Pedro Ponce, el maestro que funda escuelas

Los docentes argentinos son considerados enemigos por el gobierno de Mauricio Macri. Por un lado el Presidente se niega a entablar con ellos una negociación de alcance nacional. Por otro lado la gobernación de la provincia de Buenos Aires (40 por ciento del producto bruto de la Argentina, 50 por ciento de los docentes de todo el país) da vueltas y vueltas para no cerrar un acuerdo. Quiere torcerles el brazo a los maestros y a sus sindicatos.

Para protestar, el mes pasado los docentes montaron una escuela itinerante. Cuando quisieron estrenarla, el domingo 9 de abril, la policía los reprimió. Al mismo tiempo, como sucede en toda América Latina, los trolls invadieron la web. Colgaron la imagen penumbrosa de un tipo con pelo largo y mirada torva. Debajo pusieron una pregunta: “¿Será docente?”.

Y sí, era docente. Solo había que buscarlo. Se llama Pedro Pablo Ponce Carrasco y es director de una escuela pública, la Media 23 de Lomas de Zamora, que él mismo fundó con otros profesores y vecinos. También es dirigente del Suteba, el Sindicato Único de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires. Ponce fue uno de los creadores de la agrupación Azucena Villaflor, en homenaje a la primera madre de Plaza de Mayo secuestrada y desaparecida desde 1977. De modo que Ponce es nada menos que un sindicalista, sustantivo que últimamente los trolls intentan convertir en adjetivo. Y en insulto.

El día de la represión llevaba un morral tejido del que sobresalían dos quenas. ¿Las habrán confundido? Es posible, porque se ligó una descarga policial de gas pimienta que lo dejó tonto una hora. “Pensaron que era un arma de destrucción masiva y yo tenía un lanzamisiles jujeño para tocar el himno”, dice mientras saluda a los vecinos de la escuela. La charla con Pedro se produce en una mañana soleada de un barrio pobre de Lomas de Zamora, uno de los distritos más poblados del cinturón que rodea a la ciudad de Buenos Aires. Los colores del frente brillan. Las letras celestes dicen: “Bienvenidos a la patria educativa”.

Ponce siempre quiso ser docente. Contra el mundo. O, peor, contra los reglamentos. Chileno de nacimiento, hijo de perseguidos por Augusto Pinochet, en 1982 se recibió de profesor de Danzas Tradicionales Argentinas. Pero no podía ejercer, porque el Estatuto del Docente obligaba a ser argentino nativo o por opción. Cuando llegó la democracia, en el ’83, se anotó en una escuela de verano de Monte Grande, otro distrito de los suburbios. La escuela se llamaba “La Campaña”. Lo tomaron pero solo trabajó dos meses. Fue cesado por chileno. “Ahí empezaron mis primeras luchas contra el sistema educativo”, dice Pedro, que habla bajito y nunca dramatiza el relato. Mandó cartas hasta que recibió una respuesta: “Tenés toda la razón del mundo pero dura lex sed lex”. Pedro dice que ése fue su primer contacto con el latín. La ley es dura pero es la ley. Se nacionalizó argentino y en 1986 pudo empezar a ejercer. Mientras tanto, una ciudadana italiana hacía una presentación que llegó a la Corte Suprema. La Corte instó a cambiar la reglamentación del Estatuto del Docente, cosa que cumpliría años después el gobierno de Cristina Kirchner.

Su primer cargo como argentino lo desempeñó en una escuela especial, la 501 de Monte Grande. Después trabajó en la 82 de Ingeniero Budge, cerca del Riachuelo y del lado de la provincia de Buenos Aires. Era lo que Ponce y los pedagogos llaman técnicamente una “escuela no graduada”, o sea sin grados, organizada en tres turnos con 700 alumnos. “Tenés que respetar los  tiempos de aprendizaje y la diversidad de los chicos, porque no todos aprenden al mismo tiempo”, explica Pedro. Cristina Ruiz, la directora, privilegiaba el compromiso. “Salíamos a la calle a buscar pibes para que aprendieran, o para que volvieran si habían dejado.” Los sábados había talleres abiertos a la comunidad. De ahí surgieron Mauro Piñeiro, el tecladista del conjunto de cumbia Ráfaga, y el quenista Alfredo Rojas.

A Ponce le gustaba la música andina. Enseñaba quena en los barrios humildes. Un día le dijo el contador de la sociedad de fomento de Villa Urbana, cerca de Fiorito, el barrio donde nació Diego Maradona: “Hay una secundaria en la villa y no conseguimos profesores porque nadie quiere dar clase ahí. ¿Te animás?”. Se animó. Primero participó de la reconstrucción de la escuela, que hacía poco había sufrido un incendio. “Vino mucha gente, y desde Lanús se acercó Robi Baradel”, cuenta sobre el actual secretario del Suteba. “Después Baradel trabajó como preceptor en el mismo lugar.”

“Creo que fue la primera escuela fundada en una villa”, dice Pedro. Las “villas”, o “villas miseria”, son el nombre de los barrios pobres en la Argentina. Como las “poblaciones” en Chile o los “cantegriles” en Uruguay.

Cuenta Pedro: “Hasta ese momento las escuelas estaban en los centros y los chicos de las villas trataban de anotarse. Cuando decían que eran de Budge los dejaban afuera. No querían pibes bardo de Camino Negro al fondo.” “Pibes bardo” significa “chicos problemáticos”. La vulnerabilidad es vista así, a veces, desde la mirada clasista de las élites. Camino Negro es una ruta que cruza Lomas de Zamora. Cerca de la ruta vive la clase media baja. Más lejos habitan los más pobres. Pedro también hace radio. Habla de educación, de política, de América Latina, de Hugo Chávez, de Lula, de Venezuela o de derechos humanos. Así, “De Camino Negro al fondo”, se llama el programa que conduce desde 1990 en la FM Voces, 107.7.

La escuela quedó desbordada de inmediato. El director imaginó anexos en otros barrios. En La Loma, también de Camino Negro al fondo, había una escuela abandonada, la 75. El esqueleto era saqueado ladrillo a ladrillo. Primero los vecinos se organizaron para defenderla y luego  –gente práctica–  decidieron tomarla ellos mismos. Ponce participó de la toma y de nuevo, como en Villa Urbana, de la reconstrucción. Se puso traje por segunda vez en su vida. La primera había sido en el casamiento. Serio y de traje, llegó hasta la puerta y le dijo al cuidador que era inspector del Ministerio de Educación. Así entró. Así comenzó la toma. “Al pobre tipo lo echaron, pero nosotros lo contratamos. Mientras construíamos aulas una cooperativa nos enseñó cómo colgarnos de la luz y conseguir agua. En 1994, cuando Carlos Menem transfirió las escuelas a las provincias, la nuestra ya tenía tres cursos. Y todo sin sueldos, con algunas horas cátedra. Para colmo no nos reconocían la existencia de los anexos de la Media 22. Nosotros éramos como el salmón, a contramano de todo.”

Nada era fácil. El terreno tomado había funcionado como aguantadero. Ponce fue amenazado por el capo. Don Edulfo Herrera, el presidente de la cooperadora, le dijo: “Profe, no sabe con quién se metió”. Ponce fue a ver al capo y los hijos terminaron yendo a la escuela. “Me empecé a ganar un respeto”, dice este hombre que no se resigna al ambiente áspero y tampoco lo banaliza ni lo endiosa. Pero confía en el reto de un docente incluso cuando, como le pasó una vez, sacó a los gritos a unos chicos que practicaban tiro junto a la escuela.

En 1996 Ponce hizo huelga de hambre para conseguir el reconocimiento. Fue su alternativa a otra propuesta con la que no estuvo de acuerdo: quemar el Consejo Escolar.

“A 40 cuadras de la casa del gobernador Eduardo Duhalde hay una escuela rancho”, decía el huelguista. Al sexto día llegó de la gobernación una propuesta de reconocer al anexo como escuela. Designaron a la primera preceptora y a la primera portera. Después hubo un concurso para director. Los compañeros de Pedro lo empujaron y concursó. En esa época ya estudiaba Ciencias de la Educación, carrera en la que se graduó. Ganó. Le pagaban con 10 horas cátedra. Siguió igual, trabajando todos los días, mientras completaba su ingreso dando clase en otras escuelas. Para Física conchabó al electricista del barrio. Y explicó a las docentes que por el estado de las calles, todavía de tierra, la zona no era un buen sitio para tacos altos.

Pedro iba seguido a las clases a ver cómo enseñaban los profesores. Cuando veía que todo era pura fórmula, recomendaba vincular la enseñanza con la vida real. “Usted quiere que baje el nivel”, le decían a veces. “Yo quiero que los pibes aprendan, porque eso es subir el nivel”, replicaba.

En 1997 al gobierno no le quedó otro remedio que reconocer a la nueva escuela. El anexo de la 22 pasó a llamarse Media 23.

El 10 de abril, al día siguiente de la represión frente al Congreso, Pedro Ponce inauguró un jardín de infantes al lado de la escuela. Pocos días después, el 30 de abril, se cumplieron los 20 años de la escuela media. El viernes 5 de mayo Pedro decidió que había que festejarlo. Estuvieron los docentes, los chicos y los vecinos. Se sirvió un locro, el guiso popular del noroeste argentino. Hubo música latinoamericana. Hasta un arpa paraguaya. El gobierno sigue sin reconocer los derechos de los docentes pero Pedro no creyó que esa mala noticia debiera privar a todos de la fiesta por los 20 años de la escuela. A contracorriente otra vez, como el salmón.

El locro estaba delicioso.

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Macri quiere guerra en educación y tarifas

Por: Martín Granovsky

Como ocurre con cualquier Mandatario, el mensaje al Congreso es una pieza clave de la estrategia política. Y no porque la realidad vaya a cambiar al minuto siguiente para bien o para mal. Es clave por lo que enfatiza y por lo que disimula.

Mauricio Macri fue enfático cuando buscó confrontar y definir un perfil de guerra contra el sindicalismo combativo y a favor del aumento de tarifas.

Su ironía sobre que Roberto Baradel, el dirigente de los docentes públicos de la provincia de Buenos Aires, no necesita que nadie lo cuide, mostró a un Macri despiadado. En casos de amenaza contra la vida de un dirigente o de su familia como en este caso, incluso para cuidar las formas el poder político suele interesarse en lugar de recurrir al humor negro. Los sindicalistas suelen preferir aparecer, más bien, como gente dura capaz de aguantarse todo. Mostrarse vulnerables no es su negocio político. Que Macri no haya cuidado ni las formas con un sector que no acostumbra victimizarse debe interpretarse como la elección de un frente de combate. Es una decisión congruente con el anuncio de la gobernadora de Buenos Aires, a quien apodaban Heidi, hasta que miró las inundaciones desde México, de amenazar con la convocatoria a voluntarios para el sector educativo cuando está claro que ni siquiera hay un cuadro legal que lo permita.

En tarifas, el énfasis fue tan explícito que consistió en que Macri repitiera el mismo párrafo, primero en su tono monocorde y después casi a los gritos. Primera vez: “Después de una década de despilfarro y corrupción, empezamos a normalizar el sector energético para que los argentinos, en sus casas”. Segunda vez: “Repito, después de una década de despilfarro y corrupción, empezamos a normalizar el sector energético”.

El disimulo correspondió a lo que genéricamente el Presidente describió como “dos decretos sobre juicios y contrataciones para gestión de conflicto de intereses”. Bien lo pudo haber hecho antes. Hay un proyecto de reforma en la Etica Pública, presentado por el diputado Guillermo Carmona en noviembre de 2016, luego de una comprobación a cargo de la Universidad Nacional de San Martín: el 31 por ciento de los funcionarios actuales ocupó puestos de alta o media gerencia en el sector privado y el 11 por ciento del gabinete tuvo cargos ejecutivos en las principales empresas que operan en la Argentina.

Que el Presidente hable a esta altura de conflicto de intereses es la disimulada aceptación de que escándalos como el del Correo lastiman la imagen presidencial. Faltan menos de ocho meses para las elecciones de octubre.

El tramo de la seguridad también fue escenario de las ambigüedades. Dijo el Presidente: “Si queremos resolver el problema de la inseguridad, tenemos que dar un debate serio sobre un nuevo sistema de responsabilidad penal juvenil”. No explicó qué relación hay entre la inseguridad y las cifras que muestran a los menores de 16 mucho más como víctimas que como victimarios. Y tampoco, es cierto, anunció que buscaría bajar la edad de imputabilidad. Si efectivamente deja de perseguir ese objetivo habrá sido una victoria de las organizaciones del Estado, como la Defensoría General, y de la sociedad civil. Demostraron en la comisión habilitada dentro del Ministerio de Justicia la falacia, la inutilidad y la injusticia de bajar la punibilidad de 16 a 14 años.
No es ensayo y error. Es forcejeo.

Fuente: http://www.opinion.com.bo/opinion/articulos/2017/0305/noticias.php?id=213151

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Estados Unidos, los negros y los presos: el mal ejemplo de la guerra interna

Igual que la Argentina, Brasil, Venezuela o cualquier otro país, la sociedad norteamericana puede ser evaluada por índices ilustrativos que acompañan a otros como la desocupación o la tasa de crecimiento. Hoy ya están votando los ciudadanos que representan el 5 por ciento de la población mundial pero tienen nada menos que el 25 por ciento de los presos del mundo. Son 2.300.000, contra los 357.292 encarcelados de 1970.

Estados Unidos, los negros y los presos: el mal ejemplo de la guerra interna

Como sucedía con algunos documentales de Michael Moore (las armas y la desigualdad en “Bowling for Colombine”, el salvajismo conservador en “Capitalismo: una historia de amor”) esa realidad puede verse en Netflix con solo hacer click en “Enmienda XIII”. Es un documental de la directoria californiana Ava DuVernay recién estrenado.

“Somos el producto que eligieron nuestros ancestros, si somos blancos”, dice uno de los textos del documental. “Si somos negros, somos el producto que no eligieron nuestros ancestros.” Y agrega: “Acá estamos, todos juntos, producto de esas elecciones, y debemos entenderlo para poder escapar de eso”.

La Enmienda XIII de la Constitución de los Estados Unidos es la que consagró la abolición de la esclavitud concretada en 1865. Que alguien sea esclavo es, desde ese momento, inconstitucional. Sin embargo, añadía que la servidumbre viola la Constitución “excepto como castigo por un delito”. Una puerta abierta a la persecución.

Con la esclavitud cuatro millones de personas eran propiedad de alguien y formaban parte de la economía del sur. Cuando fueron liberados engrosaron a los arrestados por delitos menores como arrojar basura, o incurrir en vagancia. Además eran sometidos a trabajos forzosos en el ferrocarril o en otro tipo de obras públicas.

Junto a ese neoesclavismo floreció el estereotipo del negro diabólico, capaz de violar y matar. Según el documental fue clave en la construcción de ese mito la película “El nacimiento de una nación”, de D. W. Griffith, de 1915, adaptación de la novela de Thomas Dixon “The clansman”, el hombre del clan, editada en 1905. En 1998 Iron Maiden tocaría una canción con el mismo nombre en alusión a los miembros del Ku Klux Klan. “Si los ancestros pudieran escuchar lo que pasa se revolcarían en sus tumbas”, dice la letra como si leyera los pensamientos de un miembro del KKK. “Cuando llegue el momento tomaré lo que es mío/ Soy un hombre del clan.” A Griffith se le ocurrió la idea de las ceremonias donde el KKK quema una cruz en la noche, costumbre que hasta ese momento la organización no tenía y que tomó del film por su espectacularidad.

Arreciaron los linchamientos. Muchos afroamericanos huyeron del sur y se desperdigaron por el oeste, en Los Angeles, o en el Este, en Nueva York, o en Chicago.

La segregación llegó después, como una estilización de la ilegalidad. La discriminación comenzó a ser aplicada por ley. No votar. No poder ingresar a sitios públicos. No compartir la misma playa en Miami.

“Cada vez que te indignabas frente a una prohibición, por ejemplo la de entrar por la puerta principal, o cada que vez que no te dejaran votar o ir a la escuela, cargabas con un peso injurioso“, dice Bryan Stevenson, abogado y fundador de Iniciativa para una Justicia Igualitaria. En los ’50 y los’60, el movimiento por los derechos de los negros encabezado por Martin Luther King exhortaba a manifestar con un cartel sandwich que señalaba a cada lado: “Soy un hombre”.

El presidente Lyndon Johnson concedió los derechos civiles recién un siglo después de la abolición de la esclavitud. La reacción fue un estigma con este mensaje implícito: “Les damos la libertad y nos la devolverán cometiendo más delitos”. Hubo más delitos en los años ’70 simplemente porque la población había aumentado por los nacidos en la Segunda Posguerra.

En 1970 el universo de encarcelados llegaba a 357.292 personas.

“Es en esa década, en la Era Nixon, cuando el delito empieza a asociarse con la raza”, explica en el documental Angela Davis, hoy profesora emérita de la Universidad de California en Santa Cruz a sus 72 años. En los ’60 y ’70 fue dirigente de los movimientos afronorteamericanos y contra la guerra de Vietnam e integrante del Partido Comunista. Para Richard Nixon el crimen abarcaba la protesta por los derechos civiles de negros y gays y debía ser combatido con referencia a una palabra: “guerra”. Sus discursos incluían otras dos palabras: “Ley y orden”. Nixon inició otra retórica destinada a perdurar. Fue el primero que convocó a “una guerra total contra las drogas peligrosas”. Allí empezó, y no terminaría, el aluvión de encarcelados por la simple tenencia de un cigarrillo de marihuana.

Al final de la década, en 1980, la población carcelaria había trepado a 513.900 personas.

En 1982 Ronald Reagan, el presidente ultraconservador que había asumido en 1981, comenzó literalmente la guerra moderna contra las drogas en el sentido en que Nixon lo había proclamado.

Población carcelaria en 1985, 759.100 presos.

Malkia Cyril, investigadora sobre medios, dice que los negros pasan a estar cada vez más sobrerrepresentados en las noticias policiales. “Con el miedo podés justificar que se tire una persona a la basura”, dice Cory Greene, ex preso y cofundador de la ONG HOLLA. Las pandillas y sus miembros, en general chicos y adolescentes, empiezan a ser llamados “superpredadores”. Lo dice en el documental, incluso, una joven Hillary Clinton. Y lo cree una parte de la comunidad afronorteamericana que sospecha de sí misma. También lo sostiene un empresario ya famoso. Es Donald Trump, que promueve la pena de muerte para chicos presuntamente autores de crímenes violentos en un famoso caso de asesinato en el Central Park. Años después una prueba de ADN demostraría su inocencia.

“¿Quieren cuidar a los criminales más que a las víctimas?”, preguntaba George Bush padre en la campaña de 1988. “Si no quieren eso voten por mí.” Lo hicieron. Ganó, en buena medida usando el caso de Willie Horton, un presidiario que cometió un crimen mientras gozaba de una salida en libertad condicional.

 En 1990 la población carcelaria llegó a 1.179.200 personas.

Bill Clinton, que triunfó en 1992 hablando de economía, diseñó y condujo un plan masivo de construcción de cárceles mientras militarizaba las policías, incluso las rurales, y dotaba a todos los cuerpos de equipos Swat.

En el 2000 los encarcelados alcanzaron los 2.015.300. Hasta Clinton admitió que el énfasis había sido exagerado, y Hillary lo debió aceptar en un debate con Bernie Sanders.

Por detrás de estas campañas de encarcelamiento masivo estaba ALEC, American Legislative Exchange Council, un lobby apoyado por las grandes corporaciones encargado de conseguir votos para ellas y a la vez promover la venta de armas.

Uno de cada 17 hombres blancos tiene probabilidades de ser encarcelado en el curso de su vida. Para los jóvenes negros, las chances son de uno en tres. Los negros son el 6,5 por ciento de la población total pero representan el 40,2 por ciento de los presos. Son los esclavos de un Estado que hoy elegirá quién va a ejercer su jefatura en los próximos cuatro años. La única duda no es si Hillary o Trump. Nadie es capaz de saber, todavía, si la próxima presidencia terminará con la matriz perversa y menos conocida de la Enmienda XIII o la reforzará para ejemplo de los conservadores de todo el mundo.

Fuente: http://www.telesurtv.net/bloggers/Estados-Unidos-los-negros-y-los-presos-el-mal-ejemplo-de-la-guerra-interna-20161108-0002.html

Imagen: archivoimg.globovision.com/wp-content/uploads/2015/10/PRESOS1.jpg

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