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Exclusión incluyente.

Mientras la educación sea una mercancía, los avances en escolaridad no nos harán mejores personas.

Por: Oscar Sánchez.

Pablo Gentili introdujo este concepto, que parece un oxímoron, para describir el proceso de escolarización en América Latina en los últimos cincuenta años, en el que se ha expandido notablemente el acceso de las masas recién urbanizadas (y por lo tanto, del grueso de la población) a la matrícula del ciclo básico en instituciones educativas precarias.

Es un proceso incluyente, pues sería necio negar el valor de esa presencia de los chicos en la escuela. Para entender la importancia del acceso y la permanencia que se han logrado en las ciudades de Colombia, solo hay que compararlas con el mundo rural disperso, donde la mitad de la población se queda por fuera de la secundaria y solo una cuarta parte llega a ser bachiller. Las condiciones de la población en ambos mundos son muy diferentes.

Pero en las ciudades, aun con el aumento de la cobertura, hay exclusión. No se puede llamar de otra forma a la desigualdad aberrante con la cual se ha hecho la expansión: mientras las clases medias pagan una educación con buenas condiciones, los pobres, con excepciones que confirman la regla, se quedan con el bagazo. Frente a ese hecho hay tres enfoques.

Uno que podemos llamar cínico, niega la exclusión y afirma que simplemente estamos haciendo lo que se puede. Que la desigualdad educativa es una condición temporal y que por el camino que llevamos llegaremos a la educación buena para todos, cada quien en su propia realidad. Y que cualquier esfuerzo adicional atentaría contra la sostenibilidad fiscal y la iniciativa privada. Es común escucharlo, expresado con crudeza, en boca de funcionarios a cargo de las finanzas públicas, y camuflado con eufemismos, en boca de buena parte de quienes manejan la educación.

Un segundo enfoque, que es el que venimos poniendo en práctica algunos convencidos del poder de la razón emancipadora y el empoderamiento popular, es el del desarrollo de las capacidades humanas. Este consiste en buscar gobernantes dispuestos a alimentar altas expectativas y apoyar con ingentes recursos públicos a los educadores y comunidades ejemplares en escuelas pobres, para cerrar brechas dando más al que tiene menos, sin forzar a los poderosos a una igualdad impuesta. Hemos apostado por formar a una nueva generación que entienda que la inclusión tiene que ser plena y que la buena educación, como el empleo decente, la salud preventiva y la seguridad ciudadana son derechos y no pueden ser desiguales, o dejan de serlo.

¿Seremos ingenuos quienes atribuimos a la educación en sí misma la capacidad de transformar el sistema ofreciendo a los débiles un lugar en el mundo?

Gentili, que ha sido dirigente del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, de Flacso y del Foro Mundial de Educación, propone un tercer enfoque que profundiza el anterior. Afirma que la inserción institucional, si bien es un avance, está muy lejos de marcar el camino del goce efectivo de los derechos y las relaciones humanas igualitarias que constituyen las bases de una sociedad democrática sustantiva. Lo que este autor llama ‘universalización sin derechos’ va más allá de la idea hoy aceptada en el mundo de que no basta con el acceso y hay que apostar a la calidad.

Gentili introduce tres reflexiones: i) existen la pobreza y la desigualdad educativas, aunque haya mayor acceso a la escuela, porque la universalización de la matrícula no cambia las estructuras sociales; ii) una educación con igualdad formal ante la ley y brutal desigualdad frente al mercado da como resultado un sistema segregado, en el que la educación no es un bien común, sino uno excluyente y, por lo tanto, no es pública, aunque se haya aumentado la oferta oficial, y iii) se ha impuesto recientemente una tendencia economicista que hace ver la educación predominantemente como un factor de producción, y se ha perdido su sentido como base de la humanización planetaria, planteado en las declaraciones de derechos humanos de hace 70 años.

En algo estamos de acuerdo con Gentili: mientras la educación sea una mercancía más, la formación integral de calidad sea un privilegio y prime el fin de educarse para ganarse la vida, antes que para construirse una vida, los avances en escolaridad no nos harán mejores personas ni nos llevarán a la justicia social.

Me queda la inquietud: ¿seremos ingenuos quienes atribuimos a la educación en sí misma la capacidad de transformar el sistema ofreciendo a los débiles un lugar en el mundo? ¿El cambio de las estructuras políticas, económicas y culturales es una condición para tener un derecho efectivo a la buena educación, o cambiando las mentes con un mayor esfuerzo político y pedagógico dentro del sistema actual podemos hacer que cambien esas estructuras?

Fuente:  http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/oscar-sanchez/exclusion-incluyente-discriminacion-educativa-135392

Imagen: http://elsalvadortrespuntocero.com/wp-content/uploads/2015/06/chica.jpg

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Exclusión incluyente: Mientras la educación sea una mercancía, los avances en escolaridad no nos harán mejores personas.

Colombia / 1 de octubre de 2017 / Autor: Óscar Sánchez / Fuente: El Tiempo

Pablo Gentili introdujo este concepto, que parece un oxímoron, para describir el proceso de escolarización en América Latina en los últimos cincuenta años, en el que se ha expandido notablemente el acceso de las masas recién urbanizadas (y por lo tanto, del grueso de la población) a la matrícula del ciclo básico en instituciones educativas precarias.

Es un proceso incluyente, pues sería necio negar el valor de esa presencia de los chicos en la escuela. Para entender la importancia del acceso y la permanencia que se han logrado en las ciudades de Colombia, solo hay que compararlas con el mundo rural disperso, donde la mitad de la población se queda por fuera de la secundaria y solo una cuarta parte llega a ser bachiller. Las condiciones de la población en ambos mundos son muy diferentes.

Pero en las ciudades, aun con el aumento de la cobertura, hay exclusión. No se puede llamar de otra forma a la desigualdad aberrante con la cual se ha hecho la expansión: mientras las clases medias pagan una educación con buenas condiciones, los pobres, con excepciones que confirman la regla, se quedan con el bagazo. Frente a ese hecho hay tres enfoques.

Uno que podemos llamar cínico, niega la exclusión y afirma que simplemente estamos haciendo lo que se puede. Que la desigualdad educativa es una condición temporal y que por el camino que llevamos llegaremos a la educación buena para todos, cada quien en su propia realidad. Y que cualquier esfuerzo adicional atentaría contra la sostenibilidad fiscal y la iniciativa privada. Es común escucharlo, expresado con crudeza, en boca de funcionarios a cargo de las finanzas públicas, y camuflado con eufemismos, en boca de buena parte de quienes manejan la educación.

Un segundo enfoque, que es el que venimos poniendo en práctica algunos convencidos del poder de la razón emancipadora y el empoderamiento popular, es el del desarrollo de las capacidades humanas. Este consiste en buscar gobernantes dispuestos a alimentar altas expectativas y apoyar con ingentes recursos públicos a los educadores y comunidades ejemplares en escuelas pobres, para cerrar brechas dando más al que tiene menos, sin forzar a los poderosos a una igualdad impuesta. Hemos apostado por formar a una nueva generación que entienda que la inclusión tiene que ser plena y que la buena educación, como el empleo decente, la salud preventiva y la seguridad ciudadana son derechos y no pueden ser desiguales, o dejan de serlo.

¿Seremos ingenuos quienes atribuimos a la educación en sí misma la capacidad de transformar el sistema ofreciendo a los débiles un lugar en el mundo?

Gentili, que ha sido dirigente del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, de Flacso y del Foro Mundial de Educación, propone un tercer enfoque que profundiza el anterior. Afirma que la inserción institucional, si bien es un avance, está muy lejos de marcar el camino del goce efectivo de los derechos y las relaciones humanas igualitarias que constituyen las bases de una sociedad democrática sustantiva. Lo que este autor llama ‘universalización sin derechos’ va más allá de la idea hoy aceptada en el mundo de que no basta con el acceso y hay que apostar a la calidad.

Gentili introduce tres reflexiones: i) existen la pobreza y la desigualdad educativas, aunque haya mayor acceso a la escuela, porque la universalización de la matrícula no cambia las estructuras sociales; ii) una educación con igualdad formal ante la ley y brutal desigualdad frente al mercado da como resultado un sistema segregado, en el que la educación no es un bien común, sino uno excluyente y, por lo tanto, no es pública, aunque se haya aumentado la oferta oficial, y iii) se ha impuesto recientemente una tendencia economicista que hace ver la educación predominantemente como un factor de producción, y se ha perdido su sentido como base de la humanización planetaria, planteado en las declaraciones de derechos humanos de hace 70 años.

En algo estamos de acuerdo con Gentili: mientras la educación sea una mercancía más, la formación integral de calidad sea un privilegio y prime el fin de educarse para ganarse la vida, antes que para construirse una vida, los avances en escolaridad no nos harán mejores personas ni nos llevarán a la justicia social.

Me queda la inquietud: ¿seremos ingenuos quienes atribuimos a la educación en sí misma la capacidad de transformar el sistema ofreciendo a los débiles un lugar en el mundo? ¿El cambio de las estructuras políticas, económicas y culturales es una condición para tener un derecho efectivo a la buena educación, o cambiando las mentes con un mayor esfuerzo político y pedagógico dentro del sistema actual podemos hacer que cambien esas estructuras?

Fuente del Artículo:

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/oscar-sanchez/exclusion-incluyente-discriminacion-educativa-135392

Fuente de la Imagen:

http://www.reproduccionsocial.edusanluis.com.ar/2012/11/exclusion-educativa-en-america-latina.html

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Educar y cambiar el mundo al mismo tiempo

Por: Óscar Sánchez

Por qué siguen tantas prácticas educativas que desesperan a montones de gente encerrada en salones.

Si le ves sentido a lo que estudias, tu aprendizaje será mucho más profundo y duradero. Y por eso aplicar conocimientos para cambiar la realidad suele ser el método pedagógico más eficaz. Cuando se hace bien el aprendizaje para el cambio social (o aprendizaje-servicio, como también se suele llamar), se exige investigación y se crea sentido de responsabilidad y disciplina, pues nos enfrenta a acciones con consecuencias, en las que el estudio se torna útil y poderoso.

Del otro lado de la ecuación, es difícil imaginar instituciones mejor dotadas para producir desarrollo comunitario y construir paz que los colegios y universidades. Allí, profesores y estudiantes tienen acceso a información, expertos temáticos, un tiempo escolar y un currículo (y muchas veces, actividades extracurriculares), los cuales pueden usar para reflexionar y desarrollar proyectos transformadores trabajando en equipo. Por eso, el voluntariado estudiantil está presente con tanta frecuencia en procesos exitosos de mejoramiento social.

Como lo explica Nieves Tapia, directora de Clayss, Centro Latinoamericano de Aprendizaje y Servicio Solidario (www.clayss.org), la ecuación escuela-comunidad crea un círculo virtuoso, porque la realidad desafía tus conocimientos y, cuanto más estudias, más compromiso adquieres con el servicio y más capacidad para producir transformaciones efectivas de la realidad.

Aplicar conocimientos para cambiar la realidad suele ser el método pedagógico más eficaz.

Las iniciativas en Colombia son muchas. El ejemplo del programa Manos a la Paz del PNUD y la Consejería para el Posconflicto, que entre 2016 y 2017 ha llevado a los territorios afectados por el conflicto armado a más de 1.000 estudiantes universitarios de todo el país para acompañar proyectos de construcción de paz, se nutre de antecedentes como Opción Colombia, en los noventa, y el Programa Paz y Región de la Universidad de Ibagué, en la última década. Y en la educación secundaria y media, la experiencia de las Iniciativas Ciudadanas de Transformación de Realidades (Incitar), que recientemente potenció más de 3.000 proyectos de cambio social liderados por estudiantes y profesores en Bogotá con apoyo de las cajas de compensación de la ciudad, ha sido ampliamente reconocida.

No toda actividad de servicio social estudiantil funciona bien. Sobre todo cuando se pasa de programas voluntarios a asignaturas académicas, o incluso obligaciones legales, los riesgos aumentan. Por ejemplo, el servicio social de los bachilleres que comenzó con la alfabetización de hace cuarenta años ha terminado desdibujado. Y en realidad, entre el año rural de los profesionales de la salud y la judicatura de los abogados, hay un sinnúmero de actividades de responsabilidad social y extensión universitaria en instituciones públicas y privadas muy bien implementadas, y hay otras desafortunadas. Pero cuando se hace bien, funciona. En especial, resulta bien la combinación de la actividad académica rigurosa y el propósito genuino de cambio social, ojalá emancipatorio.

Cabe preguntarse por qué siguen existiendo tantas prácticas educativas tradicionales que desesperan a montones de gente encerrada en salones de clase con maestros que compiten inútilmente contra internet, si es posible volcarse a trabajar en una realidad que lo necesita y permite aprender mejor. Todas las carreras técnicas y universitarias hacen aportes desde lo ambiental, la agricultura, la salud o la arquitectura e ingeniería hasta, cómo no, la comunicación, la historia, la filosofía, las ciencias puras y las artes. Y los chicos y chicas más jóvenes en el colegio, desde la música, las ciencias naturales y sociales, la lectoescritura, la tecnología, el deporte y, por supuesto, la formación ciudadana, pueden actuar en experiencias de encuentro con la comunidad.

La imaginación es inagotable, como la realidad y el pensamiento. Y es por eso que este modo de vivir la educación puede ser llevado a la práctica desde el jardín infantil, y existen tantas experiencias documentadas, materiales didácticos, programas de formación docente y redes de conocimiento que quien quiera puede fácilmente comenzar a trabajarlo. Y cada vez es más la gente que quiere y lo hace.

Una prueba de ello es la fuerza del 20.° Seminario Internacional de Aprendizaje y Servicio, el cual comienza hoy en Buenos Aires, Argentina, liderado por Clayss, del cual saldrá fortalecida la red latinoamericana de practicantes de esta filosofía pedagógica, que es además un compromiso de vida para mucha gente y un movimiento sociocultural sólido. Saludo con esperanza este encuentro de personas creativas y empoderadas que marcan caminos a la educación.

Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/oscar-sanchez/educar-y-cambiar-el-mundo-al-mismo-tiempo-122842

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