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El estado de vigilancia en los países libres

Por: Noam Chomsky

En los últimos tiempos, hemos aprendido mucho sobre la naturaleza del poder del Estado y las fuerzas que impulsan sus políticas, además de aprender sobre un asunto estrechamente vinculado: el sutil y diferenciado concepto de la transparencia.

La fuente de la instrucción, por supuesto, es el conjunto de documentos referidos al sistema de vigilancia de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés) dados a conocer por el valeroso luchador por la libertad, el señor Edward J. Snowden, resumidos y analizados de gran forma por su colaborador Glenn Greenwald en su nuevo libro No Place to Hide (Sin lugar donde esconderse).

Los documentos revelan un notable proyecto destinado a exponer a la vigilancia del Estado información vital acerca de toda persona que tenga la mala suerte de caer en las garras del gigante, que viene a ser, en principio, toda persona vinculada con la moderna sociedad digital.

Nada tan ambicioso fue jamás imaginado por los profetas distópicos que describieron escalofriantes sociedades totalitarias que nos esperaban.

No es un detalle menor el hecho que el proyecto sea ejecutado en uno de los países más libres del planeta y en radical violación de la Carta de Derechos de la Constitución de Estados Unidos, que protege a los ciudadanos de persecuciones y capturas sin motivo y garantiza la privacidad de sus individuos, de sus hogares, sus documentos y pertenencias.

Por mucho que los abogados del gobierno lo intenten, no hay forma de reconciliar estos principios con el asalto a la población que revelan los documentos de Snowden.

También vale la pena recordar que la defensa de los derechos fundamentales a la privacidad contribuyó a provocar la revolución de independencia de esta nación. En el siglo XVIII el tirano era el gobierno británico, que se arrogaba el derecho de inmiscuirse en el hogar y en la vida de los colonos de estas tierras. Hoy, es el propio gobierno de los propios ciudadanos estadounidenses el que se arroga este derecho.

Todavía hoy Gran Bretaña mantiene la misma postura que provocó la rebelión de los colonos, aunque a una escala menor, pues el centro del poder se ha desplazado en los asuntos internacionales. Según The Guardian y a partir de documentos suministrados por Snowden, el gobierno británico ha solicitado a la NSA analizar y retener todos los números de faxes y teléfonos celulares, mensajes de correo electrónico y direcciones IP de ciudadanos británicos que capture su red.

Sin duda los ciudadanos británicos (como otros clientes internacionales) deben estar encantados de saber que la NSA recibe o intercepta de manera rutinaria routers, servidores y otros dispositivos computacionales exportados desde Estados Unidos para poder implantar instrumentos de espionaje en sus máquinas, tal como lo informa Greenwald en su libro.

Al tiempo que el gigante satisface su curiosidad, cada cosa que cualquiera de nosotros escribe en un teclado de computadora podría estar siendo enviado en este mismo momento a las cada vez más enormes bases de datos del ex-presidente Obama en Utah.

Por otra parte y valiéndose de otros recursos, el constitucionalista de la Casa Blanca parece decidido a demoler los fundamentos de nuestras libertades civiles, haciendo que el principio básico de presunción de inocencia, que se remonta a la Carta Magna de hace 800 años, ha sido echado al olvido desde hace mucho tiempo.

Pero esa no es la única violación a los principios éticos y legales básicos. Recientemente, el The New York Times informó sobre la angustia de un juez federal que tenía que decidir si permitía o no que alimentaran por la fuerza a un prisionero español en huelga de hambre, el que protestaba de esa forma contra su encarcelamiento. No se expresó angustia alguna sobre el hecho de que ese hombre lleva doce años preso en Guantánamo sin haber sido juzgado jamás, otra de las muchas víctimas del líder del mundo libre, quien reivindica el derecho de mantener prisioneros sin cargos y someterlos a torturas.

Estas revelaciones nos inducen a indagar más a fondo en la política del Estado y en los factores que lo impulsan. La versión habitual que recibimos es que el objetivo primario de dichas políticas es la seguridad y la defensa contra nuestros enemigos.

Esa doctrina nos obliga a formularnos algunas preguntas: ¿la seguridad de quién y la defensa contra qué enemigos? Las respuestas ya han sido remarcadas, de forma dramática, por las revelaciones de Snowden.

Las actuales políticas están pensadas para proteger la autoridad estatal y los poderes nacionales concentrados en unos pocos grupos, defendiéndolos contra un enemigo muy temido: su propia población, que, claro, puede convertirse en un gran peligro si no se controla debidamente.

Desde hace tiempo se sabe que poseer información sobre un enemigo es esencial para controlarlo. Obama tiene una serie de distinguidos predecesores en esta práctica, aunque sus propias contribuciones han llegado a niveles sin precedentes, como hoy sabemos gracias al trabajo de Snowden, Greenwald y algunos otros.

Para defenderse del enemigo interno, el poder del Estado y el poder concentrado de los grandes negocios privados, esas dos entidades deben mantenerse ocultas. Por el contrario, el enemigo debe estar completamente expuesto a la vigilancia de la autoridad del Estado.

Este principio fue lúcidamente explicado años atrás por el intelectual y especialista en políticas, el profesor Samuel P. Huntington, quien nos enseñó que el poder se mantiene fuerte cuando permanece en la sombra; expuesto a la luz, comienza a evaporarse.

El mismo Huntington lo ilustró de una forma explícita. Según él, “es posible que tengamos que vender [intervención directa o alguna otra forma de acción militar] de tal forma que se cree la impresión errónea de que estamos combatiendo a la Unión Soviética. Eso es lo que Estados Unidos ha venido haciendo desde la doctrina Truman, ya desde el principio de la Guerra Fría”.

La percepción de Huntington acerca del poder y de la política de Estado era a la vez precisa y visionaria. Cuando escribió esas palabras, en 1981, el gobierno de Ronald Reagan emprendía su guerra contra el terror, que pronto se convirtió en una guerra terrorista, asesina y brutal, primero en América Central, la que se extendió luego mucho más allá del sur de África, Asia y Medio Oriente.

Desde ese día en adelante, para exportar la violencia y la subversión al extranjero, o aplicar la represión y la violación de garantías individuales dentro de su propio país, el poder del Estado ha buscado crear la impresión errónea de que lo que estamos en realidad combatiendo es el terrorismo, aunque hay otras opciones: capos de la droga, ulemas locos empeñados en tener armas nucleares y otros ogros que, se nos dice una y otra vez, quieren atacarnos y destruirnos.

A lo largo de todo el proceso, el principio básico es el mismo. El poder no se debe exponer a la luz del día. Edward Snowden se ha convertido en el criminal más buscado por no entender esta máxima inviolable.

En pocas palabras, debe haber completa transparencia para la población pero ninguna para los poderes que deben defenderse de ese terrible enemigo interno.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-310135-2016-09-24.html

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La evolución del lenguaje: una perspectiva biolingüística

Entrevista a Noam Chomsky

En la búsqueda científica hacia la comprensión del ser humano, el lenguaje resulta crucial, y lo es por tanto para desvelar los misterios de la naturaleza humana. En la siguiente entrevista a Noam Chomsky, el académico que por sí solo revolucionó la lingüística moderna, se trata la evolución del lenguaje y se expone una perspectiva biolingüística (la idea de que el lenguaje humano representa el estadio del algún componente de la mente). Este es un planteamiento que todavía desconcierta a muchos no expertos, muchos de los cuales han intentado refutar la teoría sobre el lenguaje desarrollada por Chomsky sin comprenderla realmente.

El periodista y escritor reaccionario Tom Wolfe ha sido el último en hacerlo con la publicación de su nuevo y ridículo libro The Kingdom of Speech(El reino del habla), en el que intenta desmontar las teorías de Charles Darwin y Noam Chomsky con comentarios sarcásticos e ignorantes, atacando sus personalidades y expresando un profundo odio a la izquierda. De hecho, este libro tan publicitado no solo demuestra una ignorancia tremenda sobre la evolución en general y el campo de la lingüística en particular, sino que también pretende dar una imagen maléfica de Noam Chomsky (por motivo de sus constantes e implacables denuncias sobre los crímenes de los EE. UU. en el ejercicio de su política exterior y otros desafíos al statu quo). [La entrevista la realizó C. J. Polychroniou, un politólogo y economista que ha enseñado y trabajado en universidades y centros de estudio de Europa y los EE. UU.]

C. J. Polychroniou: Noam, en un libro publicado recientemente junto con Robert C. Berwick [¿Por qué solo nosotros?: Evolución y lenguaje, Kairós (2016)], abordas la cuestión de la evolución del lenguaje desde una perspectiva que sitúa a la misma en tanto que parte del mundo biológico. Ese fue también el tema de tu discurso en la conferencia internacional de Física celebrada este mes en Italia, y parece que la comunidad científica muestra un mayor reconocimiento y una comprensión más sutil de tu teoría sobre la adquisición del lenguaje que la mayor parte de los investigadores sociales, los cuales parecen tener importantes reservas en relación a la biología y la idea de la naturaleza humana en general. En realidad, ¿no es cierto que la cuestión de la habilidad específica del ser humano para adquirir cualquier idioma ha sido un asunto de especial interés para la comunidad científica moderna desde los tiempos de Galileo?

Noam Chomsky: Sí que es cierto. Al término de la revolución científica moderna, Galileo y los científicos y filósofos del monasterio de Port-Royal plantearon un desafío para aquellos que se hacen preguntas sobre la naturaleza del lenguaje humano; un desafío que tan solo había sido reconocido hasta que se retomó a mediados del siglo XX para convertirse en la principal preocupación de buena parte del estudio sobre el lenguaje. Para resumir, me referiré a él como el Desafío de Galileo. A estos grandes padres de la ciencia moderna les asombraba que el lenguaje permitiese al ser humano (cito textualmente) construir “con 25 o 30 sonidos, una variedad infinita de expresiones que, a pesar de que no se parezcan en absoluto a lo que pasa por nuestro pensamiento, consiguen desvelar todos los secretos de nuestras mentes y hace inteligible para los demás lo que imaginamos y todos los diversos movimientos de nuestra alma”.

Podemos ver ya que el Desafío de Galileo requiere ciertas reservas, pero es algo muy real y debería, en mi opinión, ser reconocido como uno de las perspectivas más profundas en la rica historia de la investigación científica sobre el lenguaje y la mente de los últimos 2.500 años.

Pero el Desafío no se había abandonado totalmente. Para Descartes, en torno a la misma época, la capacidad humana para usar el lenguaje de manera ilimitada y apropiada constituía el fundamento primario de su postulado que concibe la mente como un principio creativo. Años más tarde, se da cierto reconocimiento del lenguaje como actividad creativa que implica “un uso infinito de unos medios finitos”, según lo formuló Wilhelm von Humboldt, y proporciona “señales audibles para el pensamiento”, en las palabras del lingüista William Dwight Whitney, hace un siglo. También ha habido cierta conciencia sobre el carácter único y propio de esta capacidad humana (la característica más sorprendente de este curioso organismo y la base de sus notables hazañas). Pero, al respecto, poco era lo que se decía.

Pero, ¿por qué motivo no es hasta bien entrado el siglo XX que se retoma la perspectiva del lenguaje como una capacidad propia de la especie humana?

Hay una buena razón por la que este planteamiento se debilita hasta mediados del siglo XX: no había las herramientas intelectuales que permitiesen formular el problema de manera suficientemente clara como para abordarlo con seriedad. Esta situación cambia con el trabajo de Alan Turing y otros grandes matemáticos que establecieron la teoría general de la computabilidad sobre una base sólida, mostrando cómo un objeto finito como el cerebro puede generar una variedad infinita de expresiones. Después, se hizo posible, por primera vez, tratar al menos parte del Desafío de Galileo de manera directa (a pesar de que, desgraciadamente, toda la historia anterior, como los avances de Galileo y Descartes en el campo de la filosofía del lenguaje o la Gramática de Port-Royal de Antoine Arnauld y Claude Lancelot, les era desconocida).

Con estas herramientas intelectuales al alcance, se hace posible formular lo que podríamos llamar la Propiedad básica del ser humano: la facultad del lenguaje proporciona medios para construir una variedad infinita de expresiones estructuradas, cada una de las cuales posee una interpretación semántica que expresa un pensamiento y se puede exteriorizar de modo sensorial. El conjunto infinito de objetos interpretados semánticamente constituye lo que se ha dado en llamar el “lenguaje del pensamiento”: el sistema cognitivo que recibe expresiones lingüísticas que pasan al razonamiento, la deducción, la previsión y otros procesos mentales y que, al exteriorizarse, pueden ser empleadas para la comunicación y otras interacciones sociales. En mayor medida, el uso del lenguaje es interno (pensar en lenguaje).

¿Podrías desarrollar el concepto de lenguaje interno?

Ahora sabemos que, aunque el habla es la forma común de exteriorización senso-motriz, también puede ser un símbolo o una sensación física, lo cual implica reformular ligeramente el Desafío de Galileo. Este requisito fundamental tiene que ver con el modo en que el desafío está expuesto, que es en términos de producción de expresiones. Formulado así, el Desafío pasa por alto algunos conceptos básicos. La producción, como la percepción, accede al lenguaje interno, pero no se puede identificar con él. Debemos distinguir el sistema interno de conocimiento de las acciones que acceden a él. La teoría de la computabilidad nos permite establecer esa distinción, que es sustancial y común en otros ámbitos.

Piensa, por ejemplo, en la competencia aritmética humana. Cuando se trata de estudiarla, se distingue normalmente ente el sistema interno de razonamiento y las acciones que acceden a él, como la multiplicación de números en nuestra mente, una acción que implica diversos factores que van más allá del pensamiento intrínseco, como los límites de la memoria. Lo mismo sucede con el lenguaje. La producción y la percepción acceden al lenguaje interno pero conllevan otros factores, como la memoria a corto plazo. Estas ideas empezaron a estudiarse con atención en los primeros momentos en que se tomó el Desafío de Galileo, ahora reformulado con el lenguaje interno en el centro de la cuestión, en tanto que sistema cognitivo al que acceden la producción y percepción reales.

¿Significa esto que hemos resuelto el misterio del lenguaje interno? El propio concepto todavía es cuestionado en algunos ámbitos, a pesar de que, aparentemente, haya una amplia aprobación por parte de la mayoría de la comunidad científica.

Se han dado importantes progresos en entender la naturaleza del lenguaje interno, pero su uso libremente creativo todavía es un misterio. Y ello no sorprende. En un estudio reciente y vanguardista que trata casos más simples de acción voluntaria, dos grandes estudiosos de la neurociencia, Emilio Bizzi y Robert Ajemian, mantienen que hemos empezado a conocer algunas cosas sobre la marioneta y los hilos, pero el titiritero permanece envuelto en misterio. Esto es todavía más cierto cuando se trata de actos tan creativos y de uso diario como el lenguaje; la única capacidad humana que ha asombrado a los fundadores de la ciencia moderna.

A la hora de formular la Propiedad Básica, asumimos que la facultad del lenguaje es compartida entre los humanos. Esta es una idea que parece estar sólidamente asentada. No se conocen diferentes grupos en la capacidad lingüística y las variaciones a nivel individual son marginales. De manera general, las variaciones genéticas entre humanos son bastante escasas, lo cual no resulta sorprendente si tenemos en cuenta los recientes y comunes orígenes de los mismos.

La tarea fundamental del estudio sobre el lenguaje es determinar la naturaleza de la Propiedad Básica: el legado genético que subyace a la capacidad lingüística. En la medida en que se consiga comprender sus propiedades, podremos investigar los lenguajes internos particulares, todos ellos ejemplos de la Propiedad Básica, del mismo modo que cada sistema visual individual es un ejemplo de la facultad humana de la visión. Podemos estudiar cómo se adquieren y se emplean los lenguajes internos, cómo se desarrolla el lenguaje, sus fundamentos genéticos y los modos en que operan en el cerebro humano. Este programa general de investigación se ha llamado Programa biolingüístico. La teoría de la facultad lingüística sobre base genética se llama Gramática Universal y la teoría del lenguaje individual se llama Gramática Generativa.

Pero los idiomas varían enormemente de unos a otros. ¿Cuál es la relación entre la Gramática Generativa y la Gramática Universal?

Las lenguas parecen extremadamente complejas y radicalmente diferentes entre ellas. De hecho, hace 60 años, existía la creencia entre lingüistas profesionales de que los idiomas podrían variar de manera arbitraria y cada uno debe ser estudiado sin prejuicios. La misma visión se tenía en aquella época sobre los organismos en general. Muchos biólogos estarían de acuerdo con la conclusión del biólogo molecular Gunther Stent de que la variabilidad de organismos es tan libre como para constituir casi “una infinitud de particulares que deben tratarse caso por caso”. Cuando la comprensión es mínima, tendemos a ver una variedad y complejidad extremas.

No obstante, se ha aprendido mucho desde entonces. Desde el punto de vista de la biología, se reconoce ahora que la variedad de formas de vida es limitada, tanto que la hipótesis de un “genoma universal” ya ha dado serios avances. Mi impresión es que la lingüística ha seguido un camino similar, y defenderé esa postura científica con respecto al estudio del lenguaje en nuestros días.

La Propiedad Básica concibe el idioma como un sistema computacional, por lo que cabe esperar que se observen las condiciones generales para la eficiencia computacional. Un sistema así consiste en una serie de elementos atómicos y reglas para la creación de elementos más complejos. Para la creación del lenguaje del pensamiento, los elementos atómicos son como las palabras, pero no son palabras; para cada idioma, este elemento es el léxico. Comúnmente, las unidades léxicas son percibidas como productos culturales, que varían enormemente con la experiencia y que se vinculan con entidades exteriores a la mente (objetos que están completamente fuera de nuestro cerebro, como un árbol al otro lado de una ventana). Esta premisa se puede observar en el título de algunas obras básicas, como el influyente estudio de W. V. Quine Palabra y objeto.Si lo examinamos con mayor cuidado, descubriremos una imagen muy diferente y que plantea numerosos misterios. Pero dejemos eso por un momento, y hablemos del proceso computacional.

Evidentemente, trataremos de encontrar el proceso computacional más simple y coherente con la información relativa al lenguaje, por motivos que son implícitos dado el objetivo fundamental de la investigación científica. Hace tiempo que se reconoce que la simplicidad en la teoría conduce directamente a una mayor profundidad explicativa. Una versión más concreta de esta búsqueda de la comprensión la encontramos gracias a una conocida máxima de Galileo que ha servido de guía para la ciencia desde los tiempos modernos: la naturaleza es simple y es tarea de los científicos demostrarlo, desde el movimiento de los planetas, hasta el vuelo de un águila, el funcionamiento interno de una célula o el desarrollo del lenguaje en el cerebro de un niño. Pero la lingüística posee una motivación adicional propia para tratar de buscar la teoría más simple. Esta ciencia debe enfrentarse al problema de la adaptabilidad evolutiva. No se sabe mucho sobre la evolución del humano moderno, pero los pocos hechos que están consolidados, y otros que se han dado a conocer recientemente, son muy sugerentes y se ajustan a la conclusión de que la facultad del lenguaje es casi óptima para un sistema computacional, lo cual es el objetivo al que deberíamos aspirar, sobre la base de fundamentos puramente metodológicos.

¿Existía el lenguaje antes de la aparición del Homo sapiens?

Una realidad que parece completamente consolidada es, como ya he dicho, que la facultad del lenguaje es una capacidad propia de la especie humana que se muestra invariable en diferentes grupos humanos (y, además, atendiendo a sus características esenciales, única en el ser humano). Se desprende de ello que esta facultad apenas ha evolucionado desde que los grupos humanos se separaron unos de otros. Estudios en torno a la genómica publicados recientemente sitúan ese momento no mucho después de la aparición del humano anatómicamente moderno, hace 200.000 años aproximadamente, quizás 50.000 años más tarde, cuando el grupo San de África se separó de otros humanos. Algunas pruebas indican que podría incluso haber sido algo antes. No existe indicio de algo similar al lenguaje humano o de actividades simbólicas antes de la aparición de los seres humanos modernos, el Homo sapiens sapiens. Esto nos lleva a pensar que la facultad del lenguaje aparece junto con el ser humano moderno, o no mucho después (un momento muy breve en la historia de la evolución). Y por consiguiente, la Propiedad Básica debería ser de gran sencillez. Esta conclusión se adapta a los descubrimientos llevados a cabo en los últimos años en torno a la naturaleza del lenguaje, lo cual supone una convergencia bien recibida.

Los descubrimientos sobre la temprana separación de los pueblos San son altamente sugerentes, ya que estos poseen lenguajes exteriorizados que son significativamente diferentes. A pesar de las pequeñas excepciones, sus idiomas son el mismo lenguaje con chasquidos fonéticos y correspondientes adaptaciones en el tracto vocal. La explicación más plausible para estos hechos, tal como ha sido expuesta y desarrollada por el lingüista holandés Riny Huijbregts, es que la tenencia del lenguaje interno es anterior a la separación de estos grupos, que a su vez precedió a la exteriorización, la cual se dio de manera diferente en los distintos grupos. La exteriorización parece estar asociada a las primeras señales de comportamiento simbólico, según los estudios arqueológicos, tras la separación. Si tenemos en cuenta todas estas observaciones, parece que nos acercamos a un punto en la búsqueda de la comprensión en el que las razones de la evolución del lenguaje se puedan exponer de maneras que hasta hace poco tiempo eran inimaginables.

¿Cuándo se hacen evidentes las propiedades universales del lenguaje?

Las propiedades universales del lenguaje comenzaron a evidenciarse tan pronto como se empezó a avanzar en la construcción de las gramáticas generativas, incluidas aquellas que eran muy simples pero nunca se habían advertido y que son bastante sorprendentes (un fenómeno común en la historia de las ciencias naturales). Una de estas propiedades es su dependencia estructural: las reglas que producen el lenguaje del pensamiento atienden solamente a propiedades estructurales y no adopta propiedades de la señal exteriorizada, ni siquiera propiedades muy sencillas como el orden lineal.

Para mostrarlo, pensemos en la oración “los pájaros que vuelan instintivamente nadan”. Tiene un significado ambiguo: el adverbio instintivamentepuede estar vinculado al verbo anterior (vuelan instintivamente) o al siguiente (instintivamente nadan). Supongamos ahora que extraemos el adverbio de la frase y formamos la oración “instintivamente, los pájaros que vuelan nadan”. Así se resuelve la ambigüedad: el adverbio se interpreta vinculándolo con el verbo nadar, más lejano teniendo en cuenta el orden lineal, pero más cercano estructuralmente, y no con el verbovolar, que es más cercano según el orden lineal pero más lejano en términos de estructura. La única interpretación posible (los pájaros nadan) es la antinatural, pero no importa. Las normas se aplican necesariamente, independientemente del significado o del hecho. Lo que resulta asombroso es que las normas pasan por encima del simple cálculo de distancia lineal y siguen un cálculo mucho más complejo de distancia estructural.

La dependencia estructural está presente en todos los idiomas, lo cual es algo muy sorprendente. Además, se sabe sin necesidad de pruebas de peso, ya que se muestra evidente como en el caso que acabo de emplear y muchos otros. Algunos experimentos muestran que los niños pueden entender el carácter estructuralmente dependiente del lenguaje tan pronto como se puede comprobar, en torno a los tres años de edad, y no cometer errores (sin, por supuesto, que se les haya enseñado). Podemos estar seguros, por lo tanto, de que la dependencia estructural se deriva de los principios de la Gramática Universal que se encuentran en las propias raíces de la facultad humana del lenguaje. Existen indicios que soportan la teoría de que la dependencia estructural es un verdadero universal lingüístico, primariamente vinculado al diseño del lenguaje. Un estudio realizado en Milán hace una década por Andrea Moro mostró que los idiomas inventados que observan el principio de la dependencia estructural provocan la activación normal de las áreas del cerebro relacionadas con el lenguaje, mientras que otros sistemas más simples que emplean el orden lineal, sin mantener el principio estructural, causan una activación más difusa, lo cual indica que los sujetos de estudio trataban esos idiomas como rompecabezas y no como lenguaje. Resultados similares se desprendieron del estudio realizado por Neil Smith y Ianthi Tsimpli en torno a un sujeto deficiente a nivel cognitivo pero especialmente dotado a nivel lingüístico. También dieron en señalar una interesante observación que supone que las personas con capacidades cognitivas medias pueden resolver un problema si se les presenta como un rompecabezas, pero no si se les presenta como un idioma, presumiblemente activando la facultad del lenguaje.

La única conclusión posible, por lo tanto, es que la dependencia estructural es una característica propia de la facultad del lenguaje; un elemento de la Propiedad Básica. ¿Pero por qué es así? Solo hay una respuesta posible y, afortunadamente, es la respuesta que buscamos por razones generales: las operaciones computacionales del lenguaje son las más simples posible. De nuevo, ese es el resultado que esperamos obtener sobre una base metodológica y a la luz de las pruebas sobre la evolución del lenguaje que ya hemos mencionado.

¿Qué sucede con la llamada doctrina representacional del lenguaje? ¿Qué la hace una mala idea para aplicarla al lenguaje humano?

Como ya he dicho, el punto de vista convencional es que los elementos atómicos del lenguaje son productos culturales y que los más básicos (aquellos que se emplean para referirse al mundo) están asociados a entidades exteriores a la mente. Esta doctrina representacional fue adoptada casi universalmente en los tiempos modernos y parece servir asimismo para la comunicación animal: la llamada de un mono, por ejemplo, está asociada a eventos físicos específicos. Pero es rotundamente falsa para el caso del lenguaje humano, tal como se reconoció ya en la Grecia clásica.

Para mostrarlo, tomemos el primer caso de discusión en la filosofía pre-socrática, el problema de Heráclito: ¿Cómo se puede cruzar dos veces el mismo río? En otras palabras, ¿por qué dos apariencias se entienden como dos estadios del mismo río? Los filósofos contemporáneos sugirieron que el problema se soluciona si entendemos el río como un objeto de cuatro dimensiones. Pero así, sólo se conseguía reformular el problema: ¿por qué este objeto y no otro diferente, o ninguno?

Cuando atendemos a esta cuestión, abundan los enigmas. Supongamos que invertimos el curso del río. Todavía es el mismo río. Imaginemos que el producto que fluye es un 95% arsénico por culpa de las fugas de una empresa situada río arriba. Todavía es el mismo río. Lo mismo contestaríamos si imaginásemos otros cambios radicales del objeto. Por otro lado, con cambios sutiles ya dejaría de ser un río. Si en sus márgenes se construyen unas barreras y se emplea para el tránsito de petroleros, ya no es un río, sino un canal. Si su superficie sufriese un cambio y se endureciese, si se pintase una línea en medio y se emplease para ir a la ciudad cada día, entonces sería una autovía y no un río. Bien pensado, descubrimos que lo que constituye un río depende de construcciones y acciones mentales. Lo mismo sucede incluso, de forma general, con los conceptos más elementales: árbol, agua, casa, persona, Londres… o, de hecho, cualquier de las palabras básicas del lenguaje humano. Radicalmente, y a diferencia de los animales, los elementos del lenguaje y el pensamiento humano contradicen la doctrina representacional.

Además, el intricado conocimiento de los medios de, incluso, las palabras más simples (dejemos otras aparte) se adquieren prácticamente sin experiencia. En los periodos álgidos de la adquisición del lenguaje, los niños aprenden sobre una palabra cada hora, esto es, una representación. Debe ser, por lo tanto, que el rico significado de incluso las palabras más elementales es substancialmente innato. El origen evolutivo de tales conceptos es un completo misterio, uno que quizás no se pueda resolver con los medios disponibles hoy en día.

Por lo tanto, debemos diferenciar el habla del lenguaje, ¿no es cierto?

Volviendo al Desafío de Galileo, debe reformularse para distinguir lenguaje y habla, para distinguir la producción del conocimiento interno (este, siendo un sistema computacional interno que produce un lenguaje del pensamiento; un sistema que puede ser sorprendentemente simple y confirmaría lo que sugieren los estudios evolutivos). Un segundo proceso elaboraría las estructuras del lenguaje a uno u otro sistema sensorial o motor para su exteriorización. Estos procesos parecen ser el centro de gravedad de la complejidad y variedad del comportamiento lingüístico y su mutabilidad a lo largo del tiempo.

Existen ideas recientes muy sugerentes sobre el fundamento neuronal de las operaciones del sistema computacional y sus posibles orígenes evolutivos. El origen de los átomos de la computación, no obstante, es todavía un misterio, al igual que una cuestión principal que ocupó a aquellos que formularon el Desafío de Galileo: la cuestión cartesiana de cómo el lenguaje puede ser empleado de su forma creativa normal, de un modo apropiado para determinadas situaciones pero no provocado por ellas, de formas que se incitan pero no se imponen, en términos cartesianos. Este misterio se aplicaría incluso para las formas más simples de movimiento voluntario, como hemos dicho anteriormente.

Han sido muchos los avances en el estudio del lenguaje desde que empezó el programa biolingüístico. Es justo decir, en mi opinión, que se ha avanzado más en el estudio de la naturaleza del lenguaje y de una variedad muy amplia de lenguajes tipológicamente distintos, que en los 2.500 años de historia de estudio sobre el lenguaje. Pero, como sucede a menudo con las ciencias, cuanto más aprendemos, más descubrimos lo que ignoramos. Y más desconcertante parece.

Noam Chomsky. Catedrático emérito de lingüistica del Massachusettes Institute of Technology, EE UU, es uno de los activistas sociales más reconocido por su magisterio y compromiso político.

Fuente: http://www.truth-out.org/opinion/item/37725-noam-chomsky-on-the-evolution-of-language-a-biolinguistic-perspective

Traducción: José Manuel Sío Docampo

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Modelos de negocio corporativos están haciendo daño a las universidades americanas

 Por: Noam Chomsky

Adjunto Asociación de Facultad de la United Steelworkers of America

(transcripción editada), Pittsburg, PA

En la contratación de profesores de la pista de tenencia

Eso es parte del modelo de negocio. Es lo mismo que la contratación de trabajadores temporales en la industria o lo que ellos llaman «asociados» en Walmart, los empleados que no se adeudan beneficios. Es una parte de un modelo de negocio corporativa diseñada para reducir los costos de mano de obra y aumentar la servidumbre laboral. Cuando las universidades se convierten en corporatizada, como ha venido sucediendo de forma bastante sistemática durante la última generación, como parte del asalto neoliberal general sobre la población, su modelo de negocio significa que lo que importa es el resultado final.

Los propietarios efectivos son los fiduciarios (o el legislador, en el caso de las universidades estatales), y quieren mantener los costos bajos y asegurarse de que el trabajo es dócil y obediente. La forma de hacerlo es, en esencia, temps. Del mismo modo que la contratación de trabajadores temporales ha ido hacia arriba en el periodo neoliberal, que está recibiendo el mismo fenómeno en las universidades.

La idea es dividir la sociedad en dos grupos. Un grupo es a veces llamado el «plutonomía» (un término usado por Citibank cuando estaban aconsejando a sus inversores sobre dónde invertir sus fondos), el sector superior de la riqueza, a nivel mundial, pero se concentró sobre todo en lugares como los Estados Unidos. El otro grupo, el resto de la población, es un «precariado», que viven una existencia precaria.

Esta idea se hace a veces bastante evidente. Por eso, cuando Alan Greenspan estaba testificando ante el Congreso en 1997, sobre las maravillas de la economía que se estaba ejecutando, dijo directamente que una de las bases para su éxito económico estaba imponiendo lo que llamó «una mayor inseguridad de los trabajadores.» Si los trabajadores son más inseguros, eso es muy «sano» para la sociedad, ya que si los trabajadores se sienten inseguros, no recurren a los salarios, no van a ir a la huelga, no van a llamar a las prestaciones; que van a servir a los maestros con mucho gusto y por pasiva. Y eso es óptimo para la salud económica de las corporaciones.

En ese momento, todo el mundo considera el comentario de Greenspan como muy razonable, a juzgar por la falta de reacción y el gran éxito que disfrutó. Bueno, transferir eso a las universidades: ¿cómo se asegura «una mayor inseguridad de los trabajadores»? Fundamentalmente, al no garantizar el empleo, manteniendo a la gente colgando de una extremidad que puede ser aserrados en cualquier momento, de modo que será mejor que callan, toman pequeñas salarios, y hacen su trabajo; y si tienen el don de ser autorizados a servir bajo condiciones miserables por un año más, deben acogerlo y no pedir nada más.

Esa es la forma de mantener las sociedades eficientes y saludables desde el punto de vista de las empresas. Y a medida que las universidades se mueven hacia un modelo de negocio corporativo, es exactamente lo que se está imponiendo la precariedad. Y vamos a ver más y más de lo mismo.

Ese es un aspecto, pero hay otros aspectos que también son bastante familiares de la industria privada, a saber, un gran aumento en niveles de la administración y la burocracia. Si usted tiene que controlar a la gente, usted tiene que tener una fuerza administrativa que lo hace. Así, en la industria de Estados Unidos, incluso más que en otros lugares, hay una capa tras otra de gestión – una especie de desperdicio económico, pero útil para el control y la dominación.

Y lo mismo ocurre en las universidades. En los últimos treinta o cuarenta años, ha habido un marcado aumento en la proporción de los administradores a los profesores y estudiantes; los niveles de los profesores y estudiantes han quedado bastante relativa al nivel uno del otro, pero la proporción de los administradores han ido hacia arriba.

Hay un libro muy bueno en él por un conocido sociólogo, Benjamin Ginsberg, llamada La caída de la Facultad: La subida de la Universidad All-Administrativo y por qué importa, que describe en detalle el estilo de negocios de la administración masiva y los niveles de la administración – y por supuesto, muy pagados administradores altamente.Esto incluye administradores profesionales como decanos, por ejemplo, que solían ser miembros de la facultad que tomaron durante un par de años para servir en una capacidad administrativa y luego volver a la facultad; ahora la mayoría son profesionales, que luego tienen que contratar sub-decanos y secretarios, y así sucesivamente y así sucesivamente, toda una proliferación de estructura que va de la mano con los administradores. Todo eso es otro aspecto del modelo de negocio.

Pero el uso de mano de obra barata y vulnerable es una práctica empresarial que va tan lejos como se puede rastrear la empresa privada, y los sindicatos surgido en respuesta. En las universidades, mano de obra barata vulnerables significa adjuntos y estudiantes graduados. Los estudiantes graduados son aún más vulnerables, por razones obvias. La idea es transferir la instrucción a los trabajadores precarios, lo que mejora la disciplina y el control, pero también permite la transferencia de fondos para otros fines aparte de la educación.

Los costes, por supuesto, son asumidos por los estudiantes y por las personas que están siendo arrastrados a estas ocupaciones vulnerables. Pero es una característica estándar de una sociedad de negocios a ejecutar para transferir los costos a las personas. De hecho, los economistas cooperan en este tácitamente. Así, por ejemplo, supongamos que se encuentra un error en su cuenta corriente y se llama al banco para tratar de solucionarlo. Bueno, ya sabes lo que pasa. Usted los llama, y se obtiene un mensaje grabado diciendo «Te queremos, aquí hay un menú.» Tal vez el menú tiene lo que estás buscando, tal vez no lo hace. Si le sucede a encontrar la mejor opción, se escucha un poco de música, y de vez en cuando una voz llega y dice «una pausa por favor, realmente apreciamos su negocio,» y así sucesivamente.

Finalmente, después de un cierto período de tiempo, es posible obtener un ser humano, que se puede pedir a una pregunta corta a. Eso es lo que los economistas llaman «. Eficiencia» Por medidas económicas, que el sistema reduce los costos de mano de obra para el Banco; por supuesto, que supone un coste para usted, y esos costos se multiplican por el número de usuarios, lo que puede ser enorme – pero eso no cuenta como un costo en el cálculo económico. Y si nos fijamos en la forma en que funciona la sociedad, se encuentra esta en todas partes.

Así la universidad supone un coste para los estudiantes y de los profesores que no sólo son sin plaza fija, pero se mantienen en una trayectoria que garantiza que van a tener ninguna seguridad. Todo esto es perfectamente natural dentro de los modelos de negocio corporativos. Es perjudicial para la educación, pero la educación no es su objetivo.

De hecho, si se mira más hacia atrás, va aún más profundo que eso. Si usted va de nuevo a principios de la década de 1970, cuando un montón de esto comenzó, hubo mucha preocupación prácticamente todo el espectro político sobre el activismo de la década de 1960; se llama comúnmente «el tiempo de problemas.» Fue un «tiempo de problemas» porque el país estaba civilizada, y eso es peligroso. Las personas se estaban volviendo políticamente comprometida y estaban tratando de obtener los derechos para los grupos que reciben el nombre de «intereses especiales», como las mujeres, las personas, los agricultores, los jóvenes, los ancianos, y así sucesivamente de trabajo. Eso llevó a una reacción grave, que era bastante evidente.

Al final liberal del espectro, hay un libro llamado La crisis de la democracia: Informe sobre la gobernabilidad de las democracias de la Comisión Trilateral, Michel Crozier, Samuel P. Huntington, Joji Watanuki, elaborado por la Comisión Trilateral, una organización de los internacionalistas liberales . La administración Carter fue elaborado casi en su totalidad de sus filas. Estaban preocupados con lo que ellos llaman «la crisis de la democracia» – es decir, que hay demasiada democracia.

En la década de 1960, hubo presiones de la población, estos «intereses especiales», para tratar de obtener derechos dentro de la arena política, y que poner demasiada presión sobre el Estado. No se puede hacer eso. Había un «interés especial» que quedan fuera, es decir, el sector empresarial, porque sus intereses son el «interés nacional»; el sector empresarial se supone para controlar el estado, por lo que no se habla de ellos. Pero los «intereses especiales» estaban causando problemas y me dijeron «tenemos que tener más moderación en la democracia,» el público tiene que volver a ser pasiva y apática.

Y estaban particularmente preocupados con las escuelas y universidades, que me dijeron que no estaban haciendo bien su trabajo de «adoctrinar a los jóvenes.» Se puede ver en el activismo estudiantil (el movimiento de derechos civiles, el movimiento contra la guerra, el movimiento feminista, el medio ambiente movimientos) que el joven simplemente no están siendo adoctrinados correctamente.

Pues bien, ¿cómo se adoctrina a los jóvenes? Hay un número de maneras. Una forma es a ellos la carga de la deuda con la matrícula irremediablemente pesado. La deuda es una trampa, especialmente estudiantes de la deuda, que es enorme, mucho más grande que la deuda de tarjetas de crédito. Es una trampa para el resto de su vida, porque las leyes están diseñadas de manera que no se puede salir de ella. Si una empresa, por ejemplo, se pone en demasiada deuda puede declararse en quiebra, pero los individuos puede ser casi nunca es relevado de la deuda del estudiante a través de la quiebra. Incluso pueden adornar la seguridad social en caso de incumplimiento. Esa es una técnica disciplinaria.

No digo que se introdujo con el propósito consciente, pero sin duda tiene ese efecto. Y es difícil argumentar que no hay ninguna base económica para ello. Basta con echar un vistazo alrededor del mundo: la educación superior es sobre todo libre. En los países con los más altos estándares de educación, digamos Finlandia, que está en la parte superior todo el tiempo, la educación superior es gratuita. Y en un país capitalista rico, exitoso como Alemania, es gratis. En México, un país pobre, que tiene estándares de educación bastante decente, teniendo en cuenta las dificultades económicas que enfrentan, es gratis.

De hecho, mira a los Estados Unidos: si volver a los años 1940 y 1950, la educación superior estaba bastante cerca de liberar. El proyecto de ley GI dio educación gratuita a un gran número de personas que nunca han sido capaces de ir a la universidad. Fue muy bueno para ellos y que era muy bueno para la economía y la sociedad; que era parte de la razón de la alta tasa de crecimiento económico. Incluso en las universidades privadas, la educación estaba bastante cerca de liberar.

Llévame: Fui a la universidad en 1945 en una universidad de la Ivy League, Universidad de Pennsylvania, y la matrícula era de $ 100. Eso sería tal vez $ 800 en dólares de hoy. Y era muy fácil de conseguir una beca, para que pudiera vivir en su casa, el trabajo y ir a la escuela y no le cuesta nada. Ahora es indignante. Tengo nietos en la universidad, que tienen que pagar por su matrícula y el trabajo y es casi imposible. Para los estudiantes. que es una técnica disciplinaria.

Y otra técnica de adoctrinamiento es reducir el contacto facultad-estudiante: grandes clases, los maestros temporales que están sobrecargados, que apenas pueden sobrevivir con un salario adjunto. Y puesto que no tiene ninguna seguridad en el empleo, no se puede construir una carrera, no se puede seguir adelante y conseguir más. Estas son todas las técnicas de la disciplina, el adoctrinamiento y control.

Y es muy similar a lo que cabría esperar en una fábrica, donde los obreros tienen que ser disciplinado, que obedezcan;no se supone que desempeñar un papel en, por ejemplo, la organización de la producción o la determinación de cómo las funciones que el lugar de trabajo es el trabajo de gestión. Esto se lleva ahora a las universidades. Y creo que no debería sorprender a nadie que tenga alguna experiencia en la empresa privada, en la industria; esa es la forma en que trabajan.

En la educación superior de cómo debería ser

En primer lugar, debemos dejar a un lado cualquier idea de que había una vez una «edad de oro». Las cosas eran diferentes y en cierto modo mejor en el pasado, pero lejos de ser perfecto. Las universidades tradicionales eran, por ejemplo, claramente jerarquizado, con muy poca participación democrática en la toma de decisiones. Una parte del activismo de la década de 1960 fue tratar de democratizar las universidades, para llevar en, por ejemplo, representantes de los estudiantes a los comités de la facultad, para traer al personal a participar.

Estos esfuerzos se llevaron adelante bajo iniciativas de los alumnos, con cierto grado de éxito. La mayoría de las universidades tienen ya un cierto grado de participación de los estudiantes en las decisiones de la facultad. Y creo que esas son el tipo de cosas que deberíamos estar avanzando hacia: una institución democrática, en la que las personas involucradas en la institución, cualesquiera que sean (profesores, estudiantes, personal), participar en la determinación de la naturaleza de la institución y cómo corre; y lo mismo debería ir a una fábrica.

Estas no son las ideas radicales, debería decir. Ellos vienen directamente del liberalismo clásico. Así que si usted lee, por ejemplo, John Stuart Mill, una figura importante en la tradición liberal clásica, se dio por sentado que los lugares de trabajo deben ser gestionados y controlados por las personas que trabajan en ellos – que es la libertad y la democracia. Vemos las mismas ideas en los Estados Unidos. Digamos que vaya de nuevo a los caballeros del trabajo;uno de sus objetivos declarados era «para establecer instituciones de cooperación, como tiende a reemplazar el salario del sistema, mediante la introducción de un sistema de cooperativa industrial.»

O tomar a alguien como John Dewey, una corriente principal filósofo social del siglo XX, la que llamó no sólo para la educación dirigida a la independencia creativa en las escuelas, sino también el control de los trabajadores en la industria, lo que llamó la «democracia industrial». Se dice que mientras la instituciones cruciales de la sociedad (como la producción, el comercio, el transporte, medios de comunicación) no están bajo el control democrático, a continuación, «la política [será] la sombra que proyecta sobre la sociedad por las grandes empresas.»

Esta idea es casi elemental, que tiene raíces profundas en la historia de América y en el liberalismo clásico. Debe ser una segunda naturaleza para las personas que trabajan, y debe aplicarse de la misma manera a las universidades. Hay algunas decisiones en una universidad en la que no quieren tener [transparencia democrática porque] hay que preservar la privacidad del estudiante, por ejemplo, y hay varios tipos de temas sensibles, sino en gran parte de la actividad normal de la universidad, hay hay ninguna razón por la participación directa no puede ser no sólo es legítimo sino útil. En mi departamento, por ejemplo, durante cuarenta años hemos tenido representantes de los estudiantes amablemente que participan en las reuniones del departamento.

El control de los trabajadores y «gobierno compartido»

La universidad es probablemente la institución social en nuestra sociedad que más se acerca a control obrero democrático. Dentro de un departamento, por ejemplo, es bastante normal que al menos el profesorado permanente para poder determinar una cantidad sustancial de lo que su trabajo es como: lo que van a enseñar, cuándo van a enseñar, lo que el plan de estudios estarán. Y la mayoría de las decisiones sobre el trabajo real que la facultad está haciendo son más o menos bajo control profesores titulares.

Ahora, por supuesto, hay un nivel más alto de los administradores que no se puede invalidar o de control. La facultad puede recomendar a alguien para la tenencia, digamos, y ser rechazado por los decanos, o el presidente, o incluso los fiduciarios o legisladores. No sucede muy a menudo, pero puede suceder y lo hace. Y eso es siempre una parte de la estructura de fondo, que, a pesar de que siempre ha existido, era mucho menos de un problema en los días en que la administración se extrajo de la facultad y, en principio, revocables.

En los sistemas representativos, usted tiene que tener a alguien haciendo trabajo administrativo, pero deben ser revocables en algún momento bajo la autoridad de las personas que administran. Eso es cada vez menos cierto. Hay más y más administradores profesionales, una capa tras otra de ellas, con más y más posiciones tomadas a distancia desde los controles de la facultad. Mencioné antes de la caída de la Facultad de Benjamin Ginsberg, que entra en muchos detalles en cuanto a cómo funciona esto en las varias universidades Mira a estrechamente: Johns Hopkins, Cornell, y un par de otros.

Mientras tanto, la facultad se reducen cada vez más a una categoría de trabajadores temporales que tienen asegurada una existencia precaria sin ruta de acceso a la pista de la tenencia. Tengo conocidos personales que son efectivamente los profesores permanentes; que no se les da la facultad de estado real; tienen que aplicar cada año para que puedan obtener designado de nuevo. Estas cosas no se debe permitir que suceda.

Y en el caso de los adjuntos, se ha institucionalizado: no están autorizados a ser una parte del aparato de la toma de decisiones, y que están excluidos de la seguridad en el empleo, que simplemente amplifica el problema. Creo que el personal debe también ser integrados en la toma de decisiones, ya que son también una parte de la universidad.

Así que hay mucho que ver, pero creo que podemos entender fácilmente por qué estas tendencias se están desarrollando. Todos ellos son parte de la imposición de un modelo de negocio en casi todos los aspectos de la vida.Esa es la ideología neoliberal que la mayor parte del mundo ha estado viviendo bajo durante cuarenta años. Es muy perjudicial para las personas, y no ha habido resistencia a ella. Y vale la pena notar que dos partes del mundo, por lo menos, más o menos han escapado de ella, a saber, Asia oriental, donde en realidad nunca lo aceptaron, y América del Sur en los últimos quince años.

En la supuesta necesidad de «flexibilidad»

«Flexibilidad» es un término que es muy familiar para los trabajadores de la industria. Parte de lo que se llama «reforma laboral» es hacer el trabajo más «flexible», que sea más fácil contratar y despedir personas. Eso es, de nuevo, una manera de garantizar la maximización de la ganancia y el control. La «flexibilidad» se supone que es una buena cosa, como «una mayor inseguridad de los trabajadores.» Dejando a un lado la industria donde el mismo es cierto, en las universidades no hay ninguna justificación.

Así que toma un caso en el que hay debajo de la inscripción en alguna parte. Eso no es un gran problema. Una de mis hijas enseña en una universidad; ella me llamó la otra noche y me dijo que su carga docente está siendo desplazado porque uno de los cursos que se están ofreciendo fue sub-inscrito. De acuerdo, el mundo no llegó a su fin, sólo cambian de lugar los arreglos de enseñanza-enseñas a un curso diferente, o una sección extra, o algo por el estilo. La gente no tiene que ser expulsados o ser insegura debido a la variación en el número de estudiantes que se inscriben en los cursos. Hay todo tipo de maneras de ajustar para que la variación.

La idea de que el trabajo debe cumplir las condiciones de la «flexibilidad» es sólo otra técnica estándar de control y dominación. ¿Por qué no dicen que los administradores deben ser desechados si no hay nada que hacer para ellos ese semestre, o fideicomisarios-¿Qué tienen que estar allí para? La situación es la misma con la alta dirección en la industria: si el trabajo tiene que ser flexible, ¿qué hay de la gestión? La mayoría de ellos son bastante inútil o incluso perjudicial de todos modos, así que vamos a deshacerse de ellos.

Y se puede seguir así. Sólo para tomar las noticias del último par de días, tomar, por ejemplo, Jamie Dimon, CEO de banco JP Morgan Chase: sólo obtuvo un aumento bastante considerable, casi el doble de su salario, en agradecimiento por haber salvado al banco de cargos criminales que habrían enviado a la dirección de la cárcel; se salió con sólo $ 20 mil millones en multas por actividades criminales. Bueno, puedo imaginar que deshacerse de alguien así podría ser útil para la economía. Pero eso no es lo que la gente habla cuando se habla de «la reforma laboral.» Son los trabajadores que tienen que sufrir, y que tienen que sufrir por la inseguridad, por no saber dónde trozo de pan de mañana se va a venir, y por lo tanto ser disciplinado y obediente y no hacer preguntas o pedir por sus derechos.

Esa es la forma en que operan los sistemas tiránicos. Y el mundo de los negocios es un sistema tiránico. Cuando se impone a las universidades, a encontrar que refleja las mismas ideas. Esto no debería ser ningún secreto.

De la finalidad de la educación

Estos son los debates que se remontan a la Ilustración, cuando en realidad se están planteando problemas de la educación superior y la educación de masas, no sólo la educación para el clero y la aristocracia. Y había básicamente dos modelos discutidos en los siglos XVIII y XIX.

Ellos fueron discutidos con imágenes bastante sugerente. Una imagen de la enseñanza era que debería ser como un vaso que se llena con, por ejemplo, el agua. Eso es lo que llamamos hoy en día «enseñanza para poner a prueba»: se vierte agua en el recipiente y después del regreso del barco al agua. Pero es un buque muy permeable, como todos nosotros, que pasó por la escuela con experiencia, ya que es posible memorizar algo para un examen que no tenía interés en pasar un examen y una semana después se le olvidó lo que el curso estaba a punto. El modelo de vaso en estos días se llama «ningún niño quede atrás», «enseñar para la prueba», «carrera hacia arriba,» cualquiera que sea el nombre que sea, y cosas similares en las universidades. pensadores de la Ilustración se opusieron a ese modelo.

El otro modelo fue descrito como trazar una cadena a lo largo de la cual el estudiante progresa en su propio camino bajo su propia iniciativa, tal vez en movimiento la cadena, tal vez la decisión de ir a otro lugar, tal vez plantea interrogantes. Extendiendo la cuerda significa imponer cierto grado de estructura. Así que un programa educativo, cualquiera que ésta sea, un curso sobre la física o algo así, no va a ser sólo todo vale; que tiene una cierta estructura.

Pero el objetivo de la misma es que el estudiante adquiera la capacidad de investigar, crear, de innovar, de desafiar-eso es la educación. Un físico de fama mundial, en sus cursos de primer año si se le preguntó «¿qué vamos a cubrir este semestre?», Su respuesta fue «no importa lo cubrimos, que importa lo que descubra.» Hay que tener la capacidad y la confianza en sí mismo para el caso de desafiar y crear e innovar, y de esa manera se aprende; de esa manera usted ha internalizado el material y se puede seguir adelante. No es una cuestión de acumular cierta matriz fija de hechos que a continuación se puede escribir en una prueba y olvidarse de la mañana.

Estos son dos modelos muy distintos de la educación. El ideal ilustrado fue la segunda, y creo que es la que tenemos que esforzarnos para conseguir. Eso es lo que es la verdadera educación, desde preescolar a la universidad. De hecho, hay programas de este tipo para el jardín de infancia, bastante buenos.

Por el amor de la enseñanza

Ciertamente queremos personas, profesores y estudiantes, que se dedican a la actividad que es satisfactoria, agradable, estimulante, excitante, y yo realmente no creo que eso es difícil. Incluso los niños pequeños son creativos, curiosos, quieren saber cosas, quieren entender las cosas, y, a menos que el batido de la cabeza se queda contigo el resto de su vida. Si usted tiene la oportunidad de proseguir esos compromisos y preocupaciones, es una de las cosas más satisfactorias en la vida.

Eso es cierto si usted es un físico investigador, es cierto si usted es un carpintero; usted está tratando de crear algo de valor y hacer frente a un problema difícil y resolverlo. Creo que eso es lo que hace que funcione el tipo de cosas que quiere hacer; Puedes hacerlo incluso si usted no tiene que hacerlo. En una universidad que funcione razonablemente, se encuentran personas que trabajan todo el tiempo porque la aman; eso es lo que quieren hacer; se les da la oportunidad, tienen los recursos, que están animados a ser libre e independiente y creativo, ¿qué es mejor? Eso es lo que les gusta hacer. Y que, de nuevo, se puede hacer en cualquier nivel.

Vale la pena pensar en algunos de los programas educativos imaginativos y creativos que se están desarrollando en los diferentes niveles. Así, por ejemplo, alguien se acaba de describir a mí el otro día un programa que está utilizando en las escuelas secundarias, un programa de ciencias donde los estudiantes se les pide una interesante pregunta: «¿Cómo puede volar un mosquito en la lluvia»

Esa es una pregunta difícil cuando se piensa en ello. Si algo golpeó a un ser humano con la fuerza de una gota de lluvia que golpea un mosquito sería absolutamente aplánelos inmediatamente. Así que ¿cómo es que el mosquito no es aplastado al instante? ¿Y cómo puede el mosquito seguir volando? Si persigues a esa pregunta – y es una pregunta bastante difícil – se obtiene en preguntas de matemáticas, la física y la biología, preguntas que son un reto suficiente que desea encontrar una respuesta a ellos.

Eso es lo que la educación debe ser como en todos los niveles, todo el camino a la guardería, literalmente. Hay programas de jardín de infantes en el que, por ejemplo, a cada niño se le da una colección de pequeños objetos: piedras, conchas, semillas, y cosas por el estilo. A continuación, la clase se le da la tarea de averiguar cuáles son las semillas. Comienza con lo que llaman una «conferencia científica»: los niños se comuniquen entre sí y tratan de averiguar cuáles son las semillas. Y, por supuesto, hay algo de la guía del maestro, pero la idea es tener los niños a pensar en ello.

Después de un tiempo, tratan diversos experimentos y se den cuenta de cuáles son las semillas. En ese momento, a cada niño se le da una lupa y, con la ayuda del profesor, grietas una semilla y se ve el interior y encuentra el embrión que hace crecer la semilla. Estos niños aprenden algo, realmente, no sólo algo acerca de semillas y lo hace crecer; sino también acerca de cómo descubrir. Están aprendiendo la alegría del descubrimiento y la creación, y eso es lo que se lleva a cabo de forma independiente, fuera del aula, fuera del curso.

Lo mismo vale para toda la educación a través de la escuela de graduados. En un seminario de posgrado razonable, usted no espera a los estudiantes para copiar hacia abajo y repetir lo que usted diga; usted espera que le digan cuando estás mal o para llegar a nuevas ideas, para desafiar, para perseguir una dirección que no se había pensado antes. Eso es lo que la educación real es en todos los niveles, y eso es lo que debe ser alentado. Ese debe ser el propósito de la educación. Es de no verter información en la cabeza de alguien que luego fugarse pero para que puedan convertirse en personas creativas e independientes que pueden encontrar emoción en el descubrimiento y la creación y la creatividad en cualquier nivel o en cualquier dominio de sus intereses les llevan.

Consejos para los sindicatos de organización adjunto de la facultad

Usted sabe mejor que yo lo que hay que hacer, el tipo de problemas que enfrenta. Acabo adelante y hacer lo que tiene que hacer. No se deje intimidar, no se asuste, y reconocer que el futuro puede estar en nuestras manos si estamos dispuestos a captarla.

Original:

The following is an edited transcript (prepared by Robin J. Sowards) of remarks given by Noam Chomsky last month to a gathering of members and allies of the Adjunct Faculty Association of the United Steelworkers in Pittsburgh, Penn.

On hiring faculty off the tenure track

That’s part of the business model. It’s the same as hiring temps in industry or what they call “associates” at Walmart, employees that aren’t owed benefits. It’s a part of a corporate business model designed to reduce labor costs and to increase labor servility. When universities become corporatized, as has been happening quite systematically over the last generation as part of the general neoliberal assault on the population, their business model means that what matters is the bottom line.

The effective owners are the trustees (or the legislature, in the case of state universities), and they want to keep costs down and make sure that labor is docile and obedient. The way to do that is, essentially, temps. Just as the hiring of temps has gone way up in the neoliberal period, you’re getting the same phenomenon in the universities.

The idea is to divide society into two groups. One group is sometimes called the “plutonomy” (a term used by Citibank when they were advising their investors on where to invest their funds), the top sector of wealth, globally but concentrated mostly in places like the United States. The other group, the rest of the population, is a “precariat,” living a precarious existence.

This idea is sometimes made quite overt. So when Alan Greenspan was testifying before Congress in 1997 on the marvels of the economy he was running, he said straight out that one of the bases for its economic success was imposing what he called “greater worker insecurity.” If workers are more insecure, that’s very “healthy” for the society, because if workers are insecure they won’t ask for wages, they won’t go on strike, they won’t call for benefits; they’ll serve the masters gladly and passively. And that’s optimal for corporations’ economic health.

At the time, everyone regarded Greenspan’s comment as very reasonable, judging by the lack of reaction and the great acclaim he enjoyed. Well, transfer that to the universities: how do you ensure “greater worker insecurity”? Crucially, by not guaranteeing employment, by keeping people hanging on a limb than can be sawed off at any time, so that they’d better shut up, take tiny salaries, and do their work; and if they get the gift of being allowed to serve under miserable conditions for another year, they should welcome it and not ask for any more.

That’s the way you keep societies efficient and healthy from the point of view of the corporations. And as universities move towards a corporate business model, precarity is exactly what is being imposed. And we’ll see more and more of it.

That’s one aspect, but there are other aspects which are also quite familiar from private industry, namely a large increase in layers of administration and bureaucracy. If you have to control people, you have to have an administrative force that does it. So in US industry even more than elsewhere, there’s layer after layer of management — a kind of economic waste, but useful for control and domination.

And the same is true in universities. In the past thirty or forty years, there’s been a very sharp increase in the proportion of administrators to faculty and students; faculty and students levels have stayed fairly level relative to one another, but the proportion of administrators have gone way up.

There’s a very good book on it by a well-known sociologist, Benjamin Ginsberg, called The Fall of the Faculty: The Rise of the All-Administrative University and Why It Matters, which describes in detail the business style of massive administration and levels of administration — and of course, very highly-paid administrators. This includes professional administrators like deans, for example, who used to be faculty members who took off for a couple of years to serve in an administrative capacity and then go back to the faculty; now they’re mostly professionals, who then have to hire sub-deans, and secretaries, and so on and so forth, a whole proliferation of structure that goes along with administrators. All of that is another aspect of the business model.

But using cheap and vulnerable labor is a business practice that goes as far back as you can trace private enterprise, and unions emerged in response. In the universities, cheap, vulnerable labor means adjuncts and graduate students. Graduate students are even more vulnerable, for obvious reasons. The idea is to transfer instruction to precarious workers, which improves discipline and control but also enables the transfer of funds to other purposes apart from education.

The costs, of course, are borne by the students and by the people who are being drawn into these vulnerable occupations. But it’s a standard feature of a business-run society to transfer costs to the people. In fact, economists tacitly cooperate in this. So, for example, suppose you find a mistake in your checking account and you call the bank to try to fix it. Well, you know what happens. You call them up, and you get a recorded message saying “We love you, here’s a menu.” Maybe the menu has what you’re looking for, maybe it doesn’t. If you happen to find the right option, you listen to some music, and every once and a while a voice comes in and says “Please stand by, we really appreciate your business,” and so on.

Finally, after some period of time, you may get a human being, who you can ask a short question to. That’s what economists call “efficiency.” By economic measures, that system reduces labor costs to the bank; of course, it imposes costs on you, and those costs are multiplied by the number of users, which can be enormous — but that’s not counted as a cost in economic calculation. And if you look over the way the society works, you find this everywhere.

So the university imposes costs on students and on faculty who are not only untenured but are maintained on a path that guarantees that they will have no security. All of this is perfectly natural within corporate business models. It’s harmful to education, but education is not their goal.

In fact, if you look back farther, it goes even deeper than that. If you go back to the early 1970s when a lot of this began, there was a lot of concern pretty much across the political spectrum over the activism of the 1960s; it’s commonly called “the time of troubles.” It was a “time of troubles” because the country was getting civilized, and that’s dangerous. People were becoming politically engaged and were trying to gain rights for groups that are called “special interests,” like women, working people, farmers, the young, the old, and so on. That led to a serious backlash, which was pretty overt.

At the liberal end of the spectrum, there’s a book called The Crisis of Democracy: Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission, Michel Crozier, Samuel P. Huntington, Joji Watanuki , produced by the Trilateral Commission, an organization of liberal internationalists. The Carter administration was drawn almost entirely from their ranks. They were concerned with what they called “the crisis of democracy” — namely, that there’s too much democracy.

In the 1960s, there were pressures from the population, these “special interests,” to try to gain rights within the political arena, and that put too much pressure on the state. You can’t do that. There was one “special interest” that they left out, namely the corporate sector, because its interests are the “national interest”; the corporate sector is supposed to control the state, so we don’t talk about them. But the “special interests” were causing problems and they said “we have to have more moderation in democracy,” the public has to go back to being passive and apathetic.

And they were particularly concerned with schools and universities, which they said were not properly doing their job of “indoctrinating the young.” You can see from student activism (the civil rights movement, the anti-war movement, the feminist movement, the environmental movements) that the young are just not being indoctrinated properly.

Well, how do you indoctrinate the young? There are a number of ways. One way is to burden them with hopelessly heavy tuition debt. Debt is a trap, especially student debt, which is enormous, far larger than credit card debt. It’s a trap for the rest of your life because the laws are designed so that you can’t get out of it. If a business, say, gets in too much debt it can declare bankruptcy, but individuals can almost never be relieved of student debt through bankruptcy. They can even garnish social security if you default. That’s a disciplinary technique.

I don’t say that it was consciously introduced for the purpose, but it certainly has that effect. And it’s hard to argue that there’s any economic basis for it. Just take a look around the world: higher education is mostly free. In the countries with the highest education standards, let’s say Finland, which is at the top all the time, higher education is free. And in a rich, successful capitalist country like Germany, it’s free. In Mexico, a poor country, which has pretty decent education standards, considering the economic difficulties they face, it’s free.

In fact, look at the United States: if you go back to the 1940s and 1950s, higher education was pretty close to free. The GI Bill gave free education to vast numbers of people who would never have been able to go to college. It was very good for them and it was very good for the economy and the society; it was part of the reason for the high economic growth rate. Even in private colleges, education was pretty close to free.

Take me: I went to college in 1945 at an Ivy League university, University of Pennsylvania, and tuition was $100. That would be maybe $800 in today’s dollars. And it was very easy to get a scholarship, so you could live at home, work, and go to school and it didn’t cost you anything. Now it’s outrageous. I have grandchildren in college, who have to pay for their tuition and work and it’s almost impossible. For the students. that is a disciplinary technique.

And another technique of indoctrination is to cut back faculty-student contact: large classes, temporary teachers who are overburdened, who can barely survive on an adjunct salary. And since you don’t have any job security, you can’t build up a career, you can’t move on and get more. These are all techniques of discipline, indoctrination, and control.

And it’s very similar to what you’d expect in a factory, where factory workers have to be disciplined, to be obedient; they’re not supposed to play a role in, say, organizing production or determining how the workplace functions-that’s the job of management. This is now carried over to the universities. And I think it shouldn’t surprise anyone who has any experience in private enterprise, in industry; that’s the way they work.

On how higher education ought to be

First of all, we should put aside any idea that there was once a “golden age.” Things were different and in some ways better in the past, but far from perfect. The traditional universities were, for example, extremely hierarchical, with very little democratic participation in decision-making. One part of the activism of the 1960s was to try to democratize the universities, to bring in, say, student representatives to faculty committees, to bring in staff to participate.

These efforts were carried forward under student initiatives, with some degree of success. Most universities now have some degree of student participation in faculty decisions. And I think those are the kinds of things we should be moving towards: a democratic institution, in which the people involved in the institution, whoever they may be (faculty, students, staff), participate in determining the nature of the institution and how it runs; and the same should go for a factory.

These are not radical ideas, I should say. They come straight out of classical liberalism. So if you read, for example, John Stuart Mill, a major figure in the classical liberal tradition, he took it for granted that workplaces ought to be managed and controlled by the people who work in them — that’s freedom and democracy. We see the same ideas in the United States. Let’s say you go back to the Knights of Labor; one of their stated aims was “To establish co-operative institutions such as will tend to supersede the wage-system, by the introduction of a co-operative industrial system.”

Or take someone like John Dewey, a mainstream twentieth-century social philosopher, who called not only for education directed at creative independence in schools, but also worker control in industry, what he called “industrial democracy.” He says that as long as the crucial institutions of the society (like production, commerce, transportation, media) are not under democratic control, then “politics [will be] the shadow cast on society by big business.”
This idea is almost elementary, it has deep roots in American history and in classical liberalism. It should be second nature to working people, and it should apply the same way to universities. There are some decisions in a university where you don’t want to have [democratic transparency because] you have to preserve student privacy, say, and there are various kinds of sensitive issues, but on much of the normal activity of the university, there is no reason why direct participation can’t be not only legitimate but helpful. In my department, for example, for forty years we’ve had student representatives helpfully participating in department meetings.

On “shared governance” and worker control

The university is probably the social institution in our society that comes closest to democratic worker control. Within a department, for example, it’s pretty normal for at least the tenured faculty to be able to determine a substantial amount of what their work is like: what they’re going to teach, when they’re going to teach, what the curriculum will be. And most of the decisions about the actual work that the faculty is doing are pretty much under tenured faculty control.

Now, of course, there is a higher level of administrators that you can’t overrule or control. The faculty can recommend somebody for tenure, let’s say, and be turned down by the deans, or the president, or even the trustees or legislators. It doesn’t happen all that often, but it can happen and it does. And that’s always a part of the background structure, which, although it always existed, was much less of a problem in the days when the administration was drawn from the faculty and in principle recallable.

Under representative systems, you have to have someone doing administrative work, but they should be recallable at some point under the authority of the people they administer. That’s less and less true. There are more and more professional administrators, layer after layer of them, with more and more positions being taken remote from the faculty controls. I mentioned before The Fall of the Faculty by Benjamin Ginsberg, which goes into a lot of detail as to how this works in the several universities he looks at closely: Johns Hopkins, Cornell, and a couple of others.

Meanwhile, the faculty are increasingly reduced to a category of temporary workers who are assured a precarious existence with no path to the tenure track. I have personal acquaintances who are effectively permanent lecturers; they’re not given real faculty status; they have to apply every year so that they can get appointed again. These things shouldn’t be allowed to happen.

And in the case of adjuncts, it’s been institutionalized: they’re not permitted to be a part of the decision-making apparatus, and they’re excluded from job security, which merely amplifies the problem. I think staff ought to also be integrated into decision-making, since they’re also a part of the university.

So there’s plenty to do, but I think we can easily understand why these tendencies are developing. They are all part of imposing a business model on just about every aspect of life. That’s the neoliberal ideology that most of the world has been living under for forty years. It’s very harmful to people, and there has been resistance to it. And it’s worth noticing that two parts of the world, at least, have pretty much escaped from it, namely East Asia, where they never really accepted it, and South America in the past fifteen years.

On the alleged need for “flexibility”

“Flexibility” is a term that’s very familiar to workers in industry. Part of what’s called “labor reform” is to make labor more “flexible,” make it easier to hire and fire people. That’s, again, a way to ensure maximization of profit and control. “Flexibility” is supposed to be a good thing, like “greater worker insecurity.” Putting aside industry where the same is true, in universities there’s no justification.

So take a case where there’s under-enrollment somewhere. That’s not a big problem. One of my daughters teaches at a university; she just called me the other night and told me that her teaching load is being shifted because one of the courses that was being offered was under-enrolled. Okay, the world didn’t come to an end, they just shifted around the teaching arrangements-you teach a different course, or an extra section, or something like that. People don’t have to be thrown out or be insecure because of the variation in the number of students enrolling in courses. There are all sorts of ways of adjusting for that variation.

The idea that labor should meet the conditions of “flexibility” is just another standard technique of control and domination. Why not say that administrators should be thrown out if there’s nothing for them to do that semester, or trustees-what do they have to be there for? The situation is the same with top management in industry: if labor has to be flexible, how about management? Most of them are pretty useless or even harmful anyway, so let’s get rid of them.

And you can go on like this. Just to take the news from the last couple of days, take, say, Jamie Dimon, the CEO of JP Morgan Chase bank: he just got a pretty substantial raise, almost double his salary, out of gratitude because he had saved the bank from criminal charges that would have sent the management to jail; he got away with only $20 billion in fines for criminal activities. Well, I can imagine that getting rid of somebody like that might be helpful to the economy. But that’s not what people are talking about when they talk about “labor reform.” It’s the working people who have to suffer, and they have to suffer by insecurity, by not knowing where tomorrow’s piece of bread is going to come from, and therefore be disciplined and obedient and not raise questions or ask for their rights.

That’s the way that tyrannical systems operate. And the business world is a tyrannical system. When it’s imposed on the universities, you find it reflects the same ideas. This shouldn’t be any secret.

Tomado de:

http://www.salon.com/2014/10/10/noam_chomsky_corporate_business_models_are_hurting_american_universities_partner/

Imagen: https://www.google.com/search?q=universidad+mercantilizada&espv=2&biw=1366&bih=623&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwjTnbSzmMTNAhWFlR4KHc6CAA0Q_AUIBygC#imgrc=UOFj8iCqFtAEaM%3A

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El Reloj del Apocalipsis: Armas nucleares, cambio climático y perspectivas de supervivencia

Por: Noam Chomsky

Traducido del inglés por Sinfo Fernández

No llevaba ni tres meses en el cargo cuando viajó a Praga, capital de la República Checa, para pronunciar unas palabras respecto al dilema nuclear del planeta. Fueron unas palabras que podían haber procedido de un activista antinuclear o de alguien perteneciente al movimiento, entonces en ciernes, contra el cambio climático, no del presidente de los Estados Unidos. A la vez que pedía el uso de nuevas formas de energía, Barack Obama habló con rara elocuencia presidencial sobre los peligros de un mundo en el que las armas nucleares se propagaban y de cómo ese hecho, si no se controlaba, haría “inevitable” su utilización. Pidió “un mundo sin armas nucleares” y dijo sin rodeos: “Cómo única potencia nuclear que ha utilizado un arma nuclear, EEUU tiene la responsabilidad moral de actuar”. Incluso se comprometió a adoptar “medidas concretas” para empezar a construir un mundo sin esa clase de armas. (Introducción de Tom Engelhardt)

Siete años después, aquí está el récord del primer y posiblemente único presidente abolicionista estadounidense. El arsenal nuclear de EEUU -4.571 ojivas (muy por debajo de las casi 19.000 existentes en 1991, cuando se derrumbó la Unión Soviética)- sigue siendo lo suficientemente grande como para destruir varios planetas del tamaño de la Tierra. Según la Federación de Científicos de EEUU, las últimas cifras del Pentágono sobre tal arsenal indican que “el gobierno de Obama ha reducido el arsenal estadounidense mucho menos que cualquier otro posterior a la Guerra Fría, y que el número de ojivas nucleares desmanteladas en 2015 fue el más bajo desde que el presidente Obama asumió el cargo”. Es decir, poniendo estos datos en perspectiva, que Obama ha hecho mucho menos que George W. Bush en lo referente a la reducción del arsenal estadounidense existente.

Al mismo tiempo, nuestro abolicionista presidente está ahora liderando la llamada modernización de ese mismo arsenal, un proyecto inmenso de tres décadas de duración cuyo coste estimado será al menos de un billón de dólares, cifra por supuesto anterior al exceso habitual de gastos que se producirá. Durante el proceso se producirán nuevos sistemas de armas, se crearán los primeros misiles nucleares “inteligentes” (piensen en esto: armas de “precisión” con “resultados” mucho más reducidos, lo que implica empezar a utilizar armas nucleares en el campo de batalla) y Dios sabe qué más.

Ha logrado un éxito en el terreno antinuclear, su acuerdo con Irán para asegurar que este país no produzca tal arma. Sin embargo, un dato tan desalentador en un presidente al parecer decidido a situar a EEUU en la senda abolicionista nos dice algo sobre el dilema nuclear y el peso que el Estado de seguridad nacional tiene en su pensamiento (y, presuntamente, en el de cualquier futuro presidente).

No es poco horror que en este planeta nuestro la humanidad continúe impulsando dos fuerzas apocalípticas, cada una de las cuales –una en un relativo instante y la otra a lo largo de muchas décadas- podría paralizar o destruir la vida humana tal y como la conocemos. Ese debería ser un hecho aleccionador para todos nosotros. Es el tema sobre el que Noam Chomsky reflexiona en este ensayo de su nuevo y destacado libro Who Rules the World? 

En enero de 2015, el Boletín de Científicos Atómicos adelantó su famoso Doomsday Clock (Reloj del Apocalipsis) a tres minutos para la medianoche, un nivel de amenaza que no se había alcanzado a lo largo de treinta años. El comunicado del Boletín explicaba que tal avance hacia la catástrofe invocaba las dos amenazas más importantes para la supervivencia: las armas nucleares y el “cambio climático descontrolado”. El llamamiento condenaba a los dirigentes mundiales por “no actuar con la velocidad y escala requeridas para proteger a los ciudadanos de la potencial catástrofe”, poniendo en peligro a cada persona sobre la Tierra al fracasar en la que era su tarea más importante: asegurar y preservar la salud y vitalidad de la civilización humana”.

Desde entonces, hay muy buenas razones para pensar en mover las manillas del reloj incluso más cerca del día del apocalipsis.

Cuando 2015 llegaba a su fin, los líderes mundiales se reunieron en París para lidiar con el grave problema del “cambio climático incontrolado”. Apenas pasa un día sin una nueva prueba de lo grave que es la crisis. Por citar algo casi al azar, poco antes de la apertura de la conferencia de París, el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA publicó un estudio que sorprendió, a la vez que alarmó, a los científicos que han estado estudiando el hielo del Ártico. El estudio mostraba que un inmenso glaciar de Groenlandia, el Zacharie Isstrom, “se había desprendido en 2012 de una posición glacialmente estable y había entrado en una fase de repliegue acelerado”, un hecho inesperado e infausto. El glaciar “contiene agua suficiente como para elevar el nivel global del mar en más de 46 centímetros si llegara a derretirse completamente. Y ahora está metido ya de lleno en una dieta extrema, perdiendo 5.000 millones de toneladas de masa cada año. Todo ese hielo está derrumbándose sobre la zona norte del Océano Atlántico”.

No obstante, había pocas esperanzas de que los dirigentes mundiales en París “actuasen con la velocidad y a la escala requeridas para proteger a los ciudadanos de una potencial catástrofe”. E incluso si por algún milagro hubieran actuado así, habría tenido un valor limitado por razones que deberían ser profundamente preocupantes.

Cuando se aprobó el acuerdo de París, el ministro francés de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius, que albergó las negociaciones, anunció que era “legalmente vinculante”. Ojalá que así fuera, pero hay más de unos cuantos obstáculos que merecen una atención cuidadosa.

En toda la amplia cobertura de los medios de comunicación de la conferencia de París, quizá las frases más importantes fueran estas, enterradas cerca del final de un largo análisis ofrecido por el New York Times: “Tradicionalmente, los negociadores han tratado de forjar un tratado legalmente vinculante que necesitara de la ratificación de los gobiernos de los países participantes para tener fuerza. No hay forma de conseguir eso en este caso por culpa de Estados Unidos. Un tratado estaría muerto si llega al Capitolio sin la necesaria votación mayoritaria de dos tercios de un Senado bajo control republicano. Por tanto, los planes facultativos están tomando el lugar de los objetivos obligatorios de arriba a bajo”. Y los planes facultativos son una garantía de fracaso.

“Por culpa de Estados Unidos”. Más concretamente, por culpa del Partido Republicano, que se está convirtiendo ya en un peligro real para la supervivencia humana decente.

Las conclusiones aparecen subrayadas en otro artículo del Times sobre el acuerdo de París. Al final de una larga historia encomiando el logro, el artículo señala que el sistema creado en la conferencia “depende en muy gran medida de los puntos de vista de los futuros dirigentes mundiales que desarrollen esas políticas. En EEUU, todos los candidatos republicanos que se presentaban a presidente en 2016 han cuestionado o negado el carácter científico del cambio climático y han expresado su oposición a las políticas sobre el cambio climático de Obama. En el Senado, Mitch McConnell, el líder republicano que ha estado al frente de la campaña contra la agenda del cambio climático de Obama, dijo: ‘Antes de que sus socios internacionales descorchen el champán, deberían recordar que este es un acuerdo inalcanzable basado en un plan energético interno que probablemente es ilegal, que la mitad de los Estados están tratando de parar y que el Congreso ha votado ya en su contra.’”

Ambos partidos han estado girando hacia la derecha durante el período neoliberal de la última generación. La principal corriente demócrata se parece mucho ahora a los que solíamos tildar de “republicanos moderados”. Mientras tanto, el Partido Republicano se ha desplazado en gran medida fuera del espectro, convirtiéndose en lo que el respetado analista político conservador Thomas Mann y Normal Ornstein llaman “una insurgencia radical” que prácticamente ha abandonado la política parlamentaria normal. Con la deriva hacia la extrema derecha, el compromiso del Partido Republicano con la riqueza y los privilegios se ha hecho tan extremado que sus políticas reales podrían no atraer votantes, por tanto, han tenido que buscar una nueva base popular movilizada en otros campos: los cristianos evangélicos que esperan la Segunda Venida, los patriotas fanáticos que temen que “ellos” están quitándonos nuestro país, los racistas recalcitrantes, la gente con quejas reales que confunde gravemente las causas de las mismas y otros como ellos que son presas fáciles de los demagogos y que pueden convertirse fácilmente en una insurgencia radical.

En los últimos años, el establishment republicano ha conseguido suprimir las voces de la base que se había movilizado. Pero eso se acabó. A finales de 2015, el establishment estaba manifestando considerable desaliento y desesperación por su incapacidad para lograrlo, ya que la base republicana y sus opciones estaban fuera de todo control.

Los contendientes republicanos electos para la próxima elección presidencial manifestaron un claro desprecio por las deliberaciones de París, negándose incluso a asistir a los actos. Los tres candidatos que lideraban las encuestas en aquel momento –Donald Trump, Ted Cruz y Ben Carson- adoptaron la posición de la base mayoritariamente evangélica: los seres humanos no tienen impacto en el calentamento global, si es que tal cosa está verdaderamente produciéndose.

Los otros candidatos se niegan a que el gobierno actúe en esa esfera. Inmediatamente después de que Obama hablara en París prometiendo que EEUU estaría a la vanguardia de la búsqueda de la actuación global, el Congreso, bajo dominio republicano, votó a favor de tumbar sus recientes normas en la Agencia de Protección Medioambiental para reducir las emisiones de carbono. Como informó la prensa, este fue “un mensaje provocador ante más de 100 líderes mundiales, en el sentido de que el presidente estadounidense no cuenta con el apoyo total de su gobierno en la política sobre el clima”, por decirlo de forma eufemista. Mientras tanto, Lamar Smith, presidente republicano del Comité para la Ciencia, el Espacio y la Tecnología del Congreso, siguió adelante con su yihad contra los científicos del gobierno que se atreven a informar sobre los hechos.

El mensaje está claro. Los ciudadanos estadounidenses se enfrentan a una responsabilidad enorme en casa.

Una historia parecida informaba en el New York Times de que “las dos terceras partes de los estadounidenses apoyan que EEUU se incorpore a un acuerdo internacional vinculante para frenar el crecimiento de las emisiones de gases invernadero”. Y, por un margen de cinco a tres, los estadounidenses consideran que el clima es más importante que la economía. Pero no importa. Pasan por encima de la opinión pública. Ese hecho, una vez más, está enviando un mensaje fuerte a los estadounidenses. Es responsabilidad suya sanar un sistema político disfuncional en el que la opinión pública es un factor marginal. La disparidad entre opinión pública y política, en este caso, tiene implicaciones muy importantes para el destino del planeta.

Desde luego que no deberíamos hacernos ilusiones sobre una “edad dorada” del pasado. Sin embargo, los hechos que acabamos de revisar constituyen cambios significativos. El debilitamiento de la democracia funcional es una de las contribuciones del ataque neoliberal contra la población mundial en la última generación. Y esto no está sucediendo sólo en EEUU; el impacto puede ser mucho peor en Europa.

El cisne negro que nunca podemos ver

Pasemos a otra de las preocupaciones (tradicionales) de los científicos atómicos que ajustan el reloj del día del juicio final: las armas nucleares. La amenaza actual de guerra nuclear justifica ampliamente su decisión de enero de 2015 de adelantar el reloj dos minutos para la medianoche. Lo acaecido desde entonces revela más claramente aún la creciente amenaza, un asunto que, en mi opinión, suscita una preocupación insuficiente.

La última vez que el reloj del juicio final se avanzó tres minutos para la medianoche fue en 1983, en la época de los ejercicios Able Archer de la administración Reagan; estos ejercicios simularon ataques contra la Unión Soviética para poner a prueba sus sistemas de defensa. Los archivos rusos publicados recientemente revelan que los rusos estaban profundamente preocupados por las operaciones y se preparaban para responder, lo que habría sencillamente significado: FIN.

Hemos sabido más cosas acerca de esos ejercicios precipitados e imprudentes y de cómo el mundo se abocaba al desastre por el analista militar y de inteligencia de EEUU Melvin Goodman, que fue jefe de división de la CIA y alto analista de la Oficina de Asuntos Soviéticos en aquella época. “Además de los ejercicios y movilizaciones del Able Archer que alarmaron al Kremlin”, escribe Goodman, “la administración Reagan autorizó ejercicios militares inusualmente agresivos cerca de la frontera soviética que, en algunos casos, violaron la soberanía territorial soviética. Las arriesgadas medidas del Pentágono incluyeron el envío de bombarderos estratégicos estadounidenses sobre el Polo Norte para poner a prueba el radar soviético y ejercicios navales bélicos próximos a la URSS por zonas donde los buques de guerra estadounidenses no habían entrado anteriormente. Además, una serie de operaciones secretas simularon ataques navales sorpresa sobre objetivos soviéticos”.

Ahora sabemos que el mundo se salvó de una probable destrucción nuclear en aquellos aterradores días gracias a la decisión de un oficial ruso, Stanislav Petrov, que no trasmitió a sus autoridades superiores el informe de los sistemas de detección automática de que la URSS estaba bajo un ataque de misiles. Por consiguiente, Petrov ocupó un lugar junto al comandante de submarinos rusos Vasili Arkhipov, quien, en un momento peligroso de la crisis de los misiles cubana de 1962, se negó a autorizar el lanzamiento de torpedos nucleares cuando los submarinos estaban bajo ataque de los destructores estadounidenses imponiendo una cuarentena.

Otros ejemplos recientemente revelados enriquecen un récord realmente aterrador. El experto en seguridad nuclear Bruce Blair informa que “cuando el presidente de EEUU estuvo más cerca de lanzar una decisión estratégica inadecuada fue en 1979, cuando una grabación de entrenamiento de alerta temprana NORAD describiendo un ataque estratégico soviético a escala total se cursó inadvertidamente a través de la red de alerta temprana real. Al asesor nacional de seguridad Zbigniew Brzezinski le llamaron dos veces en medio de la noche y le dijeron que EEUU estaba bajo ataque, que sólo tenía que descolgar el teléfono y persuadir al presidente Carter de que era necesario que autorizara de inmediato una respuesta a escala total, cuando se produjo una tercera llamada para decirle que se había tratado de una falsa alarma”.

Este ejemplo recién revelado trae a mi mente un incidente crítico de 1995, cuando la trayectoria de un cohete noruego-estadounidense con equipamiento científico parecía la trayectoria de un misil nuclear. Esto suscitó las preocupaciones rusas, que rápidamente se hicieron llegar al presidente Boris Yeltsin, encargado de decidir si había que lanzar un ataque nuclear.

Blair añade otros ejemplos de su propia experiencia. Hubo un caso, en la época de la guerra en Oriente Medio de 1967, “en que se envió una orden de ataque real a la tripulación de un portaaviones nuclear en vez una orden de ejercicios/entrenamiento nuclear”. Pocos años después, a principos de la década de 1970, el Mando Aéreo Estratégico en Omaha “retransmitió una orden de ejercicio de lanzamiento como si fuera una orden de lanzamiento real en un mundo real”. En ambos casos habían fallado los controles de los códigos y la intervención humana impidió el lanzamiento. “¿Se dan cuenta?”, añade Blair. “No era nada raro que se produjeran ese tipo de chapuzas”.

Blair hizo estos comentarios en reacción a un informe del aviador Johan Bordne que sólo hace muy poco ha publicado la Fuerza Aérea de EEUU. Bordne estaba sirviendo en la base militar estadounidense en Okinawa en octubre de 1962, en la época de la crisis de los misiles cubanos y también en un momento de graves tensiones en Asia. Se había elevado el sistema de alerta nuclear estadounidense a DEFCON 2, un nivel por debajo de DEFCON 1, cuando los misiles nucleares pueden ser inmediatamente lanzados. En el pico de la crisis, el 28 de octubre, una tripulación de misiles recibió autorización, por error, para lanzar sus misiles nucleares. Decidieron que no, evitando una probable guerra nuclear y uniéndose a Petrov y Arkhipov en el panteón de los hombres que decidieron desobedecer el protocolo, salvando así al mundo.

Como Blair observó, ese tipo de incidentes no eran infrecuentes. Un estudio reciente de un experto detallaba docenas de falsas alarmas durante todos los años del período revisado de 1977 a 1983; el estudio concluía que el número de las mismas fluctuó entre 43 y 255 por año. El autor del estudio, Seth Baum, resume con estas adecuadas palabras: “La guerra nuclear es el cisne negro que nunca podemos ver, excepto en el breve momento en que nos está matando. Aplazamos la eliminación del peligro por nuestra propia cuenta y riesgo. Es hora ya de abordar la amenaza, porque ahora estamos todavía vivos”.

Estos informes, al igual que los que contiene el libro de Eric Scholosser “Command and Control”, se ajustan en gran medida a los sistemas de EEUU. Los rusos son sin duda mucho más propensos a los errores. Por no mencinar el peligro extremo que plantean los sistemas de otros, especialmente Pakistán.

Una guerra ya no es algo impensable”

En ocasiones la amenaza no ha sido consecuencia de un accidente, sino del aventurerismo, como en el caso del Able Archer. El caso más extremo fue la crisis de los misiles cubanos en 1962, cuando la amenaza de desastre fue demasiado real. La forma de abordar dicha crisis fue impactante; al igual que el modo habitual de interpretarla.

Con este sombrío antecedente en mente, es útil mirar los debates y planes estratégicos. Un caso escalofriante fue el estudio “Essentials of Post-Cold War Deterrence” del STRATCOM de 1995, en la era Clinton. El estudio pretende conservar el derecho al primer ataque, incluso contra Estados no nucleares. Explica que las armas nucleares se utilizan constantemente en el sentido de que “proyectan una sombra sobre cualquier crisis o conflicto”. Insta también a disponer de un “personaje nacional” irracional y ansioso de venganza para intimidar al mundo.

La doctrina actual se explora en el artículo principal de la revista International Security, una de las más acreditadas en el campo de las doctrinas estratégicas. Los autores explican que EEUU está comprometido con la “primacía estratégica”, es decir, aislamiento de un ataque de represalia. Esta es la lógica de la “nueva triada” de Obama (reforzar la potencia de submarinos, misiles terrestres y bombarderos), junto con la defensa con antimisiles para contrarrestar un ataque de represalia. La preocupación que plantean los autores es que la exigencia estadounidense de primacía estratégica podría inducir a China a abandonar su política “de no ser el primero en utilizar armas nucleares” y ampliar su disuasión limitada. Los autores piensan que no lo hará, pero la perspectiva sigue siendo incierta. La doctrina acentúa claramente los peligros en una región tensa y conflictiva.

Lo mismo sucede con la expansión de la OTAN hacia el este violando las promesas verbales hechas a Mijail Gorbachev cuando la URSS estaba derrumbándose y accedió a permitir que una Alemania unificada formara parte de la OTAN, una concesión muy notable si uno piensa en la historia del siglo. La expansión hacia la Alemania del Este se produjo de inmediato. En los años siguientes, la OTAN se expandió por las fronteras rusas; ahora hay sustanciales amenazas incluso para incorporar a Ucrania, en el corazón geoestratégico de Rusia. Uno puede imaginar cómo reaccionaría EEUU si el Pacto de Varsovia estuviera aún con vida, hubiera incorporado a él a América Latina y ahora México y Canadá estuvieran solicitando su entrada.

Aparte de eso, Rusia entiende, al igual que China (y los estrategas estadounidenses, si vamos al caso), que los sistemas de defensa de misiles de EEUU cerca de las fronteras rusas son, en efecto, un arma de primer ataque con el objetivo de establecer una primacía estratégica: inmunidad ante la represalia. Quizá su misión sea totalmente inviable, como algunos especialistas apuntan. Pero los objetivos no van a confiar nunca en eso. Y las reacciones militantes de Rusia son muy naturalmente interpretadas por la OTAN como una amenaza para Occidente.

Un destacado experto británico en Ucrania plantea lo que denomina “paradoja geográfica fatídica”: que la OTAN “existe para manejar los riesgos creados por su propia existencia”.

Las amenazas son muy reales ahora. Por fortuna, el derribo de un avión ruso por un F-16 turco en noviembre de 2015 no produjo un incidente internacional, pero podía haberlo hecho, especialmente teniendo en cuenta las circunstancias. El avión iba a una misión de bombardeo en Siria. Pasó durante tan sólo 17 segundos a través de una franja de territorio turco que sobresale hacia Siria, y era evidente que se dirigía a este país cuando se estrelló. Derribarlo parece haber sido un acto innecesariamente imprudente y provocador, un acto con consecuencias.

La reacción de Rusia fue anunciar que sus bombarderos irían a partir de ahora acompañados por aviones de combate y que iba a desplegar en Siria un sofisticado sistema de misiles antiaéreos. Rusia ordenó también a su portaaviones Moskva, dotado de un sistema de defensa aérea de largo alcance, que se acercara más a la costa, para que estuviera “preparado para destruir cualquier objetivo aéreo que supusiera una amenaza potencial para nuestros aviones”, anunción el ministro de Defensa Sergei Shoigu. Todo esto prepara el escenario para confrontaciones que podrían ser letales.

Las tensiones son asimismo constantes en las fronteras entre Rusia y la OTAN, incluyendo maniobras militares de ambas partes. Poco después de que el reloj del juicio final se moviera amenazadoramente más cerca de la medianoche, la prensa nacional informaba que los “vehículos militares de combate de EEUU desfilaban el miércoles por una ciudad de Estonia que se adentra en Rusia, un acto simbólico que ponía de relieve las apuestas por ambas partes en medio de las peores tensiones entre Occidente y Rusia desde la Guerra Fría”. Poco antes, un avión de combate ruso estuvo a unos segundos de chocar con un avión civil danés. Ambas partes están llevando a cabo rápidas movilizaciones y redespliegues de fuerzas en la frontera entre Rusia y las fuerzas de la OTAN, y “ambas creen que una guerra no es ya algo impensable”.

Perspectivas de supervivencia

Si eso es así, ambas partes están más allá de la locura, porque una guerra bien podría destruirlo todo. Durante décadas se ha reconocido que un primer ataque por parte de una potencia importante podría destruir al atacante, incluso aunque no hubiera represalias, sencillamente por los efectos del invierno nuclear.

Pero así es el mundo actual. Y no sólo el de hoy en día, eso es lo que estamos viviendo desde hace setenta años. El razonamiento es de punta a cabo sorprendente. Como hemos visto, la seguridad de la población no es básicamente una preocupación importante para los políticos. Eso ha sido así desde los primeros días de la era nuclear, cuando en los centros de formación política no se hacía esfuerzo alguno –al parecer, ni siquiera se expresaba el pensamiento- para eliminar una potencial amenaza grave para EEUU, como podría haber sido posible. Y así continúan las cosas hasta ahora, en formas sólo brevemente paladeadas.

Ese es el mundo en el que hemos estado viviendo y en el que vivimos en estos momentos. Las armas nucleares representan un constante peligro de destrucción inmediata pero, al menos en principio, sabemos cómo aliviar la amenaza, incluso cómo eliminarla, una obligación emprendida (y despreciada) por las potencias nucleares que han firmado el Tratado de No Proliferación. La amenaza de calentamiento global no es instantánea, a pesar de su gravedad a largo plazo que podría incrementarse repentinamente. Que tengamos capacidad para lidiar con ello no está del todo claro, pero no puede haber duda de que cuanto más nos demoremos, más terrible será el desastre.

Las perspectivas para la supervivencia decente a largo plazo no son muy grandes a menos que se produzca un cambio significativo de rumbo. Una gran parte de la responsabilidad está en nuestras manos, las oportunidades también.

 

Noam Chomsky es profesor emérito en el Departamento de Lingüística y Filosofía del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Es colaborador habitual de TomDispatch; entre sus libros más recientes están “Hegemony or Survival” y “Failed States”. El presente ensayo procede de su nuevo libro “Who Rules the World?” Su página web es www.chomsky.info.

 

Tomado de: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=213609

Imagen: https://www.google.com/search?q=ciencia+ciudadana&espv=2&biw=1366&bih=623&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwiaw7Lc977NAhWHsh4KHQLuB_8Q_AUIBigB#tbm=isch&q=El+Reloj+del+Apocalipsis++Armas+nucleares&imgrc=qKIZ9V7jsLNeBM%3A

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Noam Chomsky: «No es extraño que a la gente no le entusiasme la democracia»

Pablo Pardo

Un pequeño despacho con techo abuhardillado, con las paredes llenas de libros y una mesa en el centro repleta de papeles desordenados y con un ordenador. Ése es el centro de trabajo del que probablemente sea el lingüista más influyente de las últimas décadas, Noam Chomsky. Y, también, el principal líder de la izquierda radical del mundo. El despacho de Chomsky es convencional en un edificio que no lo es. El Centro Ray y Maria Stata, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, según sus siglas en inglés), es una pequeña – y controvertida- joya arquitectónica diseñada por Frank Gehry, el autor del Guggenheim de Bilbao. Nada más ver el complejo, la firma de Gehry queda de manifiesto, porque los dos edificios que componen el Centro -el Alexander W. Dreyfoos, en el que está el despacho de Chomsky, y el William H. Gates, que toma su nombre del padre de Bill Gates, que financió su construcción– no tienen paredes rectas, sino que los muros se doblan.

Para los críticos de Chomsky, acaso el edificio sea una paradoja. A sus 87 años, el profesor no dobla sus ideas desde los años 60, cuando desarrolló la teoría de que los seres humanos estamos programados para manejar el lenguaje de una manera predeterminada en nuestras neuronas; ni en política, donde sigue defendiendo los mismos ideales de izquierda que entonces. Al igual que el Centro Ray y Maria Stata, Chomsky ha sido criticado. No tanto en Lingüística, donde sus teorías siguen siendo dominantes, como en política. Ha sido acusado de defender el genocidio por su postura a favor de la libertad de expresión incluso en casos como la negación del Holocausto -algo curioso siendo él mismo judío-, de hacerle el juego a dictadores, y de oponerse a Occidente en general y a Estados Unidos en particular siempre y en todo lugar.

Hablando de elecciones: los datos de la Encuesta Mundial de Valores (World Value Surveys) revelan que el apoyo a la democracia está cayendo en todo el mundo.

No estoy de acuerdo. Está cayendo el apoyo a las democracias formales porque no son verdaderas democracias. En Europa, las decisiones se toman en Bruselas. En EEUU, alrededor del 70% de la población -el 70% con ingresos más bajos- está totalmente desvinculado del proceso político. Eso demuestra que hay una correlación enorme entre nivel económico y educativo y movilización política. No es de extrañar que a la gente no le entusiasme la democracia.

¿Hay desencanto con las élites?

Desde luego. Las políticas neoliberales han sido muy negativas para la gente de a pie en todas partes. En Europa, aplicar austeridad en medio de una recesión ha sido absurdo, e incluso los economistas del FMI han criticado sus efectos en los países periféricos del euro, como España. Es algo que sólo puede explicarse como lucha de clases: el objetivo era minar la democracia y eliminar los logros de la socialdemocracia, que habían sido bastante significativos. Así que no debería sorprendernos que haya habido una respuesta.Pero los mismos datos de la Encuesta Mundial de Valores ponen de manifiesto que la gente rica es también cada día más escéptica con respecto a la democracia.Porque hay un verdadero Estado de Bienestar para los muy ricos, y los muy ricos quieren más. No quieren que se impongan límites a su capacidad de robar a los demás.La tecnología ¿beneficia a los ricos?No. A quién beneficie es cuestión de preferencias políticas.

¿A dónde puede llevarnos esta situación?

Tal vez a más democracia. Podemos no se opone a la democracia, sino que quiere más democracia. Igual que Syriza, antes de que capitulara. El caso griego es interesante. Convocaron un referéndum. Que los griegos tengan voz en sus asuntos no es antidemocrático. Lo que fue antidemocrático fue la reacción tan histérica de la UE. Syriza fue pulverizada por los eurócratas, para demostrar a los europeos que debían de abandonar toda esperanza de tener más democracia.

¿La situación es sostenible?

Lo veo muy improbable. Cuando el centro se colapsa, sólo quedan los extremos. Yo soy lo bastante viejo como para recordar los discursos de Hitler en la radio. Recuerdo la excitación, el miedo… asustaba. Aquello pasaba en Alemania en los años 30. Una década antes, en los 20, Alemania estaba en la cúspide de la civilización occidental en términos científicos y culturales. Diez años más tarde se encontraba en el abismo más profundo de la Historia de la humanidad. Es lo que sucede cuando desaparece el centro.

¿Qué opina de la Teoría de la Singularidad, que dice que en un futuro -dentro de entre 25 y 100 años- habrá máquinas que sean capaces de aprender y sustituir a los humanos?

Una tontería. Nos habremos destruido a nosotros mismos mucho antes con una guerra nuclear. Y, si no será con el calentamiento del planeta

Fuente: http://www.elmundo.es/cronica/2016/04/18/57122930ca474118338b45f0.HTML

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Sobre el trabajo académico, el asalto neoliberal a las universidades y cómo debería ser la educación superior

Lo que sigue es la traducción castellana de una transcripción editada en inglés de un conjunto de observaciones realizadas por Noam Chomsky vía Skype el pasado 4 de febrero para una reunión de afiliados y simpatizantes del sindicato universitario asociado a la Unión de Trabajadores del Acero (Adjunct Faculty Association of the United Steelworkers) en Pittsburgh, PA. Las manifestaciones del profesor Chomsky se produjeron en respuesta a preguntas de  Robin Clarke, Adam Davis, David Hoinski, Maria Somma, Robin J. Sowards, Matthew Ussia y Joshua Zelesnick. La transcripción escrita de las respuestas orales la realizó Robin J. Sowards y la edición y redacción corrió a cargo del propio Noam Chomsky. La traducción castellana del texto ingles la realizó parawww.sinpermiso.info Mínima Estrella.Sobre la contratación temporal de profesores y la desaparición de la carrera académicaEso es parte del modelo de negocio. Es lo mismo que la contratación de temporales en la industria o lo que los de Wall Mart llaman “asociados”, empleados sin derechos sociales ni cobertura sanitaria o de desempleo, a fin de reducir costes laborales e incrementar el servilismo laboral. Cuando las universidades se convierten en empresas, como ha venido ocurriendo harto sistemáticamente durante la última generación como parte de un asalto neoliberal general a la población, su modelo de negocio entraña que lo que importa es la línea de base. Los propietarios efectivos son los fiduciarios (o la legislatura, en el caso de las universidades públicas de los estados federados), y lo que quieren mantener los costos bajos y asegurarse de que el personal laboral es dócil y obediente. Y en substancia, la formas de hacer eso son los temporales. Así como la contratación de trabajadores temporales se ha disparado en el período neoliberal, en la universidad estamos asistiendo al mismo fenómeno. La idea es dividir a la sociedad en dos grupos. A uno de los grupos se le llama a veces “plutonomía” (un palabro usado por Citibank cuando hacía publicidad entre sus inversores sobre la mejor forma de invertir fondos), el sector en la cúspide de una riqueza global pero concentrada sobre todo en sitios como los EEUU. El otro grupo, el resto de la población, es un “precariado”, gentes que viven una existencia precaria.

Esa idea asoma de vez en cuando de forma abierta. Así, por ejemplo, cuando Alan Greenspan testificó ante el Congreso en 1997 sobre las maravillas de la economía que estaba dirigiendo, dijo redondamente que una de las bases de su éxito económico era que estaba imponiendo lo que él mismo llamó “una mayor inseguridad en los trabajadores”. Si los trabajadores están más inseguros, eso es muy “sano” para la sociedad, porque si los trabajadores están inseguros, no exigirán aumentos salariales, no irán a la huelga, no reclamarán derechos sociales: servirán a sus amos tan donosa como pasivamente. Y eso es óptimo para la salud económica de las grandes empresas. En su día, a todo el mundo le pareció muy razonable el comentario de Greenspan, a juzgar por la falta de reacciones y los aplausos registrados. Bueno, pues transfieran eso a las universidades: ¿cómo conseguir una mayor “inseguridad” de los trabajadores? Esencialmente, no garantizándoles el empleo, manteniendo a la gente pendiente de un hilo que puede cortarse en cualquier momento, de manera que mejor que estén con la boca cerrada, acepten salarios ínfimos y hagan su trabajo; y si por ventura se les permite servir bajo tan miserables condiciones durante un año más, que se den con un canto en los dientes y no pidan más. Esa es la manera como se consiguen sociedades eficientes y sanas desde el punto de vista de las empresas. Y en la medida en que las universidades avanzan por la vía de un modelo de negocio empresarial, la precariedad es exactamente lo que se impone. Y más que veremos en lo venidero.

Ese es un aspecto, pero otros aspectos que resultan también harto familiares en la industria privada: señaladamente, el aumento de estratos administrativos y burocráticos. Si tienes que controlar la gente, tienes que disponer de una fuerza administrativa que lo haga. Así, en la industria norteamericana más que en cualquier otra parte, se acumula estrato ad administrativo tras estrato administrativo: una suerte de despilfarro económico, pero útil para el control y la dominación. Y lo mismo vale para las universidades. En los pasados 30 0 40 años se ha registrado un aumento drástico en la proporción del personal administrativo en relación el profesorado y los estudiantes de las facultades: profesorado y estudiantes han mantenido la proporción entre ellos, pero la proporción de administrativos se ha disparado. Un conocido sociólogo, Benjamin Ginsberg, ha escrito un muy buen libro titulado The Fall of the Faculty: The Rise of the All-Administrative University and Why It Matters(Oxford University Press, 2011), en el que se describe con detalle el estilo empresarial de administración y niveles burocráticos multiplicados. Ni que decir tiene, con administradores profesionales más que bien pagados: los decanos, por ejemplo, que antes solían miembros de la facultad que dejaban la labor docente para servir como gestores con la idea de reintegrarse a la facultad al cabo de unos años. Ahora son todos profesionales, que tienen que contratar a vicedecanos, secretarios, etc., etc., toda la proliferación de estructura que va con los administradores. Todo eso es otro aspecto del modelo empresarial.

Pero servirse de trabajo barato –y vulnerable— es una práctica de negocio que se remonta a los inicios mismos de la empresa privada, y los sindicatos nacieron respondiendo a eso. En las universidades, trabajo barato, vulnerable, significa ayudantes y estudiantes graduados. Los estudiantes graduados son todavía más vulnerables, huelga decirlo, La idea es transferir la instrucción a trabajadores precarios, lo que mejora la disciplina y el control, pero también permite la transferencia de fondos a otros fines muy distintos de la educación. Los costos, claro está, los pagan los estudiantes y las gentes que se ven arrastradas a esos puestos de trabajo vulnerables. Pero es un rasgo típico de una sociedad dirigida por la mentalidad empresarial transferir los costos a la gente. Los economistas cooperan tácitamente en eso. Así, por ejemplo, imaginen que descubren un error en su cuenta corriente y llaman al banco para tratar de enmendarlo. Bueno, ya saben ustedes lo que pasa. Usted les llama por teléfono, y le sale un contestador automático con un mensaje grabado que le dice: “Le queremos mucho, y ahí tiene un menú”. Tal vez le menú ofrecido contiene lo que usted busca, tal vez no. Si acierta a elegir la opción ofrecida correcta, lo que escucha a continuación es una musiquita, y de rato en rato una voz que le dice: “Por favor, no se retire, estamos encantados de servirle”, y así por el estilo. Al final, transcurrido un buen tiempo, una voz humana a la que poder plantearle una breve cuestión. A eso los economistas le llaman “eficiencia”. Con medidas económicas, ese sistema reduce los costos laborales del banco; huelga decir que le carga los costos a usted, y esos costos han de multiplicarse por el número de usuarios, que puede ser enorme: pero eso no cuenta como coste en el cálculo económico. Y si miran ustedes cómo funciona la sociedad, encuentran eso por doquiera. Del mismo modo, la universidad impone costos a los estudiantes y a un personal docente que, además e tenerlo apartado de la carrera académica, se le mantiene en una condición que garantiza un porvenir sin seguridad. Todo eso resulta perfectamente natural en los modelos de negocio empresariales. Es nefasto para la educación, pero su objetivo no es la educación.

En efecto, si echamos una mirada más retrospectiva, la cosa se revela más profunda todavía. Cuando todo esto empezó, a comienzos de los 70, suscitaba mucha preocupación en todo el espectro político establecido el activismo de los 60, comúnmente conocidos como “la época de los líos”. Fue una “época de líos” porque el país se estaba civilizando [con las luchas por los derechos civiles], y eso siempre es peligroso. La gente se estaba politizando y se comprometía con la conquista de derechos para los grupos llamados “de intereses especiales”: las mujeres, los trabajadores, los campesinos, los jóvenes, los viejos, etc. Eso llevó a una grave reacción, conducida de forma prácticamente abierta. En el lado de la izquierda liberal del establishment, tenemos un libro llamado The Crisis of Democracy: Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission, compilado por Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki (New York University Press, 1975) y patrocinado por la Comisión Trilateral una organización de liberales internacionalistas. Casi toda la administración Carter se reclutó entre sus filas. Estaban preocupados por lo que ellos llamaban la “crisis de la democracia” y que no dimanaba de otra cosa del exceso de democracia. En los 60 la población –los “intereses especiales” mencionados— presionaba para conquistar derechos dentro de la arena política, lo que se traducía en demasiada presión sobre el Estado: no podía ser. Había un interés especial que dejaban de lado, y es a saber: el del sector granempresarial; porque sus intereses coinciden con el “interés nacional”. Se supone que el sector graempresarial controla al Estado, de modo que no hay ni que hablar de sus intereses. Pero los “intereses especiales” causaban problemas, y estos caballeros llegaron a la conclusión de que “tenemos que tener más moderación en la democracia”: el público tenía que volver a ser pasivo y regresar a la apatía. De particular preocupación les resultaban las escuelas y las universidades, que, decían, no cumplían bien su tarea de “adoctrinar a los jóvenes” convenientemente: el activismo estudiantil –el movimiento de derechos civiles, el movimiento antibelicista, el movimiento feminista, los movimientos ambientalistas— probaba que los jóvenes no estaban correctamente adoctrinados.

Bien, ¿cómo adoctrinar a los jóvenes? Hay más de una forma. Una forma es cargarlos con deudas desesperadamente pesadas para sufragar sus estudios. La deuda es una trampa, especialmente la deuda estudiantil, que es enorme, mucho más grande que el volumen de  deuda acumulada en las tarjetas de crédito. Es una trampa para el resto de su vida porque las leyes están diseñadas para que no puedan salir de ella. Si, digamos, una empresa incurre en demasiada deuda, puede declararse en quiebra. Pero si los estudiantes suspenden pagos, nunca podrán conseguir una tarjeta de la seguridad social. Es una técnica de disciplinamiento. No digo yo que eso se hiciera así con tal propósito, pero desde luego tiene ese efecto. Y resulta harto difícil de defender en términos económicos. Miren ustedes un poco lo que pasa por el mundo: la educación superior es en casi todas partes gratuita. En los países con los mejores niveles educativos, Finlandia (que anda en cabeza), pongamos por caso, la educación superior es pública y gratuita. Y en un país rico y exitoso como Alemania es pública y gratuita. En México, un país pobre que, sin embargo, tiene niveles de educación muy decentes si atendemos a las dificultades económicas a las que se enfrenta, es pública y gratuita. Pero miren lo que pasa en los EEUU: si nos remontamos a los 40 y los 50, la educación superior se acercaba mucho a la gratuidad. La Ley GI ofreció educación superior gratuita a una gran cantidad de gente que jamás habría podido acceder a la universidad. Fue muy bueno para ellos y fue muy bueno para la economía y para la sociedad; fue parte de las causas que explican la elevada tasa de crecimiento económico. Incluso en las entidades privadas, la educación llegó a ser prácticamente gratuita. Yo, por ejemplo: entré en la facultad en 1945, en una universidad de la Ivy League, la Universidad de Pensilvania, y la matrícula costaba 100 dólares. Eso serían unos 800 dólares de hoy. Y era muy fácil acceder a una beca, de modo que podías vivir en casa, trabajar e ir a la facultad, sin que te costara nada. Lo que ahora ocurre es ultrajante. Tengo nietos en la universidad que tienen que pagar la matrícula y trabajar, y es casi imposible. Para los estudiantes, eso es una técnica disciplinaria.

Y otra técnica de adoctrinamiento es cortar el contacto de los estudiantes con el personal docente: clases grandes, profesores temporales que, sobrecargados de tareas, apenas pueden vivir con un salario de ayudantes. Y puesto que no tienes seguridad en el puesto de trabajo, no puedes construir una carrera, no puedes irte a otro sitio y conseguir más. Todas esas son técnicas de disciplinamiento, de adoctrinamiento y de control. Y es muy similar a lo que uno espera que ocurra en una fábrica, en la que los trabajadores fabriles han de ser disciplinados, han de ser obedientes; y se supone que no deben desempeñar ningún papel en, digamos, la organización de la producción o en la determinación del funcionamiento de la planta de trabajo: eso es cosa de los ejecutivos. Esto se transfiere ahora a las universidades. Y yo creo que nadie que tenga algo de experiencia en la empresa privada y en la industria debería sorprenderse; así trabajan.

Sobre cómo debería ser la educación superior

Para empezar, deberíamos desechar toda idea de que alguna vez hubo una “edad de oro”. Las cosas eran distintas, y en ciertos sentidos, mejores en el pasado, pero distaban mucho de ser perfectas. Las universidades tradicionales eran, por ejemplo, extremadamente jerárquicas, con muy poca participación democrática en la toma de decisiones. Una parte del activismo de los 60 consistió en el intento de democratizar las universidades, de incorporar, digamos, a representantes estudiantiles a las juntas de facultad, de animar al personal no docente a participar. Esos esfuerzos se hicieron por iniciativa de los estudiantes, y no dejaron de tener cierto éxito. La mayoría de universidades disfrutan ahora de algún grado de participación estudiantil en las decisiones de las facultades. Y yo creo que ese es el tipo de cosas que deberíamos ahora seguir promoviendo: una institución democrática en la que la gente que está en la institución, cualquiera que sea (profesores ordinarios, estudiantes, personal no docente) participan en la determinación de la naturaleza de la institución y de su funcionamiento; y lo mismo vale para las fábricas.

No son estas ideas de izquierda radical, por cierto. Proceden directamente del liberalismo clásico. Si leéis, por ejemplo, a John Stuart Mill, una figura capital de la tradición liberal clásica, verán que daba por descontado que los puestos de trabajo tenían que ser gestionados y controlados por la gente que trabajaba en ellos: eso es libertad y democracia (véase, por ejemplo, John Stuart Mill,Principles of Political Economy, book 4, ch. 7). Vemos las mismas ideas en los EEUU. En los Caballeros del Trabajo, pongamos por caso: uno de los objetivos declaradis de esta organización era “instituir organizaciones cooperativas que tiendan a superar el sistema salarial introduciendo un sistema industrial cooperativo” (véase la “Founding Ceremony” para las nuevas asociaciones locales). O piénsese en alguien como John Dewey, un filósofo social de la corriente principal del siglo XX, quien no sólo abogó por una educación encaminada a la independencia creativa, sino también por el control obrero en la industria, lo que él llamaba “democracia industrial”. Decía que hasta tanto las instituciones cruciales de la sociedad –producción, comercio, transporte, medios de comunicación— no estén bajo control democrático, la “política [será] la sombra proyectada en el conjunto de la sociedad por la gran empresa” (John Dewey, “The Need for a New Party” [1931]). Esta idea es casi elemental, y echa raíces profundas en la historia norteamericana y en el liberalismo clásico; debería constituir una suerte de segunda naturaleza de la gente, y debería valer igualmente para las universidades. Hay ciertas decisiones en una universidad donde no puedes querer transparencia democrática porque tienes que preservar la privacidad estudiantil, pongamos por caso, y hay varios tipos de asuntos sensibles, pero en el grueso de la actividad universitaria normal no hay razón para no considerar la participación directa como algo, no ya legítimo, sino útil. En mi departamento, por ejemplo, hemos tenido durante 40 años representantes estudiantiles que proporcionaban una valiosa ayuda con su participación en las reuniones de departamento.

Sobre la “gobernanza compartida” y el control obrero

La universidad es probablemente la institución social que más se acerca en nuestra sociedad al control obrero democrático. Dentro de un departamento, por ejemplo, es bastante normal que al menos para los profesores ordinarios tenga capacidad para determinar una parte substancial de las tareas que conforman su trabajo: qué van a enseñar, cuando van a dar las clases, cuál será el programa. Y el grueso de las decisiones sobre el trabajo efectuado en la facultad caen en buena medida bajo el control del profesorado ordinario. Ahora, ni que decir tiene, hay un nivel administrativo superior al que no puedes ni eludir ni controlar. La facultad puede recomendar a alguien para ser profesor titular, pongamos por caso, y estrellarse contra el criterio de los decanos o del rector, o incluso de los patronos o de los legisladores. No es que ocurra muy a menudo, pero puede ocurrir y ocurre. Y eso es parte de la estructura de fondo que, aun cuando siempre ha existido, era un problema menor en los tiempos en que la administración salía elegida por la facultad y era en principio revocable por la facultad. En un sistema representativo, necesitas tener a alguien haciendo labores administrativas, pero tiene que poder ser revocable, sometido como está a la autoridad de las gentes a las que administra. Eso es cada vez menos verdad. Hay más y más administradores profesionales, estrato sobre estrato, con más y más posiciones cada vez más remotas del control de las facultades. Me referí antes a The Fall of the Faculty de Benjamin Ginsberg, un libro que entra en un montón de detalles sobre el funcionamiento de varias universidades a las que sometió a puntilloso escrutinio:  Johns Hopkins, Cornell y muchas otras.

El profesorado universitario ha venido siendo más y más reducido a la categoría de trabajadores temporales a los que se asegura una precaria existencia sin acceso a la carrera académica. Tengo conocidos que son, en efecto, lectores permanente; no han logrado el estatus de profesores ordinarios; tienen que concursar cada año para poder ser contratados otra vez. No deberían ocurrir estas cosas, no deberíamos permitirlo. Y en el caso de los ayudantes, la cosa se ha institucionalizado: no se les permite ser miembros del aparato de toma de decisiones y se les excluye de la seguridad en el puesto de trabajo, lo que no sirve sino para amplificar el problema. Yo creo que el personal no docente debería ser integrado también en la toma de decisiones, porque también forman parte de la universidad. Así que hay un montón que hacer, pero creo que se puede entender fácilmente por qué se desarrollan esas tendencias. Son parte de la imposición del modelo de negocios en todos y cada uno de los aspectos de la vida. Esa es la ideología neoliberal bajo la que el grueso del mundo ha estado viviendo en los últimos 40 años. Es muy dañina para la gente, y ha habido resistencias a ella. Y es digno de mención el que al menos dos partes del mundo han logrado en cierta medida escapar de ella: el Este asiático, que nunca la aceptó realmente, y la América del Sur de los últimos 15 años.

Sobre la pretendida necesidad de “flexibilidad”

“Flexibilidad” es una palabra muy familiar para los trabajadores industriales. Parte de la llamada “reforma laboral” consiste en hacer más “flexible” el trabajo, en facilitar la contratación y el despido de la gente. También esto es un modo de asegurar la maximización del beneficio y el control. Se supone que la “flexibilidad” es una buena cosa, igual que la “mayor inseguridad de los trabajadores”. Dejando ahora de lado la industria, para la que vale lo mismo, en las universidades eso carece de toda justificación. Pongamos un caso en el que se registra submatriculación en algún sitio. No es un gran problema. Una de mis hijas enseña en una universidad; la otra noche me llamó y me contó que su carga lectiva cambiaba porque uno de los cursos ofrecidos había registrado menos matrículas de las previstas. De acuerdo, el mundo no se acabará, se limitaron a reestructurar el plan docente: enseñas otro curso, o una sección extra, o algo por el estilo. No hay que echar a la gente o hacer inseguro su puesto de trabajo a causa de la variación del número de matriculados en los cursos. Hay mil formas de ajustarse a esa variación. La idea de que el trabajo debe someterse a las condiciones de la “flexibilidad” no es sino otra técnica corriente de control y dominación. ¿Por qué no hablan de despedir a los administradores si no hay nada para ellos este semestre? O a los patronos: ¿para qué sirven? La situación es la misma para los altos ejecutivos de la industria; si el trabajo tiene que ser flexible, ¿por qué no la gestión ejecutiva? El grueso de los altos ejecutivos son harto inútiles y aun dañinos, así que ¡librémonos de ellos! Y así indefinidamente. Sólo para comentar noticias de estos últimos días, pongamos el caso de Jamie Dimon, el presidente del consejo de administración del banco JP Morgan Chase: acaba de recibir un substancial incremento en sus emolumentos, casi el doble de su paga habitual, en agradecimiento por haber salvado al banco de las acusaciones penales que habrían mandado a la cárcel a sus altos ejecutivos: todo quedó en multas por un monto de 20 mil millones de dólares por actividades delictivas probadas. Bien, podemos imaginar que librar de alguien así podría ser útil para la economía. Pero no se habla de eso cuando se habla de ”reforma laboral”. Se habla de gente trabajadora que tiene que sufrir, y tiene que sufrir por inseguridad, por no saber de donde sacarán el pan mañana: así se les disciplina y se les hace obedientes para que no cuestionen nada ni exijan sus derechos. Esa es la forma de operar de los sistemas tiránicos. Y el mundo de los negocios es un sistema tiránico. Cuando se impone a las universidades, te das cuenta de que refleja las mismas ideas. No debería ser un secreto.

Sobre el propósito de la educación

Se trata de debates que se retrotraen a la Ilustración, cuando se plantearon realmente las cuestiones de la educación superior y de la educación de masas, no sólo la educación para el clero y la aristocracia. Y hubo básicamente dos modelos en discusión en los siglos XVIII y XIX. Se discutieron con energía harto evocativa. Una imagen de la educación era la de un vaso que se llena, digamos, de agua. Es lo que ahora llamamos “enseñar para el examen”: viertes agua en el vaso y luego el vaso devuelve el agua. Pero es un vaso bastante agujereado, como todos hemos tenido ocasión de experimentar en la escuela: memorizas algo en lo que no tienes mucho interés para poder pasar un examen, y al cabo de una semana has olvidado de qué iba el curso. El modelo de vaso ahora se llama “ningún niño a la zaga”, “enseñar para el examen”, “carrera a la cumbre”, y cosas por el estilo en las distintas universidades. Los pensadores de la Ilustración se opusieron a ese modelo.

El otro modelo se describía como lanzar una cuerda por la que el estudiante pueda ir progresando a su manera y por propia iniciativa, tal vez sacudiendo la cuerda, tal vez decidiendo ir a otro sitio, tal vez planteando cuestiones. Lanzar la cuerda significa imponer cierto tipo de estructura. Así, un programa educativo, cualquiera que sea, un curso de física o de algo, no funciona como funciona cualquier otra cosa; tiene cierta estructura. Pero su objetivo consiste en que el estudiante adquiera la capacidad para inquirir, para crear, para innovar, para desafiar: eso es la educación. Un físico mundialmente célebre cuando, en sus cursos para primero de carrera, se le preguntaba “¿qué parte del programa cubriremos este semestre?”, contestaba: “no importa lo que cubramos, lo que importa es lo que descubráis vosotros”. Tenéis que ganar la capacidad y la autoconfianza en esta asignatura para desafiar y crear e innovar, y así aprenderéis; así haréis vuestro el material y seguir adelante. No es cosa de acumular una serie fijada de hechos que luego podáis soltar por escrito en un examen para olvidarlos al día siguiente.

Son dos modelos radicalmente distintos de educación. El ideal de la Ilustración era el segundo, y yo creo que el ideal al que deberíamos aspirar. En eso consiste la educación de verdad, desde el jardín de infancia hasta la universidad. Lo cierto es que hay programas de ese tipo para los jardines de infancia, y bastante buenos.

Sobre el amor a la docencia

Queremos, desde luego, gente, profesores y estudiantes, comprometidos en actividades que resulten satisfactorias, disfrutables, actividades que sean desafíos, que resulten apasionantes. Yo no creo que eso sea tan difícil. Hasta los niños pequeños son creativos, inquisitivos, quieren saber cosas, quieren entenderlas, y a no ser que te saquen eso a la fuerza de la cabeza, el anhelo perdura de por vida. Si tienes oportunidades para desarrollar esos compromisos y preocuparte por esas cosas, son las más satisfactorias de la vida. Y eso vale lo mismo para el investigador en física que para el carpintero; toenes que intentar crear algo valioso, lidiar con problemas difíciles y resolverlos. Yo creo que que eso es lo que hace del trabajo el tipo de actividad que quieres hacer; y la haces aun cuando no estés obligado a hacerla. En una universidad que funcione razonablemente, encontrarás gente que trabaja todo el tiempo porque les gusta lo que hacen; es lo que quieren hacer; se les ha dado la oportunidad, tienen los recursos, se les ha animado a ser libres e independientes y creativos: ¿qué mejor que eso? Y eso también puede hacerse en cualquier nivel.

Vale la pena reflexionar un poco sobre algunos de los programas educativos imaginativos y creativos que se desarrollan en los distintos niveles. Así, por ejemplo, el otro día alguien me contaba de un programa que usa en las facultades, un programa de ciencia en el que se plantea a los estudiantes una interesante cuestión: “¿Cómo puede ser que un mosquito vuela bajo la lluvia?” Difícil cuestión, cuando se piensa un poco en ella. Si algo impactara en un ser humano con la fuerza de una gota de agua que alcanza a un mosquito, lo abatiría inmediatamente. ¿Cómo puede, pues, el mosquito evitar el aplastamiento inmediato? ¿Cómo puede seguir volando? Si quieres seguir dándole vueltas a este asunto –dificilísimo asunto—, tienes que hacer incursiones en las matemáticas, en la física y en la biología y plantearte cuestiones lo suficientemente difíciles como para verlas como un desafío que despierta la necesidad de responderlas.

Eso es lo que debería ser la educación en todos los niveles, desde el jardín de infancia. Hay programas para jardines de infancia en los que se da a cada niño, por ejemplo, una colección de pequeñas piezas: guijarros, conchas, semillas y cosas por el estilo. Se propone entonces a la clase la tarea de descubrir cuáles son las semillas. Empieza con lo que llaman una “conferencia científica”: los nenes hablan entre sí y tratan de imaginarse cuáles son semillas. Y, claro, hay algún maestro que orienta, pero la idea es dejar que los niños vayan pensando. Luego de un rato, intentan varios experimentos tendentes a averiguar cuáles son las semillas. Se le da a cada niño una lupa y, con ayuda del maestro, rompe una semilla y mira dentro y encuentra el embrión que hace crecer a la semilla. Esos niños aprenden realmente algo: no sólo algo sobre las semillas y sobre lo que las hace crecer; también aprenden algo sobre los procesos de descubrimiento. Aprenden a gozar con el descubrimiento y la creación, y eso es lo que te permitirá comportarte de manera independiente fuera del aula, fuera del curso.

Lo mismo vale para toda la educación, hasta la universidad. En un seminario universitario razonable, no esperas que los estudiantes tomen apuntes literales y repitan todo lo que tu digas; lo que esperas es que te digan si te equivocas, o que vengan con nuevas ideas desafiantes, que abran caminos que no habían sido pensados antes. Eso es lo que es la educación en todos los niveles. No consiste en instilar información en la cabeza de alguien que luego la recitará, sino que consiste en capacitar a la gente para que lleguen a ser personas creativas e independientes y puedan encontrar gusto en el descubrimiento y la creación y la creatividad a cualquier nivel o en cualesquiera dominios a los que les lleven sus intereses.

Sobre el uso de la retórica empresarial contra el asalto empresarial a la universidad

Eso es como plantearse la tarea de justificar ante el propietario de esclavos que nadie debería ser esclavo. Estáis aquí en un nivel de la indagación moral en el que resulta harto difícil encontrar respuestas. Somos seres humanos con derechos humanos. Es bueno para el individuo, es bueno para la sociedad y hasta es bueno para la economía en sentido estrecho el que la gente sea creativa e independiente y libre. Todo el mundo sale ganando de que la gente sea capaz de participar, de controlar sus destinos, de trabajar con otros: puede que eso no maximice los beneficios ni la dominación, pero ¿por qué tendríamos que preocuparnos de esos valores?

Un consejo a las organizaciones sindicales de los profesores precarios

Ya sabéis mejor que yo lo que hay que hacer, el tipo de problemas a los que os enfrentáis. Seguid adelante y haced lo que tengáis que hacer. No os dejéis intimidar, no os amedrentéis, y reconoced que el futuro puede estar en nuestras manos si queremos que lo esté.

Traducción para www.sinpermiso.info: Miguel de Puñoenrostro

 Fuente:
http://www.counterpunch.org/2014/02/28/on-academic-labor/27}
Fuente de la Imagen:
http://blog.eternalvigilance.me/2013/04/why-mandatory-state-education/pink-floyd-the-wall-alan-parker/
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