Los palestinos pueden recibir declaraciones de apoyo, pero nadie va a hacer mucho por ellos.
Especialmente cuando Estados Unidos amenaza a cualquiera que intente hacer algo. pic.twitter.com/D4krJXWAQ3— Noam Chomsky Es (@NoamChomsky_es) October 28, 2023
Author: Noam Chomsky
«Hay que desenmascarar a los poderes ilegítimos»
Noam Chomsky, lingüista y filósofo estadounidense, presidente de honor de CTXT, fue invitado al podcast de Ezra Klein para The New York Times. Habló durante una hora con Klein sobre su concepción del anarquismo y cómo imagina una sociedad libre, pero también trató temas como la crisis ecosocial y el Green New Deal, las políticas laborales de Joe Biden, el ascenso de China y la posibilidad de una guerra nuclear. Repasamos sus reflexiones más destacadas.
El anarquismo
¿Qué es el anarquismo para Chomsky? Algo “de perogrullo”, dice. Parte del principio de que ninguna autoridad o estructura de dominación se justifica a sí misma. Tienen que tener una justificación para ser legítimas. Y algunas la tienen, según Chomsky, pero la mayoría no. Entonces “las autoridades ilegítimas deben ser desenmascaradas, desafiadas y superadas”.
La industria de la publicidad y las relaciones públicas, que dedica “un esfuerzo extraordinario a crear necesidades, moldear la opinión pública y garantizar que las doctrinas de este orden social no sean cuestionadas”, con más o menos éxito, es un ejemplo de poder ilegítimo.
Ante la idea de que la autoridad es útil para organizarse y sacar adelante determinados proyectos, Chomsky explica que “una sociedad libre puede seleccionar personas que tengan autoridad administrativa y de otro tipo para hacerse cargo de partes del trabajo por el bien común. (…) Pero están bajo control popular, y pueden ser destituidas. No están allí porque su abuelo construyó ferrocarriles o porque lograron manipular el mercado para terminar con un montón de dinero”.
Hay diferentes opiniones, diferentes actitudes, diferentes ideas. Así se producen los cambios
Cita como ejemplos la cooperativa Mondragón en Euskadi o “casi cualquier laboratorio de investigación que funcione decentemente en una universidad”.
Admite que una sociedad libre tendría que enfrentarse a conflictos, por ejemplo, si algunos de sus miembros se niegan a ponerse una vacuna o a respetar las normas de tráfico, pero cree que esto es inevitable.
“Ni siquiera querríamos un mundo en el que no hubiera conflictos. Sería demasiado aburrido vivir allí. Hay diferentes opiniones, diferentes actitudes, diferentes ideas. Así se producen los cambios. La vida debe estructurarse de modo que puedan manejarse de manera civilizada” como sucede en una familia feliz o en una cooperativa armoniosa, explica.
Chomsky cree que la libertad que ofrece el capitalismo es “una broma” porque el contrato de trabajo se establece siempre en situaciones de desigualdad. Defiende que este debería ser eliminado en una sociedad libre. Y cree que la idea fundamental del capitalismo “libertario” de Von Mises o Buchanan, es decir, que la máxima aspiración de cualquiera es “ser amo en un mundo de esclavos”, no es cierta.
No es correcto cambiar los sistemas existentes hasta que una mayoría social comprenda que no son justos
Cuando Klein le plantea que la competición por el dinero y el estatus que se da en el capitalismo puede impulsar la innovación y el progreso, Chomsky le recomienda “ir a un laboratorio de investigación”. Considera que en el MIT, donde trabajó durante años, los científicos no se movían principalmente por el deseo de ganar dinero o poder sino por “el desafío de resolver problemas”. Un impulso que percibe también en la curiosidad de los niños. “La mayoría de quienes contribuyeron al desarrollo de Internet son desconocidos y no ganaron dinero con ello”, añade.
De todos modos, el lingüista se define a sí mismo como “conservador” respecto al cambio social, en el sentido de que cree que no es correcto cambiar los sistemas existentes hasta que una mayoría social comprenda que no son justos. En su opinión, si se fuerza el cambio antes de eso, desembocará en un autoritarismo. Sin embargo, cree que el sistema es frágil, que la gente lo acepta por inercia y que una alternativa bien planteada puede ganar apoyo con rapidez.
La Administración de Biden
Preguntado sobre cómo valora la gestión de Joe Biden, Chomsky dice tener sentimientos encontrados pero admite que, en el ámbito doméstico, las cosas están yendo “mejor de lo que esperaba”. “Biden es el primer presidente, probablemente desde Franklin D. Roosevelt, que adopta una postura firme a favor de la sindicalización”, afirma.
Considera que el programa Build Back Better de Biden para invertir miles de millones en ayudas por la pandemia, infraestructuras y políticas sociales es “muy bueno” y que la política climática del presidente “está lejos de ser perfecta, pero es mucho mejor que la de cualquiera de sus predecesores”.
Chomsky recuerda que Biden siempre ha sido “un demócrata conservador, clintoniano”, pero ahora está bajo “una presión popular muy sustancial”. “El activismo popular, que lo ha estado presionando y presionando sobre cada tema, incluido el más importante: la destrucción del medio ambiente”, le ha forzado a adoptar estas políticas progresistas, en su opinión.
¿Cómo responder a la crisis ecosocial?
Respecto al movimiento por el decrecimiento, Chomsky cree que “hay algo de cierto” en sus ideas, pero a continuación afirma que “resolver la crisis climática requiere crecimiento” y una enorme cantidad de trabajo.
“Necesitamos los tipos correctos de crecimiento”, matiza. “Desarrollo de energías alternativas, reconstrucción de ciudades, transportes masivos eficientes…”. Al mismo tiempo, hay que abandonar “el crecimiento del consumo derrochador o los procesos agrícolas destructivos”.
Necesitamos los tipos correctos de crecimiento
En cuanto a los desarrollos tecnológicos que prometen reducir el nivel de carbono en la atmósfera, Chomsky, si bien se muestra prudente porque considera que no tiene un conocimiento suficiente de ese campo, señala que los expertos albergan dudas y que “estos avances, incluso si son factibles, incluso si son lo correcto, no sucederán en un plazo de tiempo relevante”, pues solo tenemos “una o dos décadas” de margen antes de que se pongan en marcha procesos “irreversibles” que irán deteriorando la situación de la humanidad.
“Es como la gente que dice en la izquierda que no vamos a resolver la crisis climática hasta que nos deshagamos del capitalismo”, continúa. “No existe ninguna posibilidad concebible de que se produzca el tipo de cambio social del que hablan en el plazo necesario para resolver este problema urgente”.
La automatización del trabajo
Cualquier trabajo aburrido, destructivo y peligroso debería automatizarse en la medida de lo posible
Chomsky celebra la automatización: “Cualquier trabajo aburrido, destructivo y peligroso debería automatizarse en la medida de lo posible. Eso libera a las personas para que puedan hacer un trabajo mejor, más creativo, más satisfactorio y seguro. Así que es algo bueno”. Sin embargo, advierte que la automatización puede implementarse de múltiples maneras en los centros de trabajo y que la clase dominante siempre escoge aquella que le permite “convertir a las personas en sujetos subordinados, no en agentes y actores independientes”.
El miedo a China en Estados Unidos
Chomsky desconfía de los discursos sobre la amenaza que supone el crecimiento de China. “Cuando todo el mundo dice lo mismo sobre algún tema complejo, lo que te debe venir a la mente es: espera un momento, no puede ser tan sencillo”, argumenta. “¿Cuál es la amenaza china?”, se pregunta.
Klein le plantea que China se está volviendo más autoritaria y cita como ejemplos la represión contra los uigures y el expansionismo en el mar de China Meridional. Según “el argumento que le han dado” en otras ocasiones al entrevistador, estos conflictos indican que un mundo dominado por China sería aterrador.
Cuando todo el mundo dice lo mismo sobre algún tema complejo, lo que te debe venir a la mente es: espera un momento, no puede ser tan sencillo
Sobre la represión a los uigures, Chomsky considera que “no debería estar sucediendo” y hay que denunciarlo, pero no cree que tenga sentido presentarlo como “una amenaza para nosotros” [los estadounidenses] y señala que “lamentablemente, no hay mucho que podamos hacer al respecto”. Sin embargo, recuerda que la situación de los palestinos en Gaza es “mucho peor” y que en ese caso Estados Unidos sí tiene capacidad para intervenir.
En cuanto al expansionismo en el mar de China Meridional, un área clave para el comercio mundial donde China mantiene conflictos con otros Estados por el control de una serie de islotes, Chomsky sí lo considera un problema geopolítico serio, que debe resolverse “mediante la diplomacia”.
Klein comenta que él, como estadounidense, prefiere un mundo dominado por los valores que expresan los gobiernos estadounidenses, plantea si no hay motivos para defender un mundo así. A esto, Chomsky responde que hay que preguntarse cuáles son los valores estadounidenses en realidad, más allá de la retórica. “¿Qué valores americanos hemos demostrado en América Latina? Crímenes y atrocidades horribles, esos son nuestros valores. Lo que acabo de mencionar en Gaza son nuestros valores”, zanja.
La posibilidad de una guerra nuclear
Chomsky, como siempre, es claro sobre la cuestión del conflicto nuclear: debe evitarse a toda costa. “No hay forma de librar una guerra nuclear con ningún adversario. (…) La destrucción sería tan enorme que ni siquiera querrías vivir en el mundo. El hecho de que estemos hablando siquiera de estas cosas es alucinante”.
Por ello, cree que la política de la administración Trump, que puso fin a una serie de acuerdos de no proliferación nuclear, como el IMF firmado por Reagan y Gorbachov, es propia de “personas que están locas”.
¿Qué se debería hacer? En su opinión, aceptar el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares propuesto por la Asamblea General de la ONU, que todos los países con armas nucleares rechazaron. Apoyar la prohibición “no es una posición extrema”, asegura Chomsky. “Ha sido defendido por personas como Henry Kissinger, George Shultz o el difunto secretario de Estado de Reagan, personas que han estado justo en el corazón del sistema de armas nucleares”. Otra opción, que no acabaría con el problema pero tendría “un peso simbólico”, es “establecer zonas libres de armas nucleares en el mundo”.
Estados Unidos: Estamos en camino hacia el neofascismo
Estamos en camino hacia el neofascismo
El filósofo y activista estadounidense Noam Chomsky considera que el neoliberalismo es el caldo de cultivo propicio para el nacimiento de extremismos que solo agudizan la desigualdad social en la que vive el mundo desde hace 50 años.
Las políticas neoliberales engloban una ideología económica que perjudica a las democracias y a la justicia social, aseguró el autor de ¿Quién domina el mundo? en una entrevista con la organización informativa Truthout.
Entrevistado en un contexto en el que la extrema derecha vuelve a ocupar escaños en los Congresos europeos y en el que Europa del Este vive turbulencias por el conflicto en Ucrania, Noam Chomsky reflexionó sobre las consecuencias que ha traído el entreguismo de los Gobiernos a los grandes corporativos, permitiendo así el surgimiento de pensamientos hegemónicos dignos del siglo pasado.
El filólogo y pensador también abundó en cómo las normativas del neoliberalismo han desatado una especie de fascismo “de la calle”, que es distinto al que surgió en el siglo XX en Italia con Mussolini o en Alemania con Hitler.
Durante el curso de la guerra de clases neoliberal, dice, hubo concentraciones no reportadas del poder privado con el fin de controlar los dominios político y económico.
“El resultado fue un sentido general de que el Gobierno no nos servía a nosotros, sino a alguien más. El sistema doctrinario, en gran parte en manos de los mismos que concentraban el poder privado, distraía la atención del poder laboral y abría la puerta a lo que dio en llamarse ‘teorías de conspiración’, normalmente fundadas en algunas partículas de evidencia: estaba la teoría del Gran Reemplazo, élites liberales, los judíos y otras mezcolanzas ya conocidas”, detalló Chomsky.
“Esto, a su vez, engendró el ‘fascismo de la calle’, que atrajo venenosas subcorrientes que nunca se han acabado y a las que recurren, con mucha facilidad, demagogos inescrupulosos. En el momento actual, la escala y el carácter de estos no es una amenaza pequeña para lo que prevalece como una democracia funcional, después de la paliza recibida en tiempos recientes”, apuntó Noam Chomsky.
El experto recordó que el neoliberalismo reinstauró la idea de que los dueños del dinero y del gran capital son los verdaderos arquitectos de las políticas pública y los aparatos de seguridad, diseñados para proteger intereses empresariales, no populares.
“Cada vez más, durante el curso de la guerra de clases neoliberal, hubo concentraciones no reportadas del poder privado con el fin de controlar los dominios político y económico”, comentó.
Fuente de la Información: https://kaosenlared.net/noam-chomsky-estamos-en-camino-hacia-el-neofascismo/
«Los intentos de poner la educación superior al servicio del sector privado toman formas casi cómicas»
«Los intentos de poner la educación superior al servicio del sector privado toman formas casi cómicas»
Entrevista a Noam Chomsky, filósofo y lingüista
A lo largo de la mayor parte del periodo moderno, desde la época conocida como la Ilustración, la educación fue ampliamente considerada como el activo más importante para la construcción de una sociedad decente.
Sin embargo, este valor parece haber caído en desgracia en el período contemporáneo, tal vez como un reflejo del dominio de la ideología neoliberal, creando en el proceso un contexto en el que la educación se ha reducido cada vez más al logro de habilidades profesionales y especializadas que atienden a las necesidades del mundo empresarial.
¿Cuál es el papel real de la educación y su vínculo con la democracia, con las relaciones humanas dignas y con una sociedad digna? ¿Qué define a una sociedad culta y decente? El lingüista, crítico social y activista de renombre mundial Noam Chomsky comparte sus puntos de vista sobre la educación y la cultura en esta entrevista exclusiva para Truthout.
Al menos desde la Ilustración, la educación ha sido vista como una de las pocas oportunidades para que la humanidad levante el velo de la ignorancia y cree un mundo mejor. ¿Cuáles son las conexiones reales entre la democracia y la educación? ¿O esos vínculos se basan principalmente en un mito, como argumentó Neil Postman en The End of Education?
No creo que haya una respuesta simple. El estado actual de la educación tiene elementos tanto positivos como negativos, en este sentido. Un público educado es sin duda un requisito previo para el funcionamiento de una democracia, donde “educado” significa no solo informado, sino capacitado para investigar libre y productivamente, el fin principal de la educación. Hacia ese objetivo a veces se avanza, otras veces se ponen obstáculos, en la práctica real, y cambiar el equilibrio en la dirección correcta es una tarea importante, una tarea de importancia inusual en los Estados Unidos, en parte debido a su poder único, en parte debido a las formas en lo que se diferencia de otras sociedades desarrolladas.
Es importante recordar que, aunque el país más rico del mundo durante mucho tiempo, hasta la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. era una especie de páramo cultural. Si uno quería estudiar ciencias avanzadas o matemáticas, o convertirse en escritor y artista, a menudo se sentía atraído por Europa.
Gran parte de lo que prevalece en el mundo actual es una educación impulsada por el mercado, que en realidad está destruyendo los valores públicos y socavando la cultura de la democracia con su énfasis en la competencia, la privatización y la obtención de ganancias. Como tal, ¿qué modelo de educación cree que es la mejor promesa para un mundo mejor y en paz?
En los primeros días del sistema educativo moderno, a veces se contraponían dos modelos. La educación podría concebirse como un recipiente en el que se vierte agua, un recipiente muy agujereado, como todos sabemos. O podría pensarse como un hilo, trazado por el instructor, a lo largo del cual los estudiantes avanzan a su manera, desarrollando sus capacidades para “indagar y crear”. Este es el modelo defendido por Wilhelm von Humboldt, el fundador del sistema universitario moderno.
Creo que las filosofías educativas de John Dewey, Paulo Freire y otros defensores de la pedagogía crítica y progresista pueden considerarse desarrollos adicionales de la concepción humboldtiana, que a menudo se implementa como algo natural en las universidades, porque es esencial para la enseñanza avanzada y la investigación, sobre todo en las ciencias. Un famoso físico del MIT era conocido por decirle a sus alumnos de primer año que no importa lo que estudien, importa lo que descubran.
Las mismas ideas se han desarrollado con bastante imaginación hasta el nivel de jardín de infancia, y son muy apropiadas en todo el sistema educativo y, por supuesto, no solo en las ciencias. Personalmente, tuve la suerte de haber estado en una escuela experimental deweyana hasta los 12 años, una experiencia muy gratificante, muy diferente de la escuela secundaria académica a la que asistí, que tendía hacia el modelo del agua en un recipiente, igual que los programas de “enseñar para el examen” que están más extendidos ahora mismo. Los alternativos son el tipo de modelos que se deben seguir si se quiere tener alguna esperanza de que una población verdaderamente educada, en todas las dimensiones del término, pueda enfrentar las cuestiones muy críticas que están ahora mismo en la agenda.
Lamentablemente, las tendencias educativas impulsadas por el mercado que usted menciona son muy reales y dañinas. Deberían, creo, ser consideradas como parte del ataque neoliberal general contra el público. El modelo empresarial busca la “eficiencia”, lo que significa imponer la “flexibilidad laboral” y lo que Alan Greenspan calificó de “creciente inseguridad de los trabajadores” cuando elogiaba la gran economía que dirigía (antes de que colapsara). Eso se traduce en medidas tales como socavar los compromisos a largo plazo con el profesorado y depender de mano de obra temporal barata y fácilmente explotable (adjuntos, estudiantes de posgrado). Las consecuencias son perjudiciales para la fuerza laboral, los estudiantes, la investigación y la indagación, de hecho, todos los objetivos que la educación superior debe tratar de lograr.
A veces, tales intentos de empujar el sistema de educación superior hacia el servicio al sector privado toman formas que son casi cómicas. En el estado de Wisconsin, por ejemplo, el gobernador Scott Walker y otros reaccionarios han estado intentando socavar lo que alguna vez fue la gran Universidad de Wisconsin, transformándola en una institución que satisfaga las necesidades de la comunidad empresarial del estado, al mismo tiempo que recorta el presupuesto y genera una mayor dependencia del personal temporal (“flexibilidad”). En un momento dado, el gobierno estatal incluso quiso cambiar la misión tradicional de la universidad, eliminando el compromiso de “buscar la verdad”, una pérdida de tiempo para una institución que produce personas útiles para las empresas de Wisconsin. Eso fue tan escandaloso que llegó a los periódicos, y tuvieron que afirmar que fue un error administrativo y retirarlo.
Sin embargo, es ilustrativo de lo que está sucediendo, no solo en los Estados Unidos sino también en muchos otros lugares. Al comentar sobre estos desarrollos en el Reino Unido, Stefan Collini concluyó de manera muy plausible que el gobierno Tory está intentando convertir universidades de primera clase en instituciones comerciales de tercera clase. Así, por ejemplo, el Departamento de Clásicos de Oxford tendrá que demostrar que puede venderse en el mercado. Si no hay demanda en el mercado, ¿por qué la gente debería estudiar e investigar la literatura griega clásica? Esa es la máxima vulgarización a la que hemos llegado, que puede resultar de imponer los principios capitalistas de estado de las clases empresariales a toda la sociedad.
¿Qué se necesita hacer para proporcionar un sistema de educación superior gratuita en los Estados Unidos y, por extensión, desviar fondos del complejo militar-industrial y del complejo penitenciario-industrial hacia la educación? ¿Requeriría esto una crisis de identidad nacional por parte de una nación históricamente expansionista, intervencionista y racista?
No siento que el problema sea tan profundo. Estados Unidos no fue menos expansionista, intervencionista y racista en años anteriores, pero sin embargo estuvo a la vanguardia del desarrollo de la educación pública masiva. Y aunque los motivos eran a veces cínicos (convertir a los agricultores independientes en engranajes de la industria de producción en masa, algo que lamentaban amargamente), hubo muchos aspectos positivos en estos desarrollos. En años más recientes, la educación superior era prácticamente gratuita. Después de la Segunda Guerra Mundial, el proyecto de ley GI proporcionó matrícula e incluso subsidios a millones de personas que probablemente nunca habrían ido a la universidad, lo que fue muy beneficioso para ellos y contribuyó al gran período de crecimiento de la posguerra. Incluso las universidades privadas tenían tarifas muy bajas para los estándares contemporáneos. Y el país entonces era mucho más pobre de lo que es hoy. En otros lugares, la educación superior es gratuita o casi gratuita. En países ricos como Alemania (el país más respetado del mundo según las encuestas) y Finlandia (que constantemente ocupa un lugar destacado en el rendimiento) y países mucho más pobres como México, que tiene un sistema de educación superior de alta calidad. La educación superior gratuita podría instituirse sin mayores dificultades económicas o culturales, al parecer. Lo mismo ocurre con un sistema de salud pública racional como el de países comparables.
Durante la era industrial, muchas personas de clase trabajadora en todo el mundo capitalista se sumergieron en el estudio de la política, la historia y la economía política a través de un proceso de educación informal como parte de su esfuerzo por comprender y cambiar el mundo a través de la lucha de clases. Hoy en día, la situación se ve muy diferente, con gran parte de la población de la clase trabajadora abrazando el consumismo vacío y la indiferencia política, o peor aún, apoyando con bastante frecuencia a partidos políticos y candidatos que de hecho son partidarios acérrimos del capitalismo corporativo y financiero y promueven un movimiento contra la agenda de la clase obrera. ¿Cómo explicamos este cambio radical en la conciencia de la clase trabajadora?
El cambio es tan claro como lamentable. Con bastante frecuencia, estos esfuerzos se basaron en sindicatos y otras organizaciones de la clase trabajadora, con participación de intelectuales en partidos de izquierda, todas víctimas de la represión y la propaganda de la Guerra Fría y del amargo conflicto de clases librado por las clases empresariales contra la organización obrera y popular, que aumentó particularmente durante el período neoliberal.
Vale la pena recordar los primeros años de la revolución industrial. La cultura obrera de la época estaba viva y floreciente. Hay un gran libro sobre el tema de Jonathan Rose, llamado The Intellectual Life of the British Working Class. Es un estudio monumental de los hábitos de lectura de la clase trabajadora de la época. Contrasta “la búsqueda apasionada del conocimiento por parte de los autodidactas proletarios” con el “filisteísmo generalizado de la aristocracia británica”. Más o menos lo mismo sucedía en las nuevas ciudades de clase trabajadora de los Estados Unidos, como el este de Massachusetts, donde un herrero irlandés podía contratar a un niño para que le leyera los clásicos mientras trabajaba. Las chicas de la fábrica estaban leyendo la mejor literatura contemporánea del momento, lo que estudiamos como clásicos. Condenaron al sistema industrial por privarlos de su libertad y cultura. Esto continuó durante mucho tiempo.
Soy lo bastante viejo para recordar la atmósfera de la década de 1930. Una gran parte de mi familia provenía de la clase trabajadora desempleada. Muchos apenas habían ido a la escuela. Pero participaban de la alta cultura de la época. Hablarían de las últimas obras de teatro, conciertos del Cuarteto de Cuerdas de Budapest, diferentes variedades de psicoanálisis y todos los movimientos políticos imaginables. También había un sistema de educación obrera muy activo en el que estaban directamente involucrados destacados científicos y matemáticos. Mucho de esto se ha perdido… pero se puede recuperar, no se ha perdido para siempre.
Fuente de la Información: https://rebelion.org/los-intentos-de-poner-la-educacion-superior-al-servicio-del-sector-privado-toman-formas-casi-comicas/
«Centrémonos en impedir la guerra nuclear en lugar de debatir sobre la ‘guerra justa’»
Los líderes de la OTAN anunciaron el miércoles que la alianza planea reforzar su frente oriental con el despliegue de muchas más tropas –incluidas miles de tropas estadounidenses– en países como Bulgaria, Hungría, Polonia y Eslovaquia, y el envío de “equipos para ayudar a Ucrania a defenderse de las amenazas químicas, biológicas, radiológicas y nucleares”. Y aunque la propia alianza de la OTAN no está suministrando directamente armas a Ucrania, muchos de sus Estados miembros sí están enviando armas entre las que se incluyen misiles, cohetes, ametralladoras, etc.
Con toda probabilidad, el 24 de febrero, cuando ordenó una invasión en el país vecino tras un largo y masivo despliegue militar en la frontera, el presidente ruso Vladímir Putin creyó que su ejército tomaría Ucrania en cuestión de días.
Sin embargo, un mes más tarde, la guerra continúa y varias ciudades ucranianas han sido devastadas por los ataques aéreos rusos. Las conversaciones de paz se han estancado y no está claro si Putin sigue queriendo derrocar al gobierno o si, por el contrario, pretende ahora una Ucrania “neutral”.
En la siguiente entrevista, Noam Chomsky, académico de renombre mundial y principal voz disidente, comparte sus pensamientos y percepciones sobre las opciones disponibles para poner fin a la guerra en Ucrania, y reflexiona sobre la idea de la guerra “justa” y sobre si la guerra en Ucrania podría provocar la caída del régimen de Putin.
Noam, ya llevamos un mes de guerra en Ucrania y las conversaciones de paz se han estancado. De hecho, Putin está intensificando la violencia mientras Occidente aumenta la ayuda militar a Ucrania. En una entrevista anterior, usted comparó la invasión rusa de Ucrania con la invasión nazi de Polonia. ¿Así, la estrategia de Putin es la misma que la de Hitler? ¿Quiere ocupar toda Ucrania? ¿Intenta reconstruir el imperio ruso? ¿Por eso se han estancado las negociaciones de paz?
Hay muy poca información creíble sobre las negociaciones. Algunas de las informaciones que se filtran no parecen muy optimistas. Hay buenas razones para suponer que si Estados Unidos aceptara participar seriamente, con un programa constructivo, aumentarían las posibilidades de poner fin al horror.
El que sería un programa constructivo, al menos en líneas generales, no es ningún secreto. El elemento principal es el compromiso de neutralidad de Ucrania: no pertenecer a una alianza militar hostil, no acoger armas que apunten a Rusia (incluso las que llevan el engañoso nombre de “defensivas”), no realizar maniobras militares con fuerzas militares hostiles.
No se trata de nada nuevo en el ámbito internacional, incluso aunque no se reconozca de forma oficial. Todo el mundo entiende que México no puede unirse a una alianza militar dirigida por China, colocar armas chinas apuntando a Estados Unidos y realizar maniobras militares con el Ejército Popular de Liberación.
En resumen, un programa constructivo sería todo lo contrario a la Declaración Conjunta sobre la Asociación Estratégica entre Estados Unidos y Ucrania firmada por la Casa Blanca el 1 de septiembre de 2021. Este documento, que recibió poca atención, declaró enérgicamente que la puerta para que Ucrania ingrese en la OTAN (la Organización del Tratado del Atlántico Norte) está abierta de par en par. También “concluía un Marco Estratégico de Defensa que crea una base para la mejora de la cooperación estratégica en materia de defensa y seguridad entre Estados Unidos y Ucrania”, lo cual proporciona a Ucrania armas avanzadas antitanque y de otro tipo, junto con un “sólido programa de entrenamiento y maniobras acorde con el estatus de Ucrania como Socio de Oportunidades Mejoradas de la OTAN”.
Todo el mundo entiende que México no puede unirse a una alianza militar dirigida por China, colocar armas chinas apuntando a Estados Unidos y realizar maniobras militares con el Ejército Popular de Liberación
La declaración fue otra maniobra para provocar a la bestia. Se trata de otra aportación a un proceso que la OTAN (es decir, Washington) ha estado perfeccionando desde que, en 1998, Bill Clinton violara el firme compromiso que hizo George H.W. Bush de no ampliar la OTAN hacia el Este, una decisión que suscitó serias advertencias por parte de diplomáticos de alto nivel como George Kennan, Henry Kissinger, Jack Matlock, (el actual director de la CIA) William Burns, y muchos otros, y por la que el secretario de Defensa William Perry estuvo a punto de dimitir en señal de protesta, junto con una larga lista de personas que sabían muy bien lo que hacían. A esto hay que añadirle, por supuesto, las acciones agresivas que atacaban directamente los intereses de Rusia (Serbia, Irak, Libia y crímenes menores), llevadas a cabo de modo que maximizaran la humillación.
No es difícil sospechar que la declaración conjunta fue un factor que provocó que Putin, y el reducido círculo de “hombres duros” que le rodean, decidieran aumentar su movilización anual de fuerzas en la frontera ucraniana en un esfuerzo por atraer la atención respecto a sus preocupaciones en materia de seguridad, en este caso con la agresión criminal directa, que, de hecho, podemos comparar con la invasión nazi de Polonia (junto con Stalin).
La neutralización de Ucrania es el elemento principal de un programa constructivo, pero hay más. Se debería intentar avanzar hacia algún tipo de acuerdo federal para Ucrania que implique un grado de autonomía para la región del Donbás, de acuerdo con las líneas generales de lo que queda de Minsk II. Una vez más, esto no sería nada nuevo en el ámbito internacional. No hay dos casos idénticos y ningún ejemplo real se acerca lo más mínimo a la perfección, pero existen estructuras federales en Suiza y Bélgica, entre otros casos, e incluso en Estados Unidos hasta cierto punto. Los esfuerzos diplomáticos serios podrían encontrar una solución a este problema o al menos contener las llamas.
Y las llamas son reales. Se calcula que, en esta región, desde 2014, unas 15.000 personas han muerto en el conflicto.
Eso nos deja con Crimea. Respecto a Crimea, Occidente tiene dos opciones. Una es reconocer que, de momento, la anexión rusa es sencillamente un hecho, que sería irreversible sin acciones que destruirían Ucrania y posiblemente mucho más. La otra es ignorar las muy probables consecuencias y hacer gestos heroicos sobre cómo Estados Unidos “nunca reconocerá la supuesta anexión de Crimea por parte de Rusia”, como proclama la declaración conjunta, acompañados de numerosas declaraciones elocuentes de personas que están dispuestas a condenar a Ucrania a una catástrofe total mientras pregonan su valentía.
Nos guste o no, esas son las opciones.
¿Quiere Putin “ocupar toda Ucrania y reconstruir el imperio ruso”? Sus objetivos anunciados (principalmente la neutralización) difieren bastante, incluida su declaración de que sería una locura intentar reconstruir la antigua Unión Soviética, pero puede que haya tenido algo así en mente. Si es así, es difícil imaginar lo que él y su círculo siguen haciendo. Para Rusia, ocupar Ucrania haría que su experiencia en Afganistán parezca un picnic en el parque. A estas alturas eso está muy claro.
Putin tiene la capacidad militar –y a juzgar por Chechenia y otras correrías, la capacidad moral– para dejar a Ucrania en ruinas. Eso significaría el fin de la ocupación, el fin del imperio ruso y el fin de Putin.
Nuestra atención se centra, como es lógico, en el incremento de los horrores provo cados por la invasión de Ucrania por parte de Putin. Sin embargo, sería un error olvidar que la declaración conjunta tan solo es uno de los deleites que las mentes imperialistas están conjurando en silencio.
Putin tiene la capacidad militar para dejar a Ucrania en ruinas. Eso significaría el fin de la ocupación, el fin del imperio ruso y el fin de Putin
Hace unas semanas hablamos de la Ley de Autorización de la Defensa Nacional del presidente Biden, tan poco conocida como la declaración conjunta. Este brillante documento –citando de nuevo a Michael Klare– aboga por “una cadena ininterrumpida de Estados centinela armados por Estados Unidos –que se extiende desde Japón y Corea del Sur en el norte del Pacífico hasta Australia, Filipinas, Tailandia y Singapur en el sur y la India en el flanco oriental de China–”, con la intención de rodear a China, incluyendo a Taiwán, “de un modo bastante ominoso”.
Podríamos preguntarnos cómo se siente China ante el hecho de que, según se informa, el comando indopacífico de Estados Unidos está planeando reforzar el cerco, duplicando su gasto en el año fiscal 2022, en parte para desarrollar “una red de misiles de ataque de precisión a lo largo de la llamada primera cadena de islas”.
Es para defenderse, por supuesto, de modo que los chinos no tienen por qué preocuparse.
Hay pocas dudas de que la agresión de Putin contra Ucrania incumple la teoría de la guerra justa, y que la OTAN también es moralmente responsable de la crisis. Pero ¿qué pasa con el hecho de que Ucrania arme a los civiles para que luchen contra los invasores? ¿No está moralmente justificado por los mismos motivos que la resistencia contra los nazis?
La teoría de la guerra justa, lamentablemente, tiene tanta relevancia en el mundo real como la “intervención humanitaria”, la “responsabilidad de proteger” o la “defensa de la democracia”.
A primera vista, parece una obviedad que un pueblo en armas tiene derecho a defenderse de un agresor brutal. Pero como siempre en este triste mundo, cuando se piensa un poco en ello, surgen preguntas.
Por ejemplo, la resistencia contra los nazis. Difícilmente podría haber habido una causa más noble.
Uno puede ciertamente entender y simpatizar con los motivos de Herschel Grynszpan cuando asesinó a un diplomático alemán en 1938; o con los partisanos entrenados por los británicos que mataron al asesino nazi Reinhard Heydrich en mayo de 1942. Y uno puede admirar su coraje y pasión por la justicia, sin reservas.
Sin embargo, ahí no acaba la cosa. El primero sirvió de pretexto de los nazis para las atrocidades de la Kristallnacht e impulsó aún más el plan nazi para lograr sus espantosos resultados. El segundo dio lugar a las impactantes masacres de Lidice.
Los hechos tienen consecuencias. Los inocentes sufren, quizá terriblemente. Las personas con valores morales no pueden esquivar estas cuestiones. Es inevitable que surjan preguntas cuando consideramos armar a quienes se resisten valientemente a la agresión asesina.
Eso es lo de menos. En el caso actual, también tenemos que preguntarnos qué riesgos estamos dispuestos a asumir de una guerra nuclear, que no solo supondrá el fin de Ucrania sino mucho más, hasta lo verdaderamente impensable.
No es alentador que más de un tercio de los estadounidenses esté a favor de “emprender acciones militares [en Ucrania] aunque se corra el riesgo de iniciar un conflicto nuclear con Rusia”, tal vez inspirados por comentaristas y líderes políticos que deberían pensárselo dos veces antes de imitar a Winston Churchill.
Quizá exista el modo de proporcionar las armas necesarias a los defensores de Ucrania para repeler a los agresores y al mismo tiempo evitar las graves consecuencias. Pero no debemos engañarnos creyendo que se trata de un asunto sencillo, que se resuelve con declaraciones audaces
¿Prevé usted una evolución política dramática dentro de Rusia si la guerra dura mucho más tiempo o si los ucranianos resisten incluso después de que hayan terminado las batallas oficiales? Al fin y al cabo, la economía rusa ya está asediada y podría acabar con un colapso económico sin parangón en la historia reciente.
No sé lo suficiente sobre Rusia ni siquiera para aventurar una respuesta. Una persona que sí sabe lo suficiente al menos para “especular” –y solo eso, como él mismo nos recuerda– es Anatol Lieven, cuyas apreciaciones han sido una guía muy útil en todo momento. Considera muy poco probable que ocurran “acontecimientos políticos dramáticos” debido a la naturaleza de la dura cleptocracia que Putin ha construido cuidadosamente. Entre las conjeturas más optimistas, “el escenario más probable”, escribe Lieven, “es una especie de semigolpe, la mayor parte del cual nunca se hará público, por el que Putin y sus colaboradores inmediatos dimitirán ‘voluntariamente’ a cambio de que se garantice su inmunidad personal frente a la detención y la riqueza de su familia. Quién sería el sucesor del presidente en estas circunstancias es un interrogante que queda totalmente abierto”.
Y no es necesariamente un interrogante fácil de digerir.
Texto original: https://truthout.org/articles/chomsky-lets-focus-on-preventing-nuclear-war-rather-than-debating-just-war/
Traducción: Paloma Farré
Fuente: https://ctxt.es/es/20220301/Politica/39205/chomsky-ucrania-rusia-putin-guerra.htm
Así se adoctrina a los jóvenes según Noam Chomsky
El filósofo y activista explicó como en momentos de cambio se puede lograr la atención de los jóvenes.
La educación pública está siendo atacada en todo el mundo y, en respuesta, recientemente se han llevado a cabo protestas estudiantiles en Gran Bretaña, Canadá, Chile, Taiwán y otros lugares.
California también es un campo de batalla. Los Angeles Times informa sobre otro capítulo de la campaña para destruir lo que había sido el mejor sistema de educación superior pública del mundo: «Los funcionarios de la Universidad Estatal de California anunciaron planes para congelar las inscripciones en la mayoría de los campus».
Se está llevando a cabo una eliminación de fondos similar en todo el país. «En la mayoría de los estados», informa The New York Times, «ahora son los pagos de matrícula, no las asignaciones estatales, los que cubren la mayor parte del presupuesto», de modo que «la era de las universidades públicas asequibles de cuatro años, fuertemente subvencionadas por el estado, puede haber terminado».
“Ha habido un cambio de la creencia de que nosotros, como nación, nos beneficiamos de la educación superior, a la creencia de que son las personas que reciben la educación las que se benefician principalmente y, por lo tanto, deben pagar la factura”, concluye Ronald G. Ehrenberg, fideicomisario de el sistema de la Universidad Estatal de Nueva York y director del Instituto de Investigación de Educación Superior de Cornell.
La educación pública masiva es uno de los grandes logros de la sociedad estadounidense. Ha tenido muchas dimensiones. Uno de los objetivos era preparar a los agricultores independientes para la vida como trabajadores asalariados que tolerarían lo que consideraban una virtual esclavitud.
El elemento coercitivo no pasó sin previo aviso. Ralph Waldo Emerson observó que los líderes políticos piden educación popular porque temen que «este país se esté llenando de miles y millones de votantes y hay que educarlos para mantenerlos alejados de nuestras gargantas». Pero educados de la manera correcta: limite sus perspectivas y comprensión, desaliente el pensamiento libre e independiente y capacítelos para la obediencia.
La “vil máxima” y su implementación han provocado regularmente resistencia, que a su vez evoca los mismos temores entre la élite. Hace cuarenta años existía una profunda preocupación porque la población se estaba liberando de la apatía y la obediencia.
Desde entonces, se han tomado muchas medidas para restaurar la disciplina. Una es la cruzada por la privatización: poner el control en manos fiables.
Otro son los fuertes aumentos en la matrícula, casi un 600 por ciento desde 1980. Estos producen un sistema de educación superior con «mucha más estratificación económica que en cualquier otro país», según Jane Wellman, exdirectora del Proyecto Delta Cost, que monitorea estos asuntos. Los aumentos de la matrícula hacen que los estudiantes se endeuden a largo plazo y, por lo tanto, se subordinen al poder privado.
Las justificaciones se ofrecen por motivos económicos, pero son singularmente poco convincentes. En países de ricos a pobres, incluido México vecino, la matrícula sigue siendo gratuita o nominal. Eso también fue cierto en los propios Estados Unidos cuando era un país mucho más pobre después de la Segunda Guerra Mundial y un gran número de estudiantes pudieron ingresar a la universidad bajo el proyecto de ley GI, un factor de crecimiento económico excepcionalmente alto, incluso dejando de lado la importancia de mejorar la vida.
Otro dispositivo es la corporativización de las universidades. Eso ha llevado a un aumento dramático en los niveles de administración, a menudo profesionales en lugar de extraídos de la facultad como antes; ya la imposición de una cultura empresarial de «eficiencia», una noción ideológica, no solo económica.
Un ejemplo es la decisión de las universidades estatales de eliminar los programas de enfermería, ingeniería e informática, porque son costosos y resultan ser las profesiones donde hay escasez de mano de obra, como informa The New York Times. La decisión daña a la sociedad pero se ajusta a la ideología empresarial de la ganancia a corto plazo sin tener en cuenta las consecuencias humanas, de acuerdo con la vil máxima.
Algunos de los efectos más insidiosos se encuentran en la enseñanza y el seguimiento. El ideal de educación de la Ilustración fue capturado en la imagen de la educación como un hilo que los estudiantes siguen a su manera, desarrollando su creatividad e independencia mental.
La alternativa, que debe ser rechazada, es la imagen de verter agua en un recipiente, y uno muy goteante, como todos sabemos por experiencia. Este último enfoque incluye la enseñanza para probar y otros mecanismos que destruyen el interés de los estudiantes y buscan encajarlos en un molde, fácilmente controlables.
Fuente: https://www.agenciapi.co/noticia/academia/asi-se-adoctrina-los-jovenes-segun-noam-chomsky
Noam Chomsky: «Nos encontramos en un período de extinciones masivas»
Para el lingüista, filósofo y politólogo estadounidense, la clave reside en la movilización popular y constante. “El activismo puede llegar a ser muy influyente», sostiene.
La inminencia de la extinción es uno de los ejes centrales que aglutina al activismo del siglo XXI. Los niveles de carbono en la atmósfera, más elevados que en cualquier punto anterior de la historia humana, aumentaron con celeridad hasta más de cuatrocientas partes por millón, muy por encima de las trescientas cincuenta partes por millón hasta las que se considera que el nivel es seguro. La destrucción de la vida en la Tierra no es un relato apocalíptico, producto de la desmesurada imaginación medioambientalista o de un grupúsculo perturbado de la comunidad científica. “Cada año, cerca de treinta millones y medio de personas se ven obligadas a desplazarse por causas de desastres naturales como inundaciones y tormentas; se trata de una de las consecuencias vaticinadas del calentamiento global y significa casi una persona por segundo, es decir muchísimas más de las que huyen por causa de la guerra y el terrorismo. A medida que los glaciares se derritan y el nivel del mar aumente, algo que hará peligrar los suministros de agua de un vasto número de personas, estas cifras seguirán aumentando”, advierte Noam Chomsky, lingüista, filósofo y politólogo estadounidense, uno de los activistas más influyentes del mundo, en Cooperación o extinción (Ediciones B).
El libro –que se puede leer junto a En llamas de Naomi Klein—despliega una recopilación de textos que surgieron a partir del “Encuentro con Chomsky”, celebrado en Boston a mediados de octubre de 2016, en el exterior de la histórica iglesia de Old South, donde se congregó una multitud de jóvenes que se extendió a lo largo de dos manzanas. La charla de aquella tarde tenía el título de “Internacionalismo o extinción”. El cuerpo principal del libro lo constituye el discurso original del autor de Hegemonía o supervivencia, Estados fallidos y ¿Quién domina al mundo? Entre los materiales se incluye la transcripción de una conversación en el mismo encuentro con Wallace Shawn, un activista comprometido, más conocido como dramaturgo y actor; y las preguntas que formularon los que asistieron al encuentro con las respuestas de Chomsky. Además de la emergencia climática, los otros dos temas fundamentales fueron la amenaza nuclear y el peligro que entraña el debilitamiento del sistema democrático en todo el mundo.
Chomsky, que nació en Filadelfia el 7 de diciembre de 1928, adquirió su primera conciencia política estimulado por las lecturas en las librerías de los anarquistas españoles exiliados en Nueva York. Tenía once años cuando publicó su primer artículo sobre la caída de Barcelona y la expansión del fascismo en Europa. Su activismo político arrancó con la movilización contra la guerra de Vietnam. Si entonces llamó la atención, fue porque como profesor de lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), él pertenecía a una universidad que investigó bombas inteligentes y técnicas de contrainsurgencia para la guerra de Vietnam.
Para Chomsky extinción e internacionalismo están asociados en “un funesto abrazo” desde una fecha precisa: 6 de agosto de 1945, cuando el presidente de Estados Unidos ordenó los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. A partir de aquel fatídico día la humanidad entró en una nueva era: la era atómica. “Lo que no se percibió entonces es que surgía una nueva época geológica que hoy conocemos con el nombre de Antropoceno, la cual viene definida por un nivel extremo de impacto humano sobre el entorno”, explica el lingüista estadounidense y agrega que la era atómica y el Antropoceno constituyen una amenaza dual para la perpetuación de la vida humana organizada. “Está ampliamente reconocido que nos encontramos en un sexto período de extinciones masivas; el quinto, hace sesenta y seis millones de años, se atribuye por lo general al impacto de un gigantesco asteroide contra la superficie de la Tierra, lo que supuso el final del 75 por ciento de las especies del planeta. Este acontecimiento puso fin a la era de los dinosaurios y allanó el camino al apogeo de los pequeños mamíferos y, en última instancia, de los humanos, hace unos doscientos mil años”.
Hace tiempo que la capacidad de los seres humanos para destruirse unos a otros a escala masiva está fuera de duda. El Anthropocene Working Group confirma que las emisiones a la atmósfera de CO2 (dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero de origen humano) están aumentando a la tasa más elevada existente en sesenta y seis millones de años. Aunque Chomsky no se detiene a analizar cada uno de los datos disponibles, pone el foco en algunos aspectos alarmantes. “El deshielo de los glaciares del Himalaya podría acabar con las reservas de agua de toda Asia Meridional, es decir, de varios millones de personas. Solo en Bangladesh se espera que en las próximas décadas emigren decenas de millones por la única razón del aumento del nivel del mar, debido a que se trata de una planicie litoral costera. Será una crisis de refugiados que hará insignificantes las cotas actuales, y se trata nada más que del comienzo”, aclara el lingüista estadounidense y recuerda que los Acuerdos de París, alcanzados en la COP 21, en 2015, supusieron un desarrollo a los esfuerzos internacionales por evitar la catástrofe. Debería haber entrado en vigencia en octubre de 2016, pero la mayoría republicana en el congreso, conocida por su sistemático negacionismo, no estuvo dispuesta a aceptar ningún compromiso vinculante.
Entonces acabó saliendo un acuerdo voluntario que Chomsky califica como “mucho más flojo” por el cual se llegó a una resolución para reducir de forma gradual el uso de hidrofluorocarburos (HFC), gases de efecto invernadero supercontaminantes. El Partido Republicano es la organización “más peligrosa en toda la historia de la humanidad” para el lingüista estadounidense. La envergadura de la ceguera es tan preocupante que Chomsky elige un fragmento para estimular el debate y a la vez sorprender: “No puedo imaginar límites a la osada depravación de los tiempos que corren, en tanto los agentes del mercado se erigen en guardia pretoriana del Gobierno, en su herramienta y en su tirano a la misma vez, sobornándolo con liberalidad e intimándolo con sus estrategias de opciones y exigencias”. Esta cita la pronunció James Madison en 1791, varios años antes de convertirse en el cuarto presidente de Estados Unidos (1809-1817).
No se puede esperar que las soluciones lleguen de los sistemas de poder organizados, estatales o privados. Para Chomsky la clave reside en la movilización popular y un activismo constante. “El activismo popular puede llegar a ser muy influyente, lo hemos visto una y otra vez; el compromiso de los activistas desde hace cuarenta años ha puesto los problemas medioambientales en la agenda política, quizá no lo suficiente pero, con todo, de forma crucial y significativa”, reconoce Chomsky en una parte de Cooperación o extinción. Claro que del dicho al hecho hay un largo trecho. El propio autor revela cómo a pesar del cambio drástico en el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial una gran parte de la población se mantuvo como antes: tradicional en lo cultural y premoderna en muchos sentidos. “Para el 40 por ciento de los ciudadanos estadounidenses, el trascendental problema de la supervivencia de la especie no es demasiado relevante, ya que Cristo va a regresar entre nosotros en un par de décadas, de manera que todo quedará resuelto. Insisto; hablamos de un 40 por ciento”, resalta Chomsky para no perder de vista la importancia que tiene la religión en una porción significativa de la ciudadanía estadounidense.
Chomsky comenta un libro de Arlie Hobschild (Strangers in Their Own Land), una socióloga que se fue a vivir a un área pauperizada de Luisiana durante seis años para estudiar a los habitantes desde dentro. Se trata de la zona profunda pro-Trump del país. “Los productos químicos y otros elementos contaminantes derivados de la industria petroquímica están causándoles graves daños, pero se oponen por completo a la Agencia de Protección Medioambiental (…) Ven a la Agencia como un grupo de gente de ciudad con un doctorado, que va hasta allí y les dice cosas como que no pueden pescar, pero que a la industria petroquímica ni le chistan. Así que, ¿Qué utilidad tiene? No les gusta que les quiten el trabajo y les digan con su acento culto lo que pueden y no pueden hacer, mientras que ellos se ven asediados por toda la situación”, plantea Chomsky como ejemplo para que los activistas conozcan las profundas razones y reticencias que tendrán que vencer. En el reto sin precedentes por la supervivencia de la civilización no hay tiempo que perder.
Fuente: https://rebelion.org/noam-chomsky-nos-encontramos-en-un-periodo-de-extinciones-masivas/