Nuevos retos y algunos mitos en educación

Por: Moisés Wasserman.

No hay conversación sobre educación en la que no se mencionen los nuevos retos. Una actividad tan dinámica, tan exigente y tan exigida vive siempre entre reto y reto. En el subdesarrollo tenemos la condición especial (maldición tal vez) de que sin haber resuelto los del pasado, nos llegan los del futuro. Es más sexi hablar de los retos que se nos vienen; por eso, algunos optan por declararles a los viejos la caducidad por vencimiento de términos. Pero, aunque los ignoremos, ahí están.

El inmenso reto ha sido ofrecerles a todos los jóvenes oportunidades equivalentes para educarse en la ruta que escojan y para la cual tengan aptitudes. El vaso medio lleno está en que aumentamos significativamente la cobertura educativa en todos los niveles (aunque aún nos falta). En el vaso medio vacío están las desigualdades entre lo urbano y lo rural, las brechas de calidad en básica, secundaria y media entre algunos colegios privados y otros públicos, y entre urbanos y rurales. Nuestros indicadores no son buenos comparados con los de otros países, y aún hay inequidad en la educación de las mujeres. Un sector olvidado durante años es el de la edad temprana. Creíamos que la educación empieza en primero de primaria y lo de antes es juego.
Efectivamente es juego, pero el más importante de la vida.

Tenemos en el país más de 400.000 maestros. Algunos maravillosos, casi heroicos, pero otros no. Hay problemas en su formación y en la calidad de muchas instituciones que los forman. Esa noble actividad no atrae a los bachilleres con las mejores calificaciones. He ahí algunos de los retos a los que no podemos declararles la caducidad.

Hay muchas teorías sobre la nueva educación (…) Casi todas aspiran a generar en la persona autonomía y criterio, de forma que pueda continuar con un proceso de autoformación

¿Cuáles son los del futuro? Predicen que quienes se forman hoy cambiarán unas cinco veces de oficio durante la vida (no de empleo, de oficio o profesión) ¿Cómo se educa entonces a alguien hoy, para profesiones que no imaginamos? El perfil del trabajo va a cambiar, y en muchas labores seremos sustituidos por inteligencia artificial y robots. Las mejores universidades van a usarlos, otras se pondrán a pelear contra ellos. ¿Dejarán de ser importantes los títulos? Tal vez vaya a dejar de ser importante la discusión sobre su importancia. ¿Desaparecerán las universidades? ¿Se impondrá la educación en la casa, en lugar del colegio?

Hay muchas teorías sobre la nueva educación. Algunas se parecen a otras más viejas; la mayoría postulan la importancia de la formación de ciudadanos conscientes, éticos y competentes. Casi todas aspiran a generar en la persona autonomía y criterio, de forma que pueda continuar con un proceso de autoformación y tomar las mejores decisiones. Cada teoría es defendida por sus creadores como única. Todas podrían lograr el objetivo si el maestro lo tiene claro y está comprometido con él. Todas coinciden en la flexibilización de los currículos, en la autonomía del estudiante y el papel del maestro como acompañante.

Hay quien cree que la nueva formación será light, de menos esfuerzo. Se equivoca; un ciudadano moderno competente entiende las estadísticas con las que toma sus decisiones. Conoce las tecnologías que usa y sus límites. Entiende el mundo y la naturaleza. Comprende lo que los otros escriben y sabe hacerse entender. Es iluso hablar de unas competencias fofas que no están construidas sobre el conocimiento. Puede ser que regresemos a algo como el trivium y el quadrivium medievales, con otras disciplinas, pero con el criterio de formación básica que le permitirá al individuo adaptarse a los cambios, controlar su vida con sensatez y encontrar su camino, vez tras vez, en un mundo cambiante.

Y a quienes predicen el fin de los colegios y las universidades les diría con Pierre Corneille: “Los muertos que vos matáis gozan de cabal salud”.

Fuente del artículo: https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/moises-wasserman/nuevos-retos-y-algunos-mitos-en-educacion-columna-de-moises-wasserman-401470

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La educación en ciencias

 Por: Moisés Wasserman.

La afirmación de que vivimos en la sociedad del conocimiento ya es un lugar común. La riqueza de las naciones depende de su capacidad para producir conocimiento, tecnologías e innovación. El conocimiento engrandece la cultura, mejora la salud, multiplica las posibilidades de desarrollo personal y permite a las personas entender mejor a sus congéneres y el universo. Por tanto, la educación en ciencias debe ser una buena estrategia de desarrollo. Pero no se trata solo de educar científicos (eso, más o menos, sabemos cómo hacerlo), sino de educar a todo el mundo para que sea capaz de entender recomendaciones y usarlas para decidir entre dilemas que le toque enfrentar.

Tanto para el caso del científico profesional como el del ciudadano que quisiéramos que no fuera un ‘analfabeta científico’, enfrentamos un problema importante: la expansión inmensa y acelerada del conocimiento. Nadie es capaz de dominar hoy más que un campo relativamente estrecho. Los idiomas propios de la ciencia se han venido especializando en tal medida que se han vuelto ininteligibles para el no iniciado.

La formalización extrema del lenguaje no es una pedantería académica. La ciencia requiere un lenguaje preciso que no permita ambigüedades. Las matemáticas que describen el mundo cuántico son entendidas por físicos y químicos en todo el mundo y de todas las culturas, el significado de las secuencias de ADN es entendido por biólogos y bioquímicos, pero nada de eso por quien carece de una prolongada formación en el tema. Los conceptos de los expertos parecen cada vez más oscuros a quien toma decisiones políticas, y la confianza en los otros no es un bien que abunde.

La solución obvia sería mejorar la educación escolar. Sin embargo, eso tampoco es sencillo. Hasta científicos con posgrados fallan en campos que no son los suyos. 
Conozco matemáticos que tienen un cactus al lado del computador para “absorber” las ondas electromagnéticas (cuyas ecuaciones deben conocer bien), ingenieros que creen en la energía de cuarzos y perfumes, y biólogos que defienden “la memoria del agua” en las drogas homeopáticas. La alfabetización científica general es una necesidad, incluso para los profesionales en ciencias.

La difusión científica para jóvenes debería jugar en eso un papel fundamental y es en verdad una buena iniciativa. Sin embargo, sus logros están muchas veces por debajo de las expectativas. Nuestro programa Ondas, por ejemplo, es hermoso y emociona, pero un estudio de Fedesarrollo en el 2017 señaló que tiene un bajo impacto en la calidad de la educación en matemáticas y ciencia, que no ha disminuido sustancialmente la deserción estudiantil ni ha aumentado significativamente las vocaciones científicas. Si la difusión no es cuidadosa, puede generar efectos extraños. 
En uno de nuestros museos, después de una explicación entusiasta sobre meteoritos en la cual los niños pudieron observar y tocar uno de verdad, salieron entusiasmados comentando el hecho (mencionado tangencialmente por el guía) de que había caído un Viernes Santo. Temo que terminen recordando solamente que el Viernes Santo caen meteoritos.

Pienso que la mejor forma de enseñar ‘ciencia para el ciudadano’ es desde el colegio, y por medio de su historia. Hay que reproducir con los estudiantes las discusiones que se dieron durante el desarrollo de los grandes hitos, y estudiar con ellos los experimentos que las resolvieron. Si el estudiante entiende esas discusiones del pasado, entenderá que a veces se den contradicciones, y habrá podido desarrollar una lógica que le permita decidir entre dos opciones cuál es la de mayor peso. Una educación que permita entender cómo crece el conocimiento será siempre más exitosa que la que presente hechos terminados.

Fuente del artículo: https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/moises-wasserman/la-educacion-en-ciencias-columna-de-moises-wasserman-345958

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¿Hacia qué educar?

Por: Moisés Wasserman.

 

Es frecuente oír que la educación universitaria no es necesaria para hacer grandes cosas en la vida, y el ejemplo es Steve Jobs. Es cierto. Para ser empresario, político, periodista o escritor, tal vez no sea estrictamente necesario (aunque la mayoría afirma que sí han servido los estudios).

Pero no es posible ser médico, abogado, ingeniero, filósofo, matemático, químico, economista, pianista o antropólogo sin haber estudiado. El mundo moderno requiere personas con competencias de alta complejidad. No es una coincidencia que los países con mayor desarrollo social sean los que tienen las coberturas más altas en educación superior y las universidades de mejor calidad. No es casualidad que las aspiraciones de los jóvenes estén concentradas en la educación.

La pregunta difícil es hacia qué y cómo se debe educar. En algún momento las respuestas eran claras, hoy lo son menos. Uno de los enfoques para responder es tratar de prever cómo va a ser el mundo al que lleguen esos jóvenes y con qué nuevos retos se van a encontrar. (Para no confundir omito acá análisis sobre educación ética y ciudadana; será en otra ocasión.)

Seguramente un hecho dominante es el cambio acelerado en los conocimientos y la información. Hoy un graduado sabe que deberá renovar sus conocimientos cada cinco años, en el futuro cercano tendrá que cambiar de oficio cuatro o cinco veces en la vida. Es decir, la formación tendrá que ser tan flexible que le permita cambiar sin empezar de ceros.

Eso lleva a la conclusión, aparentemente paradójica, de que los estudios de mayor relevancia hacia el futuro van a ser precisamente los más clásicos y fundamentales. No importa cómo se llamen las ingenierías o las tecnologías del futuro, todas tendrán en sus bases las matemáticas, la química y la física. Cuando los diagnósticos los hagan computadores y las cirugías robots, los médicos necesitarán biología y fisiología molecular, matemáticas y electrónica para responder a las nuevas preguntas. Los computadores nos ayudarán a escribir textos, pero las ideas, la forma de expresarlas y el análisis crítico seguirán dependiendo de qué tan buenos lectores seamos.

El cómo educar cambiará. En realidad, ya está cambiando. Hay mil teorías de cómo hacerlo mejor, pero la mayoría coincide en algunas estrategias. La investigación científica adquirirá cada vez mayor relevancia en el proceso formativo. No solo porque es obsoleto transmitir conocimientos, es necesario producirlos, sino porque el proceso mental de la investigación es el mismo con el que el estudiante desarrolla su imaginación y su capacidad de análisis. La educación será cada vez más personalizada, no va a haber dos matemáticos o dos biólogos iguales; incluso dentro de un mismo curso se podrán estudiar cosas diferentes. Se estudiará más en grupos, el papel del maestro seguirá siendo importante (aun contra la inteligencia artificial), pero será el de un acompañante. Las fronteras de las disciplinas se harán cada vez más difusas y más amplias.

Un estudio reciente de la Ocde definía, entre grupos de interés muy diferentes, cuáles son las cualidades necesarias para el éxito en el trabajo. Hubo coincidencias extraordinarias. Tres características fueron calificadas por todos como las más importantes. En su orden: generar nuevas ideas/soluciones, disposición para cuestionarse, y capacidad para expresar bien sus ideas. Las de menor importancia fueron capacidad negociadora y autoridad.

Mientras debíamos estar discutiendo estos hechos, que van a definir la vida y la felicidad de nuestros jóvenes, los académicos nos distraemos peleando por cosas que nos parecen urgentes, pero que posiblemente se vean en poco tiempo como discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles.

Fuente del artículo: https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/moises-wasserman/hacia-que-educar-columna-de-moises-wasserman-324280

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¿Qué tan bien lo estamos haciendo?

Por Moises Wasserman 

Tenemos educación gratuita, pero eso no impide las grandes diferencias de calidad con la privada.

La semana pasada reflexionaba sobre “para qué sirve la universidad”, y concluí, en una síntesis brevísima, que sirve para “la formación amplia, integral y democratizadora de los jóvenes, y la construcción de un importante potencial de respuesta a los problemas de la sociedad”. La pregunta inevitable es qué tan bien lo estamos haciendo.

La primera parte de la respuesta debe ser un reconocimiento a lo que hemos avanzado durante los últimos decenios. A veces se piensa que mientras menos se reconozca, más se aboga por lo que falta, pero sucede precisamente lo contrario. La falta de reconocimiento rompe la continuidad de buenas iniciativas y desestimula esfuerzos.

Cuando entré a la Universidad Nacional (es historia, pero no prehistoria), solo el 4 por ciento de los jóvenes en edad de estudiar en la educación superior lo hacíamos. Hoy son más del 50 por ciento. La investigación científica era apenas anecdótica, la formación se daba mayoritariamente en profesiones con límites estrechos en su estudio y aplicación. Los posgrados eran una figura exótica.

Hoy contamos con un sistema universitario de gran fortaleza e instrumentos que permiten asegurar que la oferta tenga unos estándares prefijados de calidad. Contamos con información confiable y al día para tomar decisiones y, a pesar de la concentración de la oferta en los grandes centros urbanos, hay iniciativas que permiten progresivamente el acceso a poblaciones rurales y desprotegidas.

Hoy contamos con un sistema universitario de gran fortaleza e instrumentos que permiten asegurar que la oferta tenga unos estándares prefijados de calidad.

La segunda parte de la respuesta es sobre lo que hace falta. Se podría decir que más de todo y mejor. Más acceso, más equidad, más calidad, más impacto en la sociedad. Se han construido planes para lograr todo eso. La pregunta es si vamos a ser capaces de ejecutarlos, porque son planes de largo aliento y nosotros tendemos más a reiniciar que a continuar. Las actuales propuestas del sector contemplan, entre otras aspiraciones, llegar al año 2032 con una cobertura del 80 por ciento, similar a la de países desarrollados. Se plantean metas igualmente ambiciosas en calidad, diversidad y equidad regional de la oferta.

Contamos con algunas condiciones que, a mi parecer, nos dan una ventaja comparativa. Entre ellas, un sistema mixto público-privado, vinculado en forma sui géneris a una sola asociación (Ascún) con buena comunicación. La educación pública deberá ser el pilar del esfuerzo de equidad, pero los dos campos tienen claro que para alcanzar las metas nacionales se necesita todo su compromiso.

Hay problemas, sin duda. Uno es la heterogeneidad entre instituciones y entre regiones, lo que hace que las ofertas no sean equivalentes. Siempre hay voces por una educación totalmente pública y gratuita. Tal vez en un mundo ideal podría funcionar, pero los que trabajamos con números y preferimos enfrentar la realidad con algo más que discursos sabemos que no es sencillo. Más aún, que, incluso si se diera, no resolvería los problemas. Tenemos hoy educación básica y media gratuita, , pero eso no impide que haya grandes diferencias de calidad con la privada. En Brasil, los jóvenes bien preparados en colegios privados pasan los exámenes de ingreso a la excelente universidad pública y gratuita, mientras que a muchos jóvenes de colegios públicos les toca acceder a universidades privadas, costosas y de menor calidad.

La solución requerirá varios elementos, entre ellos crecimiento real, decidido y continuo en la inversión, enfocada en el propósito de que todos los jóvenes tengan oportunidades reales de acceso; esfuerzos que homogenicen la calidad de la oferta (no su diversidad) y no permitan inequidad regional, o entre lo público y lo privado, y, sobre todo, compromiso general en un esfuerzo guiado por una política de Estado que no se vea afectada por los cambios de gobierno. ¿Será utópico?

Fuente del artículo: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/moises-wasserman/que-tan-bien-lo-estamos-haciendo-248406#

 

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