Educación, familia y genética

Por: Pablo Pardo

Ahora que se han terminado las clases, una idea para pensar de aquí a septiembre: un estudiante pobre tiene 4,1 veces más posibilidades de repetir curso que uno rico. Como explica Soledad Bos, del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), «en los resultados de PISA, el factor más importante que influye en educación, es el socioeconómico».

Precisamente, el dato sobre el peligro de repetir es del Informe PISA, el archifamoso estudio sobre educación en 72 países que hace la OCDE, el think tank oficial de los que teóricamente son los países más ricos del mundo (y alguno al que había meter en el grupo para pagarle favores, como Turquía, por ser miembro de la OTAN en plena la frontera con la Unión Soviética, o México, por firmar un acuerdo de libre comercio con EEUU).

Según la OCDE, los «estudiantes ricos» son aquéllos cuyas familias están en el 20% más alto de ingresos, y los «pobres», los que se encuentran en el 20% más bajo. Y el estatus socioeconómico explica un 13% de las diferencias educativas de PISA.

Eso no se debe solo a que el dinero permite comprar cosas (en este caso, educación), sino, también, modos de vida. En palabras de Bos, «tener ingresos altos no solo significa poder acceder a mejor educación, incluyendo clases particulares. Implica también que el estudiante tiene un buen lugar para estudiar en la casa, y unos padres con tiempo libre para ayudarle».

Jonathan Guryan y Erik Hurst, de la universidad de Chicago, y Melissa Kearney, de la de Maryland, afirman que, en EEUU, «los padres consideran invertir en sus hijos como un bien de lujo, más valorado que la tradicional producción del hogar [o sea, las tareas domésticas] o el entretenimiento». Pasar tiempo con la progenie es, hoy en día, un lujo.

Así que la educación, en cierto sentido, se hereda. «Si un padre viene de un entorno educativo con un estándar educativo alto, él va a poner más alto el listón para sus hijos», explica Bos. En su opinión, la educación de los padres puede ser el elemento más importante, al menos en «en América Latina, donde los alumnos que llegan a niveles de excelencia en la prueba PISA lo consiguen por el apoyo de los padres, no por los sistemas educativos en la región».

Claro que esta importancia de la educación de los padres y del entorno familiar también puede limitar el impacto del nivel económico y de la falta de inversión en educación (permitir darle la vuelta a la tortilla. Por una parte, está el hecho de que, como recuerda el BID en su análisis de PISA, «un pequeño porcentaje de estudiantes pobres logra resultados positivos, lo que demuestra que todos, más allá de sus circunstancias, pueden lograr el éxito en la escuela».

El problema es que ese «pequeño porcentaje» de estudiantes que alcanzan la excelencia es, realmente, muy pequeño. Apenas entre el 0,5% y el 1% de los estudiantes de Latinoamérica alcanzan los niveles que PISA considera «de excelencia». En España, el porcentaje es del 5%. En Singapur, el 20%. La excelencia es importante porque, según Bos, «estas personas son las que son más proclives a generar innovación».

Todo esto pulveriza la tesis del columnista de The Wall Street Journal Charles Murray en su archicontrovertido libro The Bell Curve, de 1994, y en otros ensayos, en los que afirmaba que «es casi seguro» que «la población que está bajo la línea de la pobreza en EEUU tiene una configuración genética significativamente diferente de la de la población que está por encima del umbral de la pobreza».

Vamos, que los pobres son genéticamente tontos y vagos. Murray, al menos, tuvo la deferencia de no explicar a sus lectores que normalmente las personas creemos que somos más ricas y más inteligentes de lo que somos. Y es, probablemente, también se le pueda aplicar a él. La soberbia no es el pecado original por mera casualidad, y no parece que se vea muy afectado por el nivel socioeconómico y educativo las familias. Todos la tenemos.

Fuente del Articulo:

http://www.elmundo.es/economia/macroeconomia/2017/06/26/594fe76aca474104118b45dc.html

 

 

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