. Por ello, gracias a la alegoría y la trampa de la doble ficción, el espectador cae de lleno en esta ratonera. Y desde allí puede empezar a objetivar cómo opera esta ilusión de igualdad en su vida cotidiana una vez abandonada la sala. Una Ilusión que, parafraseando a Marx, no es un simple hecho de conciencia (una falsa representación o creencia subjetiva que se proyecta sobre la sociedad), sino una ilusión objetiva y social que estructura y organiza el juego de las relaciones sociales de tal modo que todo el entramado confirma a sus jugadores en cada fibra de su ser (ahora forzados a jugar este juego de amor y de azar en las ruinas del Estado social) la culpa y responsabilidad individual de su propio fracaso.

Precisamente de esta culpa, de esta responsabilidad y de este fracaso (y de cómo transformarlas radicalmente) nos habla Marina Garcés en Escuela de aprendices: de los dispositivos narrativos y científicos, de los mecanismos de reconocimiento, de las fronteras invisibles, de las prácticas políticas y sociales que las afianzan e institucionalizan como un tatuaje en los cuerpos y las almas de las y los oprimidos: “La servidumbre no consiste en ser un fracasado o un perdedor, sino en estar dominados por el código del éxito o del fracaso” (Garcés, 2020: 114).

Por eso, ya desde el mismo título, Marina Garcés arranca con una propuesta provocadora: la figura del aprendiz como marco de referencia para pensar la educación. No como figura sociológica, pero sí reivindicando las resonancias plebeyas de un término que choca ya de entrada con cualquier forma de elitismo (querido o no) a la hora de abordar todo proceso pedagógico. Un proceso pedagógico que toma los contornos híbridos de un anfiteatro griego y un ágora en medio de la vida cotidiana y la catástrofe ecosocial de nuestro tiempo. Pero no para sustraerse de esta vida cotidiana ni de esta catástrofe que la informa, sino para articular democráticamente en su seno miradas y voces, la acumulación de recuerdos, de relatos personales y colectivos (de clase, raza, género, etnicidad…) que las actuales formas de poder político y social sumen en el silencio adaptativo de una escuela formalmente neutra: “Aprender a leer no es aprender las letras, sino aprender a decir las propias opresiones para cambiar la posición en el mundo. Las texturas de la servidumbre cambian con el tiempo, modifican sus formas, sus artes y sus maneras de hacer, pero no su lógica, que es la construcción de un olvido compartido” (Garcés, 2020: 116).

Por ello, ya en el primer capítulo, Marina Garcés polemiza con fuego amigo (por decirlo así): con la distinción de Jaques Rancière entre escuela y aprendizaje. Pues el filósofo francés queriéndose sustraer, con toda la razón y a toda costa, de las formas de alienación inscritas en la división social del trabajo en pro de una educación emancipadora, acaba obviando, no obstante, las dificultades concretas a las que debería enfrentarse esta apuesta educativa. Y, por tanto, acaba hablando de una escuela emancipada que no es de este mundo (totalmente al margen del orden social y productivo) o que, si lo es, derivaría en la práctica en privilegio de unos pocos (perdiendo su carácter democrático y emancipador). Como dice la autora: “La igualdad del escolar, de principio universal, puede convertirse en un factor de distinción si el aprendiz queda excluido de ella” (Garcés, 2020: 22).

La estrategia de Garcés a la hora de pensar los elementos constitutivos de una pedagogía crítica y emancipadora es desde un buen principio muy diferente. La autora no parte de los momentos de excepción o desafiliación respecto al orden social por parte de los y las de abajo, sino de los cotidianos conflictos y contradicciones (de esa normalidad deshumanizante que otro momento de excepción muy distinto y que atraviesa el libro –la crisis de la covid-19– ha puesto más en evidencia que nunca). Una normalidad que determina los procesos educativos reales, sean estos formales o informales, y sus luchas: reproducción de las relaciones sociales dominantes, por un lado; potencial para la emancipación, la autonomía personal y la transformación social, por el otro. La filósofa se sumerge en ellos a partir de la figura del aprendiz como enclave epistemológico, pero también ético y político, para reflexionar sobre la pedagogía en su conjunto.

Así, desde la reelaboración filosófica (y fenomenológica) de esta figura del aprendiz, Garcés encuentra el terreno común sobre el cual podríamos levantar una práctica pedagógica emancipadora situada y plausible. Una posibilidad que recorrerá todos los capítulos siguientes. Pues es desde ahí donde podemos activar la imaginación para pensar una educación desde el lugar del otro, oír sus voces, su realidad y sus necesidades; una educación como un taller de aprendices desde donde se puedan ensayar formas de vida en común y futuros alternativos a los dominantes. Lo cual implica que todo proceso educativo es estructuralmente dialéctico: transforma al que aprende y al que enseña. Ambos deben aprender y enseñar marcos de experiencia distintos que ponen en juego formas de afectación y significación de un mundo que, no obstante, es compartido. 

Una vez asentado este giro copernicano (que encuentra su fundamento político para una educación entre iguales en este compromiso con la mirada del otro), la autora puede pasar un cepillo a contrapelo a las formas de la pedagogía dominante. Empezando con aquellas tan en boga en la doxa del progresismo neoliberal actual que parecerían tener cierto aire de familia con el planteamiento de la propia autora cuando dicen poner el alumno en el centro del proceso educativo. Pero lo hacen desde un punto de vista individualista, donde las determinaciones sociales, políticas, laborales, culturales…, que configuran la experiencia del mundo de ese alumno son obviadas o, en su defecto, tratadas como problemas de adaptación del alumno a un orden de cosas ya dado y naturalizado.

Como decíamos, en el caso del aprendiz, y gracias al giro epistemológico operado por la autora, la figura del educando y su mundo adquieren un rol realmente activo en el proceso educativo. De manera que es desde ahí donde podemos pensar una educación entre iguales que permita reformular las preguntas fundamentales de la pedagogía. Pasando de la pregunta habitual de ¿cómo educar? a la de ¿cómo querríamos ser educados? y las que se desprenden de la misma: ¿hacia dónde?, ¿desde qué instituciones y relaciones?, etc. Con ello, la crítica radical a las formas de subjetivación y falsa participación que vehiculan las instituciones públicas a través de las nuevas formas de gubernamentalidad neoliberal y sus evidencias pedagógicas (paradójicamente, la tendencia a integrar casi todas las ciencias sociales y humanas en la reflexión pedagógica ha ido ligada a un cientifismo creciente y peligrosamente dogmático”) devienen un lugar de tránsito obligado en el libro: “porque bajo formas amables en cada centro educativo de cada barrio, pueblo o ciudad. Matas miradas, deseos, rarezas, silencios, imaginaciones, formas de saber y de amar: cancelas posibilidades de vida” (Garcés, 2020: 32).

Marina Garcés aborda la pedagogía a la vez como una poética (cómo nos afectamos del mundo) o lo que Freire llamaría la palabra-mundo y que la autora ilustra a través de la poética materialista de Pasolini, y una política (cómo reelaboramos entre iguales esta experiencia del mundo para transformarla). La plausibilidad de este enfoque pone en juego el fundamento del propio proyecto filosófico y político de la autora en un sentido más amplio: su reivindicación de una Nueva ilustración radical. Pues si cualquier intento de poner la educación al servicio de un proyecto político, como señalaba Hanna Arendt, es esencialmente autoritario (ya que el principio de la práctica política democrática solo se puede dar entre iguales), entonces la plausibilidad del enfoque de Garcés depende precisamente de hasta qué punto el giro copernicano que plantea la figura del aprendiz puede romper esta separación fija entre el que enseña y el que aprende en el seno de todo proceso educativo: ahí se juega el fundamento de una educación emancipadora:

Decíamos que una educación emancipadora sería aquella que tiene como condición que cualquier aprendizaje implique aprender a pensar por uno mismo junto a otros. Este principio ilustrado se ha entendido a menudo de manera teórica, intelectualizada e individualista. Desde la continuidad entre los modos de hacer, en cambio, toma otro sentido: aprender a pensar por uno mismo significa desarrollar una capacidad de comprensión de la propia existencia en relación con las cosas del mundo y con aquellos que están, que han pasado o que llegarán a él (Garcés, 2020: 29).

A continuación, Garcés se pregunta: ¿cómo generar pues una gramática común para una educación entre iguales? A través de autores como Levinas, Primo Levi, Gunter Anders, Marx o Ágnes Heller, la autora recorre la desproporción entre una modernidad y un desarrollo tecnológico que ha desatado unas fuerzas descontroladas, depredadoras y de exterminio…, y la vergüenza impotente de una humanidad sometida a sus propias creaciones. La conciencia racional de esta vergüenza de lo que la humanidad ha hecho consigo misma y su destino común rompe soberbias (determinadas jerarquías del saber) y nos vincula en una experiencia compartida que, más allá del escándalo moral, puede ser punto de partida de un aprendizaje colectivo; fundamento de una educación comunitaria que comprende la necesidad de un cambio radical.

Y la conciencia de esta transformación radical debe actuar, en primer lugar, sobre las formas de acoger la existenciadominantes en los procesos educativos. Pues estas formas son las que perpetúan y reproducen las causas de esta “vergüenza de ser humanos”. Es el caso de lo que la filósofa llama la “pedagogía extractivista”. Esta, al evaluar a cada individuo según su “potencial”, genera su propio reverso: el residuo, que tantas veces ha llevado a esos campos de exterminio (físicos, epistemológicos, naturales, sociales…) antes mencionados. 

En este sentido, y de la mano de maestros y pedagogos como Philippe Meirieu, Fernand Deligny, Abel Castelló, sociólogas como Saskia Sassen o filósofas que van desde Spivak, Foucault y Deleuze a Diderot (entre otros), la autora denuncia el actual sistema educativo y sus procesos de subjetivación. Un sistema educativo que, pese a su compromiso formal con la equidad, jerarquiza las existencias y distribuye los futurosen función de unas expectativas predeterminadas y a partir de dos ficciones fundamentales: “La ficción liberal de la igualdad de oportunidades que hace del individuo un sujeto formal de derechos dentro de un mercado de opciones de vida supuestamente neutro”, y la nueva ficción neoliberal antes mencionada: “Que concibe cada individuo como un recurso único y diferenciado que se mide según su potencial escondido” (Garcés, 2020: 51).

Un sistema educativo que, pese a su compromiso formal con la equidad, “jerarquiza las existencias y distribuye los futuros” 

Pasando pues de un sistema liberal clásico (donde las oportunidades eran externas al individuo) a la interiorización biopolítica del mismo a través de un catálogo competencial funcional al mercado y su lógica segregadora, la filósofa denuncia este catálogo de capacidades (y su ilusión democrática) que estructuran la individualidad del aprendiz, dejando como residuo o material desechable todo aquello que no encaja con esa maquetación competencial y conformando con ello una nueva forma de dominación: “La autoridad no ha desaparecido. Ha sido transferida de la enseñanza a los procedimientos. En este tránsito, el descrédito social, moral y económico de los profesores de todos los niveles ha sido una operación deliberada y de efectos rápidos” (Garcés, 2020: 119).

A través de esta organización competencial, pues, el sistema educativo se convierte en un régimen de expulsión permanente. Pues los mundos comunes y su construcción colaborativa se diluyen de forma estructural. Extendiendo esta lógica a la educación para toda la vida y la industria tecnológica que la acompaña, se disuelve así todo marco institucional y frontera entre escuela y mercado (también llamado de forma más piadosa sociedad civil). Pero también entre maestra y coach o asistente social (según el contexto y la clase social), en pro de una visión atomizada de la educación. La pedagogía extractivista constituye en este sentido una pesadilla distópica, el reverso exacto de la sociedad sin escuela de Iván Illich. 

De ahí (pese al pulso libertario y antiautoritario que atraviesa el libro) la reivindicación de la escuela y de la figura de la maestra ignorada (otra vez en diálogo polémico con Rancière) y en confrontación directa con la nueva revolución pedagógica que viene de la mano de la industria: “Hablar de una escuela de aprendices no es invocar una escuela sin maestros ni maestras, como sueñan hoy las plataformas de educación a la carta. La escuela de aprendices es una figura imaginaria que nos tiene que permitir pensar los conflictos y las alianzas educativas desde un determinado punto de vista” (Garcés, 2020: 63).

De manera que la frágil relación entre pedagogía y emancipación deviene una tarea en permanente reconstrucción. Y la diferencia de miradas y saberes que reivindica la autora en la construcción de una educación emancipada y entre iguales es una diferencia en el sentido auténtico de la palabra: una diferencia respecto a lo que nos es común. Y por tanto es este vínculo conflictivo (y su pluralidad epistemológica) a la hora de nombrar el mundo, el que debemos preservar en instituciones que puedan gestionarlo democráticamente. Y no la diferencia que articula la atomización individualista y la adaptación competencial en su asalto actual a la escuela y su disolución nihilista de fronteras entre mercado y educación. 

Por eso, Garcés reivindica los marcos institucionales (debidamente transformados, debidamente democráticos) que lo hacen posible: “Cuando actualmente se radicaliza el cuestionamiento de la escuela desde tantos frentes, la principal razón para defenderla es precisamente esta: es el lugar en el que la sociedad, en su conjunto, puede hacerse cargo de la disputa en torno al saber, sus implicaciones sociales y sus consecuencias políticas” (Garcés, 2020: 62).

Alianza entre aprendices para activar la imaginación política, para pensar y experimentar otros futuros y otras poéticas del tiempo

Y por eso, la autora, frente a la nueva ingeniería social de la pedagogía neoliberal, pero también frente a las grandes pedagogías del hombre nuevo o las nostalgias de una autoridad perdida, postula una “pedagogía frágil” y respetuosa con la diferencia en la línea de Philippe Meirieu. “Una alianza de los aprendices” (que somos todos); ese proceso de subjetivación (su política y poética) que permite la educación entre iguales: “Su sentido es hacer iguales a los desiguales desde una alianza que convierte la educación en el arte de reunir existencias de diferentes edades, trayectorias y condiciones en una acción que las iguala sin equipararlas ni estandarizarlas: tomar juntos el riesgo de aprender” (Garcés, 2020: 134). Porque comprometerse con esta alianza es apostar por intentar levantar aquí y ahora esta escuela cada día y confrontar en su conjunto las actuales relaciones de dominación y la experiencia del mundo que conforman.

En el último capítulo, “Disputar los futuros”, Marina Garcés recapitula sobre el carácter estratégico que adquiere esta alianza entre aprendices para activar la imaginación política, para pensar y experimentar otros futuros y otras poéticas del tiempo donde quepamos todas; más allá de una escuela adaptada a las servidumbres de un presente que ha clausurado su relación con futuros alternativos al actual desastre civilizatorio.  

Finalmente, el libro se cierra con un epílogo donde podemos ver el texto de una intervención de la autora. Ilustrado en colaboración con una artista plástica y para la escuela de arte y diseño de La Massana de Barcelona. En esas pocas páginas se puede apreciar que, no solo en el contenido del texto, también en la forma aforística que toma, se resume su visión de la educación como una poética y una política al mismo tiempo.  

Marina Garcés es muy conocida en los medios activistas políticos y culturales, especialmente de la ciudad de Barcelona, donde colabora habitualmente con los movimientos sociales de la ciudad. Su propia obra combina esta doble faceta de reflexión filosófica con vocación de intervención política y cultural. Lo cual confiere a sus ensayos un estilo muy personal, fruto también de su propia concepción de la política como una forma de subjetivación colectiva anónima y de experimentación existencial más allá de las mediaciones representativas al uso. 

Todo ello la podría situar (en un sentido amplio y no identitario) en la tradición activista de la autonomía. Sus referencias filosóficas y políticas son, sin embargo, mucho más amplias y heterogéneas. Desde Merleau-Ponty al pensamiento feminista y decolonial pasando, claro está, por Deleuze, Foucault, Bifo, Virno…, pero abriéndose a un gran abanico que comprende desde Nicolás de Cusa, Spinoza o la filosofía de la ilustración, la literatura, el arte, la sociología crítica… Por todo ello, sus ensayos tienen un marcado carácter narrativo, donde se combina la fenomenología existencial y la crónica personal, la prosa poética y el análisis político y social; la experiencia irreductible del yo con la apelación a un nosotros indeterminado y colectivo donde, pese al tono amable y acogedor de su prosa, reverberan los ecos insurreccionales de un Comité Invisible o Wu Ming.

Aunque toda su obra está dotada de una gran coherencia y de unos temas y preocupaciones constantes, por lo que respecta a Escuela de aprendices, se podría situar en conexión directa con su ensayo Nueva ilustración radical (2017). Un excelente alegato para la actualización del proyecto ilustrado de autonomía personal y emancipación colectiva, pero pasando sus puntos ciegos por la criba de la crítica radical a la modernidad capitalista y sus monstruos irracionales hasta el presente.  

Escuela de aprendices es una obra de difícil clasificación. En la tradición de las pedagogías críticas, de Freinet a Paulo Freire pasando por las nuevas educaciones populares y las críticas libertarias, poscoloniales y feministas de la educación que han retomado esta tradición crítica. Sus reflexiones interpelan tanto a un público filosófico especializado como a docentes, movimientos por la educación pública y activistas en general. Resulta difícil situar el texto en un campo concreto dentro de la, a veces, contradictoria trinchera de la lucha por la educación pública (no lo pretende). Su campo de intereses y temáticas va más allá. Su dispositivo teórico busca politizar el conjunto de la vida cotidiana (también Fuera de clase (2016)); abarcar todas las voces posibles de ese nosotrosanónimo del que hablábamos. De hecho, si el libro nos conmueve es por su esfuerzo constante de movilizar recursos personales y herramientas de la academia para contribuir a la conformación de una política del oprimido. En definitiva, un texto de intervención política y cultural con vocación integral.

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La lógica competencial como fundamento del currículo neoliberal

Por: Marc Casanovas

Publicamos el prólogo escrito por Marc Casanovas al libro “Educación Anticapitalista” de Luis Bonilla, recientemente publicado por Sylone Editorial y Viento Sur.

“Cuando un niño ve actuar a los volatineros, tocar a los músicos, traer el agua a los muchachos y rodar los carruajes, piensa que todo acontece por el puro placer y alegría de hacerlo; no puede imaginarse que esa gente también come y bebe, se va a la cama y se levanta. Pero nosotros sabemos cuál es la “realidad”. Todo es por la ganancia, que se apodera de todas las actividades como simples medios y las reduce por igual a tiempo abstracto de trabajo. La calidad de las cosas se sale de su esencia para convertirse en el fenómeno contingente de su valor. La “forma equivalente” distorsiona todas las percepciones: aquello donde ya no resplandece la luz de la propia determinación como “placer de hacerlo” […] el desencanto del mundo visual es la reacción del sensorium a la determinación objetiva de aquél como mundo de la mercancía”

Adorno, Theodor, Minima moralia, p. 236.

 

“Todos los análisis y estudios sobre el medio estudiantil realizados hasta el presente han obviado lo esencial. […] El fetichismo de los datos enmascara la categoría esencial y los detalles hacen que se olvide la totalidad. De esta sociedad se dice todo, salvo lo que en realidad es: mercantil y espectacular”

Internacional Situacionista, Sobre la miseria de la vida estudiantil considerada bajo sus aspectos económico, político, psicológico, sexual e intelectual, p.31

Decía Freire que todo momento de alfabetización (en sentido amplio) comienza por un proceso de lectura y reapropiación crítica del propio mundo, de nuestra memoria y de nuestras prácticas en aquél. La “palabra mundo” precede a la palabra escrita. Entonces, el acto de leer en un contexto dialógico entre realidad, texto, sujeto educando y docente no consiste únicamente en descodificar el significado de una palabra o un texto escrito, sino desvelar nuestro propio mundo, nuestra experiencia de éste en un momento histórico determinado para reapropiárnoslo conscientemente; el acto de lectura anticipa un mundo de sentido, lo problematiza y posteriormente se adquiere un conocimiento y una experiencia más profundas y complejas de éste.

Aunque este hecho fundamental y contextual de un acto educativo emancipador ni le interesa, ni es calibrado y esperado por los actuales informes PISA, que evalúan (y performan) sin embargo los planes de estudios y sistemas educativos a nivel internacional y en nuestro país, el hecho es que la lectura se convierte en el contexto educativo apuntado en el primer párrafo, y por definición, en desalienante, utópica y transformadora.

Cuando a principios del siglo XX, en su obra En busca del tiempo perdido, Marcel Proust recupera su mundo personal y colectivo en proceso de desaparición a partir de la palabra-mundo de una magdalena, el escritor francés no hace un ejercicio de simple recordatorio o inventario de éste, sino que intenta restituir la experiencia perdida de un tiempo y sus posibilidades, una actualización de un tiempo que no se había vivido conscientemente deviene consciente ahora, lleno de posibilidades antes no vistas.

Si saltamos otro siglo atrás, en el terreno de las ciencias sociales, y nos adentramos en las páginas de El Capital de Karl Marx desde el punto de vista colectivo de los intereses históricos de una clase social determinada, podríamos decir que en muchos sentidos el autor alemán hace un ejercicio de conocimiento de la misma naturaleza. En Marx la explotación no es sólo un concepto económico, sino que también es cognitivo, y todas las páginas en las que se abordan las condiciones y la miseria de la clase obrera bajo las formas de explotación capitalista son también un intento de búsqueda y restitución crítica. Tales páginas pretenden hacer consciente cómo dicho tiempo perdido bajo las modernas formas de producción se convierte en un tiempo “no vivido”, abstracto e impersonal, al servicio de unos objetivos ajenos a las necesidades y el desarrollo personal e integral de las clases trabajadoras. Cuanto más avanza la técnica y más crecen los beneficios de los capitalistas, más proletarizada deviene la experiencia práctica y concreta de la mayoría de la clase trabajadora (su conocimiento), que ahora incluso aparece despojada de los saberes y contenidos de sus formas de trabajo tradicional (de su mundo), y se ve obligada a actuar de forma condicionada e irreflexiva (como los perros de Pávlov) bajo la ciencia aplicada por unos técnicos a las modernas condiciones de la división social del trabajo. Es, pues, perfectamente plausible aplicar los términos de la pedagogía del oprimido tanto a este contexto laboral como al de los “excluidos” que no “han sabido adaptarse” a la modernización capitalista: “La alfabetización en una zona de miseria sólo cobra sentido en la dimensión humana si con ella se realiza una especie de psicoanálisis histórico-político-social cuyo resultado es la extroyección de la culpa indebida” (Freire, 2012, p. 106).

De esta miseria o proletarización de la experiencia y de la vida, de la renuncia a todo conocimiento sustantivo de la misma, y no de otra cosa, va, como intentaré mostrar, la lógica que ampara los currículos (y las prácticas educativas) que se van introduciendo paulatinamente en nuestros centros. Desde la administración catalana, en alianza con fundaciones entorno a Escola Nova 21 1, y desde el Estado español con fundaciones como Trilema 2, se va desmantelando el modelo de escuela pública (que dicen defender) y que tantas luchas de los de abajo había costado conquistar 3.

Tal y como han demostrado los sociólogos Christian Laval y Pierre Dardot (La nueva razón del mundo, 2015), estamos asistiendo a un inmenso experimento de ingeniería social impulsado por la OCDE, la Unión Europea y sus Estados miembros que tiene sus raíces ideológicas y teóricas más profundas en la escuela de economistas y juristas ordoliberal alemana y la escuela neoliberal austro-americana que se forjaron en la Europa de entreguerras y que arraigaron institucionalmente a partir de la revolución conservadora de los años 80 4.

A lo largo de las últimas décadas, este discurso ha ido encontrando en la transformación de los modelos educativos de los diferentes países su ámbito estratégico privilegiado de aplicación y en las socialdemocracias históricas (convertidas, con sus satélites y Think thanks “progresistas”, al social-liberalismo) sus más entusiastas impulsores en todos los terrenos de la gestión pública. De ahí su quiebra política y moral, de ahí, también, la crisis de legitimidad de las instituciones europeas y de muchos de sus Estados.

Es un error concebir el neoliberalismo como un retorno al liberalismo clásico. Éste se basaba en una concepción naturalista, en la que el Estado debía retirarse de la vida social y económica para dejar emerger de forma espontánea al mercado y su “mano invisible” como reguladores de la vida y de las relaciones sociales, culturales y económicas. El mercado actuaba, pues, del mismo modo que el célebre personaje de Daniel Defoe, Robinson Crusoe, recreando espontáneamente, al naufragar en una pequeña isla desierta, “el orden natural de las cosas” (que coincidía casualmente con el clasismo y el imperialismo de la sociedad británica de su época).

El neoliberalismo, por el contrario, no es “naturalista”. El Estado y las políticas públicas no deben retirarse simplemente de la vida social y económica para permitir que emerja la auténtica “naturaleza capitalista” del hombre, sino que son intervencionistas hasta la médula; deben construir la sociedad de mercado y los tipos sociales que la impregnan. Todo esto representa una revolución en diferentes órdenes de la realidad, cuya concepción podríamos dividir en tres ejes: axiológico, antropológico y epistemológico.

A nivel axiológico: en esta nueva concepción, vemos como se produce una auténtica inversión de los valores o conceptos que habían informado la modernidad desde la Revolución francesa y del sentido de las luchas sobre las cuales se habían construido los Estados sociales. Así, según esta visión, la “soberanía” ya no debería radicar en el pueblo o los ciudadanos como fundamento del derecho público, sino en el “ciudadano-consumidor” y su “libertad de elección”, que se convierte así en la expresión genuina e irrevocable de la “voluntad general” 5. Voluntad que el Estado debe preservar mediante la institucionalización del “derecho privado” como forma de sociedad que regula los vínculos humanos a través de su nuevo fundamento “universal”: la competencia.

Resumiendo, en esta transformación conceptual, la soberanía se convierte en “soberanía del consumidor”, la democracia en “democracia de consumo” y la libertad en “libertad de elección” en un marco de atomización social y competencia de mercado generalizada que hay que construir activamente desde las administraciones públicas.

Todo esto representa un verdadero cambio de paradigma global en las políticas de gestión de los servicios públicos. Una concepción que emula los modelos de gestión de la empresa privada y ya no concibe los servicios públicos como la concreción de unos derechos fundamentales que hay que salvaguardar de la lógica depredadora del mercado, sino que, por el contrario, entiende que la obligación de las administraciones es ir descentralizando y poniendo paulatinamente dichos recursos en manos de la iniciativa privada.

Es así como vemos que la administración se adapta cada vez más al papel de un supervisor y distribuidor de recursos públicos que, a través de incentivos y evaluaciones, debe fomentar la iniciativa privada en la sociedad en general y en los centros educativos en particular. En Catalunya, la ley de contratos público-privados entre sanidad, educación y servicios sociales (la Ley Aragonès, finalmente tumbada por sindicatos y movimentos sociales) es el último intento de impulso de esta lógica depredadora.

Pero, para entender este proceso también al nivel más biopolítico de la privatización endógena del sistema, es necesario comprender primero cómo desde de la propia administración se ha generado el marco de gobernanza y subjetivación ideal para el neoliberalismo. Y ese marco es el que se implementó en 2009 cuando los partidos de la izquierda que gobernaban la Generalitat impulsaron la Llei d’Educació de Catalunya (LEC). Ley pionera de estos procesos a cuya generalización al conjunto del Estado español hemos asistido con la aprobación por el gobierno Rajoy de la LOMCE (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa): direcciones fuertes y gerenciales, contratación a dedo del profesorado, desmantelamiento de facto de la función pública, fusión de los centros privados-concertados y públicos bajo los parámetros de los primeros, incentivos y evaluaciones por resultados, destrucción de la visión integral de la red y competencia entre centros, concepción gerencial de la autonomía de centros…

Es en este contexto en el que la “innovación pedagógica” de fundaciones como Escuela Nueva 21 (patrocinadas por la Caixa y la Fundación Bofill, entre otras entidades) adquiere su carácter “salvífico” y performativo; poniendo a disposición de las escuelas públicas (de forma “desinteresada”) nuevos sellos de prestigio que les permitirán armarse con el “capital simbólico” suficiente para “revalorizarse” en esta nueva selva de competencia neoliberal en la que se ha convertido la misma red de escuelas públicas (y de paso introyectar la agenda empresarial en un ámbito tan estratégico como es el educativo).

En este caso, decíamos, es dentro del propio ámbito de gestión y titularidad pública donde emerge un mercado de matrículas y recursos que se convierte en una guerra de todos contra todos. Obligando a centros educativos, docentes y asociaciones de madres y padres a actuar como agentes privados, dentro de la misma red pública 6, en busca de oportunidades de mercado que permitan la supervivencia de sus respectivos centros y los sitúen en una posición más competitiva que otro centro público del mismo barrio o ciudad que no ha querido o no ha podido “tragar” con toda esta morralla ideológica.

Es por todo ello, y para moverse con éxito en esta nueva “utopía social”, que es necesario que desaparezcan ciudadanos, trabajadores y conflictos de clase y postular como ideal un nuevo y único proceso de subjetivación o un nuevo tipo antropológico: “el hombre-empresa” o, más eufemísticamente, “el emprendedor”. Ya sea un “pequeño emprendedor” buscándose la vida en una Favela de Sau Paulo, un rider rodando por las calles de Barcelona, un docente invirtiendo tiempo y salud para perfilarse en cursos absurdos de nuevos gurús educativos, el padre de un alumno invirtiendo en su futuro, un gerente de una gran multinacional o el “liderazgo pedagógico” de los nuevos cuerpos de dirección de los centros públicos en busca de recursos humanos y materiales en un contexto de desinversión estructural… En definitiva, todos somos “emprendedores” (o nos obligan a serlo).

Al mismo tiempo, todo este cambio axiológico y antropológico va ligado, como apuntábamos antes, a una nueva epistemología o praxeología sobre el mundo que nos rodea; en el que no importa el “qué” o el “por qué” del conocimiento; sino el “cómo” el individuo puede adquirir habilidades para conseguir informaciones y conocimientos prácticos. Habilidades y conocimientos para ser utilizados de forma provechosa para tener más ventajas que los demás en este marco de competencia generalizada que hay que preservar e impulsar en tanto que expresión más alta de la democracia y la libertad y realización “integral” del individuo. Así pues, todos somos “emprendedores” y, en caso contrario, tenemos que aprender a serlo en una escuela que debe reproducir lo más fielmente posible las condiciones de socialización que se dan bajo la “buena nueva” de la sociedad neoliberal: “El emprendedor no es un capitalista, no es un productor […] es un ser dotado de espíritu comercial, en busca de cualquier oportunidad de provecho que se le presente y de la que pueda sacar partido gracias a informaciones que posee y que los demás no tienen. Se define únicamente por su intervención específica en la circulación de mercancías” (Laval, Ch. Dardot, P. 2015. p. 146).

Y es aquí, en este tercer aspecto, el de la teoría del conocimiento, donde debemos poner el foco en las nuevas formas de configuración curricular y de los planes de estudio que dan cuerpo a toda una nueva epistemología centrada en los principios axiológicos y antropológicos descritos. No se puede comprender un texto si no se comprende su razón de ser, o como decía Freire, la lectura del mundo precede a la lectura de la palabra. Y el mundo descrito más arriba es la razón y la lógica que sustancia la nueva organización curricular del Departament d’Educació. Veamos cómo se articula todo esto en sus propias palabras: “La educación debe preparar a los alumnos para dar respuestas innovadoras en una sociedad cambiante y en constante evolución. […] Los niños deben aprender a pensar y actuar de manera integrada, considerando las interconexiones e interrelaciones entre los aprendizajes. Se debe promover, de manera transversal, la adquisición de hábitos y valores para resolver problemas y situaciones desde cualquiera de las áreas curriculares, se debe fomentar la iniciativa, la creatividad, el espíritu crítico y el gusto por aprender, y se debe desarrollar la capacidad del esfuerzo y la cultura del trabajo. […] La evaluación es auténtica cuando se basa en la capacidad del alumno para resolver problemas reales en contextos diversos. Transversal: porque se evalúan por primera vez las competencias: digital, aprender a aprender, autonomía, iniciativa personal y emprendimiento. […] Una Competencia básica es la capacidad de una persona de resolver problemas reales en contextos diversos integrando conocimientos, habilidades prácticas y actitudes, que se movilizan conjuntamente para lograr una acción eficaz y satisfactoria” 7.

Empecemos por una obviedad: un currículo educativo no comprende exclusivamente un plan de estudios o de contenidos de una determinada etapa educativa, materia o ámbito, sino que comprende los objetivos, los valores y las actitudes que debe movilizar, las metodologías o procedimientos y las formas de evaluación de éstos. El qué, el cómo y el para qué son tres elementos de un mismo proceso.

En este texto no tenemos tiempo ni espacio para entrar a describir los diferentes cambios y modificaciones curriculares que hemos vivido en los últimos tiempos, desde la asignatura de emprendimiento, educación financiera, la forma en que se han introducido las nuevas tecnologías o la “inteligencia emocional” … pero sí podemos poner sobre la mesa su lógica: adaptar todo el sistema educativo a las necesidades del mundo de la empresa y un mercado de trabajo dualizado. En él la franja baja de la población (y, por consiguiente, el grueso de las clases populares) tan solo “necesita” unas habilidades básicas para moverse en un contexto laboral precarizado y en constante cambio. Por consiguiente, los educandos “emprendedores”, una vez fuera del sistema público, deberán actualizarse en “la formación a lo largo de la vida”, que quedará ahora en manos de los nuevos nichos de mercado del sector privado y los contenidos formativos que se impartirán quedarán sujetos a las visiones “humanísticas” de las grandes empresas. No obstante, los conocimientos sustantivos y las visiones integrales del mundo y de la ciencia quedan reservados para aquellos sectores sociales que se lo puedan permitir. El resto (la inmensa mayoría) ya encontraremos los conocimientos, que “quedan obsoletos rápidamente”, en Internet (otra mistificación de la nueva lógica curricular, confundir información con conocimiento) o en cursos de formación continua que son exclusivamente funcionales a las necesidades del mercado de trabajo o la empresa de turno y que nos tendremos que pagar de nuestro propio bolsillo, una vez adquiridas las competencias básicas.

Decíamos que, en este sentido, los escritos del Departament d’Educació, aunque envueltos en una pátina humanística, son bastante transparentes. Volviendo al texto citado más arriba, se destaca todo el arsenal conceptual propio de este giro cognitivo: adaptación constante, innovación constante, adquisición de hábitos y valores para resolver problemas, acción eficaz, iniciativa y emprendimiento…

Todos estos inputs curriculares sitúan la educación en el nuevo marco cognitivo y epistemológico que señalábamos, en el que se establece una relación con el conocimiento, los valores sociales y personales puramente instrumental y, en última instancia, funcional al mercado de trabajo y sus nuevas formas de organización.

Si nos aproximamos a las teorías del conocimiento de algunos de sus impulsores históricos como Frederick Hayek o Ludvig von Mises, las semejanzas son más que evidentes: “Todos somos emprendedores, o más bien aprendemos a serlo, nos formamos mediante el funcionamiento del mercado en la disciplina de gobernarnos como empresas, el mercado es un proceso de aprendizaje continuo y de adaptación permanente. […] la libertad es la posibilidad de experimentar las propias facultades, de aprender, de corregirse para adaptarse. El mercado es un proceso de formación de sí. Tal sociedad se caracteriza por su ‘adaptabilidad’ y su norma de funcionamiento, el cambio perpetuo: el emprendedor va en busca del cambio, sabe actuar sobre él y explotarlo como una oportunidad. El nuevo ‘management’ de emprendedores, pretende extender y sistematizar el espíritu de empresa en todos los dominios de la acción colectiva, muy particularmente en el Servicio Público, haciendo de la innovación el principio universal de organización” (Laval y Dardot, 2015).

En esta “nueva razón del mundo” se pasa pues directamente del clásico “adiestramiento de los cuerpos” en el seno de la cadena de montaje a la “gestión de los espíritus”. En una especie de inversión dialéctica por parte de los dispositivos de poder político y empresarial, todas aquellas instancias que debían servir para construir la propia vida y personalidad con los demás y en sociedad son movilizadas como “competencias” en el ámbito de una racionalidad restringida y oportunista, cuyo único objetivo es la valorización del yo, por lo que la construcción de la propia vida se convierte en la construcción del hombre empresa (Casanovas, M. 2019).

Es decir, todas aquellas prácticas e instancias de la vida que nos definen y constituyen —creatividad, emociones, relaciones personales, conocimientos (aprender a ser, autonomía e iniciativa personal, inteligencia emocional, trabajo en equipo, convivir con los demás…)— deben ser vistas y vividas como oportunidades de revalorización de ese yo en constante competencia consigo mismo y con los demás. Oportunidades de revalorización en una nueva racionalidad que instituye, según estas pautas, la fragmentación en cápsulas práctico-instrumentales de los currículos escolares, de las formas de gobernabilidad autónoma y descentralizada de las empresas, de las administraciones públicas y de la vida social en general bajo el neoliberalismo contemporáneo.

“Una Competencia básica es la Capacidad de una persona de resolver problemas reales en contextos diversos integrando conocimientos, habilidades prácticas y actitudes, que se movilizan conjuntamente para lograr una acción eficaz y satisfactoria”

Departament d’Educació

Finalmente, vemos que la palanca performativa del giro respecto al conocimiento que están operando los actuales sistemas educativos en Catalunya, el resto del Estado y a nivel global para convertirse en una extensión natural de las necesidades del mercado es el famoso “enfoque por competencias”.

Este sistema de organizar y atomizar el currículo surge simultáneamente del mundo empresarial, para definir las necesidades de recursos humanos, y de la escuela pedagógica inspirada en el conductismo y el cognitivismo anglosajón. Sin embargo, muchas entidades, revistas especializadas o fundaciones del ámbito educativo, confunden (o juegan a la confusión) entre este enfoque y otros enfoques y autores que se enmarcan en la tradición de las pedagogías críticas, como puede ser el enfoque de la pedagogía constructivista.

Tal como explica Nico Hirtt 8, se trata de una auténtica mistificación, que ayuda, a través de las fundaciones citadas, los “think thanks” y desde el propio Departament, a construir los consensos necesarios para hacer más digerible a los docentes, y a la sociedad en general, este ataque constante a los pilares cognitivos de la educación pública.

En una primera aproximación, puramente epidérmica, veríamos que ambas escuelas pedagógicas hablan de trabajos por proyectos, de trabajar en red, de construir colectivamente el conocimiento, de acompañar al alumnado o personalizar, adaptar o contextualizar el currículo… Pero, a la que nos aproximamos un poco a los principios que las sustentan, vemos claramente que el sentido de estas prácticas es, en cada caso, totalmente diferente y antagónico.

Como señala Hirtt, mientras que, en el caso de la pedagogía constructivista, la resolución de una tarea o un problema es un camino a través del cual se van construyendo conocimientos más complejos y se desvelan ideas preconcebidas y errores fértiles y productivos; en el enfoque por competencias se actúa exactamente, al contrario, y resolver eficazmente la tarea deviene el objetivo final y el criterio de éxito del acto educativo.

En este contexto, el conocimiento interviene de forma accesoria como puro instrumento que no está dotado de importancia en sí mismo. No importa si no se entiende su naturaleza, lo importante es determinar si hemos sabido movilizarlo y utilizarlo para resolver la tarea o problema en cuestión. Esta metodología, propia del adiestramiento conductista, renuncia a enseñar la complejidad del mundo y a problematizarlo. Éste se acepta tal cual es y se buscan las estrategias de adaptación más efectivas. Como en el “hombre-empresa” que describíamos más arriba, el conocimiento y los sentimientos se enmarcan en una racionalidad restringida y adaptativa en la que sólo prima la eficacia y la productividad…

Decíamos que no son pocas las fundaciones y los gurús educativos que reivindican estas nuevas prácticas y formas curriculares como formas innovadoras de superación de la vieja escuela fordista con el fin de adaptarla a las necesidades de la sociedad del siglo XXI —aunque a estas alturas ya ha quedado claro que esto significa adaptarla a las necesidades de los causantes de la actual crisis económica, social y ecológica para que puedan seguir explotando recursos humanos y naturales sin que nadie les moleste demasiado—. Lo que más sorprende de esta supuesta superación de la escuela fordista es cómo nos está retrotrayendo a un neo-taylorismo rampante, tanto para alumnos como para docentes, sin que ello parezca que moleste demasiado a estos renovadores y visionarios de la escuela del siglo XXI, al contrario.

Tal como señala la socióloga del trabajo Danièle Linhart, el principio del taylorismo histórico de inicios del siglo XX se basaba en la idea de que todo “saber es poder”, de ahí que Taylor, en nombre de la “ciencia y el progreso”, transfiere sistemáticamente todo el saber de los talleres (de aquellos que lo poseen y lo ponen en práctica y perfeccionan) hacia las oficinas. El Objetivo de esta organización tayloriana era romper con los saberes, conocimientos y experiencias de los obreros para someterlos a formas operativas y plazos establecidos, decididos fuera de ellos y según los objetivos de la rentabilidad 9.

Dentro del marco de la gobernanza neoliberal actual esta lógica se traslada de forma actualizada a los centros educativos públicos. Con el retorno de las estructuras jerárquicas y el cuerpo segregado de direcciones (“liderazgo pedagógico”); con evaluaciones externas para hacer rankings y competencia entre centros; con el cambio permanente de técnicas y métodos evaluativos y procedimentales que van de arriba abajo (o directamente del mercado a la escuela), se quiere garantizar la docilidad y subordinación permanente de unos docentes abrumados burocráticamente 10 y la aceptación de las soluciones técnicas prefabricadas, estandarizadas e “innovadoras” que ahora salen de las fundaciones sin ánimo de lucro o del mundo de la empresa directamente, como el portafolios competencial … toda una serie de prácticas de manual del mundo del management empresarial que se aplican a alumnos y docentes y que impiden que estos y la comunidad educativa puedan ser sujetos de los procesos educativos, que puedan nombrar el mundo y sus necesidades desde su realidad para transformarlo.

A diferencia de la renovación pedagógica y curricular, con todos sus defectos y limitaciones, que da paso al modelo de escuela pública catalana tras el franquismo, y que se enmarca en un contexto de una ruptura constituyente (en el ámbito educativo) con el régimen anterior 11, donde los sectores populares (asociaciones de vecinos, ampas, docentes, sindicatos …) levantan una nueva institucionalidad democrática en el seno de la escuela pública (claustros de profesores y consejos escolares vinculantes) que termina con los antiguos cuerpos segregados de dirección, e incorporan la libertad de cátedra, formas de educación popular y democrática, formas de trabajo y elaboración horizontales y vinculantes, en el seno de las estructuras de la educación pública gracias a las cuales se elaboran los saberes y las prácticas de la renovación pedagógica. A diferencia de este modelo, decíamos, la actual gobernanza de la mano de la llamada Innovación pedagógica nos sitúa en un escenario de proletarización tanto de docentes como de alumnos. Ahí está, negro sobre blanco, el sentido último de la lógica de la aproximación por competencias:

“Se asiste en línea recta de los principios tayloristas a una desestabilización de los saberes en beneficio de las “competencias”, la capacidad de adaptación es un elemento primordial. Todos los discursos gerenciales insisten en la importancia crucial del saber estar, de la capacidad de adaptación, de las aptitudes, lo que se da en llamar “competencia”. Para insertarse rápidamente en un medio que cambia sin cesar, los diplomas, las calificaciones y los oficios ya no ofrecen garantía alguna de la adaptabilidad requerida en esta óptica; tanto el oficio como la experiencia son vistos como frenos a la adaptación, puntos de apoyo posibles para las aptitudes consideradas rígidas, fijadas y contrarias a la necesidad de fluidez y renovación. Los asalariados ya no tienen que contar con este tipo de recursos, deben aceptar la renuncia a los mismos y poner sin parar los contadores a cero” (Linhart, D. 2017)

En resumen, las formas de conductismo contemporáneo ya no son tan rudimentarias como el sistema de campanillas y perros de Pávlov, quizás ahora utilizan el coaching, la inteligencia emocional, la gamificación y los aplicativos de móvil… pero su espíritu de adiestramiento y de adaptación al mundo tal cual es permanece intacto.

Es comprensible que muchos de los que aceptan acríticamente todos estos cambios piensen legítimamente que, al fin y al cabo, esto al menos ayudará a que los educandos encuentren un trabajo y se adapten sin traumas al mundo que les ha tocado vivir de la mejor manera posible. El problema es que, al final, el proceso de adaptación a este mundo desigual acaba yendo en contra de los intereses y las necesidades más elementales de los propios educandos. Tal como señalaba Freire, “la pedagogía que, partiendo de los intereses de los opresores, hace del oprimido objeto de su humanitarismo, mantiene y encarna la propia opresión. Es el instrumento de la deshumanización” (Freire, P., 1997).

Si hacemos un repaso a las formas de educación y formación y a los contenidos que han conformado la historia de los de abajo en la lucha por su emancipación, estos no se han centrado exclusivamente en la emancipación a través del trabajo, como podría parecer leyendo de forma descontextualizada a autores como Makarenko o viendo la fascinación tecnocrática que suscita este tema en cierta progresía global, sino que también una auténtica pasión por lo “inútil” atraviesa históricamente todas las experiencias y los sueños de los de abajo en su lucha por la igualdad y la democracia —y, de hecho, tienen su fundamento antropológico en dicha “inutilidad”, que transformaría la misma naturaleza del propio trabajo y de la praxis social en una sociedad ecosocialista—.

Desde La noche de los proletarios de 1830 en Francia, que describe el filósofo Jacques Rancière, cuando los trabajadores pasan las noches en vela (para conseguir arrancarle tiempo al trabajo) haciendo poemas y pintando para humanizarse en actividades no subordinadas a la pura utilidad… a los obreros alemanes de los años 30 (ahora del siglo XX) de la novela de Peter Weiss La estética de la resistencia, que pasan las pocas horas que tienen libres en el museo intentando aprehender la pintura moderna y la escultura clásica… sin olvidar los ateneos barceloneses del siglo pasado donde los obreros leen con fruición todo tipo de literatura, organizan conferencias de pintura y hacen teatro y organizan salidas naturistas al mar y a la montaña… Esta pasión por lo “inútil” es también, como atestigua la mirada de los niños de la cita de Adorno que abre este prólogo, un componente básico de toda educación emancipadora, de toda liberación humana.

De hecho, con su compromiso por lo “inútil”, estos trabajadores rompen con la división social de la experiencia y alcanzan espacios y tiempos no sujetos a la lógica del trabajo asalariado y al mercado, esta conquista de espacios y tiempos no sujetos a la pura utilidad es la conquista que la aproximación por competencias no puede soportar. De ahí su desprecio por el conocimiento y por todo lo “inútil”.

Desde un punto de vista emancipador y transformador, los cambios curriculares y la renovación pedagógica en general siempre han emanado del mismo lugar: los sectores oprimidos en lucha. Ayer la clase obrera y sus instituciones crearon nuevas formas de nombrar y sentir el mundo al margen de la división social del trabajo y el conocimiento. Y muchas de estas formas se instituyeron en el seno de la escuela pública (un campo de batalla constante donde cristaliza la correlación de fuerzas entre los de abajo y los de arriba).

Hoy, como ayer, la renovación pedagógica y los nuevos contenidos curriculares en un sentido emancipador no vendrán ni de las administraciones (que de facto ya han externalizado su política educativa) ni de las fundaciones de bancos y cajas de ahorros, ni de Telefónica ni de Escola Nova 21.

Hoy como ayer, en un mundo injusto y desigual, los contenidos curriculares innovadores vendrán de las nuevas formas de conocimiento y de las aportaciones de los sujetos en lucha que lo quieran cambiar: docentes, científicos, alumnos y comunidad educativa que luchan por recuperar la democracia en los centros de primaria y en las universidades, para poner la ciencia y los conocimientos al servicio de las personas; del movimiento feminista y del movimiento contra el cambio climático; de quienes luchan contra el racismo o contra las privatizaciones y por los derechos sociales… de ahí saldrán las nuevas necesidades curriculares, las herramientas analíticas y los nuevos marcos institucionales y democráticos desde los que transformar la escuela, no para que ésta “se adapte a la sociedad del siglo XXI”, no para reproducir y ordenar lo que ya existe, no para adaptar currículos y procedimientos a las expectativas sociales que se tienen de determinados sectores sociales… sino para levantar una escuela que detenga, aunque sea por un pequeño lapso de nuestras vidas, la maquinaria infernal de la reproducción social y así podamos relacionarnos serenamente, en un clima de igualdad, con la pluralidad de saberes y experiencias de nuestro pasado y de nuestro presente. Para, de este modo, construir entre todas la posibilidad de un futuro en común que conjure la actual crisis civilizatoria y ecológica. Tal como apunta Luís Bonilla: “El cambio radical no se produce como un deseo desde la externalidad, sino que es inmanente a quien está en la ruta de cambiar, es decir, parte del sujeto social de cambio. En consecuencia, la educación no produce la transformación, sino que contribuye a crear las condiciones de posibilidad del cambio radical”.

1 Escola Nova 21: EduCaixa, junto al Centre UNESCO de Catalunya, la Fundació Jaume Bofill y la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), impulsa el proyecto Escola Nova 21, una alianza de entidades y escuelas con el objetivo de propiciar acciones de cambio educativo en Catalunya. Para ver cómo este proyecto introduce la agenda neoliberal en la escuela véase: Morales-López, E. (2019), “Análisis discursivo e interpretación ideológica de los textos promocionales de la reforma educativa ‘Escola Nova 21’”. Universidad de la Coruña.

2 La Fundación Trilema ha comenzado recientemente a dirigir la revista Cuadernos de Pedagogía, referente histórico de la renovación educativa con más de 40 años de experiencia. La presidenta y fundadora de esta Fundación es Carmen Pellicer, teóloga y pedagoga que cuenta con el apoyo de José Antonio Marina. Trilema no se dedica sólo a comprar centros educativos, sino que (con sus amigos de la iglesia católica) está detrás de muchas de las editoriales que fabrican los libros de texto que se compran en los centros educativos. Ambos personajes son ideólogos de la LOMCE (la ley educativa más neoliberal y conservadora desde la restauración de la democracia) y han elaborado el “libro blanco del profesorado” para crear perfiles afines entre los docentes y satisfacer al mundo empresarial. Fuente: Pep Barceló, Seminari Itaca d’Educació Crítica. https://seminariiec.blogspot.com/

3 Casanovas, M. Caño, D. (2018) “El 155, la escuela pública catalana y ellos que la quisieron tanto”, Viento Sur n.º 157.

4 Véase a este respecto el extraordinario libro de Michel Ash y Francisco Louçã, Sombras. El desorden financiero en la era de la globalización, Ed. Sylone, Barcelona, 2019.

5 No es extraño, pues, que Milton Friedman viera el régimen de Pinochet en Chile como el “reino de la libertad en la tierra”, pues, más allá de la forma “contingente” de dictadura fascista que lo encarnaba, garantizaba la libertad absoluta del “soberano consumidor” una vez privatizados todos los derechos básicos.

6 Un estudio reciente de la FAPAC demuestra cómo Los padres y madres de alumnos pagan anualmente 4,3 millones de euros en donaciones a las escuelas e institutos públicos en Catalunya, unos 4.000 euros de media por cada AMPA. Este montante equivale al 17% de la partida de Educación para el funcionamiento de los centros. https://fapac.cat/la-fapac-presenta-un-estudi-pioner-sobre-la-contribucio-economica-de-les-families-al-sistema-educatiu-public/

7  http://xtec.gencat.cat/ca/curriculum/ (Traducido del catalán).

8 Hirtt, Nico (2009), “L’approche par compétences: une mystification pédagogique”, en L’école démocratique, n.° 39.

9 Linhart, D. (2017) “Rupturas y continuidades entre gestión moderna y lógica tayloriana”, Web Viento Sur [https://vientosur.info/spip.php?article13159].

10 Para una descripción más detallada de cómo se implementa esta carga burocrática actualmente en los centros educativos de Catalunya ver: Díez, X. “El arte de la guerra: la burocracia en la escuela” [https://blocs.mesvilaweb.cat/xavierdiez/?p=270741]

11 Ver: Casanovas, M. Caño, D. (2018) El 155, la escuela pública catalana y ellos que la quisieron tanto. Madrid: Revista Viento Sur nº 157

Bibliografía:

Adorno, Theodor, Minima moralia, Ed. Akal, Madrid, 2006.

Casanovas, Marc y Caño, David (2018), “El 155, la escuela pública catalana y ellos que la quisieron tanto”, en Viento Sur n.º 157.

Casanovas, Marc (2019), “Los trabajos y los días: cultura antagonista y capitalismo omnímodo”, en Viento Sur n.º 165.

Freire, Paulo, Pedagogía del oprimido, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1997.

Freire, Paulo, Pedagogía de la indignación: cartas pedagógicas en un mundo revuelto, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires, 2012.

Freire, P. la importancia de leer y el proceso de liberación, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires, 1984

Hirtt, Nico, (2009) “L’approche par compétences: une mystification pédagogique”, en L’école démocratique, n° 39.

Laval, Christian y Dardot, Pierre, La nueva razón del mundo, Ed. Gedissa, Barcelona, 2015.

Internacional Situacionista, De la miseria en el medio estudiantil, Ed. Viejo Topo, España, 2008.

Linhart, D. (2017) “Rupturas y continuidades entre gestión moderna y lógica tayloriana”, en web de Viento Sur: [https://vientosur.info/spip.php?article13159]

Morales-López, E. (2019) “Análisis discursivo e interpretación ideológica de los textos promocionales de la reforma educativa ‘Escola Nova 21’”. Universidad de la Coruña [https://www.researchgate.net/publication/333485736_Analisis_discursivo_e_interpretacion_ideologica_de_los_textos_promocionales_de_la_reforma_educativa_Escola_Nova_21].

Rancière, Jacques, La noche de los proletarios, Tinta de Limón Ediciones, Madrid, 2017.

Weiss, Peter, La estética de la resistencia, Ed. Hiru, Hondarribia, 2013.

Fuente de la información  e imagen: https://www.elsaltodiario.com

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Educación pública, proceso constituyente y «nueva democracia» de mercado.

Por: Marc Casanova

El pasado sábado 25 de marzo se realizaron en Barcelona, de forma simultánea y en paralelo, dos importantes debates sobre el futuro de la educación en Catalunya.

Por una parte, en el edificio de CosmoCaixa, culminaba “Ara és demà”, un proceso de reflexión impulsado por el Departament d’Ensenyament y el Consell Escolar de Catalunya que a partir de 5 personalidades y sus respectivas ponencias pretende dibujar en clave constituyente la arquitectura de la educación de la futura república catalana. En teoría, este debate se planteaba como un proceso participativo abierto a entidades y particulares de la sociedad civil donde cada uno podría hacer su aportación. Pero en la práctica el proceso de discusión ha quedado bajo el control total de los ponentes propuestos desde arriba que son libres de aceptar o desestimar las aportaciones que les van llegando.

Más allá de las buenas palabras, de las referencias pomposas a la tradición de la escuela pública catalana o del mismo título del debate(“Ara és demà”, en referencia a un conocido poema de Miquel Martí i Pol), lo cierto es que lo que se prometía como un proceso de reflexión abierto y participativo para pensar “la nueva escuela del siglo XXI” ha devenido, por el contrario, la afirmación y apuntalamiento de los principios de las dos leyes más regresivas que ha tenido que confrontar desde la movilización y la lucha la comunidad educativa en Catalunya: la Ley de Educación Catalana (LEC) y la Ley orgánica para la mejora de la calidad educativa (LOMCE).

De hecho, el espíritu que se desprende de las ponencias lleva hasta el paroxismo dichos principios: direcciones fuertes y gerenciales, contratación a dedo del profesorado, desmantelamiento de facto de la función pública, fusión de los centros privados-concertados y públicos bajo los parámetros de los primeros, incentivos y evaluaciones por resultados, destrucción de la visión integral de la red y competencia entre centros, concepción gerencial de la autonomía de centros…

Por otra parte, decíamos, el mismo día y a la misma hora, pero no en el mismo lugar sino en un instituto público de un barrio obrero de Barcelona (ya en sí toda una metáfora de las dos realidades que se confrontan) se celebraba el “Debat extraordinari sobre l’educació pública catalana”. Un debate alternativo al institucional, abierto a todas e impulsado por todos los actores que han luchado por la educación pública en los últimos tiempos: Assemblea Groga, Ampas, sindicatos, asociaciones de vecinos, Xarxa d’escoles insubmises…y un larguísimo etcétera. Como el mismo manifiesto rezaba: “Este debate nace como una denuncia y alternativa a “Ara és demà” para reconducir el debate a aquellos temas pedagógicos, políticos y sociales que preocupan a la comunidad educativa que cree en la escuela pública y da la palabra a esta misma comunidad”.

Y, en efecto, esta comunidad se pronunció. El número de inscripciones desbordó las previsiones de los organizadores hasta el punto que se tuvo que buscar una ubicación más grande, pasando de la pequeña escuela pública que tenía que acoger el acto inicialmente a un instituto de mucha mayor capacidad. Y los ejes del debate que se prolongaron a lo largo de todo el día a través de talleres abiertos, abordaron todos aquellos temas y aquellas problemáticas que el debate institucional quiere enterrar bajo la alfombra de un falso consenso: concertada-pública, pobreza y segregación, privatización, participación democrática, mercantilización, educación crítica y para la transformación social…

Desde que el 9N de 2015 el Parlament de Catalunya declaró “la apertura de un proceso constituyente ciudadano, participativo, abierto, integrador y activo”, en cada ocasión que la comunidad educativa se ha organizado y ha intentado participar, la reacción del Govern ha sido la misma: Ninguneo, censura y finalmente veto.

Este fue el caso de la ILPeducació el curso pasado. Una iniciativa de la sociedad civil con más de 95 000 firmas recogidas, 170 entidades de la sociedad civil adheridas y 26 mociones aprobadas en diferentes ayuntamientos del territorio desde pequeños pueblos como Bordills hasta grandes metrópolis como Barcelona.

Fue el Govern de JuntsPelSí que previamente había declarado solemnemente la apertura de un proceso participativo en Catalunya el que con los votos del PP no permitió, ni siquiera, la posibilidad de hacer un debate sobre la iniciativa surgida de la sociedad civil más importante que ha habido des de la transición en materia educativa en este país.

Ahora, pues, que la Generalitat vuelve a poner en marcha un debate constituyente sobre el futuro de la Educación en Cataluña, hecho desde arriba y obviando, otra vez, las preocupaciones y las reivindicaciones de la escuela pública, así como muchos de los actores que las han protagonizado, hay que recordar que en las postrimerías del franquismo en Catalunya hubo un auténtico proceso constituyente, participado y desde abajo, en el ámbito de la educación.

La movilización social y la auto-organización fueron capaces de ir levantando de facto y a través de la lucha una nueva realidad constituyente en el ámbito educativo que permitió abolir los antiguos cuerpos de direcciones franquistas y levantar una nueva institucionalidad democrática (claustros de profesores y consejos escolares vinculantes) sin la cual la participación real (no como consumidores, no como «usuarios», sino como ciudadanos de pleno derecho) de toda la comunidad educativa no hubiera sido posible.

Gracias a estas luchas, los centros públicos fueron introduciendo en su organización de trabajo y en su gestión formas de funcionamiento democráticas y participativas. Donde la participación y la gestión colectiva articulaba a través de la elección directa de la dirección (cuando la había) la representación de la comunidad educativa frente a la administración, de las decisiones de los claustros y consejos escolares y de la creación de estructuras horizontales de trabajo colectivo y debate pedagógico.

No es casualidad que uno de los momentos de innovación pedagógica más ricos y fértiles que ha habido en nuestro país surja de estas luchas (la inmersión lingüística entre muchas otras experiencias innovadoras) y se despliegue en el marco de esta nueva institucionalización (las aulas de acogida, los grupos flexibles, el trabajo cooperativo, trabajo por proyectos…), donde los actores educativos se movían en un clima de igualdad, democracia, autonomía pedagógica y colaboración mutua dentro del centro, con el entorno y con el conjunto de la red.

Lo primero que hace la LEC cuando aterriza en Cataluña (de la mano de las «recomendaciones» de la patronal europea, los «libros blancos» de la Comisión Europea y de la OCDE) es empezar a desmantelar esta institucionalidad democrática (ya tocada por las diferentes leyes que la precedían) conquistada por las clases populares y que hizo posible esta renovación pedagógica.

La LEC consagra los cuerpos de directores y una gestión piramidal y jerárquica que emula la privada-concertada donde los directores hacen las funciones de jefes de personal y de representantes de la Administración, abriendo de nuevo la educación pública al control ideológico, a las viejas redes clientelares y la arbitrariedad. Externaliza servicios y entierra a docentes y alumnos en una morralla burocrática de evaluaciones estandarizadas para confeccionar rankings de centros e incentivos económicos y, eso sí, a cambio nos ofrece la zanahoria del «sello de prestigio» de las fundaciones privadas: «la educación del siglo XXI», la solución mágica para que centros, docentes y Ampas, en un contexto de desinversión estructural y de precarización creciente compitamos entre nosotros por las matrículas y por unos recursos cada vez más escasos …

Tal y como han mostrado los sociólogos Christian Laval y Pierre Dardot /1, estamos asistiendo a un inmenso experimento de ingeniería social impulsado por la OCDE, la Unión Europea y sus Estados que tienen sus raíces ideológicas y teóricas más profundas en la escuela de economistas y juristas ordoliberal alemana y la escuela neoliberal austro-americana que se empezaron a forjar en la Europa de entreguerras para despegar institucionalmente a partir de la revolución conservadora de los años 80. y que, poco a poco, han ido configurando un cambio axiológico, epistemológico y antropológico de muchos de los conceptos que han informado la modernidad: democracia, individuo, soberanía, libertad …

Este discurso a lo largo de las últimas décadas ha ido encontrando en la transformación de los modelos educativos de los diferentes países su ámbito estratégico privilegiado de aplicación y en las socialdemocracias europeas sus más entusiastas impulsores en todos los terrenos de la gestión pública; de aquí su bancarrota política y moral, de aquí, también, la crisis de legitimidad de las instituciones europeasy de muchos de sus estados.

En esta nueva concepción, vemos cómo se produce una auténtica inversión de los conceptos y del sentido de las luchas sobre las que se habían construido los Estados de bienestar. La «soberanía» ya no radica en el pueblo o los ciudadanos como fundamento del derecho público, sino en el «ciudadano-consumidor» y su «libertad de elección» que se convierte en la expresión genuina e irrevocable de la «voluntad general «. voluntad que el Estado debe preservar mediante la institucionalización del «derecho privado» como forma de sociedad que regula los vínculos humanos a través de su nuevo fundamento «universal»: la competencia.

En este contexto, el Estado debe asegurar esta «voluntad general» (a través de la institucionalización del derecho privado como principio regulador de todos los aspectos de la vida) frente a los intereses «particulares» que ahora ya no son, como antes, los intereses de las empresas o de aquellos individuos que quieren sacar un beneficio o ventajas de un bien común a expensas de los demás, sino (al contrario) de todos aquellos agentes o marcos institucionales que ponen trabas u obstáculos al «normal funcionamiento» del derecho privado y su libertad de elección: derechos de los trabajadores, sindicatos, derechos sociales, sanidad pública, educación pública … que se convierten así en «anomalías corporativas» que hay que ir desmantelando.

En resumen, la soberanía se convierte en «soberanía del consumidor», la democracia en «democracia de consumo» y la libertad en «libertad de elección» en un marco de atomización social y competencia de mercado generalizado.

Todo esto representa un verdadero cambio de paradigma global en las políticas de gestión de los servicios públicos. Una concepción que emula los modelos de gestión de la empresa privada y concibe los servicios públicos, ya no como unos derechos fundamentales que hay que preservar de la lógica depredadora del mercado, sino que, por el contrario, entiende que la obligación de las administraciones es ir descentralizando y poniendo paulatinamente los recursos públicos en manos de la iniciativa privada. Es así como vemos que la administración se adapta cada vez más al papel de un simple supervisor y distribuidor de recursos públicos que, a través de incentivos y evaluaciones, debe fomentar esta misma iniciativa privada en les centros educativos.

Ahora se entiende mejor el sentido de propuestas de innovación pedagógica como la Escuela Nueva 21 (patrocinadas por la Caixa y la Fundación Bofill entre otras entidades) donde se pone a disposición de las escuelas públicas nuevos sellos de prestigio para “revalorizarse”, que permitirán a las escuelas armarse con el “capital simbólico” suficiente para la nueva selva neoliberal del siglo XXI que viene; para el nuevo mercado emergente de todos contra todos por matriculas y recursos. Obligando a escuelas, docentes y Ampas a actuar como agentes privados dentro de la misma red pública; en busca de oportunidades de mercado que permitan la supervivencia de su escuela y la sitúe en una posición más competitiva que la otra escuela pública del mismo barrio…

Finalmente, para moverse con éxito en esta nueva «utopía social», se postula como ideal un nuevo proceso de subjetivación o un nuevo tipo antropológico: «el hombre-empresa» o «el emprendedor». Al mismo tiempo que todo este cambio axiológico va ligado, como decíamos, a una nueva epistemología y praxeología sobre el mundo que nos rodea; donde no importa el «qué» o el «por qué» del conocimiento; sino el «cómo» el individuo puede adquirir en su práctica y experiencia un conocimiento que pueda ser utilizado de forma provechosa para tener más ventajas que los demás en este marco de competencia generalizada que hay que preservar e impulsar como expresión más alta de democracia y libertad: “Todos somos emprendedores, o más bien Aprendemos a serlo, nos formamos mediante el Funcionamiento del Mercado en la disciplina de gobernarnos como empresas, el Mercado es un Proceso de aprendizaje continuo y de Adaptación permanente. (…) la libertad es la POSIBILIDAD de experimentar las propias facultades, de aprender, de corregirse, de adaptarse. El mercado es un proceso de formación de sí. Tal sociedad se caracteriza por su «adaptabilidad» y su norma de Funcionamiento, el cambio perpetuo: El emprendedor va en busca del cambio, sabe actuar sobre él y explotarlo como una oportunidad. El nuevo ’management’ de emprendedores, pretende extender y sistematizar el espíritu de empresa en todos los dominios de la acción colectiva, muy particularmente en el Servicio Público, haciendo de la innovación el principio universal de organización” (Laval y Dardot, 2015: p.147-155).

Se dice siempre que la mejor manera de saber a qué sociedad se aspira en un país es observar qué modelo educativo propone. Este es el modelo que nos propone el Govern de la Generalitat para la futura república catalana. Toda una nueva concepción de las sociedades, del individuo y del papel de los servicios públicos, que responde sin complejos a esta voluntad de introducir la filosofía empresarial en el ámbito de la educación pública. ¿Y dónde queda la democracia en todo este entramado? Pues la «nueva democracia» radica precisamente en todas estas transformaciones que hemos apuntado, nos vienen a decir los nuevos gurús del futuro educativo …

En Catalunya estamos asistiendo a un proceso constituyente de facto. Hecho desde arriba y por los de siempre. Cualquier marco de soberanía que no constituyamos desde abajo y desde la movilización social será constituido por arriba y al servicio de los intereses de los de siempre. Los movimientos sociales en Catalunya debemos coordinarnos y conjurarnos en clave constituyente a través de una gran asamblea de movimientos sociales para que, independientemente del marco de relación que finalmente decidamos tener con el Estado español, seamos capaces de definir mediante la lucha no sólo qué educación queremos, sino qué sanidad, qué servicios sociales, qué relaciones laborales….en definitiva, para articular también de facto, una correlación de fuerzas que nos permita constituir soberanía real y compartida entre las clases populares de aquí, de los pueblos del Estado y de toda Europa.

8/=4/2017

Marc Casanovas es miembro del Seminario Ítaca de Educación Crítica (SIEC) y redactor de la revista viento sur

Notas:

1/ Laval.C, Dardot.P (2015) La nueva razón del mundo. Barcelona: Gedisa

Fuente: http://vientosur.info/spip.php?article12490#sthash.YgZh19o2.dpuf

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