Por: Marta Torres Santo Domingo
«¿No llevamos todas, en el fondo, los mismos zapatos?
Me resulta difícil, en un museo, contemplar objetos tan personales como zapatos, ropa o incluso joyas, sin pensar en las mujeres o los hombres que los han llevado. Todavía parecen conservar un soplo de sus vidas. En el Museo del Ejército, en Toledo, hay expuestos, en una vitrina, un par de zapatos de mujer que siempre me han traído a la memoria a Songlian, la joven protagonista de la película china La linterna roja (1991, Zhang Yimou), encarnada por la guapísima actriz Gong Li. La película es un drama, bello y cruel, sobre la vida de las concubinas en la China tradicional. Con una estética preciosista y embriagadora, relata la llegada de una joven concubina a la mansión de su señor, en la que ya conviven varias esposas, y el destino que le espera si no cumple el papel de sumisión asignado. A Songlian, desde hace unos meses, le acompaña en mi memoria la niña protagonista de otra cinta, en este caso vietnamita, dedicada al mismo tema, La tercera esposa (2019), de la directora Ash Mayfair, en la que con una poesía visual de elegante sensualidad se relata la triste historia de un alma sensible y pura dolorosamente cercenada.
El concubinato fue una costumbre muy enraizada en la sociedad china, que evolucionó desde un matriarcado original a un patriarcado en el que el papel de la mujer estaba muy por debajo de la posición de los hombres. El matrimonio, basado en relaciones de conveniencia, era la institución en la que procrear al heredero y, más allá de la esposa, el hombre acaudalado podía tener tantas concubinas como quisiese o pudiese mantener, elegidas entre muchachas con pocos medios. La vida en los gineceos fluía a través de las complejas relaciones de afecto, hermandad, competencia o dominación que se establecían entre las diversas concubinas y esposas y, como en otras sociedades poligámicas, el papel principal lo jugaban las primeras esposas, las madres de los herederos o las favoritas. La revolución abolió el concubinato.
¡Cuantas mujeres han sufrido durante siglos esa losa de encierro y silencio! Una gran mayoría ni siquiera fue consciente de la injusticia que se cebaba contra ellas, educadas desde niñas en esa costumbre, pero otras sí, y siento el grito mudo de las que se resignaron a su amargo destino o se rebelaron interior o exteriormente, pagando por ello un duro castigo.
La que los trajo al museo fue otra mujer, Isabel Fernández Duro, viuda de Antonio Fernández y Caballero de Rodas, un militar que estuvo en Cuba en el siglo XIX. ¿Viajó Isabel a Cuba? ¿Compró ella los zapatos o fueron un regalo de su marido? Imagino que le gustaron mucho pues los guardó entre sus tesoros, y quiso donarlos para que otras personas, generaciones más tarde, disfrutásemos de ellos. Gracias, Isabel, por tu generosidad, que nos trae a Toledo aromas de tierras lejanas y el recuerdo de una mujer a la que, sin conocer, sentimos como una hermana. ¿No llevamos todas, en el fondo, los mismos zapatos?
Fuente: https://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/toledo/abci-zapatos-mujer-202003051436_noticia.html