Nuestro continente puede leerse de norte a sur y de sur a norte a través de un mapa donde las luchas estudiantiles marcan mojones de transformación social. Es una ruta también cargada de mártires que han puesto el pecho a las balas emanadas de un poder que no suele ser tolerante ni dialoguista con los jóvenes. Sin embargo, allí donde exista una casa de estudios, habrá un alumno para protestar en contra de las injusticias y a favor de un sistema inclusivo que permita el desarrollo intelectual y espiritual de las personas, más allá de la clase social que les ha tocado en suerte. Esa constatación es hoy, en esta fecha tan significativa, obligada reflexión. Y como supo cantar la chilena Violeta Parra: ¡Que vivan los estudiantes!
Por: Mónica Maristain.
El 2 de octubre de 1968 sangra todavía. Es una herida abierta en la memoria colectiva mexicana y duele en cada fecha conmemorativa con la fuerza de un debate que continúa a lo largo y ancho de la historia.
“El 2 de octubre no se olvida” es más que un eslogan: propone en todo caso voltear la mirada a la lucha estudiantil en el continente, expresión de una savia joven que con ánimos de cambiar el mundo para mejor se enfrenta al poder poniendo el pecho a las balas y sin bajar las banderas de reivindicación que los motiva.
“Aquí vienen los muchachos, vienen hacia mí, son muchos, ninguno lleva las manos en alto, ninguno trae los pantalones caídos entre los pies mientras los desnudan para cachearlos, no hay puñetazos sorpresivos ni macanazos, ni vejaciones, ni vómitos por las torturas, ni zapatos amontonados, respiran hondo, caminan seguros, pisando fuerte, obstinados; vienen cercando la Plaza de las Tres Culturas y se detienen junto al borde donde la Plaza cae a pico dos o tres metros para que se vean las ruinas pe-hispánicas; reanudan la marcha, son muchos, vienen hacia mí con sus manos que levantan la pancarta, manos aniñadas porque la muerte aniña las manos; todos vienen en filas apretadas…”
Las primeras líneas de La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, siguen allí, con la misma fuerza y conmoción con que fueron escritos por la periodista, quien luego de la matanza en la Plaza de las tres Culturas, armó un testimonio colectivo con las voces de protagonistas y testigos, estudiantes, obreros, padres y madres de familia, profesores y empleados que relatan los acontecimientos en un libro de referencia siempre obligada.
“En 1968, los jóvenes de Europa, los de Estados Unidos, los de América Latina tenían mucho que reclamarle a la sociedad. ¿Qué mundo les legaban sus padres? ¿Qué harían al graduarse? ¿Qué les ofrecía la sociedad de consumo? ¿Qué les brindaba su país? ¿Deseaban realmente ser parte de un engranaje de producción masiva? Charles de Gaulle declaró que no entendía por qué los jóvenes seguían al líder judío alemán Daniel Cohn-Bendit, apodado Danny el Rojo, y al día siguiente los muchachos salieron a la calle repitiendo mientras marchaban: Nous sommes tous des juifs allemands, nous sommes tous des juifs allemands”, escribió Poniatowska en una columna publicada por El País en 2008.
“También en México, aunque solapado, se gestaba, en la Universidad y el Politécnico, un rechazo al orden establecido, al status quo, al PRI (Partido Revolucionario Institucional) y al Gobierno emanado de él. Si en Francia la falta de oportunidades fue el objetivo estudiantil, en México, los factores que detonaron las movilizaciones del 68 fueron la corrupción del poder y el autoritarismo”, afirma la también escritora, Premio Cervantes 2013.
“El ejército tomó la plaza y hombres vestidos de civil que llevaban un guante blanco o un pañuelo para identificarse desataron la balacera. La desbandada fue general y el fuego cerrado y el tableteo de las ametralladoras convirtieron el lugar en un infierno”, evoca.
REPRIMIR A LOS ESTUDIANTES: UN DEPORTE DEL PODER
Decir que los estudiantes son el motor de cambio en las luchas políticas del mundo resulta una verdad de Perogrullo. Lo más triste es que sea común encontrar casos en la historia que como en aquella matanza ignominiosa de la Plaza de las Tres Culturas, la afrenta al poder por parte de los jóvenes universitarios termine en muerte y represión institucionales, generalmente sin castigo a los culpables.
Efectivamente, la tragedia del 2 de octubre de 1968 “no se ha aclarado totalmente y tampoco hay acuerdo sobre las cifras de muertos”, ha sabido decir el historiador Jean Meyer, para quien desde 1966, cuando se llevara a cabo en La Habana el Cuarto Congreso de Estudiantes Latinoamericanos, “el mito de la juventud incorruptible no ha dejado de agitar al continente: La juventud vive siempre en trance de heroísmo.”
Caracterizada como uno de los movimientos políticos más poderosos del mundo, la lucha estudiantil latinoamericana ha sido gran fabricante de mártires y héroes ardidos por el fuego del establishment, sin que llegue a ser del todo clara la efectiva capacidad de transformación que estas batallas otorgan a sus protagonistas.
LA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS
Antes de La matanza de Tlatelolco, tuvo lugar en Buenos Aires lo que hoy se conoce como “La noche de los bastones largos” y que el historiador Felipe Pigna cuenta en su sitio (elhistoriador.com.ar) de la siguiente manera: “El 29 de julio de 1966, las universidades nacionales fueron intervenidas y ocupadas militarmente. Cientos de profesores, alumnos y no docentes que ocupaban varios de los edificios de las facultades de Buenos Aires en defensa de la autonomía universitaria y la libertad de cátedra fueron salvajemente golpeados por miembros de la Guardia de Infantería de la Policía Federal, enviados por Onganía, quien decretó la intervención a las universidades nacionales y la ‘depuración’ académica, es decir, la expulsión de las casas de altos estudios a los profesores opositores, sin importar su nivel académico.
La consecuencia de esta noche negra para la cultura nacional fue el despido y la renuncia de 700 de los mejores profesores de las universidades argentinas, que continuaron sus brillantes carreras en el exterior”, cuenta Pigna.
LA NOCHE DE LOS LÁPICES
Mucho más acá en el tiempo, también en Argentina, tuvo lugar “La noche de los lápices”, acontecida el 16 de septiembre de 1976, ataque directo en tiempos de la Dictadura Militar a un grupo de estudiantes que había conseguido, después de una larga lucha, el descuento en el pasaje de autobús.
Fuerzas del ejército secuestraron a diez estudiantes (todos menores de 18 años), a los que torturaron y asesinaron. Cuatro de ellos sobrevivieron y dieron testimonio en el juicio el 2011 que condenó a los culpables.
LA LUCHA ESTUDIANTIL CHILENA
La lucha estudiantil es en Chile una tradición que inició a principios del siglo XX y que continúa en nuestros días reivindicando la gratuidad en la educación y la autonomía universitaria. Durante la Dictadura Militar de Augusto Pinochet (1915-2006), que dejó 40 mil muertos y transcurrió entre 1973 y 1990, fueron los estudiantes los que primero se pronunciaron contra el poder de facto y lo pagaron con persecuciones, torturas y desapariciones.
Luego de derrocar a Salvador Allende (1908-1973) e iniciar la larga noche de la muerte en el país donde nacieron poetas y escritores de fama mundial como Pablo Neruda, Gabriela Mistral y el más actual Roberto Bolaño, Pinochet se dio a la tarea de elaborar una reforma universitaria caracterizada por la intervención militar en las altas casas de estudio y la represión contra los jóvenes opositores al poder militar.
LA REVOLUCIÓN DE LOS PINGÜINOS
Es Chile el país de la célebre luchadora estudiantil Camila Vallejo, militante de las Juventudes Comunistas y símbolo de la batalla de los universitarios por la gratuidad educativa que tuvo un punto álgido en 2006, durante el gobierno democrático de izquierda de Michelle Bachelet (actual mandataria chilena, reelegida para ocupar el sillón presidencial).
A los hechos de entonces se los llamó La revolución de los pingüinos y consistió en una masiva protesta estudiantil protagonizada por los alumnos de las escuelas secundarias (un mote que alude al color de los uniformes) y que reivindicaba la gratuidad del boleto de transporte y los exámenes de ingreso a la universidad, entre otras demandas.
Los estudiantes, entre 14 y 17 años de edad, buscaban una mejor educación y cerrar un poco la enorme brecha de desigualdad en la sociedad chilena. Lograron poner el debate educativo en el centro, revalorar el movimiento a nivel de escuelas secundarias y dar sustancia al agitado universo estudiantil que no levanta el dedo del renglón hoy en Chile, reivindicando la gratuidad de la educación y con ello promover la movilidad social.
LA LUCHA ESTUDIANTIL EN MÉXICO
Con el inicio del siglo XXI no sólo no se acabaría el mundo –según una falsa predicción maya en esos tiempos-, sino que en México iniciaría la democracia. Entre 1999 y 2000, en esos días que el escritor Jorge Volpi caracterizó recientemente como “una breve fiesta democrática”, que los estudiantes del CGH (Consejo General de Huelga) paralizó la Universidad Autónoma de México (UNAM).
Fue la época en que se hizo célebre el líder estudiantil Alejandro Echeverría, conocido como “El Mosh”, hoy uno de los 300 expulsados por motivos políticos de la alta casa de estudios.
La protesta era por el sistema de pagos y en esencia una defensa de la educación pública y gratuita en nuestro país. Fue tema obligado de debate en la época y se cerró con el ingreso de la Policía Federal Preventiva en febrero del 2000, por orden del Presidente Ernesto Zedillo, una acción que dejó a 700 estudiantes detenidos y la disolución del movimiento.
Hoy la UNAM es pública y gratuita y un ejemplo de la lucha estudiantil para los jóvenes de todo el continente.
En un balance sobre aquella lucha, el sociólogo Roberto Josué Bermúdez Olivos, Maestro en Defensa y Promoción en Derechos Humanos de la UACM, reflexiona en el periódico Somos el medio: “Los jóvenes deben reforzar los valores del diálogo, la argumentación, del saber escuchar y proponer, pero sobre todo del saber hacer, de romper esa apatía como lo hizo la juventud de 1999 en la UNAM que se comprometió con la noble causa por la defensa de la educación pública y gratuita para las generaciones venideras, que luchó y apoyó a los compañeros zapatistas contra el militarismo, que se hizo sentir y buscó alternativas de lucha y organización y que, finalmente, nunca se doblegó”.
AYOTZINAPA, LA HERIDA ACTUAL
Ayotzinapa es para muchos teóricos e intelectuales una réplica de aquel ominoso 2 de octubre de 1968. De hecho, los estudiantes atacados y hoy desaparecidos de la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos realizaban actividades de colecta y secuestro de autobuses para reunir fondos que les permitiera participar en la marcha del 2 de octubre en Ciudad de México.
En esa zona pobre de Guerrero, los hijos de campesinos, estudian para ser maestros y con ello propiciar una movilización social que no procuran ni estimulan las autoridades gubernamentales.
La lucha estudiantil en la zona es de larga data y construye una tradición de movilización a cargo de las nueve escuelas normalistas que existen en Ayotzinapa, donde estudió el célebre luchador social Lucio Cabañas (1938-1974).
Para poder ser alumno de la Normal hace falta no tener medios económicos en principio, pero también una firme voluntad de estudiar, trabajar y salir adelante. Los estudiantes reciben hospedaje, alimentación y enseñanza.
Una profusa bibliografía, varias películas documentales, canciones, obras de arte, hacen presentes cada día a los 43 estudiantes desaparecidos en Guerrero. Se trata de una reivindicación perenne que tuvo el pasado 26 de septiembre, a dos años de la tragedia, un testimonio de alto compromiso por parte de las organizaciones de derechos humanos tanto nacionales como internacionales y, por supuesto, de los padres de los muchachos, cuyo destino se desconoce todavía.
Ecuador, Paraguay, Brasil, Guatemala…la lista incluye a todos los países de nuestro continente. Latinoamérica puede ser leído también como un mapa estudiantil que refleja una historia de lucha que no cesa: allí donde exista una casa de estudios, habrá un alumno para protestar en contra de las injusticias y a favor de un sistema inclusivo que permita el desarrollo intelectual y espiritual de las personas, más allá de la clase social que les ha tocado en suerte. Esa constatación es hoy, en esta fecha tan significativa, obligada reflexión. Y como supo cantar la chilena Violeta Parra: ¡Que vivan los estudiantes!
Fuente: http://insurgenciamagisterial.com/de-tlatelolco-a-ayotzinapa-los-estudiantes-en-la-mira-del-poder-en-latinoamerica/
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