Mayra Castañeda
Se dice que la educación es el motor de la transformación social, pero en realidad esta frase abarca un sinfín de procesos, espacios, instituciones y actores. La educación no sólo es tarea de la escuela y eso lo debemos dejar muy claro. Cuando un niño nace está al cuidado de sus padres. No podemos seguir pensando, como se hacía en los siglos XVIII y XIX que un niño es un recipiente vacío. Cada pequeño ser que nace en nuestro planeta ya viene con una importante carga genética, viene con ciertos rasgos de carácter, con intereses, con habilidades y aptitudes. Cuando sus padres lo empiezan a formar lo introducen en un mundo cultural y social. Los niños tienen los primeros acercamientos con su futuro, o lo que se espera de ellos, a través de su círculo social más íntimo.
“Estamos hechos de educación” dice Villarini y si volteamos a nuestro alrededor nos podremos dar cuenta que todo lo que está aquí, todo lo creado por el hombre, las sillas, las mesas, los edificios, la televisión, la ropa que traemos puesta, fue, en principio una idea, ya después de materializó. Los seres humanos creamos nuestro mundo en base a ideas y estas ideas entran, en su mayoría, por lo menos las fundamentales, las que nos darán los cimientos de nuestra vida futura, en la primera infancia. Así pues, los autores principales de esas ideas son nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros vecinos, hermanos, gente que conocemos antes de entrar a la escuela.
Hoy en día ese círculo cercano también está constituido por los medios de comunicación. Un niño reconoce primero una marca en televisión que una de las letras del abecedario, ya sabe qué refresco le gusta, que marca de alimento para bebé prefiere, que tipo de pañales usa antes de haber pisado una escuela. Así reproducimos y transmitimos nuestra cultura, como una construcción colectiva en la que los primeros aportes se dan en el hogar o con quienes se conforma el primer círculo social del infante.
No podemos perder de vista este elemento, la familia y los medios de comunicación, no sólo la televisión, ahora también el internet y los teléfonos celulares o móviles, entran en la vida de nuestros niños y niñas mucho antes de conocer a su primer maestro o maestra.
La escolarización no debería ser confundida entonces con la educación como un proceso formativo integral donde tienen que ver los padres, los medios de comunicación, los gobiernos, los pares (compañeros), los propios sujetos de este proceso y desde luego las instituciones educativas en su conjunto (que están conformadas por maestros, autoridades, directivos, administrativos, etc.). ¿En qué momento comenzamos a confundir estos términos?
En México el estado se hace responsable de la educación pública con una visión y una fuerza inusitadas, posteriormente a la revolución, en la gran cruzada alfabetizadora, nombrada por José Vasconcelos como las “misiones culturales” el organismo que ejerce el control de la política educativa hasta ese momento se llama Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes; el 3 de octubre de 1921 nace la Secretaría de Educación Pública, con el afán de extender sus funciones a todo el territorio nacional, pues, hasta el momento, sólo tenía acción en la Ciudad de México. En esta intención de abarcar un territorio de más de 2 millones de kilómetros cuadrados, en una naciente federación, se empieza a diluir el término y las responsabilidades.
Los campesinos y obreros envían a sus hijos a las instituciones públicas en el ánimo de sumarse al inflamado nacionalismo y construir patria para todos. En ese momento no se podía prever que esta tendencia terminaría por tergiversar las funciones y desaparecer prácticamente la corresponsabilidad en el desarrollo de niños y jóvenes.
He tenido la oportunidad de conocer diferentes sistemas educativos de Latinoamérica y puedo decir que en la mayoría se manifiesta este mismo desafío ¿quién es responsable de la educación? En Colciencias, durante un conversatorio, en la ciudad de Medellín, Colombia, me manifestaban alarmados los investigadores: “la escuela se ha convertido en el gran vertedero, todo lo que la autoridad requiere tiene que caer en la escuela, los padres sólo ven una forma de tener a sus hijos contenidos durante varias horas al día”. Esta misma inquietud me la han compartido maestros de Chile, de Panamá, de Puerto Rico, de Durango, de Nuevo León, de Yucatán, de Sonora, de Guerrero, quienes tienen la visión muy clara de que a la escuela se le ve sólo como la guardería, el lugar donde se encuentran los hijos mientras los padres trabajan, ¿quién es el responsable del proceso educativo?
Todos sabemos, y los medios de comunicación se han encargado de magnificarlo, del llamado “desastre educativo”, la escuela pareciera una institución a punto de colapsar, los “maestros no sirven” ¿es esto cierto? Cuando algo va mal, como una tendencia natural, buscamos culpables y en la escuela el actor más visible es el docente porque no podríamos culpar a los estudiantes ¿verdad? Nos gusta imaginar que nuestros niños y jóvenes no tienen ninguna responsabilidad, que son sujetos vacíos, vulnerables, expuestos a los designios de los mayores, de hecho nos gusta nombrarlos con una palabra que los desposee totalmente de control sobre los sucesos que acontecen en el espacio escolar “alumnos” (de la raíz griega luminis, a-luminis, sin luz).
Parecieran, o nos gustaría creer, que ellos no cuentan con la suficiente capacidad para incidir en su propia formación. Las autoridades (a través de un grupo de “expertos”) determinan cuáles serán los currículos que se manejarán, los contenidos y los modelos educativos a emplear, los maestros, quienes damos por sentado tienen la suficiente capacidad y preparación para ello, deberán implementar esos currículos, utilizando diversas metodologías y didácticas pero siempre de acuerdo a un gran plan nacional educativo. Hasta ahí las funciones parecen clara y los actores bien delimitados, pero esta es una visión simplista de un tema muy complejo.
¿Qué de todo esto es cierto? ¿Los estudiantes llegan “vacíos” a la institución educativa? ¿No tienen intereses, preferencias y derechos que ejercen cotidianamente?¿Es cierto, como damos por sentado, que tienen la disposición para colaborar con su propia formación? Y aquí me gustaría hacer mención de los “Derechos imprescriptibles del estudiante” de Pennac (1991):
“El derecho de no estar atento constantemente.
El derecho a su conciencia.
El derecho a no aprender lo que tiene sentido.
El derecho a no obedecer entre seis y ocho horas al día.
El derecho a moverse.
El derecho a no cumplir todas sus promesas.
El derecho a no gustarle la escuela y a decirlo.
El derecho a elegir con quien quiere trabajar.
El derecho a no cooperar en su propio proceso.
El derecho a existir como persona. “
Este manifiesto tiene mucho más que ver con la realidad que con el mundo idílico que construimos en el que todas las condiciones son ideales y nuestros estudiantes responden a los lineamientos en los que se basan la mayoría de las políticas educativas.
Y hablando de políticas educativas ¿Las autoridades educativas realmente estructuran los programas educativos nacionales en base al beneficio común y a las necesidades de la nación o responden a otros intereses?, tampoco hay que dejar de lado otros aspectos ¿Los maestros cuentan realmente con la preparación, profesionalismo, condiciones materiales y laborales para ejercer sus funciones de manera adecuada? Y en todo este complejo sistema ¿las condiciones del contexto (económicas, familiares, sociales, culturales) son las adecuadas para que esta intencionalidad de una educación de calidad pueda ser puesta en marcha en un país como el nuestro?
Cualquiera que haya estado en un aula, ya sea de alguna institución pública o privada, sabrá que las cosas no son tan simples. Que cuando llega una orden “de arriba”, una nueva reforma, la aplicación de un acuerdo o peor aún, un cambio de modelo educativo, viene un fuerte desequilibrio. Tal vez estamos sobrevalorando a la escuela como institución, quizá funcionamos con una imagen infantil de ese mundo ideal, quizá no todas las respuestas deban venir del sistema educativo. La escuela no está en posibilidades, en este momento, de garantizar el futuro de un niño que ingresa en ella, no puede asegurarle a sus padres que ese niño, por cursar, 9, 12, 15 o 20 años de escolarización llegue a tener un buen trabajo, no puede aventurarse a afirmar que ese niño, al cabo de su proceso y al llegar a la edad adulta se sienta pleno y feliz aún cuando haya tenido una trayectoria exitosa en su interior; entonces ¿qué podemos ofrecer?
Los padres se han convertido en un censor, en un patrón tirano que espera resultados sin la más mínima disposición (no en todos los casos pero si en muchos) a colaborar en el proceso de sus propios hijos; exigen que la escuela cumpla con mantenerlos seguros, que los prepare para el futuro, que los forme y que los mantenga alejados de la “contaminación ambiental”; pero por más que la escuela ha intentado convertirse en una burbuja lo cierto es que no puede actuar de manera aislada, nuestros niños y jóvenes de esta era de la información se encuentran expuestos constantemente a estímulos electrónicos, a una inmensa cantidad de información que no alcanzan a procesar y que no podemos controlar. Sumado a esto está esa parte del imaginario social que se ha construido a fuerza de la intervención de los medios de comunicación masiva y que simplifica la ecuación: educación=escuela; escuela=maestros.
El resultado es: si la escuela ha fracaso es responsabilidad de los maestros. Pero ¿Quién forma a los maestros? ¿Quién los elige? ¿Quién cedió espacios de decisión a los organismos sindicales docentes a cambio de control electoral?
Este es un buen momento para que cada quien asuma sus responsabilidades y ponga en orden su espacio, la autoridad educativa, al parecer, eso intenta, habrá que ver en la práctica que sucede; los maestros, por lo menos los comprometidos, día a día han intentado enfrentar una batalla que no es sólo de ellos pero en la que han quedado abandonados ¿y los padres de familia, los medios de comunicación, la sociedad en su conjunto, qué están haciendo?
Es momento de empezar a asumir compromisos y reinventar una escuela que, aclarémoslo, no ha sido fallida, sino que ya no responde a las necesidades para las que fue creada porque nuestra sociedad, nosotros, los seres humanos, hemos cambiado, no podemos seguir dejando de lado a los actores principales de este proceso: los niños, niñas y jóvenes también deben asumir sus compromisos y debemos reconocerlos como agentes fundamentales si es que realmente queremos construir una mejor educación para ellos y, como menciona Larez Romero* “La educación debe propiciar un sentimiento de pertenencia social que se nutrirá de sólidas referencias colectivas, de signos de identidad compartidas, de superación del aislamiento social y de seguridad y comunicación espiritual interpersonal y social. Debe estimular la capacidad del ser humano para tomar decisiones oportunas, seleccionar opciones, adoptar estrategias y efectuar tareas con el propósito de integrarse a la sociedad definiendo un orden social, económico y cultural que sea compatible con las necesidades fundamentales de la dignidad humana”.
Bibliografía:
Villarini, Angel R. “Refundar la escuela ¿por qué? Perspectiva, raíces, circunstancias y proyecto para refundar la escuela”, pag. 63. A refundar la escuela. Ediciones Barandal. México 2013.
Secretaría de Educación Pública. Página web: http://www.sep.gob.mx/es/sep1/sep1_Historia_de_la_SEP#.U3-RcPl5Pec
Castañeda, Mayra. El docente extraordinario, pag. 44. Editorial Descubriendo. México 2011.
Larez, Romero Ronald. “Una reflexión sobre la educación y la praxis del saber social en el porvenir” pag. 102. A refundar la escuela. Ediciones Barandal. México 2013
Fuente del articulo: http://mayracastaneda.org/blog_60923_Y-los-estudiantes–cuando-.html
Fuente de la imagen: http://mayracastaneda.org/images/14445/Estudiantes-3.jpg